Partida Rol por web

Tal y como habían decidido, se dirigieron a la mansión de lady Springwater. Los guardias le dieron la dirección a Tassabra, tardaron unos veinte minutos en llegar hasta una calle empedrada decorada con flores, arbustos y árboles que arrojaban una agradable sombra y perfumaban esa parte de la ciudad. Había poco tránsito, tanto de personas como de carruajes, porque comenzaba a caer la tarde y las gentes se retiraban a su hogar. Un pequeño establecimiento del que manaba un delicioso aroma a chocolate recogía sus mesas del exterior. El ambiente de aquella calle era muy tranquilo.

Un carruaje de buena manufactura les adelantó. Tassabra, Ruru y Ekarion iban acompañados de Minvant, el resto de guardias seguía peinando la ciudad en busca de aquel tipo que había repartido los cuadros. La casa de Springwater era, como no podía ser de otra manera, una mansión de dos plantas con enormes ventanales, rodeada de una valla blanca con flores y frondosos jardines que podían rivalizar con los del Palacio Imperial.

A pocos metros, el carruaje que los había adelantado se detuvo en la puerta principal. Del interior bajó un hombre joven, elegantemente vestido, con una gran capote negro sobre los hombros, y bajo el brazo, un pequeño paquete envuelto en papel. En la otra mano sostenía un bastón. Silbando, se acercó a la entrada de la casa hasta quedar bajo el arco que había sobre la puerta. Estaba a punto de llamar al timbre cuando algo, alguien o cualquier cosa, le dio un empujón contra la puerta y después, lo arrojó sobre el cesped del jardín. El bastón salió volando hacia las escaleras y el paquete que llevaba en la mano aterrizó sonoramente sobre la piedra del camino.

Una de las pocas ventajas de usar un arma tan voluminosa como una bisarma era que siempre la tenía que llevarla en la mano. Una de las múltiples ventajas de usarla era que siempre la tenía una en la mano cuando se desataba la violencia. 

La antigua Capitana de la Guardia movió los hombros en círculos ante el súbito estallido de violencia, calentando para el combate mientras sus compañeros ya se lanzaban a él de cabeza, por diestra y siniestra. 

Es lo que tenían los lanzadores de conjuros, se dijo a sí misma, ellos no necesitan calentar para pelear bien. Claro que ella tampoco necesitaba calentar, cuando era más joven que ahora.

Ekarion esperaba no encontrar una escena dantesca en la casa de Lady Springwater, era muy raro que un noble faltase a una fiesta dada por sus amigos, pero si la mujer era artista entonces eso le daba un toque de impredicebilidad importante... Era posible que su ausencia se debiera a que se se hubiera entreteido pintando, o admirando una pintura, y no a que una pintura se hubiera entretenido con ella.

No sabiendo a que se enfrentarían, Ekarion volvió a invocar las fuerzas arcanas para que lo protegieran tan pronto como dejaron la mansión de Lord Getwright. La pieza de cuero se consumió y un aura azulada lo envolvió ajustandose a su cuerpo tras recitar las palabras y realizar los gestos adecuados. Más seguro ahora, el dragón se dedicó a observar el camino y esperaba que fuera una muestra de lo que les esperaba en su destino.

Una vez allí el carruaje que los pasó fue la única nota activa en un paseo bucólico, claro que eso fue hasta que Ekarion se fijó en el paquete que tenía el petimetre que bajó del carruaje, y hasta que el tipo fue derribado por vaya a saber que cosa. Sin embargo al dragón sólo le importaba el paquete que ahora estaba en el suelo y que probablemente fuera uno de los cuadros malditos. 

- ¿Qué ha sido...? - Preguntó Ruru en voz alta al observar como algo, alguien o cualquier cosa, derribaba a aquel hombre que portaba un paquete bajo el brazo y caía al suelo. - ¿...eso?

El enano miró a sus compañeros extrañado. También miró a su pobre osa. Debía de estar tan hasta el gorro como él de la ciudad. Por otra parte, ya habían cumplido su cometido. Habían informado de lo sucedido en el bosque y lo habían relacionado con lo que estaba sucediendo en la ciudad. Era posible que ya hubieran cumplido con su cometido y que pudieran regresar a casa, aunque... lo cierto era que no le parecía ético dejar tirados a sus compañeros cazadores. 

El muchacho se puso en pie de inmediato, totalmente desconcertado ante lo que acababa de pasar, y de debajo de la capa sacó una pequeña ballesta de mano.

-Pero, ¿qué rayos?

Al no ver más objetivos que el grupo que se acercaba hacia la casa, disparó contra Ruru y el virote le pasó volando a poca distancia de la cara de Ekarion y por encima de la cabezota del enano, perdiéndose entre las casas. 

-Mierda...

El chico se dio la vuelta, listo para escapar.

Algo había atacado al chico antes de llegar a la puerta, algo que lo había empujado, zamarreado y arrojado, y no era la primera vez que se enfrentaba a criaturas invisibles. Sacó un puñado de polvo de su bolsa de componentes y recitó en dracónico - Thrae Arcanias Aurix - para luego soplar las partículas en dirección a la puerta.

Al instante se formó una nube de partículas rutilantes que revelaron la presencia de dos formas indefinidas en las cercanías de la puerta. Parecían ser nubes con forma levemente humanoide, siempre cambiantes, y por ello Ekarion pudo reconocer que eran elementales de aire, y que probablemente fueran los guardianes de la puerta.

Avanzó de forma no amenazadora y no en forma directa para acercarse al paquete, no sabía si era uno de los cuadros pero si las criaturas decidían abrirlo se enterarían de la peopr manera.

- Son criaturas del plano elemental del aire y supongo que estan alli para cuidar la puerta - les dijo a sus compañeros mientras avanzaba - necesito que los distraigan para poder tomar el paquete. 

- Agarra al rubio... - Le dijo Ruru a su buena osa. 

Sabía que señor Pinckles era un ser enorme y muy fuerte. Si conseguía hacerse con ese idiota, no lo soltaría y podrían interrogarle fácilmente.

Señor Pinckles asintió levemente con la cabeza e inició una carga contra aquel tipo. La intención de Ruru era que le agarrara simplemente, pero su osa tenía otros planes. Tras la carga lanzó un zarpazo tratando de agarrar a aquel joven y sus afiladas garras penetraron en su piel cortando como un cuchillo lo haría con mantequilla. 

- ¡Grooooou! - Rugió la osa tras su embestida.

Las partículas revelaron a dos criaturas sin forma, eran como nubes flotando sobre el suelo, el polvo brillante persistió sobre sus contornos. Eran elementales de aire, solo que invisibles, y así lo hizo saber Ekarion. Estaba hablando cuando Ruru ordenó a Señor Pinckles en dirección al joven que acababa de dispararle el virote.

La enorme osa se lanzó hacia la carrera contra el joven, que vio venir a la bestia y no tuvo tiempo de apartarse. Las garras lo destrozaron, el zarpazo lo destripó, el muchacho solo pudo soltar la ballesta y escupir sangre sobre los arbustos. Una de las criaturas, ahora visible, rodeó la casa para dirigirse hacia el muchacho herido, que trataba de contener la hemorragia causada por el oso. Alzó lo que podría ser un puño y lo descargó sobre la cabeza del muchacho. El sonido de huesos al romperse resonó por toda la calle.

-¡Vive! ¡Por Uriel! -Minvant gritó y se adelantó unos pasos, la magia ondeó en torno a ella para volcarase sobre el muchacho-. ¡Ten esperanza!

Las heridas del joven se cerraron al instante, dejó de sangrar, pero estaba en el suelo.

-¡Dejad de atacarle! -amonestó la sacerdotisa, bien a Ruru, bien a las criaturas.

Una de ellas, al ver lo que acababa de hacer la clérigo, giró su cuerpo hacia ella, con clara intención hostil.

Tassabra abrió la boca para preguntar a Ekarion si era normal que los elementales de aire fueran invisibles y, sobre todo, cómo se mataban. Pero en vez de ello frunció el ceño, escandalizada, cuando vio que la osa de Ruru hacía pedazos al chico.

—¿Pero qué haces, necio? —dijo lanzándose hacia delante para cubrir a Ekarion—. ¡Te juro que te voy a abrir un expediente por todo esto!

La guerrera blandió su bisarma contra aquella criatura, esperando que simplemente no rasgara el aire sin más.

Tassabra golpeó al elemental con la bisarma, esparciendo algo parecido a rocío por el suelo cuando el filo cortó un trozo de su forma, como si hubiese lanzado un tajo sobre un montón de algodón. La criatura se puso furiosa.

Por su parte, el muchacho rubio había recuperado el sentido y la vida gracias a la sacerdotisa, de modo que emprendió la huída por la parte trasera de la casa.

Pinckles estaba muy interesada con aquella más amorfa cubierta de purpurina dorada. ¿Quién no lo estaría? Pinckles quiso agarrar a aquella cosa. No obstante era bastante escurridiza. Lo que no pudo evitar fue un buen bocado.

- ¡Graaaaw! - Gruñó al morder aquel aire duro. No entendía muy bien con que está a jugando.

Ruru no podía permitir que aquel rubio imbécil que había tratado de matarle huyera. Tenían que hablar con él y sacarle toda la información que pudieran sobre los cuadros y su autor. Era la mejor pista que tenían hasta ahora y no podían desaprovecharla ahora que ese joven había sobrevivido a su osa.

- ¡Focus asfixus! - Conjuró las palabras mágicas y una zona se llenó de humo rodeado a aquel joven y apuesto repartidor.

Ekarion tenía que asegurarse de que esas criaturas no alcanzaran al muchacho, ya bastante daño le habían hecho Señor Pinckels y el elemental, afortunadamente Minvant había logrado salvarlo a último momento y ahora el chico corría por su vida.

Su bolsa de trucos estaba escasa, y se decidió por un clásico que con suerte impediría que los elementales alcanzaran al joven. 

- Drakarum sveltar grakuj - dijo al tiempo que sacaba una sustancia pegajosa de su bolsa de componentes y la amasaba. - Rakesh - dijo al lanzarlo, y una gruesa red de telarañas cubrió los árboles y el costado de la casa.

Luego caminó hacia el paquete, dispuesto a recogerlo y cuidarlo con su vida.

Una enorme tela de araña se pegó en un lado de la casa, atrapando con sus hebras a una de las criaturas. No le costó demasiado escurrirse entre el pegamento y dirigirse hacia Señor Pinckles, furioso por haber perdido de vista a su objetivo. El chico corría cerca del muro cuando Ruru descencadenó un conjunro en torno a él. Un enorme muro de humo comenzó a rodearlo, paralelo al muro de la casa. El muchacho se detuvo en seco y comenzó a toser, mareado.

Minvant se alejó de Tassabra y levantó su símbolo sagrado.

-Este no es vuestro lugar, regresad a Àirle, pues Dannan pertenece a Uriel.

Una brisa se extendió por la calle, estremeciéndo a ambas criaturas por igual.

Tassabra lanzó un par de lanzadas a fondo contra el elemental. La criatura aérea esquivó el primero, pero el segundo le acertó de lleno en el núcleo algodonoso. Tassabra no tenía ni la más remota idea de cómo de letal había sido su herida.

La criatura trató de huir, impelida por la plegaria de Minvant, y Tassabra volvió a clavarle la bisarma, repetidas veces, mientras trataba de huir. A la tercera vez fue la vencida, y el elemental cayó al suelo destrozado ante el aluvión de lanzadas de la antigua Capitana de la Guardia.

El chico salio de la nube de humo tosiendo, bastante mareado y angustiado, incapaz de hacer otra cosa que sujetarse el estómago para no vómitar.

Aquel mequetrefe trataba todavía de darles esquinazo, pero Ruru todavía tenía muchos trucos bajo la manga para evitar que aquel chico se fuera muy lejos antes de que Tassabra se interpusiera en sí camino.

- ¡Frenezaj rokujs! - Conjuró el druida.

Entonces el suelo bajo los pies de aquel joven se tornó irregular. Piedras, baldosines e incluso la tierra más dura comenzaron a variar su posición, creando una superficie muy difícil de atravesar y en la que era muy fácil el acabar por los suelos.

- ¡Tassabra, tú qué tienes las patas largas, ves por él! - Le dijo a la malhumorada cazadora.

La osa volvió a abalanzarse sobre aquella masa cubierta de purpurina. Era evidente que no comprendía muy bien contra que estaba peleando, pues normalmente ya hubiera descuartizado a cualquier adversario. Se limitó a lanzar varios zarpazos y un mordisco al aire y rasgó a aquel ser casi por casualidad.

Ekarion se sacó la capa de resistencia y la puso al costado del paquete, luego levantó el mismo lo justo como para que pasara sobre la capa y lo movió rápidamente, para luego envolverlo. No podía arriesgarse a que la caida hubiera rasgado la cobertura y que al darlo vuelta el infierno se desatara en su rostro.