Partida Rol por web

El saco de Boom

Tambores y horcas (Escena 2)

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02/01/2015, 18:49
Director

Las primeras semanas de asedio rindieron gran fruto. El comandante holandés, Pieter van de Boer, era joven y atrevido, y su arrojo se hizo notar. Al ejército del mariscal de Brabante le costó Dios y ayuda quitar los fuegos a la plaza, pues los gastadores no daban a basto. Gran parte de sus fortificaciones para proteger las baterías españoles se vinieron abajo debido a un cañoneo intenso y preciso del enemigo. Murieron decenas de artilleros, y casi cien gastadores, hasta que el último cañón holandés calló en lo alto de los bastiones.

Ahora tocaba al turno a Giambelli para ganarse el sueldo, y a ello se aplicó con maestría. Se reforzó el aparato del sitio, levantándose de la nada el anillo doble de trincheras, blocaos y revellines. El paisaje mudó así, transformándose de una verde campiña a un lugar gris y sucio, surcado por montañas de tierra desnuda, cestones y fajinas. Aún se tuvo la osadía de comenzar la trinchera de aproximación para cortar la escarpa de Boom, obra que llevaba muy buen camino. Los holandeses, por su parte, se limitaron a llenar de agua el foso y lamerse las heridas, pensando su siguiente movimiento.

El sitio marchaba bien, y había quien decía que si la cosa seguía así, en unos meses podrían estar tomándose en una cerveza en Boom. Era el momento de dedicarse a otros menesteres, de afianzar lo conquistado, de pensar en el mañana. En el mañana pensaban con incertidumbre los soldados de la camarada del cabo Vélez. Los tuvieron tres días a la intemperie, atados al suelo como los perros. Solo la intercesión del alférez ablandó al capitán. Se dispusieron bajo custodia en sus propias tiendas, desarmados, junto a los alemanes de Hoffman, hacinados en un espacio pequeño. Tuvieron ocasión entonces de estrechar lazos y olvidar rencillas, y el sargento alemán se demostró un hombre muy decente. Sin embargo, aquello no había acabado. De la Rosa les hacía público desprecio, y el preboste Foces era un hombre cruel como pocos. Les había interrogado uno a uno, de forma preliminar. Pero eso le bastó para dejarle al catalán la cara como un mapa. Iba a ir a por él, y posiblemente por mandato del capitán, a por ellos también. Los interrogatorios habían cesado lo justo para que el preboste mandara traer sus instrumentos, que estaban en el campamento del tercio, y no había que ser muy listo para saber que es lo que pretendía hacer con ellos.

Había malestar en el campamento por como eran tratados. Los guardias no dejaban que nadie de la escuadra se acercara para ofrecerles comida o abrigo, y el asunto tenía a los soldados con la mosca tras la oreja. Se estaban comenzando a formar corrillos, y se miraba mal al capitán y sus entretenidos cuando éste pasaba por la plaza de armas. La voz se estaba corriendo por todo el tercio, y el asunto se quería acelerar. Estaba claro que allí tendrían que haber varias cabezas de turco y castigos ejemplares, o ese era el propósito del aragonés. Por lo demás, parecía uña y carne con el preboste de Foces, que era lo que uno pedía para que el otro le pusiera un puente de plata.

A Hans le llevaban los demonios. Su compadre Karl, su hermano, lo único que tenía, estaba preso. No cabían razones ni se quería escucharlas. Le pasaba a su amigo melindres y tasajo por debajo de la lona de la tienda, cuando los guardias no miraban, y éste los distribuía entre los prisioneros. Eso hizo que Moritz fuera popular entre los reclusos. Ferreira era otro tanto, y movió todos los hilos que pudo mover. Hasta el extremo de que recibió una reprimenda del capitán en público, siendo cuestionado por él y su perrito faldero, el sargento Valcárcel. Eso amostazó todavía más a la soldadesca, que vieron en el alférez a su adalid. Tras no poco debate, se consiguió que saliera libre y sin cargos el pequeño Martín, pues numerosos testigos habían visto que lo único que había hecho era disparar al aire y llamar al arma. El alferez convenció al preboste de que el muchacho solo había alertado a la guardia, y el alemán al que el pequeño quería acuchillar retiró el testimonio incriminatorio. Martín fue soltado entonces, y corrió a la tienda del alférez que le abrazó como si fuera su padre.

El agua se estaba enturbiando, y era necesario que se pusiera orden en aquella situación. Poco podían hacer los detenidos más que defender su inocencia ante personas que no querían escuchar nada de eso, ni siquiera sabían lo que era la justicia, visto lo visto. Su destino se pondría ahora en otras manos. Manos conocidas, y otras desconocidas. Pequeños engranajes de aquel monstruo que era el campamento del ejército del mariscal, habitantes de una ciudad de tiendas, compleja y fascinante, cuyo propósito no era otro que expugnar la plaza de Boom.

- Tiradas (6)

Notas de juego

Negrete recupera sus puntos de vida. Asimismo Moritz. Vilaplana tiene 4 puntos de brios menos por las palizas.

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02/01/2015, 19:46
Director

La casona donde se alojaba el mariscal era una especie de gran casa de campo, el reflejo de la opulencia de un gran plantador de la región. Tenía dos pisos, y a diferencia de las casonas mediterráneas, no tenía patio interior. Las estancia se definían en sucesión en torno a un recibidor con escalera, con signos de haber sido desprovisto de gran parte de su gloria. En la pared habían manchas oscuras alrededor de donde habían colgado grandes cuadros, y solo los remates de mármol de la barandilla y las puertas de fina ebanistería habían quedado como testigos de sus antiguos ocupantes.

El edificio era ahora cuartel general del ejército y aposento del conde de Grobbendonck, y sus estancias utilizadas por otros funcionarios de rango como el auditor o el tesorero. El tambor mayor tenía una habitación en la planta baja, junto al alférez que tremolaba la bandera del rey en el combate. Los muebles eran casi todos traídos por los oficiales de la plana mayor, desmontables y robustos. En los arcones había mapas y libros, y en el aposento del tambor mayor un tapiz donde estaba representada la provincia de Brabante con el león dibujado, que era su símbolo.

De la escuadra de corchetes de della Rovere habían entrado en el salón solo él y su segundo, Contarini. Llevaban las botas llenas de barro, pues aquella mañana habían dado caza en la turbera a dos violadores que habían hecho su agosto en una población cercana, y regresaban triunfantes con el zurrón cargado con unas copas de plata y unas joyas de esmalte rosicler de una molinera acomodada. Tras poca deliberación, venidos como estaban del pueblo y recogiendo los testimonios de las mujeres, se puso bajo arresto y a espera de sentencia, que no sería otra que ser ahorcados por fechoría tal, prohibida por el mariscal con pena de vida.

Les recibió uno de los entretenidos del mariscal, a la sazón Godofredo, su hijo menor con plaza de capitán en una compañía de caballos coraza. Era un joven apuesto, de veintipocos, cabello rubio y ojos color caramelo, que miró de reojo sus botas manchadas de barro y con un breve suspiro, les condujo escaleras arriba hasta el despacho de su padre. Ésta era el antiguo despacho del dueño de la casa, ahora lleno con los documentos y efectos personales del conde, incluyendo un globo terráqueo muy elegante, regalo de Felipe II a su padre, el famoso banquero Gaspar Schetz.

Anthoine Schetz, conde de Grobbendonk, señor de Tilburg, Goirle, Pulle, Pulderbos y Wezemaal, era además caballero de la orden de santiago y título honorífico de mariscal de Brabante. El maestre de campo general de aquel ejército era uno de aquellos valones cuya familia había medrado enormemente manteniéndose fiel al rey y aportando dinero a la corona, a cambio de no pocas prebendas. Títulos y honores por los que en Italia o España se peleaban linajes enteros, eran otorgados sin más reservas por un rey que no era tanto un tirano oscuro como lo retrataban sus vecinos holandeses, como un astuto político que sabía que cartas jugar. Y con quien jugarlas.

El mariscal tenía fama, y ésta era merecida. Había luchado en los ejércitos del rey católico desde los tiempos de Alejandro Farnesio, y se le opinaba buen estratega. Hombre por lo demás afectado por la inveterada indolencia aristocrática, de gustos refinados y talante franco. A sus casi setenta años se conservaba bueno y sano, con el pelo cano, una incipiente barriga que denotaba lo mucho que disfrutaba de las buenas comidas, y un rostro de formas redondeadas y casi simpáticas, muy llanas. Contrastaba con sus maneras, dignas de un duque o un grande de España, y su mirada a veces penetrante.

Un viejo conocido del preboste, que confiaba en su buen hacer. Debido a un asunto muy delicado que involucraba a uno de los sobrinos del general Octavio Piccolomini, resuelto con buena mano por della Rovere, el mariscal confiaba en él en asuntos de justicia militar, y solía encargarle investigaciones que solo un hombre de su integridad podría llevar a cabo sin caer en la tentación de la corrupción, costumbre extendida en el ejército casi al mismo nivel que en el resto de la sociedad civil.

Su hijo anunció a los prebostes, y el conde, que estaba mirando a las brasas de la chimenea, se giró un momento desde su cómodo butacón para sonreír al milanés.

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02/01/2015, 20:20
Anthoine Schetz, conde de Grobbendonck

-Della Rovere.

Pronunció éstas palabras como quien estaba satisfecho de pronunciarlas. Más no se levantó, habida cuenta de la diferencia de estátus que existía entre ambos. El milanés, hijo de un tendero, frente a un conde. Sin embargo, ambas figuras tenían mucho en común. Eran hombres hechos a si mismos, fruto de la oportunidad, el tesón y la sabia administración de la herencia paterna. Schetz jugaba, sin embargo, en las grandes ligas.

El conde señaló unos vasos de vino que alguien había servido, y que estaban en la mesa frente a él, en una bandeja sobre unos mapas que había estado consultando hace un rato.

-Oporto, y del mejor. Haríais mal en rechazarlo.

Por su parte, tomó una de las copas y dió un tiento al vino. Luego, buscó en el cercano arcón y sacó una caja que allí tenía, preciosa y cara, con un lacado chinesco sin duda venido del galeón de Manila. Se la ofreció para que la cogiera, y al abrirla, vió lo que parecía un bulbo de tulipán.

-¿Sabéis a que precio está el bulbo de tulipán en Ámsterdam? Vale casi tanto como un caballo de raza, incluso más, depende de la rareza de la cepa.

Dejó la copa de vino a un lado, y se inclinó sobre la mesa para hablarle como solía, franco y sin ambajes.

-Éste bulbo de tulipán fue encontrado en la tienda del conde de Fuenclara, el maestre de campo español. Fue uno de mis agentes... por así decirlo, quien me lo consiguió.

Miró un momento hacia la ventana, como señalándola.

-Esta finca tenía un jardín con tulipanes. Pero cuando llegamos, habían desparecido. La tierra estaba removida, y la casa patas abajo. Sea quien fuere, se los llevó, y ahora son moneda de cambio. Una auténtica fortuna de la que debería beneficiarse el ejército, pues pronto, quizá el mes que viene, los soldados dejen de recibir la paga. Se nos ha ido casi todo el dinero en contratar gastadores, por que están muriendo bastantes. Ese van der Boer sabe donde apuntar para que duela más.

Miró al preboste y carraspeó, entrelazando los dedos con las muñecas apoyadas en la mesa.

-Dicen que hay agitación en el tercio español. Sobre todo en una de las compañías. Fuenclara compró su oficio, y otros de sus capitanes también, por lo que son impopulares. Después de encontrar éste bulbo, no me fío de esos pisaverdes. Dicen que tienen comprado al preboste de su tercio, y que se están preparando unos castigos ejemplares para distraer la atención de sus manejos. Necesito un hombre que tome el mando de las investigaciones, para que llegue hasta el fondo. Quiero saber hasta que punto son corruptos nuestros amigos, para tenerlos cogidos por el pescuezo. Y si de paso podemos encontrar donde están esos bulbos de tulipán, o donde fueron a parar, las finanzas del ejército nos lo agradecerán.

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02/01/2015, 20:37
Director

El misterio de la transubstanciación no era poco misterio. Arrodillado frente al altar, de espaldas a los fieles, el capellán levantó el cáliz con el vino que era ya sangre de cristo, pronunciando las palabras, que repitieron los soldados.

-Hic est enim calix sanguinis mei, novi et aeterni testamenti. Mysterium fidei, qui pro vobis et pro multis effundetur in remissionem peccatorum.

Alzó luego el cáliz, y el acólito, el pequeño Enriquillo (tambor en la compañía) tocó la campanilla tres veces. Cuando bajó las manos, ya estaba hecho. Se santiguó cinco veces, pronunció las oraciones y se preparó para comulgar, tomando el cuerpo y la sangre de su señor Jesucristo. Lo partió, rezaron el agnus dei y tras ésto, se levantó con cuidado de no pisarse la larga alba blanca. Miró luego a la congregación, que había estado arrodillada en el suelo, frente a la mesa del altar, sacada a la plaza de armas.

El primero en acercarse a comulgar fue el capitán De la Rosa, dando ejemplo a los demás. Le siguieron el sargento Valcárcel y el alférez Ferreira. Tras éstos, formaron en fila los hombres, disciplinados, tras sus cabos de escuadra. Uno a uno, tomaban en la lengua la sagrada forma, mientras el acólito sujeta la pátena bajo su barbilla, impidiendo que ningún fragmento del cuerpo de Cristo caiga al suelo.

-Corpus Dómini nostri Jesu Christi custódiat ánimam tuam in vitam æternam. Amen -decía el capellán cada vez, de forma casi mecánica.

Se agotaron las hostias en el copón y aún en la reserva, siendo la última en recibir la comunión una de las hermanas Dehousse. Puta, quizá, más católica. Las vivanderas y prostitutas siempre veían la ceremonia junto a los civiles, detrás de la tropa, y eran los últimos en recibir los sacramentos. Compartió con el párroco una mirada de fijeza turbadora, antes de santiguarse y regresar hasta donde estaba Anton de Witt. Él no había comulgado, pues posiblemente fuera calvinista, al ser nacido en las Provincias Unidas.

Se pronunciaron las últimas oraciones y se hicieron las últimas lecturas. Luego se dió la paz, y con ella se les despidió. El capellán, ayudado por dos soldados, volvió a meter la mesa del altar en la tienda de la capilla, y allí, que también hacía las veces de sacristía, se limpió cáliz y pátena, se hizo el lavatorio de manos y se despojo del alba, estola, casulla y ámito. Todo tenía su pequeño ritual, su gesto ancestral. Había sacerdotes que se recreaban en aquello, pero él simplemente cumplía con el protocolo. Había cosas más importantes que cumplir con los debidos sacramentos, al menos a su entender.

Aunque habían echado la lona de la tienda para mayor privacidad, Enriquillo se asomó cuando una voz pidió si podía ser recibida. Al asomarse de nuevo dentro, dijo que se trataba del alférez Ferreira. Don Gabriel estaba terminando de abotonarse la sotana, y requiriendo el solideo con la mano, dió su aprobación. El estómago le dió un aviso, recordándole que había descuidado el desayuno.

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02/01/2015, 21:01
Diago Ferreira

El alférez entró, todavía destocado. En la tienda, en presencia de la custodia, lo estaban del santísimo. Sólo el sacerdote podía tener la cabeza cubierta delante de él. Entró el hombre con su paje de rodela, el joven Martín, que había comulgado y rezado secretamente por la salvación de Vélez y de sus compañeros. Pero en realidad, la mayor parte del tiempo había dado gracias al Altísimo por salir con bien del lance.

Ferreira clavó la rodilla un momento ante al sacramento, santiguándose. Luego se levantó, y se acercó a besar el dorso de la mano del capellán, como correspondía a ordenado de mayores.

-Disculpe la intromisión vuestra paternidad, pero yo y el muchacho tenemos una solicitud. Es sobre los hombres que injustamente han sido acusados por el preboste, de batirse en duelo contra las ordenanzas.

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02/01/2015, 21:06
Director

En el ejército imperial, comulgar por el rito católico era casi tan importante como vigilar que la pólvora no se mojara. Por eso todos debían asistir, so pena de una reprimenda de los oficiales, aunque solo fuera a escuchar los oficios.

De hombre tan pecador como Schneider no cabía esperar confesiones para su alma, que escandalizarían al más bragado. Por eso no solía comulgar, por que según él mismo decía, "el Altísimo y yo ajustaremos cuentas en la otra vida". Y seguro que San Pedro tendría con que entretenerse con él.

Rebajado del servicio de guardia en aquel glorioso domingo, Hans se debatía entre jugar a los naipes, remojar el bigote en vino o intentar por enésima vez una visita a su compadre Karl. No tenía dinero para sobornar a los guardias, así que la pareció apropiado acercarse a la escuadra de Vélez, o a lo que quedaba de ella y no estaba presa. Tres camaradas, quince soldados, a los que durante dos semanas les habían "castigado" con guardias e imaginarias. Ahora estaban juntos frente a un pequeño fuego, donde había una trébede, y colgando de ella un puchero donde hervía una sopa con verduras y la carne de una paloma mensajera de los holandeses que alguien había cazado de un arcabucazo.

Estaban hablando algo serio, y cuando él llegó ésta conversación pareció callarse. El ambiente era algo pesado, tanto que Hans dudó si sentarse con ellos o no. ¿Le reprocharían haberse emborrachado mientras sus compañeros se estaban batiendo?

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02/01/2015, 23:00
Luciano della Rovere

Escucho la explicacion del conde con mirada atenta mientras mantenia la copa en la mano sin probar su contenido. Cuando termino asintio y penso con rapidez mientras apuraba el contenido de esta.

-No se inquiete excelencia se hara lo imposible para llegar al fondo del asunto con la maxima rapidez y discreccion posible, su confianza nos honra, no se vera defraudado. Es un feo asunto, gente de calidad con la que va a ser preciso andarse con miramientos, necesitaremos toda la ayuda posible. ¿Seria posible que hablaramos, con la maxima discreccion, claro, con la persona que le consiguio el tulipan?, quizas pudiera aportar mas datos.

Seria de utilidad cual fue la primera unidad que llego a la finca, para poder hablar con su jefe para saber si cuando ellos llegaron ya estaba asi, tambien localizar o bien al dueño de la casa o al servicio por si fueron testigos de algo. No estoy familiarizado con el comercio de tulipanes, y a buen seguro muy poca gente en este campamento, para que estos sean de utilidad hay que convertirlos en dinero asi que hay que preguntarse quien puede hacer eso, y si ha recibido algun tulipan y de quien.Hay que informarse de la situacion economica del conde, el capitan y el preboste, incluso si han dejado muchas deudas en España, si estas parece que estan mejorando o si se han jactado de que lo van a hacer en breve. Saber con quien se juntan y si alguna de estas compañias pudiera salir del campamento con discreccion para tratar con el enemigo. Buena parte de las preguntas nos la podria contestar su criado.

Quizas fuera conveniente hacerle desaparecer en un ataque de desertores o algo parecido para poder interrogarle con calma, llegado el momento. Lo haria con una incursion holandesa pero ese extremo podrian comprobarlo si estan en tratos con el enemigo. Quizas si ese criado desapareciera podriamos poner a alguien, que su excelencia recomendara, en su lugar y aunque no confiaran en el seria nuestros ojos alli dentro, no creo que cometiera la torpeza de rechazar una atencion de alguien de su alcurnia. Registrar los enseres del resto de los sospechosos seria de provecho, sin que nos descubran claro, habra que idear algo.

Se quedo pensando un rato mas mientras se apretaba el labio y daba pequeños paseos.

-Ezio, ¿se te ocurre alguna cosa mas en la que nos pueda ayudar su excelencia antes de empezar con las pesquisas?

 

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03/01/2015, 02:17
Don Gabriel Real de Azúa y Mendoza

Terminada con la misa de aquel día, intenté acabar con los rituales posteriores con melindres los juntos. Quien tenga una idea más idílica de esto es que ciertamente no ha salido de una corte o de una parroquia pacifica, bien asentada, estable, apartada de un campo de batalla, y de un paisaje gris y desolado que quitaría las ganas de lindezas a cualquiera, a base de tragos de realidad. Cuando lidias con hombres que luchan por la verdadera religión en un campo de batalla, ves tantas cosas que te hacen tomar prioridad en otras. Cosas más útiles en un asedio y para la causa de Dios. Digamos que acabas con un punto de vista más…mundano.

Desde hace algunas semanas acá habían pasado algunas cosas que me habían hecho torcer el gesto en más de una ocasión. La primera era todo lo que escuchaba sobre el escándalo de los soldados que aún estaban presos por circunstancias dudosa, y que de unos y de otros, me llegaba que se les dada un trato similar a que se le da un perro. Eso por un lado. Por otro estaba ese marrano calvinista que tenía la cara dura de tomar presencia en las misas. No entiendo que trae a semejante hereje a mi sacristía, si no es para acompañar a la hermana Dehousse (que tan fijas y turbadoras miradas me dirigía), de cuestionable honra  pero al menos católica; o bien para revolverme las tripas.

Dispuesto estaba a llevarme algo a la boca, con evidente hambre, cuando Enriquillo anuncia visita. Luego me encuentro con el Alferez Ferreira y el mochilero Martín. Tras la ceremonia y saludos iniciales, escuchando sus palabras, les indico un sitio para sentarse. Mi semblante es serio, pues el tema lo apremia.

- No es intromisión - acabo de ponerme la sotana- Ese tema me lleva en vilo los últimos días…Pues escuché cosas preocupantes. Así pues, escucho esa petición.

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04/01/2015, 01:45
Diago Ferreira

Tomó asiento en la silla de tijera que el sacerdote utilizaba para redactar sus documentos frente al escritorio. El capellán no lo hizo, por lo que comprendió que debía ser breve. Sin embargo, el tema era importante.

-Es de todos conocido que los prisioneros han sido aislados con una contumacia injustificable. Nos tememos una celada, pues no ha lugar a estos castigos por una falta tan común como una riña entre soldados ociosos.

Bajó la voz para que no se notase.

-Es más, sospechamos que los prisioneros han sido sometidos a tortura en los interrogatorios, y si es así, deberá ser por que se espera que confiesen algo contra su voluntad. La tortura no es cosa de la milicia del rey católico, pues todos servimos honradamente y se espera que digamos la verdad sin que haga falta que se use el potro.

Parpadeó, deslizando la mano hacia una bolsa que cargaba con monedas de distinto porte y valor.

-Los hombres han hecho ésta colecta. Deseaba solicitar a vuestra paternidad que, arguyendo motivos de confesión y visita, llevara a los compañeros unas mantas y algo de comida, pues según dicen se les tiene a bizcocho y agua, como si estuvieran en las trincheras. Y de paso, ya que es conocida su sagacidad, nos gustaría que indagara que se está cociendo allí dentro, y que trama el preboste.

Dejó el dinero sobre la mesa, encima de un legajo atado a rebosar de documentos.

-Ésto es para que se compren los bastimentos, y sobornar a los guardias. Ruego que no lo malgaste, ni tome más de lo que es obligado por prestar tan buen servicio. A los hombres les ha costado darlo, pues se rumorea que dentro de poco dejaremos de tener paga.

Miró a Martín, y compartió con él una breve sonrisa.

-Mi paje os acompañará en las compras, y cuando decidáis visitar a los compañeros. Está inquieto por su suerte, como lo estamos todos.

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04/01/2015, 03:24
Don Gabriel Real de Azúa y Mendoza

Comprendo la gravedad de la situación y acabo tomando asiento. Para alivianar los ánimos, sirvo un poco de vino en dos copas, si el Alférez gusta de una. La corta edad de su paje me hace reclinar la idea de servir una tercera, en principio, pues no se que tan dado esté ya a estas cosas, y más delante de su superior. Pero yo lo necesito para acallar el estómago un momento. Uno no piensa bien con las tripas pidiendo provisiones. Escucho las palabras de Ferreira y su propósito. También me quedo con lo de los rumores de la paga, para variar.

- ¿Torturas? No es cosa lícita en milicia, no…- digo con seriedad siempre en tono discreto, que quede en esta tienda- Es inquina. Están dejándo claro un interés especial hacia los prisioneros. Uno no muy positivo…¿Sabeis de alguna rencilla personal? - añado pensativo, pasándome una mano por la barba, meditativo- Es un escándalo que se pagará caro si todo el tercio decide levantarse. Es algo que ya sabrá el preboste y querrá agilizar antes de que se levanten más los ánimos…

Pego un pequeño sorbo al vino. Deduzco que la tortura venga por éso, para sacar una confesión rápida y santas pascuas.

- Necesito saber de detalles. Voy a hacer todo lo que pueda, pero para ello necesito saberlo todo. El joven Martín que vivía el día a día con ellos, toda la información que le haya podido llegar, todo lo que pasó aquella noche. Vuestra merced igual, Alférez Ferreira. No saldrá de esta tienda todo lo que se trate aquí.  - mismo tono discreto.

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04/01/2015, 10:41
Martín

Al joven Martín se le había encogido el ánimo cuando el alférez le dijo que iban a ver al capellán castrense. Aquel hombre, siempre tan serio, tan formal y tan distante le imponía y mucho. Sin embargo Ferreira pronto le tranquilizó mostrándole el dinero obtenido con la colecta y el objetivo de éste.

Al muchacho aún le reconcomía su acción en el puente, en el duelo, en la emboscada. Quizás si no hubiera disparado su pistola y alertado a la guardia los hombres de la escuadra de Vélez no se hallarían en semejante aprieto. Sin embargo, si no lo hubiera hecho, seguramente el cabo ahora estaría muerto y su cadáver pudriéndose en una zanja. Por lo que había oído ahora los alemanes y los españoles presos habían hecho buenas migas, pero a Martín no se le quitaba de la cabeza la imagen del sargento Hoffman lanzando estocadas a Vélez y las costillas aún le dolían cuando respiraba fuerte, gracias al puntapié que uno de los ad lateres del sargento le propinara.

Ojalá el capellán supiera qué hacer para sacarles de aquella apretada situación; pues por el campamento se escuchaban rumores de ejecución sumaria y de un juicio condenado de antemano y realizado por mero formalismo. Maldito fuera el capitán De La Rosa, quizás sería en él en quien el joven debería haber descargado su pistola.

Sumido en estos pensamientos el muchacho permaneció con la mirada baja y los puños y los dientes apretados mientras el alférez, buen cristiano y mejor amigo, debatía con el capellán.

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04/01/2015, 18:22
Director

Enriquillo tomó unas monedas de la bolsa con aire misterioso y desapareció unos minutos. Mientras, Ferreira puso al corriente al párroco de todo lo que se sabía. El preboste era un antiguo oidor en el consejo de ciento de Barcelona, al que parece que se habían quitado de en medio por tener la mano muy larga. El catalán tenía una rencilla con él, sin que quedara muy claro de qué naturaleza era ésta. Pero era bien sabido que había estado preguntando por el paradero de Armando de Foces, y que éste se estaba ensañando ahora con él, haciéndole el blanco de sus torturas. Se rumoreaba que antes de ser soldado, el catalán era bandolero o matasiete, y cometía tropelías en la sierra. Pero sea cual fuere el motivo último de aquella rencilla, nadie sabía nada, por que Vilaplana no soltaba prenda.

El acólito regresó luego con un perol que contenía las cucharadas justas para unas escudillas de potaje, que es lo que estaban cocinando algunas camaradas de la compañía. Dejó el cambio en la bolsa, y se puso a servirlo, pasándolo luego en silencio a los presentes para que calmaran su hambre. También sacó de un paño un trozo de salchichón, que fue partiendo con una navaja y con mucho tiento para no cortarse.

Pusieron luego al corriente al párroco de lo que había pasado en la turbera, y de la incomprensible rencilla del sargento Hoffman por motivo de la popularidad de Vélez. Ferreira sospechaba que había voces que pedían que Vélez fuera el nuevo sargento, y que Valcárcel había presionado al capitán para quitarse de en medio al cabo o darle un castigo ejemplar, y rebajar de ésta manera su popularidad. Sería por ésto que le habían tendido la celada, aparentando que transigían en el duelo con Hoffman para tener una excusa con la que encarcerlarle una temporada. La impetuosidad del alemán, sin embargo, había pillado a todos por sorpresa.

Martín explicó como vió a Hoffman salir de la tienda del capitán, hablar con los suyos y disponer la trampa. Él corrió a avisar a Vélez cuando éste iba a reunirse con sus hombres en el carromato de De Witt, pero el asunto se precipitó. Un grupo de alemanes se adelantó y aguardó en el bosquecillo cercano al puente, mientras que Hoffman y dos alemanes más seguían los pasos del cabo. La trampa se cerró, y tras insultar a Vélez, sacaron espadas y comenzaron a batirse. Martín llegó luego, disparando al aire y diciendo que venían los holandeses, para provocar que la guardia llegara y alertar a sus compañeros. Éstos, que estaban cerca, se arrimaron para intentar calmar los ánimos, pero uno de los alemanes atacó a Moritz, y ellos se defendieron acto seguido. Hubo hasta un pistoletazo, dado por el catalán, una herida fea en el muslo del tudesco y Hoffman con dos buenas cuchilladas antes de que arriara el pabellón. Llegó luego la guardia y les prendieron.

Según Martín, Hoffman se había disculpado con Vélez, y habían hecho buenas migas en aquellas semanas de presidio. El móvil del honor y la rencilla ya no se sostenía, y si querían castigarles por ello, tiempo les había sobrado para hacerlo. En cambio, se empeñaban en interrogarles por separado, y ahora con ayuda de los instrumentos de tortura. Nadie podía hablar con los prisioneros o pasarles limosna, por orden del capitán. Pero nadie podía negarles confesión si éstos la solicitaban, ni detener al párroco si por motivos humanitarios quería aliviar su maltrato.

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06/01/2015, 00:23
Don Gabriel Real de Azúa y Mendoza

El perol que trae Enriquillo, siempre tan espabilado, me cae como agua benita. Bien necesario era. Ya con el estomago lleno puedo escuchar todo con atención, y con todo lo que me relatan no puedo evitar torcer el gesto en más de una ocasión. Aquí hay más chamusquina de la pensé en un principio, ahora que estoy al tanto de todo (de lo que se sabe al menos). Algo muchísimo mas oscuro y rastrero.

- Bastante peor de lo que me habia imaginado...-  añado al final, con suma extrañeza y seriedad. Acabo mi vino- Les llevaré algunos víveres...y aprovecharé para sacar todo lo que pueda. Hoy mismo a ser posible. Me comprometo a buscaros en cuanto sepa algo...Y no preocuparos de la bolsa...- indico las monedas- Solo será invertida en este menester.
 

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06/01/2015, 11:18
Martín

- Mi señor Don Gabriel - dijo Martín con voz queda - si acaso pudiera yo acompañaros en tales menesteres, que bien podría ocupar yo el lugar de Enriquillo, si su excelencia el alférez aqui presente me concede tal gracia - se volvió hacia Ferreira con ojos anhelantes. Esperaba que el hecho de haberse visto implicado en el lío no le impidiera acompañar al sacerdote o entrar en la tienda de los condenados a los que tanto echaba de menos. Quería poder negar, con sus propios ojos todas las historias de tortura y maltrato que corrían por el campamento. Además bien podría aflojar él las cuerdas que los maniataran o dejarles una hoja pequeña para ayudarles a escapar en el caso de que las cartas vinieran mal dadas.

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07/01/2015, 09:03
Hans Schneider
Sólo para el director

Pintaban bastos y el montante no era infinito... Ya no le quedaba gran cosa de lo que sacó de la batalla del bosquecillo y por otra parte era muy posible que aquello acabara con una epidemia de enfermedad de cuerda entre los detenidos... Cosa que le gustaba aún menos.

Por fortuna la situación estaba caldeada y quizás sería buena cosa tomar las riendas del asunto... Un asunto, por otra parte, más que turbio.

¿Qué había llevado al cabo a batirse tan fieramente con Hoffmann?

Se acercó al fuego de la compañía, sin atreverse a sentarse, y miró fijamente el fuego con expresión triste.

Mala cosa es esto de la detención... Me gustaría hacer algo para aliviar esta situación... Aún me pregunto cual debió de ser la ofensa que hizo que se pusiera todo tan complicado... Cosa muy sería debía de ser... Y asunto de celos por lo poco que sé... Celos por lo aguerrido y valiente de esta compañía... Esto, no lo duden sus excelencias, es un desprecio a toda la compañía, y no sólo a nuestros compadres encarcelados.

- Tiradas (1)

Notas de juego

Te he hecho una tirada de charlatenría, de ser necesaria

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08/01/2015, 16:47
Don Gabriel Real de Azúa y Mendoza

Dirijo mi mirada al joven Martín, cuando me nombra.

- Como bien dijo antes el Alferez, no tengo problema en que me acompañes. Haremos las compras y la visita. En calidad de asistente mio no podrán negarte la entrada, alegando que a Enriquillo lo mantengo atareado en otra labor necesaria. Él bien puede seguir con sus funciones de forma normal, mientras nosotros nos ocupamos del otro menester - asiento un poco. - Cuanta más ayuda pueda tener, mejor.

Después miro a Ferreira. A ver que dice y dejar zanjado el asunto, para ponernos cuanto antes manos a la obra.
 

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08/01/2015, 19:08
Godofredo Schetz

El hijo del mariscal habló entonces, saliendo del mutismo en el que estaba en su segundo plano. Tenía un acento francés muy correcto y neutro, reflejo de su excelente educación.

-El hombre que robó el tulipán lo tiene delante. En realidad, lo tenía bastante a la vista en aquel momento, no me fue muy difícil. La caja estaba encima de la mesa, pero cerrada. El maestre se disculpó un momento por que Giambelli quería comentarle algo urgente. Me dió por curiosear y abrí la caja, descubriendo el objeto. Así que acto seguido me retiré con él y dejé una nota excusándome. Seguramente lo haya echado en falta casi inmediatamente, pero le estoy hablando de algo que sucedió ésta misma mañana.

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08/01/2015, 19:13
Anthoine Schetz, conde de Grobbendonck

Eran muchas peticiones y el maestre de campo general era un hombre ocupado. Compartió una mirada con su hijo, y éste se retiró un momento hasta la mesa del secretario en aquel mismo despacho, tomando un documento que de momento conservó en sus manos.

-Sobre la venta de tulipanes y la situación financiera de éstos señores, hable con el tesorero del ejército, que trabaja aquí mismo. No obstante, dudo que tengamos datos sobre la fortuna personal de éstos caballeros, más que rumores o copias de las patentes del rey donde se estipule el dinero "donado" a la monarquía. O sea, sabremos lo que han pagado por sus cargos, pero sobre su fortuna, habría que ir a España o escribirle al consejo de la nobleza. Y dudo que quieran decirnos algo más que una relación de tierras, tributos y demás propiedades muebles que les consta que poseen.

Sus ideas para interrogar en un aparte al conde de Fuenclara le resultaron algo escandalosas. Pero en realidad, ya habían prevenido aquel punto. Hizo una seña a su hijo y éste le entregó el documento, cosido a un trozo de cuero en el cual se podía enrollar para facilitar el transporte y la conservación.

-No harán falta añagazas. Aquí tenéis firmado de mi puño y letra un poder comisarial que os sitúa por encima de cualquier preboste de éste ejército. Tenéis potestad para interrogar, registrar y lo que se os antoje, pues yo lo ratifico. Cuidado, no obstante, con no molestar excesivamente a los señores oficiales y a la nobleza. Puede revertir en contra de mi popularidad y mis capacidades de mando.

Carraspeó y bebió otro sorbo de vino.

-Como parte de éste poder comisarial podéis relevar de sus funciones al preboste del tercio español si lo juzgáis adecuado, y haceros cargo de todas sus investigaciones. Todo ello, sin embargo, hacedlo solo si procede y por causas justificadas. Obtened pruebas, y ponedlo por escrito.

Hizo una seña indicando a la persona de su hijo.

-Cualquier cosa que necesitéis, decídselo al capitán. Él vigilará que nada os falte, y os indicará donde encontrar lo que buscáis.

Sonrió brevemente y alzó su copa como brindando por él.

-Buena suerte, señor comisario.

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08/01/2015, 19:33
Director

Las palabras de Hans no cayeron en saco roto. Alguien le pasó una bota con vino, y mientras los demás miraban el fuego, uno de los soldados espetó de repente.

-Si la cosa sigue así, habrá que amotinarse. En otras compañías hay gente que está de acuerdo. Nos mandan petimetres más preocupados por su honra personal que el buen suceso de ésta campaña. Gente que ha comprado el cargo sin tener ni idea de mandar una tropa.

Los soldados cambiaron de tema cuando una pareja de corchetes que iba hacia la tienda del preboste pasó cerca. A Hans la mirada se le fue en aquella dirección, viendo entonces al capellán y al pequeño Martín que se dirigían a la tienda donde custodiaban a los detenidos, cargando con comida y mantas.

-Ese de la Rosa, como no se ande con cuidado... en la próxima batalla alguien le va a disparar por la espalda.

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08/01/2015, 19:40
Director

Despedido el alférez, fueron a comprar las vituallas a los comerciantes de las afueras del campamento. Consiguieron un puñado de mantas a buen precio, que había quien decía que eran de los caballos que habían matado en el combate del dique. También compraron unas cuantas cataplasmas para aliviar el escozor de las heridas, y bastante género de comida fresca, sobre todo embutido, queso y legumbres.

Con todo ello cargaron como mulas hacia la tienda donde estaban retenidos una hora más tarde. Eso atrajo las miradas de los soldados de la compañía, miradas en su mayor parte de aprobación, y otras de interés. Las miradas de los guardias de la puerta, no obstante, fueron otras. Hoscas y malencaradas. Uno de los corchetes se acercó unos pasos al capellán.

-No se puede pasar. Órdenes del preboste. -dijo, tajante.