Partida Rol por web

Leiath maldijo para sus adentros por no poder lanzar una oración hoy a su diosa que separase mesiánicamente las aguas del río en dos, para cruzar con los carros por el lecho vaciado de agua. Habría sido un milagro digno de Hala, de esos que convierten a todos los testigos en creyentes. Incluso podría dar por finalizada la magia un poco antes, para que la corriente se llevase al último carro y matase a un par de esos milicianos que le habían visto desnuda con ojos impúdicos. No... ella no era así. Quizás cuando estaba vagando por el abismo lo era, pero esos tiempos ya pasaron. Ahora está en el plano material, y puede volver a ser la chica buena y virtuosa que fue antes de que las Brumas se cruzasen en su camino. Podía enterrar la Leiath dura y arisca bien hondo.

Mientras esos pensamientos distraían a la sacerdotisa, Tangrem respondió a Onfale...

¿El agua bendita? Bien... como dije, hay habladurías sobre las criaturas que se esconden en las Brumas. Bestias trémulas...-había una manada de bestias trémulas en las montañas Balinoks que casi les devoran-Lobos...-los druidas de Dorvinia habían convocado manadas de lobos de todas las razas-Pero también hay avistamientos de muertos vivientes-esos deben de venir de las Brumas del Thánatos-, por eso lo de la provisión de agua bendita. Claro que puede ocurrir que no nos crucemos con ningún vampiro o fantasma, y que seamos capaces de matar a algún zombi o esqueleto sin demasiadas bajas, pero mejor prevenir.

Bueno... tal y como había hablado Tangrem, puede que Leiath pudiese ahorrarse todo el tiempo y la plata para bendecir agua. Ahora ella estaba allí, y podría ahuyentar a los muertos vivientes y expulsarlos para que volviesen a las Brumas.

Debatieron la posibilidad de superar el obstáculo con un disco de Tenser. Podría transportar a las personas y a las provisiones, pero el disco no era lo suficientemente grande como para transportar un caballo o un carro.

Un poco de aire fuerte solo encresparía más la superficie del río, creando pequeñas olas, pero sería insuficiente para abrir un paso seco por el lecho del río.

Lo siguiente fue el muro de hielo. Alice lo moldeó con forma de puente con sección en "U" de forma que una balaustrada de hielo impidiese caer al agua. Aún así era resbaladizo. Un grupo de hombres portando cuerdas trató de cruzarlo aparatosamente, cayéndose de modo cómico. Cuando el primero lo consiguió y ató una de las cuerdas a un saliente de hielo del puente de Alice, el resto fue más sencillo. Pasaron suficientes hombres como para poder tirar de uno de los caballos desenganchados del carro. Cuando pasaron dos caballos, se convirtieron en las bestias de tiro que permitieron cruzar a las carretas.

Al cabo de unos minutos, todos habían cruzado. Alguno miró con recelo al bosque que habían dejado atrás, sintiéndose observados. Tal vez si se hubieran acercado para obtener leña con la que hacer las balsas, habrían tenido un encuentro desafortunado. Tal vez no, tal vez solo fuesen imaginaciones...

El viaje continuó tranquilo, por una pradera despejada que permitiría ver con facilidad a cualquier bestia que se les acercase. En el carro cebo, alguno se tomó la libertad de ir durmiendo a ratos ahora que no había amenazas, para estar listos para el combate si eran precisados para esta noche. Onfale pidió el libro de Alice, y continuó copiando otro de los conjuros. Usaba para ello ciertos materiales especiales de escritura, que solía incluír polvo de oro, con lo que entre lectura y lectura, el eunuco raspaba con una daga el oro de las monedas.

Alice le observó. No era mala idea. La maga también podría raspar polvo de oro de sus monedas para hacer el ritual con el que convocar un sustituto para el difunto Hollín. Sin embargo, un familiar muerto no puede ser sustituído hasta que hayan transcurrido un año y un día. En estos momentos, en los círculos de la alta sociedad de los acompañantes mágicos, Alice es una apestada a la que ninguna bestia mágica querría servir.

Fosco no era lo suficientemente bueno en tasación de objetos para identificar los más caros. Sus compañeros tenían cierta experiencia a pesar de su juventud, y habían logrado acumular en sus viajes muchas cosas de buena calidad. Lo que sí podía fijarse era en los objetos que trataban con más cuidado.

Por ejemplo, Onfale era un mago, y su libro de conjuros era lo más valioso para él. Aunque quizás la simple regañina a Fosco no tenía la enjundia de las amenazas de Jadewo y Flame, y quizás con robarle el turbante sería suficiente. Aunque deshacerse de Perezoso seguro que también le hacía mucho daño.

En el caso de Flame, lo más valioso para ella era su Ayash. Sin embargo, a estas alturas de la historia, Flame había acumulado tres espadones ligeramente distintos uno de otro, y no había manera de saber cual de ellos era el verdadero Ayash. Lo llamativo de la nueva Flame, tras su largo viaje, fue la gola de su armadura, pues llevaba el mismo emblema de serpientes enroscadas que el símbolo sagrado que Leiath llevaba al cuello. Como si hubiese abrazado una nueva fé.

Jadewo era distinto. Era una especie de guerrero, con escudo pesado de madera, armadura completa y espadón. Al igual que Flame, tenía una colección de armas en grupos de tres. En el caso de la "novia" de Onfale, se trataban de tres cimitarras. Pero es que además también llevaba un espadón y un hacha de batalla. Armado hasta los dientes. Durante el tiempo que duraron sus siestas en el pescante, no se llegó a quitar la armadura ni una sola vez.

De todas formas, no era el momento para intentar nada. Había demasiadas personas en el carro, y nunca dormían todas a la vez.

¡Alto! ¡Acamparemos aquí! ¡No nos internaremos en las Brumas hasta mañana!

Los carros se detuvieron durante el ocaso, aún en territorio de la pradera. A una distancia prudencial frente a ellos, comenzaban las Brumas. Dispusieron de los vehículos en un círculo defensivo, bastante amplio para resguardar en él los caballos y las personas, con lo cual quedaban anchos huecos entre carro y carro. Cogieron madera del carro de cosas de acampada, y encendieron fogatas alrededor de las carretas, para iluminar el turno de los cuatro guardias. El resto de personas se fueron a dormir, incluyendo Tangrem y Gloria. Los demás, habiendo dormido varias siestas en el carro, no tenían sueño por el momento. Onfale terminó de copiar el conjuro que quería del libro de Alice y se lo devolvió.

Transcurrieron las tres primeras horas de la noche...

Los guardias os indicaron la posición de dos depredadores que estaban rodeando el campamento para atacar desde distintos flancos. Se traban de dos lobos grandes como caballos, de pelaje blanco. Uno de ellos salió de las Brumas y se desplazó al noreste entre los peñascos y rocas de la falda de la montaña. Otro avanzó por el oeste, agazapado, tratando sin éxito de buscar cobertura entre arbustos demasiado bajos para semejante bestia.

A pesar de la aparente incomodidad, el guerrero arcano estaba descansando con la armadura completa puesta, y no se le veía molesto alguno con ella puesta. Así que cuando se incorporó ya estaba presto para el combate en caso de ser necesario...

Se acercó a uno de los huecos dejados por dos carros para poder ver mejor al depredador, una especia de lobo albino, grande, y para nada amedrentado ante la presencia de un grupo más o menos grande de humanos.

Tras escuchar el aviso de los guardias, Flame se puso en pie y observó la posición por donde se dirigían los lobos. Estaba claro que era una pareja de albinos que venían en busca de caza. Desconocía el poder de la bestia, pero confiaba en que Jadewo y ella fueran lo suficientemente fuertes como para hacerles frente. Quizá si además le apoyasen los hombres armados, que no soldados, y alguno de los arcanistas, podrían darle muerte lo suficientemente rápido.

¡Adelante, Jadewo! ¡Tú ve a por uno, que yo iré a por el otro! Y cuando avanzó lo suficiente, se preparó para enfrentarse a él en cuanto llegase. Pues desde la distancia prefirió comenzar lanzando una de sus particulares vomitonas.

Desde que Fosco se uniese a la caravana la sirviente de Hala había permanecido silenciosa, observando su alrededor y en especial al mediano.

Todavía no entendía la razón de haberle llevado. No solo había sido sumamente insolente con aquellos que le había acogido calurosamente tras su reencuentro, sino que además exigía un pago por su trabajo. Qué trabajo? El robar a los miembros de la expedición?

Y por eso la bruja permanecía calladita, Hala no quisiese que sacase su carácter en aquellos momentos en los que debían mantenerse unidos.

La aparición de los lobos no cambió el temple de Leiath, que confiaba en la fuerza y habilidad de los guerreros de su aquelarre.

La tentación del turbante era notoria, pero "perezoso" era una opción que también le divertía. Se había reído de perder a Rufus, sólo había una forma que Onfale le entendiese, perdiendo a su amado Camaleón.
Llame tenía tres espadones y con uno de ellos le había amenazado. Sin ese espadón quizás se relajase un poco.
En el caso de Jadewo el espadón estaría bien.

El pequeño Fosco quiso ayudar a repeler aquellos lobos. Claramente si el grupo perdía quizás esos lobos no se saciasen con esa carne y fuesen a por él. Debía tener cuidado o moriría también, quizás ir a la brumas no había sido tan buena idea. Además esperaba que su grupo le acogiese de forma calurosa, desde que los había visto sólo había encontrado un grupo desecho y dominado por el perfumista. ¿Quizás había caído en otra dimensión en la que Onfale era el líder y no un simple perfumista? Sea como fuere la falta de voluntad de Flame y de Alice le deprimían, la loca de Aire sólo iba de aquí para allá y la nueva tenía una patada en la boca, que mal le caía la novia de Onfale. Para colmo sentía las miradas desconfiadas de Leiath, ¿sería verdad? ¿Cómo podía aquella mujer mirarle tanto? Nunca había sido buena ocultando sus sentimientos, era como un libro abierto y en su cara siempre estaba una mirada juiciosa. Eso terminó de deprimir al mediano quien apunto estuvo de decirle algo, pero no tuvo la fuerza moral que eso requería. El mediano que había hecho tanto por el grupo y ahora parecía que todos le miraban como a un vulgar ladrón. Onfale poco más que le abandonaría en las brumas si no hacía lo que ordenaba. Flame le había amenazado con cortarle en dos y Jadewo tampoco se había quedado corto en sus amenazas. ¿Cuánto odio podían procesar? Y a todo esto ahora se unía Leiath, ¿qué hacía Fosco allí? Y eso se planteaba hasta el ataque.

Tras pasar el río con el puente de Alice, el viaje fue tranquilo. Aire no se había conseguido dormir, pues la presencia de Gloria la incomodaba en parte. Sentía que en un descuido la mestiza podía saltar sobre todos y les mataría en menos de dos segundos. Quizá era porque no era agradable ni simpática, pero no entendía por qué había despertado esos sentimientos en ella.

La presencia de los dos lobos blancos no puso a Aire en alerta, pero sí a Aristóteles.

¿Has visto que bonitos son? Seguro que quieren jugar con nosotros. ¡Podemos ponerles nombre, como a Platón! Pero no quiero que den vueltas alrededor de mi cabeza, que entonces me comería sus pelos y no vería nada... ¡No, no van a ser malos! No, seguro que no tienen hambre...

Pero no hubo más discusión. Aire notó como la magia recorría todo su cuerpo y como sus ojos se volvían negros como el azabache.

No os confiéis en que sólo son dos, puede que haya más ocultos en las Brumas anunció la hechicera, esperando el momento oportuno para lanzar sus conjuros.

Alice se amortizaba sola, sobre todo cuando esta última resurrección les había salido por la patilla. Consiguieron cruzar el río  gracias a ella y con eso esperaba Onfale que las primeras reticencias hacia su liderazgo, por otro lado normales, quedaran resueltas. La conversación con Tangrem le dejó más tranquilo con respecto a el agua bendita y los nervios de Leiath por no dar la talla al respecto. No necesitaban agua bendita mientras la mantuvieran con vida. Estaba dispuesto a ser su guardaespaldas personal, como ya había hecho más veces. Leiath era tan o más importante que Gloria. Y era pro ello que no se despegaba de ella ni un segundo. Le gustaba peinarle el cabello cuando tenían un rato de descanso y no tenía que estudiar el libro de Alice.  Los garabatos mágicos de la Maga Roja le hacían muy difícil desentrañar la Esencia contenida en ellos.

Pudieron descansar bastante pro el camino pero la noche no fue amable con ellos y enseguida los que hacían guardia les dieron el aviso de un avistamiento poco deseado: dos lobos de tamaño enorme y pelaje blanco. Onfale con gran agilidad, y por qué no decirlo algo de magia de sus preciadas botas, logró ponerse de pie tan rápido que parecía un gato que viera un pepino.

- Leiath quédate detrás mío.- Visto que Flame se lanzaba al ataque y conminaba a Jadewo a hacer lo mismo, el perfumista trató de localizar también a Gloria.- No dejéis a Gloria sola.- No pudo evitar fijarse también en Fosco y que ya se movía por ahí con la rapidez que lo caracterizaba. Rápidamente se concentró en sus enemigos, escritando con sus enormes ojos negros ávidos de conocimiento.

El chorro ácido que Flame expulsó por la boca fue perdiendo fuerza con la distancia, quedándose corto. El lobo de su flanco gruñó y echó a correr hacia el campamento. Por el lado de Jadewo se aproximó el otro. Y, como si Aire pudiese leer la mente de la malvada vicisitud del destino, un tercer y un cuarto lobo blanco salieron de las Brumas y atacaron por el frente.

Al llegar a las inmediaciones del campamento, los lobos exhalaron un aliento helado de nieve. Su objetivo no fue ninguna de sus presas... lanzaron el soplo helado sobre las distintas hogueras que rodeaban las carretas. Y así, la pradera volvió a ser engullida por la noche.

Para Onfale ya no cabía duda: aquellos grandes lobos eran bestias mágicas conocidas como lobos invernales. Su aliento y su mordisco se refuerza con el poder del frío, al que son inmunes y resistentes. Por contra, estas criaturas sufrirían con el calor del fuego. Es quizás por eso que se preocuparon de apagar las hogueras en primer lugar. Sin duda son criaturas inteligentes, a la altura de grandes pensadores como Flame o Perezoso.

El juego de miradas con Fosco terminó repentinamente. Alguien había apagado la fuente de luz. Maldita sea!

Gracias a que hacía poco había estado revisando sus pertenencias, se acordó de que tenía una antorcha mágica, la cual sacó de inmediato para iluminar el campamento.

Ante el combate inminente, y viendo los ataques especiales de las criaturas, Jadewo, quien solo portaba el escudo, sacó primero su colgante limunoso y luego hizo danzar sus manos en el airé y tres rayos ígneos volaron contra el lobo invernal de su flanco.

-¡Creo ignem!

El ataque alcanzó de lleno a la criatura haciendo que esa prendiera como una tea con su pelaje al aire.

-No salgais de la protección de los carros.

Tras informar convenientemente a sus compañeros de lo que sabía acerca de los lobos invernales, pues eso era lo que se les acercaba, el perfumista puso en sus manos a su fiel ballesta. Por su parte los lobos demostraban su inteligencia apagando las hogueras con su gélido aliento y sumiendo a la comitiva en la oscuridad. Pero no eran un "aquelarre" sólo porque sonara bonito e intimidatorios, sino que pronto, Jadewo y Leiath, mostraron que tenían recursos.

No sólo eso, sino que Aire demostraba prudencia reservando su magia, seguramente aconsejada por Aristóteles, y hacía bien, ya que de entre las brumas aparecían otros dos miembros de la manada.

- ¡Freid a esos dos!- Animó a las brujas del aquelarre a imitar a Jadewo y fulminar a aquellos dos lobos que quedaban a tiro hasta que su precioso pelaje blanco quedase reducido a cenizas. El perfumista apuntó en la penumbra hacia uno de los lobos y apretó el gatillo.

Flame se cobijó ante la luz de sus compañeros, no podría aventurarse en la oscuridad, contra un enemigo que muy probablemente pudiera ver perfectamente, y con una serie de brumas que si te alejabas mucho terminaban por devorarte. No. 

Lo mejor que pudo hacer es quedarse ahí parada, esperando a que el lobo se acercase lo suficiente y estuviese a tiro de Ayash, justo allá donde la luz alcanzaba a iluminar. 

La llegada de los nuevos lobos no la pilló por sorpresa. Quizá ella no sabía nada de bestias mágicas, pero un poco de campo sí sabía. Y los lobos siempre van en manadas. Y ellos dos eran la avanzadilla. Nada les aseguraba que no hubiera más, o que estuviesen a punto de llegar.

Volved a encender las hogueras, o crear otras nuevas. Si las apagan, es porque las temen reflexionó en voz alta, dando órdenes a los del campamento para que hicieran algo.

Juntó las palmas mientras su cabello se encrespaba. Al abrirlas lentamente, unas chispas de fuego empezaron a jugar entre las palmas. Según las iba separando, un orbe de fuego creía a gran velocidad, hasta que el orbe tomó un tamaño considerable. Ajustó su mirada hacia el lobo. Con un poco de suerte, quedaría un lobo menos después de ese ataque.

Dos aullidos quejumbrosos sonaron en la noche cuando la magia piroquinética de Jadewo y la de Aire redujeron a cenizas a la mitad de los enemigos. Los otros dos lobos supervivientes no se lo tomaron demasiado bien...

GRRRRRRRRR...

Al suroeste, el lobo con el virote clavado en su lomo, avanzó hasta Flame mostrando unas grandes fauces que exhalaban un halo frío. Las mandíbulas se cerraron sobre la espadachina, que sintió cómo una costra de escarcha helada se formaba en sus heridas recién abiertas. El ímpetu del lobo empujaba el cuerpo de la rubia hacia atrás, intentando tirarla al suelo.

Al noroeste, la otra bestia de pelaje blanco bajó el cuello y cargó contra uno de los carros exteriores, intentando volcarlo sobre Leiath, Alice, Fosco, Onfale, y media docena de hombres que dormían en sus sacos. Por suerte no se trataba del carro cebo, vacío y más ligero de mover, sino el que estaba lleno de provisiones y pesados barriles. El carro no se movió ni una pulgada cuando un sonoro "toc" se produjo al chocar la cabeza del lobo con el lateral del carro. Aquel lobo invernal se desplomó en el suelo, algo atolondrado por el golpe.

Los cuatro guardias se miraron unos a otros. Aire ordenaba salir fuera del círculo de carretas para encender las hogueras; Jadewo ordenaba que se quedasen dentro... En principio, instrucciones contradictorias, pero ninguno de ellos era su líder, así que daba igual lo que dijesen. Los cuatro se envalentonaron, y dieron la vuelta a la carreta, saliendo fuera del área resguardada... pero no para encender hogueras, sino para descargar una lluvia de garrotazos sobre el lobo caído.

El ruido de combate no tardó en despertar a Tangrem, Gloria y el resto de expedicionarios...

¡Despertad! ¡Arriba! ¡A las armas!-ordenó Tangrem, sin recordar que había sido relevado quince horas antes.