Partida Rol por web

El Brazal de Oro

- Epílogo: La sombra entre las sombras -

Cargando editor
13/05/2020, 22:05
Director

 

Bosques de Skald. Algún punto en las cercanías de Kaz-Umzur...

 

El enano de barba hirsuta y un único ojo escapaba ocultándose entre las sombras de los bosques. Magullado y exhausto, sólo había conseguido levantar a tres cadáveres para que le protegiesen durante su huida. Era vergonzoso hasta qué punto sus poderes estaban agotados. Mientras cojeaba, apretaba los dientes y rumiaba su furia. ¿Cómo había podido ocurrir? No le importaba cuánto debiese esperar, pero se vengaría. Una vez hubiera recuperado fuerzas, regresaría y...

Se detuvo en seco. Sus esqueletos esperaron detrás de él. Murgin giró la cabeza a un lado, luego al otro. No pudo ver a nadie.

—¿Lognar...?

No hubo respuesta. Pero el enano sabía que no estaba sólo en ese lugar. A una señal de su pensamiento, sus esqueletos adoptaron una posición de guardia.

—¡Déjate ver, seas quien seas! ¡Sé que estás ahí!

Los arbustos temblaron delante de él, y un ser de su misma altura y porte majestuoso surgió de ellos. Translúcido, parecía brillar levemente en la oscuridad. Tocado con una corona que flotaba en el aire, el espectral Rey de Krar Drom permaneció en pie delante de Murgin.

—Hola, Murgin.

El nigromante enano sintió cómo un escalofrío le recorría. El espíritu había hablado. Pero él le había escuchado dentro de su cabeza... con su propia voz. Se volvió casi de un salto. A su espalda, una figura alta y oscura como la noche mostraba su amplia sonrisa, lo único que podía distinguirse en las tinieblas que formaban su silueta.

—¡Tú! —Murgin retrocedió un paso, tembloroso.

—Cuánto tiempo, vejete. ¿Te gusta mi marioneta?

La forma oscura abrió los brazos y gesticuló como si moviera unos hilos. La espectral figura que simulaba ser un orgulloso monarca enano dio unas palmadas y bailó a la pata coja. Después empezó a rodar por el suelo, mientras Murgin lo miraba estupefacto. Podía escuchar la risa estridente del encapuchado oscuro dentro de su cabeza.

—¡Qué demonios significa esto! —exclamó el nigromante—. ¿Eras tú quien estaba detrás de todo?

El ser sombrío hizo desaparecer la figura fantasmal.

—¡Claro! ¿Quién si no?

—No entiendo nada... ¿por qué? ¿Lo que pretendías era que esos insectos llevasen la Llave Maestra hasta el Corazón de Cobre?

El encapuchado derramó una risotada en la mente de Murgin.

—Bueno... para ser unos insectos os han dado a ti y a ese jarl cobardica una buena tunda, ¿no? Pero sí, esa era mi intención.

—Pero... ¿por qué? ¿Por qué renunciar al poder de la Llave?

El ser oscuro se desternilló de risa ante aquello y no contestó.

Murgin parecía fuera de sí. No comprender lo que ocurría le causaba más dolor que las heridas del combate. Y que el encapuchado no parase de reír en su cabeza sólo lo empeoraba.

—¿El poder de la Llave? —el ser oscuro respondió al fin—. Murgin, sabía que eras torpe... ¡pero no puedo creer que lo seas hasta este punto! ¿Tanto tiempo jugando y todavía no comprendes de qué va este juego? ¿Así pretendes llegar hasta la Aguja? En fin, supongo que no se puede esperar mucho más de alguien que solo ha llegado hasta el... ¿Tercer Círculo, creo?

—Si eso era lo que querías —el nigromante enano apretó los dientes con furia—, ¿por qué no se la quitaste y la llevaste tú mismo?

—¿Y perderme todo el espectáculo? ¡Vamos, tienes que estar de broma! ¿Es que no viste brillar la Aguja? ¡Tenemos jugadores nuevos, Murgin! —la sonrisa del ser se ensanchó—. Quería ver cómo se desenvolvían. ¡Después de todo, vamos a ser compañeros de tablero!

—¿La... luz de la Aguja...?

El encapuchado asintió de nuevo. Sus facciones estaban ocultas en las tinieblas, pero por su sonrisa era evidente que apenas podía contener su excitación. Murgin ladró una maldición.

—Ahora entiendo de dónde sacaron esos mocosos los Viales de Poder... ¡Se los diste tú!

—Qué va —el encapuchado negó con la cabeza—. Eso no fue cosa mía. Parece que hay otros observando aparte de mí. Y seguro que ambos sabemos quiénes son. De hecho, Durdi ha estado por aquí hace poco. Pero bueno... no podría importarme menos lo que hagan ellos.

La sonrisa en mitad de las tinieblas se ensanchó.

—Al fin ha llegado el día, Murgin... El día que tanto he esperado... ¡La Aguja ha vuelto a brillar! ¡Ha vuelto a lanzar su llamada! Y gracias a nuestros nuevos amiguitos, hoy estoy un paso más cerca... ¡Un paso más cerca de alcanzarla por fin!

Murgin se agazapó.

—¡No si yo la alcanzo primero! —alzó un brazo, preparando un hechizo oscuro, y sus no muertos se pusieron firmes—. ¡Acabad con él!

Pero los esqueletos no obedecieron. Se desplomaron, quedando convertidos en montones de huesos inútiles. Murgin notó cómo su magia lo abandonaba y cayó al suelo de rodillas. No podía hablar. Una mano invisible aferraba su garganta, silenciándola.

El encapuchado oscuro negaba con la cabeza.

—El juego empieza para algunos... pero se termina para otros. Ha sido entretenido, Murgin... pero creo que a partir de ahora la partida se pondrá seria, y vamos a necesitar jugadores mejores que tú. ¡Vamos, no pongas esa cara! ¡Lo hemos pasado muy bien! Despidámonos sin rencores, ¿vale?

Con su único ojo, Murgin vio cómo la figura oscura se llevaba las manos a la capucha y la retiraba hacia atrás. Cuando contempló el rostro que se ocultaba bajo ella, el nigromante enano se quedó sin habla. Un relámpago atravesó su pecho.

Mientras la vida le abandonaba, Murgin se dio cuenta de que era irónico que justo en ese momento, al final, entendiera tantas cosas.

_  _  _