Partida Rol por web

El Congo. Allá en Berlín, la idea de adentrarse en la misteriosa África en busca de la mayor gloria del Reich era algo que haría saltar de alegría a cualquier buen hijo alemán. Pero una vez en el continente la realidad era bien distinta. Hacía calor, demasiado calor. El sol te destrozaba durante el día y los mosquitos lo hacían durante la noche. Y encima el trabajo no estaba dando sus frutos. Aquella asquerosa mina estaba vacía. Ningún diamante con el que poder engrosar las arcas del Reich.

Bauer se encontraba aquella mañana cerca de la tienda de la cantina, intentando sobrevivir al nuevo día cuando estalló el motín entre los negros. Algo les había hecho interrumpir el trabajo y encima uno de esos asquerosos había huido. Sin pensárselo dos veces, Bauer caminó con paso firme hacia la entrada de la mina. Por el camino se cruzó con la fila de negros que temblaba aterrorizada. Sin más dilación, abrió su pistolera y sacó su Luger P08. Apuntó a un negro cualquiera y le voló la cabeza de un disparo.

-¡Volved al trabajo, perros!

Fuchs estaba aún terminando de plisar el bolsillo de su camisa tras haber guardado allí la colilla cuando empezó aquel revuelo. No tuvo tiempo para prestar atención al gesto de fastidio que pusieron aquellos dos soldados tras ordenarles que limpiaran la mierda que habían ido dejando en el suelo, pues estalló un tumulto en la boca de la mina.

Vio a un soldado correr hacia el sargento Grimm y, después, negros corriendo. Uno de ellos corrió hacia la inmensidad de la jungla. Grimm sacó un perro y se llevó consigo al soldado para perseguir al negro.

Unos y otros corrían, algunos hacia la mina, pero Fuchs se dedicó a observar con atención. Entre el griterío y el desconcierto, escuchó un disparo y vio, a lo lejos, a un negro caer al suelo con la cabeza destruida. Prefirió mantenerse lejos de la acción, observando, pero dio unos pasos en dirección a la boca de la mina; los suficientes como para escuchar las conversaciones de los capitanes, pero como para mantenerse lejos en caso de que algo explotara por los aires. Aquello bien podría ser una trampa.

Con su mano derecha desabotonó la funda de la pistola, por si acaso era necesario usarla, pero no la sacó.

Muchas cosas ocurrieron al mismo tiempo. La primera fue ver al sargento Hoffmann internarse en la cueva a paso rápido y firme. Al mismo tiempo, el sargento Grimm se internaba con un perro y un soldado en la espesura tras el negro que intentaba escapar internándose en la espesura. Entonces el estruendo de un arma al dispararse resonaba en el campamento y un negro que caía fulminado contra el suelo. El cañón que empuñaba Bauer aun escupía un ligero hilo de humo mientras a su alrededor los negros reculaban y se empezaban a poner en pie a trompicones. Y Hartmann cogió por el cuello a otro trabajador y comenzó a increparle mientras este sacudía las manos. Müller se situaba junto al capitán y Soren permanecía atento a todo, pero sin actuar en ningún lado.

En cuanto Hoffmann entró en la cueva sintió como si el calor y la opresión le dieran una bofetada. Era casi como si el aire no pudiera penetrar en aquel lugar por lo que empezó a jadear un poco, pero sin aminorar la marcha. El túnel se iba introduciendo cada vez más en la tierra profundizando en el corazón de aquella montaña. La oscuridad parecía reclamar el lugar salvo por unas pequeñas antorchas, colocadas cada pocos metros, que iban iluminando el camino por otro lado lleno de piedras y desniveles. Era fácil tropezarse si uno no iba con cuidado. Pero el oficial avanzaba con determinación y con un punto de excitación. ¿Habrían encontrado lo que habían venido a buscar?

De vez en cuando encontraba alguna bifurcación, había muchas galerías, pero era fácil guiarse pues solo había que fijarse en esos negros supersticiosos y ver hacia donde miraban. Y así siguió avanzando, hasta que al final, el pasillo se ensanchó en una gran sala circular, cuyo techo estaba a 5 metros. Era una habitación sobria, sin nada destacable en sus paredes, suelo o techo. Un soldado se cuadró al verle llegar, alrededor, varios negros estaban arrodillados y diciendo letanías. Pero ni se percató de él. Si mirada estaba centrada en lo que había en la pared del fondo. Una puerta de unos 3 metros de altura con un extraño símbolo grabado en ella.

En seguida el barullo del campamento fue acallado por la selva cuando Grimm se adentró en ella. El soldado le seguía de cerca con el arma en ristre y esperando órdenes y el perro tiraba con fuerza de la correa mientras parecía seguir el rastro del huidizo negro. A pesar del silencio, si le llegó el sonido de un disparo hecho en el campamento, aunque supuso que serían acciones disciplinarias para controlar a los trabajadores.

Corrieron por la selva durante unos minutos sin ver a su presa lo que puso nervioso al sargento. Pero entonces, al saltar un árbol medio caído, se encontraron al negro acurrucado, temblando de miedo murmurando.

- Sithethelele i-Avhril. Sithethelele. Angifuni ukufa. Avhril, Avrhil, omkhulu futhi onamandla.

Parecía tener un pequeño ídolo pagano en la mano que, al ver al oficial, levantó a modo de escudo frente a él y Grimm.

El negro se sacudía ante el agarre de Hartmann, entre toses y jadeos por tener los dedos del capitán alrededor de su cuello, soltó una retahíla de palabras que no era capaz de entender.

- Intaba iqalekisiwe. I-Avhril akufanele iphazamiseke. Ungavuli umnyango. I-Avhril akufanele iphazamiseke.

Instintivamente te giraste hacia Bauer pues sabías que, durante el transcurso de esta misión, había aprendido algo del idioma de los salvajes y quizás podría lanzar algo de luz de lo que decía. Al mismo tiempo, varios esclavos se acercaron y te acariciaban con ojos de súplica por que soltaras a su compañero.

El negro se sacudía ante el agarre de Hartmann, entre toses y jadeos por tener los dedos del capitán alrededor de su cuello, soltó una retahíla de palabras que no era capaz de entender.

- Intaba iqalekisiwe. I-Avhril akufanele iphazamiseke. Ungavuli umnyango. I-Avhril akufanele iphazamiseke.

Müller vio como Hartmann se giraba hacia Bauer. No era raro ver que recurría a su “amigo” y menos en esta ocasión. Al fin y al cabo, era el único que podía chapurrear el idioma que usaban estos salvajes.

Entonces lo sientes. Entre tanta confusión, con todas las miradas distraídas, podría ser el momento perfecto para colarte en las tiendas de tus “compañeros” oficiales por información. Al fin y al cabo, tienes una misión que hacer ¿Verdad?

El disparo que hizo pareció surtir el efecto querido y parece que la idea de huir se les quitó del a cabeza. incluso algunos se ponían a duras penas de pie e intentaban volver al trabajo. Hartmann intentaba interrogar a uno, aunque inútilmente. Al fin y al cabo, el no entendía su idioma.

- Intaba iqalekisiwe. I-Avhril akufanele iphazamiseke. Ungavuli umnyango. I-Avhril akufanele iphazamiseke.

Por suerte, Bauer había estado la última semana intentando aprender aquel primitivo dialecto, aunque fuera para tener alguna ventaja sobre estas pequeñas criaturas. Pudo comprobar como su amigo le miraba solicitando ayuda. Tampoco es que hubiera mucho que rascar, lo que el negro balbuceaba solo era superchería.

La montaña está maldita. Avhril no debe ser molestado. No abran la puerta. Avhril no debe ser molestado.

Empujo al negro y cae al suelo, estaba siendo permisivo pero estos seres estaban empezando a sacar lo peor de mi. 

Veo que Bauer esta cerca, seguramente haya oido lo dijo el miserable, se que el habia aprendido algo de su idioma.

-Bauer, que ha dicho esta rata infesta. No entiendo su maldito idioma. 

Miro a todos los negros que están a mi alrededor y les grito - A VER ALGUNO DE VOSOTROS PUEDE DECIRME EN MI IDIOMA QUE HA PASADO O LO PAGAREIS CARO. VAMOS HABLAD. 

Saco el arma a modo de amenaza a ver si con el miedo alguno es capaz de darme una pista. 

Tras eso grito a Hoffman: HOFFMANN, ¿TODO BIEN AHI DENTRO? ¿QUE HA OCURRIDO?

Si no fueran amigos desde la más tierna infancia, se hubiera enfadado con Bauer. Los recursos de ese lugar eran cuanto menos escasos y no sólo en alimentos, sino también en mano de obra. Aunque visto lo visto, aquella mano de obra estaba siendo bastante inútil. Fuera como fuera, él se había reprimido a la hora de acabar con uno de los díscolos negros. No había sido una reacción demasiado meditada, pero sin duda habría resultado ejemplificante, lo cual era la parte positiva.

Tampoco es que tuvieran prisa. Habían encontrado una puerta extraña, sí. Los negros habían huido presa del pánico, también. No obstante, la puerta seguía cerrada y los negros, por mucho que así lo pretendieran, seguían siendo simplemente seres infrahumanos llenos de supersticiones y creencias erradas por su mala interpretación de los fenómenos naturales. Lo primero que debían hacer ahora era escuchar lo que aquellos perros zainos tenían que decir.

- ¿Y bien? - Reiteró la pregunta de Hartmann hacia Hoffmann.

Fuchs vio que el capitán estaba perdiendo la calma. Le dio la impresión de que si las cosas seguían así, antes del anochecer no iba a quedar ni un negro vivo. No es que le importara demasiado, los negros esos bien podían irse al infierno y, además, todavía quedaban unos cuantos soldados que podían seguir excavando, si esa maldita enfermedad no se los llevaba a todos por delante antes.

Volvió a abotonar la funda de su pistola, pues ya parecía haber suficientes pistolas desenfundadas. Rezongó fastidiado al ver el cadáver del negro ahí tirado. No por el negro (a qué débil emocional podría importarle la vida de un negro salvaje), sino porque lo único que les faltaba era tener otro posible foco infeccioso en el campamento. Así pues, se dirigió hacia la carpa de los barracones y volvió a tomarse la libertad de dar órdenes a los soldados. Señaló a otros dos de ellos y les indicó:

—Háganse cargo de llevar ese cadáver lo bastante lejos del campamento y tirarlo a alguna zanja.

Después de eso, se alejó rezongando y enojado hacia su carpa.

Sin embargo, cuando llegó frente a su carpa, miró en dirección de la mina, los barracones y, tras asegurarse que nadie lo estaba mirando, entró furtivamente en la carpa del capitán Hartmann, situada justo enfrente de la suya.

Con la mayor celeridad, pero sin perder la calma, empezó a buscar algún documento, archivo, algo que le sirviera para recabar información sobre esa misión, sobre la mina, sobre lo que fuera.

Una vez llegó a la gran sala Hoffmann no prestó atención a ninguno de los allí presentes, al menos en un primer momento, ni al soldado ni al resto de los congoleños que habían forzado a trabajar en la cueva. El corazón le latía fuertemente, notaba que la boca le salivaba y que los ojos se le habrían como platos ante el hallazgo. Sus esperanzas se habían cumplido, al fin llegaba al templo. Rápidamente sacó su libreta y un lapicero que siempre llevaba en uno de sus bolsillo y comenzó a dibujar el extraño signo que había en la puerta. Luego se percató de la presencia del soldado y arqueó una ceja.

—¿Cómo te llamas, hijo?— Le preguntó con la intención de recordar su nombre para cuando tuviera que eliminar cabos sueltos. —Muy bien, soldado Streicher. Coja a algunos de estos negros y vayan a abrir la puerta. Es probable que los diamantes estén detrás de este lugar— mintió para infundir ánimos al muchacho ante la perplejidad y el asombro de los congoleños.

Confiaba en que su propia excitación se disimulara con el supuesto e inminente hallazgo de los diamantes. Mientras Streicher se ponía manos a la obra y movía a punta de bayoneta a los negros, él se dedicó a observar el techo de la gran sala en la que se encontraban. Le sorprendía el tamaño de la construcción, porque dudaba de que algo así fuera obra de la naturaleza, y se preguntaba con qué herramientas se habría labrado, hace cuánto tiempo y por medio de quién.

Dejó que el perro se le echase encima para morderle un poco. Que sintiese el miedo. Luego tiró del animal antes de que las cosas fueran a más. Grim arrancó el ídolo de manos del negro sin prestarle casi atención.

—Debería rematarte aquí.— le aulló en alemán sabiendo que el otro no comprendía ni una palabra —¿Qué puñetas dices?

Miró entonces al ídolo que tenía en la mano. ¿De dónde puñetas lo había sacado aquel salvaje? Tirando nuevamente del perro hizo un ademán al soldado:

—Agárrelo y tráigalo de vuelta para el campamento. Puñeteros salvajes.

Bauer volvió a enfundar la pistola con parsimonia mientras el negro balbuceaba idioteces en su idioma. Se acercó hasta el capitán a paso ligero.

-Señor, repite lo mismo todo el tiempo. Dice: La montaña está maldita. Avhril no debe ser molestado. No abran la puerta. Avhril no debe ser molestado... No sé que quiere decir Avhril, señor, no entiendo esa palabra -termina con un encogimiento de hombros.

El perro se abalanzó sobre la pierna del negro que soltó la figura cayéndose en el suelo. El sargento solo necesitó tirar un poco de la correa para que el animal se detuviese. Aquella alimaña se encontraba acurrucada sobre sí misma, balbuceando lo mismo mientras la sangre manaba del mordisco.

- Avhril, Avhril -

Dio la orden al soldado de que llevara de vuelta al negro cuando se fijó donde había caído el ídolo. Cuando Grimm lo miró, sintió como si algo le obligara a mantener la vista clavada en él. Casi sin pestañear, se centró en él. Parecía un hombre cubierto con una túnica negra y estaba tallado en madera. Sus ojos le miraban. ¿Sus ojos? se volvió a fijar y no había nada en aquel rostro vacío, sin embargo, si había visto algo. Entonces un símbolo se dibujó en su mente.

Y como si su mente viajara por el mundo a toda velocidad, comenzó a ver infinitas imágenes de bocas mordiendo carne. Dientes, carne, sangre, bocas tragando. Y de pronto, volvía a estar en la selva, pero estaba sudando. Y entonces alzó la cabeza y frente a él, había un hombre encapuchado. Pero algo más ocurrió y sintió un dolor terrible en el brazo.

No había visto al soldado agacharse sobre el negro, no le vio esquivarlo con extraña agilidad, no vio a este infraser abrir la boca, enseñando unos negros y deformados dientes y no le vio cuando lanzó su bocado contra su brazo izquierdo.