Partida Rol por web

- Sé lo que estás haciendo.

El hombre cerró la puerta, dejó su sombrero en el perchero y se quitó la gabardina como si no la hubiera escuchado. De reojo vio un movimiento en la entrada de la cocina. El pequeño estaba por allí, siempre acechando como un ratoncito.

- Te he seguido. Pedí un taxi y te seguí cuando saliste de casa. Dime ¿quién era esa que te esperaba en los jardines del centro? 

Sonrió. Así que la había encontrado las agallas para enfrentarse a él. Avanzó hacia el centro de la cocina y, con una soltura aterradora, le cruzó la cara a la mujer con tal violencia que la tumbó en el suelo.

- No vuelvas a seguirme.- dijo tranquilamente mientras abría la nevera para coger un cartón de leche - Si vuelves a hacerlo te encontrarán flotando muerta en los muelles.

Se sirvió un vaso, devolvió el cartón a su sitio y cerró la nevera con el pie. En el suelo la mujer sollozaba llevándose la mano a la cara ensangrentada. 

- No te lo volveré a repetir.- dijo él mirándola fijamente - Creo que sabes que no miento ¿verdad? Nadie te echará de menos aquí. Así que no seas tonta: disfruta de esta vida y no me molestes.

Los sollozos callados de la mujer se mezclaron con la tranquilidad del ruido de él al beber. Cuando acabó dejó el vaso en el fregadero y lo limpió diligentemente.

- Busca algo en lo que entretenerte. Algún hobby. Quizás una asociación de lectura o alguna de esas tonterías que hacías antes. Busca un amante si quieres. Si necesitas pagarlo tienes dinero de sobra en la cuenta. Compra cosas. No te pido nada más que una cosa a cambio: no me molestes y cuando te llame para algún evento vienes con el niño. En el fondo eres una mujer afortunada: muchas matarían por estar donde estás tú. 

El hombre se dirigió hacia el salón. De entre las sombras surgió el niño, que corrió a abrazar a su madre.

- No pasa nada cariño... todo saldrá bien.- le mintió ella.

9:40, Lunes. Comisaría central de policía.

El grupo de homicidios estaba reunido en el despacho del comisario Robledo, lo cual significaba que algo gordo estaba pasando. El comisario no reunía a todo el equipo a la vez salvo que hubiera un motivo importante. En estos momentos miraba por la ventana con su habitual gesto de malhumor. La verdad es que nadie había visto nunca sonreír a Robledo pero la cara del comisario en aquellos momentos era lo más parecido a la furia de Dios que alguien podría imaginarse. Miraba por la ventana como si culpara al lluvioso día de enero de todo lo que estaba a punto de pasar. Cuando los cuatro agentes estaban en el despacho cerró la puerta y fue directo al grano.

- Tenemos un homicidio de esos que le encanta a la prensa. A la víctima le han arrancado el corazón.

Y como Robledo nunca había sido un poeta ni solía usar sentidos figurados estaba claro que la cita había sido textual.

- El testigo la encontró en su apartamento a las 9:05, cuando iba a recogerla. Llamó de inmediato a emergencias y tenemos a dos agentes de patrulla acordonando la puerta del apartamento y atendiendo al chico. Al parecer es el asistente personal de la víctima. No tengo más información pero quiero os pongáis de inmediato con esto, antes de que las ratas de la prensa puedan siquiera olerlo. Ésta es la dirección, en la calle San Bernardo, transversal a la Gran Vía. 

Patricia entró al despacho de Robledo masticando un apio. Lunes de por medio solía comenzar una nueva dieta, que al llegar al viernes ya había caído en el olvido, pero ello no la hacía desistir en querer bajar esos quilitos de más que la acompañaban desde hacía tiempo.

Sonrió a sus compañeros -normalmente estaba de buen humor y solía encarar la vida con optimismo- y apoyó su trasero contra el marco de una de las ventanas, para sentir el sol en su espalda, cosa que le encantaba. No se preocupó por si el jefe la miraba mal. Ella se movía en el departamento con bastante informalidad, dejando que de la etiqueta se encargaran oficiales más serios y estructurados.

Mientras el resto se acomodaba, activó en su móvil un programita para grabar la conversación. Con el tiempo había descubierto que aquel método le resultaba más práctico que ir tomando notas y de esa manera, no se perdía de ningún detalle.

La explicación fue escueta. Aunque Monteros se había imaginado que el caso era grave, por la reunión, no esperaba encontrarse con aquel crimen tan macabro. Sus compañeros parecían tan perturbados como ella, pues el silencio inundó la sala tras las palabras de su jefe.

La mujer hizo a un lado sus cavilaciones y prejuicios. Las primeras horas eran clave para sacarle el mayor jugo posible a la escena del crimen por lo que no debían perder el tiempo. Con algo de reticencia, abrió la ronda de preguntas.

-Sexo y edad de la víctima? Era alguien conocido? A qué se dedicaba? Asumo que por el horario de descubrimiento del cuerpo todavía no se han hecho análisis para estimar la hora de muerte.

Patricia hablaba ligero, casi sin respirar, intentando igualar con palabras la velocidad de su cerebro que ya iba formulando un montón de conjeturas.

-Espero que los agentes no hayan contaminado la escena. Pocas veces tengo la oportunidad de llegar tan pronto al lugar del descubrimiento del crimen.

Los lunes nunca son buenos... para nadie.

Gustavo llenaba su taza con un garabato mal pintado por su hijo con el repugnante café de aquella sala de descanso y, como de costumbre, maldijo para sus adentros cuando comprobó que el azucarero estaba vacío y la leche del frigorífico, agria.

- El primer café de la mañana... el primer café de la semana... sólo. Como los hombres de pelo en pecho. - bromeó en voz queda para sí y para cualquiera que quisiera prestarle un poco de oído. Por supuesto, aquel brebaje sabía a rayos pero era mejor que nada para espantar al cálido abrazo de morfeo, implacable por las mañanas y huidizo, el muy cabrón, de madrugada.

La voz de Robledo resonó como un clarín llamando a la división a la que pertenecía Gus. Empezaba la faena. De camino a su despacho, en la entrada del mismo, éste se cruzó con su compañera Patricia o, menos informalmente, agente Monteros. Cortés señaló aquella especia de rama que se llevaba a la boca y sonrió cómplice de una broma repetida lunes tras lunes... dieta tras dieta.

- ¿Apio...? - musitó para dar confirmación de lo que su compañera estaba comiendo.

La noticia cayó en el estómago de Cortés como una bomba de varios megatones superior al maldito café. Por suerte Patricia echó a hablar en plan ametralladora, paliando así el mutismo de Gustavo, ávida por echar mano a toda una montaña de pruebas, huellas y trabajo de ese que a cualquiera le suena a condena más que a trabajo. - ¿Quién está tan mal de la cabeza como para hacer algo como eso? - pensó en silencio.

- No sabemos nada de la víctima todavía. El que la descubrió se identificó como Arturo Carmona Castro. Si es su asistente personal doy por hecho que la víctima es alguien de posición, no creo que una ama de casa contrate a un tipo para que le haga de secretario.

No había acritud en la forma de expresarse de Robledo. Simplemente hablaba así siempre.

- Los de la científica y la psicóloga ya van también de camino. 

Gutierrez había dormido poco y mal pero ya había tomado su desayuno habitual, pincho de tortilla grasiento y un carajillo bien cargado, por lo que al menos era capaz de responder algo más que gruñidos.

Salió del pequeño y oscuro cubículo en el que estaba relegado cuando Robledo les llamó a todos pero paró un segundo a llenar un vaso de cartón de café. Nunca había entendido porque algunos remilgados le ponían pegas al café de la comisaria. El café es café.

La narración de Robledo sirvió para espabilarle más que el propio café y tosió un par de veces antes de ponerse en pie.

- Yo conduzco. - dijo a Cortés y Monteros.

Tenía claro que, si Robredo tenía alguna información útil, ya la habría expuesto y allí solo perdían el tiempo.

10:00 AM. Escena del crimen. 

Tras un breve paseo en coche el grupo de investigación traspasó el portal del edificio donde se encontraba la escena del crimen. Era un edificio antiguo, de siete plantas, como muchos otros de la misma calle, aunque se veía un especial esmero en su renovación. Conservaba el aspecto de lugar con solera, antiguo, pero sin incomodidades heredadas. O al menos las que podría haber heredado las había corregido. En una palabra: dinero. Era un edificio en una buena zona que pertenecía probablemente a una comunidad de vecinos que no escatimaba en gastos. 

En el portal estaba un agente de la local hablando con un hombre que parecía ser el conserje. Un señor mayor, de nariz aguileña y rostro tranquilo. La viva imagen del madrileño castizo, de otra época, quizás de la época del edificio. Tras las identificaciones preliminares el agente los puso al día: la víctima estaba en el 3ºB, se llamaba Adelaida Menéndez Garrido y al parecer trabajaba como vidente en la televisión nacional. Arriba estaba otro agente precintando la puerta del apartamento, los de la científica y una psicóloga atendiendo al testigo que descubrió a la víctima.

Maldición! es que siempre los de la científica iban a llegar antes que ella? A Patricia le hubiera gustado poder ver la escena de primera mano, antes de que se llenara de cartelitos indicando pistas y el polvo para buscar huellas digitales lo inundara todo. Aunque sus colegas hacían muy buen trabajo, una vez que entraban en acción, la escena se volvía muy impersonal, quitándole dramatismo, algo que a la agente le solía dar indicios de por qué se podría haber cometido el crimen.

Resignada a tener que esperar un rato antes de poder poner sus pies en el apartamento, saludó al policía y al conserje, y se dispuso a subir, con una mueca, las escaleras que la llevarían hasta el 3°B, mientras intentaba recabar en su cabeza, todo lo que sabía acerca de la vidente asesinada.

Patricia subió las escaleras desechando el ascensor. Un poco de ejercicio por la mañana no venía nada mal. Así, además, se hacía una composición del edificio mientras subía. En cada planta había cuatro puertas que daban a un pasillo con ventana al fondo. Las ventanas eran fijas, así que por ahí no había puntos de fuga.

Al llegar al tercer piso encontró la puerta B abierta. Ante ella se encontraba uno de los agentes de calle, hablando al parecer con un vecino. El individuo que hablaba con el agente tenía unos cuarenta y largos y vestía un traje con chaqueta de punto. Llevaba un maletín en la mano y por su posición y forma de asentir, bastante tranquilo, Patricia se dio cuenta de que debía ser un vecino del inmueble y no el testigo. 

El policía se giró hacia Patricia dejando al otro con la palabra en la boca:

- ... debían ser las once más o menos... 

- Hola detective Monteros.- saludó el policía echándose a un lado - Estaba tomando declaración preliminar al señor Gutierrez.- señaló con la cabeza al interlocutor - Es el vecino del piso de al lado. Escuchó ruidos de movimiento de muebles esta noche.

Patricia echó una ojeada por detrás del policía, hacia el interior. La primera estancia era un amplio salón correctamente decorado, con un piano que destacaba en primer plano. Había unos sillones, mesita de estar, y una mesa más grande al fondo, con sus sillas. Destacaba el detalle de que la mesa y las sillas estaban contra la pared, como si alguien estuviese haciendo reformas. En el sillón del medio se sentaba, sobre el respaldo, un chico joven vestido con un traje impecable. Sostenía la cabeza entre sus manos, como abrumado, mientras otro policía estaba a su lado tomando notas. Estas dos figuras tapaban el trabajo que realizaban los dos agentes de la científica al fondo, que sacaban fotos del escenario. El cadáver presumiblemente estaba en el suelo, tras el sofá, en el lugar donde normalmente estaría la mesa apartada. Desde el umbral no se veía. 

Al levantarse, Mónica presintió que no iba a ser un buen lunes. El fin de semana había sido agotador como reflejaba el rostro ojeroso que le devolvía el espejo. “Ya no tengo edad para estas cosas” pensó mientras se maquillaba y trataba de disimular los estragos del fin de semana. ¿Cómo había acabado en ese garito de intercambio de parejas? “Interés científico” se había dicho, pero el caso es que también tenía su morbo. Mientras intentaba recordar lo que había sucedido después del tercer gintonic, se alegraba de que Carlitos estuviera esa semana con su exmarido. Si Carlos supiera como había pasado el fin de semana, seguramente se replantearía sus intentos de reconciliación...

Cuando llegó a la oficina y encendió su ordenador, contempló con desolación que el tan esperado anuncio de plazas para la Interpol se iba a hacer esperar aún más. Sacó un vaso de ese horrible brebaje que llamaban café de la máquina y cuando estaba a punto de tomarlo, le informaron de la reunión. ¡Gracias Dios mío por darme algo que me despeje y no me provoque una úlcera!

Robledo y el resto de sus compañeros estaban ya en la sala cuando entró; Robledo con su cara de mala hostia de siempre (Este hombre seguro que nació con el ceño fruncido), Patricia y su enésimo intento de dieta que no le hacía perder el buen humor, Gutiérrez que con su gesto quería competir con Robledo por el "Mister Simpatía" de la oficina y Cortés, que aunque parecía en las nubes, no perdía ripio mientras sorbía una taza de brebaje asqueroso.

- Perdone, comisario, ¿le han arrancado el corazón?

En el coche camino de la escena del crimen, notaba como la excitación se apoderaba de ella. Un arrancamiento de corazón tenía toda la pinta de involucrar a alguno de los casos que había estudiado. Quizás si lograran resolverlo, le ayudaría a su paso a la Interpol...

Al descubrir que la víctima era una vidente, casi se corrió de gusto. ¡¡Sí, era uno de esos casos!! ¡¡Por fin!! Esperaba que los de la científica no hubieran contaminado mucho la escena del crimen.

Pasó tras Patricia que iba decidida. Eso va a ser cosa del apio...

Se fijó en el hombre sentado al que interrogaba el agente. Ese traje no era precisamente de Zara... Seguramente engañar a pobres incautos daba para poder irse de compras por esas tiendas tan pijas del barrio de Salamanca. Echó un rápido vistazo a la sala. Las mesas y sillas habían sido desplazadas. ¿Obras? ¿Y cómo es que no estaban cubiertas para no dañarlas? Precisamente no parecían muebles de Ikea...

Mientras se acercaba al sofá, iba fijándose en el suelo, buscando posibles marcas de desplazamiento. Y polvo...

Gutierrez aparcó donde pudo el viejo Citroën Xsara que años antes le había asignado la comisaría y apagó la radio, donde Carlos Herrera estaba ensalzando las últimas medidas adoptadas por el gobierno. No había preguntado si alguien le importaba ir escuchando la radio. Tampoco es que tuviera intención de haber cambiado sus rutinas.

Bufó sin disimulo alguno cuando el agente, tras comprobar sus identificaciones, les informó de la profesión de la victima y vio cómo Monteros y Bastida decidían subir las escaleras mientras él llamaba al ascensor. Debía ser la última nueva moda que había salido en televisión para poner firme el culo o algo así.

Mientras subía, comprobó si los de Científica habían pasado por allí y echó un ojo él mismo por si había alguna marca o algún rastro que pudiese dejar alguien paseándose con un corazón arrancado.

Aún le recorrió un escalofrío al pensarlo. Podía entender una paliza, unos navajazos o huesos rotos pero arrancar el corazón... era algo demasiado friki. Quizá entendible teniendo en cuenta que la víctima se movía en un ambiente de zumbados e incrédulos.

Decidió acercarse al vecino interrogado y, tras un saludo con la cabeza y escuchar de nuevos las palabras del agente, hizo sus preguntas mientras sacaba un lápiz mordisqueado y una vieja libreta de la gabardina.

- ¿Qué hora era aproximadamente? ¿Cuánto tiempo duró el movimiento? ¿Fue seguido o ratos? ¿Escuchó algo más?

Mientras Bastida y Monteros entraban en el salón Ángel se quedó en la puerta, interrogando al vecino. El hombre asintió, algo intimidado por la cantidad de policía que se estaba desplegando. 

- Como ya le dije a su compañero,- señaló con la cabeza al policía - escuché los ruidos a eso de las once de la noche más o menos. Adela debió llegar, como siempre, a las diez o diez o media. Es una mujer de costumbres y raramente hace ruido. Bueno... en realidad este edificio tiene sus años y de aquella se usaban materiales mucho mejores para aislar. Hoy en día estamos tan acostumbrados a escatimar en los materiales que lo que nos sorprendería es no escuchar las zapatillas del vecino de arriba. Como le digo raramente se escuchan ruidos por eso me sorprendió que Adela se pusiera a mover los muebles a esas horas. Fue poco tiempo, como si apartasen una mesa o un armario. Luego no oí nada más. ¿Puedo preguntar que ha sucedido? Me está preocupando ver a tanta gente por un robo...

Cuando las dos detectives alcanzaron el espacio central de la pieza pudieron vislumbrar el espectáculo en toda su plenitud. Detrás del sofá estaba la mesa del salón, contra la pared, y las sillas apoyadas sobre ella. Unas marcas en el parqué* indicaban que la mesa había sido arrastrada. Dos personas podrían levantar en vilo la mesa con un poco de esfuerzo, así que el hecho de arrastrarla indicaba que la mesa había sido movida por una única persona**. 

Pero evidentemente lo que llamaba la atención era lo que habían hecho en el espacio liberado por la mesa. En el suelo habían trazado un círculo de tiza de unos dos metros diámetro. Alrededor del mismo habían trazado otros seis círculos del tamaño de un plato, que recorrían la esfera exterior del grande, al que se unían con unas líneas rectas. En uno de estos círculos exteriores había una vela negra totalmente consumida. Y el en centro del círculo grande estaba la víctima. Era una mujer que quizás rondase los sesenta años, delgada, de largo pelo negro con mechas blancas. Su rostro de nariz aguileña y sus pronunciadas arrugas recordaban a una de esas brujas de cuento de Disney. Tenía la boca abierta y la mirada perdida en el techo, con ojos verdes vidriosos. Estaba totalmente desnuda y la habían dispuesto en una extraña postura: los brazos abiertos, levemente inclinados hacia arriba 45º, con la pierna derecha extendida y la izquierda doblada noventa grados por detrás, como formando un cuatro. Y luego estaba lo del pecho, claro. Alguien le había abierto el pecho en canal y con algún tipo de herramienta había separado las costillas para dejar un hueco realmente amplio. De un primer vistazo sorprendía la falta de sangre más allá del cadáver: parecía que quien hiciera aquello se había preocupado de limpiarlo todo a conciencia. 

Gutierrez comenzó a realizar una serie de anotaciones en su libreta mientras el vecino hablaba y, sin levantar la vista, siguió con sus preguntas.

- ¿Conoce los horarios de su vecina? - trató de contener el tono escéptico de su voz, él ni siquiera sabía el nombre de la mitad de su escalera, pero, bien fuera por amistad o por cotilla, podría ser útil que el vecino supiera algo. Si no había sido él mismo el asesino...

- ¿Suele tener invitados? - señala hacia la puerta pues no se acuerda del nombre de la víctima y prefiere no referirse a ella como "la víctima" si el tipo aún no sabe que está cadaver. - Y supongo que, siendo viejo, de cámaras de seguridad ni hablamos pero ¿tienen portero?

-Buf... buenos días... oficial -respondió Patricia, aún intentando recobrar el aliento tras su brillante idea de ir por la escalera-. Continúe con ello, ya vendr... -no alcanzo a terminar la frase cuando Mónica asomó por el rellano de la escalera (impecable, a pesar de que parecía que otra vez el fin de semana había sido movidito) y Gutiérrez abrió la puerta del ascensor.

Sacudió la cabeza, replanteándose todo aquello de la dieta y su estado físico mientras su compañera la alcanzaba. Dejaron al veterano junto con el vecino y las dos se aventuraron en la estancia, con ansiedad por ver la escena del crimen de una buena vez.

-Ah... bueh... esto supera por mucho lo más extraño que he visto en mi carrera -comentó al encontrarse con el cadáver, más para sí que para entablar una conversación con su compañera. El vistazo inicial le había indicado que una sola persona se había encargado de despejar la sala, pero viendo la brutalidad del crimen, le costaba hacerse a la idea de que ese mismo par de manos, en solitario, hubiese montado todo lo demás.

Poniendo especial cuidado en no alterar nada del diagrama que envolvía el cuerpo de la vidente (Bastida se encargaría de analizar aquello) se acercó lo más posible al cuerpo para dar un vistazo al torax. Quería hacerse una idea preliminar acerca de la experiencia del asesino en practicar aquella macabra cirugía, así como vislumbrar si el responsable tenía conocimientos de medicina.

-¿Tienen luminol? -increpó a uno de los de la científica que se encontraba cerca. La falta de sangre podía indicar dos cosas: o bien que el asesinato se había cometido en otro lugar y luego habían trasladado el cuerpo hasta allí, o bien que el asesino se había tomado su tiempo en limpiar la escena. Si ese fuera el caso, la sustancia revelaría su presencia.

Mientras aguardaba que le facilitaran el material, sacó su móvil y comenzó a tomar algunas fotografías. El fotógrafo de la delegación documentaría la escena como era debido, pero ella prefería hacer algunas tomas desde su punto de vista, ya que aquello le ayudaba a mantener frescas las impresiones que recibía mientras analizaba el lugar. Luego aprovechó su programa de grabación para comenzar a describir lo que veían sus ojos, tratando de no omitir detalle.

-Mujer blanca, de unos sesenta años de edad aparente...

Gustavo entró en la sala en silencio. Realmente a lo largo de todo el viaje en coche... en aquella tartana de Gutiérrez, se había afanado en mantener sus pensamientos para si mismo. Buscaba entre sus recuerdos... la vidente. Sus relativamente habituales noches de insomnio le hacían muchas veces vagar por canales de esos en los que, realmente, no ponen nada.. pero los colores, las formas y un rum-rum de ruido negro, negrísimo, llevan a la mente aviesa al orden y, por fin, al sueño. Estaba seguro de haberse cruzado alguna noche con aquella tipa. El nombre no le era desconocido pero necesitaba algo más.

Con esto en la cabeza, cuando llegaron al piso Cortés se limitó a deambular. Gutiérrez ya estaba acosando debidamente al testigo y las dos mujeres se afanaban en torno al cuerpo. Así, Gustavo se dispuso a dar un paseo por el piso. Cocina, baño... dormitorio. Abrir algún cajón... comprobar la comida que solía comprar... presencia de vestigios que pudieran indicar que otras personas moraban con cierta asiduidad en la casa... ¿mascotas?

Casi de manera errática comenzó a hablar. Primero sin levantar la voz... como para sí. Aunque suponía que sus compañeros le oían. Sólo quería en realidad poner en orden el tsunami de cosas que se le agolpaban en la sesera.

- En realidad no es tan extraño... - comentó. - Robo de órganos. Al margen de la leyenda urbana todos sabemos cuán real es. ¿Y si toda esta parafernalia sirve solo para que pensemos que es algo más truculento de lo que realmente es? No se... me niego a creer que en Madrid tengamos a un John Doe*.

- Adelaida es una mujer de costumbres. Suele salir con su asistente a las 9:00 de la mañana y volver a las 22:00. La verdad es que pese a trabajar en un medio público y conocer a tanta gente no suele traer a nadie al piso, salvo a su asistente, el chico ese... ¿Arturo? 

Ángel tomaba notas de todo lo que decía aquel hombre.

- No hay cámaras en el edificio, los vecinos queremos preservar nuestra intimidad. No es que tengamos nada que ocultar, claro, pero a nadie le gusta ser vigilado ¿verdad? Además ¿quién sabe quien mira esos vídeos? Pero portero sí que tenemos, claro, debió haberse cruzado con Antonio en el portal. 

El detective se detuvo a pensar: sí, había un tipo mayor con pinta de portero hablando con el policía que estaba en la puerta del edificio.

Gustavo recorrió el piso mientras los demás se encargaban de la escena principal y los testigos. Era un piso de tamaño pequeño pero bien aprovechado. Un salón, una habitación, despacho de trabajo, baño y cocina con despensa. No le llevó demasiado echar un vistazo general: estaba decorado con un gusto tirando a anticuado, pero sin caer en lo vulgar. Había bastantes libros de todo tipo, decoración de apariencia cara... todo intacto. En el dormitorio, sobre la gran cama, había un bolso. Usando un bolígrafo Gustavo lo entreabrió para echar un vistazo: cartera, tarjetas... todo en su sitio. En el tocador había una caja que, al levantarla, descubrió varias joyas. Y no eran imitación. Nadie se había llevado nada.