Partida Rol por web

En cuanto atravesaron el arco de piedra, la princesa Ingelyn, Mara e Ilwen se sintieron fascinadas una vez más. Se encontraban en una especie de vestíbulo enorme, cuyo techo era tan alto que se perdía en la oscuridad. Parecía ser una sala inmensa de planta octogonal... o quizá decagonal. Era difícil saberlo con aquella escala tan enorme. Lo único cierto era que las paredes laterales también se evadían a un lado y a otro hasta perderse en las tinieblas.

En el centro de aquella sala, había otra inmensa construcción de piedra. De su parte superior salían innumerables tubos de cobre que ascendían, seguramente para internarse en la roca que rodeaba el reciento. Aquello debía ser el enclave del Corazón de Cobre.

Justo cuando posaron su vista sobre aquella edificación, el suelo volvió a iluminarse. Las vetas refulgentes que recorrían la piedra como venas rectilíneas surgían directamente de la mole erigida en el centro de la sala. A su luz, las tres pudieron distinguir que en cada una de las caras del edificio había una puerta, muy similar a las que habían cruzado anteriormente gracias al Brazal de Oro. Cuando las "venas" luminosas regresaron, la piel se les erizó. Había tanta magia en el ambiente que podían sentirla mientras las recorría, y los oídos les zumbaban un poco.

Cuando las vetas doradas brillaron, hubo un parpadeo familiar a su izquierda. La imagen del rey enano regresó, aunque aquella vez brillaba más y parecía vibrar y temblar.

—El receptáculo del Corazón...

Su voz también parecía temblar. Quizá la energía que lo sostenía se arremolinaba allí de forma tan intensa que su imagen se volvía inestable. Pero las miró una vez más, señalando la construcción.

—Es ahí —vibró su voz—. La Llave. Debéis cumplir vuestra palabra...

Cada rincón de su cuerpo vibraba con la intensa magia que podía percibirse en esa sala. Se le erizó la piel en respuesta a la sala. Era increíble lo que los enanos podían esconder bajo la roca de una montaña. Sin duda, la guerra no era lo único en lo que eran expertos.

Se acercó con cuidado al centro de la sala.

-Es impresionante.

Admiró el lugar con más determinación. Si sobrevivía a aquella aventura, había decidido aprender más de elfos y enanos. Al fin y al cabo, todos vivían en el mismo mundo y debían colaborar para mantener la paz. Perder el tiempo peleándose entre ellos solo daba oportunidad a criaturas oscuras y viles de intentar apoderarse de las tierras que ansiaban.

La princesa se quedó maravillada ante aquello que se revelaba ante sus ojos. Sabía que Runi estaría encantado de encontrarse en un sitio así y no pudo evitar preguntarse si podría aprovechar toda la magia del lugar para usar sus sortilegios sin agotarse... pero el Rey había vuelto a aparecer y tenía una labor pendiente.

—Sí, vamos allá... —se acercó hacia aquella puerta con la Llave Maestra en la mano: Ingelyn buscaría el lugar donde debía colocarla para poder reactivar la energía de la fortaleza, sin dejar de mirar alternativamente a Mara e Ilwen para ver que todo iba en orden con ellas.

Ingelyn avanzó sin dudarlo. Había viajado mucho, y aunque no había esperado que su camino la llevase hasta ese lugar, una promesa era una promesa. Debía cumplir con la palabra dada a aquél rey del pasado. Después, ya se ocuparía de cumplir la misión que su padre le había encomendado.

Paso a paso, con aquella vibración en los oídos debido a la magia que les rodeaba, caminó hacia la puerta para abrir el Corazón de Cobre. Ilwen y Mara la observaban mientras avanzaba. Estaba ya muy cerca, y empezó a alzar el brazo para que aquella puerta respondiera a la Llave Maestra...

—¡QUIETA!

Un grito horrible resonó en la inmensa cámara. Mara, Ilwen y la princesa skaldi se volvieron sobresaltadas, y se encontraron cara a cara con una visión terrible. Diez esqueletos armados hasta los dientes habían cruzado el arco de piedra y bloqueaban aquella vía. Pero lo peor no era aquello, si no que a la cabeza de ese macabro grupo había un enano de larga barba, vestido con ropajes negros y un parche cubriendo uno de sus ojos. Ingelyn lo reconoció inmediatamente. Era el enano que la había perseguido por el bosque, poco después de dejar la granja en la que les habían atacado.

—Quieta... —repitió el enano, adelantando un brazo hacia ella—. No te muevas. No hagas nada...

La tensión podía cortarse con un cuchillo. El anciano enano observó con un rápido movimiento de cabeza a las tres compañeras, y luego volvió a centrar su mirada en Ingelyn.

—Bueno... ha sido un juego del escondite más largo de lo que pensaba —dijo—. Pero se ha acabado al fin. Entrégame el Brazal, jovencita, o no saldrás de aquí de una pieza.

La mirada del único ojo del viejo dejaba muy claro que aquello no era un farol.

Su brazo se congeló al escuchar aquel vozarrón que la detuvo por completo, girando su cabeza para mirar en dirección al arco de piedra que ahora estaba tapado por aquella horda de criaturas no-muertas. Aquel desgraciado... el mismo que había intentado atraparla, el mismo que la había obligado a meterse dentro de aquella fortaleza y obligado a dejar atrás a sus compañeros dormidos.

—Tú... pensaba que me había librado de ti. No se quién diablos eres y por qué quieres evitar que este artefacto vuelva a manos de sus legítimos dueños, pero no me importan nada tus motivos. Tenemos —miró a Mara también antes de volver su vista a Murgin— una misión que cumplir de manos del mismo Rey Thoran. ¡Y no vamos a permitir que nadie nos lo impida!

Tocó con su mano libre un pequeño vial que tenía en su cintura, tapado en una pequeña bolsita de cuero. Con un gesto lo sacó para alzarlo frente a ella. Va por vosotros. Y mientras imaginaba a Ylva y Gryrhel a su lado, apoyándola en silencio, le dió un trago al Vial Rojo para después intentar colocar la Llave Maestra en su sitio.

—¡Confío en vosotras, os ayudaré ahora mismo!

Era lo típico. No se habían encontrado con el enemigo principal en todo su trayecto por las minas y la ciudad enana y, a tan solo 2 pasos del final, se encontraban con él. En un número bastante reducido y encontrándose superadas en número. Y, además, el problema estaba en que no habían descansado nada y habían vagado durante horas por esos laberintos. ¿Serían capaces de enfrentarse a sus enemigos? Los esqueletos no eran moco de pavo.

Sin dar tiempo a que tomasen posición ofensiva, sacó su arco y apuntó al enano para disparar.

-¡Ilwen!

Era su única oportunidad. Dejó escapar su flecha entre los dedos, deseando que acabase acertando.

La flecha de Mara, disparada sin previo aviso, estuvo a punto de alcanzar al nigromante enano... pero este la desvió con su báculo en el último instante. Dirigió una mirada furiosa a la exploradora volariana, pero luego otra cosa atrajo su atención. Cuando vio que Ingelyn sacaba aquel frasquito y bebía su contenido, su único ojo se abrió desmesuradamente.

—¡Un Vial de Poder! —masculló, apretando los dientes—. ¡Maldita sea! ¿Cómo demonios...?

Entonces frunció mucho el ceño y golpeó el suelo con su bastón negro.

—¡Esos idiotas! ¡Tenía que habérmelo imaginado! Bien, si eso es lo que quieres... ¡eso es lo que tendrás! ¡Matadlas a las tres!

Murgin ordenó avanzar a sus cadavéricos esbirros, mientras él permanecía quieto en su lugar y parecía concentrarse para hacer alguna cosa que sin duda no sería agradable...

No había tenido tiempo aún de acercarse a la puerta con el Brazal en la mano, cuando la pócima roja del Vial bajó por su garganta. Tenía un sabor curiosamente picante. Durante un segundo no pasó nada, pero después la princesa notó que un fuego le subía desde los pies hasta la cabeza, haciendo que cada cabello de su cuerpo se erizase.

Ingelyn empezó a verlo todo de un color anaranjado rojizo, y antes de darse cuenta había desenvainado su espada. Rimkant refulgió en su mano, y de algún modo, el miedo que pudieran haberle causado aquellos terribles enemigos se esfumó como si un viento caliente lo hubiera disipado. Se sentía fuerte, casi invencible, como nunca antes se había sentido. Era el momento de enseñarle una lección a ese vejestorio del parche.

Antes de que Ingelyn pudiera hacer nada más, tanto ella como Mara e Ilwen vieron aparecer seis siluetas por el marco de piedra que habían cruzado antes. Por un momento temieron que se tratase de más enemigos, pero después el corazón les dio un vuelco en el pecho al reconocerlas. ¡Eran el viejo Runi, Ylva y Glyrhel! Y junto a ellos, iba una chiquilla elfa y dos pequeñas criaturas de piel verde y hojas en lugar de cabello.

Merial no pudo evitarlo, y nada más cruzar el arco de piedra lanzó una exclamación al reconocer a su hermana.

—¡Ilwen! —la sonrisa de alivio de su compañera élfica era la más amplia que jamás hubieran visto.

Ilwen tampoco pudo evitar una mirada de incredulidad y alivio al reconocer a su hermana pequeña, pero Murgin se volvió inmediatamente con el ceño aún más fruncido.

—¿Más insectos? —masculló—. ¡Bien, no importa! ¡Acabaré con todos los que sea necesario, ya he perdido bastante tiempo!

Al ver a Ingelyn, el corazón de Ylva pasó de llevar el ritmo de un caballo desbocado a paralizarse por completo. No había visto a su amiga desde que se separaron quien sabe cuanto tiempo atrás y ahora la veía amenazada por el nigromante. Aquella injusticia le hizo sentir deseos de lanzar un alarido de rabia. Por suerte, era más cazadora que guerrera, por lo que, mordiéndose los labios consiguió guardar silencio. Eran muchos. No solo eran muchos, sino que eran más que ellos. Y además los arbóreos no podían pelear y Glyrhel tampoco podía verse metido en combate, al menos cuerpo a cuerpo. Claro que... si Murgin caía o era herido, aquellos esqueletos caerían. Sí. Aquello era bueno. A una señal de la princesa, atacarían. Además no les habían vis...

Bueno. en realidad, y gracias a Merial, acababan de haber sido descubiertos. Ylva miró a Ingelyn y sonrió como solo ella sabía hacerlo. Con un optimismo casi sobrenatural. Acababa de encontrar a su amiga y aquel enano no iba a impedir que esta hiciese lo que fuera que tuviese que hacer. Quizás en otro momento hubiese tenido sus dudas a la hora de disparar a algo que no fuese un animal, pero con Ingelyn en peligro, no se lo planteaba. Si habría remordimientos o no, no era importante.

—Glyr... Aleja a los arbóreos— Llevándose la mano a la cintura cogió una flecha y, sin pensarlo dos veces, disparó contra el enano, intentando hacer una parábola para acertar.— ¡Hola Lyn! ¡Por fin nos vemos!

Por algún motivo, el tono de Ylva sonaba tan despreocupado como siempre. Si había preocupación o miedo en su interior, estaba claro que no lo demostraría con facilidad.

La princesa colgó el vial en su cintura, sintiendo aquella tremenda energía recorriendo cada centímetro de su cuerpo. La visión de aquel enano había retumbado en su pecho, recordándole la angustia que había sufrido al verse perseguida por su horda de esqueletos, a tener que refugiarse allí abajo y separarse del resto... pero aquel trago había dejado atrás todos esos pensamientos, tapados por un deseo de acabar con todo aquello.

Iba a alzar su espada cuando los refuerzos entraron por el arco de piedra y sus ojos se abrieron con sorpresa. Estaba ahí. Estaban vivos. Estaban bien. Aquello solo sirvió para afianzar todavía más su determinación, para que su corazón casi gritara a caballo entre el regocijo y una rabia que se comenzaba a canalizar por sus dedos.

—¡Ylva... chicos! Posponemos durante un poco las presentaciones... ¡COMITIVA, AL ATAQUE! ¡POR SKALD! —exclamó Ingelyn, alzando ahora sí a Rimkant para acercarse hacia Murgin. Por el camino un brillo azulado más potente rodeó la espada y la princesa sintió como la temperatura alrededor de esta bajaba durante un segundo: un proyectil del hielo más puro se formó y salió disparado en dirección al enano antes de que la rubia recortara distancias con el enano, moviéndose en diagonal para no exponerse a toda la fila de esqueletos.

La espada de la princesa Ingelyn brilló con un resplandor azulado y un proyectil que dejó una estela de escarcha a su paso salió disparado hacia Murgin. El mago oscuro alzó su báculo para protegerse una vez más... pero falló. El rayo de hielo le alcanzó en una mano y hubo un chisporroteo que despidió un fuerte olor a azufre. Murgin reprimió un quejido, pero miró furioso con su único ojo a la princesa skaldi.

Inmediatamente, Ilwen tensó su arco élfico y disparó un proyectil. Apuntó con pericia y la flecha voló hacia la cabeza del nigromante. Sin embargo, justo antes de clavarse en el entrecejo del enano, rebotó contra lo que parecía ser un muro invisible y repiqueteó contra el suelo de piedra al caer, inofensiva.

Cuando Runi vio aquél fogonazo, no le quedó la menor duda. Murgin estaba protegido por una armadura mágica. El chisporroteo que el proyectil de Ingelyn le había arrancado se debía a que aquellas protecciones no funcionaban contra ataques mágicos, pero sí contra ataques normales. Por ese motivo, la flecha de Ilwen no le había hecho daño.

Pero ninguna barrera mágica duraba eternamente, como tampoco duraría la reserva de magia de su enemigo...

Glyrhel apenas tuvo tiempo de recorrer con mirada desesperada la hilera de esqueletos frente a ellos. Cuando echaron a correr hacia allí supo perfectamente que el enemigo estaría delante, que tarde o temprano se toparían con él, pero el hecho de saberlo no redujo la impresión de verlo allí, superándolos en número y actuando de frontera entre ellos y la Princesa Ingelyn, a la que finalmente habían acabado encontrando.

Se quedó inmóvil no sabiendo muy bien qué hacer hasta que la Princesa, sin ápice de duda alguna en su voz, se arrojó contra el nigromante al tiempo que ordenaba al resto seguir sus pasos. Además, la forma de hacerlo, con aquel espectacular rayo de escarcha que despertó la envidia del muchacho, hizo que aflorara en él un valor que comprendió que necesitaría en el futuro si quería convertirse realmente en un mago.

Debía ser resolutivo. Debía hacer algo.

- ¡Wik, Kuwo, poneos detrás de mí! – gritó.

Entonces cerró los ojos con fuerza y se concentró. Se concentró todo lo que pudo.

Habían logrado llegar hasta la princesa, lo cual era bueno. Pero no eran los únicos, lo cual era malo. Otro de los que la habían alcanzado era Murgin, lo cuál era muy muy malo.

-Ya estoy muy viejo para toda esta violencia.-

Después de ver como el ¿Rayo de escarcha de Ingelyn? impactaba y dañaba al enano, y la flecha de la elfa rebotaba, Runi tuvo claro qué sucedía. Lo cual dejaba muy poco margen para actuar si sólo disponían de su magia.
Fue entonces cuando vio a Glyrhel conjurar.

-Pero qué narices...- Se lo había comentado Ylva, pero lo cierto es que no había tenido tiempo de preguntar más por ello.

-Si no tenéis magia olvidad de atacar a Murgin. Está rodeado de un conjuro de protección y nada que sea mundano podrá hacerle daño.-

Suspiró preocupado, y finalmente le dijo al joven.

-No sé si sabes algo de magia de ataque. Pero si es así lanzalé todo lo que tengas a Murgin. Si él cae los esqueletos también.-

Por su parte, el viejo skaldi se movió para tener línea de tiro al enano y conjuró su propio proyectil de hielo. El cual, aunque impactó sin problemas en el nigromante, apenas le hizo nada.