Partida Rol por web

Cuando Alice, Aire y Flame abandonaron el sótano, llegó un silencio de biblioteca. Jadewo no se puso a inscribir pergaminos, pero se sentó en el suelo, con la espalda en la pared, en cuanto le dijeron que aquello iba a durar horas. Al cabo de unos minutos, la ilusión que disfrazaba aquel sótano desapareció. Las pinturas y tapices dieron paso a paredes desnudas, y la mesa, las sillas y el candelabro cambiaron a formas más humildes y menos ostentosas. También aparecieron en los rincones algunas cajas y trastos viejo, llenos de polvo y telarañas.

 Atchís... perdón, no quería interrumpir vuestra concentración.

Leiath siguió redactando su conjuro de Augurio.

Onfale sonrió al ver a Leiath tan aplicada. Escribía como una rata de biblioteca sin parar un momento, casi sin levantar la mirada del pergamino en el que iba dibujando intrincados símbolos que él no podía entender.

- Echaré un vistazo antes de ponerme yo también con los pergaminos.- Desaparecida la ilusión el perfumista quería asegurarse que el extraño misterioso no había dejado alguna pista sobre su identidad. Tenía tiempo así que se dedicó a examinar cada detalle de la habitación. Una vez acabado se sentó y se puso manos a la obra. Le daba un poco de vergüenza ser un mago tan mediocre, aunque había mejorado mucho. Aún así agradecía que Alice y Aire no estuvieran allí viendo su gran obra.

A Onfale le llevaría mucho menos tiempo que a Leiath acabar sus pergaminos por lo que tenía pensado salir a echar un vistazo por las casas de alrededor. No alejarse demasiado pero no quería desperdiciar el tiempo que tenían, pues corría en su contra.

La exhaustiva búsqueda de Onfale fue desagradable. Odiaba el polvo, las telarañas que delataban la presencia de arañas y los agujeros en las paredes, a la altura del suelo, que sugerían la presencia de ratas. Aquel era un lugar horrible para que alguien tan exquisito como Onfale se concentrase. Por lo menos después de haber registrado el sótano.

No había nada de valor allí abajo. Unas cajas de ropa vieja sugería que los que aquí vivieron hace tiempo eran de ambos sexos, de todas las edades y, por encima de todo, que eran pobres, pues las ropas estaban varias veces zurcidas y remendadas. El tamaño del sótano, y de la casa en general, sugería cierto estatus. Una de las posibles conclusiones, era que se trataba de una familia burguesa venida a menos.

En el piso superior de la casa había muebles grandes, armarios, arcones... todos vacíos. Pero no muebles pequeños, lo que se podría interpretar como que los antiguos habitantes de la casa se habían tenido que mudar.

-Benditas ilusiones...- Farfulló con gesto de asco ante la suciedad que lo impregnaba todo.- No he encontrado nada que merezca la pena, ni pista alguna de quién pudiera ser ese extraño misterioso.- Dicho aquello se puso él también mano sala obra mientras Jadewo vigilaba. Primero inscribió un pergamino de detectar maga que empleó en la propia habitación donde estaban. Después, hizo tres copias más y, como extra, un pergamino de disfraz y otro de dormir. Pensaba que pudieran ayudarle en su reconocimiento de los edificios de la zona. Al acabar se acercó a hablar con Jadewo con intención de no alterar la concentración de la Bruja de Hala.

- Voy a salir a hacer un reconocimiento de la zona. Quédate con Leiath para protegerla. Es la pieza clave en todo esto.

Como siempre...- El mago hizo una inspección de todo su equipo para comprobar que lo llevaba todo consigo, incluido Perezoso. Pretendía inspeccionar una a una las casas vecinas, tratando de no comprometer demasiado la localización del escondite de Leiath ni su propia vida. De todas maneras, si le pasaba algo, siempre le quedaba la resurrección tras la caída del meteorito.

- Si no volviese a tiempo nos vemos en el templo y, si no os veo allí es que algo me ha pasado y espero poder veros al despertar. Cuida bien de ella.- Tendió el brazo al otro Caballero del Rey Bob y le estrechó con firmeza la mano. Antes de partir se lanzó sobre sí mismo un conjuro de armadura de mago.

- Lammmmmmm , ¡¡muladhara varma!!

Onfale no detectó más magia en el sótano que la de sus compañeros, y unos cuantos residuos de imagen silenciosa y portal dimensional. Al salir al callejón, tampoco halló nada interesante. La casa destartalada estaba entre dos viviendas que hacían una ele y un tercer edificio, en frente. Dos de los vértices de ese triángulo llevaban a otras calles, y el otro vértice estaba ocupado por la casa de la que acababa de salir. Los muros del resto de edifcios no tenían puertas que diesen a este callejón, pero sí ventanas, por las que se veían habitaciones vacías. Su confidente había escogido el lugar de la reunión precisamente por la falta de vecinos.

Tomó el censo y salió a la siguiente callejuela guiándose por los números. Primera casa: la del apellido Grendell. Era un adosado estrecho, entre una vivienda vacía y la casa de... ¿Rabaglard? ¿De qué le sonaba ese nombre? La casa de Grendell tenía una puerta cerrada en la planta baja y una única ventana en la planta superior. La casa de Rabaglard tenía la puerta abierta, y una cortina echada que impedía ver por la única ventana de la planta baja. La planta superior era una buhardilla de tejado inclinado con dos ventanas.

En cuanto Onfale se marchó, Jadewo se puso en pie y se acercó para sentarse en una silla más próxima a Leiath.

 Bueno... Otra vez solos, ¿verdad? Je...

Tan ensimismada estaba Leiath en la escritura, que desanimó a Jadewo a seguir con el flirteo. Transcurridas las dos primeras horas de trabajo, Jadewo volvió a hablar. Esta vez golpeaba el hombro de la Bruja de Hala insistentemente.

 Leiath... algo no va bien...-masculló, mirando hacia arriba.

Los tablones de la planta baja filtraban una luz hacia el sótano. Luego se escuchó un crujir. Y, finalmente, el centro del techo se desmoronó con tablones en llamas cayendo sobre la mesa y partiéndola con el peso. El cálamo entre los dedos de Leiath y el pergamino entre su brazo y el borde de la mesa quedaron más o menos bien sujetos, pero el tintero empezó a rodar por la mesa rota hacia la hoguera que había partido la alargada mesa por la mitad.

 ¡Cógelo!-dijo, alargando también el brazo para intentar coger al vuelo el tintero... 

Por el agujero que había quedado entre el sótano y la planta baja se podía ver más fuego, y el humo alto ocultaba parte del agujero de los tablones de la segunda planta que habían cedido. La casa estaba en llamas y el incendio se había originado en el desván.

Por poco que fuera de algo le serviría saber de qué magia era capaz el extraño misterioso. Era listo el condenado, buscando un lugar alejado de miradas indiscretas.

Rabaglard...-Claro que le sonaba el nombre. Según su misterioso "amigo" era aquel oriundo de Nueva Lechberg que quería dejar todo como estaba.- Menudo papanatas...- De todas las casas de la aldea tenía que ser esa, precisamente, una de las que más cerca estaba de la Bruja de Hala. Tendría que andarse con cuidado. Sin embargo no estaba allí para andarse con demasiadas medias tintas. Quizá estuviera bien echar un vistazo a la casa. Según lo que les habían contado él y sus hombres salían temprano a buscar vírgenes de las que ocuparse. Se decidió por un término medio. Primero inspeccionaría la casa de los Grendell y desde allí vigilaría desde allí el movimiento de la de Rabaglard. Rebuscó en su zurrón para sacar las ganzúas mágicas que tanto le gustaban y trató de abrir la cerradura.

Como si la maldición se quisiera cebar en la bruja de Hala, el tintero se le escapó como un pez de sus torpes manos. Ahí se iba la oportunidad de comulgar con Hala por hoy.

Leiath estaba furiosa.

- Pero por qué demonios se incendia esto ahora! Es que alguien nos estaba vigilando?! Y dónde está Onfale?!

Frustrada, miró en todas direcciones buscando la salida.

- Venga, salgamos de aquí antes que el suelo se venga todo abajo y muramos calcinados.

Cuánto tiempo les quedaría para la caída del meteorito? Cuánto tiempo perdido? Tendría que buscar un lugar más seguro para la próxima vez.

La casa es lo suficientemente humilde como para que Onfale logre abrir la cerradura a la primera. El primer piso consiste en una única habitación de quince pies de ancho por treinta de largo. Una silla a mano izquierda es usada de perchero, y tiene un abrigo encima, y dos pares de zapatos debajo (unas botas para invierno y unas alpargatas para verano). Una banqueta y una mesita están solapadas bajo las escaleras pegadas a la pared que suben a la planta superior.

Al fondo de la habitación hay una cocina de leña y un fregadero, con un ventanuco a quince pies de altura, justo bajo el rellano de las escaleras. En el suelo hay un plato de comida para perros con restos de comida.

El eunuco notó una fría humedad en la coronilla. Al alzar la vista, otra gota le manchó la mejilla. No eran goteras de agua, sino gotas de sangre filtrándose entre los tablones desde el piso superior.

Tampoco la mano de Jadewo llega a tiempo de coger al vuelo el tintero. Sin él, Leiath no podrá lograr acabar el pergamino de adivinación.

 ¡Leiath, huye tú! Voy a intentar recuperar el tintero. Nos vemos fuera.

Jadewo se lanzó un conjuro de resistencia al fuego, y metió sus brazos en los escombros incendiados, revolviéndolos para encontrar el tintero. Leiath llegó a las escaleras. Nadie había bajado la trampilla desde que se fue Onfale, y el fuego todavía estaba bajando por las vigas hasta la planta baja. La puerta se abrió y Leiath localizó el sol de la mañana en el cielo. Aún les deberían quedar siete horas de luz hasta la caída del meteorito.

Cinco minutos después, la casa seguía ardiendo y Jadewo aún no había salido. Tenía el conjuro apropiado para rebuscar en la hoguera, pero no las aptitudes y las manos rápidas de Onfale para encontrar cosas.

El "click" de la cerradura era música para sus oídos. Apartó la puerta con cuidado y entró lentamente en la casa tratando de no hacer ruido. Cuando sus ojos se aclimataron al cambio de luz lo observó todo con curiosidad innata. Cerró la puerta tras de sí. Parecía que la casa estaba habitada. Eso no era nada bueno pero para algo había venido. ¿Qué sería mejor, saludar y tratar de no parecer una amenaza o, por el contrario, tratar de infiltrarse sigilosamente? Se llevó la mano al pelo cuando sintió la gota de humedad. Lo siguiente que hizo fue mirar hacia arriba y le cayó otra gota en la mejilla. Se limpió con fruición el pelo y la suave piel de sus mejillas.

Sangre...- Empezaba bien. Primera casa y premio. Sus manos se movían nerviosas con ganas de adoptar el mudra de su conjuro de invisibilidad. Sin embargo aún tenía sus reservas. Podía confiar en sus felinos movimientos y, además, la vista del plato para el perro le echaba para atrás. Podría delatarlo con su fino olfato. Se guardó una daga escondida en la manga y comenzó el ascenso hacia el segundo piso tratando de preparar su mente para el macabro espectáculo.

- Vamos Jadewo, déjalo. Onfale tiene otro tintero, no necesitamos ese. Sal!

Mientras esperaba a que su amigo saliera usó el pergamino que le diese el perfumista para tomar la imagen de uno de los milicianos fallecidos.

Dónde estaría Onfale? No dijo que iba a echar un vistazo a los alrededores? No debía estar lejos. Cuando saliese el guerrero deberían buscarle.

Los viejos peldaños de madera no protestaron ante el peso liviano y el paso delicado de Onfale. Llegó con soltura silenciosa al rellano de las escaleras, dónde seguían subiendo tras un requiebro de ciento ochenta grados. No había ruido en la planta superior. Onfale asomó la cabeza desde el rellano.

Las escaleras daban a la habitación directamente, sin una puerta tras el último peldaño. La luz entraba desde la ventana en la punta opuesta, perfilando el cuerpo de un anciano desplomado en la cama, junto a un caballete de pintura orientado hacia la ventana, y un pequeño taburete. Uno de los brazos caía por el borde de la cama... un brazo terminado en dos dedos: pulgar y anular. Donde una vez hubo un índice, un corazón y un meñique ahora cercenados, goteaba sangre hasta un pequeño charco en el suelo.

Los cuadros se amontonaban en grupos de tres o cuatro contra la pared. Y justo entre medias, en el centro del dormitorio, un perro rottweiler descansaba tumbado a los pies de la cama.

Puede que el perro no escuchase llegar a Onfale, pero sí le vió llegar. Se puso en pie y empezó a gruñirle... 

Grrrrrrrrrrrrrrrr...

Grr... grrrrrrrrrrrrrrr...

GRRRRRRRRR...

GRRRRR, GRRRRR...

En el sótano, la cosa no iba bien. Jadewo se había protegido del fuego, pero no del humo. Entre toses, revolvía las brasas de la mesa incendiada hasta qué... ¡Encontró el tintero! La falta de oxígeno le hacía dar pasos dubitativos. Como pudo, zigzagueó hasta las escaleras.

Leiath vió a Jadewo perfilarse delante de la luz de las llamas. El humano faerunio no tenía ni una sola magulladura, pero dos pasos después de salir de la casa, al ver al peón difunto. Dudó. Estaba viendo a los muertos, y esa no era una buena señal. Una alucinación significaba que no lo había logrado, y que seguía en el sótano, adormilado por el humo.

Jadewo se desmayó sobre la tierra del callejón. Tardaría horas en despertar, pero había recuperado el tintero. Leiath lo tocó con la punta de un dedo, y el cristal seguía caliente. Quemaba demasiado para cogerlo con las manos desprotegidas.

Y justo en ese momento...

Brrrrrrrrrrrr...

Las vigas, debilitadas por el fuego, cedieron. La casa se derrumbó sobre si misma, levantando una polvareda que tardó varios segundos en disiparse. Fue una demolición en vertical, y ningún tablón cayó sobre el cercano Jadewo. En el fondo, Hala seguía velando por ellos.

Al derrumbarse el guerrero en el callejón, la joven fue corriendo a socorrerle. Se sentó y le puso la cabeza sobre el regazo al tiempo que musitaba una plegaria. Podría parecer algo cómico para cualquier espectador, aquel gesto maternal por parte de un peón tan tosco, pero Leiath no pensaba más que en la salud de su amigo en aquel momento.

Soy yo, Leiath- le susurró al oído mientras le acariciaba la frente.

No. No le gustaban los perros. Quizá la experiencia con Rufus le había marcado para siempre. De todas formas, nunca se le habían dado bien lo animales, a excepción de Perezoso. Lo que se temía que pasara se hacía realidad. Un enorme perro de cabeza ancha y fuertes mandíbulas aparecía en la habitación en la que un viejo pintor yacía presumiblemente muerto. La sangre que brotaba de sus dedos cercenados formaba el charco de sangre que había goteado sobre el perfumista. Quizá hubiera aún alguna oportunidad de ayudarlo. ¿Le había matado el perro? No parecía. ¿Se habría suicidado o habría sido asesinado y el perro sólo se había comido los dedos porque tenía hambre? No podía saberlo. Era una opción, aunque abajo aún recordaba haber visto un plato con restos de comida para el perro. Quizá el perro también se hubiera rendido a la locura. Quien sabe. No quería tener que matarlo pero no lo descartaba. Se había enfrentado a mastines infernales, demonios, dioses, así que esperaba que el perro no le supusiese muchos problemas. Claro que, normalmente, se enfrentaba a todas esas cosas con un poderoso y numeroso séquito.

- Tranquilo perrito...- Se le ocurrió decir con la voz todo lo edulcorada que le era posible mientras desenfundaba el estoque y con la zurda rebuscaba en la caja de raciones de campaña algo para tentar al rotweiler.- ¿Tienes hambre...?

Cuando Leiath se estaba pensando lo de practicar el boca a boca para insuflar aire a Jadewo, así, con ese aspecto masculino que tenía ahora, Jadewo tosió.

 Leiath... lo conseguí. Tengo el tintero... cof, cof...

Agotado, Jadewo volvió a perder la consciencia. Bastaría con que durmiese unas cuantas horas para que volviese a estar en plena forma, no había magia que pudiese suplir a un buen sueño reparador. Con Jadewo fuera de juego, Leiath se dió cuenta de que solo podía contar consigo misma.

Revisó el tintero, con cuidado de no quemarse: en el interior del vial, la tinta había formado costra por el calor. Leiath necesitaría encontrar el agua fresca de una fuente o un pozo para volver a poder utilizar el tintero. También podría buscar una tienda, y comprar un tintero nuevo. En cualquier caso, terminar el pergamino a tiempo requeriría ponerse en marcha pronto, y eso implicaba dejar a Jadewo atrás.

Claro que no tenía hambre... ¿cómo había podido Onfale cometer semejante error de apreciación? El plato con restos de comida indicaban que el perro ya había comido. La oferta de paz del eunuco fue un fracaso, y el perro se lanzó hacia él, mordiéndole y derribándole en el descansillo.

Guau, guau, guau, grrrr... guau...

Lo tenía encima, amenazante, con sus fauces buscando un ángulo para morderle el cuello. Recordó las palabras del viejo alcalde Hodvic: hasta los animales se vuelven más fuertes y más locos con esta maldición. Onfale no se estaba enfrentando a un perro normal y corriente, y lo acababa de comprobar por las malas.

-No...- Ni tiempo tuvo el perfumista reaccionar cuando el perro le saltó encima y le tiró al suelo zarandeándolo con su musculoso cuello que más parecía de toro que de un cánido. Onfale ahogó un grito de dolor y tomó aire para reunir fuerzas para reaccionar. En un abrir y cerrar de ojos, menos de lo que tarda el perro en parpadear, estaba de pie, gracias al poder de sus botas nuevas. El dolor y el rencor le hizo contraatacar con el estoque en un rápido movimiento que buscaba las vértebras del enorme cuello. Necesitaba tiempo así que activó la medalla de gallardía que Fosco había tenido a bien dejarle de herencia.Aquel pensamiento tan cínico le hizo reflexionar que, si de verdad el espíritu de Fosco anduviera por alguna parte, quizá haría lo imposible por que su objeto no funcionara para él. Aún así le parecía la opción más ventajosa en aquella crítica situación. No quería morir allí, aunque luego resucitara. Necesitaba información. Sin esperar a ver si la protección del broche hacía efecto, retrocedió con cuidado de no ser presa de otro bocado y, sin dar la espalda en ningún momento al perro, buscó la distancia con él.