Partida Rol por web

Consigo evitar su tenaza, la que arrasa todo lo que toda a su paso. Lo consigo lanzándome al suelo y viendo como pasa por encima mío de forma devastadora pero sin alcanzar a hacerme más que un rasguño superficial que nada me duele. Sin perder un momento, giro para quedar de espalda al suelo y me pongo de pie de un solo salto, como hacen los acróbatas expertos.

Una vez de pie, veo que he perdido la sincronización de mis espadas con la luz para encandilar a mi oponente. Me tomo un momento en buscar la luz con los filos para volver a reducir su capacidad de impactarme.

Acto seguido, lanzo un corte sobre Carakginius, esperando cercenar su caparazón y cortar profundo su carne y músculos. Solo con ese tipo de daños, el oponente morirá como debe ser.

El enemigo se abalanzó sobre sus compañeros utilizando todo tamaño, huyendo aterrado de la poderosa arma que los dioses le habían otorgado al escudero.

Akintos rió mientras Ischyros enterraba su espalda en la arena para evitar las masivas tenazas de la criatura - ¿Temes al relámpago? - mientras avanzaba con paso seguro y firme. No dejaría que el crustáceo tomara más distancia.

Ya no deseaba enfocarse en su propia seguridad, quería aprovechar el don otorgado para acabar con su enemigo cuanto antes.

Su lanza atacó rápida como una serpiente, alcanzando a su enemigo y descargando la electricidad como un veneno.

La aparición de las dos nuevas criaturas hace que ponga en duda el motivo principal de todo eso. ¿Es, realmente, el centollo una criatura vil que atacaría sin ningún motivo? ¿Y si todo es una trampa preparada por ese rey despiadado? Matar a Carakginius podría hacer que se ganasen la confianza a algunos y que fuesen vistos como los héroes que dicen ser. Pero, ¿cambiaría eso la forma en que los ven aquellos sentados cómodamente en el palco del acantilado?

Sin duda, no es más que un espectáculo orquestado por el rey de asine y sus gentes. ¿Y si el centollo solo ataca porque ellos se llevan su comida? Quizá solo ataque porque debe alimentar a las dos pequeñas criaturas que ahora salen del mar. ¿Es el Carakginius una criatura malvada que merezca la muerte? ¿O es simplemente una madre que intenta alimentar a sus crías? ¿Ataca porque quiere o porque está siendo atacada? Qué no haría una madre por sus hijos.

Algo no encaja. Algo hace que no quiera disparar a la criatura e intente entender los verdaderos motivos. Aunque su arco se mantiene tenso, no dispara ni una flecha mientras intenta discernir la verdad de Asine de la Verdad. ¿Es matar al centollo el camino a seguir? ¿O es una prueba de los dioses?

Atreo se había quedado quieto cuando la bestia impactó cuerpo a cuerpo con sus compañeros, moviendo ligeramente los pies buscando un poco de ángulo para no darle a nadie, pero el combate no parecía que fuera a cambiar, así que se detuvo y apuntando pacientemente al mismo ojo esperó su oportunidad. Contó mentalmente mientras sus compañeros iban y venían alrededor de la bestia, mientras el monstruo lanzaba en un enorme barrido su pinza de proporciones dantescas en un golpe semicircular derribando a todos a su paso... - ahora -

Vio una abertura limpia y disparó...pero justo en el momento que soltaba la flecha un movimiento en el agua atrajo su mirada y su disparo no fue firme, desviandose ligeramente sin impactar al enorme centollo, por increíble que parezca. Dos pequeños centollos salieron del agua, introduciéndose en la arena, en su dirección.

- ¿Acaso ésta criatura tiene crías? - preguntó en voz alta, reproduciendo casi sin saberlo los pensamientos de su querida hermana.

Él, como cazador, podía entender que un progenitor, ya fuera madre o padre, lucharan por sus crías, pero si era una criatura que atacaba a los humanos..... - Un momento...¿realmente atacaba a los pescadores por atacar y matar...o quería alimentar a sus crías? - pensó, reproduciendo el mismo pensamiento de Hypatia. - Bueno, da igual, si es un peligro para todos, hay que acabar con el peligro. - se retrucó a sí mismo.

Él estaba habituado a cazar criaturas peligrosas para los humanos, así que para él era lo más normal que se podía hacer en esos momentos. Criaturas tan peligrosas como éste centollo o sus dos hijos que en el futuro serían igual o más peligrosos que lo que tenían delante no podían convivir con el ser humano.

Levantó el arco de nuevo, dispuesto a disparar otra vez. - No podemos permitir que se reproduzca, sería un desastre para los pueblos costeros, barcos...una locura. - dijo, apuntando al grueso caparazón y buscando algún punto débil.
 

En el momento en que el centollo emitió ese tremendo chirrido, Lykaios dio gracias a Hera por ser capaz de mantenerse en pie. El haber adoptado una posición completamente defensiva le había permitido asentarse bien y no caerse al suelo por culpa de ese temblor que acompañó al sonido, pero tuvo que apretar los dientes y cerró los ojos un momento mientras alzaba el escudo y trataba de calmarse ante todo lo que estaba ocurriendo en ese momento.

El chirrido del centollo no causa ningún efecto en el general, mientras usa una vez más el poder que le ha cedido su Dios, Ares, para intentar destruir a la bestia.

Un combate demasiado fácil, la bestia no parece un oponente digno del nivel del grupo de guerreros, pero a Spyridon eso le importa poco, cada vez están más cerca de lograr su objetivo. Si acaban con el monstruo y el rey cumple su palabra la liberación de su amigo estará prácticamente conseguida.

Por el rabillo del ojo observa la reacción del público, al menos están dando un buen espectáculo.

La temible critura grita, emitiendo un chirrido, que reverbera en nuestro interior, provoca el pánico pero nuestra determinación es más fuerte y no nos dejamos amedrentar por ello. Ahora bien, a consecuencia del chirrido del maldito centollo la tierra tiembla y pierdo el equilibrio, dando con mi culo en el suelo:-Mierda, que duro está el duelo.-me quejo pero me vuelvo a levantar.

.-Crees que por que chilles cómo una nenaza nos vamos a rendir?!!!!.-le grito a ese maldito crustáceo:-Y por lo que respecta a los bienvenidos les espera el mismo destino que a ti!!.-le dijo mientras señalo a los dos nuevos centollos que han aparecido. 

Concentro de nuevo mi voluntad y esta vez sólo aparece una lanza, a veces un solo ataque hace más daño que dos. Preparo y lanzamiento y con toda la inercia de mi cuerpo proyecto la lanza de Atenea hacia el gigantesco cuerpo del crustáceo. 

Golpe tras golpe, nuestras armas iban derramando la sangre del centollo sobre la arena de la playa, golpe tras golpe nuestra sangre divina o no, se unía a la de nuestro enemigo. Con un barrido de su pinza, nos quitaba del medio, como haríamos nosotros con unos insectos insidiosos, y como esos mismos insectos, nosotros volvíamos a la carga.

Con la última secuencia de impactos recibidos, la bestia chilla de dolor, un dolor que nos remueve a todos el cuerpo y el espíritu. Solo agarrarte a un pensamiento, hace que esta tortura hacia esta criatura tenga su razón de ser ... No me quitarás a nadie más ...  aparte, habíamos dado nuestra palabra.

Avanzo hacia la criatura, con intención de soltar un lanzazo. No tenía sentido seguir haciendo sufrir a nuestro enemigo, quizás fuese el último o al menos uno que hiciese retroceder a la criatura.  

Ébalo como alguno de sus compañeros está indeciso sin saber muy bien que hacer, en una postura intermedia y viendo el centollo derrotado prefiere hacer cubrirse las espaldas con Poseidón y no participar tal como hace Hypatia. Las heridas de sus camaradas no son importantes, teniendo de base los anteriores combates, mientras que el enemigo está con una pata en el Caronte.

Me mantengo expectante sin gastar mi poder prestado por Apolo, aprovecho para poner una pose gloriosa y decir frases increíbles a pleno pulmón, mientras, el suelo a mi alrededor tiembla y se estremece pero manteniendo el equilibrio, el apuesto espartano no es derribado.

- Vamos compañeros derribad a esta criatura, que la batalla aquí librada con bravura, sea, en el futuro ¡¡De obligada lectura!!- Grito como mi voz más grave levantando la lanza en el aire, apuntando al cielo.

Cuando tras el poderoso ataque de Anatolius, el centollo perdió fuerza y se precipito al suelo, la euforia de todos se hizo estallar, mas aun cuando el general Theron clavo su lanza en la bestia rematándola. El publico desde lo alto gritaba de emoción y jubilo, e incluso había quienes les alentaban por su victoria. Había sido fácil, quizá demasiado fácil. Prácticamente no estaban heridos y prácticamente no estaban cansados. Y si, era verdad que se habían preparado bien para usar todo su potencial en el combate desde un principio, pero aun con ello, el combate había sido demasiado rápido, no era lo que otros les habían dicho.

La sangre pronto mancho toda los alrededores de la playa en la zona donde el cadáver del centollo se desangraba. Las que parecían ser crías del centollo, empezaban a avanzar, aunque sin lanzarse de lleno a la batalla, quizá tras ver al centollo gigante caer. Ya eran cuatro de aquellas bestias, aun cuando otras cuatro surgiesen, seguramente no serían rival para los héroes.

Aunque las cosas últimamente no les salían como ellos esperaban, y esta no fue la excepción. Pues mientras miraban avanzar a los centollos, vieron como el mar burbujeaban y se arremolinaba frenéticamente en una zona sumamente grande. El patrón era similar a aquel que se había generado con el centollo gigante o sus crías habían salido del agua, solo que esta vez, era mucho más grande. Demasiado para lo que su racionalidad podría imaginar.

El centollo cae muerto finalmente por la acción conjunta de todos. Hemos sido capaces de derrotar al temido Carakginius y se escucha como los Dorios celebran nuestra victoria. Sus vítores y exclamaciones me llenan de esperanza acerca de como nos tratarán cuando volvamos al palacio:

"Quiero ver como el Rey de Asine se traga sus palabras ahora que ha visto que hicimos lo que para ellos fue imposible."

Me pongo de pie tranquilamente cuando veo aquel enorme remolino y a los que parecen ser crias del centollo, suficientemente grandes como para matar a un hombre sin demasiada dificultad. Corro rápidamente hacia la playa, hacia la línea de fuego mientras vocifero:

 - "¡Hermanos míos! ¡Esto aún no ha terminado! ¡Combatientes al frente, listos para recibirlos!"

Llego justo al lado del fuego, listo para recibir a los enemigos que vengan a derrotarlos, temiendo de que lo que saldrá de aquel remolino debería ser mucho más grande que nuestro objetivo, haciéndome temer que el peligro no ha acabado o, aun peor, recién ha comenzado.

El temblor provocado por la enorme criatura hizo que Atreo cayera al suelo, aunque pudo incorporarse sin muchas dificultades, rápido como un gamo. Anatollius le dio un formidable golpe al centollo gigante, que demostró ser letal, seguido del golpe de gracia del General Theron. No pude más que sentir orgullo por lo que habíamos hecho, una gesta inmensa, pero también tristeza, por haber tenido que acabar con una bestia tan hermosa. Pero la naturaleza era así, eras cazador o cazado, bien lo sabía yo. Todos los seres vivos cazaban para sobrevivir, por lo que la supervivencia siempre era del más apto. Varios centollos de menor tamaño surgían del agua, por lo que la deducción era obvia. - Era su madre, y ellas las crías que alimentaba - dijo a sus compañeros más cercanos.

- Si la bestia estaba defendiendo a sus crías, nosotros tenemos nuestros seres queridos que defender, así que estamos a la par. - pensó Atreo. Su voz, entonces, se unió a los vítores gritando en voz alta - ¡Nos has honrado con un buen combate, Carakginius! No te olvidaremos. - Nunca estaba de más honrar al enemigo caído en buena lid, y de paso, incrementar su fama aún más, pero no tenían tiempo de descansar, pues las crías de aquella bestia marina surgidas del agua por doquier se esparcían por la playa con malas intenciones...aquello aún no había terminado.

Tensó el arco y apuntó a la criatura más cercana...para bajarlo ligeramente y quedarse mirando al agua con cara de sorpresa. Un enorme remolino auguraba una nueva sorpresa.

- ¿Será el padre? Creía que ésta centolla era Carakgnius - pensó Atreo, creyendo que la bestia que habían matado era la hembra que alimentaba a sus crías. Dado que en la naturaleza, la mayoría de las hembras eran superiores al macho en tamaño y en fiereza, ahora él se mostraba suspicaz. - ¿Seguro que éste centollo era Carakginius? - preguntó a Ischyros, el cual corría al frente.

El chillido de la criatura evidencia su final cercano. El temblor que provoca hace que caiga al suelo, pero se levanta lo más rápido posible. A su alrededor, solo puede escuchar gritos de victoria y júbilo y le hace pensar que no deberían alegrarse por la hazaña de matar a una madre, sea de la especie que sea. Pero lo hecho, hecho está. Cada uno toma su camino y sus acciones. Y cada acción tiene una consecuencia y parece que ahora son las crías y algo más grande lo que surgen del mar. No cree que matar a la madre haya sido buena idea.

Muchos han usado bastante de su poder divino así que estarán solos ante lo que se avecina. Y algo le dice que lo que va a salir del mar no va a ser una dócil criatura marina y que va a ser el doble de grande que el primer centollo. Todo está en manos de la suerte y los dioses.

La playa se sacudió bajo los pies del escudero, el cual había evitado hábilmente la embestida del enemigo sosteniendo con firmeza su aspis. Su cuerpo no se sentía resentido en lo más mínimo, y su espíritu seguía ardiendo como una llama avivada por el chillido de agonía del monstruo. No importaba que no fuese él quién diese el golpe de gracia al centollo caido, su lanza lo había herido varias veces de gravedad y su escudo implacabale nolo había dejado avanzar.

Sonrió socarrona y orgullosamente.

- El Rey dorio está sufriendo la amargura de tener que tragarse sus altaneras palabras - pensó con la gran tentación de voltearse a ver aquellos que los observaban desde el acantilado.

Sin embargo, el mar les seguía entregando criaturas, por lo que no podía pensar en estar ocioso ahora mismo.

- "¡Hermanos míos! ¡Esto aún no ha terminado! ¡Combatientes al frente, listos para recibirlos!"

- Si hablas tanto te quedarás atrás mío, Ischyros - Respondió Akintos lanzándose en carrera, levantando arena con sus raudos pasos, dando un pequeño salto y ensartando una de aquellas criaturas con su lanza.

El relámpago se había disipado ya, pero parecía no ser necesario en aquella situación. Tenían menos armadura y tamaño que su padre, el crujir del caparazón fue un sonido placentero.