Partida Rol por web

Tras partir ese amanecer, al grupo de peregrinos se le fue uniendo algunos otros, et otros de los que os acompañaban se desprendían del mismo (parecía aquello un ente con vida, con diferentes vidas). Tras varias paradas, os fijásteis que aquel tipo que le había dedicado una bendición a Munio había desaparecido. Seguramente se habría marchado en alguna de las paradas. La marcha iba llevándose con determinación y sin mucha complicación. El paisaje frió tornábase a la par lluvioso a veces, et tregua las menos. Y siendo ya el medio día, que vísteis en el horizonte, sobre una colina, un castillo perfectamente reconocible, alzado y majestuosos. Preguntásteis a don Aldano y os dijo que aquel castillo era el ubicado en Castrojeriz, población de parada obligada para todo buen caminante apostólico.

Claro que, en siguiendo caminando ya mucho antes divisásteis ya un convento, a la saluda de Castrojeriz, sobre lo que fue anteriormente el palacio y la huerta del rey Pedro I de Castilla, actual monarca. Acercandose ya el grupo de peregrinos a tal convento, muchos de ellos no tardaron en indentificar la construcción como el "Hospital-Convento" de San Antón. Muchos decían que por fín podría refugiarse bajo techo bien seco y caliente, aunque otros (más versados en el camino) apuntaba a que el descanso estaba únicamente dedicado a los enfermos.

El comienzo del día había sido extraño, y eso había dejado a Munio algo confundido. Cuanto más pensaba en las razones que le dió el monje para darle su bendición más ridículo lo veia. 
 
Si lo único que conseguí al meterme en la riña fue un buen golpe en el culo...

Intentaba quitarse de la cabeza la situación practicando con el laud su canción sobre la posadera pero a la cabeza sólo le venía las palabras de César. Estaba bloqueado con sus rimas. 

Rezad vos también cuando andéis por el camino un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria, et Dios te protegerá.

Y así, la cabeza se le fue a Gloria, Padrenuestros y Avemarías los cuales, al aburrirle soberanamente, intentó darles un poco más de sonido y ritmo acorde a sus gustos en vez de simplemente rezarlos.

_{ten piedad de nosotros;
porque sólo tú eres Santo,
sólo tú Señor, sólo tú Altísimo, 
Jesucristooooooooo....}

Intentó mantener el canto para sí mismo, pero de vez en cuando se le escapaba en alto alguna estrofa provocando que los peregrinos que le flanqueaban le mirasen extrañados. 

Y así pasó la mañana hasta que llegaron al hospital convento de San Anton que Munio reconoció rapidamente por un grabado que tenía su madre en la alcoba. 

- Aquí hay buenos panes, si mi señora madre no mentía y no es de esas- dijo a su grupo ya salibando. 

Eneko no solía molestarse por la lluvia, al contrario, la disfrutaba aunque en un camino como aquel se hacía mas engorrosa que otra cosa. Pero allí estaban a pocos pasos de San Antón, que parecía un sitio en el que no querían pasar la noche. Enfermos decían los otros caminantes y pocas eran las ganas de pasar la noche entre hombres y mujeres con a saber que maldiciones.

-No sabía que apreciabas los panes-le dijo al trovador- aunque una hogaza con un poco de chorizo si me comía ahora mientras descanso los pies. A ser posible algo lejos de los enfermos del hospital...-dijo el hombre como quien no quiere la cosa.

- Los panes y los peces Eneko. Y gústame los quesos. Y los jamones. Y el chorizo ye que sí, y el buen vino hosties... 

El joven saca el odre al que aún le queda más de la mitad pega un trago largo y antes de guardarlo se lo lanza a Eneko. 

- Garra ahí y pega un trago, que entre el orbayu y este aire empieza a hacer un frío que escaryaya. Yo voy a desbeber de mientras

Y se apartó a orinar a un árbol. 

- Maldita la lluvia y malditas las nubes que...

Alfonso murmuraba por lo bajo, pero su asqueo era tal que no le importaba ser escuchado por quién parara oreja. Lo largo del camino hacía mella en su carácter. Era poco dado a quejas y lamentos pero era mucho más fácil vivir a cuenta de los incautos de los pueblecitos tranquilos. Con lugar y comida caliente por pocas monedas.

Para sofocar su desazón venía recortando con su navaja de afeitar, a falta de nada más fino, un pedazo de tronco de pino. Trataba de hacer, no sabía bien qué, una figura postrada orando, algo que había visto en algún libro probablemente. Aún le quedaba trabajo con ella, pero le gustaba ocupar la mente. El tedio del camino entre parada y parada mezclada con la lluvia le arrancaba el ánimo. ¡Ni una partida a las cartas había podido jugar! Los naipes le quemaban en el zurrón, pero entre tanto beato parecía poco apropiado sacar la baraja.

Al fin apareció algo nuevo en el horizonte. El castillo de Castrojeriz y el convento de San Antón, según decía el Señor. Quedó embelesado por la visión del castillo y casi le cae al suelo la navaja y el trozo de pino.

Continuamos con nuestro peregrinaje por los caminos polvorientos y transitados. Nuestro grupo de acompañantes crecía y disminuía pero el número era constante. Me fijaba en estos detalles como buen hombre de armas y alguna que otra batalla, pues el hombre encapuchado, ese personaje que amablemente se ofreció a rezar por Munio había desaparecido tan misteriosamente como apareció.
Como asíapareció ante nosotros en lo alto de su colina el castillo de Castrojeriz, cuyo pueblo era punto de encuentro para numerosos peregrinos.
También divisamos en nuestra marcha y llegamos a un convento, el llamado "Hospital-Convento" de San Antón.
-"Quizás podamos descansar un rato y reponer fuerzas" pensé mientras observaba la majestuosidad y hermosura de tal edificio.

Fuiste el único que viste a vuestro señor don Aldano llevarse la mano diestra contra la siniestra varias veces, como cuando a alguien se queja lastimosa aunque silenciosamente por un dolor. Ello ocurrió varias veces, mientras tus compañeros hablaban de comida y otras banalidades varias. Sería mejor no contar nada de momento, pues era sólo una apreciación insegura.

La mente se vos distraía entre chanzas de panes, peces, chorizos, y otras sarta de buenas cosa que, sin duda, haría a uno relamerse los hocicos. Después de Munio orinara a gusto, llegásteis pues al arca de la entrada del convento. Allí vísteis que tres monjes salieron a recibir bajo el mismo arca a los cuantiosos viajeros del grupo de peregrinos (et otros, que Castrojeriz era paso oficial del camino del Apóstol), et que los invitaban a pasar a los que parecían más enfermos (si había alguno). Muchos de los miembros con los que peregrinábais se pararon delante del arco, aquejados de ciertos dolores, et que el resto seguía avanzando. Por ende, la pequeña marea de caminantes en la que íbais se disolvió finalmente.

Señores, el Santo Apóstol de Compostela aún queda lejos -refirió mirando a los monjes que hacía pasar a los enfermos allí apostados-. Orar quiero por los habitantes de mis tierras con tranquilidad, a la par que descansar un poco.

Entonces se acercó él mismo a uno de los monjes, y oísteis que, presentándose como noble de vera condición, pedía permiso para acceder a la capilla del hospital, tanto para él como para todos vosotros. El fraile asintió, y luego don Aldano volvió con vosotros.

La mula puedes quedarla dentro, Munio -le dijo el de Torrenero-. Necesito unos minutos de intimidad. El monje ha accedido a una petición de oración en el refectorio. Podéis pasar si queréis y esperarme dentro... o esperarme aquí fuera.

Curioso del rezo, Alfonso no hizo más que limpiarse las botas de tierra seca, quitarse el capacete y esconder bien el bracamante para acto seguido ir detrás del Señor hacia el refectorio. No sin antes echar una mirada de interrogación y complicidad hacia sus compañeros de viaje, aún sorprendido por el repentino interés del Señor en ir a la oración.

​- Don Aldano, si disculpa usted yo esperaré fuera. Llevo viendo a Gómez intranquila unas leguas y quiero de ver que este sana. Además gustaría aprovechar el descanso también para revisar a Perez, que estas tierras de candeal tienen mucha garrapata. 

Y Dios me libre de rezar de nuevo copòn, que ya tuve bastante esta mañana con la tarea del monje.

Eneko se pasó la mano por el pelo, notándolo húmedo por la llovizna.

- Creo que yo también esperaré fuera mi señor-dijo Eneko tras su compañero- el campo está bonito y mis pies necesitan descansar un rato mientras me quedo al seco. Esperame Munio que voy contigo-dijo a su compañero- pero no quiero saber nada de garrapatas-le advirtió mientras se acercaba a él.

PNJOTIZADO.

Entraría de buenas a rezar, pero quedó claro que don Aldano quería darse el gusto de estar a solas en una zona tranquila (quién sabe sin las chanzas y trovas de Munio, que siempre amenizaba un poco el camino) y asentí simplemente, quedando con Eneko y con Recarédiz (y con su mula, claro). Por su parte, vi a Alfonso caminar tras don Aldano y un fraile, y entrar todos en el convento

Seguiste a tu noble señor al interior. Y una vez dentro del convento, ambos fuísteis llevados a través del claustro al refectorio, donde el de Torrenero pretendía orar. Una sala amplia y de bóvedas cruzadas con una imagen de San Antón y una cruz. El sitio es austero y sencillo. Don Aldano se puso pues a orar (a veces arrodillado a veces de pié).

Ora conmigo o esperad fuera, he dicho -diciendo pues tu noble señor-.

Mientras quita las alforjas de Gómez de una manera casi automática, como haciéndolo por hacer algo, Munio parece darse cuenta de algo y resopla. 

- Cagon les pites de Grao, que podíamos haberle pedido los naipes a Alfonso para matar el rato... Eneko ya pienso yo en todo ¿eh? Tú no te vayas a cansar.... Al menos nos quedan unos tragos de vino. 
Anda saca la bota y vamos a chumar algo mientras hablan con el altísimo. 

Accediendo a la petición de mi señor, decido quedarme fuera. Al parecer mi señor desea rezar en privado, algo digno y respetable.
-"Hay cosas que hay que hacer uno mismo" pienso al verle entrar.
Decido entonces dar una vuelta por los alrededores sin perder de vista la entrada, no quisiera llevarme alguna sorpresa.
-"Al fin algo interesante....un poco de vino nunca está de más. Pasa la bota de vino." sonrío al oir aquello.

Alfonso entró, todo lo respetuosamente que pudo, en el refectorio. Dejó sus bártulos en una esquina y inseguro de cómo sería el orar en estos tiempos, se puso de rodillas, juntó las dos manos en un gran puño cerrado y apoyando la barbilla cerró los ojos murmurando los pocos rezos que recordaba de su infancia. Mientras tanto pensaba y reflexionaba sobre el viaje que había transcurrido hasta ahora. Aunque una parte de él se negaba a reconocerlo, en aquel lugar tuvo lo que podría considerarse una revelación sobre sí mismo, pues nunca hubiera pensado rezar ni mucho menos escapar de la vida de villano que había llevado hasta entonces. El camino, y el Señor de Torrenero, que había tenido a bien resguardarlo en sus tierras, parece que lo estaban cambiando... 

Tal fue tu reflexión (o quizá lo místico de aquela lúgubre y humilde sala) que no te diste cuenta que tu señor don Aldano ya no estaba. Habrían pasado unos segundos, pero el señor de Torrenero se había levantado y había salido del refectorio. Ni lo habías notado. Quedaste tú sólo allí rezando.

Señor -dijo entonces un fraile entrando en el refectorio-. Ha de salir de este sitio. Los hermanos vamos a rezar el Ángelus en breves. Por favor, salga -te instó-.

Alfonso salió de su estado de reflexión profunda en que había entrado, sorprendido, algo asustado, cuando un fraile le instó a salir cuanto antes para dejar paso al rezo de los frailes. 

Sin responder al fraile, aún algo ido, recogió sus bártulos y salió a toda prisa del refectorio esperando encontrar fuera al grupo. Hasta que pasó junto al claustro camino de la salida no reparó en que el Señor no estaba con él cuando salió del refectorio.