Partida Rol por web

-¿No tuviste suficiente la última vez?- Respondió desafiante Onfale a la vez que sacaba un pergamino que desenrolló con agilidad entre sus manos. Leiath rápidamente pasaba al ataque, antes de volver a convertirse en presa de aquel maníaco. Después se parapetaba tras Jadewo. Como Onfale necesitaba también la protección del guerrero arcano leyó el pergamino e impuso su mano en el hombro de Jadewo para que su conjuro le hiciera efecto.- Si quieres dinero no tendremos problema en darte todo el que quieras.

Zebulón se sacudió el brazo abrasado por la energía mágica de la varita de Leiath, como si solo fuese un molesto picotazo de mosquito.

¡¿Dinero?! Ahora que sabéis lo poderoso que soy, el dinero no es problema... Pero ayer pensabais que era insignificante, y aplacabais vuestras conciencias por una miseria. Esa no es la moraleja que teníais que aprender, pecadores. ¿Cuántas casas se podrían levantar por el precio de una de esas piedritas mágicas que orbita alrededor de vuestras cabezas? ¿Cuántos años podría comer una familia con lo que ha costado ese mandoble? El problema es vuestro egoísmo, vuestra soberbia. Y los dioses me han elegido para ponerle fin...

Jadewo creció hasta casi ocupar el ancho de la callejuela. Su cabeza se enmarañó con los tendales y las sábanas que unían los alféizares de las ventanas de las plantas altas de casas opuestas. El faerunio las apartó con una mano gigantesca, y avanzó en dirección a Zebulón. Jadewo era consciente de que estaba demasiado lejos como para llevar la iniciativa en el combate, así que detuvo su avance y esperó con la espada en alto, para atizar a Zebulón en cuanto se acercase.

Zebulón se puso en pie. Él también se sabía sin la iniciativa del combate, ahora que Jadewo tenía la guardia alta. No importaba demasiado: un elegido de los dioses tiene sus recursos...

La esfera de energía salió de las manos del pordiosero y se estrelló en el pecho de Jadewo, arrancándole un corto quejido de dolor.

Uy sí, los dioses...

Le hubiera gustado responder a Zebulón y enzarzarse en una batalla dialéctica con él pero quería provechar que aún estaba en la distancia para dispararle con su ballesta. Usando a Jadewo de parapeto el perfumista apretó el gatillo con un blanco bastante fácil como enfrentarse a un loco sin miedo alguno a morir.

Leiath se mordió la lengua. Había muchas cosas, seguramente como el resto de los presentes, que le hubiera gustado decir a aquel loco. Pero intentar razonar con alguien tan fuera de sí era tonto.

La bruja volvió a descargar su varita de proyectiles.

El virote y los proyectiles mágicos volaron por debajo de la entrepierna de Jadewo impactando en su blanco. Tras haberse acercado previamente, Jadewo avanzó y arremetió contra el vagabundo. De nuevo un golpe demoledor. La vez anterior con la cimitarra; en esta ocasión con el espadón de hierro frío. En ambas, canalizando las llamas de un rayo abrasador. De nuevo un cadáver reducido a cenizas. En esta ocasión, ningún bien del difunto quedaba para manipular. Zebulón solo tenía de posesión sus propias ropas, como bien sabían de la última vez que saquearon su cuerpo.

Jadewo se apartó en la intersección para dejar pasar a los demás. El callejón del Gato Muerto era una calle sin salida, estrecha, y con olor a orines. El cartel de la herboristería estaba pintado con unos tonos apagados, lo que le daba un aspecto todavía más viejo. Las ventanas de la planta baja estaban tapiadas con tablones clavados desde el interior de la vivienda, y era probable que tras la puerta hubiese el mismo tipo de refuerzos.

Jadewo se escurrió con pasos laterales por el estrecho callejón. No tenía espació para derribar de una patada la puerta, pero sí podía agarrar a su compañeros y subirlos hasta una de las dos ventanas del piso superior que no estaban tapiadas. Onfale y Leiath fueron introducidos en un dormitorio, mientras el gran Jadewo esperaba fuera. La cabecera de la cama estaba bajo el cuadro de un círculo de serpientes comiéndose unas a otras la cola, el símbolo de Hala.

La única puerta daba a un rellano y unas escaleras que bajaban. Había otras dos puertas cerradas en aquella planta, pero el sonido de una tetera hirviendo les puso en la pista de la planta baja. Según recorrían los escalones, un intenso aroma a especias, inciensos y hierbas les inundaba la nariz.

La botica estaba a oscuras, con varias velas repartidas sobre una mesa. Una gran cortinilla separaba la trastienda de la parte frontal del negocio. Junto a un horno de leña, una anciana dejó caer la tetera al suelo, sobresaltada por la presencia de los intrusos. Meridia cogió de la cocina un cuchillo y mantuvo las distancias.

¿Quienes sois y qué hacéis aquí?-preguntó, con sus viejas arrugas en tensión.

Oooohhh!- había exclamado de admiración, sin poder evitarlo, al ver al enorme guerrero volatilizar de un solo golpe de nuevo la amenaza. En verdad que Hala les había bendecido al poner a Jadewo en su camino. Porque sin duda había sido obra de Hala no de ese otro dios secundario al que el hombretón se refería de vez en cuando.

Y, hablando de la diosa, ahí estaban, en lo que parecía la vivienda de otra de sus adoradoras.

Madame Meridia?- la jóven saparó ambas manos para dejar claro que no llevaba arma alguna. La forma de entrar no había sido muy ortodoxa, y se sentía algo avergonzada por ello.

- Disculpe por haber irrumpido de esta forma en su hogar, soy Leiath, bruja de Hala, este es Onfale, miembro de mi aquelarre, y a sus puertas se encuentra Jadewo, también parte de nuestro grupo. Venimos a suplicarle ayuda. Virginia nos dijo que era usted de confianza...

Los ojos de Onfale brillaban como dos luceros ante la imagen de Jadewo, agrandado por su magia, con la espada aún al rojo vivo y, a sus pies, el cadáver chamuscado de Zebulón. ¿Dónde estarían ya sin su inestimable ayuda? Mínimo muertos dos veces y Leiath quizá...violada.  Ayudó a Leiath a pasar por la ventana en un acto al que el eunuco estaba mucho más familiarizado y luego tomó la delantera para inspeccionar la casa, como había hecho en la del pintor y su perro, y se dejó embargar con los olores que llegaban de detrás de la cortinilla del piso de abajo.

Cuando Meridia se percató de su presencia dejó que Leiath hablara y se mostró también lo más inofensivo que pudo.- Intentamos acabar con la maldición que asola a este pueblo.

Oh, madre del amor hermoso... ¿Una Bruja de Hala? Dile a mi hermana que me deje en paz. Estoy hasta el moño de sus creencias.

Meridia dudó cuando Onfale añadió la palabra maldición a la conversación. ¿Era una estratagema o hablaban en serio? Bajó el cuchillo pero siguió manteniendo las distancias con los desconocidos.

Leiath, y Onfale...-repitió para recordar sus nombres-. Ahm... Disculpad. Mi hermana siempre me está insistiendo para que vaya al templo y salve mi alma... Como si eso fuese a cambiar algo. Pensé que estabais aquí para llevarme arrastras. Pero... no entiendo, ¿cómo se supone que alguien como yo podría ayudar en este tema?

Su hermana?- inquirió mientras intentaba recordar aquellas dos ancianas a las que había conocido en el Templo- Tuve el placer de conocer a dos señoras que se encontraban bajo la protección del sacerdote. Giralda y Hermigia, creo recordar. Desgraciadamente no pudimos conversar por mucho tiempo ya que el meteorito se nos echó encima.

En el templo usan un incienso adormecedor para que el trauma de la muerte no sea tan agudo, quizás por eso su hermana quiera que acuda con ella, para evitarla tanto dolor. Hace acaso usted también algún ritual que le ayude a pasar el mal trago?

Leiath se mesaba la barbilla pues le sorprendía encontrar a la anciana en lo que parecía buen estado de salud mental pese a no acudir al templo cada día. Bueno, como Virginia y el alcalde. A lo mejor ellos también habían encontrado alguna protección especial.

De nuevo se dio cuenta la bruja de sus malas formas. Primero irrumpir de aquella forma en la herboristería, luego lanzar preguntas a la pobre anciana sin más miramiento...

- Discúlpeme de nuevo, por preguntarle tan directamente y permítame responderla. He contactado con Hala para saber cómo eliminar la maldición y ella me ha dado tres nombres de aquellas personas que podían ayudar a terminar con la pesadillas. A una de ellas se refería como 'la vieja del acebo'. Nos pareció lógico que pudiera encontrarse en esta tienda. Por qué cree que la diosa se refiera a usted con esa planta? Piensa que pueda tratarse quizás de otra persona?

Onfale se quedó algo más tranquilo cuando Meridia bajó el cuchillo, más relajada, aunque manteniendo las precauciones necesarias con unos desconocidos. También al perfumista le parecía extraño ver que la mujer se mantenía aparentemente entera.

- ¿Cómo ha conseguido mantenerse a salvo todo este tiempo?- Onfale se refería a lo mismo que a Leiath pero intento aclararlo.- Me refiero más a su salud física que mental. Por lo que hemos visto la mayor parte de los habitantes de Nueva Lechberg se han hundido en la locura. Justo aquí fuera hemos sido atacados por un sin techo tan fuerte como un oso. Si no fuera por nuestro guardaespaldas no sé si lo hubiéramos contado, al menos hasta que el día siguiente se repitiera.- Leiath contaba lo que quería de lo que sabían y de lo que le había dicho Hala, así que Onfale también hizo un intentó por saber si era Meridia la virgen que buscaban.- ¿A usted la han atacado alguna vez en todo este tiempo?- Sacó la hoja del censo que Virginia le había dado y que tan útil le estaba resultando.- Necesitamos saber si tiene hijos y donde viven éstos. Si tiene marido, cuñado, sobrinos...lo que sea para completar este censo que sólo cuenta con los apellidos familiares.

En esta casa solo vivimos mi hermana Hermigia y yo. Ella es viuda, y yo soltera. Ninguna de las dos tenemos hijos. Oigan... ¿saben lo que creo? Creo que Hala no existe. Creo que no existe ningún dios. Para mí, los clérigos no son más que hechiceros timadores que les cuentan a la gente que su magia viene de los dioses, para sacarles los cuartos. Los milagros... la magia divina... nada de eso existe.

Mi hermana no va a la iglesia buscando un sistema indoloro para pasar el mal trago de la catástrofe del ocaso. No. Mi hermana va allí por fé. Lleva yendo como un corderillo asustado toda su vida. Y tú, chiquilla, no has hablado con Hala. Has hablado con mi hermana. Y mi hermana te ha dicho que voy dura de vientre, y que llevo años tomando acebo, porque el acebo es un buen laxante. Y creíste que podrías engañar a otra crédula para que se uniera a tu rebaño, así que viniste aquí con la cantinela esa de que tu diosa te había hablado de mí. No cuela.

El callejón del Gato Muerto es un lugar apartado. Prácticamente el único callejón sin salida en un pueblo lleno de calles estrechas y transitadas que llevan a alguna parte. Lo más seguro es quedarse aquí. Pero todas las mañanas Hermigia se levanta, intenta convencerme de que vaya a la iglesia para salvar mi alma y al final se da por vencida y se va sin mí, mientras pongo barricadas en la entrada. ¿Qué pasa luego? Que ella se cruza en su camino a la iglesia con delincuentes, maleantes y borrachos. En el mejor de los casos la agreden y la matan. En el peor de los casos, logra llegar al templo, y ese indecente Padre Benancio le mete más ideas perniciosas en su cabecita.

¿Y yo? Paso desapercibida la mayor parte del día. Vivo mis diez horas de luz diurna, mientras mi hermana muere frecuentemente por las manos de Rabaglard media hora después de despertar.

No me entiendan mal. A mí también me pasaron cosas malas. Me golpearon y robaron más de una vez los primeros días de la maldición, hasta que aprendí que lo mejor era quedarse en casa. Y por lo que cuenta mi hermana, las cosas fueron a peor en las calles. Y sí, el dolor que trae el impacto del meteorito es muy intenso... pero dulcemente breve. No voy a decir que te acabas acostumbrando... pero hay muertes peores esperándote a la vuelta de la esquina.

Pobre mujer, qué falta de fé. Pero también era algo normal, teniendo en cuenta las circunstancias. Lo que parecía claro es que aquella anciana era a la que se refería la diosa, ahora venía la parte difícil y es la de convencerla a salir de su guarida.

-En verdad que el viaje al templo es peligroso y yo misma no lo recomendaría, aunque si eso alivia el espíritu de su hermana hace bien en correr el riesgo.

Hizo una pausa y cambió su tono de voz de buena pastora a algo más tétrico.

- Qué me diría si le dijese que en sus manos está la posibilidad de acabar con esta maldición, salvar a su hermana y al resto del pueblo? Haría lo que fuera?

No deseaba obligar a la anciana a hacer nada que ella no quisiera, debía averiguar qué tipo de mujer era.

Onfale escuchó a Meridia no sin cierta admiración por la fortaleza de la anciana mujer.

- Entiendo su parecer. Yo mismo soy usuario de la Divina Esencia, hechicero, como lo llaman aquí en estas tierras, y antes pensaba de forma similar. Pero acompañar a Leith como parte de su Auquelarre durante este tiempo me ha abierto los ojos a su fe, aunque no a la manera de su hermana.- Los dioses eran caprichosos y sentirse que el destino de uno pendía de sus manos no era reconfortante. No, Onfale no tenía fe ciega en Hala como un ente todopoderoso e infalible al que acudir como un niño llorica a una madre. Su fe era de otro tipo. Acompañar a Leiath, protegerla, tenía unos beneficios que, de otra manera, quedaban fuera del alcance de un mago tan limitado como era él.-Si no le convence su hermana con sus palabras puede ver a Hala como un instrumento del que salir de esta pesadilla que se repite una y otra vez.- Localizada Meridia y si ésta finalmente accedía a lo que Leiath tendría que contarle más pronto que tarde, Onfale empezó a pensar en cómo tendrían que hacerlo. Enfrentarse a Zebulón, a Rabaglard, al misterioso ninja asesino, a la loca pirómana, todo ello protegiendo a Leiath y a Meridia por el camino no iba a ser fácil. Mucho menos en su estado actual, con su magia prácticamente agotada. Debían esperar un día más, desgraciadamente. Reunirse con los demás, contarles lo descubierto, que ellos les cotaran lo suyo, y luego, si Meridia aceptaba, llevarla al centro de la plaza. Al menos la anciana no tenía miedo de morir aplastada por el meteorito pues ya estaba acostumbrada.

Jajajaja... putos sectarios lobotomizados... ¡Sois todos iguales! Hala no es un instrumento de nada, porque Hala no existe. Yo... madre mía, no puedo creer que esté teniendo esta conversación con unos malditos evangelizadores. Es todo tan surrealista. Aaahm... Está bien, juguemos a este juego. ¿Qué le diría a una loca que quiere hacerme creer que yo, una ancianita normal y corriente, es la clave para romper una maldición que involucra a todo un pueblo?

Meridia guardó silencio, pensativa, buscando las palabras para su respuesta.

Ya lo tengo... Diría: ¿cómo has llegado a la absurda conclusión de que yo puedo parar toda esta locura? ¡Es que no tiene ningún sentido!

Había sido un buen intento de aproximación, pero había llegado la hora de ir al grano.

Leiath no era la típica sacerdotisa evangelizadora. Desde muy pequeña le habían enseñado a cuestionar todo lo que la rodeaba. Había cuestionado hasta la existencia de Hala, por supuesto, y había traído a su madre (bruja de Hala) y al resto del aquelarre de la zona, de cabeza. Y no habían sido éstas las que le convenciesen de la existencia divina, sino la propia diosa que se le apareció después de tomar algunas hierbas, de esas que ayudan a expandir la mente.

En fin, que ella no tenía ni intención ni ganas de convencer a la anciana para que abriese los ojos y el corazón al ente más magnífico de la existencia.

- Madame Meridia, no se ofenda, a mi me la trae al pairo lo que usted crea. Lo único que me importa en estos momentos es acabar con esta maldición, y creo saber cómo hacerlo. La información no la hemos obtenido exclusivamente de Hala, si es eso lo que la incomoda, sino investigando por el pueblo, hablando con sus habitantes y sumando la información obtenida. Le voy a ser sincera. Pensamos que si, en vez de recibir el meteorito en su casa, se sube al reloj solar de la plaza, ahí donde fue insultado el extranjero que lanzó la maldición, cuando caiga el proyectil, todo se acabará.

No deja de ser una teoría que podría no funcionar pero, ¿qué perderíamos si no lo hiciese? Nosotros la mantendríamos a salvo por el camino, asegurándonos que nadie atente contra usted hasta que el meteorito nos mate a todos.

Si funciona, usted sería la heroína que salve el pueblo, si no, pues aparece usted en su casa al día siguiente y le prometo que no le molestaremos más.

Onfale escuchaba a Leiath y lo que decía le parecía bastante convincente por lo que asentía levemente.

- Lo que dice Leiath es cierto. La maldición que asola Nueva Lechberg tiene que ver con el trato que se le dio al anciano de ojos rasgados que recorre el pueblo por los tejados en línea recta, una y otra vez. ¿Lo ha visto alguna vez? ¿Recuerda que el meteorito cae al final de cada día desde que él llegó? Ese anciano es una especie de poderoso hechicero. Pero su magia se basa en no quebrantar ciertos principios, por decirlo así. Principios que se rompieron ese mismo día pro el trato que recibió de la gente de este pueblo. Pero no sólo es eso. Son las brumas que rodean Nueva Lechber lo que lo enrevesan todo. Si hay algo en lo que confío en Leiath es en la lucha contra esas brumas. Nosotros llegamos aquí atravesándolas. Hemos viajado a otros planos a través de ellas y enfrentado a las bestias que en ellas residen innumerables veces. Creo que nuestro Destino está ligado a ellas.

¿Otros...? ¿Otros planos?-enarcó una ceja, excéptica-Es igual. Lo que sigo sin entender es porqué yo. ¿No vale cualquier persona para subirse al reloj de sol? Porque si todo depende de mí... tal vez... podría acceder a cambio de que me hicieseis un favor...

Veréis, yo no tengo intención alguna de obtener el reconocimiento de ser la que salve el día. No soy intrépida, no tengo la forma que tenía cuando era joven y sobretodo, lo tengo muy claro, no soy ninguna heroína. Pero me preocupa mi hermana. Si sale bien, y rompemos la maldición, mucho me temo que crea que ha presenciado un acto divino, que ha sido testigo de un milagro. Lo que me hecha para atrás es que eso la reafirme en sus nocivas ideas religiosas.

Quiero que hagáis una cosa por mí... Me gustaría que convencieseis a mi hermana Hermigia para que deje de ir a la iglesia todas las mañanas. Que deje de intentarlo. Que lleve de una maldita vez una vida laica. Si conseguís que Hermigia se quede conmigo en lugar de salir compulsivamente de casa para ir al templo, como una borrega, lo haremos a vuestro modo: os acompañaré al centro del pueblo y me subiré al reloj de sol.

No es algo que estuviera fuera de su alcance, no es algo que pareciese peligroso o maligno, pero Leiath no conseguía entender el por qué.

Pero no lo entiendo- dijo desconcertada- Si usted misma lucha por sus creencias, o falta de ellas, por que no deja usted a su hermana que siga las suyas? O acaso cree usted que el padre Benancio no sea un buen hombre?

Sin esperar contestación continuó hablando para dejar claro su postura y seguramente la del aquelarre al completo.

- Miré haremos lo que usted nos pide, ya que anda en juego mucho más que llenar el templo del pueblo de seguidores de Hala, pero piénselo bien. Cuanto más le prohíba a su hermana acudir al padre Benancio, más ganas tendrá ella, sobre todo si es de voluntad fuerte como vos misma.

Dicho esto, se volvió hacia Onfale por si a éste se le ocurriese una forma de convencer a la testaruda anciana.

Onfale no veía objeción alguna a la petición de Meridia salvo que Leiath pensara que Hala podría enfadarse por perder a una insignificante feligresa. Pero que decidiera Leiath no fuera a resultar que luego Hermigia fuera la Elegida de Hala,  o algo así, y se metieran en un problemón.

- Había más opciones que usted pero la persona que debe permanecer en el reloj a la hora del cataclismo debe ser virgen.- Lo dijo sin pudor alguno y yendo al grano.- Al parecer Rabaglard se entretiene, en su locura particular,  violando a todas las mujeres para que no quede virgen alguna....- La pregunta de Leiath sobre el padre Benancio no iba mal apuntada.  Posiblemente no fuera un seguidor de Hala modelo, por lo que había podido intuir el eunuco.

Tú debes de ser hija única, ¿verdad, Leiath? Las hermanas estamos para cuidar unas de otras. Estamos hablando de una adulta que cree en un amigo imaginario y entrecruza sus manos para "hablar" con él antes de irse a dormir. La diferencia entre lo que yo creo y lo que cree ella, es que lo que cree ella la expone a hacer estupideces. Y algunas de esas estupideces le hacen daño y causan sufrimiento, como cuando se cruza con algún indeseable de camino a una iglesia a la que podría no ir.

Y no me tire de la lengua con el Padre Benancio... Tomen asiento, les prepararé un té.

Meridia recogió la tetera del suelo y la puso sobre la mesa de la cocina. Volcó el contenido de lo que quedaba del cubo de agua para llenarla, y la volvió a poner sobre los hornillos de hierro ennegrecido de la cocina de leña.

Mientras esperamos, déjeme que le cuente algo del Padre Benancio... Dicen las malas lenguas que tiene un monaguillo con él. Un niño que ha criado desde pequeño, supongo porque alguna madre lo habrá abandonado a la puerta de la iglesia hace diez o doce años. Y tanto ese viejo verde como el niño, viven y duermen juntos en la sacristía de la iglesia. No creo que necesiten que les haga un diagrama de lo que ocurría allí por las noches, los curas siempre son los que con más facilidad caen a la tentación. Pero les aseguro que a ese monaguillo no le podrían poner en lo alto del reloj de sol por falta de prerrequisitos... O eso se dice.

Por supuesto, para mi hermana el Padre Benancio es poco menos que un santo... ¿Pero qué sabré yo? Si para ti, niña, está bien que cada cual crea en lo que quiera creer... Sería cierto si esas creencias no causasen daños a terceros. Las creencias no son inocuas, y tienen sus consecuencias.