Partida Rol por web

Pequeña ciudad al sur de la capital. Se dice que en esta ciudad viven los verdaderos habitantes de Talona, y según ellos la capital está infestada de forasteros y aventureros estúpidos, aunque de buena gana aceptan sus monedas.

Habían dos centinelas en la puerta principal de la aldea (la aldea estaba protegida por una empalizada de madera que la rodeaba), y dos más en la empalizada.

Buenos días, ¿quiénes son y qué buscan? - os preguntó uno de ellos con un tono amable -

El uniforme de los centinelas era parecido al de los guardias de Talona, y su equipo era el mismo.

Desde vuestra posición se podían observar varias calles de la aldea y muchas casas, que a diferencia de la capital eran bastante pequeñas, la mayoría eran plantas bajas.

Laern ante de llegar alza el brazo derecho con la mano extendida, saludándolos de forma seria, formal.

- ¡Buenos días, guardia de Albia! Soy Laern Tidarion, Mariscal de Talona -se detiene un tanto a respirar, midiendo la reacción de la guardia- y comandante de este aguerrido grupo -los abarca con la mano-. Venimos a hacer una parada de postas.

El guardia apenas se había movido, simplemente había dado un par de pasos hacia delante para ver mejor al grupo.

Muy bien señor mariscal. Espero que disfruten de Albia y no haya ningún problema. Si necesitan algo no duden en avisarnos.

El otro guardia, que se encontraba en mitad de la puerta, se apartó al instante para dejaros paso.

Una vez dentro de la aldea veis que las calles no son muy transitadas, eso se debe a que los campesinos están trabajando los campos. Y los pocos que no se dedican a ello están en sus casas o en sus respectivos trabajos. La mayoría de los transeúntes son mujeres que cuidan de los niños o salen a comprar.

Cuando ya han recorrido cierto trecho, Laern se da la vuelta hacia sus compañeros de viaje.

- ¿Véis? Nada en especial, todo gris, sin lustre. No hay mejor ciudad que la nuestra, obviamente. Busquemos una posada.

¡Grumpgf! Si dices esas mismas palabras en medio de una taberna y no se monta gresca no sólo habrás demostrado que es gris, más bien será una ciudad sin sangre.

La verdad es que todo parece tan tranquilo que nadie pensaría preguntar aquí. ¿Y a predicar? ¿Se la habrá ocurrido venir a alguien? Nunca me preocupé por los dioses de los humanos y menos por sus cultos.

¿Qué sabemos de los templos y lugares de culto de Albia? ¿Permiten los predicadores ambulantes?

Laern observa sorprendido a su amigo.

- ¿Pero qué...? ¿Eso a qué viene ahora?

Mira en todas direcciones, como buscando la respuesta en las sencillas edificaciones. Al fin, mira al enano con una expresión mucho más resoluta que la de momentos antes.

- No, no creo que esos timadores tengan agallas para llegar tan cerca. Recuerda que sólo hemos notado su presencia en aldeas muy apartadas. Pero, respondiendo a tu pregunta, mi amigo enano, ya que buscas erudición -se dibuja una sonrisa en su boca-, poblaciones campesinas como estas adoran a Celena, la Madre Tierra. De ella dependen para que la tierra les devuelva buenas cosechas como recompensa a sus esfuerzos. Seguro que encontrarás sus capillas improvisadas, cargadas de ofrendas, cerca de campos de cultivo, donde más se la necesita. Y quizá encontremos una pequeña capilla a Voranen, el inmisericorde Dios del Invierno, para aplacarle. En definitiva -cambia el tono de voz que ha empleado en su disertación, que iba a menos, por uno más vivaz-, no creo que prohíban predicadores de otras religiones, es su propio sentido común el que les debería prevenir de lanzar sermones que caerán en oídos sordos.

Continúa un rato y, como acordándose, se gira a Görg con una sonrisa de oreja a oreja.

- ¿He respondido a tus dudas, ¡oh, erudito escriba de las costumbres humanas?

Pues . . . no.

Quizá se me escape algo de la mentalidad humana pero digo yo . . . ¿qué diferencia a estos campesinos de aquellos de las aldeas apartadas? ¿Quieres decir que aquellos tienen menos sentido común que estos? ¿Por qué?

Realmente me siento perplejo ante el razonamiento de Laern, estas cosas creo que escapan a mi comprensión. Normalmente en algo tan importante basta observar a un enano para saber que hará el resto. Si varios hacen lo mismo ya tienes la respuesta, lo difícil será encontrar uno que haga distinto.

Laern borra la sonrisa de su cara.

- No, no es eso. Cierto es que esta gente es mucho más cosmopolita que aquellos eremitas de las montañas, y tienen mucha más mollera. Como dije, son tan cerriles que no cambiarían de hábitos. De todas formas, alguien que viniera con trucos de magia baratos podria encontrarse con dos cosas: Campesinos de mal humor aunque algo asustados, o labriegos estúpidos que se crerán todo a pies juntillas y se adherirán a cualquier causa que les muestre un par de malos trucos... Y a la guardia de Talona detrás, de mal humor y nada asustados.

Suelta una carcajada.

- ¿Ves, amigo? En realidad no son los campesinos lo que cuenta, sino la cercanía a nuestra autoridad. ¿No es así, capitán?

Le guiña un ojo a Anioz.

¡Hum! Espera, creo que empiezo a entenderlo. Eso quiere decir que tanto los de allí como los de aquí . . . crédulos o malhumorados . . . pero si aquí . . . la guardia . . . o sea, nosotros . . . entonces allí . . . si la guardia está . . . malhumorados todos . . . ¡mamporrazo y asunto resuelto!

Bien, bien, ahora sí lo entiendo pero ¿DÓNDE, en nombre de todos los dioses, ESTÁ LA CERVEZA?

-"Realmente el asunto es muy simple, mientras alla guardias que protejan a la plebe, no habrá embaucadores que se aprovechen de esta, pero si la guardia es escasa o no tiene medios, rápidamente los embaucadores pueden manejar el asunto como les plazca..."

Así qué... solo con llegar y enderezarlos estaba resuelto el problema eeehhh...

-"Espero que consigamos aunque sea un minimo de información por estos lares, y si no, por lo menos dormiremos bien esta noche"

Llegáis a la taberna que se encuentra en el centro urbano de Albia. Se trataba de un edificio viejo, aunque parecía estar en muy buen estado. El interior era exactamente igual que el resto de las tabernas del reino, un puñado de mesas y un buen puñado más de sillas, una barra, unos servicios y unas escaleras que llevan al piso de las habitaciones.

El tabernero era un hombre algo fornido, tenía bastante pelo en la barba que no parecía muy cuidada, su camisa corta dejaba ver unos buenos músculos.

Frente al tabernero habían un par de tipos que bebían de unas jarras, eran los únicos que habían en la taberna.

Bienvenidos, ¿qué les pongo? - os dijo el tabernero -

Laern entra en la taberna quitándose el yelmo y lo deja sobre la barra, en la que se apoya con los brazos cruzados. Mira de reojo a Görg.

- ¡Saludos! Traiga dos buenas jarras de cerveza, posadero.

Se gira hacia la tropa, para ver qué piden, y si piden.

¡Dos más para mi!

El día ha sido bueno para andar el camino y apenas se ha levantado polvo pero la garganta se reseca con tanto caminar y hablar. No es bueno tener la garganta seca, luego las palabras no salen y es necesario hablar con el metal y los puños. Eso no debe ocurrirme más, debo controlar el metal.

Lern no reacciona ante la petición del enano, aunque se sonríe a sí mismo. En cambio, pone la mano sobre la barra, reclamando la atención del propietario del local.

- Dígame, buen hombre, ¿han llegado noticias extrañas a sus orejas? Siempre estoy interesado en escuchar nuevas historias entre servicio y servicio.

EL tabernero comenzó a rellenar bastantes jarras de cerveza, ya que al no contestar el resto supuso que beberían lo mismo, a la vez que hablaba.

Pues verá, últimamente no es que hayan pasado muchas cosas, pero las cosechas no andan todo lo bien que deberían, o eso dicen los campesinos por las noches. Al parecer hay una plaga de animalillos que se zampan todo, jeje. Es una lástima.

Empieza a servir las jarras, dejando una delante de cada uno.

Y en estas uno de los que bebían a vuestro lado empieza a hablar.

Lo cierto es que si ha pasado algo extraño. - su voz era muy grave y ronca - Hace un par de días, o puede que hace una semana, llegó un forastero, dijo que era de Tharion.

El hombre iba a seguir hablando pero Morz le cortó.

¡Yo también soy de Tharion! ¿Cómo se llamaba? Puede que lo conozca, jijiji.

Glugluglu, mmmm...qué rica está la cerveza de Albia.

Con la manga de su pequeña camisa se limpió la boca y siguió expectante a lo que iba a decir el hombre.

Ejem, ¿su nombre? Lo cierto es que no lo recuerdo, era un hombre un tanto siniestro. Ya le dije - dice mirando al tabernero - que era mejor no dejarle pasar la noche aquí.

La cosa es que al día siguiente por la mañana se marchó, pero habían desaparecido varias piezas de ganado, y joven chica fue encontrada poco más tarde en un granero, la pobre estaba... - los ojos del hombre se quedaron mirando fijamente al suelo -

La elfa no había vuelto a hablar desde que la habían querido emparejar con el mago. Seguía de buen humor y con interés escuchó la charla entre Görg y Laern. A ella también le resultaba bastante curioso el comportamiento de los humanos, aunque creía entenderlos un poco más que el enano.

Cuando llegaron a la taberna, ató sin prisas a su montura en el establo del lugar y luego entró rezagada, justo cuando el cantinero estaba llenando unas cuantas jarras. Tomó una para sí y se sentó en una mesa cercana a la barra, para permanecer cerca del grupo.

Al escuchar el relato del parroquiano, Ireth no pudo evitar regodearse en su interior. Je, siempre se escucha algo interesante en las tabernas, por más cerca de Talona que estemos.

-Disculpe buen hombre... -Ireth llamó su atención y luego se giró hacia el cantinero. -Por favor, sírvale otra copa que yo invito- luego volvió su atención a él. -¿Podría describirnos su aspecto? Y no quiero ser grosera pero... la joven que ha mencionado ¿aún vive? tal vez ella podría brindarnos más información.

Esto último no le parecía muy factible. Por la expresión que había puesto al relatar lo de la chica, o bien ya no vivía o no tenía suficiente razón como para explicar algo, pero nunca estaba de más preguntar.

Laern bebía alegre su cerveza, mirando fijamente su segunda pieza del día, hasta que escuchó al parroquiano. Dejó de beber de repente, frunciendo el cejo y soltando un "¡hum!". Al apoyar la cerveza, lo hizo con tanta fuerza que salpicó la barra, y eso que estaba bastante mermada.

Giró primero la cabeza hacia la elfa, luego hacia el lugareño, con la misma pregunta en el brillo de sus ojos.

- Eso, cuéntanoslo... ¿Y hacia dónde marchó?