Partida Rol por web

Jajajaja... Yo sí. Permíteme, hermana. Me toca a mí contar la vida de los demás...

Resulta que Grendell estaba enamorado de Hermigia desde niño. Mi hermana pasó de él, y se casó con otro. Cuando enviudó, Grendell volvió al ataque. Le regaló un cuadro horrible con unas serpientes comiéndose unas a otras, como el del colgante de Leiath. Aún así, fue insuficiente para que el corazón de mi hermana se reblandeciera.

¡¿Cómo querías que le diera pie a ese hombre?! ¡Soy una mujer viuda, por el amor de Hala! Solo he tenido un marido, y así será hasta mi tumba.

Hermigia aceleró el paso, tomando la delantera para salir de la casa, Onfale ya no tenía su disfraz de Meridia, y Leiath guardó un cuadro que mañana al amanecer ya no estaría en su bolsa, sino en la pared de la que lo cogió. Al cabo de unas cuantas yardas, la anciana ofendida empezó a aminorar el ritmo a medida que sus piernas se cansaban.

Llegaron sin más incidentes a la bocacalle que llevaba a la plaza mayor, entre la iglesia y las casas que flanqueaban la torre de la alcaldía. Los dos edificios de piedra (iglesia y alcaldía) parecían adecuados para resistir un ataque pirómano de Eliss, y a lo lejos ya se veían varios cadáveres, incluyendo el de Giralda, la amiga de Hermigia.

¡Giralda!

Hermigia corrió hacia el cuerpo. Nada más abandonar la calle y exponerse en la gran plaza, un virote surcó el cielo y se clavó en su pecho, matándola al instante. Meridia no se dejó llevar. Tan solo se mordió el labio inferior, sin abandonar la callejuela, a sabiendas de que mañana la volvería a ver. Pero si alguien más se adentraba en la plaza, podría sufrir el mismo destino.

La pareja de ancianas alcahuetas mantenía entretenido al grupo a pesar de la tensión de la misión que debían acometer. Empezaba a coger cariño a las hermanas cuando Hermigia cayó por ir a socorrer a una amiga.

- El ayuntamiento.- Fue lo único que dijo el impasible Onfale. Descartaba la iglesia porque el padre Benancio era un borracho y su locura podía perjudicarles. Mientras que, en el ayuntamiento, una cuerda Virginia los mantendría a salvo detrás de las seguras paredes de la construcción. Pero, ¿cómo llegar hasta allí sin que los dejaran como si fueran un alfiletero? En la cabeza del perfumista empezaba a trazarse un plan.

- Aunque estamos las últimas aún me queda algo de magia por usar. Puedo hacerme invisible y perdirle a Virginia que nos abra la puerta y así atravesar la plaza esperando que Hala desvíe los virotes para que no sean mortales.- Si encontraban la puerta cerrada, esos minutos de espera, en los que Virginia bajara y les abriera la puerta, podrían ser mortales.- Hasta que la abra podría explorar los alrededores para pillar a ese cabrón desprevenido. Leiath, ¿si te dejo un pergamino de imagen silenciosa sabrías usarlo? Podrías crear un señuelo para que fuera objeto de los ataques y así determinar desde qué posición nos atacan. Si no lo haría yo mismo tras el abrigo del manto de invisibilidad.

No podía estar más de acuerdo. El padre Benancio había demostrado no ser muy fiable y además, llevaban a Meridia, quien no iba a estar muy contenta de ver el sueño de su difunta hermana.

Lo siento, mi señora- dijo en tono de disculpa a la anciana por la muerte de su hermana. Aunque la fuerte mujer estuviese acostumbrada a ver morir a su ser 'amado', no significaba que no le afectase para nada.

Yo también pienso que la alcaldía sería el mejor lugar para refugiarnos- respondió a Onfale-. Y sí, debemos averiguar donde está el tirador antes de adentrarnos en la plaza, sin duda alguna. Respecto al uso de la magia arcana, no podría decirte, me resulta algo confuso y quizás no pueda leer bien el pergamino, pero podría intentarlo si crees que es lo mejor.

Mientras esperaba la resolución que tomase el aquelarre, Leiath observó la plaza que tenían delante. De dónde podría provenir aquel disparo? Intentó calcular por el lugar del impacto a la desafortunada Hermigia, desde que dirección había sido lanzado.

Jadewo no lo vio venir. Sonrió cuando Hermigia se alejaba de ellos haciéndose la ofendida, seguramente escondiendo sus sentimientos por aquel pintor. Casi podía sentir cómo su hermana se reía para sus adentros, como una niña pequeña haciendo una travesura que molestaba a la otra.

Por un instante se le olvidó el peligro que corrían. Por un instante, se le olvidó que debía haber acudido hasta Hermigia para ir a su lado, y protegerla de cualquier ataque. Y ese instante le costó la vida a la mujer.

Jadewo agachó la cabeza, suspirando por su torpeza. Quiso decir algo, pero no había palabras. Aire y Alice habían muerto, al igual que Hermigia. Esperaba verlas a todas al día siguiente, si todo salía según lo previsto

Inténtalo, Leiath. Si conseguimos distraerle, quizá podamos ver su posición animó a la bruja de Hala para que lo hiciera.

En condiciones normales, Leiath era lo suficientemente inteligente como para leer un pergamino de baja magia, pero viéndola insegura, Onfale se quedó y ayudó a invocar el hechizo escrito en símbolos arcanos. El cebo apareció a su lado y salió corriendo en dirección a la plaza. Los virotes se sucedieron: dos virotes de una habitación del segundo piso de la posada La Esperanza, la más escorada hacia la izquierda de la fachada; otros dos virotes de una habitación en la misma planta, solo que escorada a la derecha de la fachada; y otros dos virotes salieron de uno de los despachos de la planta superior del juzgado.

Un virote era disparado cada segundo*, desde tres puntos distintos (juzgado y dos habitaciones de la posada), lo que implicaba la existencia de por lo menos tres francotiradores.

Flame miró a Onfale, estaba dispuesta a actuar de forma impulsiva, como hacía siempre. Onfale, ¿te queda algo de magia de invisibilidad? Dijo mientras sacaba el polvo de dispersión que había en su mochila y lo usaba para ganar algo de tiempo. Hazme invisible, treparé por la pared y daré caza a esos desalmados que nos están atacando. Dijo señalando la posada que no se veía por la nube. Si no puedes, dímelo que saldré corriendo lo más rápido que pueda para que ganéis algo de tiempo. Si me apuntan a mi las flechas, al menos os podré dar algo de tiempo mientras hacéis lo que tengáis que hacer. Sabía que Flame poco aportaba en charlas y dialéctica. Solo era útil cuando sacaba a Ayash a pasear, y eso es lo que iba a hacer. ¡Sea lo que sea, hagámoslo ya! 

Es que estaban pensando en lanzarse como locos a hacer de patos de feria?

Pero es que estáis mal de la cabeza!?- dijo asustada la bruja- Es que no podemos ir por atrás, donde no tengan ángulo de tiro, y meternos en el edificio para acabar con ellos?

Leiath, con la ayuda de Onfale, había creado la imagen del peón Travis, pero se arrepintió nada más hacerlo. Tendría que haber creado una de alguien del pueblo para ver si la atacaban o no. Quizás de la gemela de la mujer de Rabaglard. Pero bueno, ya era tarde para lamentarse.

Más le valía a Leiath aprender rápido a leer pergaminos puesto que Onfale no se caracterizaba por su paciencia. En el harén gustaba de acompañar sus lecciones con golpes de vara en los dedos a aquellas desgraciadas que le hacían perder el tiempo. Afortunadamente para ella, Leiath se había ganado un hueco en su corazoncito, así que fue indulgente. Cuando por fin la imagen de Travis se materializó corriendo a través de la plaza todos quedaron expectantes. ¡Ahí estaban!

Hijos de puta.- La situación era peor de lo que se imaginaba. Al menos tres francotiradores, dos apostados en la Esperanza y otro en el juzgado. Toda precaución había sido poca.

- Shammmmbu ajna adr̥śya.- El mago adoptó el mudra que casualmente coincidía con el gesto que los humanos solían usar para dar el visto bueno a algo ("OK") e impuso su mano en la frente de la lagartona. Como si el rostro fuera el espejo del alma todos pudieron ver reflejado en el del perfumista que no le hacía ninguna gracia "malgastar" su magia en aquella mujer musculosa y desagradable. Sin embargo la otra opción era ir él mismo y esa idea, después del incidente con el chucho, se le antojaba mucho menos apetecible. Allí donde Flame tenía esa exótica gema en la frente apareció el chakra Ajna, como un tercer ojo, dejando fluir a través de él la magia que la haría desaparecer de su vista.

- No lo desaproveches.- Le dijo a Flame de forma seca y algo cortante mientras su cabeza trataba de concluir un plan para llegar sanos y salvos al ayuntamiento. Esperaba que la mujerona se diera cuenta de que aquellos francotiradores puede que acabaran con ella. Cualquier habitante de Nueva Lechberg podía suponer un reto mayor de lo que esperaban. No podía confiarse. Una vez Flame se hubo ido, Onfale se dirigió a Leiath.

- Concéntrate y haz que el falso Travis actúe con normalidad. Que se mueva como buscando cobertura. Cuando veamos que Flame se ocupa de los de la taberna tendremos algo más de campo libre. Podríamos buscar el punto ciego del juzgado para que el de allí no pueda dispararnos. Hay que avisar a Virginia para que nos abra.

Jadewo apretó con fuerza el mango del espadón, deseando atravesar corriendo aquella plaza hasta encontrar a los francotiradores. Llamarles cobardes y retarles a que salieran a combatir dignamente. Pero todo eran ideales estúpidos que funcionarían en situaciones igual de estúpidas.

No le gustaba nada que Flame fuera la que fuera a por ellos y atacase mientras los demás tenían que quedarse allí esperando, quizá a que otra compañera muriera en el día.

Observó impotente como Flame desoía su advertencia, mietras, Onfale le hacía reaccionar llamándole la atención sobre la ilusión que había creado.

Se concentró todo lo que pudo para hacer que su Travis corriese en eses hacia el lado contrario donde ellos se encontraban. Si alguna flecha lo hendía, seguramente la imagen desaparecerías, asi que rezó a Hala porque durase lo máximo posible.

¡Cuidado!-dijo a Leiath, como si el virote que atravesó a la imagen ilusoria le hubiese dolido a él.

El edificio del juzgado no tenía ventanas en la primera planta, o más bien eran tan pequeñas que no cabrían por ellas. Otro rasgo del edificio es que hay un soportal, y una hilera de delgadas columnas podrían ofrecer algo de cobertura contra los disparos de la posada, pero el francotirador que disparaba desde ese mismo edificio no podría alcanzarles. Por otro lado, tenía ventanas en el segundo piso, pero el edificio era bastante compacto y no permitía un fácil acceso por su fachada para cualquiera que no fuese Flame.

El edificio de la posada era más sencillo de asaltar. Seguramente la cocina dispondría de una puerta trasera, y desde el techo de los establos sería bastante sencillo trepar hasta una ventana de una de las habitaciones de la planta superior. El problema era que el edificio estaba en la otra punta de la plaza. O daban un gran rodeo, callejeando por las peligrosas calles de Nueva Lechberg, o corrían y se exponían a los disparos.

Poco a poco, los disparos fueron bajando su frecuencia, como si aquel fantasma inmune a los virotes que corría por la plaza les hiciese sospechar de algo más.

Flame avanzó invisible por la fachada del juzgado hasta la ventana del despacho en el que estaba ubicado uno de los francotiradores... ¡Rabaglard!

¿Qué coño está pasando?

Rabaglard estaba confuso. Primero, porque sus disparos atravesaban a la figura de Travis. Después, por el sonido de pisadas en la pared, su reacción fue apartarse del alféizar y amagar con cerrar la ventana.

No esperaba que Ragablard estuviera ahí, no creía que fuera a ser uno de los francotiradores. Pero ahí estaba. Por un momento se vio en la tentación de atacarle, pero luego comprendió que él era el enemigo principal a abatir, y su instinto le dijo que no lograría acabar con él ella sola. Una vez que atacase, el conjuro de invisibilidad se vería deshecho, por lo que estaría a merced del asesino, y si moría con su daga envenenada, ya no tendría oportunidad alguna de salir con vida de esa eterna maldición.

Al ver que cerraba la ventana, Flame no hizo ningún intento de impedirlo, si no atacaba a sus amigos, era mucho mejor, así que continuó subiendo para ver si más arriba encontraba a un enemigo mucho menos peligroso al que abatir.

Onfale ya había perfumado a Flame con su magia, haciéndola mucho más femenina de lo que jamás ella podría llegar a soñar, y la ilusión que había desatado Leiath de su pergamino empezaba a perder efecto. No se podía engañar durante mucho tiempo a la gente con un truco tan básico. Debían apresurarse.

- Vamos por el soportal. Allí esas columnas pueden darnos cobertura.- Miró a Jadewo. Si el francotirador del juzgado, viendo que no podía dispararles allí, decidía bajar, alguien tendría que pararlo. La prioridad era proteger a Meridia. Tenía que morir, pero no asaetada, sino aplastada por el meteorito. Mientras esperaban que se pusieran en movimiento, el perfumista empezó a mover el cuerpo de manera extraña, como si  le doliera la espalda y estuviese estirándose, o tuviera algo por entre las ropas. Y así era. Poco a poco Perezoso fue asomándose por la abertura del pecho de la camisola del eunuco. Ojos saltones y movimientos lentos, era normal que le hubieran puesto ese nombre.- Si llegamos hasta el ayuntamiento Perezoso podrá trepar y pedir a Virginia que baje a abrirnos.- Perezoso no hablaba pero trepaba y se mimetizaba bien con el ambiente. Sólo tenía que escribir una nota en uno de sus pergaminos y que buscara a Virginia. No le gustaba separarse de él. Ya lo había hecho una vez y había sido un desastre.

Jadewo asintió a las palabras de Onfale, sabiendo muy bien qué quería decirle. Alzó el arma, preparado para cualquier tipo de ataque, y se colocó junto a Meridia. Allí todos eran insignificantes, excepto ella.

Vamos, estamos listos dijo, observando a todos los allí presentes, sabiendo que era el único capaz de defender hasta el último segundo. Meridia, no te separes de mí a no ser que te diga lo contrario.

Aún pensando que era una terrible idea esa de lanzarse a la plaza bajo el fuego enemigo, se preparó para cuando Jadewo saliera con Meridia. Ella protegerìa a la anciana por el otro flanco, con su cuerpo, si fuera necesario.

Ahora más que nunca dependían de la bondad de su diosa.

Onfale torció hacia la derecha para meterse por los soportales del juzgado, alejándose así de la torre de la alcaldía que quedaba a la izquierda. Pero su plan funcionó, fue el cebo perfecto. Un virote se estrelló contra la columna tras la que el eunuco se parapetaba, y otro pasó muy cerca de su sien sin herirlo. Desde una de las ventanas de la posada se escuchó una voz maldiciendo, quejándose de que su ballesta se había "encasquillado". A una docena de pies de dónde se encontraba Onfale, la puerta del juzgado, y a cincuenta pies, la puerta de la alcaldía, y ambas estaban cerradas.

Aún quedaba el francotirador del despacho de la planta superior del juzgado, sin ángulo para disparar a Onfale. Jadewo y Leiath tomaron el relevo del eunuco en el papel de cebo, justo a tiempo para ver que la ventana de la que esperaban más disparos se estaba cerrando. Tras ellos iban Meridia y Travis.

Flame me dejó una bolsita en la mano después de hacerse invisible, ¿que se supone que tengo que hacer con ella?

Travis abrió el saquillo para ver su interior. Ya habían llegado a la puerta cerrada de la torre cuando con el movimiento un grano de los que había en la bolsa saltó hasta la nariz de Travis.

Aaaah... aaaaaAAAh... ¡Atchís!

Todo el polvo de dispersión salió volando, creando una nube de partículas arremolinada contra la pared de la torre en la que estaba la puerta. La nube fue lo suficientemente grande como para cubrir a Leiath, Jadewo, Meridia y el propio Travis, pero no quedaba sitio para nadie más.

Mientras, Tangrem era el único rezagado que se había quedado atrás, pues Perezoso había terminado de trepar por el lateral de una de las casas, y ya caminaba sobre las tejas en dirección a la torre, con un trozo de pergamino enrollado atado al cuello, sobre la nuca.

El vínculo de empatía entre Perezoso y Onfale transmite cierta sensación de peligro... Ha debido ver algo desde los tejados.

Flame dedicó todas sus fuerzas a correr, pero aún así tener que bajar de la fachada del juzgado, andar por el suelo para cruzar la bocacalle y volver a encaramarse a la fachada de la posada, al no ser en linea recta, le restó velocidad.

Ahí estaba. Quince pies más y llegaría a la posición del último francotirador que ponía en peligro a sus amigos (y sobretodo a Meridia), ahora que uno se había liado con el funcionamiento de la ballesta y el otro había cerrado la ventana.