Partida Rol por web

El reencuentro de las hermanas había acabado en un sentimentalismo que Onfale no podía comprender pues era hijo único. bueno, en realidad desconocía si tenía hermanos. No había conocido ni a su madre ni a su padre, pero de eso sí que estaba seguro de de haber tenido. Leiath le había chivado que Meridia accedía a sacrificarse, aunque no le quedaba tan claro que entendiera lo que aquello podía conllevar. Cuando llamaron a la puerta se maldijo por no haber sido más precavidos. Desconfiaba tanto de aquel pueblo de mala muerte que enseguida se puso en guardia.

- No os asustéis.- Se dirigió a las hermanas.- Es por vuestra seguridad.- Dijo antes de leer un pergamino y adoptar el aspecto de Meridia.

Yo no me parezcon en nada a esa señora...-dijo Meridia a la otra Meridia.

En realidad, sí se parecían. Pero no era el momento de discutir, y se mantuvieron espectantes. La campanita volvió a sonar, atestiguando que la puerta a la que estaba conectada se había cerrado. Más nervios. Un nuevo silencio, distinto al anterior. Todos vigilaban los pliegues del telón buscando el punto que delatase que algo detrás de él iba a aparecer...

Al cabo de un rato, el peón Travis se acercó y coló su cabeza entre el telón. Volvió a sacarla, aún sobre sus hombros, y negó con la cabeza. Al cruzar de la trastienda a la tienda, encontraron una poción sobre el mostrador que antes no estaba. Triste compensación tras haber malgastado un pergamino de disfraz a destiempo.

¿Qué tal por ahí delante?-preguntó desde la trastienda-¿Podemos elegir ya el camino a seguir?

¿Cómo era...? ¡ah, sí! Camino corto, pasando por delante de la casa de Giralda; camino largo, pasando por delante de la casa de Rabaglard.

El pergamino de disfraz no estaba malgastado pues aún quedaba el camino hasta el centro de la plaza del reloj de sol. Durante ese trayecto, la virgen Meridia seguro que iba a ser objeto de múltiples tipos de ataques de los más diversos y depravados locos, habitantes todos de la Aldea de la Locura. Más les valía ir preparados. Y en eso estaba el mago. Se puso los guantes de tela que le tendía Leiath intentando apreciar los cambios que en el se producían, si es que había alguno. Sus ojos, sin embargo, no se despegaban de los otros, los de cuero, como si deseara sentir su frío y suave tacto.

- Dejadme ver eso.- Onfale había estudiado el arte de la alquimia durante su cautiverio. Quizá pudiera desvelar qué contenía aquella poción, que había aparecido de forma tan misteriosa.

- ¿Y qué camino elegimos para ir? Por una parte siempre se dice que más vale malo conocido que bueno por conocer. El camino corto nos lleva a encontrarnos con las emboscadas del otro oriental. El ninja de la katana maldita, que podría dejarnos fuera de juego...para siempre. Mientras que por el otro lado nos enfrentaríamos a un enemigo desconocido.- El perfumista se acarició el pelo, pensativo, hasta que al final dio su voto.-  Yo quiero poner cara a ese cabrón de Ragablard.

Tangrem miro el frasco con curiosidad y volvió a colocar el espadón en una posición menos amenazante. Los dos caminos parecen igual de peligrosos. Comento al ver que llevaba mucho tiempo callado. Puede que el mal conocido sea el mejor de los males… puede que si vamos por el camino que no conocemos nos encontremos con algo peor que un loco con una espada.  

Es Rabaglard-corrigió Hermigia a Onfale-. No Ragablard... Ra-ba-glard. Y ese cabrón hijo de la gran puta me las ha hecho pasar canutas a mi amiga Giralda y a mí. ¡Vayamos a por él! Quiero decir... Si hay que votar, yo voto por pasar cerca de su casa, como dice el flaco.

El "flaco", o sea, Onfale, no notó nada en especial al ponerse los guantes de tela. Y si salían ahora, podría aprovechar el efecto mágico de su disfraz, pero llegarían a la plaza mayor varias horas antes de que el meteorito se estrellase contra el reloj de sol, exponiéndose más tiempo al peligro. También podían quedarse allí hasta las siete y media u ocho de la tarde, ponerse en la plaza mayor en unos cuantos minutos por cualquiera de los dos caminos (por el largo un ratito más), y que Meridia se tumbase en el gnomón en el momento justo, sin tener que esperar innecesariamente en el corazón del pueblo.

Onfale sería un gran líder, y sabría mucho de pociones, pero de alquimia no sabía ni una mierda. Los hombres como Tangrem a menudo tenían que conformarse con soluciones más baratas que la magia, así que no le costó reconocer el contenido del frasco "abandonado" en el mostrador: se trataba de un vial alquímico de contraveneno.

Creo que es un frasco de contra veneno. Debido a mi trabajo he tenido que transportar e incluso usar alguno de estos frascos. Comento Tangrem, orgulloso de que su sabiduría sirviera para algo. Tenia que reconocer que entre tanto "cerebrito" a veces se sentía un poco estúpido.  

Nadie más se pronunció sobre el camino a recorrer, así que les tocaba dar un buen paseo para llegar a la plaza mayor del reloj de sol. Al pasar por delante de la casa de Rabaglard, encontraron la puerta abierta...

En casa del señor Grendell reinaba el silencio. Como todas las mañanas, el amo había estado pintando, para después echarse sobre su cama y quedarse muy quieto. Él también se sentía como el amo: había comido esa misma mañana hasta hartarse, y también estaba echado en la planta superior de la vivienda, amodorrado. Una suave brisa llegaba por la única ventana de la habitación. Entonces le llegó un olor familiar que le desagradó. ¿Podría tratarse otra vez de aquel tipo? Corrió hacia la ventana, apresurado, tirando sin querer el caballete del amo.

Vieron al perro saltar desde la planta superior de una casa aledaña a la de Rabaglard. Diez o quince pies de caída libre. El perro dejó escapar un quejido cuando su cuerpo se dobló y se revolvió por el suelo, pero enseguida se volvió a poner en pie, con solo unas magulladuras a pesar de lo aparatoso del aterrizaje. Se plantó cortándoles el paso, y ladrando a una de las Meridias.

GUAU, GUAU, GUAU, GRRRRR...

GUAU, GUAU, GRRRRRR...

Onfale también le recordaba. Ese maldito chucho superdesarrollado casi le mató ayer.

Flame dio un respingo al escuchar los ladridos del perro. No se sentía una amante de los animales, quizá más de los dragones, pero no de los cuadrúpedos y mamíferos. Cuando vio a ese can superdesarrollado recordó a Rufus y a Fosco, no sabía porqué, pero la cara de perro le había recordado al mediano. La ira le embriagó por completo y como si fuera un acto inconsciente escupió un fuerte chorro de ácido sobre el animal que estaba frente a ellos.

Sin duda parecía un enemigo, o al menos eso es lo que le pareció y temió que, estando tan debilitados como estaban, pudiera acabar con ellos.

Con la espada desenvainada, sabiendo los peligros que corrían por salir a la calle. Bueno, en realidad era peligroso estar en esa ciudad simplemente.

Sus ojos se movían con velocidad, pero mantenía la postura. Confiaba también en la fuerza de combate de Flame para derribar a cualquiera en un par de golpes, sin darles tiempo a arrepentirse de intentarlo. Los movimientos del guerrero eran seguros y tranquilos y, por suerte, todos iban a su ritmo para no dar oportunidades al enemigo de caer sobre ellos dispersados.

Pero la calma se detuvo. Apenas escuchó el caballete caer, o si lo hizo, su cerebro lo borró de su mente. El perro que se presentaba delante de ellos era una amenaza mayor. Su gruñido no era un saludo cariñoso, si no un símbolo claro de ataque inminente.

Volvió a mirar a todos lados. No parecía haber nadie más a la vista. Salió corriendo hacia el perro para poner fin a su vida lo antes posible.

Volteo el espadón sobre la cabeza y lanzo un tajo cruzado contra el can. En el proceso de incorporarse tiro la mesa y preparo un pequeño escándalo, pero era una ñiñeria en comparación con los ladridos del maldito perro. 

El perro esquivó sin problemas los ataques de Jadewo y Tangrem, pero el ácido escupido por Flame alcanzó al animal de refilón haciéndole soltar un resoplido de contrariedad.

Flame, ¡toma!-dijo una de las dos Meridias, la que tenía la voz de Onfale, arrojando una piedra ioun a la cabeza de la espadachina.

La piedra ioun, en lugar de estrellarse contra el pelo rubio de Flame, frenó en seco su trayectoria poco antes para empezar a orbitar "al vuelo". La chamana notó el poder, y el aumento de fuerza, cuando sopesó un Ayash más ligero entre sus manos.

Justo en ese momento, los dientes del cánido perforaron la armadura de Jadewo como si se tratara de una delgada hoja de pergamino, lo que dejaba claro que no estaban enfrentándose a un perro normal y corriente, sino a un super-perro que iba a ser muy duro de roer. Con un tirón seco del cuello, las mandíbulas se inclinaron, forcejeando con Jadewo para tirarlo al suelo.

Pensaba que el aliento iba a ser suficiente para acabar con ese can. Pero estaba claro que no era uno normal, si no que, efectivamente, se trataba de un súper-perro. Por eso se resistió a volver a lanzar otro chorretón de ácido sobre él. Y ahora que le habían lanzado la piedra ioun y que se sentía mucho más ligera y fuerte, decidió atacar con Ayash. Era como si para ella no hubieran pasado los días, como si se sintiera mucho más fuerte y enérgica que antes. ¡¡La piedra había hecho su efecto!! Y entonces... ¡zas! atacó sin contemplaciones contra el perro.

¡Maldito chucho infernal! Nunca has tenido un amo que te amaestrara en condiciones. Dijo mientras dejaba caer el espadón por segunda vez contra el perro, pero por segunda vez no le dio.

A la bruja de Hala le pareció que habían salido demasiado temprano, cuanto más tiempo esperasen a la vista de todos, más enfrentamientos, asi que pidió al grupo ir lo más despacio y cuidadosamente que pudieran.

Se acordó de que Onfale tenía un medallón con un conjuro de protectección que había pertenecido al mediano Fosco y le comentó que quizás fuera mejor dárselo a Meridia para que ella lo activase si fuera necesario.

Y entonces toparon con el primer problema. Ese debía ser el perro del que tanto habló el perfumista. Ese que casi acaba con él.

Leiath dejó hacer a los guerreros pues se sentía segura en sus manos. Mientras, seguía atenta a los alrededores, por si las moscas.

¡Vamos, duro con ese chucho inmundo! ¡Acabad con él!-jaleó la anciana.

Con ese carácter, Leiath veía muy probable que no hubiese aceptado quedarse sola en casa. Se la iban a tener que traer sí o sí, más les valía.

El combate se fue prolongando. Jadewo se quedó a ras de suelo, sin arriesgarse a ponerse en pie después de comprobar en sus propias carnes cómo se las gastaba el cánido. Flame intentó dos tajos, de los que solo alcanzó al perro con uno, pero insuficiente para matarlo o hacerle huir. Los peones no eran de gran ayuda.

Mientras, una de las dos Meridias avanzaba por un lateral de la calle, pegado a los edificios. Se mantenía alejada del combate, rodeando al perro y siempre manteniendo las distancias. En el siguiente turno lograría flanquear al perro, pero de momento no era más útil que lo que podían ser el resto de féminas del grupo, que se mantenían al margen de la batalla.

!Puñetero chucho engreído¡ ¿Por qué no te vas a comer gatos? Digo volviendo a blandir el espadón. Pero el arma volvió a surcar el aire con un silbido sin impactar en el perro. 

El golpe del perro fue brutal, tanto que derribó a Jadewo al tiempo que convertía en un pequeño colador a su armadura. En el suelo, resollando, se palpó el cuerpo, pues lo sentía entumecido y no estaba seguro si el golpe y el mordisco le había provocado algún daño más.

Pasaron unos segundos hasta que determinó que no, que no estaba malherido en absoluto. Alzó la cabeza, comprobando que el perro aún seguía allí, lanzando mordiscos hacia todos lados. No le quedaba otra que levantarse, prepararse para recibir una nueva dentellada y atacar al cánido hasta que terminara muerto.

Flame se sentía como la más importante de toda la batalla. Cada vez que tenían que luchar era como si ella fuese el centro de atención, pero cuando dejaban la lucha, su opinión e interés pasaba a un segundo plano. Pero por lo menos, se sentía como parte del grupo, así que siguió con su lugar en el que ya se sentía encasillada. Alzó una vez más a Ayash para rebanar la cabeza del cuadrúpedo, con la esperanza de que su filo cercenara de una vez por todas la cabeza de ese ser maquiavélico.