Partida Rol por web

El grupo partió hacia Villa Lemaître temprano, como si marcharan a la guerra, armados hasta los dientes y con la certeza de que se enfrentarían a mil horrores creados por la mente de aquel mago que había perdido la cabeza tras la muerte de su hija. Todos portaban los amuletos que Silence, la hechicera de la Torre, les había preparado. Ekarion había pedido ocho, y ocho tuvo, porque casualmente, ocho eran en aquella comitiva extraña. Tassabra encabezaba la marcha cuando salieron de Akraleuka, seguida por su hijo y los dos miembros de la guardia. El dragón iba junto a Minvant y Ruru iba el último, subido a lomos de una perezosa Señor Pinckles que caminaba despacio y daba empellones a la sacerdotisa para que fuese más deprisa. Los guardias de la puerta se abstuvieron de hacer cualquier comentario cuando la mirada de la Cazadora Imperial los fulminó al pasar, demandando que los dejaran salir sin hacer preguntas. Todos tenían monturas preparadas en los establos de las afueras y cabalgaron a buena marcha hacia el norte.

Llegaron a la Villa pasado el mediodía. Era una de las muchas mansiones que los nobles tenían en las colinas de la capital, sin cercado, delimitado por campos de cultivo de los granjeros arrendados, que les indicaron cómo llegar y que hacía semanas que no veían al mago. Poco sabían de su vida personal, excepto las noticias de la muerte del ángel que habitaba la casa, de la que tampoco sabían el nombre. Desmontaron al inicio del camino de piedra que los llevaba hasta la entrada, ataron los caballos al árbol más cercano y se aproximaron al edificio.

Una mansión clásica de tres plantas, varias habitaciones y jardines descuidados, con las malas hierbas cubriendo la mitad de los ventanales. Los postigos cerrados, indicios de poca actividad en los alrededores, no había luz en el interior y nada indicaba que alguien hubiese entrado o salido desde hacía varios días. Tassabra se aproximó a la grandiosa entrada, un porche rodeado de columnas cubiertas de hiedra. Los rosales y jazmines de ambos lados estaban marchitos. Una enorme puerta de roble era lo único que les impedía entrar, de modo que la Cazadora llamó, de todos modos, sabiendo de antemano que nadie respondería -porque un villano nunca responde cuando llaman a su puerta-. Como solo recibió silencio, dio un paso atrás y lanzó una poderosa patada que no fue sufciente. Más furiosa de lo que debería, volvió a darle una patada a la puerta y esta vez la desencajó, pero no del todo. Tomund se ofreció a ayudar, de modo que entre los dos, porque Tassabra estaba a punto de usar la bisarma para reventar la puerta del todo, consiguieron abrirla.

El vestíbulo de la mansión estaba oscuro, aunque había luz suficiente. El suelo era de mármol blanquísimo, aunque estaba sucio. A derecha e izquierda había unos cuadros de paisajes, aparentemente inofensivos. Avanzaron unos metros por el pasillo y encontraron la primera encrucijada: unas escaleras que subían al piso superior y un pasillo que conducía al interior de la casa.

Un ládrido se escuchó desde fuera de la casa. En el jardín apareció un enorme mastín de pelaje oscuro gruñendo hacia todo el grupo, aunque la osa, que no cabía por la puerta y no podía entrar en la casa, parecía hacerle dudar sobre si atacar o no. Se encaró hacia ella, rabioso.

Ruru se acercó al animal lo suficientemente cerca para que pudieran estudiarse mutuamente, pero guardando cierta distancia para evitar un mordisco. El druida le miró de forma cálida, tratando de parecer amigable. Aquel perro únicamente estaba haciendo su trabajo u guardaba si territorio. 

- ¡Hola chucho feito! ¡Pero qué feo eres y qué mala baba tienes! ¿A qué si, chico? ¿A que eres un perro feito con mala baba? - Por suerte los perros no hablaban común y según el tono que uno utilizaba podían confirmarse con cualquier tontería.

Al perro no le gustó nada el tono de Ruru y le lanzó unos gruñidos, quizá molesto con las palabras que el enano había empleado. Sus dientes eran enormes, la osa era el triple de grande que él y aún así, eso no lo amedrentaba y seguía furioso, buscando la forma de atacar a los dos objetivos más blanditos que tenía cerca: Ruru o Ekarion. Y sin duda, el enano tenía todos puntos para recibir un buen mordisco.

—Ruru, maldita sea, deja de jugar ya con el perro y ocúpate de que no nos moleste de una vez.

Tassabra ignoró al perro y sus ladridos y se internó en la casa solariega. Aquello parecía abandonado, de todas formas. Parecía que Ekarion tenía razón y Lemaitre había huido como una rata a su casa del bosque. Pero quizá encontrarían información sobre su planes o el alcance de sus poderes de todas formas.

—Dispersaos y buscad en la planta de abajo, yo iré por las escaleras. Si alguien encuentra algún peligro que pida refuerzos inmediatamente. ¡En marcha!

El dragón miró al perro, calculó sus posibilidades y se alegró de que la osa bloqueara la puerta. Cuando Tassabra sugirió explorar asintió - En parejas - sugirió - Nadie se mueve sólo y nadie toca ningún cuadro ni descubre nada que esté tapado con una tela, si encuentran algo así lo dejan y avisan para que los revise.

Dicho esto se acercó a la puerta abierta que estaba junto a las escaleras, esperando que alguien lo siguiera, no le importaba quien fuera con tal de que le cubriera las espaldas.

-Señor Pinckels... - Llamó la atención de su osa. - Dejemos al perrete del otro lado, ¿bien? - Le dijo a la enomre úrsida.

El enano se acercó a la puerta. Cuando su adorable osa, la cual casi ni se había inmutado ante el bicho que ladraba en la puerta, hubiera entrado, él simplemente cerraría la puerta dejando al perrete del otro lado. Los perros, que él supiera, no eran muy hábiles abriendo puertas. Los gatos eran otro cantar, había algunos que hacían cosas impresionantes.

- Iré contigo... - Le dijo a Ekarion. - Creo que entre tú, yo y Señor Pinckels podremos apañarnos.

Tassabra subió en primer lugar, seguida por Minvant y con Alexandar siguiéndoles de cerca. Tomund detuvo a Ekarion para evitar que entrase en primer lugar por el pasillo y fue en cabeza, después el dragón y por último Ghiaro. Por su parte, Señor Pinckles entró en el vestíbulo arramblando con todos los muebles a su paso debido a su gran tamaño. El perro aprovechó ese momento de indefensión para darle un mordisco a la osa en los cuartos traseros.

Tassabra subió al primer piso. La barandilla continuaba hacia la derecha, ofreciendo una vista perfecta de lo que ocurría abajo, la entrada de la osa en la casa provocó que se cayeran los cuadros de la pared e hiciera temblar la mitad de los muebles mientras se dirigía hacia el pasillo. Escucharon un rugido y cómo el perro había saltado sobre sus cartos traseros. Pero en ese momento, la Cazadora encontró otro problema mayúsculo: plantado en mitad del pasillo, un enorme bárbaro comenzó a cargar hacia ella con el hacha por encima de la cabeza.

La osa recibió un mordisco en el trasero y quemó parte de su pelaje; Señor Pinckels se giró rápidamente, arañando la pared y atizó una serie de zarpazos contra el perro, lo agarró con los dientes, lo zarandeó y lo lanzó al jardín. El animal se puso en pie de nuevo y cargó contra el interior de la casa, pero Ruru cerró la puerta y el perro se estrelló contra ella. Comenzó a embestir, rugir y arañar. No se podía saber cuánto tiempo aguantaría la puerta que Tassabra y el otro guardia habían desencajado para entrar. Bajo la mirada impasible de la osa, Ruru movió un pequeño armario para bloquear la entrada. Después siguió a Ekarion por el pasillo, seguido de Señor Pinckels, que casi no cabía por la abertura del pasillo.

Ekarion siguió al grupo por el pasillo, vigilando cualquier posible cuadro. Por el momento todos eran de paisajes y no había ninguna amenaza, aparentemente. El problema fue que al enfilar el pasillo, las cuerdas y borlas que sujetaban las cortinas se aflojaron y lanzaron un par de sacudidas contra Tomund, como látigos agitados por algún tipo de demonio.

Había una puerta cercana y dos más al fondo. El problema eran las cuerdas...

Tassabra desapareció y volvió a aparecer en el rellano. Tiró un golpe circular con su bisarma tratando de derribar al bárbaro, pero este bloqueó su filo con el hacha y no pudo vencerlo en el forcejo.

—¡Intruso! ¡Yo os desafío! —gritó Tassabra para que la oyeran desde el piso de abajo.

Ruru se transformó casi de inmediato en un pequeño gato naranja. Supuso que de esa forma sería bastante más fácil atravesar el pasillo sin ser golpeado por esa gran cantidad de cuerdas de cortina y de hecho lo fue. El enano con maneras gatunas lo logró atravesar el pasillo sin más. 

Entonces, una vez del otro lado, se giró hacia sus compañeros y les miró con sus ojos amarillos esperando a que le imitarán. Justo después se espatarró en el suelo de una manera imposible y comenzó a lamerse las partes bajas. 

Señor Pinckels fue la primera en seguir los pasos de su compañero enano. Sin embargo, para ella no fue tan fácil atravesar el pasillo como lo fue para el gato. 

Señor Pinckels se levantó sobre las patas traseras y comenzó a lanzar golpes de garra en una y otra dirección. Aquellas cuerdas eran realmente molestas. No obstante seguía avanzando todo lo que podía para reunirse con Ruru.

El dragón se movió con destreza entre las cuerdas, esquivando los latigazos casi sin moverse, y se acercó a la primera de las puertas. - Estad atentos - dijo mientras observaba la puerta, sabiendo que podía esconder una trampa pero sabiéndose incapaz de detectarla o desarmarla. Tanteó la misma con cautela, listo para saltar lejos del peligro si lo veía venir, y luego intentó abrirla.

Ruru pasó al otro lado del pasillo y observó como Señor Pinckles trataba de cruzar el estrecho pasillo. Las cuerdas con borlas de las cortinas comenzaron a golpear a su osa sin piedad, pero como el druida le había ordenado pasar, el animal decidió que su integridad valía más, de modo que tras recibir una buena tunda, se quedó dónde estaba, al inicio del pasillo, bloqueando además que cualquiera de los demás pudiera atravesarlo.

Ekarion entró en la estancia seguido por los dos guardias de la ciudad. Tomundo se movió de forma pesada y una de las cuerdas le atizó un latigazo en la cara. El médico de batalla, en cambio, cruzó sin ningún tipo de problema. Atendió a su amigo para cerrar la herida que sangraba profusamente.

Estaban en la cocina. Todo estaba limpio y ordenado, la comida debía estar en las despensas del fondo. Había una puerta justo a la izquierda, otra al fondo y un arco conducía a la sala de al lado. No había nada fuera de lo normal, a excepción de dos sirvientes con librea en cada rincón de la cocina. Uno llevaba una bandeja de plata y el otro una jarra de agua de cristal -vacía-. No miraron a los aventureros como si los reconocieran. El dragón no necesitó mirarlos dos veces, su forma desdibujada y los colores demasiado saturados le dieron la pista de que se trataba de criaturas de pintura.

Ambos avanzaron con sus "armas" hacia los "intrusos".

La sacerdotisa alargó la mano para tocar la armadura de Tassabra.

-¡Siente el poder de la montaña! Que Uriel guíe tu arma.

La energía divina de la sacerdotisa hizo que la Cazadora sintiera el arma más ligera. Después, la seguidora de Uriel se movió para dejar espacio a Alexandar.

El muchacho se adelantó un paso desenvainando la espada, que golpeó contra la pared a pocos centímetros de aquel enorme bárbaro.

-Pfff... -protestó.