Partida Rol por web

El saco de Boom

Plantando el cerco (Escena 1)

Cargando editor
13/11/2014, 21:46
Director

En el sexto día de marcha, una pequeña llovizna entorpeció el avance de la artillería. Los gastadores se afanaban en allanar el camino e incluso ayudar a bueyes y caballos tirar de las piezas.

Era verano en Flandes, pero no hacía demasiado calor. Los soldados italianos y españoles no podían evitar sentir una extraña melancolía bajo aquella luz parecida a la de un largo atardecer, con el viento suave meciendo las hojas de los árboles mojadas por la reciente lluvia. La larga fila del ejército del conde de Grobbendock, que había partido de Gante con grandes alardes y fanfarrias, era ahora, y como se acostumbraba, no más que una deshilachada marabunta con soldados en mangas de jubón, caminando con parsimonia mientras los mochileros y carreteros cargaban con la mayoría del peso de las armas, arreos y picas.

El Tercio de Fuenclara marchaba en avanzada, justo detrás de la fuerza de caballería que se había adelantado para explorar en previsión de celadas y, como en cada día de marcha, para juzgar donde era más oportuno que se montara el campamento. Una compañía de las consideradas más “pláticas” encabezaba la marcha. Y no era debido a su capitán, un aragonés llamado Francisco de la Rosa, que había comprado su patente con buenos doblones al rey por mediación de su buen amigo, el conde de Fuenclara. El maestre de campo iba un poco por detrás, cabalgando con sus entretenidos al paso, acompañado por los alabarderos tudescos para los que las penurias de la marcha no eran diferentes a cualquier otra tarea que se les encomendara.

Ambos hombres eran exponentes del aterrador futuro que aguardaba a los ejércitos del rey católico. Tercios levantados para una campaña concreta, del bolsillo de gentes ávidas de títulos y prebendas, formados por campesinos, ladrones y gentes enganchadas por quintas y otras malas artes. Afortunadamente, todavía había entre ellos no pocos veteranos que no sabían, o no podían, ganarse la vida de otro modo. Algunos de ellos eran realmente “veteranos”, y sus cabellos canosos y sus pieles remendadas de viejas heridas contrastaban con los rostros imberbes de los bisoños.

También, gracias a Dios, de la Rosa solía delegar el mando efectivo de la compañía mixta (arcabuceros y piqueros) en un competente y veterano alférez que había pedido durante cinco años una plaza de capitán. Bien la merecía, vive Dios. Pero en aquella España parecían contar más los dineros, que el rey necesitaba como agua de mayo, que la pericia en el oficio. El alférez Ferreira despreciaba al capitán aragonés, ya que sabía que su única formación en el ámbito militar eran cacerías, unas cuantas lecturas y los juegos de cañas. De la Rosa le necesitaba, pero en último término, tenía que hacer valer sus órdenes sobre las del alférez. Afortunadamente para todos, de momento el capitán se había contentado a frecuentar la tienda del maestre de campo mucho más que andar dándoles órdenes absurdas a ellos.

La compañía pasó junto a un cadáver que pendía de un cedro a la vera del camino. El joven Martín, paje del alférez, se lo quedó mirando un momento. No parecía un campesino holandés, de los que se habían topado en plena operación de la siega. Tampoco tenía rasgos de valón o de la chusma del país que acompañaba al ejército en calidad de porteadores y carretilleros a sueldo. No. Tenía unas facciones mediterráneas, muy españolas. Tenía un rostro contrahecho, desencajado, postmortem. Bajo su cuello pendía una tela de saco pintada con alcanfor, con una leyenda en español, francés e italiano que rezaba: Ladrón.

Las órdenes del mariscal de Brabante habían sido fulminantes: nada de pillajes ni violaciones en su ruta hacia Boom. Pero una cosa eran las buenas intenciones, y otra la práxis. Nadie ignoraba que la gente sacada de prisiones se daba en Flandes a desmanes de todo tipo en cuanto tenían la oportunidad. De hecho, era bien sabido que la moral se relajaba en aquellas tierras, fruto de las privaciones, la falta de pagas y otras servidumbres. “Esto no es Flandes”, se decía en Madrid cuando la cosa terminaba a puñetazos en un garito de juego.

Hans Mannheim, uña y carne de Karl Moritz, miró a su compañero con el arcabuz al hombro. Escupió recto entre sus pies y luego se mojó los labios con el contenido de su calabaza, que pasó luego a su compadre. Eran dos tudescos sirviendo a sueldo en un tercio español. Como hacía falta tanta gente, nadie objetó a que se alistaran.

-Ese bastardo italiano me debía tres florines. Ahora no se los podré cobrar –le comentó.

Vélez, su cabo de escuadra, les hizo un comentario al pasar, apremiándoles a seguir. Faltaría poco para que terminaran la larga jornada de marcha, y no quería que el hideputa del capitán le afeara la lentitud de la tropa.

Mientras les hablaba, a su lado pasó “el catalán”. En realidad, a pocos importaba su apellido, por que debido a su fuerte acento pronto recibió ese apodo. Vilaplana pasó justo por debajo del muerto, haciéndole caso omiso. Había visto muchos así, algunos de ellos compañeros, colgados por orden del rey. Al rey, decididamente, le gustaba colgar a pobres diablos por la gola.

Pedro Negrete, que marchaba detrás de los arcabuces, estaba contento. Pronto se desharía del engorro del coselete y podría tumbarse un rato. La vida durante las marchas, aunque monótona, era agradecida. No faltaban alimentos frescos, y al final de cada jornada eran manos ajenas las que montaban el campamento. A no ser que a uno le tocara guardia, podía concentrarse en el placer de tomar un vino, cenar como Dios manda e irse a echar un sueño. Además, pronto terminaba el mes de mayo, por lo que recibirían paga. Había alguna metresa, de cadera ancha y pechos generosos, que le miraba al pasar por delante de la mancebía. Sería menester gastar en ella algunos dineros.

El sargento Jiménez ordenó el alto. Algo estaba pasando. Un grupo de jinetes había vuelto a toda prisa para hablar con el conde, y al maestre de campo le faltó tiempo para unirse a la plana mayor. Los soldados miraron en su dirección, viendo como los jinetes señalaban algo en el horizonte. No hizo falta saber de qué se trataba. Una hora más tarde, pasado un pequeño repecho, vieron un valle surcado de pequeños canales y unas terrazas de cultivo amplias y desnudas de trigo. Más allá, a orillas de un afluente del río Escalda, se levantaba Boom. Una villa pequeña pero sólida, defendida por un baluarte y varios revellines. Su objetivo.

No habría demasiado descanso, al parecer. Se montaría un campamento en aquellos altos, pero al día siguiente comenzaría la operación del cerco. Los gastadores se pasaban los odres de agua, reponiendo fuerzas. Pronto iban a necesitarlas todas. Aquel extraño hombre con su gorra de doctor, Giambelli, avanzó a lomos de una mula hasta detenerse a la izquierda de la columna. El ingeniero italiano, con su peculiar aspecto de barba larga de punta cuadrada, desplegó el catalejo y, ajeno a los soldados, examinó con atención el objetivo.

El campamento del ejército comenzó a disponerse en aquellos altos, escalonado en dos terrazas de cultivo. Como era acostumbrado, se montaron las estacas y caballos de Frisia con los que se había cargado, y las piezas de artillería de campaña se dispusieron vigilando los cuatro costados. Un mar de tiendas blancas, organizadas por el sargento mayor y los aposentadores, comenzaron a surgir de la nada, mientras seguían llegando los carros cargados de todo género de provisiones, pólvora y otras vituallas.

Atardecía cuando, montadas las tiendas del tercio y dispuesto el cuerpo de guardia, se echaron las habituales suertes para las guardias. Los soldados estaban algo inquietos por el inicio de las operaciones. El cerco era siempre complicado, y más estando los fuegos del enemigo todavía enteros. Vomitarían sobre ellos toda la artillería conforme se aproximaran para colocar sus piezas. Los gastadores tardarían al menos dos días en comenzar a crear sencillos parapetos para que el fuego de contrabatería no les hiciera pedazos. Todos esperaban que se procediera con cautela, usando pico y pala para acercarse poco a poco a la presa.

La escuadra de Vélez tenía varias camaradas. La de soldados pláticos, donde él mismo comía, la formaban Pedro Negrete, “el catalán” y los tudescos. También tenían un pequeño jergón donde dormía el paje del alférez, lo que hacía que éste tuviera trato y confianza con el cabo. De hecho, la tienda del alférez estaba justo frente a la suya, defendida siempre por una guardia fija de un piquero y un arcabucero. La tienda se situaba en el cardo máximo, a escasos doscientos metros de la plaza de armas donde el sargento mayor, el general, el capellán y el cirujano tenían sus tiendas.

La marcha había sido larga, y ahora todos disfrutaban de descanso. “El catalán” se había acercado a las cocinas de la compañía, de donde se trajo el puchero de la camarada lleno de aquel potaje típico de Gante conocido como waterzooi, hecho con carne de barbo, yema de huevo y un cocido con varios tipos de hortalizas. Para bajar la cena tenían cerveza, que era una del país, joven y algo espesa. Era un caldo malo, que entraba caliente y con poco efecto. Habrían dado su huevo izquierdo por un poco de vino, pero lo estarían reservando para peores trances.

Cargando editor
13/11/2014, 23:08
Pedro Negrete

Voto a Cristo que la marcha había sido larga. Y no era cosa baladí tomarla entre pecho y espalda con coselete a cuestas. Al menos el calor de aquellas tierras no era calor ni era nada, lo que aliviaba un poco la carga. Pues la calina con semejante baluarte encima no hacía más que joder la marrana aún más. En parte era de agradecer, y en parte las fechas presentes me hacían evocar los veranos en el sur de la patria. Donde el verano lo era como Dios manda, y regalaba días de generosa luz, vino y mujeres. Sobre todo vino y mujeres. La féminas de aquellas tierras tenían un algo…Digamos un don natural en menesteres de jergón e intimidades que no conseguía ver del todo en las mujeres de estas tierras. Pero ninguna queja, pardiez que más de una demostró ser veterana en tales lances.

Tampoco podía quejarme en general, merced del atraso en las pagas, las largas jornadas de marcha y el mal tiempo, no faltaba buen alimento, las mujeres y el trabajo sucio quedaba relegado a otras  manos. Y había estado en peores situaciones…A base de pan duro, verduras podridas recocidas…Y algún que otro motín. A veces, cuando te niegan lo que es tuyo por legítimo esfuerzo, sudor y sangre, es conveniente tomarlo a la fuerza y dejar claros ciertos puntos. Pues más de una vez, el retraso en la soldada tenía como telón de fondo alguna mano corrupta deseosa de atesorar dineros ajenos para fines propios.

Fui consciente al llegar al emplazamiento donde plantarían el campamento, que el descanso sería breve, y en el peor de los casos, ni lo habría. Pero la diosa Fortuna pareció sonreírme el día de hoy y la guardia debiósela tragar otro. Tampoco estaba por la labor de gastar el escaso momento de paz en temas futuros, pues lo que venga vendrá si Dios lo quiere, y quizá no vuelva estar así mañana, por ser un lindo cadáver. Así que un servidor, ya a las anchas sin coselete, hizo lo que  le tocaba por derecho: servirse de aquel potaje  y dar cuenta de el con las manos y a sopas

- Puesto a pedir, hubiera preferido vino agriado servido de manos de una buena moza lozana o al menos de busto generoso…-  comento de forma socarrona y media sonrisa. Pero voto a Dios que me contento con aquella cerveza, pues en tiempos de guerra quien no se contenta es porque no quiere, y a falta de buen vino, allí estaba aquel brebaje del demonio.

Cargando editor
14/11/2014, 09:21
Martín Vélez Manrique

Velez comio en silencio con el resto de su camarada mientras los observaba detenidamente.

-Las mas de las veces, un hombre debe ir a la guerra con peores elementos-penso mientras empujaba la comida con ese insufrible brebaje.-Pero, por vida del rey de espadas, este no es el siglo del gran Felipe, parece que los buenos soldados escaseaban, estan alfombrando los caminos de Europa, caidos por un rey ingrato y un dios que debe estar ocupado en otras lides, pero mi dios y mi rey. Puedo sentirme afortunado.

Termino de comer, se limpio con la manga de la camisa, se levanto y comenzó a revisar su equipo. Su camarada era gente de experiencia si su equipo no estaba en perfectas condiciones seria un inusual descuido, pero nada se perdia con revisarlo y mejor que decírselo era que lo vieran hacer, que entre entendidos no hacia falta muchos verbos.

Terminada la revisión dejo parte del equipo junto a Martin, le paso la mano por la cabeza mientras le sonreía.

-¡Martin!, da un vistazo a esto mientras salgo, a menos que te llame el alférez, claro, ahora vengo.

Se dio un corto paseo para observar que las cosas se hacían bien, quedo mas tranquilo al ver que asi se hacia, y se quedo mirando al pueblo y sus alrededores.

Desde el pequeño altozano se cubria bastante terreno y pudo ver, recortadas contra la la luna, las obras de fortificación del lugar, no parecía muy amenazador a estas horas, cambiaria…, también se esforzó en ver luces por el campo circundante, enemigos quizás o granjas, alquerías o similares. Bien estaba que las ordenes dijeran que no debía haber saqueo, pero pronto faltarían los suministros, o mucho se equivocaba, y si los hideputas de la caballería habían dejado algo, no estaba de mas saber donde andarían esos lugares, que malo era desobedecer, pero peor era morirse de hambre.

Después volvió con su camarada y se puso comodo para pasar la noche, si le dejaban…

Cargando editor
14/11/2014, 11:12
Karl Moritz

Las marchas eran eso... Marchas. la antesala siempre de algo más oscuro. Con el tiempo había aprendido a disfrutarlas, a ir meditando en lo que pasaría después... Un asedio, la colocación de la artillería, minas y contraminas, caponeras... y las cosas menos amables que nunca cuentan a los zagales que han de convencer para que se alisten. Enfermedad, hambre, frío y el olor a mierda. El olor a mierda es el olor de la guerra. Con tanta gente por allí puluando día tras día todo se llenaba de ese olor dulzón y espeso. Y luego venía el momento de los tiros y las mojadas. Los gritos y la sangre.

A veces posaba mi vista en el joven Martín y meneaba la cabeza.

A saber si dentro de unas semanas estará tumbado, con las tripas al aire, suplicando para que venga su mamá... Mierda de vida, joder. Y si es un zagal aún... Que es cosa triste de ver pero natural, pero cuando lo hace uno de esos veteranos de piel recosida... brrr.... Se me pone la piel de gallina... Es como verse en un espejo, amigo... Asco de vida... Pero es esto o pedir en una iglesia... Y no hay color, amigo... No hay color.

Eran pensamientos así, y otros igual de funestos los que me acompañaban... Siempre iban bien. Un exceso de confianza era lo que llevaba a muchos de esos mozos a la muerte. No era un cobarde, pero ya era perro avisado y no me acercaba moviendo el rabo al zagal que me podía tirar una piedra.

Finalmente llegamos hasta los altos y se dispone todo para empezar el cerco.

Me encuentro sentado cerca del fuego, junto a mi fiel Hans, un hombre de mis latitudes, la mitad de alto y ancho que yo, pero con una mirada astuta. Tiene poco de soldado, pero es discreto y educado, cosa que no lo hace molesto a ojos de la milicia siempre que sepa cual es su sitio.

Veo llegar al Catalán con el caldero para mi rücken y lo saludo efusivo, con una jarra de cerveza en la mano, d ela cual se derrama algo al agitarla.

Ah! Bien, Bien! Comida buena parra barriga. Templar cuerpo.

Hundo en cuenco en el caldo, y lo paseo un poco por su contenido, para llevarme algo de tajo y no sea todo comino y col. Finalmente lo saco y lo huelo, satisfecho.

Mmmmm... Das ist sehr gut. Servieren Sie Ihnen ein bisschen vor diesen Spanier, Sie lassen, mit nichts.

Le digo a mi compadre Hans, el cual os mira con una sonrisa.

El señor Mortiz tiene a bien informarles que el caldo es de su agrado y que se siente muy a gusto con sus mercedes.

Informa él, a la vez que hunde su porpio cuenco en la olla. Mientras lo hace asiento a lo que ha dicho con una sonrisa, y un snecillo "jojojo" y me meto coleto abajo media pinta de cerveza.

Ante el comentario de Negrete sobre el vino apruebo sus palabras.

Pedir musho buen Negrete... Servesa luterrana bueno parra pansa... Mear musho y bien... Limpiar cuerpo humorres malos... Y sobre mosa... tener que conformar con Catalán... jojojo!! Aunque quisás luego poder ir a ver barraganas...

Me rasco la entrepierna y observo a los presentes con cara de conspirador.

¿Qué creer que tocar haser? Hay rumores sobre cual ser papel rücken en primeros días serco?

La pregunta va dirigida a todos, aunque el cabo ya ha salido a hacer un paseo, espero que a la vuelta tenga las respuestas que quizás mis compañeros desconocen tanto como yo.

Después de cenar entretego la espera hasta la vuelta del cabo haciendo lo que ha hecho él. Limpiar mi montante y revisar las cinchas de mi peto.

No quiero que me pase como a Manfred... Aquel pobre desgraciado era bueno... hasta aquella vez que se le desenganchó la armadura en medio de una refriega y le metieron dos cuartas de acero en un pulmón... Como resoplaba... Parecía un fuelle roto... ¿Al final sobrevivió? No me acuerdo...

 

 

 

Cargando editor
14/11/2014, 15:03
Perot Vilaplana i Llonch

Matapadres se detiene un momento al lado del muerto. Este ya ha encontrado su horca... Seguiré hasta encontrar la mía. Saluda al fiambre con el sombrero y sigue adelante.

Parece mentira que sea verano, con ese tiempo de mierda más parece invierno.

Eso del asedio parece un buen jaleo. Guardias, trincheras, cañones, asaltos... Demasiado para un honrado bandolero. Pero no piensa quedarse a probar el invierno en Flandes. En cuanto se le ponga su objetivo a tiro, saldrá por pies.

Cargando editor
14/11/2014, 16:39
Martín

Martín había pasado los primeros días de la marcha correteando arriba y abajo de la columna hasta que el alférez le requería para que anduviera quieto y no estorbase, pero el muchacho apenas pasados unos minutos volvía a correr hora a acompañar a los arcabuceros, hora a los artilleros, hora los fornidos y rubios mercenarios germanos. Boquiabierto y asombrado por todo, pasaron unos días antes de que el muchacho estuviera cansado de tanta caminata y con los pies un tanto doloridos, se limitara a caminar junto a la misma cuadrilla, uno que no le había parecido del todo mala y para la que el alférez le había otorgado un callado consentimiento a modo de breve asentimiento.

Cuando llegaron por fin al lugar, los artilleros, que también habían fascinado a Martín comenzaron a descargar las pesadas piezas que habían arrastrado hasta aqui para situarlas en posición. El muchacho no tardó en recibir un pescozón por parte de uno de los veteranos para indicarle que debía ayudar a los demás.

El muchacho empezó a correr por el campamento haciendo recados y trayendo y llevando mandados para unos y otros. El capitán quería las cosas hechas rápido y bien y el alférez parecía saber cómo hacerlas así que Martín buena parte de la tarde de allá para acá. Los soldados también le hacían encargos. Pero el muchacho no podía evitar mirarles con sospecha cada vez que lo hacían, pues no eran pocas las veces que los veteranos le mandaban a las labores más peregrinas y a menudo con el único fin de echarse unas carcajadas a cuenta de la candidez del joven.

 

Cargando editor
14/11/2014, 17:26
Pedro Negrete

Comíme aquel potaje de buena gana, sin entrar en la chanza de Moritz el tudesco. Ya todos nos vamos conociendo y comenzamos a saber de qué pie cojea cada cual. Así que Dios sabrá que ha dicho en esa lengua suya, pero yo estoy feliz con mi comida y prefiero invertir mi energía en dar buena cuenta de ella, la cual saboreé cual si fuera el mayor manjar habido y por haber. Y la misma cuenta pude dar de la cerveza, tan defendida por él y que a mí bien poco me convencía. Aunque le miré un poco de reojo cuando soltó aquella herejía de cerveza luterana. Este no sabe lo que es el buen vino católico, válgame Dios. Pero ahí tampoco entré, no disponía de  ganas de dimes y diretes, así que negué con la cabeza en lo que seguía con mi cuenco.

- A unas cuantas barraganas mozas, aquí el hijo de mi padre, les va a hacer conocer su nombre. Según vengan las pagas, si vienen…-  comento ante lo que dice posteriormente. Bien escéptico estaba respecto a ese asunto.

Si el catalán no se daba por aludido ante aquel comentario tudesco, con asimilación a una moza, no iba a replicar yo, y más cuando él trajo el mejunje con el que llenar la panza. Uno ha de ser agradecido cuando toca.

Terminada la comida, me acomodo con la espalda apoyada en algún bulto, y tomando ejemplo de mis camaradas, voy echando un ojo a mi equipo. No está mal invertir un poco de tiempo ahora en engrasar botas de cuero y comprobar el estado del resto de cosas. Es lo que me salvará el pescuezo en la batalla.

- Lo desconozco. Ya dispondrán y el Cabo algo nos dirá – me encojo de hombros. No me quita el sueño, pues haré lo que se decida y manden si es por bien de la causa del Rey Católico.

Cargando editor
14/11/2014, 19:32
Martín Vélez Manrique
Sólo para el director

Se acerco circunspecto hasta la tienda de campaña en donde dormia el alferez,pidio que le anunciaran y entro dentro.

Saludo marcialmente y se quito el sombrero.

-Buenas noches, ¿tiene algo que comunicar a la tropa antes de que procedan a descansar?.

Notas de juego

Como parece que hay cierta hambre de noticias, si el guion lo deja, me acerco un momento a donde el alferez para que de la novedad antes de acostarme, si tienes pensado otra cosa, como si no te he escrito nada.

Cargando editor
14/11/2014, 19:56
Martín Vélez Manrique
Sólo para el director

Notas de juego

La idea era haberlo hecho en privado, pero mi hijo tocando el teclado ha decidido otra cosa, mis excusas.

Cargando editor
15/11/2014, 02:03
Diago Ferreira

La tienda del alférez era un poco más espaciosa que las demás. Estaba junto al cuerpo de guardia, que era la tienda contigua (tal y como dictaban las ordenanzas), con la enseña debidamente asegurada para evitar robos. La guardia fija en su la puerta de la tienda era de soldados de la compañía, veteranos conocidos del cabo, que apenas le miraron al entrar.

Ferreira estaba sentado en una silla plegable con asiento de cuero, puliendo una de sus botas con una mano mientras la otra la mantenía introducida en la misma para sujetarla. Estaba en mangas de camisa, sentado al lado de una tabla que montaba a modo de mesa con unas patas que se podían acoplar, sobre la que tenía una arqueta con documentos, tintero, pluma y polvos para secar la tinta. También había un libro encima de dicha mesa, que había estado ojeando hacía un momento. El famoso "Quijote" de Avellaneda, por lo que decía la portada.

-Vélez. Me alegro de verle. Le ofrecería asiento pero solo tenemos mi jergón y este taburete.

Se limpió las manos en un trapo y dejó la bota, cogiendo dos copas pequeñas de latón que tenía en su arcón. Del mismo sacó una botella de lo que parecía ser vino.

-No es un Pedro Ximénez pero es un caldo de Maguncia bastante decente.

Le sirvió una copa sin preguntarle si quería, y luego se la ofreció. Sabía que muchos soldados rechazaban compartir vino con los mandos para distanciarse de ellos, por lo que él simplemente no les daba la oportunidad. Le gustaba tener a sus compañeros cerca, por así decirlo.

-Acabo de hablar con De la Rosa. Al parecer los jinetes han hecho una batida en los alrededores y han encontrado algo preocupante.

Dió un tiento al vino y luego apoyó la mano izquierda en su muslo, venciéndose un poco hacia adelante para hablar en confidencia.

-Al parecer hay un embalse, por así decirlo, y un dique que lo contiene al otro lado. Está a unas horas de aquí, pero justamente a la espalda de Boom, al otro lado de donde estamos nosotros. Afortunadamente, el enemigo no lo controla, o eso creemos. Por que si rompieran el dique, se inundaría la campiña, y el asedio resultaría francamente dificultoso. El mariscal ha juzgado conveniente de que antes de que siquiera se comience a plantar el cerco, una fuerza en avanzada controle el dique y su esclusa y la mantenga hasta que sea relevada.

Se aclaró la garganta y sonrió un momento, dejando la copa sobre la mesa.

-Se ha dicho que lo conveniente sería mandar a los reiter tudescos, por estar fuertemente armados y poder desplegarse con rapidez. Sin embargo, he convencido al mando para una operación un poco más ambiciosa. Creo que urge controlar fuertemente la esclusa, y para lo cual hay que destinar allí infantería. La misión sería sencilla: acompañar a los alamanes, proteger la esclusa los dos primeros días, más o menos. Luego mandaremos refuerzos y unos gastadores para que comiencen a levantar defensas en lugar tan estratégico. Quizá sea un buen lugar para que la compañía se asiente, defendiendo un revellín, o algo así. Estar fuera de las trincheras sería algo de agradecer.

Volvió a tomar la copa con un ademán calmo y dió un largo trago, limpiándose luego el bigote.

-Se ha pedido que las tropas que se envíen sean pláticas, gente escogida de varias compañías. Su escuadra es escogida, bien podría hacerse cargo del asunto.

Aquello parecía una invitación más que una orden. Le estaba dando la posibilidad de rechazar el asunto, por lo demás peligroso. No había que ser muy listo para entender que en cuanto los holandeses se dieran cuenta de su afán por controlar el dique, intentarían tomarlo a toda costa.

Cargando editor
15/11/2014, 11:29
Martín Vélez Manrique

Velez mientras daba tientos al vino del Rhin escuchaba con atención las palabras del alférez, que estaban conjurando todos los infiernos sobre ellos. Cuando hablo de mandar a los tudescos se le cambio la faz de atención a indignación.

Cuando paro de hablar el alférez, se le quedo mirando un momento mientras sopesaba sus palabras.

-Tenga por seguro que la escuadra cumplirá con la misión o tendrán que retirar nuestros cadáveres de alli, que lo que se puede encargar a los tudescos lo podemos hacer mejor nosotros y que jamas se afirmo lo contrario, que eso seria un desafuero que no se viera ni en tierra de herejes. Y tiene su merced razón, que puestos  a morir, mejor acuchillado en buena lid, que no recibir un tiro mientras hacemos de topos y destripaterrones. Gracias por la merced que nos hace al darnos su confianza, no será defraudado. Avise su merced cuando tengamos que partir, que yo informare a la escuadra y hablare con el furriel de la compañía para que nos prepare lo necesario. Con su permiso.

Hizo una reverencia con el sombrero y se retiro

De camino a la camarada se entretuvo un rato con el furriel de la compañía a quien le conto que iban a estar fuera unos días en una misión, que le proporcionara comida, agua y municion, esta en abundancia, para tres días, asi como vendas y material de cura, que esa misma noche o mañana por la mañana pasarían a buscarla, y que si encontraba a un barbero que quisiera venir con ellos para atenderlos seria de agradecer y se llevaría una parte del botin que hubiera, que no creía que los compañeros pusieran objeciones a perder una parte de este por salir vivos, pero que en cualquier caso, si eso pasaba saldría de su parte y peculio. Para espabilar esos tramites y animar voluntades tibias le aflojo algunos reales  de los pocos que tenia.

Despues se dirigio al lugar de acampada en donde se había puesto comodos, y en donde parecía que reinaba una cierta actividad antes de acostarse, comprobando los equipos como buenos veteranos. Carraspeo un poco para llamar su atención.

-He estado hablando con el alférez para ver si había ordenes para mañana, y vaya si las hay.

Les conto pormenorizadamente la conversación que había tenido, tanto las instrucciones como su contestación asi como las providencias que había tomado para no ir.

-He afirmado que iremos porque se que estoy con gente de higados que prefiere ganarse la paga del rey como hidalgos, toledana en mano, y no como villanos acarreando espuertas de tierra, cosa que el alférez también conoce. No se crean sus mercedes que esto será malo, será peor…que jamas los mandos nos contaron todo, que si dicen que vendrán cien herejes serán quinientos y si dice dos días ya serán mas, asi que anden avisados. No les digo que preparen lo necesario porque demasiado saben cual son sus obligaciones, descansen lo que puedan y si alguno lo desea que se ponga a bien con Dios, que yo lo hare en cuanto termine aquí.

Se quedo esperando a las preguntas que le hicieron, y contesto como pudo y después busco al cura para confesarse no fuera que en un mal viaje se fuera directo al otro mundo sin recomendaciones y no estaba su conciencia tan limpia como para entrar en el cielo sin ellas.

Cargando editor
15/11/2014, 19:04
Pedro Negrete

Paré de revisar mi equipo, ante la llegada y carraspeo del Cabo Vélez. Hombre de hígados donde los haya.

- Se hace lo que se necesite - asiento, y dejo el equipo. Pongo bien el oido y  la atención a  sus palabras. Quiero quedarme con las instrucciones y todos los detalles, que buenos son para salvar el pescuezo.

Notas de juego

Hago un inciso ahí porque no se cuales son las instrucciones y los detalles de la misión. No se que se ha hablado con el alferez.  Si hay algo que se me esté escapando y está claro para los demas, mea culpa.

Cargando editor
16/11/2014, 11:30
Perot Vilaplana i Llonch

Muy acostumbrado al vino rascagaznates de su tierra, Vilaplana no está seguro de si le gusta la amarga cerveza. Más bien le parece una especie de venganza del país contra sus ocupantes. Esa bebida solo sirve para dorar las meadas, decide el final. Echa la cerveza al suelo y se enciende una pipa. Aún le queda algo de la mixtura que robó en Milán.

Cuando Vélez les cuenta que mañana habrá misión, está aún haciendo las primeras caladas.

- Ya nos dirán lo que farem (haremos) según corresponda.

Notas de juego

no me queda clara una cosa: Vélez es oficial o suboficial?

Cargando editor
16/11/2014, 12:06
Martín Vélez Manrique

Notas de juego

Humilde cabo de escuadra. suboficial y de lo mas bajo

Cargando editor
17/11/2014, 08:07
Karl Moritz

Cuando llega dejo de afilar el montante y escucho atentamente todo lo que dice. Cuando comenta lo de gente de hígados asiento con calma, como si eso viniera de oficio y no hiciera falta ni mentarlo.

Lo que dice sobre las dificultades y que donde dicen dos acaban siendo doscientos también es algo que viene de oficio y no le doy más importancia de la que tiene. Es parte del negocio que nos llevamos entre manos. Entre gente avisada como nosotros no es algo que preocupe más de lo debido.

Acaba de hablar el cabo, me rasco un momento el mentón y me dirijo a Hans

Wir sollten gehen, einige Kellner erhalten, im Bereich Mission kennt. Es kann nützlich sein, und für zwei Münzen, oder wir servieren Ihnen zwei ohrfeigen. Vielleicht gibt es einige lokale Leute, die uns zu begleiten... Kommentar, nicht falsch unsere Initiative ergriffen.

A lo que él asiente y traduce a todos y al cabo en particular

Aquí, el señor Mortiz, comenta que irá, con el permiso de su excelencia... dice mirando al cabo a buscar entre la gente que se ha unido al ejército, pero que es ajena al oficio de armas, por si hay alguien que conozca la zona del dique y nos pueda ser de utilidad para esos menesteres. Caserones cercanos, carreteras, escondites... Cosas así. Si su excelencia da la venia, el señor Mortiz se pondrá en ello ahora mismo para ver si encuentra a alguien para mañana al amanecer.

Asiento con una mueca de aprecio a las palabras de Hans a la espera de la respuesta de Vélez.

 

 

Notas de juego

Yo entiendo que el cabo nos ha contado todo lo que le han dicho, no?

Cargando editor
17/11/2014, 09:36
Martín Vélez Manrique

Escucho atentamente al tudesco y la traduccion, levanto las cejas y sonrio ante el tratamiento de excelencia, pero no lo desmintio, que todos estamos estamos a salvo de las criticas pero no de la vanidad

-Me parece una idea excelente, cualquier ayuda sera bienvenida pero esten sus mercedes prevenidos por si hay que partir antes del alba.

Notas de juego

En efecto cuento todo de cabo a rabo

Cargando editor
17/11/2014, 10:22
Martín

El muchacho estaba azuzando una fogatilla cuando volvió el cabo y empezó a hablar. Cuando Martín escuchó que hablaba de órdenes del alférez puso las orejas al asunto como si de un perro de caza se tratara. Viendo que aquellos valientes iban a salir a defender un punto clave en la toma de la plaza decidió para sí, sin abrir la boca, que iría con ellos y empezó a hacer mental lista de las cosas que habría de necesitar. A saber, la daga larga que le había entregado el alférez, una pistola que había "rescatado" en un descuido y escondido dentro de su manta, municiones para los soldados y su pólvora correspondiente y a buen seguro, que de eso muchas veces los viejos se olvidan agua en abundancia.

Si pudiera conseguir algo de comida de la cocina y más "de la buena", como carne asada, a buen seguro que los soldados se lo agradecerían. Incluso aquellos tudescos que cada vez que hablaban parecías perros rabiando más que hombres. Sin embargo aquello estaría más difícil pues los cocineros ya le tenían echado el ojo Martín y el truco de decir que era un mandado para el alférez posiblemente no volvería a funcionar.

Siguió atizando el fuego para que nadie reparase en lo que había oído o decidido hacer y se dispuso a recoger todo lo que necesitaba.

Notas de juego

Nota: me falta el equipo del PJ. Lo elijo, lo sugiero, me es dado vía Director... ¿?

Cargando editor
17/11/2014, 15:23
Perot Vilaplana i Llonch

Perot piensa un rato. Luego opina con su fortísimo acento catalán.

- Si anem a defensar un fortín, necesitaré un mosquete pedrenyal (de pedernal). Y algún mochilero para que recarregui (recargue) per cada tiro que yo haga. Y cartuchos de papel. Muchos. Y pico y pala para reforçar la trinchera eixa.

Señala al joven mochilero Martín:

- Aquest minyó (ese chico) mismo nos puede bien. Tú, nen, sabes cargar un mosquete o arcabuz?

Cargando editor
17/11/2014, 17:20
Pedro Negrete

Miré atento al Cabo en lo que explicaba todo. Desde luego aquello parecía urgente, pues los herejes nos podrían echar toda el agua encima en cuando cayeran en la cuenta de la posición estratégica de la presa. Y pardiez que poco se podría hacer luchando en un lodazal.

Sabía de sobra que la misión estaba muy lejos de ser sencilla. Pocos serán los mandos que digan la realidad tal como es, y muchos son los que prefieren contar las cosas muy por lo menudo. Gracias a Dios, nuestro Cabo forma parte de los primeros. Puede que los holandeses ya hayan caído en el tema del embalse y al llegar nos encontremos con una bienvenida a base de hierros en la gola. O puede que tomarla sea fácil, y lo complicado venga si los holandeses también nos echan encima infantería, que lo harán. También tenía más que sabido, tal y como comentó el Cabo, que no serían solo dos días, y deberíamos vérnoslas solos más tiempo. Pero es una misión importante, y un Negrete siempre le echará cuajos a todo.

- Cosa discreta, he de suponer, antes de que los holandeses noten nuestra presencia allí y vengan a base de hierro hereje. Si es que no lo están preparando ya eso hijos de Lucifer – escupo al suelo.

Después el tudesco parece tener una buena idea. A lo que también le asiento. Un poco hereje a veces pero diestro en estos meresteres. A estas alturas me conformo con eso. Lo de ponerme en cuentas con Dios, por si las moscas, tampoco me parece mala sugerencia. No pienso dejarme matar tan fácilmente, pero vaya usted a saber qué planes tienen allá arriba para nosotros. Iría a ello antes de descansar la oreja para mañana.

Cargando editor
17/11/2014, 18:23
Director

Los preparativos recortaron algo de sus horas de sueño, que ya de por si fueron pocas. A las cinco de la mañana, todavía de anochecida, el sargento les despertó. Las tropas que iban a formar parte de aquella curiosa misión se hallaban concentradas en el patio de armas, frente al cadalso que lo mismo servía para los discursos del comandante que para ahorcar a quien fuera menester.

Las tropas estaban formadas por dos escuadras de jinetes tudescos, sumando 100 hombres con sus caballos y 150 soldados bien escogidos de las mejores compañías del tercio. Les acompañaba una pequeña comitiva logística, 100 flamencos varones, entre conductores de carros, gastadores y porteadores. Su fin era únicamente el de transportar los bastimentos del punto A al punto B, momento en el cual regresarían con escolta de caballería de nuevo al campamento, dejando solo a los gastadores para ayudarles a levantar una primera e improvisada fortificación del tipo blocao, para poder mejor resistir un ataque enemigo. No habría mujeres entre los flamencos allí destacados, para evitar posibles desmanes de la tropa.

La fuerza en su conjunto la mandaría un capitán de gastadores valón, que se llamaba Federico van Halen, que estaba discutiendo con unas personas un boceto que había realizado. En avanzada, unos diez reiter cabalgarían al galope para llegar al dique y controlarlo mientras llegaban el resto de las fuerzas. Estos serían los que luego se relevarían para escoltar de vuelta a los porteadores.

Todo dependía, pues, de la rapidez. Y de arrimar el hombro. A pesar de que los porteadores se ganarían el jornal, había que cargar también con la impedimenta propia y con los aperos para montar las tiendas de campaña. Amén, por supuesto, de las provisiones. Por eso Martín parecía una de aquellas mulas de Mario, con la mochila llena y además de ella, varios odres cargados de vino y una talega llena de bizcocho. La comida que llevaban era en su mayor parte tasajo, aceitunas de conserva y unos quesos de la región, que sería lo primero que había de gastarse. Los porteadores cargaban con bizcocho, pólvora y aperos para que los gastadores pudieran trabajar.

A las seis de la mañana, con las primeras luces, estuvieron prestos a partir. El frío dolía, a pesar de que estaban en el verano, y el rocío matutino les mojaba botas y calzas. La fuerza partió con los alemanes mitad en cabeza y mitad en vanguardia, los suministros y gastadores protegidos entre dos escuadras de soldados.

La marcha no se hizo pesada, pues no era excesiva la distancia a cubrir. Lo que más les inquietaba era recorrer el valle desierto, con los restos de la reciente cosecha, los caseríos vacíos y el ojo siempre vigilante de la fortaleza, que sabían fijo en ellos. No había muchos lugares donde ocultarse de la vista sin tener que dar imprácticos rodeos que a su vez les exponían a otros puestos y plazas fuertes del enemigo en la región. Por eso procuraron apretar el paso, el de hombres y caballos (gracias a Dios no tenían que soportar el exasperante paso de los bueyes), y marchar barba sobre el hombro, preparados para rechazar un más que posible ataque de la caballería holandesa haciendo una descubierta.

Pero tal ataque, por la razón que fuese, no se produjo. A las doce y media de la mañana, tras seis horas de buena caminata, y con el sol en su cénit, remontaron el camino que serpenteaba hasta subir a lo alto del dique. La obra de ingeniería mediría como unas diez varas de alto, grande como una muralla, hecha de tierra apisonada, ladrillo y cascote. Controlaba una esclusa, o más bien un retén, que servía para decidir que caudal de agua del embalse pasaba por la campiña del valle para regar las parcelas de cultivo. Junto a esta esclusa había una caseta, apenas un cobertizo de madera. Unos metros más allá, una edificación que no era otra cosa que un molino de agua, alimentado por un pequeño salto independiente. Ambos edificios estaban abandonados, al parecer de manera muy metódica, pues no habían dejado nada que les pudiera resultar de utilidad más allá de los propios muros. La piedra de la rueda de molino no estaba en su lugar, y Dios sabría por qué se la habían llevado, pesando como solía, un buen quintal.

Junto embalse había unas casas. O más bien, se trataba de algún tipo de granja abandonada. Constaba de un establo para los animales, donde solo habían dejado unas balas de paja y un par de hoces herrumbrosas, un molino de viento de bonísima fábrica que podría ser convertido fácilmente en una improvisada torre desde la cual disparar el esmeril que cargaban en uno de los carros y dos casas particulares bajo él, una al lado de la otra. Tenían también una barca vieja, con el calafate estropeado y a la cual entraba agua, atada a un amarradero en la laguna y medio hundida.

El agua atraía al frío y pronto pudieron notar como la sensación térmica disminuía en las inmediaciones. No obstante, la laguna sería un excelente sustento, pues agua de boca no podía faltarles. Se veían pastando por allí a los caballos de los jinetes de la avanzada, plácidamente. Varios de ellos estaban sentados en una mesa sencilla, de tabla y caballete, frente a una de las casas. Estaban jugando a las cartas y fumando. Había unos tablones tirados por el suelo poco más allá, que habían tratado de tapiar en vano puertas y ventanas de ambas casas. Una oveja muerta, merodeadora quizá del rebaño que no hace mucho habitó aquel lugar, estaba siendo desollada por el corneta de los alemanes, un joven de unos catorce años.

El sargento de los alamanes, un tal Hoffman, les afeó la conducta y les pidió informe de la situación. Mientras, sin perder el tiempo, Van Halen y el cabo Vélez inspeccionaron las casas. Todavía había muebles allí, como algunas sillas de enea y un par de jergones de paja. En general habían dejado atrás las cosas más viejas y estropeadas, o aquellas que eran tan pesadas que no podían transportarse, como las estufas de cobre, que buen servicio iban a hacerles. A falta de sargento para la tropa española, se había decidido dar el mando a Vélez como cabo más veterano, en una especie de consejo de "el primero entre iguales". Así que estuvo entretenido disponiendo los alojamientos, que como se acostumbraba irían parejos a la calidad y las necesidades.

Se decidió que la planta baja del molino sirviera de cuerpo de guardia, mientras que las casas se harían a reparto. La planta de arriba de una de ellas serían los aposentos del capitán, y en la planta baja de la misma se aposentó Vélez con el sargento Hoffman. Su propia camarada serían los custodios del guión de los jinetes, ahora enseña de aquella tropa, y hubo no pocos que les miraron mal por ocupar la comodidad de la casa.

La casa de al lado, algo más pobre en impedimenta, se usó como almacén para las vituallas y aperos que tanta falta hacían. La planta alta la ocupaban, mal que bien, los restantes cabos españoles. La tropa comenzó a montar sus tiendas, mientras los tudescos utilizaron el cobertizo como cuadra para sus animales y depósito para el forraje, pues se había cargado mucho de éste para alimentar tanta boca equina.

A las seis de la tarde estaba todo montado, y los gastadores habían terminado de apilar madera para estufas y fuegos. La primera noche sería menester pasarla confiando en no más defensa que las guardias que se habían dispuesto para controlar el dique y el campamento, con unos vigías en lo alto del molino. Para no perder más tiempo, Van Halen dispuso que los gastadores se turnaran durmiendo seis horas y trabajando la otra mitad, aún de noche, y alumbrados por unos fanales comenzaron a remover las primeras arrobas de tierra.