Partida Rol por web

Akintos hablaba y hablaba sin tener ni idea de lo que decía o no, era como un perro que solo ladraba para escuchar su propia voz.

-Exacto, este tipo de cuestiones y discusiones no tienen lugar cuando tenemos que velar por nuestras vidas. Además, parece que lo único que quieres es tener la razón cuando las pautas a seguir ya se han establecido por el "líder militar" de la expedición y secundadas por el segundo al mando, ¿o es que no te escuchas?

Negó con la cabeza.

-No tendrás rencillas personales con nadie, pero me atacas únicamente a mí, me da igual, pero lo que tienes que tener en cuenta es lo siguiente. ¿De qué sirve todo esto? Yo solo he puntualizado unos hechos y tu me has atacado directamente, yo solo he dado unos consejos y unas pautas y tu vuelves a atacarme directamente. Creo que este no es el momento para discutir nada de esto, porque lo más importante es si vamos a salir vivos o no. ¿Quieres que discutamos todo esto? Vale, pero cuando el juicio haya terminado y hayamos salido de aquí.

Miró a Daerios, luego a Hypatia y luego a Daerios de nuevo. Luego miró a todos.

-¿Vamos a centrarnos en lo que tenemos que centrarnos o preferís seguir hablando de rencillas o de cualquier otra cosa?

Ébalo está en el baño tarareando una canción al margen de disputas familiares, por muchas tonterías que oiga.

- En eso te equivocas - habló el general a Lykaios - no hemos venido hasta aquí únicamente para salir vivos. Para salir vivos, o al menos morir honrosamente, no tendríamos más que atacar a los guardianes, tomar sus armas e intentar, con la ayuda de los Dioses, escapar de aquí.

- Hemos venido aquí para salvar a tu padre. Conozco a Ischyros: es un gran soldado, un gran hombre y sabrá sobreponer sus relaciones personales a los acontecimientos. Se que lo va a hacer y confío en él. Y por vuestro padre espero que vosotros estéis a la altura.

- Si queremos salir de ésta, dejad vuestras rencillas familiares para el viaje de vuelta. Ni es momento ni es lugar.

Entrecierra los ojos cuando Dareios le habla de esa forma tan despectiva. Si las miradas matasen, seguramente Dareios no tendría que presentarse ante el rey dorio. Parece que va a decir algo, pero no dice nada y se acerca a la puerta del aseo. Llama a la puerta.

-Tenéis dos segundo para salir de ahí. Es mi turno.

Espera junto a la puerta a que salgan los que estén dentro para entrar ella y cerrar la puerta y dedicar esos últimos minutos a asearse lo mejor que pueda.

Cuando salgo del baño, escucho la discusión que se está gestando entre algunos de los presentes. Escucho como Akintos increpa a Lykaios y Dareios mientras que mi hermana y el general intentan acabar con el asunto. Me paro al lado de Akintos y pongo la mano sobre su hombro cuando menciona el trato distinto y desagradable que me han dado durante toda mi vida solo por el hecho de ser bastardo. Le niego con la cabeza, restándole importancia a la discusión pues no es el lugar ni el momento.

"Lykaios y su madre siempre me hicieron sentir el desprecio por mi origen y eso es algo que no se olvida fácilmente, pero no es un tema para tratar ahora."

Entonces, finalmente hablo:

 - "El pasado quedó atrás y solo pienso en el presente y el futuro de mi familia. Quizás más adelante haya tiempo para conversar esos temas, pero no ahora cuando la vida de mi padre está en juego. Aunque no lo crean o no lo compartan, me preocupo y estimo a cada uno de los presentes, cuido de cada uno como cada uno cuida de mi padre al participar en esta misión. Con ese sacrificio, interesado o no, se ganaron mi respeto y mi amor. Ahora solo importa eso y los fantasmas del pasado tendrán que esperar."

Miro a los presentes, indicando con mi mirada la sinceridad de mis palabras, en las que indico que todo lo que me importa en este momento es la seguridad de los presentes y la misión. No sé qué clase de cosas nos espera en este asunto, pero no me veré distraído por ningún asunto antiguo que pueda esperar.

Akintos terminó con su merienda, satisfecho en todo sentido.
La actitud pendenciera e irracional del hermano pequeño de la familia era cada vez más visible, un idiota ante hombres y dioses, sobre todo los segundos que los estaban vigilando desde tiempo atrás. Escupió a sus pies, maltrató a su hermana descaradamente y desafió a todos. El escudero tenía sus gruesas y horribles cejas en la mira, le hubiese reventado la nariz de estar juntos en una taverna. Pero se aguantó, apretó el puño y le devolvió una mirada torcida y una sonrisa desafiante.

Había agitado el nido de las serpientes y habían lanzado su ponzoña a todos lados. Incluso su general había puesto a Lykaios en su lugar.

La mano de Ischyros en su hombro lo hace reaccionar, así como sus palabras lo muestran como lo opuesto del pequeño matón Dareios.

- Por supuesto mi general - respondió a su mentor, devolviéndole la palmada al hombro de su amigo del alma y yendo a buscar agua para beber y lavarse las manos.

Después de salir del baño, sigo comiendo mientras escucho la interesante conversación que tenían Lykaios, Dareios, Hypatia, Akintos e Ischyros. Aquella conversación podía llevar a la perdición de nuestro grupo si no se cortaba y se dejaba para otro momento. No me interesaba participar, puesto que no tenía ninguna disputa con ninguno de ellos.

Permanecí allí, comiendo y esperando sin decir nada a que llegue el momento del juicio ante el Rey.

El jonio, una vez con la barriga llena y su cuerpo limpio, se colocó sus escasas vestimentas y fue junto a su hermano mientras no perdía detalle de la pelea fraternal que allí acontecía. Talios no entendía muy bien a qué se debía por ello le preguntó a Anatolius:

-Hermano, ¿sabes qué pasa con esos dos? ¿si son hermanos por qué se odian? -preguntó, pues teniendo en cuenta la relación con su mellizo no entendía qué podía afectarles para discutir así en un momento tan poco propicio como ese.

Por su parte, optó por no intervenir, ya el general había llamado al orden y no iba a intentar eclipsar al respetable Spyridon.

- Hermanos, no habléis así, no permitáis que la ira os consuma. Os estáis faltando el respeto y no está bien, sabéis muy bien que a padre ésto no le gustaría nada. Dareios, conmigo has compartido sentimientos, incluso sobre Ischyros, pero nunca habías destilado tanto veneno. Respira y contente, hermano, por favor.- Atreo se levantó de su asiento, pues él ya estaba comido, bebido y aseado, puesto que el día anterior ya había dedicado tiempo a asearse y no le había costado nada ponerse al día en cuanto a higiene personal. - El tío Theron e Ischyros hablan la verdad, así como la mayoría. Estamos aquí, voluntariamente, para cumplir una misión. Salvar a padre. Encontrar al asesino de madre. Buscar justicia. - 

Se puso junto a Hypatía antes de que se marchara, y junto a Ischyros, mostrando que poco a poco se recuperaba de lo sucedido. - Estoy con ellos. Todos hemos puesto nuestras vidas para el mismo objetivo, con lo que por mi parte, confío en todos. El general y tío Theron son quienes deben hablar, pues están al mando, y los demás seremos prudentes, más nos vale si queremos cumplir nuestra misión. - 

Atreo siempre había sido el que se llevaba bien con todos sus hermanos, independientemente de las relaciones entre ellos. A pesar de ser el más solitario, o quizá precisamente por serlo, sus hermanos y hermana siempre habían confiado en él, hasta el punto de poder revelarle secretos o confidencias personales, y el muchas veces silencioso Atreo se limitaba a escuchar, asentir y animar. Probablemente eso era lo que los demás apreciaban en él, su capacidad para escuchar a los demás. Ahora, sin embargo, con todo lo sucedido, parecía que Atreo dejaba entrever cada vez más su propia personalidad, sentimientos y pensamientos, algo a los que los demás no estaban excesivamente acostumbrados, de ahí que les resultara cuanto menos, chocante. 

Su hermana, tras escuchar de nuevo a Dareios, se fue al baño. Atreo cruzó una mirada con Akintos, a quien también apreciaba sobremanera, y asintió mostrándole también comprensión ante su paciencia. 

Hypatia fue la ultima en asearse, justo cuando la discusión empezaba a menguar, cuando las cosas parecían recobrar un orden de nuevo, un orden que realmente era falso. Y es que mientras afuera Mentor cantaba, y los cielos se desplazaban con normalidad, la verdad era que no había cohesión en el grupo, que no estaban aun preparados para la carga que habrían de llevar sobre de ellos; y sin embargo, tendrían que hacerlo.

Uno de los soldados abrió súbitamente la puerta llamándoles con voz fuerte y firme. -Se acabó el tiempo, quiero a todos fuera en un minuto- ordenó mientras junto a él se posicionaba una veintena mas de tropas, probablemente para escoltarles y mostrar superioridad y poder ante la audiencia que habría de presenciar el juicio.

La mayoría ya estaban completamente listos e Hypatia ya se estaba cambiando en el baño por lo que ya solo faltaba ella. Aunque lo cierto era que no estaban listos para el juicio pues si bien había una cierta aprobación a que los generales hablaran, no había un acuerdo sobre que hacer ante lo que el rey de Asine pudiera decirles, exigirles o preguntarles.

Con cierta seguridad en sus almas, el grupo ya aseado y con sus prendas lo mas adecuadas que se podía en aquel momento, avanzó saliendo del cuartel por las calles y plazas de la acrópolis, con rumbo directo al salón del rey, donde Karsten, rey de Asine les esperaba.

Despues de que Hypatia dijera la ultima palabra, escuché el canto de Mentor diciendo que no nos fiaramos del juicio del rey, odiaba a los micenicos todavia mas que su hija. Transmiti las palabras del Búho de los dioses al resto del grupo para que hubiera cohesión en el grupo pero eso era algo que no conseguirian ni las palabras de los dioses.

Para cuando terminé de hablar, entró un soldado dorio haciendonos salir fuera y llevarnos ante el rey para someternos a juicio.

En el camino observé la gran cantidad de soldados que habian a nuestro alrededor. Era claro que nos matarian a todos si intentabamos algo para escapar, asi que les hice señas a mi hermano y a los jovenes guerreros del grupo que no hicieran ninguna estupidez.

El grupo de once héroes, tras el recorrido a través de la acrópolis en el que siempre estuvieron escoltados por los soldados dorios, se adentró en una alta edificación en el extremo contrario de la montaña rocosa donde se asentaba la acrópolis. Dicha edificación era el palacio de Asine, hogar del rey Karsten y su familia.

Fueron conducidos directamente al gran salón y presentados en el centro del mismo con la veintena de soldados dorios rodeándoles y con la casta gobernante frente a ellos. Había pocos presentes, todos claramente figuras políticas, sociales y militares importantes dentro del circulo gobernante de la ciudad. Nadie les miraba de forma amistosa y todos cuchicheaban cosas que no llegaban a oír, pero que seguramente no eran alargadoras, e incluso hubo quienes soltaron alguno que otro insulto o maldición dirigido hacia ellos. No eran bienvenidos, eso tenían que tenerlo muy claro.

Frente a ellos se alzaban seis figuras, en el centro de todo se encontraba el rey de Asine, Karsten, un hombre claramente curtido por las batallas y de apariencia temeraria y poco amistosa. A su lado había dos asientos vacíos que se ubicaban a una misma altura al uno del otro, señal de igualdad en poder, mientras que un tercero se encontraba mas a la izquierda y tenía menor tamaño. Dos de estos estaban vacíos, pero el otro, uno de los que estaban a una misma altura, si estaba ocupado, y la sorpresa de todos los héroes fue que quien allí se encontraba era la princesa misma, pero no como la habían conocido antes, si no como contaban las leyendas que llegaban hasta Micenas; tal como si la hubiesen cambiado o hubiese renacido así unos instantes atrás.

Era la misma mujer, de eso no cabía duda, pero su aspecto, su porte, su figura, …, su sonrisa. Esa princesa era radiante, era feliz, su belleza era imposible de negar y se veía potenciada por su porte y su bello atuendo en tonos claros y brillantes. Nada, absolutamente nada similar a lo que antes habían visto en las mazmorras.

Fue tal el impacto que pocos repararon en las otras cuatro personas que se ubicaban en los costados y que seguramente eran los consejeros, administradores y lideres militares del lugar. Y tampoco repararon en que a su derecha, algo lejos de ellos y con dos guardias a cada lado, se encontraba Ifianasa, tranquila y sin señales de violencia física.

Levantándose de su trono, el rey Karsten se puso en pie y les dirigió la palabra.

-Bienvenidos heraldos de Micenas. Se que mi atención no ha sido la esperada para un rey que les recibe, pero su llegada nos ha tomado por sorpresa, y la forma en que han entrado a la ciudad a sido sospechosa. Aunque espero todo sea solo un malentendido que puedan explicar mas tarde. Ahora es momento de algo mas importante. Su sacerdotisa ha hablado conmigo, me ha dicho que hacen aquí y me ha entregado el mensaje y el jarrón que envía como obsequio el rey Alameo. Y sin embargo aun no me queda claro que hacen aquí. O dicho de otra manera, que hacen exactamente ustedes aquí, por que ustedes.

La joven sacerdotisa me ha afirmado con gran devoción que la mismísima Hera les ha enviado a ustedes, pero no es que no crea en sus palabras, si no que no logro entender por que han partido en una primera instancia, por que el rey no ha venido en persona o ha enviado a alguien, de mayor importancia- exclamó señalando a Dareios e Hypatia, que prácticamente solo eran niños.

-Respondedme, ¿por que están aquí?. Respondedme personalmente cada uno de ustedes, ¿por que están aquí?. ¿Que buscan de mi y de mi reino?-.

Atreo, impresionado a su pesar por la magnificencia de lo que estaba viendo, mantuvo la cabeza gacha cuando entró en aquel edificio de hombres por encima de la media, de líderes que, con sus decisiones, movían ejércitos o daban de comer a miles de personas. Ignoró cuchicheos e insultos, esperando tales al ser del bando contrario, para eso un soldado siempre estaba preparado.

Al no querer darles el gusto de verlo cabizbajo, finalmente levantó la cabeza de golpe e irguió el pecho. Por eso el impacto al ver a la princesa fue mayor. Se quedó boquiabierto, mirándola embelesado y sin saber qué hacer o decir, a pesar de que el Rey, un hombre que con su apariencia y actitud demostraba que estaba hecho para el mando, les conminó a responder a sus preguntas individualmente.

Les daba la oportunidad de hablar a todos y cada uno de ellos.

Atreo permaneció en silencio, contemplando arrobado a la Princesa.

Consigue salir del aseo antes de que los soldados decidan entrar en él para buscarla. A pesar de la situación, tener un buen baño hace que se sienta revitalizada y limpia. Aunque la perspectiva de encontrarse cara a cara con el rey de Asine no es que la anime en demasía. Y más sabiendo que el rey Karsten no es amistoso para con ellos. Ese juicio no es más que una pantomima para poder matarles sin dar más explicaciones. Al fin y al cabo, eso es lo que también espera el rey Alameo.

Al recorrer la sala con la mirada, se detiene en la princesa. Tan diferente a la persona que vieron en las mazmorras... son iguales, pero completamente opuestas. Se le pasa por la cabeza que la princesa que hay frente a ellos, en un puesto de honor, es una persona diferente a la que vieron. La forma de sonreír o de moverse. Quizá sean hermanas... hermanas gemelas... piensa antes de prestar atención al rey Karsten una vez empieza a hablar.

Se mantiene en un segundo plano, en todo momento, aunque no pasa desapercibida a la mirada del rey. La señala directamente a ella y a Dareios mientras expone su discurso y no le niega que ella también vería extraña esa comitiva. Pero, ¿le puede decir el motivo real de su presencia?

Se siente perdida ante la presencia de todas esas autoridades dorias. Espera a que el general Spyridon hable primero, como han quedado. Aunque el rey pregunte de forma personal.

Después del breve descanso para asearnos y comer un poco, nos llevan hasta el salón donde el Rey Karsten nos recibe. Sus palabras son respetuosas, a pesar de que es obvio que no somos bienvenidos en este lugar y que no tendremos ni una sola opinión a nuestro favor entre sus consejeros pues somos extranjeros y enemigos.

Pero lo que nos dice no es nada descabellado y, exigiendo que cada uno responda, pienso que quizás deba decir cosas acerca de mi padre y su juicio:

"Pero el General Spyridon dijo que había que omitir aquellos detalles. No sé si sea provechoso pues no es algo de lo que debamos avergonzarnos pero, estoy seguro de que Karsten debe tener algún espía en Micenas y el asunto del juicio no le habrá sido desconocido por lo mediático que fue. Omitir eso puede ser tomado como una ofensa."

Pero, esté o no a favor, mi trabajo es seguir órdenes y guardo silencio, esperando a que sea Spyridon quien hable. Sé que, como dijo el Rey, todos tendremos que hablar, pero prefiero que sea el general quien comience y marque la línea de lo que debemos o no mencionar.

El gran momento había llegado, estaba ante el Rey y de las palabras que pronunciase ante él dependería el éxito o fracaso de su misión. Aplaudía el que el Rey instara a hablar a todos, pero comprendía que sus palabras deberían ser las primeras. Observaba a sus compañeros a la vez que notaba sus miradas pendientes de él.

- Majestad. - Se inclinó respetuosamente ante el Rey - Es para mi un honor ser recibido en su corte y espero que nos considere unos simples mensajeros que vienen en son de paz.

- Venimos como heraldos del Rey de Micenas. Soy el general Spyridon y he estado en muchas batallas al servicio de mi rey. Cualquier orden que éste me de será cumplida por mi y por mis hombres sin dudar. La orden de mi Rey fue entregarle en mano la carta que nuestra sacerdotisa ha estado custodiando, cosa que ya hemos hecho si su majestad ha tenido oportunidad de leerla.

- Mis órdenes además incluyen custodiar a la princesa en nuestro regreso a Micenas.

- Habéis hablado acerca de nuestras motivaciones personales en este viaje, y es cierto que existen. La primera es que esta unión podría ser un gran paso hacia la paz entre nuestros pueblos. La segunda corresponde a la vida de un gran amigo que depende del éxito de esta misión.

- Durante el camino hemos sido agraciados con la visión de algunos dioses del olimpo que han confirmado la importancia de nuestra misión. Nuestro destino está en sus manos.

- Os ruego leáis la carta y aceptéis la propuesta de mi Rey, muchas vidas están en juego según vuestra respuesta.

Ebalo se dejó llevar como el resto por el camino hacia el gran salón, el bello espartano saludó descaradamente a todos aquellos que se quedaban mirándolos, les sonreía a ellos y lanzaba guiños a ellas. De un tiempo a esta parte Ébalo actuaba como un héroe, puede que sea el que más se lo creía o por lo menos actuaba como tal. Las leyes de los hombres hay que respetarlas, siempre entendiendo que los humanos tienen errores y hacen leyes imperfectas. Cuando tenía una misión de un Dios, las cosas toman otra dimensión.

El juego es, si todos a tu alrededor tienen los ojos tapados y tu abiertos, haces como que los tienes tapados para no destacar o te liberas y dejas ir. Digamos que Ébalo tiene un ojo destapado, nunca ha sido muy serio con las responsabilidades mundanas y ahora mucho menos. Sólo le tiene miedo a los dioses. Y a perder su escudo para siempre. ¿Dónde estará? es una pregunta que acude a su mente a menudo.

Cuando el rey pregunta, parece que quieres una respuesta sincera e individual, así que responde después del general, con su voz potente y hablando con cadencia, atrayendo la atención.

- Hablo con libertad, pues libre soy, y diré mi verdad- sonrió mientras intento no parecer muy duro- El rey, a una familia intentó decapitar, mandando a su cabeza de familia a ejecutar. Sólo una salida les dejó, llevar un mensaje a otro rey y desde su trono observó- se golpeo el pecho- como mercenario y poeta, ebalo se apuntó, a una empresa complicada, porque la guerra enquistada, relaciones entre reinos truncó, para salvar una vida me uní, y por eso, me hallo aquí.- Parece que no va a decir más cuando añade- buscando justicia encontré gloria, y el amor hallé en la trayectoria, ahora embriagado con la fama ilusoria, ansío poder cantar a toda Grecia esta increíble historia.

Talios empezó a andar un poco de mala gana en cuanto los soldados le obligaron... Le hubiese encantado demostrarles a esos guerreros dorios cómo se lucha de verdad, pero por desgracia no había tiempo para eso, su vida estaba en juego al igual que la del resto del grupo.

Así pues, en cuanto llegaron al gran salón contempló que no iban a gozar de una visita privada, no obstante, en cuanto el rey habló lo hizo con respeto, algo que no se esperaba el gigante, pues tras el consejo de su hermano se esperaba un recibimiento mucho más hosco, pero quizás sólo fuera una farsa, y aquel rey un gran actor...

Sin embargo, otro asunto que le desconcertó fue ver a la princesa de Asine tan tranquila y relajada ante su recibimiento, algo que le chocaba mucho pues el día de antes deseaba matarlos con todo su ser "¿Puede que no fuera la misma o es que es igual de falsa que su padre?" sea como fuere lo averiguarían pronto, o eso esperaba.

Por último, en cuanto su "anfitrión" les conminó a hablar, el mercenario guardó pacientemente su turno como habían acordado, e iba a proceder a hablar escuetamente sobre su situación, que era un tanto diferente a la de la familia; no obstante, al ver la notoria elegancia de los versos del espartano, se sentía un tanto bobalicón si explicaba su situación de una forma un tanto más vulgar, por lo que sin verse con la dialéctica necesaria, optó por esperar a que su hermano hablara primero, que por algo él es el más listo de los dos, y luego él se dedicaría a confirmarlo escuetamente; algo con lo que estaba acostumbrado y con lo que se sentía cómodo, todo sea dicho.