Partida Rol por web

A la mañana siguiente, poco antes del alba, la rápida gestión de Sebastián proveyó a la comitiva con dos carruajes medianos, cómodos, suficiente para todo el grupo sin presentar incomodidades y se hizo a la marcha en cuantos lo investigadores hubieron desayunado.

Cuando se detuvieron en el viejo edificio del penitenciario, desde la pequeña ventana del transporte pudieron visualizar el grueso edificio de piedra donde se hallaba al lado del Tribunal Central de lo Penal (generalmente conocido como “Old Bailey”, por el nombre de la calle donde se encuentra aún hoy), en el corazón mismo de la City.
Su entrada, flanqueada por varias filas de arcos románicos, estaba vigilada por agentes de uniforme. En uno de los laterales se podía ver el cadalso de la horca montado sobre la muralla de piedra, preparado para una inminente ejecución pública.

Los presos permanecían recluidos en celdas comunes, hacinados en las peores condiciones de higiene imaginables y en la casi absoluta oscuridad. El permiso del sheriff otorgado a Sir Thomas, da la posibilidad de visitar al acusado sin problemas, pero bajo una estrecha vigilancia por parte de los guardias.

Gerald Tennyson se bajó del carruaje y sujetó la puerta para que sus acompañantes pudiesen bajar cómodamente. Un caballero debe serlo en cualquier circunstancia y ayudar a otros. A pesar del aspecto solemne del lugar, muy probablemente New Gate fuera un criadero de ratas donde las ratas de dos patas son las más repugnantes de todas. Desechos sociales, sucios criminales que dificultan la convivencia en un mundo ya difícil de por sí. Gerald entró mostrando la autorización de su tío por bandera y sabiendo que el resto del grupo le seguía de cerca.

—Buenos días, caballeros —dijo a los guardias—. Mi nombre es Gerald Tennyson y he traído conmigo una autorización de Sir Thomas Tennyson que nos permite a mí y a mis compañeros interrogar al reo Lewis Thorpe. Les ruego que sean tan amables de conducirnos ante él. Y, por favor, no duden en quedarse a nuestro lado si lo consideran oportuno. Ignoramos la peligrosidad de este individuo y, como pueden ver, hay damas presentes.

Nuevo día, nueva investigación.

Reconocía que aquella noche apenas durmió, ¿emoción? ¿Nervios? ¿Miedo? Tal vez una mezcla de todo y a la vez de nada, habiéndose preparado un sinfín de preguntas que podía hacerle a Lewis como si de un interrogatorio se tratase, aunque a medida que la hora llegaba fuera tachando la mayoría de ellas.

La poca experiencia que tenía como reportera le hacía desconocer cuánto podía indagar sobre ciertos temas al tener que cubrir una noticia al completo, sin centrarse en los detalles. Le parecía que aquello más que un pequeño artículo iba a ser una novela con sus personajes, tramas y reveses, incapaz de acotar al final toda la información en un par de líneas. Por ello, en el desayuno, recogió varios recortes de noticias variadas y leyó la estructura de cada uno, pero ninguna le gustaba. Carecía de vida, de verdad, de sentimiento u opinión, sólo era un artículo plasmado con ideas generales que al final no llevaban al lector a nada. Nuestra imprenta será distinta Robert, te lo prometo.

Mientras llegaba en carruaje a la prisión, vestida de nuevo con un vestido distinto aunque del mismo color y casi los mimos detalles, saludó a sus compañeros y respondió a frases cortas a la conversación de bienvenida mientras pensaba en el lugar al que iban. Nunca había pisado una prisión y, aunque buscó a conciencia, no encontró noticias sobre qué pasaba realmente en el interior aparte de los rumores fatalistas. Le daba curiosidad aquellas paredes cubiertas de mugres e historia de reos, tal vez podría dedicar otro artículo a la vida de los presos o sus condiciones, mostrar esa parte desconocida al mundo.

Una vez bajaron, dejó que el anfitrión de aquél grupo diera pie a las presentaciones, manteniéndose apartada junto a la docente Lowett y con su famosa libreta desgastada entre sus manos.

Estuve lista desde temprano, son muchas las ansias que me rodean, por una parte, puede ser el hecho de estar en una investigación, por otra puede que sean las ganas de poner a prueba el método al que todo el mundo le hace el feo, bueno, no todos, pero la mayoría se sienten escépticos ante el tema. El viaje no fue muy largo, hacía días que no salía para ver la ciudad, aunque no es que me perdiera de mucho; el carruaje por fin detuvo su marcha, me apoyo en la mano del señor Gerald para descender y camino junto a Joanne, la mujer me ha dado cierta confianza, además de ser la única aliada en cuanto genero respecta.

-En mi caso me gustaría que usaran su metodología como primera medida, si de alguna manera pueden obtener respuestas, pues en hora buena-, aclaro mi garganta observando a los presentes con una sonrisa leve en mi rostro, -si mediante sus métodos, no obtienen algún resultado, me gustaría que me permitieran utilizar el mío, claro está, en compañía de la señorita Joanne, si no es mucha molestia- digo observando a la reportera.

Howard bajó del carruaje con un quejido de esfuerzo. No había pasado una buena noche, como venía siendo habitual en las últimas semanas, y el alba le había alcanzado sin el reposo que un día como aquel requería. Al menos el viaje en carruaje no fue del todo desagradable. Le gustaba la compañía de aquellas damas, con las que intercambió un par de formalismos, y el traqueteo del carro sobre los adoquines fue para él como un suave masaje que reactivó sus músculos.

Descendió, sin embargo, con una sensación desagradable. Conocía bien aquel lugar. Se santiguó, a pesar de no ser Howard un hombre especialmente religioso, y echó un vistazo a la dama de la justicia que coronaba el Old Bailey. Tuvo un pequeño escalofrío. Resultaba estremecedor las barbaridades que se habían cometido y se seguían cometiendo justo en aquel edificio, en nombre de la justicia. No habría venda que pudiera ocultar por mucho más tiempo semejantes atrocidades. 

Ya en la puerta de la entrada se colocó justo detrás de Gerald Tennyson, esperando que el hombre que custodiaba la entrada le reconociera. Al fin y al cabo, él, Howard Blake, había encerrado a muchos de quienes estaban ahí dentro, y conocía al menos de vista a la mayoría de los trabajadores del edificio.

Durante el trayecto en el carruaje Clayton observó la ciudad sin verla, absorto en sus pensamientos. Le había costado conciliar el sueño de la noche anterior debido a las preguntas sin respuesta que bullían en su cabeza. La hospitalidad y comodidades del dormitorio cedido por el señor Tennyson apenas lograron calmarle los ánimos. Y luego estaba aquel sueño recurrente y obsesivo donde el libro parecía estar al alcance de sus dedos, pero de nuevo volvía a desaparecer.

De forma que aquella mañana le embargaba un humor sombrío. Y la visión de la penitenciaría tan solo logró empeorar su ya deteriorado estado de ánimo. Al descender del carruaje hizo una mueca de desagrado. Le pareció que aquel lugar tosco, hogar de los criminales y desechos, emanaba un aura nauseabunda y depravada.

Mientras seguía los pasos de Gerald, escuchó a la señorita Lowett hablar del mesmerismo como si fuera la experta en esa área. Por muy bienintencionada que fuera su sugerencia, la encontró ofensiva y potencialmente infructuosa e incluso perjudicial para la investigación de ser utilizada por una aficionada. Así que, ignorando su mal humor, esbozó la mejor y más falsa de sus sonrisas.

—Querida señorita Lowett. Como creo haber mencionado anteriormente, el mesmerismo es una ciencia sutil que requiere de un uso experto para funcionar y solo si determinadas condiciones lo permiten. Un interrogatorio previo es muy probable que anule por completo esa posibilidad. Y aunque estoy seguro que sus intenciones son buenas, yo soy el experto en dicha área y me corresponde a mí esa tarea. Aunque estaré encantado de que pueda asistirme si así lo desea —hizo una pausa para dedicarle una sonrisa condescendiente—. Por mi parte, propongo sondear al señor Thorpe para descubrir si acepta y es susceptible de ser hipnotizado. De no ser así, siempre podremos utilizar un interrogatorio más convencional. Un área en la que el señor Blake podrá poner en práctica su destreza.

Howard no pudo evitar escuchar la conversación que mantenía Clayton con Evelin Lowett. Intentó ocultar su escepticismo respecto a las técnicas mesmerísticas de las que ambos hacían gala conocer, pero la interpelación personal directa por parte de Adam le irritó enormemente. 

- No soy ningún matón, señor Clayton. -le espetó. -Y mucho menos un torturador, si eso es lo que usted insinúa. Mis métodos se basan en la evidencia, las pruebas físicas y la lógica. Cualquiera puede mentir, o simplemente no contar la verdad por estar confundido o errado. Así que ningún testimonio puede ser considerado válido bajo esa premisa. Da igual que el interrogado se haye bajo lo efectos de la hipnosis o el del dolor más insoportable.

La respuesta de Blake lo dejó sorprendido por un segundo, pero se recuperó enseguida con una sonrisa de autosuficiencia; estaba acostumbrado a los enfrentamientos de detractores.

—Me ha malinterpretado, señor Blake. Jamás se me ocurriría insinuar que usted es un matón o un torturador —dijo con un ademán de la mano, quitándole importancia al asunto—. No voy a poner en duda su método de interrogar, que desconozco porque jamás lo he visto en acción, pero por su reputación debe gozar de cierta efectividad. Eso sí, no pretenda que conoce los efectos del mesmerismo, ni deje que sus prejuicios entorpezcan el uso de una herramienta que nos puede facilitar información clave para esta investigación. 

Gerald Tennyson se giró airado hacia los dos hombres. El rictus severo de su cara y la miraba afilada que se vislumbraba tras sus ojos hacían notar a las claras lo encolerizado que estaba.

—Caballeros, la única razón por la que están ustedes aquí es la creencia de mi tío, así como la mía propia, de que son capaces de trabajar juntos para resolver este terrible misterio —tomó aire velozmente—. No quiero oír ni una sola discusión, ninguna alusión despectiva al trabajo de ninguno de ustedes ni, por supuesto, descalificación alguna.

Estaba apunto de girarse de nuevo cuando miró nuevamente a Blake y Clayton.

—Espero que haya quedado lo suficientemente claro, caballeros —su tono de voz no parecía admitir réplica alguna.

Tras la palabras de Gerald uno de los guardias que venia por el pasillo se detuvo frente a la comitiva y les indico porque pasillo debían seguir.
 
- Seguid recto, hasta las rejas. Allí os recibirán. Podréis entrevistar al mal viviente en un lugar apartado, pero seguro. -
 
Observo con desdén a las mujeres y finalmente a Howard, sin motivo aparente.

El viaje hacía la penitenciaría fue difícil y se le hizo largo a Sebastian, notaba como sus huesos se quejaban con cada repiqueteo del carruaje.

Gustosamente hubiera hablado, pero prefirió quedarse callado y no alentar mas a la discusión.
Cuando llegaron a la penitenciaría Sebastian sacó dos pañuelos. Uno para él y otro para el Señor Gerald.

"Por favor Señor Gerald, tapese la boca y la nariz con este pañuelo...Quién sabe que inmundicias hay aquí"- Hizo una pausa y miro a los demás- Instaría a los señores y a las damas a hacer lo mismo, no es bueno respirar este aire tan enrarecido.

Después de decir esto se tapo la cara con el pañuelo y se mantuvo cerca de Gerald.

Como buen intento de reportera, por no decir maruja, estuvo pendiente de manera disimulada de la pequeña “discusión” que tenían por su lado Howard y Adam, aunque entendiera la mitad de la premisa. Hasta donde su nula investigación había llegado era que Howard Blake era miembro de la policía y Adam un experto en temas que ni sabía escribir bien, algo aparentemente contrario en cuanto a sus métodos. Ella se fiaba más de las pruebas tangibles y los rumores, los grandes olvidados pero que volaban más rápido que la pólvora de un lado a otro, trayendo noticias que luego tenías que discernir qué había de realidad y qué de cuento.

Una vez les dio permiso para avanzar, y viendo que efectivamente las damas no eran tan bien recibida como esperaría, le sorprendió comprobar que ese hastío también iba hacia el policía del grupo, observándole con curiosidad disimulada.

Tiene razón, gracias por el consejo.- Siguiendo las palabras de Sebastian Moore, sacó un pañuelo de su manga con las iniciales “JT” en la esquina superior derecha, llevándoselo al rostro para tapar su nariz aunque el olor fuera demasiado fuerte como para evitarlo.

Mientras caminaba, un tanto apartada de la comitiva al no querer perder detalle de toda aquella “visita”, se acercó disimuladamente a Howard Blake, fingiendo una aparente casualidad del encuentro que claramente no existía.

Disculpe señor Blake.- Se retiró el pañuelo un poco para poder hablar con más claridad a base de susurros para no romper aquél silencio de sepultura que se había formado recientemente.- No he tenido tiempo de charlar con usted, y he oído historias dignas de admiración sobre su persona.- En realidad era una mentira piadosa. Teniendo en cuenta que no seguía demasiado el hilo carcelario de las noticias, el hecho de sonarle el nombre de “Howard Blake” debía significar que su nombre había rondado entre esos rumores que tanto le gustaban. Si era policía, y suponiendo que seguía ejerciendo, debería ir referido a los casos resueltos o alguna hazaña meritoria, no algo negativo. Además, era un vano intento de camelar al entrevistado con halagos antes de comenzar a preguntar.- ¿Podría preguntarle sobre su opinión en el caso que nos atañe? ¿Cree realmente que Lewis sea culpable? – Volvió a taparse la nariz tras el pañuelo, intentando sonreír tras él.

Espero que haya quedado lo suficientemente claro, caballeros. 

Howard asintió, gruñendo. Murmuró algo para el cuello de su camisa. 

-Claro como el Támesis. 

Sin embargo, decidió dejar ahí la discusión. Ya conocía la fama del señor Clayton y no le extrañaba en absoluto la distinción que él mismo se daba cada vez que tenía oportunidad. Eso ya se lo esperaba. Los charlatanes como él vivían más de la fama que lograban arremolinar a su alrededor que de resultados y hechos probados. Eran expertos en crear expectativa sirviéndose de una pátina de misterio que engañaba a más de uno. Pero si había un rasgo común a todos ellos ese era la vanidad, que, como a un monstruo hambriento, tenían que dar de comer constantemente a base de autocumplidos.

Intercambio una mirada silenciosa con uno de los guardas de la prisión, a quien ya conocía de verlo más de una vez por allí y giró la cabeza hasta encontrarse con la mirada de la señorita Tremblay que, como buena periodista, ya se moría por una exclusiva. 

-¿Culpable? ¿Cómo iba a saberlo? -se encogió de hombros. -Aunque una cosa le voy a decir. Son muy pocos los que han entrado como reos al Old Bailey y han salido como hombres libres.

Gerald agradeció a su mayordomo el gesto de acordarse de él y cuidarle de ese aire infecto con una inclinación de cabeza. De cuantas personas le rodeaban en su día a día, Sebastian Moore era a quien más apreciaba por su inquebrantable lealtad y sus sabios consejos. A buen seguro no habría llegado a ser el hombre que era si su fiel amigo y sirviente no le hubiera criado de la manera en la que lo había hecho.

—Sebastian, ¿cree usted que este individuo ha podido robar el cadáver de mi difunto primo? —le preguntó con el ceño fruncido—. Me parece una osadía demasiado grande para un tipo que no ha podido evitar acabar aquí, en esta pocilga maloliente con el resto de la carroña de su calaña...

Recordó algo que había leído en cierta ocasión en un libro de frenopatía: «Los criminales son cobardes y supersticiosos por naturaleza. Debido a que actúan fuera de la sociedad y sus leyes, precisan crear un código de conducta y unos valores propios que justifiquen sus actos, una moralidad desviada y abyecta que no se diferencia mucho de las creencias más tribalistas que pueden observarse en los pueblos primitivos».

Gerald siguió caminando hacia la celda en la que se encontraba ese ser que no se diferenciaba demasiado de los animales carroñeros, si es que eran ciertos los cargos contra él. Quería ser el primero en interrogarle, pero muy probablemente lo más sensato fuera dejarle ese deber a Blake, que algo más de experiencia debería tener a la fuerza por sus años combatiendo el crimen. Toda una vida leyendo sobre esos criminales en una biblioteca no podía compararse a la experiencia de la vida real.

¿O quizá sí?

El guardia guió a la no tan pequeña comitiva a lo largo del pasillo. Allí, tras una reja cerrada de paso, muy gruesa de estilo mas antiguo aun que el edificio, esperaba sentado un reo con grilletes y traje gris desgarbado.
Era un hombre de edad media, muy pasados los treinta pero es dificil de precisar exactamente dado que tiene el rostro complemente sucio, el pelo mojado y partes del cuerpo llenas de fango.

El guardia a su lado, alzo su porra y le dio un golpe en el lateral, haciendo que este deba inclinarse y aferrarse la zona del hígado con una retorcida expresión de dolor.

- Aquí tenéis al asalta tumbas.... - Volvió a golpearlo, pero esta vez en el hombro. - ¡ Escoria ! -

Gerald Tennyson tuvo que contener su ira y mostrarse por encima de la capacidad del reo de poder llegar a hacerle daño. No había tratado con asiduidad con este tipo de persona y era obvio que estaba fuera de lugar. A duras penas se apartó el pañuelo de la nariz y sufrió el bofetón de los pestilentes olores de la celda donde el prisionero había evacuado aguas menores y mayores desde que le habían encerrado allí.

Lo lógico era que basase su interrogatorio en la idea de que el hombre era inocente y tratar de sonsacarle de esa manera más información de carácter general que a lo mejor podía conducirle al hecho en particular. Por desgracia Gerald no era un detective, ni un hombre de mucho mundo y ni tan siquiera había tenido que sufrir para conseguir lo que tenía. Carecía, pues, de las habilidades necesarias para un hábil interrogatorio.

—Señor Lowett... —llamó su atención mientras hacia un gesto visible en dirección al guardia ordenando que cesase el castigo físico—. Tengo que hablar con usted. Y creo que usted tiene que hablar conmigo. La policía le ha considerado el culpable de secuestrar el cuerpo de mi primo. Comprenderá que eso llama a mi más severo enfado. Le conmino a que me diga si ha sido usted el responsable de esa aberración o, en caso contrario, me cuente cuanto pueda saber.

Gerald hace una pausa dramática.

—De su colaboración depende evitar el patíbulo, señor Lowett.