Partida Rol por web

Tras unas horas durmiendo que os supieron a gloria, os vestísteis de nuevo. Cuando os hubísteis de despertar, César ya estaba orando, arrodillando en el ventanuco y con las manos entrelazadas. Nada más bajar tomásteis el desayuno (aunque ya era media mañana) y estábais contentos porque volveríais a ver a don Aldano. Fue entonces cuando pusísteis rumbo al convento antoniano (que como bien sabíais, estaba justo en la entrada de Castrojeriz). Nada más salir a la calle veíais, una jornada más, grupos de pereginos en conjunto o en solitario yendo en ruta (pues como ya sabíais, el camino de peregrinaje y que atravesaba Castrojeriz era el mismo).

- Buen día César. ¡Ora por el señor, pero por el nuestro copón! - le sugirió Munio mientras vaciaba la vejiga por el agujero que había para tal fin en el balcón. 

Tras llenar la panza con lo que quedaba aún disponible salió a la calle para observar cómo había quedado el castillo tras la noche. Parecía difícil que el fuego fuera a volver a reavivarse. El olor a madera quemada que llenaba las calles de Castrojeriz le trajo a la mente las dos figuras que escaparon en mitad de la noche. Inconscientemente o no, la mirada de Munio se dirigió a continuación en dirección del convento. 

- Vamos zagales, que ya va siendo hora de que estos monjes nos dejen ver a don Aldano. 

Salgo del catre alisándome las ropas con las que he dormido y me desperezo con satisfacción ante la llegada del nuevo día que marcará importantes eventos en nuestras vidas. Secundo a Munio a la hora de vaciar la vejiga y le acompaño en la pitanza.

Ora por nuestro buen señor, don Aldano, que es de seguro que necesita de la ayuda de Dios hoy más que nunca.

Bajo también a la calle en pos del trovador y mi vista también se desvía en dirección al convento.

Ojalá todo salga según lo necesitamos y que los monjes no nos pongan trabas... O nos prendan fuego que visto lo visto es costumbre en estos lares.

Al alba, después de un sueño reparador y profundo me desperté. Bailar pegado con la muerte en aquella torre incendiada….deslizarme por aquella corta cuerda y saltar al vacío hacia aquel mullido carro de paja sin un solo rasguño, fue lo más reconfortante. Al igual que en el campo de batalla después de enfrentarme a un enemigo superior y vencerle, el cobijo de la noche…el silencio del descanso y sabiendo también de la posible cura que el misterioso monje podría llevarle a mi señor Don Aldeano  llenaron de energía mi cansado cuerpo.

Con las últimas luces de la noche aún en el interior de los establos comprobé que nuestras monturas estaban bien servidas y dispuestas, pues el día se presentaba más peligroso si cabe que el anterior. Una vez hecho esto, volví a los aposentos donde César encontrábase rezando a nuestro Señor y el joven Munio lanzaba al aire sus necesidades mañaneras por el balcón, al mismo tiempo que anima al resto del grupo a despertar.

“Acordaos de lavaros las manos antes de ponerte en camino. No quisiera que nuestro señor Don Aldeano volviera a caer enfermo al sentir el fuerte abrazo que le darás al verlo.” Sonreí

“Vamos señores el tiempo es oro. Aseaos, comed algo y salgamos al encuentro de la Esperanza para nuestro Señor. No la hagamos esperar .” 

Me despiertan los gritos del señor Cesar que me coge desperezandome en el lecho -Pardiez!! Me se pegaron las sabanas!!. Rapidamente me echo agua por la cara y las manos como me han pedido aunque no se muy bien porque. Acaso ahora comportarnos ahora como sucios infieles nos va a librar de enfermar? me pregunto sin darme tiempo a contestar. Voy corriendo al desayuno que por poco me pierdo y salgo tras mis compañeros que mas madrugadores han podido asearse et desahogarse con mayor tranquilidad.

Al convento, si. Al convento. Dios quiera que nuestro señor sane, Dios lo quiera

Debió de darle un vahído al caballero don Victor, pues creyó que tenían monturas en aquel pueblo de Castrojeriz. Y es que el señor don Aldano, para que recuerden ustedes, que dijo que el camino habíase de hacerse más piadoso si a pie íbais (y que así salísteis de ruta). Lo más parecido a montura era la burra de Munio, a la cual ni la montaba (sino que la usaba para llevar el peso de los fardos).

Vestiros y bajar a desayunar, que sacásteis al tal animal de la cuadra con el beneplácito del tabernero, y así que le despedísteis. César dejó de rezar y marchó con vosotros, aunque no se descubrió como tal (pues como habíanlo expulsado de la Orden antoniana no era menester el volver). Y que así, que viendo cómo los peregrinos de Santiago pasaban por Castrojeriz, que marchásteis hasta la misma puerta del convento, que en ese momento andábase abierta (recogiendo posibles enfermos).

Tras entrar en el recinto, que uno de los monjes os advirtió, y salió a vuestro encuentro. Eran más o menos las nueve de la mañana, y os encontrábais en mitad del patio exterior. Tras dar los buenos días y preguntar por don Aldano, como bien os dijeron, el fraile comenzó a negar con la cabeza.

No, no, no -dijo ante la posibilidad de darle el alta al paciente-. El señor de Torrenero no está bien... Han de volver luego: por desgracia, hemos de amputarle el brazo cuanto antes: el Mal del Fuego le corroe desde los dedos hasta el hombro...

- ...

A Munio no le salían las palabras -  ¿Amputar? - Miró de soslayo al oculto César recordando como había descrito los tratamientos  de los antonianos y decidió intentar llegar al señor Aldano. 

- Buen fraile, quiera el Señor que sean ustedes capaces de salvar a don Aldano pero.... entiendo que es una intervención complicada. Permítanos hablar con él unos minutos... no sea que fuera ayer la última noche en que nos viéramos. 

Pese a la gran insistencia de Munió, el fraile tenía la negativa por montera. Era como si no quisiera oír más del tema.

Por favor, márchense de momento -os reiteró-. Como véis, muchos peregrinos tenemos a las puertas, y no es menester seguir aquí hablando.

Entónces os extendió la mano hacia la salida del convento, como invitándoos a salir. Entonces vísteis a César que tragó saliva. Si él tenía un método mejor, a priori, ¿porqué no intentarlo? No obstante, aquel fraile parecía estar en sus trece...

-Ay Dios, que nos lo van a cortar a trocitos!- Pienso sorprendido. -Non, por favor!! Acaso no hay ningún otro remedio para el mal que no sea desgraciar al nuestro pobre señor??!!-

Por favor, márchense de momento -os reiteró-. Como véis, muchos peregrinos tenemos a las puertas, y no es menester seguir aquí hablando.

 

Hagase cargo, hermano. Por favor, atienda a las razones que le da aquí mi compañero. Solo serán unos minutos para poder darle consuelo al nuestro señor. Sabremos como recompensarles- digo dirigiendo la vista hacia Don Victor que sin duda es el que en mejor posicion estaría en caso de convertirse en benefactor de la orden

- Déjalo Eneko, tienen la cabeza más dura que las piedras de este convento.

Se dirige al Fraile. 

- Sepa usted que si algo le ocurre en esa intervención les tendré por responsables de ello, ya que no puedo oir de don Aldano directamente que esté de acuerdo con tamaña cosa. 

¡¡Esto es un convento de enfermos!! -respondió ahora con severidad el fraile-. ¡Ningún enfermo desagradecerá que le salven la vida! -dijo ahora en referencia las palabras de Munio-. ¡Márchense, por favor!

Apesadumbrado por las malas nuevas y los malos modos del Antoniano salgo dándole vueltas a la idea que de seguro esta rondando por la cabeza de Munio. Ni de broma nos vamos de allí por las buenas. ¿Acaso este convento va a ser ahora la prisión mas segura del reino?- Seguro que encontraremos algún sitio por el que ver a nuestro señor. Me voy fijando en las puertas y ventanas del lugar, por donde entran los víveres, los establos, las cuadras, el acceso al huerto. Algún sitio nos servirá de entrada.......

La tozudez del monje era digna como la dureza de los muros del convento; pero sin lugar a dudas, nuestro cariño y amistad con Don Aldeano era más fuerte que la puerta que nos cerró en nuestras narices el maldito e ignorante monje.
-"Pensar que amputarle el brazo a nuestro señor pudiera salvarle....demasiadas barbaridades he visto en los hospitales de campaña de las batallas que he participado para saber que su muerte estaría más cerca de permitírselos." pensé con devoción.
-"Pues será mejor dejar hacer a estos monjes al cuidado de nuestro señor. Esperamos noticias buenas en el pueblo. Vamonos." dije al portón cerrado al mismo tiempo que guiñaba un ojo al resto del grupo.
Alejandome una distancia prudencial miré a Cesar y pregunté.
-"Conoces este lugar...¿por dónde entramos que no sea esa puerta? Por que otra opción es que alguien se haga pasar por enfermo o que quiera rezar dentro."
Mientras camino alrededor del convento.

Pareciérale que le daba igual al caballero don Victor el hecho de que a don Aldano le amputaran el brazo sin más. Lo cierto es que el Mal del Fuego no era sino una enfermedad incurable, aunque César os había revelado lo que os había revelado. Fuera cierto o no, que don Victor prefirió esperar acontecimientos en Castrojeriz (o al menos eso quería hacer creer a los frailes de San Antonio), mientras que, por contra, Eneko, intentó avistar algún lugar para colarse.

Y tras salir del convento y andurrear por los alrededores, que Eneko observó un muro bajo en un lateral, y se acordó que era el sitio por donde habían visto a César colarse el día anterior. Éste, a su vez, señaló positivamente el mismo lugar a don Victor.

Por ahí, subiendo la tapia -señaló-. Subamos el muro y avancemos por el tejado del almacén hasta la primera planta del convento. Seguro que tienen a ese vuestro noble señor en ascuas y dolencias.

Pensando en el asalto al convento una pregunta me surgió:
-"César. Supongamos que conseguimos llegar hasta nuestro Señor. Una vez allí.....¿Podrías curarle allí mismo? O acaso hemos de sacarlo en hombros; pues supongo que estará debilitado por las labores y cuidados de tus antiguos hermanos. Y si es así. ¿Lo sacaremos a golpe de espada o lo dejamos allí? Don Aldeano no estará en condiciones de opinar." me quedé pensativo y preocupado.
-"¿Qué opináis el resto?"

- Víctor.... opino que sea lo que sea, tendremos que improvisar dependiendo lo que nos encontremos allí. - dijo Munio mientras comenzaba a ascender por el muro - Lo peor que puede pasar es que acaben cortándole el brazo al señor. Y si no hacemos nada, eso pasará seguro así que, andando. 

Tan sólo he de dedicarle un ensalmo, señor -respondió César a Victor-, pero he de hacerlo con tranquilidad y con sosiego. Y ahí dentro estarán los hermanos antonianos y dudo que colarse sea un beneficio... ¡Ah! y luego estoy yo... a quien expulsaron... -dejó caer, un poco apesadumbrado-. No me gustaría que estos frailes fueran heridos -decía, por lo del "a golpe de espada"-, pero dudo que dejen salir a vuestro señor amo por las buenas, sin ser curado con sus métodos -y eso implicaba la pérdida, seguramente, de su brazo-.

Tampoco teníais respuestas para todos, y quizá lo más propio fue lo que Munio auguró: dependiendo de lo que allí dentro os encontrárais podríais actuar de una manera u otra. Asique uno a uno fuísteis escalando el muro, y una vez arriba pisásteis por el tejadillo de una choza baja (que algunos de vosotros reconocísteis como el lugar donde encontrásteis a César). Atravesar su tejado era sinónimo de llegar hasta una ventana en la primera planta del monasterio, y allí que fuísteis. Pero que vuestras pisadas hicieron más ruido de lo deseado*, y el pisar de las tejas de la chozilla hizo crujir a las mismas. Para cuando os colásteis dentro del monasterio (justo dísteis a parar en un descansillo en medio de la escalera de piedra que comunicaba ambos pisos, que una partida de guardias armados os vislumbraron (alertados por vuestras poca discreción).

Dos andábanse en la parte superior de la escalera, y dos abajo. Todos ellos hubieron de echar manos a sus espadas, agarrando el pomo. Eso sí, bajaban despacio los de arriba, paso a paso ,y subían con cautela los de abajo, escalón a escalón, hasta querer daros allí arrebato en el medio del descansillo.

Por allí por el muro podremos entrar!-Dije cuando recordé el sitio por donde Cesar se había colado. Sin muchos preparativos seguí a Don Victor que se disponía a salvar a nuestro señor con mucha determinación pero vacilando sobre algunos detalles en los que  no habíamos reparado.

Fuimos andando por el tejado con tan mala suerte que pise algunas tejas sueltas e hicimos mas ruido del que era necesario para una entrada por la puerta de atrás como era la nuestra.

En estas nos encontrábamos cuando un grupo de soldados que habia detectado nuestra torpe entrada se disponían a dar buena cuenta de nosotros. En viendo que sacaban las espadas y sin mediar palabra se dirigian a nosotros, saque el arco y cargue una flecha para lanzarsela con todo mi cariño al malcriado que venia claramente a por mi con su espada en ristre