Partida Rol por web

Dábanse cuenta de que Lorenzo asomaba por las ventanas traseras y muy temprano, por cierto, Braccio, Tomás y un amputado Hans, que maldecía en alemán, castellano y hasta en las lenguas del Diablo mismo (como si fuese estudioso goliardo de la cueva salmantina y pudiera parlisquear con el Maldito...). Antes de que el sol redoblara en las sus caras, hizo lo propio  en los dos cadáveres, allí aun tumbados.

Algunas gallinas picoteaban por la calle (si uno es que mirara fuera) y el trasiego en el barrio comenzaba a ser casi el habitual (e que decimos "casi" porque no se hablaba de otra cosa, de puertas para dentro, eso sí, de las corridas y venidas de mangas verdes entre rincones, bajo tapia y a través de muros, no muy lejos de por allí). El caballo de Braccio, en el zaguán que hacía de improvisada cuadra, ya relinchaba con cierta hambre.

E que uno se pregunta, por no hablar de puntadas con hilos (de sangre), tapadoras más viejas que el burdel mesmo, impulsivos aceros en impacientes manos o duelos entre comehielos por el amor de una monja, u otros menesteres como darse a las manos en el garito, a las bayucas* o a agrandar chascarrillos de "zamangangas"... ¿que por dónde andaría la compañía de ese que se decía alfarero e que marchó por la puerta de Vega hacia Segovia?

Et que arrepentíme, nada más despertar, de non haber salido de la Villa por la noche. ¿Quién iba agora a cruzar sus calles et finalmente sus puertas pasando desapercibido? Los mangasverdes andarían aún tras nuestra pista, et peor aún, alguien pronto empezaría a echar en falta a los rígidos hombres enzartados que acompañábannos tumbados en eterno reposo...

Buen día muchachos. - Dixe a Tomás e Hans - para quien los tenga. - añadí por lo bajo.

Trazemos plan que el tiempo apremia.
 

Y a pesar que necesitábamos el descanso pareciome que demasiado tiempo habíamos perdido, no sólo porque la compañía del tal alfarero estaría algo lejos ya sino porque a plena luz del día sería más difícil salir de la Villa, pero tenía que reconocer que, a pesar de lo inquieto que había estado durante la noche, el descanso habíame sentado bien.

- Veremos si este resulta buen día. Por el momento tendríamos que largarnos de aquí cuanto antes, el hedor de estos dos con los calores del día pueden alertar a más de un curioso, y tu caballo -miré al italiano al decir aquello- levantará más de una sospecha. Después... -rasqueme la barba pensativo pensando un plan para salir de allí- habrá que salir de la Villa intentando pasar desapercibidos, quizás si vamos de uno en uno será mejor que los tres a la vez.

Siendo el último también fui el más malhumorado. Poco había sido el descanso y mucho el que yo precisaba, pero menos da una piedra. Los cuchicheos y parloteos de mis compadres de felonías se mezclaban con el coqueteo de las gallinas, y he de decir, que tal vez fruto de la pequeña fiebre y calentura que producía en mi la herida del brazo, todos hablaban en lenguas incomprensibles por unos momentos para mí. Y es que estaba soñando que aún vivía en la Europa central, despertando con el olor a rollos de canela y pan de alguna buena señora. Pero la vida no es sueño sino sufrimiento, así que me vi obligado a sacar la nariz entornada del cuello de mi coleto de cura, obispo o Papa, igual que hacen los tordos con su pico sobre los charcos de agua sucia. Había sido mi única manta nocturna pero ya había cumplido su función. Me quité la ropa sacra y dejé la mía.

Llegué tarde a la parla pero siendo hombre de buena entendedera comprendí pronto lo que decían. Parecíame bien y también mal lo de separarse y no ayuntarse. Yo era era el más reconocible de los tres: rubio y bien parecido, alto, cojo y ahora manco. Acabábanse los adjetivos para que un corchete me describiese, que los brutos, seguro estaba yo, no sabían decir más de dos seguidos. Pero era cierto que yendo separados había más posibilidades de salir de Madrid. Pero ¿qué iba a hacer yo a solas sin los dos bravos? En fin, todo me daba igual. Parecía que el italiano tenía día de guindilla en el recto, así que dirigime a Tomás:

— Yendo por separado soy el que llevo las de perder, amigo mío. - dije con media sonrisa forzada - Pero tenéis razón que sería empresa más fácil salir de ese modo. Tenéis mi voto, Herr Tomás. 

Yendo solo podía hacer tiempo para mis asuntos. Recordaba cierta plaza donde vendían prótesis de madera, garfios y manos para los tullidos, burdas y chabacanas, pero funcionales. Si la Providencia me visitaba quizá podría hacer visita de doctor y adquirir una antes de escapar de los muros de la ciudad coronada. Miré a los cadáveres y les tapé con las ropas de cura. No me gustaba ver a la muerte tan de cerca.

En tanto que el día había amanecido, las ideas os brotaban por aquí y por allá; mas uno pregúntase... ¿por donde iríann las joyas de aquel noble que ahora bien guardadas tenían un farandulero de poca monta? A buen seguro que andaban ya cerca de Segovia...

Et que ya agotábaseme la paciencia. Más hubierame valido salir anoche de la villa et ir tras la pista de las joyas. A estas alturas habíamos perdido tiempo valioso, aunque aun consolábame la idea de que las carretas hubieran fecho parada también durante la noche.

Revisé las armas, bocas de fuego, mosquete... La polvora conservábase bien. Buena señal. Ajustéme la coraza al pecho et apreté las correas de la silla de monta. Acaricié la crin de Testa, et tras darle tres suaves golpes en el cuello susurréle; -volta il ragazzo è venuto.

Dirigíme entonces al caracortada y al cojo maniroto; -¡Andiamo! ¡andiamo! el cerco se cierra et las joyas se alejan. Marcharé fuera en indirizzo opuesta a la de la carreta, et una vez a distanza segura cabalgaré en derredor de la villa hasta encauzar la senda de las joyas. Farélo sólo, acompañado, de uno en uno, de tres en tres, con la virgen o como sin ella. ¡Pero farélo agora!.

Et dispúseme a abrir el portón, montar, et cabalgar presto de aquel refugio que non era más que una prisión con hedor a muerte.

Ante la impaciencia del italiano no pude más que sonreír. 

— ¿Sabéis montar, Tomás? No parece vuestra merced hombre de campo y con tacto para los animales. Ach so, yo puedo conseguir un caballo. Pero habréis de llevar las riendas vos... — dije señalando con el mentón mi muñeca desnuda, sabedor que llevar a un hombre a caballo como acompañante no estaba bien visto por los cristianos viejos.

Ahora todo eran prisas, pero estaba convencido que las carretas no podían llevar un paso demasiado ligero y que, tarde o temprano, las alcanzaríamos aunque tuviéramos que correr todo el día, aunque... mirando la cojera del alemán dime cuenta que eso iba a ser harto difícil.

- ¿Montar yo? Dáseme bien montar rameras de la Villa pero bestias a cuatro patas... ni a una mula me subiría.

Aquello era un problema. Una cosa era salir de la ciudad por separado para después reencontrarnos en algún punto y otra dejar al italiano que fuera él sólo a por el codiciado botín que tanto esfuerzo habíanos costado ganar. En asuntos de dineros fíabame bien poco de compadres y colegas, que bien sabía yo que un puñal en la espalda era fácil de clavar.

- Pero... si queréis intentarlo... vamos a ello.

No se me veía demasiado convencido pues la hostia que nos podíamos llevar podía dejarnos peor de lo que ya estábamos, eso si no se nos abría la cabeza como a un melón, que no sería la primera vez que viera cómo se las gastaban aquellas bestias.

- Vayamos pues a buscar un caballo.

¿Che tipo di uomo non può guidare? ¿Pensavano che il carro va dopo aver camminato? inutile andare Sono venuto a raccogliere...

Refunfuché mientras esperaba que finalmente se decidieran.

Finalmente Braccio salió a la calle con su caballo tirado de las riendas. Antes de salir, miró a izquierda y derecha del barrio donde habitanban judíos, y parescía no haber corchetes de acá para allá, sólo habitantes de la Coronada en su quehacer diario. Los acompañó Tomás y Hans, dejando los cadáveres dentro de la vivienda. Cuando Braccio se subió al caballo, tenía muy claro qué dirección tomar, que no era sino salir a campo abierto y rodear Madrid, et lo que aquesto convenía (más tiempo). Espoleó su montura tan fuerte como si de azogue los oídos de la bestia contuviesen, y cabalgó raudo por la calle hasta perderse segundos después.

Allí quedaron Tomás y Hans.

Una vez Braccio húbose marchado, quedásteis en plena calle. La siguiente meta era tomar una montura y darle rienda suelta al paso tras los diamantes, o la joya que fuera, que por lo visto valdrían más que una mancebía entera; eso sin contar que fuera mejor, además, no dar mucho que hablar (y ver) a los ojos de nadie, pues pese a que ya no había alguaciles  corriendo, seguramente seguirían buscando.

Caminásteis por el barrio judío, y la casualidad os llevó a una esquina, intersección de dos calles (una más principal y otra más estrecha) justo a extramuros, delante de la muralla de la ciudad (por fuera). Allí, la atenciós os la atrajo un caballo ensillado delante de una puerta, una casita pequeña y sin establo. Enfrente de la casa y el caballo había un pequeño puesto de pan, y alguien compraba al vendedor.

Aquel caballo golpaba a todo trapo. El zagúan de la buena casa, pese a no tener paja, bien habia servido de establo para la bestia, y encontrábase descansada. Avanzando raudo hacia el este, no tardaste mucho en ver un pequeño cementerio judío y finalmente, una pequeña muralla empedrada (no más alta que tus rodillas), que delimitaba, podríase decir de manera informal aunque visible, el fin del barrio. Et finalmente que saliste de la Villa, a paso rápido.

Al fin dejaba atrás toda aquella locura. Al menos así lo pensé cuando sentí el aire fresco golpeando mi ajado rostro hasta que, repentínamente, supe que algo iba mal...

No había tiempo que perder, pero yo bien que gustaría de conseguir una mano ortopédica... pero en la Judería difícil estaba de obtener... ¡Mal asunto aquel! Buscaba un carruaje más que un caballo, pues decían que había mil al menos circulando por la Coronada, y ya de ir doliendo las nalgas que fuesen sobre mullidos cojines, cual español de buena casta, y no sobre un rocín de panadero. 

Pero no fue necesario. ¡Ya habría tiempo de lucirse cuando cobrásemos la recompensa de aquella gesta! Fue toparnos con el olor a pan y llevarnos al aroma de boñiga y establo. Unglaublich! ¿Sería este día que comenzamos tan malhumorados el de nuestra buena suerte? Di un codazo a Tomás y señalé al muchacho:

— Bien podemos permitir gastar un poco en pan mientras yo hago de birlo con el caballo. Entretened al kinder, Tomás.

Guiñé el ojo a mi pala desde las alturas mientras caminaba con disimulo hasta el establo. Aquello parecía pan comido, nunca mejor sentencia empleada. Ojalá el caballo fuese negro, pues todo el mundo sabía que eran más fogosos y bravíos, rápidos para viajar. Lo bueno de los equinos era que las pobres bestias no podían hablar, así que no delataría nuestra picardía a los alguaciles.   

Pareciome buena idea aquella de despistar al hombre mientras el alemán "tomaba prestado" el caballo y, no sin cierto disimulo, eché mano a la faltriquera para ver si tenía algún real del cual pudiera desprenderme, a pesar de que gracia no me hacía ninguna.

Intentando pasar desapercibido, que con mi altura y el corte en la cara difícil lo tenía, púseme a mirar lo que el panadero ofrecía, buscando lo más barato que tuviera y sin importarme lo mohoso, rancio o duro que estuviese, que no hacíale yo ascos a nada de eso con tal de llenar la tripa. Señalaba aquí y allá, preguntando precios, esperando que el alemán apresurárase en su cometido, que no podíamos perder allí toda la mañana y mucho menos viendo que con las pintas que nos traímos, poco desapercibidos pasaríamos.

Hans se acercó con suma cautela a la entrada* donde hallábase parada la montura. Negro casi entero era el caballo, y de monta, claro (no había más que ver el aire de viajero que llevaba el dueño), aunque no supo discernir, ni de manera aproximada, su verdadera naturaleza (si fue criado para cabalgar, pasear o si en algún momento fue bestia de carga). Jamelgo, podrían llamarlo vuecencias, que así parecióle al Alemán.

Y en tanto que en éstas andábase el rubiales del Sacro Imperio, logró montarse en animal sin que éste acusara de ser su dueño, mientras el susodicho miró de reojo al Caracortada, que hacía ademán de interés de las hogazas y algunas que otras viandas. Claro que, el tipo, justo antes de llevarse la mano a su bolsita de maravedíes, debióle saltarle un reflejo por su otro rabillo, que enseguida giróse hacia su caballo...

¡...y por el Santo Cristóbal! ¡DETENTE! -y al tiempo que le gritaba ésto al "bueno" de Hans, que sacaba una guardamano, tan a pelo y sin espada que hízolo por pura descredulidad ante lo que veía, y no en tanto que si fuera duelo de señores y matasietes-. ¡¡BAJA DEL CABALLO, MALVENIDO!!

El tipo no sabía que Tomás estaba al tanto de la situación ni que era compañero de Hans.

En trotando por entre los caminos diversos de los que se valían campesinos y comerciantes para entrar y salir de la ciudad, que tu caballo hizo una finta involuntaria al cruzarse un par de perdices entre dos arbustos por mitad del camino, moviendo sus cuartos traseros más de lo debido y haciendo saltar las tus posaderas de abajo a arriba.

Tu trasero botó dos veces mientras la silla movióse, junto con tu cuerpo, a un lado; y en dicha inclinación (demasiado severa y encauzada) que te venistes irremediablemente a la diestra, desquitándosete de sobre los lomos y volando hacia el lateral y hacia delante... La caída te hizo rodar hasta una esperraguera bajo una encina... Y menos mal que era grande y ninguna peña había, pues de tocar con los tus huesos, quebrantado hubiéranse quedado...

Tu sombrero quedó unas varas atrás, sobre un claro, y el caballo acabó parándose y rebuznando un poco, mirándote con el cuello completamente girado (mantenía la postura de su cuerpo hacia delante, pero esperando, con mirada a posterior, como a que volvieras a montarle). E que cuando te quisiste levantar, oíste un retumbar, como pequeños golpecitos de herrero sobre metal, pero muy finos... Más bien, para que vuecencia se imagine, que eran como entrechocar de metales, muy al alza, como si algo se acercara por la misma senda (y en sentido contrario), en la que ibas espetado sobre montura...

Pisadas. Si. No una, sino diez, veinte quizá, y todas como en formación.

En breves verían a tu caballo.