Partida Rol por web

Lo conseguido ya era mucho más de lo que Spyridon esperaba del Rey. De momento tendrían un aposento digno y una prueba que superar para poder tener una audiencia en condiciones.

El que el Rey pudiera suponer que podía poner a quien quisiera al mando del grupo tampoco era algo preocupante. Conocía a sus hombres y su lealtad y los hijos de Ptolomeo nunca habían estado realmente bajo su mando. En ese aspecto no iba a discutir.

Todo estaba dicho. Spyridon hizo una inclinación cortés hacia el rey mientras esperaba que les guiasen. Había que comer, asearse y descansar para la próxima batalla.

El gigante asintió ante la sentencia real, sabía que conseguir el compromiso de la princesa tan pronto iba a ser difícil, pero tenía que intentarlo, pues para eso habían llegado hasta aquel lugar; al fin y al cabo, si no cedía aún, ya conseguirían que así fuese, pues al fin y al cabo tenían a los dioses de su parte...

No obstante, alegrándose de que ese mismo día conseguirían una buena comida y un alojamiento más que aceptable, de nuevo procedió a intentar aprovecharse de la infravaloración de Karsten hacia ellos, diciendo pues:

-Entonces su majestad, para que todos los aquí presentes admitan que nuestra próxima muerte no está influenciada en absoluto por vuestra acción -expuso dejando clara su premisa- ¿podríamos echar un ojo a vuestra armería? muchos de nosotros tenemos el equipo gastado por el viaje, y enviarnos a una muerte segura en estas condiciones es tan criticable como el hecho de enviarnos desnutridos -concluyo intentando conseguir alguna arma nueva o equipo, pues si tanto le preocupaba al rey quedar libre de culpa, quizás pudieran aprovecharse en su favor.

Tras ello, miró a sus compañeros, y luego a su hermano para que insistieran en dicha idea, pues estaba claro que las dotes de Talios no eran linguísticas...

Parece que todo está decidido. La sentencia ha caído sobre ellos. Sin duda, criminales por algo que no han hecho. Están recorriendo el mismo que su padre: condenados por un crimen que no han hecho y solo está en manos de los dioses que no sean considerados criminales de por vida. Si no consiguen superar esa prueba, sus nombres quedarán manchados para siempre. Incluso sus almas inmortales lo estarán.

-Yo... desearía retirarme a descansar, si es posible, Majestad.

Con su historial de casi morir en todos los encuentros que han vivido en esos pocos días, quizá no viva para ver un nuevo día tras la confrontación con Carakginius. Además, ya no hay nada más que añadir y ella no ansía armas nuevas. No sabría que hacer con ellas y su arco es nuevo. ¿Servirá de algo el arco contra el centollo gigante? Quizá no... y sus lobos tampoco parece que puedan ser de mucha ayuda contra esa criatura marina...no es lo mismo atacar a un hombre que atacar a un monstruo.

Si alguien pensaba que la sentencia iba a desarrollarse se otra manera, se equivocaba. Los viejos odios nunca habían terminado, dirigiendo esta pantomima a una ejecución disimulada, y ejecutada por parte de algún tipo de ser mitológico que asolaba estas tierras y que nadie había podido vencer.

- Sea pues rey Karsten, viviremos o moriremos por la fuerza de nuestros brazos y la voluntad de nuestros corazones. No había nada que realmente necesitara, pero podía forzar la palabra del rey ante lo que había dicho. - Si su majestad tuviese a bien, me gustaría que Ifianasa se reuniese con nosotros para preparar nuestras almas ... por el improbable caso de que el centollo fuese el que saliese triunfante.

No solo esperaba que diese el consuelo que solo los tocados por los dioses pueden dar, sino que esperaba que pudiese aclarar parte de lo que pasaba en este reino y si había descubierto algo que a nosotros se nos escapase.

El rey deja en claro su posición y eso es algo inapelable, por lo que estoy seguro que lo mejor no es discutirle. Ahora lo importante es dedicarnos a descansar, preparándonos para la batalla que nos viene y que ha de determinar tanto nuestra supervivencia como el destino de nuestro padre.

Respondo en voz alta al Rey de Asine:

 - "Así será entonces, su Majestad. Yo, Ischyros, hijo de Ptolomeo, derrotaré a aquella bestia junto con mis compañeros, para demostrar que los dioses están de nuestro lado y que el Olimpo no nos abandonará en la hora más oscura."

Me quedo atento a la petición de Talios, que es atrevida pero útil. Portar una segunda espada larga de Ificrates me daría una capacidad mucho mayor para acabar con el enemigo, pero no sé si Karsten estará de acuerdo. Permanezco callado, pero al lado del Ateniense, prestando mi apoyo a sus palabras e intenciones.

Mi hermana indica que solo quiere descansar mientras que mi tío quiere que se nos reúna con Ifianasa, a lo que estoy muy de acuerdo pues extraño a mi amiga y debo agradecerle pues, considerando como nos ha tratado el rey, sin la intervención de ella hubiésemos sigo ensartados en nuestras celdas sin siquiera recibir una palabra a cambio.

Realmente poco le importaba a Akintos la soberbia y posición inamovible de Karsten, era realmente algo de esperar del mayor enemigo de su pueblo. Incluso si Zeus descendía desde las nubes tormentosas a decirle que éramos sus iguales, seguiríamos estando lejos y jamás seríamos sus iguales como Talios pretendía. Y todo ello era correcto, era el orden del mundom impuesto por dioses y hombres. Pero su tarea iba mucho más lejos, incluso más que la lascivia que despertaban aquellas doncellas de clase noble en el joven escudero.

No pretendía forzar la valuntad del rey, sin embargo la bocota de Talios dijo algo muy apetecible: mejores armas, para él, conseguir un escudo hoplón había sido su deseo por mucho tiempo. La combinación de una rápida dori como una cabeza de serpiente férrea con la defensa de un muro imbatible formado por un hoplón era algo que admiraba como las armas del hoplita perfecto. Se sonrió ante la idea de conseguir aquello, sin embargo ya había hecho su pedido y este había sido concedido. Hasta ahí había llegado y cualquier cosa que llegase luego serían agradecidos regalos.

Alimento, cobijo, descanso, luego sus armas en la playa para demostrar de lo que eran capaces ante el pueblo Ansine. Imaginaba su nombre haciendo eco en las historias de los poetas y las tragedias de los dramaturgos. Se permitiría soñar, incluso derrotando al enemigo en un acantilado y hacer que su apodo tuviese más sentido.

Se inclinó, humilde - Gracias noble rey por vuestra generosidad -

- ¡Y yo Atreo, segundo hijo de Ptolomeo, cazador aguerrido y sagaz, prometo dar muerte a ésa bestia, junto a mis hermanos, y así probar que no somos delincuentes, si no enviados de los mismísimos Dioses!. - dijo Atreo, al lado de Ischyros, apoyando su alegato.

Cuando el Rey les concedió aposentos y comida, Atreo recuperó gran parte del ánimo, pues nubes funestas se habían emplazado en su corazón, y poco a poco se levantaban.

El Rey Karsten les animó a pedir algo para su lucha del día siguiente - Peces, majestad. Grandes y gordos peces, tres o cuatro canastas, si puede ser. Me gustaría llevarlos mañana conmigo, si os parece bien. Y un carcaj lleno de flechas, de punta de metal afilado, por favor. - pidió Atreo.

Quizá fuera una solicitud extraña, y quizá por eso se la concedieran sin problemas. Él tenía su arco, pero no sabía si disponía de munición suficiente...y dudaba que el Rey les proporcionara armas mejores que las que ellos portaban.

Quizá si vencieran....

Ébalo intentó que no se demostrase demasiado que estaba que saltaba de regocijo, El optimista espartano siempre ve el vaso medio lleno, y frente a una posibilidad alta de perecer frente a lo que parece una especie de crustáceo gigante, al menos lo hará liderando a los héroes. Tendrían toda la noche para descansar y prepararse, esperaba que hubiera papel y lápiz, pues tenía que escribir algún discurso antes de lanzarse al combate. Nada serio, apenas 20 páginas serían suficiente para poder expresar todo lo que se necesita antes de semejante reto.

El espartano toma el liderato sobre la marcha, en su alegato final, para su regocijo interno y para fastidio de los más veteranos. Aunque sabe que todo es una farse, la hará mejor que nadie.

-Como puede comprobar listos mis hombres parecen estar, que con armas micenas quieran al monstruo exterminar, es algo lógico dada su fama de templado acero y de fácil clavar- intenta abarcar a toda la audiencia- Nuestro rey ha sido muy generoso en su actuar, nos da la oportunidad de nuestra alma salvar- bajo el tono para ir subiéndolo- de misiones imposibles nos estamos llegando a especializar, así que lucharemos, por la justicia, la fe y la verdad enarbolar, pero sobretodo lucharemos porque sólo sabemos ganar.

Las otras peticiones ya me da un poco igual, y quizás aquí no es el momento, pero todos están pensando en cómo afrontar el desafío de la mejor manera. Yo por mi parte deberé descansar lo máximo posible y rezar a mi dios para poder estar lo más fresco y solicitar su ayuda que seguro necesitaremos.

Las ultimas palabras de muchos fueron lamentables, y las de Ebalo solo acabaron por hacer estallar en burla al rey Karsten, que si bien hasta ahora se había mantenido a la ofensiva, en ningún momento se había burlado de ellos, aunque quizá si menospreciado, pero con cierta justa razón, pues no les conocía.

-Estos son los Héroes de Micenas- esgrimió con sus palabras en claro sarcasmo mientras reía y les señalaba, generando que todos los presente rieran con él. La burla siempre era incomoda, pero en una nación ajena, donde llegaban como prisioneros, siempre era un filosa daga en el orgullo. Quizá, la mañana siguiente podrían quitar todas esas burlas de sus caras.

-Los Héroes de Micenas, favorecidos por los dioses, no tienen armas con las que combatir. Verdaderamente lamentable- exclamó el rey continuando con la burla. Sus hijas por su parte, actuaban de nuevo de forma distinta. Melani se mantenía sería, como si ya solo esperase el momento de sus muertes; Haidee reía copiosamente, imitando lo que hacían todos los otros nobles; mientras que la mas pequeña de todos seguían observándoles con curiosidad, como si quisiera entender quienes eran realmente.

-No, no habrá armas para ustedes mas que las que han traído ustedes mismos. Me han contado grandes hazañas y espero estás estén mas allá de una simple lanza de mi arsenal. En cuanto al pescado, entiendo que quieran rendir tributo a Carakginius para salvar sus vidas, no obstante tengan por seguro que eso no será suficiente para saciar su hambre, lo único conseguirán es atraerlo hacia ustedes. Pero si eso quieren, denlo por hecho. Unos cuantos pescados no supondrán diferencia, y contribuirán al espectáculo- señaló aun con sarcasmo.

-Los dioses obran de formas misteriosas, y nuestra mortalidad no permite comprender sus designios- habló Ifianasa con cierta firmeza y seriedad en su voz, pero con la vista fija en sus amigos y no en el rey, como si quisiese evitar su mirada.

-Como mortales intentamos alcanzar nuestras metas a toda costa, con cualquier medio que esté a nuestro alcance, errado o certero. Pero son los dioses quienes forjan el camino a la victoria, y solo ellos determinan que es errado y que es certero. Burlarnos de su obra es igual o burlarnos de ellos mismos- sentenció la sacerdotisa.

Melani reaccionó rápidamente y señalando a la sacerdotisa, empezó una palabra con fuerza en su voz, que se vio rápidamente ahogada por la dura reprimenda de su padre, quien sin dudarlo la golpeo con brutalidad con el dorso de su mano derecha. El silencio se hizo de nuevo en aquel lugar, señal del miedo que se le tenía y guardaba al rey Karsten.

-Solicito, gran rey de Asine. Se me permita unirme a mis compañeros y combatir mañana con ellos. Si Hera no está con nosotros, mi muerte servirá como sacrificio a sus designios- claramente había un cierto desafió en sus palabras, pues el rey no podía impedirle luchar, pues prácticamente sería contradecir a una diosa. Y si Ifianasa sobrevivía prácticamente estaba estableciendo ante todos que sería por los designios de Hera. La sacerdotisa jugaba con la misma estrategia empleada en Micenas, pero esta vez, Hera estaba completamente de su lado. Y no obstante, eso no les garantizaba la victoria.

Un sonora exclamación de asombro se gesto a los pies del rey, entre los nobles que allí se encontraban, justo en el momento en que la sacerdotisa solicitaba luchar. La voz provenía de la joven princesa Ava, quien astutamente esquivo la mirada reprobatoria de su padre y se ocultó entre los presentes.

-Se hará como Hera designe. Si la sacerdotisa desea sacrificarse a la diosa, no hay nada que pueda impedirlo-. Respondió el rey aprobando la solicitud de Ifianasa, o mas bien, confirmándola.

-Marchaos entonces, mañana será un día difícil. Les aconsejo descansar. La sacerdotisa puede reunirse desde ya con ustedes. Mis hombres les escoltarán hasta sus aposentos y ellos mismos les ira a buscar en la madrugada, antes de que el sol despunte. Ese será el momento de su juicio- sonrió, al tiempo que ordenaba a sus hombres escoltarles.

Querían una prueba y ahí la tenían, para bien o para mal. Todo se había torcido y según ese rey habían sido engañados, aunque algo le decía que estaban siendo engañados en ese momento, ¿pero qué podían hacer? Era enfrentarse a ese monstruo o morir casi seguro, y siempre había que aprovechar las oportunidades por remotas que fueran. Y las palabras del rey venían a decir que, mataran o no al centollo gigante, seguiría siendo rey y haría lo que quisiera; y las palabras de poner a Ébalo al mando si le sorprendieron. No se fiaba de sus capacidades de mando, no como lo hacía con Spyridon.

Las risas fueron una puñalada en el orgullo de Lykaios, pero sabía que no debía de entrar al trapo, tenía que mantener su cabeza fría pues era la única ventaja que tenía frente a sus compañeros y otros luchadores.

Miro a Hypatia cuando dijo que se uniría a ellos, lo cual podría ser o una tontería o una gran ventaja pues Hera respondía a sus plegarias.

-Con su permiso, Majestad -dijo antes de hacer una reverencia y de esperar poder irse para descansar y enfrentarse al día siguiente a ese ser. Estaba cansado de toda esa cháchara sin sentido que solo había servido para que ese rey se riera de ellos a gusto. 

Se sentía como un bufón y no le gustaba nada.

No le gustó nada el tono de la respuesta del Rey, y aún menos las carcajadas que, a costa de él y los suyos, se estaban pegando todos los nobles allí reunidos. Su cara se ensombreció y miró alrededor, odiando a todos y cada uno de ellos.

- Mañana, cuando matemos a nuestro enemigo, no reiréis tanto. - pensó, pero en lugar de abrir la boca y empeorar la situación con una respuesta mordaz, se mantuvo en silencio.

Realizó una ligera reverencia, sin saber si realmente se debía hacer así o no, y esperó que los soldados les acompañaran hacia sus aposentos. Tenían una gran oportunidad delante de ellos, e indudablemente los Dioses seguían apoyándoles. Ifianasa habló y todo quedó sentenciado. Ellos recuperaban a su sacerdotisa y el Rey tendría su espectáculo, pues él no dudaba lo que era ésto para el mandamás de aquel reino.

Se colocó al lado de su querida y amada hermana, Hypatía, y la cogió discretamente de la mano, apretándosela con fuerza pero sin llegar a hacerle daño. - Tranquila, mañana venceremos. - le dijo en voz baja, dedicándole una sonrisa muy sincera. A su hermana la amaba, pues de todos, incluido Ischyros, era la que más cercana a él se había mostrado siempre, e igual que él daría la vida por su padre, también la daría por ella, sin dudarlo.

Spyridon no compartía la actitud de algunos de los miembros del grupo. Mostrar debilidad o pedir favores a un Rey que hasta ahora se había mostrado de forma adversa no entraba en sus planes. Era un general de Micenas y no iba a someterse fácilmente.

No necesitaba más del Rey, con un saludo marcial esperó que les llevaran a su lugar de descanso.

El rey responde de manera burlona a las peticiones de mis compañeros, pero le resto importancia pues no es algo que no esperaba. De hecho, me habría sorprendido mucho que nos brindara algo más que la simple oportunidad de demostrar nuestros dones y el apoyo de los dioses. No me importa y mucho menos molesta pues sé que sus bocas serán cerradas por actos y no por palabras.

Ifianasa pide ir con nosotros y agradezco mucho que se le permita. Lo más extraño es que no me gusta ver como golpea a una de sus hijas, a pesar de que es una joven que nos odia con toda el alma. Puede que sea porque la considero frágil y no me gustan los abusos a los débiles... o puede que solo sea porque es hermosa y soy un idiota.

Le hago una reverencia respetuosa al Rey pues, a pesar de todo, se ha comportado como un digno rey. Le respondo con la cabeza baja:

 - "Ha sido un placer, su Majestad. Mañana a esta hora, lo será aun más."

Espero a que nos lleven a nuestros aposentos en calma. Ya no hay nada más que podamos hacer aquí que no sea arruinar más nuestras relaciones. Espero con calma a la escolta y nuestro movimiento mientras no puedo evitar pensar cuanto desearía que Alameo fuese un rey como Karsten.

Akintos no necesitaba ver esa faceta burlona del rey, de cierta forma, su admiración por el monarca había mermado un poco. Aún así, se mantuvo espectante y respetuoso, agradeciendo la presencia de Ifianasa en la prueba, por ellos, pues era quien más contacto y conocimiento tenía con el Olimpo, y por su hermano Ischyros que seguro la extrañaba.

Prefería que ella estuviese protegida por las oxidadas armas micenas que habían traido ellos a dejarla en manos de mil lanzas dorias.

Atreo se coloca a su lado y le coge la mano para reconfortarla. Asiente a sus palabras, pero no puede deshacerse de la sensación que quizá no todos logren salir victoriosos de esa nueva batalla. Y muchas papeletas van para ella. No es un soldado o un mercenario, como todos los demás. Si ha sobrevivido hasta ese momento, es por la acción de los dioses. Quizá la próxima batalla sea tentar demasiado a la suerte.

Le devuelve el apretón a su hermano. 

Era de esperar que el rey menospreciase nuestras peticiones, sus palabras mordaces y sus risas crueles demuestran lo que ya sabíamos, estábamos entre enemigos. Me sorprende que Ifianasa decida dejar la seguridad que la correspondía como sierva de los dioses por luchar junto a nosotros, moriríamos o viviríamos como grupo. Tras esto no tenía mas que añadir, aunque me cuesta reprimir el impulso de atravesar el torso del rey con una lanza.

Sin mas que decir, el grupo se marchó del salón del trono de Asine. Atras quedaban los Dorios entre murmuraciones, risas y pronósticos. Aquella noche habría apuestas y festejos, de cierta forma en su honor, aunque lo mas probable es que todos los diesen por muertos.

De hecho, cuando Ifianasa, sacerdotisa de Hera dejó su lugar para unirse a sus compañeros que ya eran escoltados a la salida del salón, otras sacerdotisas se inclinaron ante ella mostrando respeto y veneración, aunque sus rostros tristes daban a entender de que para ellos, Ifianasa se había ofrecido en sacrificio. Nadie consideraba que pudiesen ganar, quizá, se estaban confiando demasiado y aquel ser al que se le conocía como Carakginius no era un simple centollo de gran tamaño. De hecho, ni siquiera habían preguntado que tan gran era.

El grupo conformado por los doce héroes, de nuevo reunidos, fue llevado hasta el edificio de la guardia de la acrópolis, el lugar donde habían sido llevados en un inicio tras ser liberados de la prisión. Eran escoltados por una veintena de hombres y muchos Dorios presentes en la acrópolis les miraban al pasar con suma curiosidad, probablemente el rumor ya se había esparcido o bien estaba en proceso.

Conducidos por el interior de aquel conjunto militar, fueron llevados hasta una gran habitación donde tenían todo para descansar; incluyendo un amplio y cómodo baño donde podrían recostarse y descansar.

Al cabo de unos pocos minutos, llegaron varios sirvientes trayendo comida digna de un banquete. Había guisados, diversas frutas, ensaladas, suficiente pan como para alimentarlos en todo un viaje, quesos, cremas y demás platillos. A la par tenían agua en abundancia, tanto de lima como natural. A su vez les habían traído vino, que si bien no era fino, si era agradable al paladar y había tanto como para que un par de ellos se emborrachasen tanto como para no levantarse en dos días.

Fue Ifianasa, la que se mantenía pensativa y preocupada la que les advirtió acerca de ello. -Cuidado con los alimentos, el rey Karsten no nos quiere vivos, aun con los dioses de nuestro lado, no dudará en ayudarnos a perder. No creo que haya envenenado los alimentos pues estaría ofendiendo a los dioses, pero seguramente no has ha dado todo esto para que bebamos y comamos tanto que no podamos estar mañana en condiciones de luchar.

La noche estaba ya en plenitud. Afuera, sobre una torre de vigilancia se encontraba Mentor cantando, al parecer siempre se mantenía cerca de ellos, quizá ahora podría ser útil que Anatolius le pidiese consejo, pues si algo era claro ya era que el búho no era un guerrero, pero si era sabio.

-¿Alguien sabe a que nos enfrentaremos? He escuchado algunos rumores, y no creo que sea prudente enfrentar a esta bestia sin un plan-. Expresó la sacerdotisa con una mirada fija en los generales, como pidiendo asumieran el mando y no les dejasen caer.