Partida Rol por web

CABECERA

Entre unas cosas y otras se habían hecho las nueve de una mañana ligeramente invernal.

Era el momento de salir y no había tiempo ni de hacer la cama. La luz ya empezaba a iluminar tímidamente el pequeño apartamento. Sophie se vistió rápido y Adrien, como siempre, trataba de ayudar buscando las llaves del coche que le había dejado un colega, consiguiendo tan sólo aumentar un poco el caos. Eso sí, el sándwich vegetal estaba preparado, y estaría delicioso. Aunque hubo que liarlo en papel de periódico. Ayer no hubo tiempo de ir a comprar. Fueron a por el coche, y luego aprovecharon para ir a ver el atardecer sobre el Sena cuando pasa por Bougival y luego a cenar.

Tenía una cita importante dentro de tan sólo una hora y media y era en una casa a los alrededores de Chevreuse, no llega a 40 kilómetros de París. Iba a ser sin duda la entrevista de trabajo más importante de su vida. Un famoso editor, David Montillet,  la había llamado a ella -sí, él a ella- para entrevistarla en su propia casa.  El tal Montillet era conocido por todo el mundo del periodismo y había sido famoso por ser hace no tantos años el presentador de noticias más sexy que haya pisado la televisión francesa.

Adrien había intentado, sin éxito, evitar la tentación de soltar una de sus bromas sin mucha gracia sobre "los parisinos" para no ponerla más nerviosa.

-Trata de no reírte cuando veas una figura de cristal con forma de pene, que es algo que a todos los parisinos famosos les regalan con su primera casa.

Sophie puso los ojos en blanco sin responder ante el comentario de Adrien, pero sonrió mientras se hacía una última revisión frente al espejo. No era en absoluto fan del maquillaje pero tampoco era estúpida, tenía que estar presentable ante Montillet. Una discreta línea de ojos negra realzaba su mirada y un suave brillo de labios terminaba de darle el efecto joven y energética que buscaba. Corrigió un par de mechones de su estudiadamente desordenada melena y, satisfecha, salió del baño.

Adrien estaba sentado en la cama y la chica le dedicó una exagerada pose de modelo, en busca de su aprobación. No se detuvo más de un par de segundos, sin embargo, le preocupaba mucho llegar tarde. Ya iba justa de tiempo y no podía permitirse que Adrien la retuviese en un arrebato de "eres la francesa más guapa de París". Se acercó a él y cogió las llaves  que le tendía, recompensándole con un breve beso.

-Dios, hacía tiempo que no estaba tan nerviosa, parezco una colegiala inexperta antes de su primer examen. Vale, sandwich, tarjeta de contacto, libreta, grabadora, llaves, cartera, móvil. ¿Se me olvida algo? ¿Cojo la cámara? Bueno la dejo en el coche. Pásame el abrigo, el azul. Ya es esta hora... ¡voy a llegar tarde!

Sophie empezó a parlotear mientras recogía sus cosas, como cada vez que estaba nerviosa. Tras tanto tiempo buscando una oportunidad, de repente parecía que la suerte había decidido llamar a su puerta. Pero todo dependía de esta entrevista. Tenía que ser perfecta. Respiró hondo un segundo y sonrió para sí: hoy era su día, estaba segura.

En la entrada del pequeño apartamento Adrien dijo:

-Ya te estoy echando de menos. ¡Sophie en la rampa de lanzamiento!

Se dieron un beso y se sonrieron mutuamente. Pero en ese gesto tan normal pudo ver ella una sutilísima mueca de tristeza. Un resquicio, si acaso, de tonto temor: él tenía miedo de que Sophie empezara hoy una nueva vida y esto fuera algo así como el principio del fin. No por miedo a que ella triunfara, sino más bien a que esa vida de éxito profesional pudera a la larga separarla de él. Era un sentimiento tan ínfimo, tan oculto, que seguro que ni Adrien mismo se había dado cuenta, pero ella le conocía demasiado para no descubrir ese pequeño destello de miedo en el brillo de su mirada o en una curva extraña de su sonrisa.

Durante un segundo, tal vez menos, Sophie se quedó muy quieta, mirando al chico. Un torrente de sentimientos la invadió, llenándola de dudas. Desde que recibió la llamada todo en los últimos días había girado en torno a la entrevista: qué se pondría, repasar su currículum, tener frases ingeniosas preparadas, buscar un coche, hasta sus horarios de sueño se habían visto alterados para asegurarse de que esa mañana estaría fresca y descansada. Y durante todos esos días, no se había parado a pensar en qué sentía Adrien al respecto. Había sido ella, ella y más ella. ¿Y si él tenía miedo de que algo fuera mal? ¿Y si no quería dejarla marchar?

Le conocía, sabía que jamás antepondría sus dudas a los sueños de Sophie, pero ahora ella se sentía mal por ni siquiera haberle preguntado "¿crees que hago lo correcto?". Por un instante estuvo tentada de detenerse, hablar con él, tranquilizarle. Todo a su alrededor pareció contener la respiración, como esperando que ella chasquease la lengua y negase la cabeza sonriendo, mientras empujaba a Adrien al apartamento y, como si viviesen en una comedia romántica, le dijese que no le importaba la entrevista, que se quedaría toda la mañana con él, que no había nada más importante.

Pero el momento pasó, y Sophie retrocedió un paso mientras desviaba la mirada.

-No te preocupes, no habrá pene de cristal que me retenga mucho. Estaré de vuelta enseguida. Pasaré a comprar, esta noche te preparo algo rico.

Le sonrió una última vez y se dirigió a las escaleras. Una sombra de duda rondaba sus pensamientos, pero había esperado demasiado tiempo este momento: no lo dejaría pasar.

-¡No me desees suerte, no la necesito! -gritó mientras desaparecía escaleras abajo, Adrien observándola desde la puerta con la tristeza en los ojos ya sin ocultar.

El día era fresco y la gente caminaba en sus cosas. El coche estaba aparcado cerca con el depósito lleno. Era un Fiat Punto blanco bastante nuevo con el maletero lleno de apuntes y ropa vieja que su dueño había ido acumulando para reciclar.

París mostraba sus encantos cuando la recorrió de punta a punta hasta tomar la carretera en dirección a Chartres. Al salir de la ciudad la carretera fue vaciándose en cada desvío hasta que eran tan pocos los coches que cada uno con el que se cruzaba parecía que tenía una historia que contar.

A esas alturas comprobó que andaba sobrada de tiempo.

Llegó al desvío hacia Chevreuse y a partir de ahí el camino se complicaba un poco. Hubo que tirar de navegador del móvil. pero llegó al pueblo sin dificultad. Era bonito, con un castillo y edificios antiguos. Pedazos de bosque y jardines se confundían rodeando casas de lujo.

Tras demasiadas rotondas y un camino asfaltado más bien estrecho encontró la casa de su futuro jefe.

Entre los arbustos y algún árbol pasaba un poco desapercibida, pero se notaba que era una obra de revista de arquitectura. Muy moderna pero nada ostentosa, con muros blancos y grandes ventanales de cristal.

Llegaba con casi veinte minutos de antelación.

El silencio llenó el coche cuando Sophie detuvo el motor y la radio enmudeció. La chica observó la casa admirada. Desde luego, tenía pinta de ser "ligeramente" más espaciosa que su apartamento. Llegaba con tiempo de sobra, casi demasiado, así que decidió esperar unos minutos en el coche; llegar con demasiada antelación podría causar tan mala impresión como llegar con retraso. Tras tomarse unos momentos para examinar el terreno y la casa, sacó su móvil del bolso. Se aseguró de silenciarlo y después abrió el navegador de internet.

Tras un par de movimientos rápidos de sus dedos por la carpeta de "favoritos", sus ojos absorbieron las portadas de varios de los principales periódicos franceses e internacionales, en busca de noticias relevantes. En una entrevista de periodismo era clave estar al día respecto a la actualidad, su posible jefe podría juzgar su cultura o interés con un par de preguntas para nada banales sobre el panorama informativo.

Tras comprobar que aún tenía tiempo, realizó una última búsqueda en google: David Montillet, especificando "noticias" en los resultados. Había realizado esa misma búsqueda al menos dos veces al día desde que recibió la llamada, pero no estaba de más asegurarse que un anfitrión tan importante no había aparecido en los noticiarios esa misma mañana.

Siete minutos antes de la hora de la cita, Sophie salió del coche y se dirigió hacia la puerta principal.

Cosas que Sophie sabe de David Montillet:

Formado como periodista político, se hizo famoso por sus crónicas de la caída del Muro de Berlín.

Corresponsal en Berlín y Roma, escritor de libros de actualidad, miembro de consejos de dirección de un periódico y del de redacción en otros dos, uno de ellos alemán. Fue accionista de una pequeña televisión por cable especializada en noticias que fue comprada por un canal alemán.

Sus análisis son duros dentro de lo aceptable en el mundillo de la prensa comercial. Es considerado sobre todo un gran entrevistador. La últimas noticias suyas son sendas entrevistas a Merkel y Cameron, poniendo el dedo en la llaga con temas sensibles, sobre todo en el contexto de la crisis griega y el futuro de la Unión Europea. No es precisamente progresista, hizo un artículo muy duro tachando a Syriza de fraude, por lo que fue tachado en su día de reaccionario por los medios de izquierdas. Estaba previsto que hiciera una tercera entrevista

Casado con otra periodista, se divorció a causa de un escándalo con la joven hija de un magnate, con la que se casó para divorciarse poco después. Su tercer matrimonio -el actual- fue con una modelo y actriz muy conocida en Alemania, Vendela Döbeln.

Tuvieron una relación romántica muy mediática durante el rodaje de un film en París, hace dos años. Vendela se estableció con David y se casaron. Ella abandonó su carrera abruptamente hace apenas seis meses para “volcarse en la vida personal y familiar”, abandonado su tercera película a mitad del rodaje.

Aparcada en un ensanche del camino de entrada, Sophie pudo ver cómo Vendela salía de la casa, bajaba las escaleras y entraba en uno de los dos coches que había aparcados, un Audi TTS gris, arrancándolo. Pudo ver también a David Montillet espiándola tras una cortina.

El coche se puso en marcha y pronto pasaría a pocos centímetros del Fiat.

El timbre sonó como una campana tibetana. Una pequeña fuente hacía fluir agua sobre unas piedras blancas y un roble de ramas retorcidas tenía encalada una cometa.

La puerta se abrió y el señor Montillet obsequió a Sophie con su sonrisa de actor de los de antes y dos besos.

-Ah, qué ganas, por favor, pase, pase. ¿Me ayuda?

Atravesaron un salón con un montón de libros y una chimenea de piedra y no, no había estatuas grotescas, sólo alguna máscara africana colgada en la pared y una costilla de adán de hojas enormes. Pasaron a una cocina blanca de la que salía olor a café. David dio una caja de pastas a Sophie y puso la cafetera italiana y las tazas en una bandeja de bambú.

-No le pregunto si quiere leche porque nunca, nunca he conocido a un periodista que no le apasione el café solo. Por aquí.

Subieron con las vituallas por una escalera de madera hasta un salón minimalista de grandes ventanales. Estaban en la parte opuesta de la casa.

Sobre la mesa de cristal había un montón de papeles bien apilados, entre ellos Sophie pudo distinguir su trabajo de final de Máster laureado con la nota Cum laude “Investigación Periodística en el Ecosistema Digital”.

Se sentaron uno frente al otro y David miró a la chica con una sonrisa mientras le servía el café.

Sophie le dio los buenos días al señor Montillet al entrar a la casa, pero pronto se dejó llevar por su energía y se limitó a ayudarle a llevar el café y las pastas al salón. Mientras el señor Montillet servía el café, Sophie se permitió desviar la mirada unos segundos de su anfitrión para mirar al otro lado de los grandes ventanales. Un extenso jardín privado, que casi podría llamarse pradera, se abría ante ellos, dando la sensación de que se encontraban en plena naturaleza. A Sophie le agradó el paisaje, le recordó a su pueblo natal, aunque con más árboles. No se distrajo demasiado en la vista, sin embargo, la entrevista había comenzado desde que puso un pie en la casa (posiblemente antes) y debía cuidar todos los detalles para causar buena impresión.

-Una vista impresionante, señor Montillet. Es una casa espléndida la suya -comentó mientras cogía la taza que le ofrecía-. Muchas gracias por el café, espero haber llegado en un momento oportuno -añadió fingiendo cortés preocupación por su puntualidad, aunque sabía de sobra que había llegado exactamente a la hora acordada.

Había acordado de ante mano con Adrien qué actitud presentaría ante el señor Montillet. Agradecida por su llamada, pero no excesivamente halagada ni sorprendida, la pondría en una posición demasiado inferior, revelando su desesperación por encontrar un trabajo. Interesada por su trabajo y sus opiniones, debía mostrarle que había hecho los deberes y se había documentado acerca de su anfitrión. Por lo que veía en los papeles de la mesa, él había hecho lo propio, como buen entrevistador. Y sobre todo, apasionada por el periodismo y mostrando todo el interés y energía posibles de cara a una posible oferta de trabajo, siempre dentro de la profesionalidad, claro está. No dejaba de ser una muchacha recién salida de la Universidad en casa de una de las estrellas mediáticas del periodismo. Esperaba que los nervios no la traicionasen y la pintasen como una niña nerviosa ante Montillet.

-Me alegra que cuando yo muera quede otra pesona puntual. Creía que ya habían desaparecido.

Y tras sonreír con la broma, David habló con una voz fresca y bonita, como si estuviera presentando un programa de televisión:

-El mundo ha cambiado, y mucho. Desde que yo era como tú…buf! Una barbaridad. Eres una nativa de Internet. Apenas habías nacido cuando se creó la primera Web ¡Yo todavía recuerdo nuestro teletipo Olivetti!.

Y eso, tu juventud, es lo que de verdad me fascina. No respeto a casi nadie de mi edad, porque los conozco y sé que se mienten a sí mismos. O que fingen saber. O se aferran a lo que creen que saben. En todo caso no me valen porque yo soy uno de ellos, y no les necesito.

A mi edad las cartas están echadas y raro es quien es capaz no ya de innovar, sino de reconocer una innovación. O incluso de asombrarse. En cambio tú tienes una mirada que me falta, una mirada que necesito. Tú puedes ver un espectro de colores inconcebibles ya para mí. Eres lista pero todavía no has vendido tu alma al demonio. Puedes permitirte el lujo de pensar sin que te presionen a tus anteriores y aclamadas versiones de tí misma. Tu inteligencia es libre. ¡Cómo te envidio!

Rió y bebió un sorbo de café entreteniéndose en la espuma.

-Sólo tengo una pregunta. Tómatelo como un juego mental, si quieres.

¿Cómo harías para hacer que alguien desaparezca sin dejar ni rastro? ¿Ves eso posible, hoy?

Pero dime algo que yo no sepa.

Y esperó desafiante.

Sophie escuchó atentamente, asegurándose de no perderse ni una sola de las palabras que le dirigía el hombre. Pese a sus esfuerzos por estar tranquila, tenía los músculos en tensión y el estómago ligeramente encogido, no quería mal interpretar algo que le dijese u olvidar algún detalle clave de la conversación. Cuando Montillet le hizo la pregunta, frunció el ceño ligerísimamente. Alzó la taza y bebió un par de sorbos con calma, en parte para humedecerse la boca (que tenía un poco seca) y sobre todo para ganar un par de valiosos segundos para pensar.

Estaba acostumbrada a preguntas extrañas en las entrevistas. Si tuvieras un super poder, ¿cuál sería y por qué? ¿Qué te llevarías a una isla desierta? ¿Con qué persona del mundo te gustaría cenar? Por lo que sabía de psicología, ese tipo de preguntas revelaban más de una personalidad que cualquier currículum. Así que se pensó un momento su respuesta, si bien también era importante la velocidad mental y no crear un silencio que se extendiese más de unos segundos.

-Bueno, señor Montillet, es una pregunta poco concreta. Podría darle muchas respuestas y todas podrían ser muy válidas. Mire, una amiga mía viajó hace un par de meses al Suecia, al círculo polar ártico, para ver las luces del norte. Allí conoció a un hombre, un saami, un lapón, ya sabe. Vivía cuidando a sus perros, que tiraban de trineos para placer de los pocos turistas que se aventuran tan al norte. Se entretuvo en conocerle un poco. Sus padres ya habían fallecido, por desgracia, y no tenía pareja ni hijos. No tenía ni idea de qué es facebook o twitter y no creo que haya leído más de dos periódicos en su vida. Mi amiga decía que siempre decía muy contento que sus perros eran su familia y el viento y la nieve sus amigos.

¿Qué se necesitaría para hacer desaparecer a ese hombre? No mucho, señor Montillet, ¿no cree? Ninguna presencia en las redes. Solo un puñado de conocidos. Un estilo de vida relativamente peligroso, en una tierra tan fría y solitaria. Si me permite mi opinión, el único rastro que tendría que ocultar serían sus propias huellas en la nieve.

Pero, ¿y si quisiera desaparecer usted, señor Montillet? Bueno, mucho me temo que eso sería bastante más difícil. ¿Si es posible? Tiendo a creer que todo es posible, pero posiblemente debería dedicar todo su esfuerzo y gran parte de su dinero para lograrlo. Y cambiar de vida por completo, claro está. ¿Quiere desaparecer? Bueno, puedo recomendarle a un saami de Suecia que quizás le pueda ayudar.

Sophie había hablado con calma, despacio, mientras su cerebro trabajaba a toda velocidad. No estaba segura de haber entendido la pregunta, pero su intuición le decía que era una pregunta trampa, y siempre seguía su intuición. Había oído hablar de ese tipo de trucos en un curco de coaching. Eran especialmente habituales en entrevistas de trabajo para periodistas, aunque era la primera vez que se enfrentaba a una de ellas. Si estaba en lo cierto, la pregunta que le había hecho el señor Montillet no era importante. Era una distracción. Una prueba para comprobar si Sophie era capaz de pensar con amplitud y de no obcecarse con lo primero que le ponían por delante. Su discurso acerca de su "no coartada visión juvenil" le animaba a pensar que estaba en lo cierto.

Si Sophie no se equivocaba, la parte verdaderamente importante de la pregunta de Montillet era el "pero dime algo que no sepa". Lo demás era decorado, luces de colores, distracciones que pretendían alejarla de lo que el hombre le había pedido realmente. Así que con una sonrisa que trató de cargar de confianza en sí misma, añadió:

-Oh y, ¿conoce el olor a hierba recién cortada? Es curioso pensar que en realidad procede de una serie de sustancias volátiles que las plantas usan para comunicar a las plantas cercanas algo que en nuestro idioma sonaría así como "acaban de cortarme en dos, preparáos y tratad de salvaros, posiblemente seáis las siguientes". Espero que eso no lo supiera, señor Montillet.

"Gracias Adrien" pensó la chica, contenta de haber retenido alguno de los datos curiosos sobre plantas que siempre le contaba como si fuese lo más impresionante del mundo.

Sophie estaba siendo entrevistada por alguien que se había hecho famoso arrinconando a los políticos más prestigiosos contra las cuerdas y regalándoles el peor rato de sus vidas. Reconoció su característica mirada. Era la de un cazador en el instante en que su presa ha caído en una trampa.

- El lapón de su ejemplo conoció a una viajera bien relacionada. ¿Sólo una? No lo creo, seguro que le cuenta la misma cantinela a todas las turistas que se encuentra ¿Acaso no viajan a los confines del mundo para vivir ese tipo de experiencias? Es fácil que él sólo dijera lo que creyó que ella quería oír. Incluso sin facebook, apuesto a que ese esquimal tiene su propio grupo de seguidores.

Pero vale, aceptemos que le contó la verdad y que su amiga era la primera occidental con que se encontraba y sus perros los únicos testigos de su existencia…

Se detuvo un instante para darle un sorbo al café.

-Incluso así, esa primera turista resulta que tiene una amiga periodista a la que le contó su fabuloso encuentro. Y esa periodista lo puso de ejemplo en una entrevista con uno de los más conocidos redactores de noticias de su país. ¿Seguro que bastará con borrar las huellas de su trineo?

Se ha olvidado de su papel en la noticia. Tenga siempre muy en cuenta que el observador afecta a lo observado. El periodista puede disimular si quiere pero siempre es parte de su noticia y a menudo desvirtúa precismente aquello que quiere preservar.

Entonces, con una sonrisa maliciosa continuó.

-Tengo la sensación de que si me escondo con el saami acabaré recibiendo la incómoda visita de alguna de mis ex, que definitivamente tirarán la toalla en su obstinada búsqueda del hombre en su estado salvaje. ¿No cree?

Y se rió buscando la complicidad de Sophie.

-Por otro lado, también es muy interesante su observación sobre la hierba cortada. Me deja usted de piedra. No sabe cuánto me preocupa esa cuestión en particular. ¿Cree posible que nosotros los humanos pudiéramos estar dotados de un sentido parecido? ¿Algo tangible pero que está por descubrir y que explicaría lo que conocemos como intuición?

Y esto nos conduce a mi última pregunta. Si se viera en una situación donde el instinto le afirma con toda su fuerza algo que desmienten las pruebas fuera de toda duda ¿qué haría?