Partida Rol por web

El viaje del Uthero

Un nuevo rumbo (Escena I)

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05/08/2016, 22:38
Director

Siete meses habían pasado desde aquel día.

Pocos se acordaban del gran festival del Desenmascarimiento de Uthero, y menos todavía de la exclusiva fiesta en el palacio del señor del mar. Una fiesta a la que solo el capitán del Uthero, Dan Rogare y Liv habían sido invitados. Se llenarían códices enteros narrando la riqueza y variedad de manjares que allí se cataron, las galas que lucían los burgueses y nobles señores de las ciudades libres de Essos, la música, los bailes y los licores. Hubo entretenimientos cortesanos, pruebas de habilidad para los caballeros y un baile de máscaras, el plato fuerte de aquellas celebraciones. Braavos mostraba al mundo su opulencia sin parangón y lo relajado de sus costumbres, rozando en ocasiones lo inmoral. La ciudad de la libertad, donde no existía la esclavitud, donde cada religión tenía su templo, donde los marinos de las cuatro esquinas del mundo comerciaban con especias, oro y seda.

Lo que si recordaban hombres como Valença, Connor o Ben Lucking eran los diez días de fiesta en la ciudad de los canales. Miles de personas atestaban las calles, con su identidad protegida por máscaras de todo tipo y hechura. Se comía, se bebía, se bailaba y se fornicaba por doquier. Era bien sabido que durante el Desenmascaramiento se ponían tantos cuernos que los hijos nacidos de allí a nueve meses poco se parecerían a los padres que los iban a criar. Hasta los maestres, aprovechando el cobijo de la máscara y un disfraz, cataban en la ciudad la fruta prohibida que para ellos era yacer con mujer. La ciudad tenía, como principal puerto del occidente, una provisión inagualable de mujeres de placer, inconfundibles por tener permitido el mostrar sus pechos desnudos o en amplios escotes. Eran famosas, sin embargo, las llamadas cortesanas, prostitutas de alcurnia con buenos modales, educadas y libres, que componían poemas y escribían novelas tanto como acompañaban y se encamaban con hombres ricos y de elevada posición.

Hombres como aquellos tres habían disfrutado durante aquellos días de encuentros furtivos con chicas descocadas, esposas desesperadas y prostitutas solícitas, que les hicieron desear que la fiesta no acabara nunca. Connor, al que esos placeres le habían estado vedados por su antiguo juramento, se daba al desenfreno, mientras Valença disfrutaba de buenos vinos y buscaba broncas con lo más granado de los danzarines del agua. Ben, que normalmente era un paria, consiguió robar unas ropas decentes y, tras un buen baño, engañar a una moza con promesas de amor y llevarla a un oscuro callejón.

Todos se vieron, sin embargo, atraídos por los pregoneros y carteles que en las tabernas portuarias anunciaban un reclutamiento para la flotilla del Uthero, formada por éste galeón y dos pequeñas carabelas, la Cimitarra y la Nymeria, que iban a partir hacia las más lejanas tierras que uno pudiera imaginar. El señor del mar, que había bendecido la expedición con regalos y prebendas, agasajando al capitán y sus invitados en aquella pantagruélica fiesta, había prometido grandes recompensas para los que se atrevieran a tal audacia. Que el Banco de Braavos las respaldara animó a muchos indecisos, otros, simplemente creyeron que era una buena ocasión para poner tierra de por medio o probar suerte en lejanas costas.

Todo lo bueno acaba y los diez días de fiesta no fueron una excepción. Y mientras el titán rugía con aquel inquietante y cavernoso sonido que era capaz de emitir, y decenas de miles de máscaras se retiraban al unísono, anunciando al mundo un año más la presencia de la Muy Noble Ciudad de Braavos, tres barcos pasaban entre los pies del gigante, abandonando aquellas aguas para comenzar una de las más celebradas epopeyas que los juglares narrarían en un futuro no muy lejano: el viaje del Uthero y sus tripulantes.

Notas de juego

Todavía falta por narrar. Indicaré cuando podéis comenzar a escribir.

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05/08/2016, 23:12
Director

Siete de meses de singladura y peripecias. Muchos de aquellos hombres no habían viajado nunca tan lejos, ni sabían que el mundo conocido podía ser tan ancho. Tras cabotear por la costa oriental del mar angosto, uno de los primeros descubrimientos fue el de un polizón. El joven Ben se había colado en el buque el mismo día de su partida, metiéndose en un barril que supuestamente tenía que contener pan de bizcocho. Malviviendo escondido en la bodega, fue encontrado por unos marineros que estaban cazando ratas, muy aficionadas a comerse el queso y otros víveres necesarios. Tras una persecución por la nave, Dan Rogare le dio caza con una zancadilla y los marineros cayeron sobre él.

El mozo se revolvió, y entre insultos fue llevado a la presencia del capitán del Uthero, Larazys Flaerin, que era un hombre joven y de ingenio vivo. Algunos sugirieron tirarlo por la borda, o venderlo como esclavo en el próximo puerto en el que recalaran. Dan rogó por su vida, ofreciendo sus manos para cualquier trabajo que pudiera realizar para ganarse el pasaje. "Ya veremos", dijo el capitán, y lo castigó primero a la usanza marinera, que es atándolo a los obenques de pies y manos durante varios días para que el cuerpo quede expuesto al viento y la sal. Destrozado y sin ganar de huir tras aquel castigo, el contramaestre le dejó dormir unas horas antes de ponerle a baldear cubiertas y hacer ayustes. Grumete sería su nuevo rol a bordo, y más le valía ganarse bien la ración de bizcocho y el cuartillo de vino que a los marineros rasos se les daba.

Los paisajes y las costas se fueron sucediendo. Vieron grandes maravillas del mundo conocido, como el Puente Largo de Volantis, las calzadas valirias o la gran pirámide de Ghis. Cada cierto tiempo, las naves se detenían para hacer la aguada o recalar en puerto, especialmente cuando querían evitar lo peor de un temporal o reponer los víveres. A tal efecto, las bodegas iban cargadas de artículos muy cotizados en los puertos del lejano Este y la Bahía de los Esclavos, que vendían o intercambiaban por suministros. Todos esperaban, secretamente, enriquecerse con la abundancia de las lejanas tierras de más allá, donde se decía que el oro, la seda y las especias abundaban de tal manera que se podían conseguir casi sin esfuerzo o a un precio irrisorio comparado con el de los mercados de Poniente.

Finalmente, tras éstos siete largos meses donde llegaron a conocerse tan bien que hubo riñas entre los tripulantes, las naves llegaron al puerto de Qarth, recalando a la vista de sus impresionantes murallas triples. En el camino habían sufrido tormentas, dos muertos entre la tripulación a causa de unas fiebres tropicales y un conato de disentería a causa de una mala elección a la hora de recalar para rellenar los barriles de agua.

Estaban allí, en el confín del mundo más conocido para los comerciantes, viajeros y marinos del occidente, pues Qarth era un puerto hasta donde llegaban las riquezas de ambos mundos. La mayoría de los marinos prefería, entonces, pagar algo más caras las mercancías del este en Qarth y regresar a sus puertos occidentales sin perder más meses de navegación.

Era verano y las chicharras no dejaban de cantar. El desolado páramo frente a los muros de Qarth ardía como un horno, dispuesto a matar a cualquier viajero incauto que por él se internara y que no conociera la ubicación de los pocos pozos y manantiales que en aquel reseco baldío habían.

El capitán era prudente, y no quiso llamar la atención de los Purasangres ni de las grandes cofradías de la ciudad. Su misión comenzaba ahora, y entretanto mantenía la ilusión de que se trataba de una flota braavosi para comerciar con Yi Ti y Asshai. La autoridad portuaria tomó nota y les extendió el usual permiso renovable de quince días para permanecer en el puerto, llevar sus productos a la lonja y hacer uso de mercados, lupanares y todo lo que aquella gloriosa ciudad podía ofrecer a marinos y comerciantes.

Se trocaron mercancías y se llenaron las bodegas. Los hombres descansaron tras tan larga singladura, y gastaron sus pagas en vino, mujeres y fruslerías. Mientras, la sacerdotisa, que se había mantenido silenciosa durante gran parte del viaje, visitó el templo de R'hllor en la ciudad. Aunque al principio de su viaje los marineros habían demostrado su descontento por tener una mujer embarcada, cosa que era según ellos de mal agüero, su buena mano a la hora de atajar la epidemia de escorbuto acalló a muchas voces, e hizo innecesario el uso de un soldado de guardia para vigilar que ninguno de aquellos hombres sedientos de mujer osara tocarle un pelo de la ropa.

Al cabo de cinco días en la ciudad, el capitán mandó reunir a sus capitanes y mercenarios para una cena en el que se iba a decidir el futuro de aquella expedición. El maestre Drox y la sacerdotisa fueron de los primeros en llegar, y después de ellos los capitanes de las dos carabales y de la gente de guerra que estaba embarcada. El joven Ben Lucking trabajaba esa noche como camarero y pinche del cocinero, por lo que aparte de ser una sombra atenta a que no faltara vino en la copa de cada cual, no perdió ripio de todo cuanto allí se dijo.

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06/08/2016, 00:00
Larazys Flaerin

Se sirvió el primer plato, que al estar en puerto y poder comprar buenos víveres, no era si no faisán en una salsa muy sabrosa hecha a base de tomate, un fruto que abundaba en la Isla de los Elefantes, al sur de Qarth. Una generosa ensalada acompañaba a la carne, que comenzó a ser servida por el cocinero y su pinche de excepción, que no quitaba ojo a la cubertería de plata.

Servido el vino, el capitán levantó su copa de peltre proponiendo un brindis.

-Por la flota, que ha alcanzado ya su primer objetivo.

Los capitanes y mercenarios levantaron sus copas, mientras la bella y misteriosa Liv sonreía con sus dientes de nácar. Corrió el vino, pues habían comprado para la ocasión buenas botellas de las que en la ciudad se vendían, y las lenguas comenzaron a soltarse. Varenno Iranios, capitán de la Nymeria, preguntó lo que todos habían pensado llegados a aquel punto.

-¿Que rumbo tomaremos ahora, comodoro?

El hombre reflexionó sobre aquella pregunta, mesándose la barbilla con dos dedos.

-Ciertamente, estamos en el mejor lugar para decidir cual ha de ser nuestro siguiente paso. Hacia el sur, la inexplorada Sothoryos, al este, el Gran Moraq y tras él, el mar de Jade. Las riquezas de Yi Ti y Asshai son, ciertamente, atractivas.

Se llevó la copa a los labios, pero antes de hacerlo le espetó al maestre lo siguiente.

-Vos que sois un sabio. ¿Que opináis?

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06/08/2016, 00:09
Maestre Drox

La pregunta le cogió partiendo el pan, que en Qarth no era tan grueso, si no similar a una especie de torta flexible con un sabor algo más salado que el del duro bizcocho tres veces horneado que estaban acostumbrados a comer los marinos en larga travesía. Sonrió luego, mirando al plato como si reflexionara.

-Ciertamente es una difícil decisión. De Sothoryos solo se conoce la costa norte, frente a las ruinas de las antiguas colonias fallidas como Zamettar. Los valirios exploraron aquella tierra, donde es bien sabido que habitan hombres que son mitad bestias y atacan a los viajeros e incautos. Más al sur, según dicen, una interminable selva plagada de criaturas venenosas, enfermedades y peligros. No obstante, algunos marinos de las islas del Verano afirmar que más al sur, en la costa occidental del continente, hay pueblos donde habitan sus antepasados, los hombres y mujeres de piel negra, y que allí construyeron ciudades y aldeas a la vera del mar y a la orilla de los grandes ríos, haciéndole cruentas guerras a los hombres mono. Sobre la costa oriental y el sur del continente, nada se sabe por que nada se explorado. Las referencias de los valirios parecen descabelladas, pues afirmaban que una vez mandaron un jinete de dragón a tratar de abarcar el continente entero, y en seis meses de vuelo no pudo dar con el punto más austral de ésta tierra.

Carraspeó y bebió algo de vino.

-Más conocido es el este, sin duda. En Gran Moraq y la Isla de los Elefantes, no muy distantes de aquí, abundan las especias tales como el clavo de olor o la pimienta. Sus gentes son abiertas y sus puertos bulliciosos. Adoran a la gran vaca de piedra, una diosa de la fertilidad. Muchos marinos llegan hasta Faros o Puerto Moraq para comprar allí las especias a precio más barato y venderlas más caras en Poniente y las Ciudades Libres.

Se rascó la patilla y pensó en que decir luego.

-Yi Ti es todavía más rico y según los libros de Longstrider, está muy poblado de gentes civilizadas y refinadas. El dios-emperador está en guerra con el rey amarillo de Carcosa y la emperadora de Leng, una isla situada al sur de sus costas, poblada por yitianos y otras extrañas razas de hombres como los Antiguos o los lengitas. Costas muy ricas, sin duda, y más al este tenemos Asshai, donde ningún hombre de Poniente ha puesto el pie jamás. Según dicen, un lugar oscuro de hechicería y peligro, pero donde abunda el oro. Según algunos comerciantes de Qarth, los asshaitas importan toda la comida y el agua que consumen, ya que allí nada crece, y demandan también muchos esclavos para servirles, intercambiándolos por oro, que es tan abundante allí que cualquier trueque que se haga con ellos genera para el mercader unas inmensas ganancias.

Parpadeó.

-Más allá están las grandes tierras del lejano este de Essos, a donde se accede por tierra. Las praderas de los Jogos Nhai, las ciudades del antiguo dominio de Hyrkoon, las marcas del imperio dorado de Yi Ti... y más al este tras las montañas de la Alborada, el mar oculto y las ciudades míticas de Carcosa, la de los hombres alados y los hombres exangües. De más al este poco se conoce, solo que tras Asshai está el Estrecho del Azafrán, que aquí no saben donde termina, y al otro lado una tierra grande, no se sabe si isla o continente, llamada Ulthos, poblada por extrañas gentes parecidas a los lengitas.

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06/08/2016, 00:28
Larazys Flaerin

Atendió a lo que decía asintiendo brevemente. El maestre era muy de hablar, y el capitán no tenía tanta paciencia. Pero como le respetaba, hacía ver que se tomaba su tiempo para escucharle, aunque a veces le aburriera soberanamente.

-Excelente... emmm... resumen. Asi pues, caballeros, según mi criterio hay dos opciones: explorar Sothoryos y pasar penalidades, o viajar al este y recalar en Yi Ti y Asshai, donde grandes riquezas nos aguardan. En ese caso, deberíamos ponderar si deseamos pasar antes por el Gran Moraq y saber algo más de sus gentes, o cruzar directamente las puertas de Jade y adentrarnos en lo "realmente" desconocido.

Parpadeó, mirando a sus comensales.

-Caballeros... señora... ¿Opiniones?

Notas de juego

Ahora si podéis escribir

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06/08/2016, 02:07
Dan Rogare

Dan estaba sentado de manera respatingada en su silla, mientras se las veía con un muslo de pollo. Cuando entró a la estancia hacía rato, miró a los demás una sola vez y se dedicó a comer bien. No había dicho una palabra desde entonces, pero tampoco se había perdido palabra alguna. Ninguno de los otros, aparte del capitán y el maestre habían dicho gran cosa, solo nimiedades. Ahora, les tocaba decidir.

— Realmente, ninguna de las dos opciones parece demasiado atractiva —intervino Dan—. Así que francamente no importa a cual terminemos yendo, pero voto por el este —hizo una pausa—. Al menos de morir, podré ser el primer westerosi en haber pisado Asshai —dijo con un tono sombrío tan serio que era imposible saber si era broma o realmente pensaba de manera tan fatalista.

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06/08/2016, 20:04
Liv

Liv aún recordaba todo lo sucedido como si hubiera pasado la noche anterior y es que además de tener una memoria privilegiada, lo cierto era que mientras viajaba, prefería pensar en cosas más agradables. Su mente sólo volvía al barco cuando tenía que ayudar o curar enfermos que no había sido poca cosa y que se había convertido en su pasaporte para que nadie a bordo osara lastimarla o incluso sólo tocarla. Así, para cuando por fin atracaron y pudieron comer cosas más decentes en una comida realizada para ponerse de acuerdo en la trayectoria a seguir a partir de ese momento.

Fue sopesando las posibilidades, recorriendo en su mente casa posible escenario, apelando al Dios del Fuego para que la guiara en el consejo que iba a darle al capitán porque ella no quería hacer eso a la ligera pues de eso dependía la suerte de todos aquellos pero sobre todo de ella misma. Se acomodó en su silla con elegancia y tranquilidad mientras escuchaba finalmente al maestre y luego a Dan Rogare, la idea de ambos era prácticamente la misma y la de ella ya había sido susurrada.

-Yo, capitán, estoy de acuerdo con ambos hombres. Si vamos a arriesgarnos, es mejor que valga la pena el viaje y las posibles penurias...

Bebió un sorbo de aquel delicioso vino, lo degustó mientras maquinaba en su mente las siguientes frases y luego sonrió apenas.

-Aunque creo que no serán muchas, además de que he visto la capacidad de esta tripulación, R'hllor estará con nosotros.

Miró a todos y a nadie en especial porque al final de cuentas sabía que algunos tal vez no estarían de acuerdo con ella y sus creencias pero eso tampoco le preocupaba realmente porque todo era cuestión de tiempo. No dijo más y aguardó a que los demás dijeran lo que tenian en sus gargantas que no era sólo vino.

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06/08/2016, 23:24
Connor

Por un momento fugaz, esos momentos en los que el tiempo pareciera detenerse, su memoria volvió a aquellos días de fiesta en la ciudad del Titán. Vaya suerte la suya el llegar en un momento tan propicio. Su juramento, algo que había tenido que abrazar como una esposa indeseable, le había sido un estorbo desde el primer momento en que comenzó a recitarlo. Pero allí, en la ciudad de la libertad, no valía de nada. Nadie ni nada podía evitar ni impedirle que diera rienda suelta de sus deseos largamente reprimidos. La bebida, la comida y las mujeres pasaban frente a él como nunca antes.

Sin las vestiduras que lo delataban como un desertor, era un mercenario más de juerga. Y cuando los pregoneros llamaron su atención, algo dentro suyo supo que era para él, que lo recibirían con los brazos abiertos. Porque ese era su destino. Siempre lo había sido, sólo que antes tenía que saciar su curiosidad por saber qué había Más allá del Muro.

Y que alguien le pregunte si supo finalmente qué había: nieve, frío, salvajes y muerte. Eso había. Y cosas aún peores.

No se sentía culposo por haber abandonado a sus “hermanos” y su juramento. No era su naturaleza el sentir arrepentimiento cuando había tomado una decisión. Y su decisión era la de tomar las riendas de su vida y conocer mundo. Ese ancho mundo del que se hablaba pero poco sabía realmente. Sólo sabía sobre la nieve, el frío, los salvajes y la muerte Más allá del Muro. Y si podía olvidarlo, lo haría gustoso.

Su mirada volvió a ser la acerada y atenta. Sus manos habían continuado con el trabajo de desprender la carne del hueso. Estaba realmente disfrutando de tal manjar, después de todo, él había crecido y vivido con menos. Mucho menos.

La carne estaba deliciosa, no menos la ensalada, y el vino era el mejor que había probado en su vida. No valía la pena hacerlo competir con esas bebidas aguadas de Villa Topo.

Connor escuchaba las palabras del Maestre y el comodoro. Con atención, ya que su destino dependía de eso, pero no podía dejar de empatizar con Larazys que se veía claramente aburrido. Tuvo que hacer un esfuerzo por no perderse en sus propias cavilaciones.

Esos últimos días habían sido todos de mucha escuchar y observación. Tampoco es que podía comunicarse demasiado, más allá de la prácticamente innecesaria comunicación que debía tener con los encargados de los lupanares y prostitutas del puerto. Pero su vista se deleitó una y otra vez, durante esos largos siete meses en el mar, de visiones extraordinarias y que nunca hubiese esperado ver.

Sus ropas de abrigo habían dejado lugar a que su piel, curtida por el frío del Norte, tomara una tonalidad cada vez más broncínea, mientras que su torso, luego ayudar con el trabajo de los marineros, adquiría ese mismo color.

Ciertamente estaba disfrutando de aquella travesía, y no le costaba acostumbrarse a la vida de marinero.

Otra vez se había ido por caminos sinuosos de sus pensamientos. Pero por suerte justo a tiempo para escuchar la pregunta del comodoro.

Estaba por emitir su opinión, cuando el joven Dan dio su parecer. De ese joven se le habían grabado dos cosas a Connor: su zancadilla al grumete Ben, y su humor oscuro, que no siempre caía bien. Le caía bien.

Mientras hablaba el joven, aprovechó a echarse a la boca otro trago de vino, y una buena porción de carne de faisán. ¡Qué delicias! Y qué delicia era esa sacerdotisa. Escuchó su voz sin masticar siquiera. No le temía, pero la respetaba, ya que había escuchado demasiadas cosas sobre las sacerdotisas del Dios del Fuego y la Sombra, y como había demostrado su habilidad como sanadora durante el escorbuto, sabía que era una pieza valiosa de la expedición.

-Si me preguntaran, iría a… ¿Gran Moraq?- dijo levantando un ala de faisán mientras hablaba –Para luego continuar hacia el este, como bien opinó Dan, donde nos esperan riquezas- agregó haciendo un giro con su muñeca haciendo que el ala se convirtiese en la flota braavosi –Aunque él quiera morir en Asshai- le guiñó un ojo -Yo prefiero volver habiendo conocido mundo y con una buena bolsa de riquezas para disfrutar, por lo que el lugar de selva y penalidades pareciera ser una peor opción, ¿no es cierto?- y miró a los presentes.

Dejó una pausa para tomar un pequeño sorbo de vino y continuó.

-Podemos aprovisionarnos primero y averiguar lo que nos espera por delante, así no iremos con sólo rumores- opinó ahora algo más serio y se dio cuenta que tal vez el maestre se lo podría tomar a mal –O sabidurías documentadas hace demasiado tiempo- y le dedicó una media sonrisa, que desapareció detrás del ala que había sostenido mientras hablaba.

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07/08/2016, 22:38
Valença

Valença agradecía aquella parada en Qarth. Estaba hasta los cojones de mar y pisar tierra firme algo mas de temepo del necesario para hacer aguada le estaba sentando bien.

Se sintió medio lelo cuando al tomar tierra en Qarth bajó dando tumbos como un pato mareado. Tanto tiempo en alta mar había alterado su equilibrio, y eso en un danzarín del agua era mortal. Mortal de verdad. Se sentía desnudo. Indefenso. Por fortuna aquella asquerosa sensación pasó rápido y pudo fundirse su paga en los placeres terrenales. Otra razón por la que odiar el mar. Cerveza aguada, bizcocho duro, queso más duro aún (había visto a un marinero hacerse un botón con él) y nada de mujeres. El único chocho a bordo no se podía tocar. No era cosa de broma una bruja roja.

Estaba sentado a la mesa del capitán, comiendo con hambre. Creía que poco le iban a pedir, y que sería más una conversación de derrotas, rutas y cosas así. Ver al polizón haciendo de pinche era una sorpresa, pero no le importó. Había oído que se comportaba bien a bordo.

El maestre estaba soltando un monólogo plúmbeo y Valença aprovechaba para servirse otro pedazo de ese faisán bañado en salsa roja.

Ya había dado cuenta de él cuando el capitán nos pide la opinión.

Demasiado joven es este pichón. Huelo a motín en cuanto pasemos más allá del último puerto conocido... 

Lo que dice el ponienti tiene cierto sentido, por lo que asiente a sus palabras, como si así sentara cátedra.

La bruja dice luego la suya y la mira intrigado.

Esa es otra que seguirá el camino del capitán... Violada por todos esos marinos en cuanto lleven más de dos meses sin mojarla y no tengan capitán que les afee la conducta. Me gustará ver el poder de ese extraño Dios que sigue. Si consigue salirse de eso indemne me convierto en su primer seguidor.

Luego habla Connor, y lo que dice es igualmente lógico.

Aquí hay gente de buen seso... Eso es bueno para el negocio que nos llevamos entre manos.

Se encoge de hombros al ver que quizás se espera que añada algo a lo ya expuesto.

Mi capitán... Decida lo que decida su excelencia estará bien. Lo expuesto aquí han sido palabras de mi agrado, pero en cualquier caso haré lo que usted mande, y lo haré lo mejor que pueda y sepa. Desde luego, parece la mejor opción ir a ese puerto de donde proviene el fruto que hace semejante salsa tan deliciosa... Y hacernos con alguien que domine la parla de las gentes del lugar que vayamos a visitar... Pero su excelencia sabe el estado de la tripulación mejor que yo y estoy seguro que hará lo que crea más oportuno... Hacer parada o ir directamente. Hacer parada es alargar la travesía y exponernos a que la tripulación agarre ese contagioso mal que es querer volver... Por las buenas o por las malas.

Valença se encoje de hombros como quitándole hierro al asunto.

Desconocemos los intereses del Banco de Hierro en esta travesía. No parece que oro pues de eso no le falta... ¿Tierras? ¿Así expandir los dominios de Braavos? Si es eso quizás pueda ser mejor opción la que pueda aportar menos fortuna pero mejores tierras y así quitar las ganas a la tripulación de querer volver... En cualquier caso, y una vez más, mi capitán, son asuntos que no creo que nos conciernan, por lo que simplemente puedo decir que diga lo que diga, haré lo que pueda para servirle lo mejor que pueda.

Y tras ello se lanzó una copa de vino golete abajo. Estaba tanteando al capitán. No le gustaba un pelo todo aquello, y era de la opinión expreada que prefería volver a Braavos con la bolsa llena, y pronto a ser posible, a perder el tiempo deambulando por tierras ignotas. Pero no era algo que fuera a expresar ante nadie, y menos en aquel lugar y momento.

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08/08/2016, 23:53
Ben Lucking

Había sido un viaje muy sufrido para el joven Ben, desde que lo habían descubierto como polizón que había tenido que hacer tareas desagradables, y ni hablar del castigo que le había impuesto el capitán ni bien lo descubrieron... No le gustaba seguir órdenes, no estaba en su naturaleza, pero sabía que no tenía otra alternativa, y durante el viaje se había dedicado a observar sin decir palabra salvo que se la soliciten y limitándose a obedecer lo justo y necesario para no ser castigado.

"Ya tendré alguna oportunidad de demostrar lo que valgo, y dejar de ser un simple grumete, ya verán" solía pensar a diario el joven. Al menos aquí si hacía las cosas como debía, tendría comida a diario, y sin tener que robar y correr riesgos.

Esa noche tocaba ser pinche de cocinero y camarero. No le gustaba en lo más mínimo, pero sabía que debía hacerlo, desde que habían pisado tierra firme que pensaba en la posibilidad de escapar, pero siempre recaía en lo mismo: "y si me escapo ¿Qué?" volvería a la vida de delincuencia, del robo y vivir al límite, que si bien era algo que le estaba haciendo falta hace un tiempo (vivir al límite claro) sabía que si tenía alguna oportunidad de cambiar el rumbo de su vida era esta, y no debía desperdiciarla.

Escuchó atentamente todo lo que se decía mientras, no con la mejor cara, servía vino en las copas de todos los presentes e iba y venía con bandejas cargadas de deliciosos platos que el cocinero había preparado. El rumbo que tomaba la conversación le estaba gustando, oro y riquezas era lo que había venido a buscar en este barco, por lo que siguió tranquilo con su trabajo durante toda la noche.

 

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09/08/2016, 03:12
Larazys Flaerin

Hubo un comentario que le hizo estar sobre aviso. Había cosas que la tripulación no sabía por que no debía saber hasta que llegara el momento... si es que llegaba. El capitán parpadeó e hizo balance de las aportaciones. Los capitanes de las carabelas se mostraron igualmente partidarios a despejar la X sobre la famosa tierra de Asshai que tanto intrigaba a los hombres de Poniente.

-Los intereses del Banco de Hierro coinciden con los del señor del mar de Braavos. El conocimiento es poder, y es mucho lo que desconocemos sobre éstas lejanas tierras donde tanta riqueza viene. No obstante, y aunque no tenemos prohibido buscar el medro personal en ésta empresa desempeñándonos como comerciantes, piratas o lo que sea menester... el banco nos paga muy bien las crónicas completas y fidedignas, especialmente las cartas náuticas. Delimitar las costas del mundo, sus puertos y lo que éstos pueden ofrecernos es para ellos muy atractivo.

Parpadeó.

-Pero no erráis. Braavos también desea sondear la posibilidad de establecer colonias en lejanas costas, para obtener presencia naval y puertos amigos donde llevar a cabo un comercio más directo. Y para eso tenemos también el deber de explorar las zonas de costa en países ignotos o poco poblados, donde los colonos se puedan establecer con ciertas garantías de no estar entrometiéndose en los asuntos de grandes potencias de la zona. No en un primer momento, por supuesto.

Sonrió. Por todos era conocido el afán de Braavos por fundar colonias y factorías en puertos a lo largo y ancho del mundo, tratando de esa manera soslayar los impuestos que había sobre transacciones comerciales, o simplemente para formar grupos de presión locales con las sucursales del Banco de Hierro y los préstamos concedidos a reyes y señores, que eran puntualmente cobrados. Muchos sabían que, de negarse, se exponían a una eventual visita de un sirviente de la casa de blanco y negro, que tenía muchos tratos con el banco y el señor del mar.

-Avanzaremos, pues, hacia el este. Recalaremos en el Gran Moraq, aunque lo justo para proseguir el viaje. Una expedición anterior llegó hasta allí y trabó buenas relaciones con el gobernante de la isla. Podemos aprovecharnos de su hospitalidad en caso de que sea necesario, pero nuestro deber no es el de entretenernos en costas amigas, si no singlar hacia las que nos son desconocidas. La primera parada, dependiendo de como se de la mar, será Leng o Yi Ti, ambas naciones ricas con las que conviene establecer algún tipo de relación. Según tenemos entendido, sus flotas son las más poderosas de la zona, y merece la pena hacer una esfuerzo por llevarse bien con sus emperadores. Mucha ganancia puede venirnos de ahí, y nos quitará más de un disgusto saber que no seremos atacados por sus barcos.

Sonrió, mirando de forma casi melancólica al paisaje tras el ventanal del camarote.

-Abandonamos la comodidad de lo desconocido. Para eso estamos aquí, y para eso nos van a pagar. No para volvernos ahora. Desengáñense los que piensan que hemos llegado muy lejos. Ésto no es ni siquiera la mitad del camino.

Volvió a mirarles, indicándoles con un gesto...

-Y ahora, comamos bien. Algo me dice que vamos a necesitar fuerzas para el futuro.

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09/08/2016, 03:31
Director

Una semana de navegación fue todo lo que necesitaron para llegar a Puerto Moraq. Los vientos y las corrientes eran favorables, y pronto vieron que aquellas aguas eran abundantes. Grandes bancos de peces, donde faenaban pequeñas embarcaciones con grandes redes, delfines alegres e incluso grandes ballenas que resoplaban en el horizonte. Las tierras del Gran Moraq eran igualmente fértiles, especialmente el sur, que estaba cubierto por una densa jungla coronada por las espiras de algunos intrincados templos de piedra llenos de ídolos y pintados de brillantes colores.

Los moraquíes eran gentes amistosas con el extranjero, pues su cultura les dictaba un fuerte sentido de la hospitalidad. Por eso, no tuvieron problemas a la hora de arribar al gran puerto y de hacer allí un necesario alto. El gobernador local mandó a uno de sus emisarios para agasajarles, y tuvieron la oportunidad de saber que otros dos buques braavosis habían estado hace dos meses en el puerto, iniciando lo que esperaban sería una provechosa ruta de intercambio comercial.

Se entretuvieron en el puerto lo justo para recabar alguna información y encontrar a un traductor de yitiano, idioma que ninguno de los presentes dominaba demasiado. El gobernador, de nombre algo impronunciable pero que allí conocían como "El Marahí" les recomendó a alguien de confianza. Alguien que, decía, dominaba todas las lenguas del mar de Jade y aún costas desconocidas. Un erudito frecuente en sus archivos y bibliotecas, y que además era un pariente. Todos quedaron sorprendidos cuando se dieron cuenta de que se trataba de una mujer, su sobrina. Al parecer, cierto defecto congénito la hacía inservible para un buen matrimonio (ésto lo confesó el hombre al término de un suntuoso banquete con una comida que les supo tan picante a causa de las muchas especias que llevaba que apenas le tomaron el sabor), había dedicado su vida a los libros y ahora quería ver algo de mundo. Rogó que la trataran bien y no la hicieran trabajar duro con las manos, por ser algo que a ella le había sido desconocido durante gran parte de su vida.

Raina Maduvanti, que así se llamaba la mujer, era de genio despierto y atenta a los detalles. Les ayudó a conocer un poco más sobre la cultura moraquí y el culto al gran elefante de piedra. Hubo detalles que les sorprendieron, como el de los santones callejeros que daban la buena ventura y que eran prácticamente adorados por aquellos habitantes, así como de la existencia en Moraq de diferentes "clases sociales" al estilo de Poniente, aunque con muchos más grados. Los más ínfimos, de hecho, disponían de los cadáveres y los enterraban y por eso eran tratados como apestados y no se les podía tocar. Los señores de la tierra, por su parte, tenían derecho de vida y muerte sobre sus súbditos y no podían trabajar con sus manos, por estarles prohibido por convenientes profecías.

La gente de Moraq había pasado en guerra muchos siglos, pero ahora todo el reino estaba unificado bajo una misma monarquía que gobernaba desde Faros, y de hecho el resto de casas nobles no eran si no sirvientes de palacio o leales gobernadores del "Gran Maharahí", cuya dinastía ya gozaba de seis reyes con paz ininterrumpida, solo rota por un ataque desde Leng hacía más de una década, que obligó al soberano a volver a ampliar su ejército.

La riqueza de Moraq era grande, pues de allí y de sus islas vecinas, algunas de ellas dependientes del Maharahí, salían gran parte de las especias que se consumían tanto en los puertos del mar de Jade como en Essos y Poniente, donde alcanzaban precios desorbitados. Esa riqueza hacía que esa pacífica tierra tuviera que mantener un ejército destinado a proteger el poder del Maharahí y su control de las especias, ya que al parecer los lengitas ambicionaban hacerse con ese lucrativo comercio. En un primer ataque habían, de hecho, tomado la parte oriental de la Isla del Elefante, y solo a costa de muchísimas bajas habían conseguido (recientemente) expulsarles del lugar.

El maestre disfrutó mucho de las bibliotecas del lugar, comprando varios volúmenes que juzgó provechosos para el conocimiento de éstas partes del mundo, su ciencia y cartografía, para el Banco de Hierro. Los hombres, sin embargo, disfrutaron de la compañía de las mujeres de piel morena, casi negra, algunas de las cuales eran bellas hasta lo indecible. Desafortunadamente, había pocas prostitutas en el lugar, centradas en satisfacer a los marinos, pues al parecer dicha profesión era considerada en Moraq como propia de una casta muy baja y ninguna mujer "decente" quería practicarla.

El capitán negoció con el marahí local utilizar Moraq como un puerto amigo para las exploraciones en el mar de Jade, prometiendo devolver a su sobrina sana y salva. Sobre su virtud nada quedó dicho, pues al parecer al no poder ella concebir ni por lo tanto casar, el asunto dependía enteramente de la interesada. Inmediatamente, los hombres de abordo comenzaron a cortejarla, con mayor o menor acierto, y aún hubo que darle unos azotes a un marinero que pretendía violarla, de lo que quedaron todos muy escarmentados.

Zarparon tras cinco días disfrutando de lo que Moraq podía ofrecerles y cargando las bodegas con un vino local llamado arrakh, al que se aficionaron pronto debido a su gran graduación. Las naves prosiguieron sin mayor tardanza hacia la primera incógnita en el mapa, una antigua isla que los sabios moraquíes habían dicho que se perdió por un cataclismo, pero que había sido controlada por los gobernantes de su tierra. Tras hablar con Maduvanti, quedó claro que el asunto de la despoblación de Marahai respondía no a una maldición como en el caso de Valiria, si no a la súbita explosión de un volcán en tiempos pretéritos, que lanzó sus cenizas muy lejos y sepultó a la mitad de la isla en el mar.

Al parecer, los piratas yitianos usaban la isla como refugio ocasional, y debido a la guerra de Leng contra Moraq una pequeña flota moraquiana los había expulsado aquel mismo año. Sonaba prometedor para una futura base de operaciones braavosi en el mar de Jade, así que el capitán mandó que se pusiera rumbo hacia aquellas islas.

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09/08/2016, 04:12
Director

El viaje iba a durar unos pocos días, pero el maestre aprovechó para hablar mucho con la nueva traductora. Y no por que quisiera quebrantar sus votos, si no por que deseaba conocer muchas cosas sobre el mar de Jade. El capitán, sin embargo, le preguntó sobre la isla de Marahai, y ella dio datos.

Al parecer, la isla era semejante a un anillo de rocas con una abertura que permitía usar el interior de la bahía como un puerto natural. El calado era, sin embargo, menguante conforme uno se acercaba al centro de lo que había sido el volcán, que de vez en cuando emitía humo, pero al que no se había visto entrar en erupción desde hacía cientos de años.

La descripción correspondía, efectivamente, a un puerto natural de primer orden. Era normal que una isla así fuera utilizada por los piratas. Habría que explorarla y cerciorarse de que no seguían por allí. Y de ser así, quizá pudieran dar algo de trabajo a tanto mercenario ocioso que aparte de comer, beber y putañear en los puertos no había aportado a la expedición nada más hasta la fecha.

Al sexto día de navegación, la costa de Marahai se vio en el horizonte. Su cara exterior era inhóspita, pero en el interior se veían playas de arena reluciente. Las aguas eran claras y poco profundas, luminosas en aquel calor del verano, aunque estaban plagadas de tiburones.

Las carabelas, de menor calado, se dispusieron a explorar en interior de la gran ensenada con forma de rosquilla mordida, mientras el Uthero se mantenía fondeado en la entrada de la misma. Los marineros se relajaron bajo aquel calor abrasador, mientras los dos barcos se perdían tras los acantilados. De momento, no había allí rastro alguno de seres humanos, solo peces, lagartos y aves marinas. Los tiburones eran pequeños, aunque sus dientes eran afilados. Los marineros se entretuvieron intentando pescar a uno con los arpones y algo de carnada, ya que es bien sabido que la carne del tiburón y su aleta vienen muy bien para hacer sopas muy sabrosas.

-¡Barcos a la vista! -gritó el marinero de guardia en la cofa de la mayor.

Los marineros miraron hacia allí. Dan Rogare, que estaba sentado en el bauprés sobre el mascarón de proa, los vió claramente. Eran cuatro embarcaciones de porte mediano, con velas hechas de bambú. La mayor de aquellas naves era más cuadrada y de borda más alta, con velas de tela y parecía la capitana.

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09/08/2016, 04:37
Joren Nestos

Se rascó el mentón y se mantuvo junto al capitán, que tenía el catalejo. Los marineros estaban nerviosos y no sabían a que atenerse, pues un encuentro con naves de cierto porte en aguas desconocidas siempre puede acabar, y de hecho suele, en un combate.

-¿Amigos, señor? Navegan a toda vela y aproados hacia nosotros...

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09/08/2016, 04:50
Raina Maduvanti

Se apresuró a mirar, aún por encima del hombro de Dan, como si no temiera caer al agua. Había estado en muchos barcos en Moraq, y tenía buen equilibrio. Sin embargo, no parecía intimidada por la presencia del mercenario, y de hecho se aupó un poco en su espalda para ver mejor.

-¡Son piratas yitianos! Las velas de bambú son su seña de identidad, y esas banderas... ¡Es la Mantícora!

Ni idea. Los marineros se rascaron la cabeza.

-Es una famosa señora pirata de las islas de la Mantícora. Despiadada en los abordajes, dicen que no deja supervivientes...

Estaba excitada, aunque no sexualmente, si no por el peligro inherente de la situación.

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09/08/2016, 04:53
Larazys Flaerin

Le había parecido ver armas abordo de esos buques. Armas ligeras, en manos de los tripulantes, pero nada comparable a lo que ellos cargaban. Plegó el catalejo y se giró al contramaestre.

-¡Zafarrancho de combate, levad el ancla y cargad los escorpiones!

Nestos anunció.

-¡Gente al cabrestante, quiero ese ancla arriba ya!, ¡Maestro de armas, mercenarios, repartan las armas para el cuerpo a cuerpo y ocupen posiciones en cubierta y los escorpiones! ¡Gavieros a las velas en cuanto terminen con el ancla, quiero trapo, aquí quietos somos una presa fácil!

Todo el barco se convirtió en un ir y venir. Se echó arena en las cubiertas para que no resbalaran a causa de la sangre, se atrincheró la borda con escudos, se sacaron los palos para el cabrestante, que pasó de ser un inofensivo torno circular a una polea donde la tripulación casi al completo empujaba con fuerza de los palos como si fueran una mula moviendo un molino. El ancla del barco fue subiendo poco a poco, pero aquellos barcos se acercaban rápido, pues por su forma eran más veloces incluso que las carabelas, a las que necesitaban desesperadamente en aquel combate pero que estaban explorando la maldita isla, fuera de su vista.

Ben Lucking bajó a las entrañas del buque, bajo el entrepuente, cerca de la apestosa bodega, donde el maestro de armas tenía bajo llave espadas, machetes, ballestas, escudos, medias picas, cascos y, en suma, gran cantidad de armas de cuerpo a cuerpo para armar a los marineros en caso de necesidad.

-¡Ayúdame a cargar el cofre de las espadas y llevarlo a cubierta! -dijo el hombre.

Aquello pesaba un quintal. Mientras, los mercenarios, que tenían las armas más a mano, se prepararon para lo que iba a ser un abordaje en toda regla. Ya podían escuchar los gritos de los yitianos y sus trompetas de guerra, que le rompían a uno la concentración por su horrible sonido.

Sucios y malencarados, aquellos piratas eran cada vez más visibles. Sus rasgos eran netamente yitianos, al ser bajitos, delgados y de ojos rasgados. Iban armados con espadas, lanzas de hoja de corte, arcos, ballestas pequeñas y lo que parecían ser piñas de fuego.

Al capitán le estaban poniendo el espaldar de su bonita armadura pavonada, mientras el resto de marineros se apresuraba a coger un arma, pues no tuvieron mucho tiempo tras subir el ancla. Algunos se apresuraron a los escorpiones, que tardarían en ser cargados por falta de manos, pues la mayoría había subido a cubierta ante la inminencia del abordaje. El cofre estaba vacío, pero Ben se había quedado con algunas armas. Chico prevenido vale por dos. Ahora solo tenía que encontrar un buen lugar para estar durante la pelea.

El buque más grande se aproaba a ellos, ya casi podían tocarlo. Sin embargo, no pareció querer darles un golpe de espolón, si no buscar dar una pasada para lanzarles flechazos y tiros de ballesta. Ambas embarcaciones intercambiaron proyectiles, estando a distancia de abordaje mediante el uso de cabos a modo de liana. No habían arrojado arpeos, no de momento, por que aquel barco les quería entretener, mientras los otros le rodeaban y, una vez ya sin escapatoria, darles un abordaje entre todos.

Los piratas eran temerarios, pero no estúpidos.

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09/08/2016, 05:24
Larazys Flaerin

Esquivó una flecha, pero habían herido ya a dos marineros. De la otra parte, habían también algunos heridos, pero la cosa se podía poner fea si no salían de allí.

-¡Gente a dar la vela, salgamos de ésta ratonera!

Se giró hacia el mercenario más cercano, que era Valença.

-Señor Valença, procure que los nuestros disparan los escorpiones. Hagámosles daño, o se nos echarán encima como perros de presa.

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09/08/2016, 08:48
Valença

Todo el viaje se le estaba antojando uno de esos viajes maravillosos de los cuentos que corrían por Braavos de cierto comerciante que había ido a oriente, tratando con grandes señores lejanos... Pero ahora estaba ante la dura realidad. Cuatro barcos que eran como cajas, cargados de enanos de ojos rasgados y listos como la madre que los parió.

Estaba apretado contra la borda, cubriéndose lo que no tapaba la borda con su escudo de madera, con al espada a punto para ensartar al primer enano que saltara a bordo. Las flechas silbaban pero aquello no era preocupante. Sí que lo era el hecho que los estaban rodeando... Aunque en realidad tampoco demasiado. Le daba igual morir allí que un poco más adelante. Se iba a perder grandes maravillas... o grandes penurias, pues era claro que cuando dejaran atrás los puertos conocidos la travesía no sería tan agradable.

El capitán lo devolvió a la realidad. Le respondió con un silencioso asentimiento, esperó que llegara la siguiente oleada de flechas y abandonó su puesto a toda prisa para ir junto a los escorpiones.

Los piratas tienen hígados pero no saben nada de disciplina... Pensó, recordando a los de su calaña que había conocido en las tabernas de Braavos. Quizás estos enanos sin ojos eran distintos y le iban a llenar el culo de flechas, pero iba a correr el riesgo.

Les voy a dejar el cogote pelado a pescozones a esos marinos cagones... Iba pensando Valença mientras corría hacia los escorpiones. Creo que se pueden cargar con piedras esos trastos... Una buena lluvia de piedras sobre esos hideputas será cosa linda de ver... Les vamos a meter sus flechitas por el culo.

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09/08/2016, 15:28
Connor

Connor ya sabía para qué estaban allí, y sólo asintió ante las últimas palabras del Comodoro. Esa cena, seguramente, sería de las últimas (si no LA última) opíparas que tendrían, por lo que aprovechó con placer.

Pero el explorador estaba equivocado. Tendrían otras. Aunque fueran picantes como nunca había probado. Había algo curioso en esos sabores, esas texturas y esas bellezas morenas como el vidriagón. No tuvo suerte entre aquellas mujeres, pero no dejó de disfrutar con los ojos de cada cosa que se le presentaba frente a él.

Él no fue uno de los que no intentaron ganarse los favores de Raina Maduvanti, después de todo, el rumor de que no podía engendrar hijos era una carnada suficientemente interesante para un lobo solitario como Connor. De todas formas, poca o ninguna fortuna tuvo.

Mientras más pasaba el tiempo, Connor iba aprendiendo más del oficio de marinero. Si algo no le gustaba, era sentirse inútil en un lugar donde el resultado dependía de cada uno de ellos. Por lo que cuando vio venir esos barcos, pensó que el tiempo de los mercenarios había llegado.

Sin esperar orden alguna, el arco compuesto se encontraba en sus manos, junto a dos flechas sostenidas con firmeza. Lanzó ambas rápidamente, buscando a aquellos piratas que sostenían piñas de fuego. Esas armas podían significar un incendio a bordo, y siendo madera lo único que los separaba del agua repleta de tiburones, era mejor evitar esa posibilidad.

Su disciplina de Guardia de la Noche, explorador veterano, le hacía estar atento a cubrirse y no sólo disparar sus flechas con precisión innata. No por nada de niño ya era cazador furtivo, saliendo a cazar con su padre en tiempos de poca comida en los bosques nobiliarios. El silencio y tranquilidad con que llevaba a cabo su faena, junto a su gran estatura, hacían que su imponencia fuera patente. Sus músculos, tensos por el breve momento en que tensaba el duro arco, se relajaban para soltar el proyectil, apuntado con una mirada acerada de ojos grises.

Además, escuchaba atento a las indicaciones del Comodoro, después de todo, si él tenía la mirada total del panorama, podía tomar decisiones más acertadas... si era un buen comandante. Mientras tanto, se dejaría guiar por su inteligencia e intuición, buscando al capitán del navío contrario para incrustarle una de sus flechas en la garganta, para acallar sus órdenes en ese idioma extraño para el norteño. El problema era que todos parecían iguales... pero confiaba en que algo en la vestimenta o en la actitud le diera la pauta de autoridad en el barco. Si no reconocía nada, continuaría abatiendo a los que tenían piñas, para así incendiar el barco contrario antes que ellos lo hicieran con el Uthero.

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09/08/2016, 16:43
Dan Rogare

Durante la semana siguiente que los tomó arribar a Puerto Moraq, Dan se aburrió como un muerto sin vela. Su forma de quitarse el aburrimiento fue trabajar, de cuando en cuando, como un marinero más. Lo hacía de buena gana, pues había aprendido el oficio de pequeño, y los períodos de inactividad le pasaban factura.

En aquellas tierras nuevas, Dan hizo algo de turismo por su cuenta e incluso cortejó a algunas mujeres. Se encargó de mantener bajo su vigilia -e incluso su protección- al polizón, Ben. Le caía bien. De hecho, le caían bien todos, aunque seguía con cierta reserva sobre la sacerdotisa roja. Estaba buenísima, eso era evidente, pero había escuchado historias turbias sobre los fanáticos de aquella deidad.

No intentó ganarse el favor de la traductora con toda la intención. Recibiendo toda la atención de la tripulación, era cuestión de sumar dos mas dos para saber que tarde o temprano se fijaría en el que no se fijaba en ella. Y si no sucedía, tampoco le importaba mucho. Bella, sí, pero habían más peces en el mar... aunque los peces de Marahai tuviesen las mandíbulas llenas de dientes afilados.

Aquella tarde había estado trabajando con los demás marineros, liado con los arreos y los aparejos. Se tomó un descanso, sentado en el bauprés sobre el mascarón de proa, cuando vio a los barcos yitienses. No prestó atención a la mujer cuando se apoyó en él, aunque sí lo hizo cuando anunció que eran piratas. Aunque eso era un poco bastante obvio, y tampoco era que le importase mucho si aquella puta pirata dejaba sobrevivientes o no. Ahí o todos vivían o todos morían, así eran las cosas en alta mar.

El carácter hasta ahora apacible y sosegado de Dan, dio un cambio total al tener la perspectiva de una batalla cerca. Sus colegas mercenarios quizás le hubiesen invitado a entrenar en la cubierta junto a ellos, pero él siempre había declinado amablemente. No había desenvainado en público la espada bastarda que lucía al cinturón cuando cenaban en puerto, así que algunos podían empezar a pensar que era un bueno para nada. Hubo, sin embargo, una excepción a los combates de entrenamiento declinados, y eran los que le ofrecía Valença. Con espadas de entrenamiento, aceptó batirse contra el jaque braavosi, pero nunca había demostrado un sentido de esgrima particular; más bien, intentaba copiar el del bravo, lo cual resultaba en unos intentos bastante graciosos.

En un santiamén, estuvo en la cubierta con su brigantina puesta, abrochándose el cinturón del que pendían su espada bastarda en la cadera izquierda y su daga terciada en la parte trasera. Por lo que se podía apreciar en la empuñadura de la espada, era de manufactura buena pero sencilla, sin adornos y algo desgastada, dando la impresión de tener ya unos cuantos años. Llevaba un escudo de madera bajo el brazo cuando regresó a la cubierta, y se lo plantó a Ben en el pecho para el momento en que empezaron a llover las flechas.

— Lo necesitarás. Quédate conmigo. Pase lo que pase, luchamos juntos —le dijo. Luego, se movió hasta donde estaba el braavosi en los escorpiones, y cerca de donde Connor tiraba con su arco—. Valar Morghulis —masculló en voz baja, de manera que el danzarín del agua pudo escucharle. Dan tenía el ceño fruncido y la mirada centrada en los piratas, intentando contar cuantos malditos de ojos rasgados tendría cada una de las cuatro naves.