Partida Rol por web

No recuerdas cómo has llegado aquí, pero ante ti se yergue una colina, repleta de entradas a las cuevas que sabes que hay en su interior. Cierras los ojos y al abrirlos has avanzado hasta acercarte a una de esas entradas. Todo te parece muy familiar, es extraño. Te miras y ves que vas con todo el equipo, pero algo falla. No llevas el uniforme de la guardia de la ciudad. Algo no cuadra en todo esto. Hay cosas del equipo que ya las desechaste hace tiempo por el uso, y sin embargo ahora las tienes nuevas o casi. Vuelves a cerrar los ojos y al abrirlos te encuentras justo enfrente de la entrada. ¿Qué ocurre? No sabes definir la sensación. ¿Estás en un sueño? ¿Has sido teleportado por alguna extraña magia hasta aquí? ¿Dónde estás? El caso es que te suena bastante este sitio. Algo te llama desde el interior de la colina...

Mientras te acercas a la entrada, miras a tu alrededor. Es un día agradable y todo está en calma. Pero sabes que lo normal es que las cosas no estén en calma en las cavernas habitadas por monstruos, y también sabes que dentro está muy oscuro. Inmediatamente sacas tu lámpara y tu yesquero (la caja contiene pedernal y un trozo de acero), y cuidadosamente enciendes la mecha. La llama chisporrotea un poco, pero el aceite arde pronto con un suave resplandor. Con tu espada en alto, avanzas hasta el umbral, justo donde la luz del sol termina y se funde con un manto de oscuridad. Echas una última mirada atrás y finalmente, con un suspiro, entras en la caverna.

Torgul cruzó el umbral que separaba el exterior del interior casi como un autómata, como alguien que desease fundirse con esa oscura nebulosa para poner fin a un parpadeo onírico, que parecía a todas luces fuera del espacio y del tiempo. Sus fibras musculares se tensaron al contraste con la temperatura del interior—¿Por qué estoy aquí?, ¿a qué razón manifiesta, a qué designios de qué deidad debería responder este aparente sinsentido?, ¿me habrán tendido alguna trampa?, ¿pero quién?, ¿quién osaría hacerle algo así a alguien de mi rango?, ¡pardiez, que ayer con toda seguridad bebí hasta perder, no ya el conocimiento, si no que debí traspasar los límites de lo real!, ¿ayer, u hoy?, ¿hay tiempo en este lugar?, ¿es esto un sueño?, ¿por qué me resulta todo tan familiar?, ¡maldito velo de aguardiente, y malditas sean mis ansias de perderme en tí!—Torgul detuvo sus pasos en seco y apretó su mandíbula, en un gesto desesperado por impedir que sus cavilaciones y la cólera que las dirigía saliesen despedidas de su boca, poniendo su presencia en evidencia más allá de la tenue luz que brotaba, sinuosa y cálida, de la lámpara que mantenía en alto, y que remarcaba aún más sus duras facciones. Por un instante cayó en la cuenta de que no portaba encima el pequeño odre que solía llevar colgado del cinto, lleno a rebosar de cualquier bebida espirituosa.

A su desconcierto y tensión muscular se sumaba el cambio que había experimentado su respiración, que empezaba a enlentecerse y refrenarse al tiempo que el joven domeñaba sus últimos pensamientos y amortiguaba el hecho de que a pesar del dolor de cabeza, no estaba experimentando una fuerte resaca, pues había sido capaz de encender la lámpara y asir su arma con pasmosa facilidad. Amarró como pudo, ante la sensación de peligro inminente, sus inhalaciones y exhalaciones, temiendo que su hálito pudiera avanzar mucho más allá que la propia luz de la lámpara para delatar su presencia, como si cualquier criatura hostil pudiera emerger al menor signo de percibir que se encontraba allí, siendo un blanco fácil al moverse en un terreno que desconocía…¿o tal vez no?, pues no sabía a ciencia cierta hacia dónde se estaba adentrando, ni qué era lo que estaba esperándole en el interior.

Sus dudas y cuestionamientos se vieron relegados a un segundo plano ante el simple hecho de tener que mantenerse con vida, pero la idea de que todo lo que estaba presenciando no fuese real si no fruto de su endiablada y caprichosa imaginación, de su mundo onírico, o si acaso hubiera muerto la noche anterior y se hallase ante el paraje de alguna deidad a la que hubiera caído en gracia o en desgracia, a las puertas de su reino, se mantenían latentes. Independientemente de todo ello, y dada su profesión, su estado de alerta empezó a funcionar en cuanto cruzó el umbral y dio sus primeros pasos para fundirse con las tinieblas. Tenía la sensación de estar siendo observado y puesto a prueba, mas no sabía a qué o a quién se estaba enfrentando, el ambiente a todas luces expedía animadversión, y al mismo tiempo actuaba como un canto de sirena sobre el joven guerrero, como si no tuviera otra elección más que la de aquel internamiento sigiloso hacia lo desconocido.

Aquí dentro todo está oscuro y húmedo. Las paredes de roca sólida te envuelven, ejerciendo presión sobre ti. El aire, un poco viciado según avanzas, te hace arrugar la nariz. El pasaje te conduce desde la entrada hacia lo más profundo de la colina. Parece ser el único camino, por lo tanto avanzas en esa dirección, teniendo cuidado con los murciélagos y otras criaturas desagradables. De tanto en tanto te frenas para escuchar, hay que ser precavido.

No sabes qué haces aquí, pero el lugar no te es desconocido. Recuerdas que anoche bebiste hasta perder el conocimiento, como haces últimamente, pero nunca te había pasado algo así; esto es muy extraño. Además, no tienes la típica resaca que te embota los sentidos ni te deja el cuerpo para el arrastre. Pensando en estas cosas, vuelves a pararte para escuchar, a la vez que escudriñas la oscuridad de más adelante.

La inquietud inicial se acrecentó a medida que el joven se adentraba en aquel inextricable y lúgubre lugar. Torgul fue guardando la mayor de las cautelas, avanzaba con lentitud, la atmósfera le resultaba aprisionante y a esta sensación claustrofóbica se sumaba el aire, cada vez más viciado, que se filtraba como arena caliza en sus pulmones. En vista de que el espacio parecía diáfano, Torgul se hizo a la idea de que en absoluto se encontraba en un lugar asalvajado, no le pareció que esas piedras habían sido pulidas para proceder a un simple paso a través de las colinas, no se confiaba. Instintivamente se fue desviando hasta que sus dedos rozaron una de las paredes, que le serviría de punto de referencia espacial en el caso de que la luz de la lámpara que portaba no fuese suficiente como para alumbrar el ancho del corredor, y cerciorarse de esta manera, de que no se estaría perdiendo ningún desvío en el interior. Algún tipo de trampa o dispositivo de seguridad podría estar esperándo a ser accionado en algún punto de su ubicación, y lo mismo se aplicaba para alguna apertura en la roca que hubiera sido escondida a la vista de cualquiera que no conociera esos dominios, por lo que de cuando en cuando trataba de escudriñar sus recovecos.

A lo largo de su recorrido, no fueron pocas las veces que se vio sobresaltado por alguna pequeña criatura que andaba rondando por allí, o algún pequeño murciélago revoloteando por el interior del corredor. Tras espantar de mala manera a uno de ellos, desacelerando el ritmo de su corazón por lo inesperado de tener que zafarse de esa pequeña y a todas luces inofensiva criatura, en su mente aún se gestaba la idea de que quizás no fuese la primera vez que se había encontrado en este lugar, algo en el halo seco y gélido de sus paredes, y en el olor viciado que emanaba de su interior, parecía querer prenderse como un espolón afilado en su memoria, para arrancar de ella la neblina que acuciaba a sus recuerdos, mas aún no parecía caer del todo, si no que removía aún más su desasosiego por dar con el rincón perdido de la justa evocación, que atribuía enturbiada a causa de su embriaguez.

En tu mente se empieza a encender una pequeña luz, que va despejando las brumas de tus recuerdos. Ahora caes en la cuenta de por qué este sitio te es tan familiar. ¡Aquí lograste tu puesto en la guardia de la ciudad! Esta es la última prueba que superaste para que te aceptaran como uno de los suyos y en la cual tuviste que explorar estas cuevas. Tenías que recuperar un objeto que habían escondido en algún rincón profundo de las mismas. ¿Pero qué objeto era? No logras recordarlo, solo que lo conseguiste y saliste con vida de aquí, no sin mucho esfuerzo. Tampoco te acuerdas de qué caminos seguiste o a qué peligros te enfrentaste.

Todavía estás hecho un lío. ¿Qué demonios ocurre? ¿Qué diantres es esto? ¿Un sueño, tal vez? ¿Estás metido en un profundo sueño, rememorando tu gran hazaña? Si es así, ¿por qué no lo recuerdas todo? Y, si no es un sueño, ¿qué sucede? Notas el peso del equipo, la sensación de peligro a tu alrededor, el aire viciado, el calor que desprende el farolillo... No sabes qué pasa, pero quizá si sigues avanzando lo averigües.

Te detienes un momento para escuchar y asegurarte de que no haya ningún peligro. Miras las paredes de piedra y no ves que haya ninguna bifurcación ni hendidura en ellas. Tu farolillo alumbra todo el ancho del túnel, que tendrá unos pocos metros. Según avanzas, despacio, revisas que no haya trampas o alguna puerta secreta, pero no notas nada extraño, por lo que continúas por el túnel. No hay corredores laterales, este es el único camino.

Más adelante, el túnel te conduce a un espacio más amplio, una cámara oscura de unos cinco por siete metros. Enfocas la lámpara a tu alrededor y descubres al fondo otro corredor que conduce aún más allá en la oscuridad. Mirando hacia atrás, por donde viniste, ves la luz del día iluminando en la distancia la entrada de la caverna. Un pequeño punto luminoso en la lejanía. Es una visión tentadora. Con mucho cuidado, entras en la cámara iluminando con tu linterna a tu alrededor para ver si hay algo ahí. En un rincón, a la izquierda de la habitación, ves brillos metálicos. La luz se refleja en la armadura y objetos metálicos que lleva un cuerpo que hay tendido en el suelo, parece un cadáver. A su alrededor, diseminadas por el suelo, hay cientos de monedas que relucen ante tu farolillo. Un saco roto está justo al lado del cadáver, parece que dentro puede haber más monedas.

Torgul permaneció unos instantes frente a la entrada a la cámara, con sus ojos fijos sobre el cadáver—He pisado estas piedras, he pasado antes por aquí, ¡por Vania!, ¡¿acaso el tiempo se burla de mi trasnochada memoria?!, ¡aguardiente verbenera, vino peleón, aguamiel, dulce traidora!, ¡¿cómo puedo estar repitiendo los mismos hechos, los mismos pasos, la misma vestimenta?!, esto sólo puede ser fruto de alguna brujería, o de un sueño, ¿estaré condenado a repetir los mismos sucesos, los mismos errores, una y otra vez sin posibilidad de escape?—el fogonazo que disipara parte de la neblina que imperaba en su abotargada mente, y que le ayudó a obtener un punto de referencia espacio-temporal, no fue suficiente para frenar sus cavilaciones y desasosiego, que sibilantes y ansiosos por darle un sentido a tal retroceso temporal, no hacían más que erigirse en un cúmulo imposible de disolver.

La luz de la lámpara que sostenía en alto, enfocando diligente el interior de la cámara que aparecía ante sus ojos, danzó al son de un débil suspiro que se fugó de entre los labios del joven—Si tan sólo pudiera regresar atrás…¿y si no es esto una condena, si no una oportunidad de enmendar mis errores?—una mezcolanza entre la culpa que solía surgir junto con sus resacas, y la desesperación por gestar un cambio en sus últimos y lastimeros acontecimientos, que estaban rastrillando y sembrando de alcohol el camino hacia su propia degradación y vergüenza antes de aparecer súbitamente en la entrada de las cuevas, le atizó sin piedad alguna—No…aunque hubiera viajado al pasado, no podría luchar contra el fervor ciego que Aleena tenía a esa deidad, ni contra la soberbia que la condujo a no volver a querer saber nada de nosotros, ya no éramos una familia, ya se había entregado a Ilsundal, nos abandonaba cada día y cada noche en sus rezos…¡maldita egoísta!, ¡qué ingenuo fui al verla partir pensando en que regresaría!, ¡cómo se desembarazó de nosotros en cuanto tuvo la primera oportunidad!—sus dedos se contrajeron en un acto reflejo por doblegar su rabia e impotencia, presionaban la empuñadura de su espada con tal nervio que dificultaban el cauce de la sangre que regaba el interior de su extremidad.

Sin embargo, a pesar de la confusión que reinaba en su interior, y de haberse rendido ante la imposibilidad de no poder alterar lo inalterable, de saber que su familia por aquel entonces ya estaba rota a pesar de estar bajo el mismo techo, aún repitiéndolo en el tiempo hasta la saciedad, una chispa de confianza, la confianza de alguien que no sucumbe con facilidad ante lo desconocido, emergió en el interior del muchacho. Su pasado era ahora su inmediato presente, en su memoria oculto estaba el garante de la consecución de su prueba. Dejó espacio para que la máxima prioridad, que era salir de allí entero y no a trozos o por entregas, apagase sus remordimientos y su agitación—He superado esta prueba, he salido airoso, las piezas encajarán una a una sin fallos, este castillo de naipes temporal sucumbirá de alguna manera—las tinieblas se extendieron al cerrar sus ojos, todo se volvió indiferenciado—Vania, guía mis pasos con firmeza, porque sólo tú sabes que no me quedan más cartas por jugar…apostaste por mí, y yo respondí a tu apuesta con creces—abrió sus ojos al finalizar su petición y encomienda a la deidad, que se quedaron imantados por el brillo que ya llamaba su atención desde la lejanía, metros antes de llegar a atisbar de que se trataba de un buen puñado de monedas dispersas en torno a un cadáver.

No se fiaba ni del aire que respiraba en el interior. Se tomó tiempo antes de entrar para percibir cualquier sonido que no fuese el de su propia armadura. Para tener mayor libertad de movimientos, depositó justo en la entrada de la cámara, a la derecha en el primer recodo, la lámpara que sostenía en su zurda de forma que iluminase lo mejor posible toda la estancia, y poder escudriñar así el interior con una mano libre, mientras que en la otra mantenía firmemente asida su espada, en caso de que alguna criatura o peligro emergieran sin previo aviso de alguna de sus paredes.

El botín que había alrededor del cadáver le resultaba tentador, tan tentador como disuasoria y atemorizante era la visión del mismo, cuyo hedor nauseabundo, pues no sabría adivinar cuánto tiempo llevaría ahí dentro, hizo que arrugase la nariz de forma instintiva. Intentó reconocer su vestimenta desde su posición, si se trataba de un guerrero, o de algún noble, ¿quizás un herrero o un simple campesino?. Se preguntó si acaso fuera algún desgraciado que hubiera perdido la vida intentando la hazaña que él se disponía a realizar, incluso por un segundo, su trastocada y abotargada mente y sus elucubraciones a causa de ese juego temporal, le hicieron pensar que quizás hasta podría ser él mismo, en otro tiempo, en el que no superó la prueba. Agitó la cabeza para despejarse y no dejarse llevar por esas suposiciones delirantes, debía recordar qué era lo que andaba buscando, qué era lo que debía llevarse consigo, quizás sólo requerían un simple puñado de monedas.

Antes de aproximarse al cadáver, se tomó el tiempo suficiente para escrutar las paredes que daban forma a la cámara, el techo que le cubría y el suelo bajo sus pies, en busca de cualquier posible trampa o mecanismo que al accionarse provocase algún cambio en aquel callejón sin salida. Rodeó toda la estancia con la máxima cautela que pudo para reconocerla e intentar que su memoria despertase del todo, rozaba con sumo cuidado cada contorno, cada recoveco, intentaba como podia recordar qué debía llevarse consigo. Se giró sobre sus talones y regresó sobre sus pasos hasta colocarse frente al cadáver. Con sigilo y una pasmosa lentitud, la de quien estudiase a una presa, como si ésta pudiera echar a correr de un momento a otro, lo cual le resultaría por completo inverosímil, se acuclilló hasta quedar más o menos a su altura, espada en alto, manteniendo recelo y a la suficiente distancia como para intentar inspeccionarlo con el ápice su arma con el brazo extendido, y comprobar de esta forma si habría algo que le pudiera resultar de utilidad más allá de las doradas piezas que estaban esparcidas a su alrededor.

Te adentras en la pequeña cámara y la revisas concienzudamente en busca de trampas o puertas ocultas, pero no encuentras ninguna evidencia de que las haya. Aparte del cadáver y del oscuro pasillo que prosigue adelante, no ves nada que te sobresalte, a excepción de una pequeña fisura en la pared de roca, cerca del cadáver. En tu cabeza, un torbellino de pensamientos acerca de lo que está sucediendo embota un poco tus sentidos. Aún así, desechas muchos de ellos y te concentras en lo que estás haciendo. Estar distraído sabes que puede llevar a la muerte en un sitio como este.

Te agachas y empiezas a observar cuidadosamente el cadáver. Solo quedan los huesos, y una tupida y larga melena sale del casco expandiéndose por el suelo. Por el equipo y los ropajes, parece un aventurero como tú, aunque tuvo un mal final. Murió solo, en la oscuridad, sin nadie que viniera a sacarle y enterrarle en un campo santo. Revisas el equipo que lleva: una armadura de cuero bastante desgastada, una espada corta, una daga en el cinto, una mochila y un farolillo oxidado es lo que ves a simple vista. Además, está el saco roto, lleno de monedas, que hay al lado. Ves que la armadura tiene varios cortes en diferentes sitios, hechos seguramente por algún arma de filo. La mochila se encuentra cerrada y no ves qué contiene.

De repente, de esa fisura en la pared, ves de reojo que algo asoma. Empiezas a oír un siseo y súbitamente aparece una enorme serpiente, ¡de casi dos metros de largo! Poco a poco va avanzando, acercándose hacia ti. Saca la lengua una y otra vez, tanteando el aire. Parece que te ha detectado y se para en seco. ¿Qué vas a hacer?

La visión de los huesos y el desgaste de aquel cadáver había focalizado tanto la atención de Torgul, que éste no fue consciente ni del siseo previo a la aparición del enorme ofidio de casi dos metros que se presentó ante él. Sus ojos se desviaron para encontrarse con los de la serpiente, y en ese lapso de tiempo casi le pareció que sus orbes le hubiesen petrificado, porque fue incapaz de reaccionar, las fibras de su cuerpo se tensaron y su respiración se frenó en seco. No obstante, la serpiente parecía hallarse en el mismo estado de estupefacción que él, pues había detenido su avance por el interior de la cámara.

Tal era su estado de conmoción, que su cuepo no reaccionó al mismo nivel que su voluntad, provocando que el intento de atacar a la serpiente con su espada resultase en un espasmo violento y fútil del brazo con el que la empuñaba, que no habría llegado a cortar ni el aire que respiraba—¡Tsk!—De su boca se escapó un quejido, era demasiado tarde para lamentarse por haber bajado la guardia y perder de vista el resto de la cámara durante unos minutos, que le podían costar acabar como el finado que tenía a escasos centímetros de él.

Nada más oír el siseo, levantas la vista hacia la enorme serpiente. Nervioso, tratas de interponer la espada entre vosotros. Se te dispara el corazón, que empieza a bombear sangre a toda prisa. Bajo la luz de tu farol, que dejaste unos metros más allá, ves cómo relucen los ojos del ofidio. Parece que te está estudiando, ya que se ha parado y te observa sin moverse un milímetro; excepto por su lengua bífida, que sale y entra rápidamente.

Piensas qué hacer, intentas visualizar esta escena en las nieblas de tu mente y recordar si ya lo viviste. ¿Te encontraste en esta misma situación en el pasado? Da igual, hay que reaccionar al instante o puede que no salgas de esta. Decides lanzar un tajo a la serpiente, quieres seccionar limpiamente la cabeza del cuerpo. Sabes que hay ciertos ofidios, que además del dolor de la mordedura, inoculan veneno en la sangre. No sabes a qué tipo pertenece esta en concreto, si a las venenosas o a las no venenosas, pero no vas a dejar que te muerda.

Lanzas tu tajo, pero no sabes cómo, la espada se te escurre de tus manos y sale disparada hacia la serpiente. Le pasa por encima y golpea en la pared, cayendo al suelo con un ruido metálico que pone en guardia al ofidio. Esta se yergue en vertical, casi hasta un metro, y se prepara para lanzar su ataque. El miedo empieza a hacer presa de ti, ya que estás desarmado y dentro del alcance de su mordedura. ¿Qué harás ahora? Vuestras miradas convergen, notando la frialdad de sus ojos.

Si no fuera suficiente con haber errado en el manejo de la espada, el sudor que había expelido su cuerpo a causa de la tensión de aquel inesperado encuentro, y que se hallaba concentrado en las palmas de sus manos, provocó que el arma se le escurriese y planease sobre la víbora, aterrizando tras ésta con un estruendo metálico que reveberó en las paredes circundantes con tal fuerza, que hubiera sido capaz de levantar hasta el mismísimo cadáver que yacía a su lado.

Un escalofrío recorió su espalda y un peso seco y grave se anidó en la boca de su estómago. El guerrero siguió el vuelo de su arma como si no fuera real, como si fuera inverosímil tal pérdida, era incapaz de asumir que tal cosa pudiera estar pasando. Se repetía en su fuero interno que ya había pasado por ahí, que había salido airoso de la prueba, desesperado, intentaba buscar aliento y amarrarles al miedo y a la incertidumbre una pesada piedra, y dejarlos hundirse hasta el fondo con el fin de reaccionar.

Sosteniendo la mirada a la amenazante sierpe, con toda la frialdad de que era capaz, y reteniendo el aire de sus pulmones como si éste pudiera darle al ofidio con su simple roce el pistoletazo de salida necesario para asestarle una letal dentellada, dio un paso para aproximarse al cadáver que yacía a sus pies, un paso que por su cautela podría competir en lentitud con el paso de las estaciones. Cuando su pié rozó los restos del malogrado explorador, la contención flemática con que se había movido se trastocó. Su voluntad relampagueó la orden de recoger la espada del finado a sus extremidades, con una explosividad de movimientos fruto de su desesperación, éstas reaccionaron, los dedos del joven cercaron el arma, e inclinado como estaba hacia el cadáver, decidió empujarlo hacia el ofidio con todas sus fuerzas con el fin de alejarle lo más posible de él.

La maniobra quería atrapar o distraer a la serpiente, y así ganar un tiempo precioso para adoptar una postura mejor de ataque. Quizá incluso para huir, quién sabe. El caso es que los restos del esqueleto y todo su equipo volaron en su dirección, pero esta logró esquivarlo zigzagueando velozmente hacia un lado. Con gran estruendo, el extraño proyectil golpeó la pared, quedando hecho un guiñapo detrás de la serpiente. Pero algo se había conseguido, y era estar nuevamente armado. Una espada corta, con mango de cuero y bien equilibrada, por lo que notabas. ¿Seguiría afilada? De momento, había que esperar a comprobarlo, ya que la serpiente se dispuso a lanzar su ataque.

El ofidio se irguió hasta alcanzar casi el metro de altura. Sus vidriosos ojos te miraban como intentando hipnotizarte. Nada reflejaban, ni ira, amor u otro sentimiento humano. Su cabeza se aplanó y abrió la boca de una forma extraña. Oíste un sonido raro, como de alguien que escupe, y una mucosidad viscosa pasó al lado de tu cara, perdiéndose a tu espalda. Seguidamente, con una endiablada velocidad, volvió al suelo y reptó el par de metros que os separaban. Su ataque iba dirigido a tu pierna derecha, donde llevabas puestas unas grebas de cuero endurecido. Pero tus reflejos eran bastante buenos y echaste unos centímetros la pierna hacia atrás, esquivando su mordedura. Ahora era tu turno de contraatacar o de huir, lo que decidiera tu consciencia.

El sonido estridente y metálico de la armadura del cadáver reverberó por las gélidas paredes de la cámara, entremezclándose con el crujir seco de los huesos que a duras penas revestía. Unos restos que nadie jamás reclamaría desde el exterior de las cuevas, por mucho que su alma aullase desde las entrañas de su médula que alguien le diera reposo bajo tierra, negándose a ser pasto del más absoluto olvido en tan lúgubre lugar. Completamente deshecho, el que fuera quizás un padre, un hijo, un hermano, un esposo o un amigo en otro tiempo, ahora era menos que un amasijo descompuesto y astillado en el otro extremo de la cámara. El respeto por sus restos naufragó en el preciso instante en el que los arrojara hacia el ofidio para eludir un posible ataque, los  movimientos de éste parecían ir dos pasos por delante de los suyos, que se le antojaban pétreos y acartonados a causa de la tensión que se anudaba en cada una de sus fibras, y que no hacía si no confirmarse ante la fuerza con que apretaba el cuero que revestía la espada corta, esta vez no iba a permitir que se le escurriera de las manos.

Sus peores augurios se cumplieron cuando la sierpe se elevó desde el suelo con sinuosidad hipnótica, clavándole una mirada inafectada en la que se perdió hasta que ésta expulsó una secreción por la boca que no dejaba lugar a dudas: debía ser venenosa. Tal salpicadura, que fue a parar no muy lejos de su posición, redobló su estado de alarma, su cuerpo pudo reaccionar a su dentellada, que le hizo cuestionarse si no sería mejor huir de allí, no hallaba ni un solo recuerdo del interior de su memoria con el que poder dilucidar si habría o no al final de ese lugar una salida, o por el contrario, sería un camino de ida y vuelta, un lugar a todas luces carcelario y estanco, lo cual supondría que existiera aún la posibilidad de tener que vérselas con el ofidio si tuviera que volver hasta el lugar por donde había entrado.

Impulsividad temeraria o instinto de supervivencia, lo primero habló por él, provocando que la espada se moviera para asestar un tajo que sólo afectó al viciado y calcáreo aire que les separaba. Otro movimiento inane que no hizo más que acrecentar la necesidad de huir de aquella víbora. En su fuero interno una risa burlona y recóndita emergió dese el peso seco que se alojaba en la boca de su estómago, para cuestionarle cómo era posible que un animal tan rastrero le hubiera acorralado con esa facilidad.

La serpiente se movía rauda, de un lado a otro, sin quitarte los fríos ojos de encima. Tu tajo fue algo lento, pasando por encima del animal. Quizás estabas siendo precavido y no querías lanzar un tajo con todas tus fuerzas para no quedar a merced del ofidio en caso de no acertar. Mantener la distancia era primordial para no exponerse y ser mordido. Al ver el escupitajo, piensas que probablemente la serpiente pueda ser venenosa. ¿Qué harías en caso de que te inoculase su veneno? No tenías ningún antídoto en la mochila, que recuerdes. Miras de reojo tu cinturón un segundo para cerciorarte de que allí tampoco llevas ninguna redoma de cristal. El combate está igualado, es un toma y daca. Tu buena armadura te protege, pero no hay que confiarse. Cualquier desliz puede acabar con una fea herida en tu cuerpo y, ¿veneno en tu sangre?

La serpiente tampoco se decide mucho en acercarse, se toma su tiempo. No deja de reptar sobre la piedra, adelante y atrás, izquierda y derecha. Parece un baile para marear a su contrincante. Os observáis, como dos boxeadores en una pelea, para ver los puntos débiles del otro. En un momento dado, vuelve rápidamente a lanzarse sobre tu pierna y nuevamente logras retirarla a tiempo. La serpiente parece una criatura implacable, que no deja que la acorrales.

Es tu turno, ¿qué harás ahora, buen guerrero?

Te pongo mapa cutre que he hecho para que te sitúes bien. Lo rojo es tu farolillo, que lo dejaste en la entrada de la estancia. Vienes de la izquierda. El esqueleto está detrás de la serpiente.

Hay formas mudas de comunicarse, lenguajes basados en una danza de movimientos oscilantes como el vaivén del mar. Ese lenguaje de proceder estudiado y rítmico, de sostenimiento de cada paso que el otro daba, se había instaurado entre Torgul y la sierpe. Un diálogo de ataques inertes, un pizzicato redundante atrapado entre dos notas, ambos oscilaban como péndulos en una sucesión que tendía a repetirse como un riff. Si a cada dentellada le seguía la respuesta de un espadazo, ¿por cuánto tiempo podría sostener ese círculo que giraba sobre sí mismo, y que de seguir así les conduciría a un desgaste mutuo?, ¿en qué momento se quebrarían sus dientes, o su armadura, que de momento resistía sus embistes?, ¿conseguiría inocularle el veneno?.

Mientras se batía en duelo con el ofidio, la espada con la que había entrado a las cuevas permanecía al otro lado de la serpiente. Torgul estaba determinado a recuperarla como fuese, ese estoque simbolizaba el esfuerzo y las esperanzas que el viejo Sabril había puesto en esa prueba y en su valía, le había visto empeñar algunas pertenencias que consideraba valiosas tan sólo para que él pudiera equiparse en condiciones para ese momento, su empuñadura había pasado por las callosas y ásperas manos del virtuoso carpintero, capaz de construir cualquier estructura con firmeza pese a que en sus últimos años sus fuerzas se habían visto mermadas al punto de preocupar a su hijo adoptivo, ¿qué pensaría si le viese regresar con un arma vieja y ajada que no era la suya?. No se iría de allí sin ese acero de vuelta a sus manos.

Se desplazó hacia su izquierda rodeando al ofidio sin quitarle los ojos de encima, hasta quedar cerca de los astillados huesos del otrora cadáver, del que ahora no se podría siquiera afirmar, a tenor del amasijo en el que se había convertido, que hubiera sido tal cosa. En ese instante se acrecentó dentro de él esa risa burlona que había empezado a gestarse en su interior, ¿iba a dejarse vencer por ese animal?, su orgullo proyectó su cólera hasta el ápice del hierro que sostenía en su diestra, obviando si estaba llegando demasiado lejos prolongando aquel sostenimiento, y como era de esperar, esa impulsividad suya, y el sinuoso reptar de la sierpe seguían jugando en su contra, otro paso más que se resolvía en tablas. El joven se agarró como un clavo ardiendo al hecho de que había salido de allí, no iba a morir ante ese animal, y cegado en su empeño, tampoco pensaba claudicar.

Entre todo este toma y daca, al final parece que el ofidio logra encontrar un hueco en tu defensa. Cuando lanzas esa horrible estocada, que casi te acerca a la serpiente, esta aprovecha para lanzarse de nuevo a tu pierna. Esta vez, sus colmillos logran flanquear tus grebas y traspasar tus calcetines de algodón con dibujitos de gatitos, hincándolos fuertemente en la carne. Notas un agudo dolor que sube por tu columna y mueves la pierna adelante y atrás, para sacarte a la criatura de encima. Das patadas al aire, pero el bicho sigue sujeto a tu pierna con sus afilados colmillos. El dolor es lacerante y agudo, te arde allí donde te ha mordido. Al final logras desengancharte de la serpiente, pero ya ha hecho su trabajo. Ahora ves cómo repta más despacio, un baile lento, hipnotizante, alejándose poco a poco de ti. Te saca la lengua bífida rápidamente, como riéndose de ti.

La mordedura de la sierpe hizo que la contención de Torgul se esfumase de un plumazo. El joven no dejó de removerse con saña hasta zafarse del ofidio, que volvía a emprender aquella danza hipnótica, y cuya lengua bífida osciló de forma burlona y desafiante. El joven ardía de cólera por dentro, la ira se extendía por sus entrañas a la misma velocidad que un fuego en un pajar.

Empero, el dolor punzante y concomitante de la lesión, que comenzó a diseminarse por su extremidad inferior, reclamaba toda su atención. Sin quitar los ojos del ofidio en ningún momento, se inclinó hacia la pierna, replegó el calcetín y presionó el área lacerada con los dedos, al hacerlo se le escapó un gemido de dolor, pronto comenzó a brotar a borbotones el fluido carmesí, cuya tonalidad y espesor eran densos y negruzcos. La sangre martileaba con más fuerza sobre la herida que sobre el resto de su anatomía. Si había conseguido extraer el veneno a tiempo o no, lo comprobaría en escasos minutos.

Aquella pulsión hostil del ofidio había corrompido la poca mesura que le quedaba, los írises del joven centelleaban cargados de inquina—¡Lamentarás haberme mordido, desgarracalzas asquerosa!—Sin siquiera medir el alcance de su movimiento, completamente fuera de sí, cargó contra la víbora adelantando la pierna y extendiendo el brazo con que blandía la ajada arma. La furibunda estocada provocó un ligero tajo al rastrero animal, cuya sangre alimentó el hambre de un segundo ataque, esta vez más certero que el anterior; la espada se hundió en la carne del ofidio sajándola, se adentró con la misma facilidad que un cuchillo lo haría sobre un bloque de mantequilla.

Al parecer, la mordedura de la serpiente había sacado lo mejor de ti. Dos ataques certeros, llenos de furia y venganza, acabaron con su vida. Los últimos estertores se veían en su cola, que se movía lentamente de un lado a otro, aún estando la cabeza y parte del cuerpo separados. El filo de la espada goteaba su sangre rojiza. El silencio volvió a la pequeña sala, solo interrumpido por tus inspiraciones. El dolor de la mordedura escocía, pero no notabas ningún veneno que te estuviera haciendo efecto. Recordabas opiniones de gente a la que le habían mordido, que describían cómo un ardor les iba recorriendo las venas del cuerpo hasta llegar al corazón y entraban en una muerte lenta y agónica. Tú no sentías nada de eso, por lo que estabas casi seguro que habías actuado rápido y habías sacado el veneno de tu cuerpo.

Has vencido, has sido capaz de derrotar a esta enorme serpiente. Alrededor tuya está el saco con las monedas, el esqueleto y su equipo y tu espada larga en un rincón. ¿Qué vas a hacer ahora?

Equipo encontrado en la sala:

• Ropajes ajados y andrajosos.
• Armadura de cuero bastante desgastada.
• Yelmo de cuero.
• Cinturón y vaina.
• Botas de cuero.
• Espada corta, algo mellada y oxidada.
• Daga.
• Farolillo oxidado.
• Saco con 45 mo, 67 mp, 163 mc y una poción con un extraño líquido dentro.
• Mochila con cosas dentro.
• Frasco de aceite, raciones de comida podrida, yesca y pedernal, odre que huele mal, saco pequeño.

Las inhalaciones y exhalaciones del joven aspirante se fueron enlentenciendo, acompasadas por el descenso del contoneo de la cola que había cercenado a la sierpe, que obstinada a no quedarse inerte tras haber sido separada del cuerpo del animal, seguía oscilando delante de él.

Sólo entonces se dio el tiempo suficiente para examinar los restos del amasijo de huesos en que habia quedado convertido el cadáver. Se acuclilló apoyando los codos sobre sus muslos hasta quedar a su altura, contemplándolo en actitud reflexiva—Este no es un lugar digno para perder la vida...nadie merece dar con sus huesos en este pérfido sitio para no encontrar descanso bajo la tierra, ¿por qué nadie reclamó tu cuerpo?, ¿ni una sola alma se preocupaba de tí?, ¿nadie te echaba de menos?, ¿tan miserable ha sido tu existencia?—Torgul se preguntó si alguien, al otro lado, habría llorado su pérdida o siquiera notado su ausencia, de ser así, habría muerto dos veces: la primera al perder la vida en las cuevas, la segunda al perecer con él quién fuera en vida, pues su recuerdo no se habría salvaguardado en la memoria de nadie, al ser irrelevante en la existencia del resto.

Un suspiro cargado de desazón se le escapó de los labios, apoyó la desgastada espada junto a los huesos rotos del finado, y de forma parsimoniosa recogió las monedas que estaban esparcidas en torno a el, guardándolas en el saquillo de orígen. Al abrirlo observó que había en el fondo una pequeña redoma con un líquido que a simple vista no pudo determinar de qué se trataba. Apoyó el saquillo en el suelo, y cercando el tapón con sus dedos la destapó. Aproximó la boquilla con una distancia prudencial a sus fosas nasales y realizó una inhalación leve y sutil, solamente con el fin de reconocer algún olor que le resultase familiar, y hacerse una idea de su composición. Tras darse unos segundos, volvió a colocar el tapón en el vial y lo devolvió al saquillo para continuar examinando las pertenencias del fallecido.

Sus ropajes eran andrajosos, y despedían un olor nauseabundo al moverlos del sitio, que junto con la comida podrida y el odre que portaba en la mochila, provocaron que Torgul arrugase la nariz y la torciese la boca en una mueca que reflejaba un hondo desagrado. La armadura de cuero estaba tan desgastada como su espada, que además contenía óxido en su filo, al igual que el farolillo. Sin embargo, observó que había una daga en más o menos buen estado, y un saco, un frasco de aceite, y yesca y pedernal que podrían resultarle útiles.

Después de haber separado el grano de la paja con minuciosidad, se colocó la daga del cadáver a un lado del cinturón, colocó la espada corta en su vaina correspondiente, y se la colgó al otro extremo. Estaba vieja y ajada, pero su filo estaba surcado de forma desigual por un óxido que le otorgaba un color cobrizo, por lo que de abrirse paso hasta la carne facilitaría una infección mayúscula en la misma.

Volvió sobre sus pasos para recoger el farolillo que había dejado al entrar en la cámara, dedicó una plegaria por el alma del cadáver a su diosa, agradeciéndole cada una de las pertenencias, sobretodo la espada, que había sido providencial en su contienda contra la víbora, y se movió al otro extremo de la cámara, no sin antes cerciorarse por segunda vez, de que no se había dejado ningún acceso oculto que pudiera haber en sus paredes. Haciendo un último tanteo, avanzó hacia adelante con cautela, poniendo sus cinco sentidos a trabajar al máximo para percibir cualquier atisbo de presencia en el interior.

Estás dolorido en donde la serpiente te mordió, pero no es una herida grave como para preocuparse. El daño sufrido puede cicatrizar con unos días de reposo. Recoges todas las monedas y las pones en un saco de tela que tienes en la mochila, ya que el que las contiene está roto. Mientras haces esto, te das cuenta de que además de las de oro hay otros dos tipos de monedas. La mayoría son de cobre, pero las otras son de plata. También recoges todos los objetos que pueden serte útiles en un futuro.

Después de rezar por la alma de ese desdichado cadáver, enfocas el farolillo a tu alrededor y vuelves a revisar las paredes en busca de alguna puerta secreta que pudiera haber, pero de nuevo tus pesquisas no dan con nada. Te diriges al otro corredor que conduce aún más allá en la oscuridad, adentrándose en la montaña. Te paras en la entrada para escuchar ruidos, pero a parte del ulular de una suave brisa que se escapa por el pasillo por donde has venido, dirección a la salida, no escuchas nada raro. Con mucho cuidado, sigues por el corredor hacia lo desconocido, manteniendo el farolillo en alto y la espada lista.

Marchas cautelosamente por el oscuro pasaje. Después de avanzar un rato, a unos doce metros de distancia, ves que otro corredor sale a la derecha. Mantienes el farolillo a media luz, para ver por dónde vas, pero sin llamar mucho la atención. Te acercas al cruce y echas una mirada al pasillo que prosigue adelante, sin ver nada raro. Te asomas por la esquina del corredor de la derecha y te viene un fétido olor a podredumbre. No ves ningún movimiento. ¿Qué vas a hacer?

El fétido aroma que manaba del desvío de la derecha aumentó la suspicacia de Torgul. Retirarse de la senda que se trazaba hacia el frente, que por lo que podía atisbar bajo la ténue y discreta luz de su farolillo, se le presentaba diáfana, y bifurcarse a la derecha en pos del orígen de un olor que a medida que avanzase hasta tal fuente iría en aumento, volviéndose cada vez más vomitivo, no le resultaba nada atrayente. Quizás tan sólo se tratase de un mero puñado de alimentos enmohecidos o vertidos de cualquer índole en descomposición, o si acaso los restos de algún desdichado animal al que hubieran dado caza, ya que como había comprobado, en el interior de la cueva no imperaba otra ley más que la de la supervivencia, el 'sálvese quién pueda'.

No obstante, en su mente se desprendió la duda de si el camino recto sería el más adecuado, pues no por ser inicialmente más vacuo tendría por qué volverse más intrincado llegado a algún punto, sin embargo, el pensar en tener que acercarse a una zona plagada de podredumbre actuó como un revulsivo suficientemente fuerte para que aceptase omitir el desvío y seguir de forma errabunda por el interior de la cueva. Tal avance hacia el frente iba en paralelo con su cautela, tanteaba las paredes y las piedras que pisaba a cada pocos pasos, requiriendoles con su dedos una confesión a cerca de si guardaban alguna trampa, o un acceso velado a los ojos del caminante, mientras tanteaba, así mismo agudizaba el oído para cerciorarse más allá del área que cubría el farolilo, de si habría algo más que el sonido de la brisa recorriendo el interior del interminable corredor.