Partida Rol por web

Algo acabas de recordar tras todo el trasiego de acciones en ese prostíbulo y en esa Plaza. Manfre "el Pena" ¿Recordáislo vos? ¡Si! Que esta mañana habíaste encontrado con él. ¿Acaso no habló de que el tipo que tenía amordazado* no era el dueño del Prostíbulo de la Plaza de la Paja?

Vinoseme a la mente algo que, debido a todo lo acontecido hasta el momento, habíaseme olvidado. El motivo por el que habíame encontrado en el lugar equivocado y a raíz del cual veíame ahora envuelto en tales enredos, y que no era otro que mi reencuentro con El Penas.

- ¿Díjote la fulana por qué no iba a ayudarnos? Creo que en el día de hoy juntáronse demasiadas casualidades que ni el mejor sastre de la Villa hubiera hecho mejor al cortarlas y coserlas. Pues podréis creer que hoy propusiéronme un trabajillo del que no andaba yo muy convencido y que no era tal que veme con uno en la Plaza la Villa, pues un viejo conocido mío había cogido al Padre de un prostíbulo aquí mismamente, en la Plaza de la Paja, y en el cual muchos del Concejo acaban dejando sus dineros, y quería pedir una gran suma por él.

No me convencía a mí tanta casualidad, pues de una propuesta en la mañana había acabado en otra distinta por la noche, y que la diosa más ramera de todas, la Fortuna, parecía estar burlándose de mí. Pues no había terminado el primer encargo cuando encontrábame de bruces en el lupanar del raptado.

Miré a Tomás alzando la ceja, pues la historia me resultaba si no conocida, familiar.

— ¿Ese Padre, no se llamaría Esteban? - dije como esperando una respuesta afirmativa. —  El tal Mucencio es familia carnal suya y me hizo ir a la Plaza de San Salvador para saldar su deuda dental con el bacalao que bien iba a degustar ese cabrón, el mancebero, y que supongo que a estas alturas ya estará cagando, pues no pude decir ni la misa ni la mitad ya que llegó Claudia huyendo de la guardia... y bueno, el resto de la historia bien la saben vuestras mercedes.

Luego miré al italiano. Si su historia tenía algo en común aquello parecería cosa de magia o brujería ¡Pardiez!

No pude evitar sonreir, pues claro estaba que el destino habíanos juntado através de aquel "Padre" al que ni si quiera habíale visto la cara.

En la plaza encontrábame esperando por el Padre. Había de darle matarife, et no fue otra sino aquesta Señora tapadora la que habíame fecho el encargo. Si muriere el Padre sería la Señora quien controlaría la mancebía. Nunca apareció el susodicho, et ahora ya veo el por que.

La Señora non nos ha brindado cobijo pues teme por su seguridad. Le preocupa que los mangas verdes pudieren andar tras nos et meterla en problemas. Non pocos asuntos sucios habrá aquesta de tapar...

Propongo marchar sin más demora a donde dice el alemán, empero me preocupa dejar la mia cabalgadura en aqueste establo.

No me gustaban mucho los caballos. Malas experiencias en el Tercio con aquellas bestias, pero sugerí:

— ¿Y si vos lo lleváis? Parece un buen animal. Quizá podía cargar con los tres de aquí a la Judería...

Encogime de hombros al oír el nombre del Padre, pues en ningún momento había escuchado de boca de El Penas nombre alguno, mas si había visto su cara.

- Cosa rara es el destino, pues pareciera que a toda costa quisonos juntar a nosotros tres, unos para dar matarife, otros para buscar quien diera buenos dineros por su rescate. Mas a ahora poco importa lo que pase con ese homme, que asuntos más importantes hemos de tratar y cuanto antes nos movamos antes nos pondremos a salvo, que aquí visto lo visto corremos peligros, y no sólo de los mangas verdes.

Yo había sido el primero que había querido descansar, pero viendo como todo se torcía de aquella manera sería mejor poner pies en polvorosa y tal y como tenía la mente de cargada en aquel momento, lo mismo me daba ir para adelante que ir para atrás.

- Fíome más de mis propios pies que de ir montado en una bestia, y los tres ahí encima... -moví la cabeza negando- no lo tengo yo demasiado claro. Si alguien con malas intenciones salenos al paso, difícil tendríamos defendernos. Será mejor maese Braccio que lo lleve de las riendas.

Sea pues. Dadme breve momento. - Et introducime en los establos en busca de mi cabalgadura. Saquéla por las riendas et dispúseme a marchar a paso lento por aquellas callejas oscuras e traicioneras.

Marchemos.

Et que pareciera que aquesta historia del prostibulo de la Paja la hubiera compuesto un buen goliardo para proponerlo en los corrales de comedias de la Imperial y coronada, que mientras uno iba a buscarle para saldar deuda, otro íbalo a matar (e que ambos sin saber que un tercero, de cara cortada, sabía de su paradero en el secuestro...). Pero déjenme decirles a Vuecencias que todo esto es baladí si comparámoslo con las buenas cuestiones que nos ocupan o nos han de ocupar; pues la guardia de la Cárcel andábase por Madrid como una rata en la peor de las bodegas de mal vino, sin contar con el pago de la Claudia, que no estaba sino más lejos a cada segundo, camino de Segovia...

El panorama no era harto alentador precisamente, e que si se hubiera de dibujar un esbozo ligero de una comedia no tendría nada que ver con aquestos hechos. Con el caballo tirando de las riendas, como un viajero recién llegado a la ciudad que le da descanso a su montura, da Montone andaba a la par que el barbero Hans y Tomás.

El Destino, Dios o la Fortuna (tal vez todos uno), quisieron que ningún alguacil de espada encaminárase al frente, ni tan siquiera oyera vuestros pasos hasta llegar por detrás; y a través de la guía del alemán, llegásteis en diez o doce minutos al Barrio Nuevo (Judería). Al poner el pie en ella, os dirigísteis a la casa de aquel judío que Hans había comentado (el familiar del Padre del prostíbulo de la Paja). La vivienda (de dos plantas) no parecía albergar a nadie: aquello parecía vacío.

— Tuerzan vuestras mercedes el recodo y... und hier ist!

Ayudé a Braccio con el rocín, para atarlo en alguna parte, mientras miré a Tomás:

— ¿A qué esperáis? Picad y si no abre esta vez sí que echaremos la puerta abajo, que esta mañana en ayunas no tuve fuerzas para hacerlo. Mucencio es el nombre del marrano.

Luego recordó a las vecinas:

— ¡Shhhh! ¡Pero no seáis muy ruidosos, que aquí las gallinas no cluecan sino oyen! - dije, señalando las corralas de alrededor. 

Instintivamente lleve la mano que non asía las bridas del corcel hacia mi boca de fuego. Aquello sin saber muy bien por que, olíame a celada...

Fize gesto con la testa a Tomás para que fuera el quien picara en portón, que non iba yo a desocupar las manos por si acaso...

Esperaba que a la tercera fuera la vencida et encontraramos porfin refugio e descanso...

Sin mediar palabra, que no había nada más que decir, acerqueme a la puerta mirando a todos lados, no fuera que algún invitado inoportuno saliéranos al paso y tuviéramos de nuevo que facer uso de nuestras arma. Con el puño cerrado aporreé la puerta, haciéndome oír no sólo en el interior sino que, con toda probabilidad, también en los alrededores y, dando un paso hacia atrás mantúveme esperando a que alguien apareciera por allí para abrirnos, no sin dejar de acariciar con suavidad el pomo de mi acero.

Nada. Allí no había nadie. Ni tan siquiera pegando la oreja podía escucharse alguien en dentro.

Encontrábame ya bastante cansado de que torciérase a cada paso el poder descansar durante unas horas y sin preocuparme por ser oído por quien no debía, peguele una fuerte patada a la puerta más por rabia y desesperación que por otra cosa. Un delito más a mis espaldas tampoco iba a importarme en aquellos momentos, y sólo quería un jergón para dormir y algo que llevarme a la boca, que no se puede ir tras quimeras, por que eso era lo que parecíame ya a esas alturas las famosas joyas de las que nos hablaban, con el estómago vacío y el cansancio en la mollera.

Sobre la puerta de ese tal Mucencio que poca suerte el Caracortada tenía, hallábase una ventana. No hacía falta ser muy hábil para poder colarse por allí. Además, que Braccio tenía su montura delante, et que subiéndose no sería sino un paseo llegar hasta la ventana y adentrarse a la vivienda, pues ésta encontrábase abierta en su postigo.

Vamos Tomás, entrad por el ventanuco. Ayudarvos de la mia cabalgadura. Et esperé impaciente que el caracortada colárase al interior et abriera desde adentro. Por suerte el portón era suficientemente amplio para poder entrar al rocín...

Andaba yo demasiado cansado para aquellos menesteres y mi cuerpo no parecía querer obedecer a lo que yo le pedía. Dolíame todo él y sentíame bastante torpe, prueba de ello fue que cuando tuve que acercarme al caballo y subirme a él, a punto estuve de topar con el suelo.

Hice un esfuerzo para encaramarme hasta la ventana. Desde luego si no habíamos alertado a medio barrio con el ruido, ahora el espectáculo que estabamos montando sería digno de cualquier feria de la Villa, por suerte la oscuridad servíame para menguar el ridículo.

Como sugirió el italiano Braccio, Tomás se alzó apoyándose en el lomo del caballo, y con los pies puestos sobre la silla y las alforjas, se elevó hasta el ventanuco*. Divisólo entonces, y allí dentro se perdió su pista para Da Montone y Hans. Tardó unos segundos en cruzar el pasillo interior, girar por hacia el salón principal y abrir la puerta, por dentro... Fue entonces cuando la puerta del portón abrióse por manos del Caracortada, et que luego Braccio empujó al su caballo hacia el interior, como si hubiera zaguán en dicha casa donde poder alojar al caballo (que no habíalo...).

Una vez dentro, observásteis la amplia vivienda; dos plantas, mas ningun llena de lujos, sino más bien sobriedad: Un salón, dos habitaciones, una pequeña cocina en la vivienda de abajo, y tan sólo un comedor y habitación en la parte de arriba. Claro que eso no era lo único. En la vivienda superior había dos hombres... ambos muertos.

Los dos hallábanse desatados, y tumbados en el suelo. Habían sido cosido a puntadas de matasiete, por lo que dedujísteis a primeras (pues no había lascas de heridas o corte en la carne, ni degolladuras, ni rebanamientos... tan sólo punzadas).

Uno de los hombres es Mucencio, el judío. El otro no sabes quién es.