Partida Rol por web

-Pero... no...

La muchacha quedó sepultada bajo la enorme piel de Ragnar, pesaba bastante y casi no podía sostenerse en pie. Sin embargo, el contacto de la piel caliente y el calor que la envolvió, protegiéndola además en parte de la lluvia, la reconfortaron de golpe y lanzó un suspiro de agrado.

-Gracias, Ragnar -le dijo, mirándole con las mejillas sonrojadas por el calor-. ¿No te pondrás enfermo tú con este frío y sin nada más?

«Yo estoy acostumbrado a la vida del bosque y a dormir al raso, tú no.» pensó, en cambio pronunció las siguientes palabras:

—Tú me puedes curar a mí si caigo enfermo. ¿Pero quién cuidará de ti si tú te pones enferma? —preguntó—. Yo no sabría ni por dónde empezar.

La sacerdotisa parpadeó muy rápido y luego sonrió.

-Pues tienes razón -dijo riéndose-. Pero tampoco quiero que te resfríes por mi culpa, ahora mismo eres quién nos protege de los peligros del camino y si enfermas, ¿cómo nos defenderemos? Yo no puedo. Cuando nos pogamos a cubierto, rezaré a Shallya para que nos conceda su protección sobre las inclemencias del tiempo y le pediré que te la entregue, al menos, durante un día.

Chester estaba al límite. Calado hasta los huesos, con un frío horrible y resignado a no limpiarse las gafas porque, ¿para qué? Y si ya estaba de mal humor, ver a Alys y Ragnar flirtear (porque evidentemente estaban flirteando) fue la gota que colmó el vaso.

—¡No es tanto!—exclamó irónico el mago—¡Dos días nada más! ¡Dos días empapados, pasando frío y con barro hasta el culo! ¡Porque eso es lo más normal del mundo! ¡Qué iluso de mí!

Lo positivo para cualquiera que hubiera conocido a Chester es que por fin había explotado ¡ya era hora!. Todo el viaje desde Bretonia hasta aquí había supuesto una dura prueba para el mago, más de lo que nunca había afrontado. Lo negativo es que hubiera sido por algo tan tonto como estar mojado por la lluvia.

Y rabioso como estaba, el mago dio media vuelta para seguir su camino pero lo hizo con tal ímpetu y veía tan poco que con lo que se encontró fue con el tronco de un árbol. El joven se dio de bruces contra el mismo cayéndose de espaldas al suelo mientras se llevaba la manos a la cara.

¿Por qué todo me pasa a mí?

Alder no pudo no sonreír al ver como Chester hacía el idiota. No obstante, no por ello iba a ser objeto de burlas por su parte, sino todo lo contrario. Se acercó hasta él y le ofreció la mano para ayudar a levantarse. 

- ¿Estás bien, amigo? 

Igual hubiera sido buena idea ir en la diligencia. Pero ya era tarde para ello, aunque lo cierto era que todavía no la habían visto pasar. Quizás pudieran interceptarla en medio de la carretera.

Ragnar alzó la manaza.

—No desperdicies tus conjuros conmigo, yo estaré bien. Guárdalos para cuando sean realmente necesarios.

Como si nos emboscan los bandidos.

Pasaron dos horas hasta que dejó de llover. Estaban calados hasta los huesos y casi se arrepentían de no haber subido finalmente a esa diligencia. Si no se arrepentían era por el mero hecho de que todavía no había ni rastro de la diligencia en la carretera, pues aunque no iban por ella sino atravesando el bosque, no estaban muy lejos y no habían escuchado un solo trote de caballo o las ruedas del carruaje rodando sobre la calzada llena de socavones. 

Siguieron avanzando durante una hora más hasta que no les fue muy difícil localizar, desde la espesura del bosque, una escena un tanto escalofriante. En una cueva del camino, observaron a alguien agachado junto a un cuerpo. Rápidamente idnetificais la vestimenta del mismo. ¡Se trata de un cochero de Las Cuatro Estación! Podía ser incluso el mismo que casi les atropelló la noche anterior cuando llegaron a la Posta. 

Aquel hombre pareció intuir que estaba siendo observado e inmediatamente volteó la cabeza. En su boca se encontraba una mano ensangrentada, la cual acababa de ser arrancada del cuerpo que yacía en el suelo junto a él. El rostro de aquel hombre era repugnante. La piel de su rostro colgaba hecha jirones y de sus ojos manaba una extraña mucosidad verde.

Ragnar no se arrepentía, ni poco ni casi, de no haber cogido la diligencia. Incluso le había parecido una decisión de lo más inteligente, como atestiguaban las monedas que aún resonaban en la bolsita que colgaba de su cinto. Pero qué sabía él, un bárbaro incivilizado que no sabía ni leer.

Tampoco estaba tan empapado, al fin y al cabo. Ni él, ni el resto del grupo. Al narrador se le había olvidado, al parecer, que no viajaban campo a través sino que se habían resguardado bajo los árboles del bosque cercano.

Ragnar dejó caer el hacha pesadamente en el suelo y torció el labio.

—Un ser del caos —informó al resto, aunque también podría ser un leproso caníbal.

Como si no hiciera falta más justificación, Ragnar dejó escapar un gruñido casi animal y aceleró en su dirección arrastrando el pesado filo de su hacha por el suelo.

Si Chester no se meó encima fue porque acababa de hacerlo veinte minutos atrás.

Cuando Ragnar nombró la palabra bestia del caos dios instintivamente unos pasos hacia atrás, para resbalar con el barro y caerse en el suelo. El mago empezó a dar fuertes bocanadas de aire intentando que el oxigeno entrar en sus pulmones, pero parecía insuficiente. En su mente sólo había lugar para una pregunta.

¿Dónde demonios me he metido?

Alys casi se atragantó con un grito cuando vio a aquella criatura. Pero ver a Ragnar arrastrar el hacha mientras se dirigía hacia allí le provocó un escalofrío.

-Pero, ¿qué es un ser del caos? -preguntó, angustiada-. ¡Ragnar, espera!

Chester se resbaló y cayó a su lado. La muchacha empezó a ponerse más nerviosa.

-¿Qué pasa? -exigió saber.

No estaban muy lejos del lugar dónde aquel mutante del caos estaba devorando al cochero. No obstante, éste no se había percatado de la presencia de aquella gente hasta que Ragnar salió a campo abierto con intenciones claramente beligerantes. 

Fue al salir de la arbolada, cuando el norteño divisó a lo lejos una diligencia de las Cuatro Estaciones. Posiblemente era la que trató de atropellarles la salir de la Posta. Ragnar la recordaba bien y esa era la misma o una muy parecida. 

Otros dos seres mutantes se encontraban alrededor del carruaje. Uno de ellos con un rostro extraño, más parecido la de una criatura marina, que la de un humano, gritaba dolorido en el suelo, mientras un segundo parecía estar rebuscando en el cadáver de lo que parecía ser un... Niño.

—¡Eso! —le contestó a Alys señalando al infraser con su hacha.

Chester respondió a Alys entre jadeos de forma instintiva. Si le hacían una pregunta y él sabía la respuesta, la daba. Aunque estuviera cagado de miedo.

—Es... un ser corrupto... con magia del caos—tragó saliva—. La magia del... caos... es la magia pura... que viene directamente... del Reino de los Dioses del Caos.

El mago se levantó intentando acompasar su respiración. Ragnar no tenía miedo de la criatura, seguro que le protegería. No tenía nada que temer.

O sí.

Alder chasqueó la lengua con disgusto ante semejante panorama, mustiando un simple -Vaya por Dios...-cargado de desgana, mas que de sorpresa o temor.

Inmediatamente, casi como si pudiese predecir que Ragnar iba a lanzarse en línea recta hacia la amenaza, se adentró a la carerra en la espesura del bosque, buscando ocultación para poder así posicionarse ventajosamente en la batalalla que sin duda iba a desarrollarse en aquel camino.

Alys volvió la vista al frente, Ragnar se acercaba a esas criaturas con el hacha dispuesta, Chester retrocedía por el pánico y Alder... sencillamente se escabullía por el bosque.

-¡Oh, por Shallya! -exclamó la sacerdotisa. ¿Es que nadie iba a ayudar a Ragnar? La muchacha empuñó la maza con una mano mientras con la otra sostenía su símbolo sagrado.

Uno de los mutantes que se encontraba cerca del carruaje, se percató de que tenían compañía. Avisó al otro que estaba junto a éste y los dos comenzaron a acercarse hacia Ragnar, que era a quien realmente había visto.

Como una exhalación y sin mediar palabra con nadie, Alder se internó en la espesura.

Sin perder de vista el camino, fue avanzando paralelo a este de forma sigilosa hasta que se situó a la altura del primero de los atacantes nacidos del Caos y una vez allí alzó su ballesta, apuntó hacia el que más cerca estaba de Ragnar y  logró que el virote acertase con bastante certeza.

Una imperceptible sonrisa se dibujó en su rostro ante el éxito de su ataque. El próximo dependería por completo de la reacción de los enemigos. Si le habían descubierto dejaría caer su ballesta para lanzarse al cuerpo a cuerpo junto al bárbaro. De no ser así, un nuevo virote pasaría al canal de la ballesta, dispuesto a volar contra los siervos el Caos.

Chester quería huir. Quería darse media vuelta correr. ¿Quién en su sano juicio iba a enfrentarse a una criatura del caos? Pero por alguna razón no lo hizo. Seguramente porque las piernas no le respondían.

¡Eres un mago Chester Clancy! ¡Por todos los dioses haz magia!

¿Para qué memorizaba los conjuros si no? ¿Para qué se pasaba horas de estudio castigándose la vista? ¿Para qué quería ser un Apóstol del Saber? Si no usaba la magia nada de eso tenía sentido. Y si las cosas pintaban mal... bueno, también tenía un conjuro para huir.

—¡Aktana strok graseo bural!

Una pátina de grasa resbaladiza brotó en el camino a los pies del mutante que tenían más cerca e interponiéndose entre ellos y el resto.