Partida Rol por web

Lotta subió las escaleras que daban al piso superior donde se encontraban las habitaciones para invitados y también la de los dueños de la posada. En el suelo, en mitad del pasillo, yacía la muchacha extraña con la que había intentado hablar antes y en la que había notado los efectos del abuso de las drogas. La pobre estaba completamente dormida, al igual que Olaus, Gneis y el otro cura. Tenía medio cuerpo dentro de la habitación que ocupaba y el otro medio en el pasillo. En una de las habitaciones para invitados, tendido sobre una cama a medio arreglar se encontraba el alto y larguirucho Sven, con sus largas piernas sobresaliendo de la cama. Al menos él había caído en el lugar indicado para dormir.

El resto de habitaciones, o tenían la puerta cerrada o estaban abiertas y en su interior no había nadie. En esas últimas, las camas estaban recién hechas y eran las que probablemente Sven había acondicionado para el uso del grupo de recién llegados. Al final del pasillo, se encontraba la escalera que daba acceso a la trampilla del techo que conducía con el desván. 

El cuadro que se encontró en el piso superior no era diferente al que había dejado abajo. Los pocos que habían decidido subir se encontraban profundamente dormidos, aunque al menos Sven estaba en un lugar más cómodo que la pobre muchacha con la que había hablado. Le hubiera gustado acostarla en la cama, pero Lotta sabía que no iba a poder con la joven, al menos no iba a poder levantarla del suelo para tumbarla en su cama.

Tras comprobar que ambos se encontraban efectivamente dormidos y que a simple vista no había más clientes en sus habitaciones, al menos en las habitaciones abiertas, Lotta decidió continuar con su búsqueda de Sophia, la cual no parecía estar en su cuarto.

Las escaleras que subían hasta el desván la estaban llamando ya que seguramente la joven estaría allí escondida. Tras escuchar a sus compañeros hablar del hallazgo en el desván y que Sophia tenía predilección por el teatro, era el lugar más lógico en el que podía estar. Y hacia allí se dirigió la escritoria manteniendo todos sus sentidos alerta.

Fue justo en el momento en el que Víctor sacó su biblia de su abrigo cuando la puerta de la cocina se abrió, y de ella salió Sami Harjula arrastrando el cuerpo de la cocinera y pidiendo ayuda. No paraba de nombrar a Nora, su difunta mujer.

El sacerdote se acercó rápidamente hasta donde se encontraba Sami para comprobar el estado de la cocinera, y si tenía alguna herida. Y antes de que pudiese preguntarle nada al afligido y horrorizado señor Harjula, este salió corriendo hacia el exterior de la posada preso del pánico.

—¡Señor Harjula! ¡espere!— fue lo único que le pudo decir Víctor antes de perderlo de vista.

--Se siente tan culpable de perder a Nora que cree que su espíritu busca venganza-- pensó el sacerdote con algo de pena.

Allí agachado, junto al cuerpo de la cocinera, Víctor se encomendó a Dios y decidió arrastrar su cuerpo hacia la mesa donde se encontraban los cuerpos del señor Klint, el padre Klarhed y el señor Gnejs, todos en brazos de Morfeo, para intentar mantenerlos uno cerca del otro.

—Los protegeremos mejor si están todos juntos— les dijo a los compañeros que quedaban en el salón mientras arrastraba a la cocinera como podía.

Los fuegos se volvieron azules, el señor Harjula en pánico arrastrando a la cocinera, de repente se podía oler un aroma extraño, metálico, y la temperatura bajó tanto que podía ver su propio aliento. Sentía cómo la temperatura había bajado pero empezó a sentir un sudor frío por todo el cuerpo, empezó a respirar rápidamente sin saber qué pasaba y a medida que se cerraban sus ojos escuchaba los ladridos del perro en bucle en su mente.

Y cayó de repente en el suelo desmayado. Cuando despertó vio a su difunto abuelo sentado en el sillón de la antigua casa de campo familiar en Borgoña, estaba sentado fumando con su pipa grabada con motivos extraños, su madre le habia contado que la habia conseguido durante su estancia en el norte de América con el ejército. Había matado a unos indios rebeldes y como tratado de paz el jefe de la tribu le regaló la pipa. 

-abuelo? Qué ha pasado? Estas vivo! Pensaba que habías muerto, que nunca volvería a verte. 

-Por supuesto que estoy vivo mon petit, cómo no iba a estarlo? La muerte solo es una puerta a otro mundo, no es el fin de nada.

EL abuelo De Valé acercó la pipa a Eamon para que pudiera observar bien los preciosos detalles tribales de un búfalo y un hombre. 

-Siempre estaré observando, nunca estarás solo, cuando necesites sentirte cerca de mí, úsala.

Eamon dio una profunda calada y sintió el humo perfumado y denso en sus pulmones, volvió a cerrar los ojos y al despertar se sintió un poco confuso, estuvo unos segundos con los ojos abiertos sin moverse, parece que aún estaba en la posada. 

Alex alertada por lo que estaba pasando se dispuso para acompañar a Lotta y comprobar que la niña estuviese bien.

-Kiran no le quites el ojo de encima a Sami, sea lo que sea está claro que tiene que ver con esta familia-le dijo antes de echar andar tras la escritora.

Kiran asintió y se convirtió, revólver en mano, en la sombra de Sami.

—No me separaré de él.

En el helado salón de la posada, iluminado por las llamas azules de la chimenea, empezaron a ocurrir cosas extrañas. A excepción del grupo de investigadores de la nueva Sociedad, y al parecer también del posadero Harjula, todos cayeron sumidos en un profundo sueño. El padre Simonsson corrió a hacerse cargo de la cocinera, mientras Sami Harjula salía de la posada hacia la tempestad del exterior seguido por Kiran Kumari. Lotta había subido las escaleras hacia el piso superior, y Alex no tardó en seguirla, para comprobar qué tal estaba Sophia. Y Eamon cayó al suelo tras tambalearse y darse un traspiés. Parecía que el sueño había afectado también a uno de los suyos como una enfermedad que termina contagiándose, pero cuando se fijaron bien en él comprobaron que no estaba dormido, sino que solo se había desmayado afectado por el lúgubre ambiente que se respiraba en el lugar. 

En un abrir y cerrar de ojos, el padre Simonsson se quedó solo en la helada estancia junto a los dormidos y el afectado Eamon. Mientras los demás se encargaban de diversas tareas, el padre se encargó de atender a Eamon, quien parecía poco a poco volver en sí, algo confuso y desorientado.

Alex subió las escaleras que daban al piso superior donde se encontraban las habitaciones para invitados y también la de los dueños de la posada para reunirse con Lotta que ya se encontraba allí arriba. En el suelo, en mitad del pasillo, yacía la muchacha extraña con la que había intentado hablar Lotta anteriormente. La pobre estaba completamente dormida, al igual que Olaus, Gneis y el otro cura. Tenía medio cuerpo dentro de la habitación que ocupaba y el otro medio en el pasillo. En una de las habitaciones para invitados, tendido sobre una cama a medio arreglar se encontraba el alto y larguirucho Sven, con sus largas piernas sobresaliendo de la cama. Al menos él había caído en el lugar indicado para dormir.

El resto de habitaciones, o tenían la puerta cerrada o estaban abiertas y en su interior no había nadie. En esas últimas, las camas estaban recién hechas y eran las que habían visto a Sven acondicionar para el uso del grupo de recién llegados un rato antes. Al final del pasillo, se encontraba la escalera que daba acceso a la trampilla del techo que conducía con el desván. Lotta se dirigía hacia allí. 

Kiran salió al exterior, revolver en mano, tras Sami Harjula. El viento azotaba con fuerza y la lluvia caía como en el diluvio del que hablaba la Biblia. Los relámpagos rajaron el cielo y el retumbar de los truenos sacudió su cuerpo. Harjula corría y gritaba bajo la tormenta, bordeando la posada se dirigió hacia el invernadero y frente a sus puertas se arrodilló en medio del aguacero. 

—¡Nora! ¡Perdóname! —Gritaba bajo la tormenta con el pelo empapado aplastado en su cráneo y las gotas de agua resbalando por su poblada barba—. ¡Te lo ruego! ¡Habla conmigo! ¡Hagamos las paces! —Pero su ruego no parecía obtener respuesta alguna.

En cuanto Víctor vio desplomarse también a Eamon temió que el vaesen hubiese empezado a atacar.

—¡Eamon! ¡Eamon!— gritó el sacerdote mientras se acercaba a él con rapidez.

La agitación de su aliento, que se podía observar debido a la baja temperatura que en ese momento hacía en el salón, permitió mostrar el nerviosismo del sacerdote mientras intentaba atender a su compañero. Afortunadamente Eamon estaba vivo y parecía volver en sí.

—No vuelvas a darme estos sustos..— le dijo en un tono más calmado y mostrando media sonrisa.

Kumari frunció el ceño mientras trataba de mantener el revólver protegido de la lluvia.

—¿Esto ha pasado más veces? —inquirió el criado.

Le resultaba poco verosímil que Sami relacionase tan rápido aquel incidente con su esposa, aunque era cierto que el incidente empezó cuando la escasa clientela empezó a hablar mal de ella.

—¿Qué es lo que le hizo a Nora? ¿Hay alguna razón para que actúe de esta forma? Ese sacerdote se comportó de manera muy grosera, si alguien es responsable es ese… "Hombre de Dios" —continuó, pronunciando las últimas palabras con desprecio.

La primera frase de Kiran se perdió en la tormenta, Sami Harjula continuaba de rodillas en la fangosa tierra del destartalado jardín frente al invernadero, suplicando a Nora que le perdonase y que pusiera fin a aquella tortura. Sin embargo, cuando Kiran se dirigió al posadero por segunda vez, Harjula se giró hacia él. Primero pareció sorprendido de verlo allí, armado y soportando el diluvio, como si él mismo no estuviera también bajo el aguacero. Luego frunció el ceño ante la referencia al sacerdote, pero sacudiéndose la cabeza como si todo aquello no tuviera ya importancia, señaló hacia la posada.

—¡Vuelva a la posada! ¡Enciérrense en las habitaciones! ¡Es por su seguridad!

Lotta percibió a su espalda el crujido de las escaleras por las que hacia un momento ella misma acababa de subir, era Alexandra que le iba a la zaga para buscar a Sophia y hablar con ella. Lotta se encontraba ya subiendo la escalera plegable que daba acceso al desván a través de la trampilla del techo. Allí dentro se encontraba Sophia, tal y como había imaginado.

El desván estaba lleno de baúles, cajas, libros y ropa vieja, en la parte opuesta a donde estaba la trampilla había unas cortinas que ocupaban toda la anchura del espacio e impedían ver lo que había detrás, dividiendo por la mitad el espacio del desván. Lotta pudo ver brevemente la silueta de Sophia al pasar las cortinas y dirigirse hacia el fondo del otro lado del desván.

Kiran se cuadró. Solo aceptaba órdenes de una persona, aunque resultaba tentador volver a estar bajo techo no quería desobedecer a Alex.

—Eso no va a pasar. Dígame ahora mismo qué está pasando.

Eamon había entreabierto los ojos un poco desorientado, aún podía ver a su abuelo en su mente. 

-Abuelo! Abuelo!- tras una pausa escuchó la voz de Víctor sin saber bien si estaba en un sueño o la realidad, o en ambos a la vez. 

-Los atraparé, no descansaré, quien te hizo daño a ti y a papá lo pagará con su vida. 

Entonces la voz de Víctor volvía a aparecer en su mente. 

-Algún día fumaremos todos juntos de la pipa abuelo.

Eamon parecía recuperado físicamente pero aún tardaría un rato en recuperarse mentalmente y discernir realidad de sueño. 

Tras el pequeño desmayo, Eamon se recuperó en los brazos del padre Victor, algo desorientado y confuso durante los primeros instantes y balbuceando palabras en referencia a su abuelo que hacían pensar que había tenido alguna especie de sueño en esos instantes en los que había estado inconsciente. Poco a poco el padre Simonsson lo ayudó a reincorporarse, y con la misma calma, el francés fue recordando los sucesos que le habían llevado a esa situación, hasta que atropelladamente todo llegó a su mente: La Sociedad, la posada, la tormenta, el extraño caso, y el todavía más extraño suceso. Miró de reojo la chimenea de llamas azules y frías y sintió un temblor. La habitación se había vuelto todavía más fría que antes. 

El padre y Eamon eran los únicos que se encontraban conscientes en el salón de la posada. A su alrededor yacían dormidos los cuerpos de Klint, la cocinera, y los demás parroquianos. Harjula había salido de la posada seguido por Kumari y Lotta y Alex habían ascendido por las escaleras al piso superior para ver si Sophia estaba bien. Allí todo permaneció tranquilo, salvo por el frío que manaba del fuego de la hoguera, por extraño que pudiera resultar.

Víctor se encontraba junto a Eamon en aquel salón que se había vuelto macabramente frío. Un frío que irracionalmente manaba de las hogueras. Unas hogueras azules. El vaesen había hecho acto de presencia y estaba atacando el lugar.

—¡Eamon!, tenemos que hacer algo..— le dijo a su compañero —..quizás si sacamos a los afectados de ese estado de sopor podamos evitar alguna desgracia..— Realmente el sacerdote se encontraba perdido en ese momento e intentó hacer lo primero que le vino a la mente. A continuación, se acercó al cuerpo del señor Klint y empezó a zarandearlo y a darle algunos cachetes en la cara.

—¡Señor Klint! ¡Señor Klint! ¡despierte!— le gritaba con la esperanza de ver alguna reacción en su cuerpo. Seguidamente Víctor probó con el adormilado cuerpo del padre Klarhed —¡Padre Klarhed! ¡despierte! ¡Padre Klarhed!—

Eamon todavía tenía la imagen de su abuelo en la mente, todavía podía oler el aroma dulce del tabaco. Echó una mirada alrededor y el espectáculo terrorífico de los cuerpos esparcidos por el salón le hizo sentirse mareado otra vez. Se sentó un momento en el suelo y el perro le lamió la cara, Eamon por su parte le devolvió el cariño con unas caricias en la cabeza. 

- Qué está pasando aquí? Qué le pasa a toda esta gente? Están muertos?

​​​​​​Observó al padre moverse nerviosamente por el salón, no entendía muy bien la situación pero estaba claro que el lugar no era seguro, había que salir de ahí de inmediato. 

- debemos salir de aquí, este lugar está maldito. 

Al escuchar el crujido de la madera tras ella, Lotta se giró rápidamente temiendo lo que se pudiera encontrar. Respiró aliviada al comprobar que solo se trataba de Alexandra que la había seguido. Tras explicarle sus intenciones de subir al desván, algo por otra parte que era fácil de adivinar ya que sus pies se encontraban en los peldaños, la escritora llegó por fin a la parte más alta de la posada.

Miró a su alrededor y a la cantidad de objetos que, como en los devanes de todas las casas, se encontraba lleno de trastos viejos e inservibles, de objetos que no se volvían a usar o de recuerdos hacía tiempo ya olvidados. Hasta que sus ojos se fijaron en la tela que, a modo de telón, ocultaba lo que debía ser el teatrillo del que había oído hablar.

—Sophia —llamó, al ver la silueta de la muchacha escabulléndose hacia el fondo—. Sophia... No tengas miedo, solo queremos saber cómo te encuentras... Tu padre se ha portado muy mal... —Intentaba hablar despacio para no asustar a la joven, buscando conectar con ella de alguna forma—. No debería impedirte hacer lo que te gusta.

Esperó a la reacción de Sophia, sin avanzar más para no asustarla demasiado.

El señor Harjula se giró bajó la intensa lluvia sin contestarle, como si ni tan siquiera le hubiese escuchado. Continuó de rodillas en el barrizal formado por culpa de la tormenta y se agachó implorando hacia el invernadero, suplicando a su esposa fallecida que dejara de perturbar a los huéspedes de la posada. Pero tampoco él obtuvo ninguna respuesta más allá de ululante viento y el agua que caía. 

—¡Nora! ¡Te lo suplico! ¡Perdóname!