Partida Rol por web

Donde se determina el destino de los personajes y descubren las verdades finales.

Cuando avanzaron los últimos metros, ninguna trampa o emboscada evitó que los héroes alcanzasen el lugar iluminado. No parecía haber protecciones ocultas. Salieron a un claro en el bosque vagamente circular, no tenía más de nueve metros de radio. Cuatro incensarios de pie ardían aún con llamas brillantes de colores que emitían un humo aromático de olor dulzón y mareante que no podía esconder el aroma aún más fuerte de la muerte, la sangre y la podredumbre. Miasma que procedía del altar de piedra negra, que había en el centro.

El ara oscura tenía rastros de haber sido usado con frecuencia en el pasado para hacer sacrificios de sangre, tenía argollas de metal un tanto oxidadas y cubiertas de manchas de sangre tanto consumida como seca e incluso coagulada; las acanaladuras para el sangrado aún goteaban cuajarones sanguinolentos. El último de los sacrificios seguía encima de la losa, aunque no estaba anclado con los grilletes ni parecía especialmente colocado, de hecho se podía decir que más que sacrificado había sido asesinado sobre la losa de piedra.

El muerto era un elfo, tenía la piel pálida por la pérdida de sangre, pero manchas grises, como sombras, la cubrían aquí y allá su aspecto en vida, más allá del destrozo que tenía, debía haber sido enfermizo. Vestía los restos de una túnica negra bordada con runas mágicas que ahora estaban apagadas, un par de varitas de hueso quebradas – probablemente sendos radios humanos tallados - descansaban en su cintura, que estaba ceñida por un cinturón de bolsillos, típico de los usuarios de magia. El cadáver presentaba un aspecto horrible, había sido macabramente asesinado: sus brazos estaban abiertos y se curvaban siguiendo la arista del altar, con sus antebrazos quebrados para seguir el ángulo de 90º de la misma, en una fractura abierta que dejaba ver las astillas de los huesos sobresaliendo de la carne; la mano derecha había desaparecido, aparentemente en una pequeña explosión, en la izquierda tenía un sello familiar con la conocida y recargada letra ‘C’ élfica con su corona que ya asociaban a los Coronal-Sangrador. Algo de fuerza sobrehumana debía haberle sujetado y tumbado estrellándole los brazos contra el altar para que dejara de luchar. Le habían abierto el pecho en canal, igual que a las víctimas del pueblo, unas garras descomunales se habían clavado en su esternón y habían tirado brutalmente hasta abrirlo como si fuera un arcón, sus entrañas estaban mordisqueadas y faltaba el corazón. La cara no reflejaba el horror y la agonía que el muerto debía haber sentido al ser torturado de esa forma, porque estaba destrozada: le habían comido la boca, literalmente, algo con dientes grandes, afilados y numerosos le había arrancado toda la carne desde debajo de la nariz hasta el cuello dejando sólo jirones sanguinolentos de la mitad inferior de su cara, la mandíbula, sin tendones que la sujetaran, se había distendido y el salvaje asesino había aprovechado el hueco bucal para incrustar el corazón arrancado hasta el gaznate, con violencia, rompiendo dientes y machacando el músculo vital en el proceso. Tampoco los ojos podían traslucir el miedo de los últimos instantes del brujo pues había sido acuchillado en ellos, la daga que se había usado para hacerlo aún estaba clavada en la cuenca derecha.

Esa hoja con la que había sido rematado el elfo se trataba de un cuchillo precioso, elegante, hecho en una sola pieza de plata que seguía refulgiendo a pesar de estar en aquel lugar obsceno y macabro. Su empuñadura estaba tallada con motivos florales y su hoja curvada tenía un diseño exquisito.

Detrás del altar sonaba un quedo gruñido, que fue creciendo a medida que los héroes entraban en el claro. Para cuando el gesto de horror por el horrendo espectáculo del altar había empezado a abandonar su rostro, del punto donde oían el gruñido se levantó la criatura que les había estado acosando todo el camino desde Zoquejo. A la brillante luz de los incensarios pudieron distinguirla claramente, en todo su horror.

Estaba muy sucia y greñuda. Tenía la altura y constitución de un elfo, aunque se levantaba un poco encorvada. El cabello era entre rojo mate y marrón, pero lo era sobre todo por la sangre y el barro, con esfuerzo pudieron deducir el color que había debajo: rojo brillante. Sus ojos almendrados ya no tenían globo ocular ni iris, solo una pupila negra que parecía iluminada por un fuego rojo que ardiera en el interior del ojo. El cuerpo debía haber sido mujer, porque tenía los restos de un vestido de noche, hecho jirones y tan sucio que parecía marrón y rojo sangre en lugar del prístino blanco que sólo llegaba a intuirse. Era obvio que lo que tenían delante era un cadáver animado: su pecho ya no podía distinguirse, porque le habían abierto con un gran cuchillo, se veía su interior y era manifiesto que no tenía corazón, había sido cortado y arrancado; como consecuencia un torrente de sangre había corrido por su ropa desde el pecho a lo poco que quedaba del vuelo del vestido pero, curiosamente, la mancha era mucho más intensa desde el bajo vientre que por el pecho y la barriga.

Los breves segundos que miraron horrorizados al ser apenas fueron suficiente para reconocerla, pero al final su mente puso nombre a los restos de los rasgos que quedaban en ese cuerpo muerto de su antigua propietaria: era Trellana Resplandeciente la camarera de la Posada de la Plaza que había sido, sorprendentemente, la elegida éste año por el unicornio… ¿realmente hacía sólo unas horas? Parecía que hubiera pasado una vida. El único resto de la simpática joven elfa que quedaba allí podía ser un collar de oro con un rubí multifacetado del tamaño del puño de un bebé, que ninguno recordaba que llevase cuando se marchó cabalgando a lomos del unicornio que había degenerado en la criatura que habían matado hacía menos de una hora.

Trellana no era fácil de reconocer, no tanto por sus ojos demoníacos, su pecho destrozado, su aspecto salvaje y sucio ni su pelo engreñado; tampoco lo eran las varias heridas, incluyendo las que habían causado sus flechas, que habían dejado colgajos de carne muerta y heridas que no sangraban ni se cerraban, teniendo el aspecto de ser para siempre. Lo que hacía tan difícil reconocer a la camarera élfica eran los rasgos que sí habían variado. Los que mostraban que allí ya no vivía la amable señorita Resplandeciente.
Sus antebrazos había crecido, llegaban casi hasta el suelo y no sólo eran más largos, sino más anchos, con músculos rojizos que palpitaban, dedos como ramas y uñas negras de aspecto brutal; recordaban los brazos de un simio terrible y gigantesco. Tampoco quedaba nada de la boca sonriente de labios rojos, parecía que la parte baja de su cabeza había crecido un poco y su boca ahora se abría, desigual, de oreja a oreja, el triple de grande de lo que era antaño; además estaba llena de colmillos, dientes finos y afilados que formaban varias filas desalineadas y caóticas, cada uno de los cuales medía unos centímetros.

El ser se irguió y rugió con fuerza, desafiante, un grito que intentaba modular con unas cuerdas vocales muertas y sin aire. Clavó su mirada, provista de una astucia innegable, en Gaëlle y luego en Auria y abrió su boca en una macabra parodia de sonrisa con la vista fija en los ojos de las chicas abrió su falda para revelar la intimidad del cuerpo en que residía, su sexo destrozado evidenciaba que Trellana había sido violada con un cuchillo de forma salvaje y brutal, por la cantidad de sangre seca que había el inhumano atentado se produjo cuando la chica aún estaba viva. El monstruo cerró otra vez la falda mirando impúdico a sus oponentes y provocándoles para atacarle con un remedo de carcajada fallido por los graves daños que tenía su continente.

Evea había vivido todo aquello como en un sueño, como si se hubiera dividido en dos y ahora tuviera que prestar atención a ambas existencias de forma simultánea, puesto que mientras parte de su atención recogía los detalles del elfo muerto y la criatura, otra tenía que entender que el cadáver que veía no era el de Tianna, lo que ocasionaba a la vez alivio e incertidumbre, y a al mismo tiempo tenía que lidiar con el hecho de que desde que entró en el claro no dejaba de oír gritar a su mentora. Mientras una parte de su cabeza escuchaba con las orejas al monstruo gruñir, otra oía dentro los alaridos de dolor de la paladina simultáneamente, venían de algún punto de la criatura pero no podía precisar de dónde. ¿Quizá de la garganta dañada en lugar de la boca? Era realmente frustrante.

La humana sintió flaquear sus rodillas ante el macabro espectáculo que tenía delante. La parte racional, aquella pequeña vocecita cada vez más apabullada por la realidad, suspiró aliviada porque aquello resolvía todo: el mago Coronal, el contrato para el sanamiento de su cuerpo, la camarera desaparecida y la criatura que les había acosado. Pero poco podía hacer el resto de su consciencia por asimilar el horror que acababa de contemplar. Por si fuera poco aún sentía ecos de su mentora, atrapada... ¿dónde? Tenía que estar en el claro; allí se decidiría el final de la tan lejana profecía.

Apenas se hacía cargo de lo que estaba viendo, el despliegue de casquería había superado por completo lo que esperaba y malamente atinó a murmurar unas palabras -¿Qué decía el libro que pasaba si el ritual salía mal?-una virgen profanada por un cuchillo de plata y su corazón arrancado. Un demonio que se había hecho materia en el cuerpo del sacrificio. Y la venganza sobre el solicitante.

Aquello parecía sacado de la peor de las pesadillas posibles y sólo su agudo ojo pudo captar el destello del colgante de rubí, su brillo acompasado con los lamentos de su mentora. ¿Podría ser que estuviera allí atrapada su alma? No era una experta en el tema, ni mucho menos, pero siempre había oído historias haciendo referencia a que la ruptura del objeto cautivador solía implicar la liberación definitiva del alma atrapada. Aunque eso significaba decir el adiós definitivo a Lady Tianna, ella no merecía menos que ese descanso.

Haciendo un auténtico esfuerzo de voluntad, apartó el dolor y dio unos pasos cautelosos hacia el borde del claro, por la parte baja, pasando delante de sus compañeros. Ella era una cazadora y el monstruo era su presa. Posiblemente la daga tuviera algún sentido o uso contra este enemigo, pero maldita fuera su estampa si fuera a cargar directamente para alcanzarla. Había que usar la cabeza pues había mucho en juego.

Con excelso cuidado apuntó a la cadena del collar y disparó un primer tiro de advertencia que se perdió sin pasar cerca siquiera.

La flecha de Evea salió tan desviada que la criatura ni siquiera necesitó esquivar, un ruido de ramas rotas pudo oírse cuando la saeta se perdió más allá de la maraña.

La montaraz se fijó por primera vez en detalle en el medallón. Estaba totalmente fuera de lugar, era imposible que una camarera tuviera un colgante así. Ni ella misma vendida como esclava en el norte, con toda su belleza y exotismo élfico, hubiera valido lo que esa pieza. Ni la posada entera en la que trabajaba como doncella lo valía. En eso pensaba cuando le pareció que, dentro del rubí, una sombra de forma humanoide se movía. ¿Podía ser allí donde se originaba el sonido?

Aquella imagen repudió a Auria hasta límites insospechados, no podía creerse que la doncella escogida hubiese terminado convertido en "eso". Una criatura inhumana, que más parecía provenir de los mísmisimos siete infiernos que de una sencilla taberna de la ciudad. Todo el ritual que tanto había deseado ver, "la aparición del unicornio" ¿Y todo para esto?

Luego le vino a la memoria ese momento en el que el Unicornio por poco la escoge a ella. Auria podría ser ahora mismo aquella "mujer" que tenía enfrente. ¿Acaso le debía su vida a su padrastro? Aquel a quien ella mismo había jurado venganza y que la había dado por cumplida. No podía creérselo, uno de sus peores días en su vida, mejor dicho, el peor día de su vida y que tanto le había marcado, ahora era símbolo de vida y libertad.

No era posible, Auria se negaba a creer que debía su vida a aquella bestia que se había aprovechado de ella cuando tan solo era una niña. Los sentimientos se cruzaron por su cabeza, odio, rencor, alivio, gracia, descanso...

La niña elfa apartó el rostro de semejante ser, le costaba mirarle directamente a la cara, aquello era demasiado aberrante para ella y jamás había visto criatura igual. Entonces, la muchacha se miró las manos, comenzaron a poner incandescentes, sabía lo que era aquello, la escasa esencia natural que había en el lugar se estaba metiendo en su cuerpo. Debía aprovecharla y liberarla contra ese monstruo, debía acabar con él. Aquella ya no era la dichosa tabernera de la posada, ya no era ella y no debía pensar más que en su monstruosidad.

Auria vio un flanco por donde moverse, comenzó a avanzar lentamente hacia la parte norte del lugar para colocarse en línea recta sin nada que le estorbase, y una bola de fuego comenzó a brotar en sus manos, dispuesta para ser lanzada contra ese ser.

Mientras la magia elemental ígnea se acumulaba en las manos de la pequeña elfa, sus pasos le llevaron rodeando el claro hasta hacer que el altar dejara de interponerse entre ella y el cadáver poseído de Trellana, aunque seguía habiendo uno de los pebeteros éste no ofrecía una protección significativa.

Al borde de un ataque de pánico mientras trataba de contener las ganas de vomitar, Gaëlle a duras penas consiguió vencer su impulso de salir corriendo de allí. Durante todos los años de viajes que su corta edad le habían permitido, jamás había imaginado encontrarse ante tal horror. Ni siquiera en sus peores pesadillas. Ni siquiera durante las horas anteriores, cuando cada situación mostraba un poco más del horror en el que se habían metido. 

Trató de no mirar directamente la aberración en la que habían convertido a Trellana mientras se refugiaba tras el corpachón de Karlack. Tenía que centrarse y tratar de recordar. ¿Que era lo que el terrible libro de la cabaña le había dicho? ¿Como se acababa con la posesión? No recordaba mención alguna a que hacer si el demonio se hacía con el cuerpo del sacrificio. Seguramente el mago no esperase aquello. 

Dándole vueltas una y otra vez a lo que recordaba, se detuvo en la daga. La daga aparecía varias veces en las anotaciones, no solo para explicar cual debía ser su composición y su uso. Parecía el elemento central del ritual. Quizá fuese el arma clave para acabar con la bestia, o quiza... "la representación material del ser en la tierra durante el proceso", eso era lo que había escrito en el libro... quizá destruyendo la daga el demonio volviese de vuelta a su plano. 

Matar a la criatura con la daga, o destruir la daga. Esas eran las opciones que se le ocurría. Para cualquiera de las dos primero tenía que hacerse con la daga. Buscó con la vista el plateado cuchillo en el claro, para rápidamente encontrarlo clavado en la cabeza del mago que había convocado a la criatura. En el altar, cerca de la aberrante posesión. 

Armándose de valor, o más bien presa de algún tipo de ataque de locura transitoria, se dirigió a sus compañeros.

-Voy a intentar coger la daga. Mantened ocupada a la criatura.

Acto seguido, con el estoque desenfundado, se dispuso a apartarse del grupo, buscando rodear el claro para salirse del foco de atención del demonio. Si conseguía mantener el altar siempre entre la criatura y ella, no debería correr "excesivo riesgo".  

Allí delante mismo se encontraba una criatura salida de los infiernos. Karlack la observó por unos instantes como midiendo sus posibilidades.

Había oído que este tipo de criaturas eran muy poderosas, pues bien parecía que iba a ser hora de comprobarlo.

Observó como sus compañeros se iban desplegando por el campo de batalla y escuchó el comentario de la bruja... maldita sea, no se podía quedar quietecita en un sitio.

Dio un paso hacia delante y golpeó el escudo con su espada.

Eh tú, sí tú la fea, que eres más fea que el culo de un orco, ¿quién te arregló la cara? ¿un gnomo con cataratas? Ven aquí zorra que voy a hacerte un lifting

El guerrero trató de llamar la atención de la criatura para que sólo se centrara en él.

La táctica de Theldur tuvo éxito y la monstruosidad centró su atención en él, retorciendo la boca deforme de Trellana en una sonrisa que era todo dientes y crueldad, lamió sus garras y, perdiendo de vista totalmente a Gaëlle, se lanzó con una velocidad cegadora hacia el guerrero, un sonido metálico brutal resonó por todo el claro cuando impactó contra él y sus garras rasgaron la armadura de placas del hombre sin conseguir penetrar el metal.

Antes de que pudiera reaccionar siquiera, el monstruo retrocedió de vuelta a su posición inicial moviéndose tan rápido que parecía una sombra, junto al cadáver del elfo y con rabia en la mirada gruñó y golpeó el suelo con furia por no haber podido traerse un buen trozo de carne de su objetivo.

Viendo que sus compañeros se centraban en la bestia y la mantenían ocupada Evea siguió desplazándose lateralmente por el claro manteniéndose lejos de la bestia, que con su antinatural velocidad parecía capaz de golpear a quien quisiera y volver donde la apeteciera.

Seguía sin atreverse a cargar para obtener la daga y pasársela a alguien más hábil con tal arma que ella, tampoco los demás habían hecho ademán de ir por ella. No les iba a culpar, no la hacía especial ilusión ponerse al alcance de esas garras y dientes. Y luego estaban los gritos...

Intentando calmarse lo suficiente para hacer puntería volvió a disparar con el amuleto como objetivo, pero tanto la movilidad de la criatura como sus propias tribulaciones hicieron que el disparo se perdiera por bastante distancia no acercándose siquiera ni al cuerpo del monstruo. Al menos tampoco llamaría su atención, esperaba.

La flecha de Evea voló muy lejos de la criatura, que ni siquiera se molestó en esquivar. No parecía ni siquiera especialmente preocupada por los disparos de la batidora.

Había que hacer que aquella criatura se moviera de allí y no parecía dispuesta a moverse, bien pues habría que obligarla.

Karlack agarró con fuerza el escudo y avanzó hacia la criatura, dispuesto a conquistar la cima de aquel pequeño altar.

Auria alzó las manos donde se había materializado la esfera de fuego y haciendo un gesto como de una niña jugando con una pelota la hizo rodar en dirección hacia su enemiga. Quería que aquel conjuro la diera de lleno como para debilitarla. Sus compañeros estaban pensando en hacerse con la daga, pero si lograba hacer aquello, quizá fuese suficiente.

Luego volvió a murmurar algunas palabras, y la escasa naturaleza que había bajo los pies de la criatura comenzó a conglomerarse para enredar las piernas de la criatura y evitar así su movimiento. No quería que siguiera dañando a sus enemigos, y quizá con eso lograse retenerla, al menos algo de tiempo.

Imposible, la criatura está pegada a la zona de la daga la única forma es pillar a Evea y Gaëlle, que se han abierto hacia los lados.

La esfera de fuego voló directa hacia la criatura que, en un gesto casi displicente dio un paso en el último segundo cuando Auria ya casi gritaba de júbilo al acertar, evitando la bola de fuego como si fuera una pluma que cayera lentamente hacia ella. Con una sonrisa cargada de mofa miró a la niña, aunque se le borró al ver que trazaba un nuevo conjuro.

Las plantas se retorcieron y alargaron, los espinos que rodeaban el claro se estiraron por todo su cuarto más alejado cubriendo el altar y al monstruo aberrante, quien esta vez no se demoró y con una agilidad endiablada sorteó cuanto hierbajo trató de asirle.

Karlack se iba a acercar a la criatura para intentar entretenerla cuando del suelo comenzó a brotar espinos y enredaderas.

Se detuvo en seco, no podría pasar por ese terreno con su armadura completa sin enredarse y quedar a merced de aquel monstruo, que por otra parte parecía moverse sin problemas por allí.

Interpuso el escudo entre la criatura y él, utilizando una posición defensiva.