Partida Rol por web

La situación había dado un cambio tan súbito que ni siquiera me di cuenta hasta que estuvimos en prisión. El comandante Dorio nos había quitado las armas y nos había llevado a prisión, excepto a Ifianasa, dado que era sacerdotisa. Dadas las órdenes de Spyridon de entregar las armas, yo lo hice a regañadientes, llevandome un puñetazo de un soldado dorio cuando intentó quitarmelas. 

Sin armas pero aún contando con los poderes de los dioses, éramos combatientes en inferioridad numérica. Fuimos escoltados por la guarnición doria hasta su fortaleza, bajo la acrópolis, al menos estábamos cerca de la princesa. Mentor se había marchado poco antes de que empezase todo, dado que su otra opción era meterse en el saco con su nombre y no le hacía mucha ilusión hacerlo, ni a mi tampoco. 

Ahora que estábamos en una celda, todos juntos exceptuando Ifianasa. Podía escuchar a Mentor desde las ventanas de la celda, al menos sabía que estaba cerca por si lo necesitaba. Sólo podíamos esperar y hablar entre nosotros. Spyridon y el resto seguían confiando en que el rey de Asine atendiese a razones y escuchara el mensaje del rey de Micenas. Miraba a mi hermano y ya sabía lo que estaba pensando: Cómo salir de allí. Me concentré en todo lo que destacase de la celda y en recodar todo lo posible del camino.

El lugar se encontraba en silencio, había solo un guardia vigilandoles, y a cierta distancia, realmente no parecían importarles mucho, aunque seguramente había muchos guardias mas en la planta superior. Ni siquiera el hecho de que Atreo hubiese sido descubierto tratando de esconder una daga les llevó a tomar precauciones, aunque Atreo si se gano varios empujones toscos que estuvieron cerca de arrojarlo al suelo. Algo similar pasó con Anatolius, paro este lo hizo tan mal, que ni siquiera tuvo tiempo esconderla, sus movimientos fueran tan toscos mientras lo intentaba que un guardia se la quito de la mano creyendo que intentaba dársela.

La humedad reinaba, las aguas del golfo argolico dejaban llegar la humedad y la sal hasta sus celdas, aunque al menos no estaban de frente al mar, pues en dado caso, con el tiempo la sal haría su estadía insoportable. Sus armaduras iban a corroerse con el tiempo si los Dorios decidían mantenerlos allí de por vida, aunque tal como consideraba el general Spyridon, lo mas probable es que al menos llamasen a alguno de ellos.

Los habían separado en tres grupos, cada uno acomodado en una celda. Dos de estás celdas tenían ventanas en lo alto y por tanto daban a un callejón en el exterior; en estás se encontraban por un lado Hypatia, Ebalo, Dareios y Lykaios, mientras que por otro estaban Spyridon, Talios, Theron y Akintos. La otra celda miraba de frente a las primeras dos celdas, las cuales tenían una pared de roca entre si que las separaba; en esta se encontraban Atreo, Anatolius e Ischyros.

El grupo se encontraba conversando respecto a su situación actual y concluyendo que lo mejor era esperar, aunque claro tenían que era probable que tuviesen que esperar muchas horas, y si a los Dorios se les antojaba, quizá días. En aquellos momentos, Anatolius, quien buscaba alguna forma de salir, se detuvo cuando Mentor pareció dirigir sus palabras a él levantando la voz, y es que, realmente el búho solo cantaba, y solo Anatolius le entendía, por lo que no era claro si realmente le estaba hablando.

Fue en aquel momento cuando unos firmes pasos se escucharon desde el largo pasillo por el que habían llegado hacia ya mas de una hora. El guardia que les vigilaba, y que estaba a unos veinte metros de ellos, sobre saltado se puso en pie y saludo con exagerada reverencia.

-¡Princesa!- exclamó el guardia, -no esperaba verla aquí, puedo ayudarle en …-

-¿Son estos los soldados de Micenas que han sido capturados hoy?- dijo una muy bella y joven mujer que era escoltada por dos soldados Dorios muy bien armados y que se encontraban firmes y en silencio en cada flanco de ella. La joven, a quien el guardia llamara princesa momentos atrás, vestía una túnica negra y larga ceñida a su cintura, a demás de una ligera corona con una joya en el centro, lo que resaltaba su estatus.

Los dioses obraban de forma misteriosa. El rey Alameo les había ordenado ir a Asine y regresar con la hija del rey Karsten, la princesa Haidee, de quien se decía era la mujer mas bella de la región. Y sin duda, aquella princesa era una mujer inmensamente bella y quizá incluso era la mas bella de toda la Argolida, tal como se decía, aunque había un cierto tono de melancolía y soledad en su rostro, lo que nublaba su belleza. Era poco probable que aquella suerte no fuese obra de los Dioses.

-Así es mi señora. Me ordenaron vigilarlos mientras resolvían su situación y su padre, el rey, decidía que hacer con ellos- le respondió el guardia aun asombrado por la presencia de lo joven princesa. Claro era que aquella mujer pocas veces había bajado allí, e incluso, quizá nunca.

-¿Quien es su líder?- preguntó de nuevo la princesa.

-No lo se mi señora. Solo me dieron ordenes de vigilarlos, pero que no recibieran alimentos y que nadie hablase con ellos. No se nada más-.

Ante aquella respuesta, claramente insatisfecha, la princesa se giró bruscamente hacia ellos encarando justamente la celda donde se encontraban Spyridon y otros, pues era la que estaba mas cerca hacia el pasillo que aparentemente daba al exterior. -¿Quien es su líder?. Respondedme si no quieren que les obligue hacerlo- clamó la joven alzando la voz hacia ellos, pero con una una clara belleza en sus palabras que les hizo sentir que lo que aquella joven realmente les pedía era amor y compañía.

La presencia de aquella impactante fémina sobresaltó al escudero, simplemente con oir aquella voz su corazón comenzó a acelerarse y la sangre se le fue a las mejillas.
Se puso de pie rápidamente y se tomó conambas manos de las frías rejas, aunque su cuerpo no sentía escalofrío alguno, solamente su sangre pulsando potente, llenándolo de tibieza.
La húmeda y desolada celda quedaba lejos ahora, solamente la visión de aquél cuerpo de ensueño lo podía todo, lo cubría todo... incluso llegaba a demandar todo.

Abrió la boca para responder - Se encuentra frente al General Spyridon de Micenas - la mandíbula se le trabó - Se encuentra frente al... - trasfigurándose en una sonrisa - Se encuentra... - una sonrisa algo boba, pero tierna.

Spyridon observó a la mujer que se acercaba. Era bella, inconmensurablemente bella. Al instante se sintió atraído por la mujer, pero también sintió un profundo sentimiento de culpa: recordó a su mujer que había sido el centro de su vida. El sentimiento ambiguo hizo que tardase en responder a la princesa.

- Soy el general Spyridon, de Micenas. - hizo un saludo militar - A su servicio. Yo llevo el mando militar de esta misión diplomática. - Observó de reojo a Lykaios, dejándole que se presentase como lider comercial si lo consideraba pertinente.

Al mirar a los ojos de la mujer no pudo contener un sentimiento de tristeza. No era justo que una belleza así tuviera que ser sacrificada en matrimonio con el Rey de Micenas para salvar a su amigo... debería haber otra forma.

Por otra parte, una unión de estado podría significar el fin de la guerra y el inicio de una época de prosperidad para ambas naciones.

Si no fuera por Zorba... ese maldito consejero.

Parece que nada va a cambiar y que van a quedarse ahí encerrados para siempre. Y les dejarán morir de hambre y sed. Pero, de pronto, comienzan a escucharse unos pasos y entra en las mazmorras una mujer. Por lo que puede entender, es la princesa... o al menos, así la llama el guardia.

Levanta la vista para encontrarse a una joven hermosa, aunque de mirada triste. Se pone en pie como muestra de respeto ya que es una princesa. Tampoco parece demasiado contenta por la situación, o quizá sea solo su imaginación. Porque ¿qué más podría haberla llevado a las mazmorras? Desentona tanto con ese lugar como una flor en el hades.

Se mantiene callada mientras el general Spyridon y ella entablan conversación.

Lykaios tenía la suerte ser alguien que podía perderse en sus pensamientos con facilidad y no tenía que preocuparse de que ocurriera algo a su alrededor, siempre había sido tranquilo y paciente, y eso ahora jugaba en su favor mientras intentaba pensar en las posibilidades y en el problema de su grupo, que era como la hidra, demasiadas cabezas pensantes y ninguna que tomara una decisión férrea en momentos críticos.

Pero todo eso cambió en cuanto escuchó al guardia hablar con la mujer. Esa era la princesa y era obvio que los hados trabajaban de forma misteriosa; pero como siempre esperó a saber algo más antes de hablar. Él no era el líder ni jefe de nada, solo el más experimentado en comercio, pero su comitiva no era comercial, era diplomática.

Seguimos encerrados en las celdas sin saber exactamente cuanto tiempo había pasado y aparte de unas intentonas por parte de Anatolius por encontrar una salida, nuestra actitud ante el encierro era bastante estoica. Son los cantos de Mentor los que impiden que Anatolius siga con su plan, unas voces en el pasillo nos demuestran que el búho no da puntada sin hilo.

Antes de verla, podemos oír la voz de una mujer joven hablando con uno de nuestros carceleros, una voz melodiosa que casaba bien con la belleza de la joven a la que servía. Allí en esa sucia celda, pudimos ver por primera vez a la bella mujer por la que habíamos recorrido tantas leguas. Su aspecto era regio, pero al mismo tiempo en su cara y su voz se nota un matiz de tristeza y melancolía. 

Solicita hablar con nuestro líder y es Spyridon quien responde a este requerimiento, solo los dioses sabrían porque esta princesa solicitaba hablar con unos presos y posibles enemigos de su reino.   

Ebalo se movía en la celda de aquí para allá, siempre cerca de la puerta. Intentó menearla un poco pero no consiguió nada, sólo un recio "clanc, clanc" como diciendo "no, no". miró a sus acompañantes de celda Hypatia, Dareios y Lykaios y se encongió de hombros entonces meto la mano en mi espalda y busco a tientas la daga que escondí entre los homoplatos y la noto con satisfacción. Le guiño el ojo a Spyridon que lo miraba desde la otra celda en ese momento y le enseñó la punta de la daga con disimulo para que tuviera constancia que la llevaba.

Miró la cerradura con ojo experto intentado averiguar si la punta de su daga podría servir para forzarla. Cuando oigo un murmullo levanto la vista y veo llegar a la princesa, es mucho más guapa de lo que habían dicho. Me levanto lentamente y soy incapaz de mantenerme callado.

- Y así es como veo llegar al Sol, perdóname Apolo pues temo perder mi autocontrol- el descarado espartano se mueve como un felino hacia ella- Si mi destino era escoltaros, no encontraré tarea más agradable, que de aquí rescataros- finaliza con una intuición que tiene.

El sonido más bello jamás escuchado por los jóvenes oídos de Dareios interrumpió su retahíla de oraciones silenciosas con la misma fuerza con la que las olas derribaban diques de barro en la orilla del mar. Abrió los ojos y se puso de pie en la jaula sin respondera las palabras de la hermosa mujer que había irrumpido en aquel lugar de desdicha.

Era hermosa y tenía una fiereza que parecía querer eclipsar sin éxito la inherente dulzura de su voz. Aquel contraste casi hizo que el muchacho riese. No podía tomarse en serio ninguna amenaza que brotase de aquellos labios y, cruzándose de brazos, retrocedió al fondo del espacio donde se encontraba confinado más atento de lo que hablaba la mujer y las respuestas que obtenía que los ridículos intentos de Ebalo por hacer a la dama caer a sus lisonjas aun cuando se exponía (y los dioses sabían que lo deseaba, quizá así aprendiese un poco de saber comportarse dependiendo de la situación) a recibir  algo más que una contestación cortante.

El rato que llevaban allí se le estaba haciendo insufrible, así que intentó practicar una serie de respiraciones para calmarse, pensando en la naturaleza, los árboles, el silencio...pero era inútil. La humedad se le metía en el cuerpo, los pasos de Ébalo, arriba y abajo, así como el movimiento de la puerta, hierro contra hierro, se le metían en la cabeza. 

Se cogió la misma con ambas manos y comenzó a frotarse, sintiendo  una enorme picazón...que no era otra cosa que el desespero por estar allí encerrado. Ansiaba salir al aire libre, saberse poseedor de su destino...

Unas palabras dichas por una voz dulce lo sacaron de su creciente angustia. Levantó la cabeza y allí estaba la mujer más bonita que había visto en su vida. Se quedó así como estaba, agachado en cuclillas, con ambas manos en la cabeza y mirándola embobado. 

La princesa no parecía contenta con las palabras de Spyridon, sino que incluso por su expresión desencajada, parecía que por momentos rompería a llorar y que por momentos saltaría contra ellos llena de odio. No obstante, la mujer se mantuvo en silencio por un instante, y fueron las palabras de Ebalo las que la hicieron reaccionar. El apuesto espartano se había colocado en una posición idónea donde la luz del sol que entraba por la pequeña ventana de su celda iluminaba su cuerpo, su figura resplandeciente, estaba recargada contra la pared de su celda y mostraba un aspecto fiero, inquietante y a su vez, sumamente atractivo.

Lamentablemente para el héroe Dorio, la princesa no tenía ojos para aquello; quizá la otra parte de su existencia habría caído a sus pies y habría ordenado liberar a ese hombre que seguramente era el traidor Dorio que los acompañaba. Pero ella no habría de caer en eso, podría a lo más perdonarle la vida, pues su ira, su venganza, habría de ejecutarse solo contra los micenos.

-No hay diplomacia entre nosotros, nunca la ha habido y nunca la habrá- estalló la mujer dejando de prestar atención al espartano para centrar sus palabras en el general misceno que se había presentado ante ella.

-No crees que puedes engañarme solo por ser…- las palabras de la joven princesa parecían entrecortarse a medida que les pronunciaba, los sentimientos la dominaban. -Si fueran diplomáticos no habrían entrado aquí a escondidas, no habrían acampado con los viajeros y comerciantes. ¿Qué hacen aquí?, ¿a que han venido?- preguntó la princesa cada vez más alterada y ansiosa.

Las palabras de la princesa trajeron a Akintos de vuelta de su ensueño. Rompió al mismo tiempo el abrazo de Afrodita, observando aquella belleza por lo que era: una persona de sangre noble perteneciente a un pueblo amargamente enemistado con el suyo. La distancia era enorme, así como su deseo, al cual aplacaba ahora poniendo su mente en el lugar correcto.

Se restregó los ojos con la mano izquierda, las visiones no desaparecían, la belleza era real, así como era cierto que estaba llamando mentiroso a quién fuese su mentor y padre en su sentir. Quizá los hechos podían enmascarar la verdad tras un velo de aparentes mentiras, pero sabía que los motivos por los cuales viajaron hasta allí eran válidos desde numerosos puntos de vista.

No iba a dejar que la confusión los llevase a la ruina, recordaba las palabras de Hera y eso lo unía de cierta manera a aquella princesa.
Se aclaró la garganta y habló, algo que nunca hubiese hecho ante una situación así anes de la partida de Micenas. El viaje lo había hecho crecer, o cambiar...

- Princesa, mi nombre es Akintos, algunos me llaman El Acantilado, soy el escudero del General Spyridon - se presentó, intentando no parecer un Don Nadie.
- Mi superior no le ha mentido, pero quizá con más información pudiese entender nuestra presencia aquí - habló con calma, pero con tono firme ante ella - Inicialmente viajamos acompañando a la Sacerdotiza de Hera que porta un jarrón con una tablilla dorada. Ésta contiene mensaje del Rey Alameo dirgido al Rey Karsten, vuestro padre - miraba sus ojos con prudencia y humildad, aunque le era imposible dejar de mirarlos, intentaba no dejarse colmar por su belleza.
- Pero nuestro viaje tuvo sus pormenores y tenemos ahora un segundo motivo para venir: la misma diosa Hera nos ha encomendado encontraros, pues considera que vuestra real persona es indispensable para afrontar los graves conflictos que se avecinan - terminó de hablar, soltando aquella verdad, difícil, pesada. Esperaba no haberse equivocado, pero confiaba en que Hera les había encargado eso por motivos valederos y la misma princesa sabría que los dioses le estaban enviando una escolta de héroes.