Partida Rol por web

Número cinco de Albury Road. Casa MacBain. Aberdeen.

Miércoles 26 de octubre de 1927

10:33 de la mañana

Juliette, Alfred y Annemarie no tardan en encontrar en las concurridas calles del centro de Aberdeen a alguien que les indique el camino hacia el número cinco de Albury Road. La marcha se produce en silencio, debido a la cavilación constante que los tres presentes hacen sobre la información que acaban de recibir del detective Sutherland. Cuando se encuentran a pocos minutos de alcanzar su destino, comprueban sorprendidos, tras salir repentinamente de sus respectivos ensimismamientos, que la casa MacBain se encuentra bastante más cerca de lo que pensaban.

Antes ellos, se erige una amplia casa de dos plantas, con patio trasero y jardín. No es demasiado ostentosa, pero está en bastante buen estado. Las hojas secas que se amontonan en el porche de la entrada y las malas hierbas que empiezan a nacer a los pies de los setos denotan el estado de abandono, que no de deterioro, de la vivienda.

Las dos mujeres y el hombre suben los dos peldaños de la escalera del porche y se dirigen a la entrada principal. Alfred aprieta el timbre, pero el interruptor no emite ningún sonido, así que optan por golpear la madera. Tras esperar varios minutos, no reciben respuesta alguna. Los tres comprueban que ningún vecino chismoso les está observando antes de girar el pomo y cruzar los dedos para encontrarse la puerta abierta. Lamentablemente, parece estar cerrada.

La llegada a la casa MacBain había llevado menos tiempo del que yo hubiera pensado en un principio. El estado del césped y la suciedad del jardín delantero indican que hace bastante tiempo que nadie se preocupa por mantener la vivienda.

Cerrada… No iba a ser todo tan fácil.

Pero quizá pueda haber alguna ventana abierta por la que poder pasar e investigar.

Miro hacia la calle intentando percibir si algún vecino metomentodo está al acecho y rodeo la casa comprobando las ventanas.

- Bueno parece que tendremos que buscarnos la vida para entrar, vamos allá.

Y dicho esto ni corta ni perezosa me pongo a buscar alguna manera de entrar, la primera que se me ocurre es mirar si han dejado una llave bajo alguna maceta, felpudo, piedra o algo parecido; en mi casa muchas veces se hacía asi que... ¿por qué no allí? Aunque si no encontraba nada tenía pensado mirar después las ventanas, con suerte quizás alguna estuviese abierta y pudiésemos colarnos, aunque no me apetecía mucho tener que andar haciendo malabarismos para entrar, pero si no quedaba otra... lo haría.

Mientras Juliette, recordando la costumbre familiar de esconder una llave de emergencia cerca de la puerta de casa, busca bajo el felpudo y entre las macetas que decoran el porche, Alfred y Annemarie se disponen a rodear la vivienda en busca de alguna otra vía por la que poder colarse en el interior. Cuando llegan a la altura de lo que ellos consideran que es el comedor, observan que una de las ventanas parece mal cerrada. Sin esperar a la aprobación de sus compañeras, el crítico de arte se abalanza sobre el cristal lleno de polvo y lo desliza con determinación hacia arriba, dejando un acceso libre al interior de la casa.

“Señoritas, dense prisa. Podemos entrar por aquí.”

No obstante, antes de trepar por la ventana y, en definitiva, allanar una vivienda, la advertencia del inspector Sutherland acude a sus cabezas y, nerviosos, vuelven a echar un vistazo a los alrededores en busca de fisgones.

Por delante de las dos mujeres, Alfred se dispone a encaramarse a la ventana cuando algo calle arriba llama su atención. En la discontinua hilera de utilitarios aparcados junto a la acera, siente curiosidad por un destartalado camión estacionado a unos veinte metros de la casa. El vehículo no tiene nada fuera de lo normal o, por lo menos desde esa distancia es incapaz de percibirlo. No obstante, al crítico de arte le sorprende lo mucho que contrasta esa ferralla oxidada con el elegante entorno en el que se ve enmarcado. De repente, la voz de Juliette rompe el silencio.

“¿Qué pinta un trasto así en un lugar como este?”

Sin haber necesitado intercambiar impresiones, parece que la atención de la cantante también ha sido captada por el mismo vehículo. En contraposición, unos pasos por detrás, Annemarie esboza una mueca de incomprensión y se dispone a averiguar qué ocasiona que sus dos compañeros hayan detenido repentinamente el allanamiento que tenían entre manos.

Me detengo, teniendo cuidado de que la ventana se mantenga abierta.

- Señoritas, disimulen pero, ¿no les parece raro que en este barrio haya un camión como este? Observen el resto de vehículo. Utilitarios, coches que tendrían las familias de buena posición que viven en este barrio. Pero ¿el camión?...algo no me cuadra.

Guiño un ojo cómplice a Juliette que parece que también se ha dado cuenta de lo inusual del camión.

- Querida, ¿le apetece dar un paseo?  - ofrezco mi brazo para que Juliette lo tome y simulemos ser una pareja dando un inocente paseo.

Alfred parece un hombre inteligente, también se ha fijado en el extraño automóvil, ¿quizás alguien esté observando desde allí? No lo sabíamos pero pronto lo averiguaríamos, cojo su brazo y empezamos a caminar juntos hacia allí. 

En cuanto pasemos cerca del vehículo lo primero que haré es fijarme bien en los rostros de los que se encuentren allí dentro, si alguien estaba vigilando la casa podría ser una pista de lo que le había sucedido al hombre que estaba en paradero desconocido.

Mientras Annemarie aguarda escondida tras el seto de la casa, Juliette y Alfred, cogidos del brazo y simulando ser una pareja en pleno paseo matutino, empiezan a caminar despreocupadamente hacia el lugar donde está estacionado el sospechoso camión. A medida que se van aproximando, entre conversaciones y risas fingidas, empiezan a intuir dos formas sentadas en los asientos delanteros. Así mismo, a cada paso que dan, un intenso olor a pescado podrido procedente del vehículo inunda y estremece sus fosas nasales.

Cuando se encuentran a escasos metros de su objetivo, el inesperado sonido quejumbroso del motor pone alerta a mujer y hombre y, en instantes, ven como la ferralla se pone en funcionamiento y sale disparada del lugar. Ni Alfred ni Juliette son capaces de ver a sus ocupantes.

- ¿Has visto algo? Porque yo no, parece que estaban ahí por algo, que curioso, parece que lo que sea que hiciese su amigo es importante para alguien más, ¿no cree? Bueno volvamos con Annemarie, ahora que se han ido podremos saciar nuestra curiosidad y entrar en la casa...

¿Quienes serían los ocupantes de aquella tartana?

Perplejos y sin poder quitarse de la cabeza el repugnante olor a pescado podrido, la pareja emprende el regreso a la casa MacBain con ganas de explicar lo sucedido a Annemarie. No obstante, cuando llegan al porche, no encuentran a la trotamundos por ningún lado. Teniendo en cuenta el carácter algo errático de su compañera, este hecho les hace pensar que posiblemente la impaciente mujer, cansada de aguardar escondida, decidiera entrar en la vivienda sin esperar al regreso de Juliette y Alfred. Por ello, los dos, algo molestos por la ausencia de su compañera, siguen los supuestos pasos de la señorita Kavanagh y se encaraman a la ventana abierta.

Alfred apoya un pie en el alfeizar de la ventana y, agarrando el marco con ambas manos para asegurar el movimiento, se introduce el interior de la casa tras dar un leve salto. No obstante, cuando lo intenta Juliette, la tarea no concluye con el mismo éxito.

La mujer está a punto de dar el brinco hacia el comedor MacBain, cuando su elegante vestido color marfil queda enganchado en la cantonera del marco de la ventana. Como resultado, el consiguiente tirón la desestabiliza haciendo que se precipite hacia el interior de la casa, pero sobre su desprevenido compañero. Por suerte, salvo un gran roto en la falda del vestido y la situación embarazosa de verse tendida sobre el pecho de su amigo, la muchacha no tiene nada grave que lamentar.

Ante la pareja se abre una sala provista de una amplia mesa de madera y ochos sillas dispuestas alrededor de la misma. El polvo y las telarañas lo cubren todo, cosa que denota el poco uso que últimamente se le ha dado a la estancia.

¿Qué? ¡Oh! ¡No!

Y aquí estamos, tendida sobre el pecho de un hombre, ahora que lo miro más de cerca es más guapo de lo que pensaba, pero Juliette ¿qué cosas estás pensando ahora? ¡levántate por todos los dioses! Y eso hago, me levanto con la poca dignidad que me queda tras la caída y resoplo al ver el gran roto de mi precioso vestido.

- Disculpa Alfred - digo evitando mirarle a los ojos - mi vestido ha ocasionado mi caída, lo siento mucho, espero no haberte hecho daño.

Levanto la vista una vez he sacudido el polvo de mi atuendo a ver si veo algo interesante por la estancia, porque en un primer vistazo lo único que puedo ver es la dejadez del lugar.