Partida Rol por web

Por el rabillo del ojo Leiath veía que seguían pegándose con el perro. Estaba tentada en ir a ayudarlos pero le preocupaba una posible emboscada por lo que que siguió vigilando los alrededores mientras rezaba a Hala para que el can errase sus mordiscos.

Flame no pudo resistir el mordisco del perro, y atacó desde el suelo con su espadón a la vez que la Meridia con voz de Onfale hacía lo mismo con su estoque.

¡Te la tenía guardada, hijo de perra!

Travis y Tangrem seguían sin ser lo suficientemente veloces como para alcanzar al escurridizo cánido. Jadewo fue mordido y de nuevo derribado, así que su golpe, en principio certero, no lo fue tanto. Entonces, el perro volvió a morder a Flame en el suelo.

Sabía, por lo que le había dicho Onfale, que el can era extremadamente fuerte, pero no se esperaba que pudiese tan fácil con sus dos magníficos guerreros.

Tumbados en el suelo parecían desprotejidos y eso era algo que Leiath no podía aguantar ver. Decidió dejar de recorrer con la mirada los rincones oscuros y pasó a la acción. Sacó su varita de proyectiles mágicos y apuntó al perro rabioso.

Tangrem decidió cambiar de técnica y en vede seguir insultado al chucho paso a fruncir el ceño y apretar los dientes con fuerza, con tanta fuerza que si hubiera tenido empastes estos hubieran salido disparados como balas. Pero en este mundo de fantasía aun no se habían inventado los implantes, ergo, no podían salir disparados. 

Flame cayó al suelo producto del impacto recibido por el perro. No podía creerse que aquella bestia estuviera acabando con ellos. Tenía el cuerpo lleno de mordiscos y sangrando, empezaba a sentirse gravemente herida, y como siguieran a ese ritmo, no lo contaría. Miró a Jadewo, ambos estaban tirados en el suelo y le gritó, debemos levantarnos a la vez, le dijo, no podrá golpearnos a los dos, y al menos así, solo uno, recibirá el mordisco. ¿Entendido? Flame confiaba en que los reflejos del perro no fuera tan exagerados como para conseguir morder a los dos. Por eso le había propuesto ese plan a su compañero. Por eso se puso en pie confiando en que su compañero hiciera lo mismo y uno de los dos se librase del impacto.

Según se levantaba el perro tuvo la destreza de volver a tumbarlo. El arma hizo su trabajo, aunque no tan bien como él esperaba. Resignado, resopló, pensando qué podría hacer contra tal criatura.

Pero fue Flame la que parecía encontrar la solución. La única manera de que alguno de los dos se levantara era haciéndolo a la vez. Confiaba, como ella, que el perro sólo hubiese ganado fuerza, pero no destreza. Se quedó quieto, esperando el movimiento de su compañera de armas; en cuanto ésta se agitó, Jadewo se levantó tan rápido como pudo y atacó

Los proyectiles de Leiath impactaron en la cara del perro sirviendo de distracción para que Flame y Jadewo tuviesen al menos una oportunidad. Contaron tres, y se levantaron, pero de un mordisco el perro devolvió a Jadewo al suelo, una posición lo insuficientemente incómoda como para manejar un arma tan grande: la estocada de su espadón falló. Y Flame, a pesar de estar de pie, y flanqueando con la Meridia del estoque, no estuvo mucho más acertada.

Travis, ayúdame...

La frase de la falsa Meridia fue interrumpida por las mandíbulas del poderoso perro, y la anciana acabó en tierra para ponerse en pie de una asombrosa voltereta. El peón Travis interpuso la espada, sirviendo de distracción, y dando tiempo a la espadachina octogenaria de hundir su estoque cerca del cuello. El perro soltó un aullido de dolor, pero no parecía dispuesto a retirarse.

Qué desastre! Cómo iban a poder aguantar hasta la caída del meteorito si ya en el primer encuentro sus fuerzas quedaban tan mermadas?

Era en aquellos momentos en los que su fé servía para algo, si no fuera por lo convencida que estaba de que todo aquello la acercaría más a Hala, se sentaría en una esquina a llorar.

Con determinación, la bruja volvió a descargar su varita al perro endemoniado, tras lo cual se fue acercando al combate pues sabía que su siguiente acción debía ser la de sanar a los más heridos.

Tangrem seguía con su racha de mala suerte, otro ataque más que fallaba. Ha este paso tendría que cambiar de profesión y hacerse mercader y no aventurero.... ¡Un momento! Antes era mercader y me iba mejor que ahora.... ¿Quien me mandaría meterme en estos berenjenales?  

Otra vez en el suelo. Jadewo resopló cuando por tercera vez se dio allí con la cabeza. ¿O eran ya cuatro? No lo recordaba, lo único que sabía es que las luces que brillaban en sus ojos cada vez tardaban más en desaparecer.

Observó su alrededor, o lo que podía permitirse desde esa posición. Levantarse era un suicidio nuevamente, sólo iba a conseguir volver a ser derribado por el maldito perro, que no parecía morirse nunca. Sabía que atacar desde el suelo era una estupidez, pero ¿qué otra cosa podía hacer?

Alguien podría considerar que manejar tan torpemente la espada desde el suelo fue una provocación. El mastín agarró el mandoble de Jadewo con las mandíbulas, como si se tratara de un palo, y de un movimiento seco de cuello la lanzó por los aires quince pies más allá, en la misma calle. Desarmado por su propia pifia, Jadewo desenvainó la cimitarra.

Flame acabó con sus huesos en el suelo, por un nuevo mordisco del perro, y desde el suelo logró que Ayash se cobrase sangre del poderoso enemigo, que con los proyectiles mágicos de la Bruja de Hala formaron las heridas más recientes. De nuevo fue insuficiente para tumbar al perro, pero cada vez respondía con más lentitud y falta de reflejos, debido a la pérdida de sangre.

Una vez más, Travis. Trabajo en equipo. A la de tres. Una... dos...

El eterno debate de si es "uno, dos y tres" o "uno, dos, tres y ahora". Un segundo de descoordinación que fue suficiente para que el perro esquivase el estoque de la falsa Meridia.

Leiath se debatía entre herir de nuevo al can (por su pudiesen acabar con él antes de que pegase otra detellada) y curar a la malherida Flame. Ay, si Alice y Aire hubiesen estado allí para contribuir con su poderasa magia... -Pero no era tiempo de lamentarse, no si querían acabar con esa maldición de una vez por todas.

Llegó hasta la guerrera y se dió cuenta de inmediato que iba a quedar expuesta, pero no había otra. Intentó concentrarse haciendo uso de su férrea fé por si el sabueso le mordiese la mano al tomar contacto con el pesado fardo del suelo.

Ya desganado volvió a levantar el espado por cuarta vez. Estaba cansado y el sudor surcaba su frente. Casi sin fuerzas volvió a dejar caer el espadón contra el perro esperando escuchar el rudio del metal chocando contra el suelo. Pero esta vez sonó distinto, sonó a huesos rotos y carne cortada. Por fin le había dado al maldito perro.  

Jadewo sólo podía dar gracias a los dioses por portar otra arma, quizá no tan poderosa como el mandoble, pero sí para seguir minando la moral y la vida a ese perro del infierno. Vio a Flame caer de nuevo, y quiso probar la misma estrategia

Flame, a la vez. ¡Ya! gritó al ver que la mujer estaba preparada, o al menos eso le pareció a él. La armadura no le dejaba dar un gran salto, pero al menos intentaría ponerse de pie y atravesar el cuello del can cuanto antes

Flame escuchó la orden de Jadewo y se levantó en el momento en que él dijo. Debían actuar así si querían evitar seguir siendo golpeados. El brillo de la escama de Flame cambió hacia un tono más blanquecino que irradió calor a sus compañeros. Las heridas se sanaban lentamente, pero a un ritmo que no serviría de nada si el perro no moría lo antes posible. Como siguieran así, iban a terminar muriendo y no habría forma de acabar con la maldición ese día. Parecía que estaban destinados al fracaso.

Colocada de nuevo en pie, recurrió una vez más a Ayash para tratar de encajar la última estocada que acabase con el can. Ojalá realmente esa fuese la última. Pero se equivocaba.

¡Buen golpe, Tangrem!

El perro se tambaleó, malherido. Mordió a Jadewo mientras se levantaba, pero no tuvo fuerzas para devolver al humano al suelo. Travis empujó con su hombro el costado del animal, pero no fue suficiente para hacerlo caer y facilitar el golpe de la falsa Meridia. El perro se reafirmó en sus convicciones, y pegó un mordisco al Onfale disfrazado, llevándolo al suelo. Desde allí, el estoque poco podía hacer contra la bestia.

A veces le hubiera gustado dedicarse a otra profesión, otra que no requirriese pensar tanto, como su amiga Flame, que se pasaba el día dando estocazos sin ninguna otra preocupación aparente.

Pero el camino de Hala le había hecho llegar hasta aquel punto; emplear su varita mágica para acabar con el perro lo antes posible? Sanar las heridas del apuesto Jadewo, que no parecía aguantar muchos golpes más? O acudir al rescate de su buen amigo Onfale, que, pese a estar disfrazado de Meridia, sabía muy bien que no era de aguantar mucho daño físico igualmente.

Se decantó, como no, por la última opción.

Procurando, de nuevo no ponerse al alcance del las fauces del can, dejó que el poder de Hala fluyese a través suyo para cerrar algunas de las heridas más feas del enteco perfumista.

El calor que le produjeron las manos de Leiath reconfortó el cuerpo de Flame. Sus heridas parecían tener mejor pinta y se encontraba con fuerzas renovadas para seguir luchando contra el can. Empezaba a cansarse de que aquella bestia no cayera. Jamás había visto a un perro tan poderoso e incluso había perdido la comprensión sobre la razón por la que se estaban enfrentando a él. Flame ya solo pensaba en matar, en venganza, en que aquella bestia pagase por todas las heridas causadas y por todo el daño que le estaba provocando a ella y a sus amigos.

Al fin consiguió levantarse. No por su gran habilidad, si no por el desgaste que había sufrido el perro. Aunque el animal no era el único herido. Miró a su alrededor y así mismo. De alguna manera u otra, todos estaban sufriendo el ataque de ese fiero can, y todavía no habían llegado a la plaza, donde se suponía que les esperaba un combate contra hombres y mujeres enajenados y demasiado fuertes.

Respirando con dificultad, Jadewo alzó la cimitarra y notó el calor que de ella emanaba. Inspiró aire antes de atacar con energía al perro. Ya queda poco se repetía una y otra vez.

El último corte propiciado por la cimitarra que Lovina regaló a Jadewo hizo soltar un quejido lastimero del can antes de que se dejase caer sobre sí mismo. Quedó moribundo, inconsciente. Respiraba con dificultad debido a su gran tamaño, el cansancio, y la sangre que encharcaba sus pulmones.

¡Matadlo! ¡Mataaaadlo!-azuzó Hermigia-. Ese perro es fruto de satanás.

Jadewo envainó la cimitarra y pudo recoger del suelo el espadón. Flame no se alejó mucho de él, dejando que su aura mística fuese curando sus heridas. Estaban a la altura de la casa del Señor Rabaglard, que tenía la puerta abierta, y la casa del pintor Grendell, que tenía la ventana de la planta superior abierta.