Partida Rol por web

la emoción dio paso a un estado casi hipnótico cuando miró el símbolo. Era de dos metros y abarcaba casi toda la puerta, de oro macizo. Pero no era esto lo que le interesaba a Hoffmann, sino su forma:

No podía apartar la mirada de ella. De pronto, sintió como si algo tirara de su cuerpo y lo llevara por todo el mundo. Comenzó a ver infinitas imágenes de bocas mordiendo carne. Dientes, carne, sangre, bocas tragando. Y de pronto, volvía a estar en la cueva y su mano había dibujado el símbolo. Al recuperar el sentido, miró a su alrededor y vio que los negros le miraban muy serio, sin moverse, sin emitir ningún ruido.

Intentando aparentar normalidad, se percató del soldado y se acercó a él. Pero mientras le hablaba, no podía evitar fijarse en que le seguían con la mirada. El soldado, que tampoco podía dejar de mirar a los negros, se cuadró como pudo antes de presentarse.

- Edwin Lehner, señor – Entonces Gregor le dio la orden de usarlos para abrir la compuerta. – Claro señor, ahora mismo. –

Entonces se acercó al trabajador más cercano.

- Vamos, abrid la puerta – Esto lo decía mientras señalaba a la puerta - ¿Que pasa? ¿No me has oido? –

Pero el negro seguía mirándole fijamente, como todos.

- Vamos, en pie o... –

Pero no terminó su frase. De pronto, el negro saltó sobre él abriendo la boca y mordiéndole en el hombro. Dos negros más se le unieron, saltando uno sobre su pierna y otro sobre su costado. El soldado comenzó a gritar y comenzó a disparar su fusil en todas direcciones.

El capitán Hartmann gritó a la cueva preguntando a Hoffmann pero no escuchó nada. Lo que dijo Bauer tampoco tenía sentido pues ninguno había escuchado nunca la palabra Avhril. Al menos parecía que la situación se estaba controlando.

Entonces todos lo escucharon. Disparos. Y venían de la cueva.

No puedes evitar sentir ese pequeño hormigueo que siempre te avisa de problemas. Siempre estás dos pasos por delante de todos, pero has vuelto a fallar al no saber nada de ese oficial de las SS. Soren. Además ¿Donde está? Miras a todos lados y, en efecto, parece que no se encuentra en el lugar. Otro fallo. Por eso en Alemania se ríen de ti.

Soren comenzó a revisar rápidamente las pertenencias del capitán. Era un hombre bastante ordenado por lo que era facil orientarse en todo. No parecía llevar demasiados objetos personales. Los papeles que tenía sobre una mesa plegable tenían instrucciones sobre los diamantes que debían encontrar. Todo parecía normal y no parecía haber nada más allá de lo que ya sabía.

Entonces, bajo el camastro, encontró lo que parecía una pequeña libreta. escondida tras unas botas perfectamente limpias. Al abrirlo, vio números, sumas de dinero que se movían por diversos lugares y acababan en diferentes manos. ¿Era posible que Hartmann estuviera sobornando a oficiales para seguir ascendiendo? ¿O acaso es que le estaba robando al régimen?

Fuchs actuó con el mayor sigilo posible. Su entrenamiento como espía había considerado muchos escenarios posibles. Claro que la mentira había sido el principal foco de este entrenamiento: convertirse en un experto para encubrir la verdad bajo una maraña de mentiras, empezando por su propia identidad. Sin embargo, el sigilo no era una pieza menor de este entrenamiento, pues parte fundamental de su trabajo había sido siempre colarse en oficinas y despachos de donde sacar valiosa información. Justamente como en ese momento.

Además, su carácter traicionero le hacía disimular muy bien sus verdaderas intenciones, gracias a lo cual conseguía llamar muy poco la atención de quienes le rodeaban. Eso siempre ayudaba para pasar desapercibido a la hora de colarse en sitios con sigilo.

Por último, desde que había llegado a ese extraño lugar estaba concentrado en cumplir fielmente su objetivo: descubrir los secretos de todos. Esa concentración le hacía no perder ojo ni tampoco dar un sólo traspiés. Por tanto, su formación, su carácter y su claro objetivo parecían ser proclives a una entrada y búsqueda sigilosa de información en la tienda del capitán.

No le fue difícil encontrar rápidamente varios documentos entre los ordenados papeles del capitán. Las órdenes que había sobre la mesa no eran relevantes, pero la libreta que tenía guardada debajo de su catre, por el contrario, parecía contener información más jugosa. Números. Posiblemente cifras monetarias.

¿Por qué guardaba aquello debajo del camastro? Resultaba sospechoso. Quizá aquello fuera prueba de sobornos o… quizá el capitán estaba robando dinero del regimiento, dinero del Reich para su beneficio propio. Había que seguir investigando esa pista, pues siempre era una buena cosa para la Corona británica descubrir altos rangos alemanes con puntos débiles sobre los que después presionar y chantajear.

Siguió hojeando la libreta por si obtenía más claridad acerca de qué podía ser aquello y siguió buscando algo más de información en la tienda. En caso de no encontrar nada más, dejaría la libreta de nuevo en su sitio y saldría de nuevo de la tienda con disimulo, quizás para aprovechar el momento de confusión en busca de más información ajena.

Mientras estaba pensando esto, escuchó más ruido de disparos que venían de fuera, pero no le prestó atención por el momento, centrado como estaba en recabar información.

La visión del símbolo le había trasladado de un modo que escapaba por completo a su comprensión a ver extrañas imágenes premonitorias que no tardarían en verse cumplidas a su regreso a aquella sala oculta en la profundidad de la cueva. Hoffmann parpadeó intentando asimilar la realidad, pero apenas tuvo tiempo de hacerlo. De pronto aquellos negros se volvieron locos y se abalanzaron contra el soldado para arrancarle la carne a mordiscos tal como había visto en su visión.

Hoffmann se espabiló justo a tiempo para lanzarse ágilmente hacia la cobertura que le proporcionaban un grupo de congoleños que afortunadamente todavía no habían entrado en esa vorágine de caos, rodó por el suelo y aprovechó el impulso para ganar algo de distancia con respecto al caos y sacó su arma para apuntar a los caníbales. Si conseguía un buen ángulo de tiro descerrajaría un tiro sin pensarlo a esos negros locos, y sino, no le quedaría más que rezar por el pobre soldado.

—Mierda— aquello le complicaba las cosas bastante para el objetivo de la verdadera misión. 

Estas ratas infundas no me sacaban de dudas y estaban colmando mi paciencia. Los miro con odio, me fastidiaba no saber lo que está pasando. 

Tiro al suelo al negro que tengo agarrado y le meto una patada - Bauer, sacale la información a este miserable, quien o que es eso de Avhril. Si no habla ya sabes, cortale la lengua, ya que no la necesitará más. 

De repente se escuchan disparos de dentro de la cueva. Pienso en Hoffmann, está dentro. Tendría que haber usado el arma para apaciguar los animos o si no ¿por que ha disparado? Sea lo que sea no podiamos quedarnos sin saberlo. Apunto a un grupo de negro de los que quedan alli conmigo y les grito. 

- VAMOS, ENTRAD EN LA CUEVA. SI NO ENTRAIS NO VIVIREIS MÁS. - los empujo para que empiecen a caminar hacia el interior de la cueva. 

- Muller, conmigo, siga detrás de estos negros, tenemos que entrar y ver que paso. Yo cerraré el grupo. 

Bauer repitió en el dialecto negroide lo que le pedía su oficial.

-¿Qué significa ese nombre? ¿Quién es Avhril? ¡Entrad en la cueva, el capitán os lo ordena!*

Volvió a sacar la pistola de la funda. La había guardado demasiado rápido.

-Capitán, voy con usted.

Rambert Müller ladeo el gesto con evidente desgana. No tenía pensado entrar en esa cueva y mucho menos abrir esa puerta, aunque lo cierto era que ahora que se lo habían ordenado, no el quedaba más remedio. Lo de entrar en la cueva, abrir la puerta esperaba no tener que hacerlo. Al fin y al cabo, para eso estaban esas sabandijas negras, ¿no?

- A sus órdenes... - Dijo con cierta desgana. - Es un hombre demasiado impetuoso. Es normal que no se fíen de él. - Pensó para si mismo.

Fuera como fuera, tenía órdenes y estaba dispuesto a seguirlas lo mejor posible. Al fin de cuentas, él era un orgulloso alemán, que aunque se avergonzaba de su aspecto deforme, trataba de no demostrarlo demasiado y parecer realmente un miembro adaptativo y funcional para el Tercer Reich.

- ¡Vamos simios! - Les gritó a los negros apuntándoles con la pistola. - ¡A la cueva! - Les indicó haciendo señas con el cañón de su arma. - ¡Rápido! - Exclamó en tono impositivo.

—Pero ¿qué?

Lo que había visto le había hecho sentir un vértigo inimaginable, como si se asomase a un abismo oscuro y éste le devolviese la mirada. Pero el dolor lacerante en su brazo lo devolvió como una oleada salvaje a la realidad. Olvidando su primera intención de mantener viva la fuerza de trabajo para la mina sus manos agarraron el cuello del negro con fiereza salvaje. La mirada de Grimm era una mirada homicida, carente de piedad o incluso humanidad, el salvajismo por el que se dejaba llevar cuando perdía el control. No era capaz siquiera de hablar sino que aullaba como una bestia. Su locura habitual se había visto alimentada por lo que había visto al tocar el ídolo y no cejaría hasta que el tributo de la sangre estuviese ofrecido.

Tras la sorpresa inicial, la respuesta de Grimm a la agresión fue bestial y tras zafarse del mordisco, se abalanzó como una bestia sobre el negro y rodeó su cuello con sus dedos, tras lo cual, lo comenzó a estrangular. El esclavo se debatía en sus brazos, intentando quitarse al sargento de encima mientras luchaba por respirar. Sus ojos estaban inyectados en sangre y parecían estar a punto de salirse de sus cuencas. Y sin embargo, Grimm no aflojaba la presión, seguía gimiendo como una bestia mientras apretaba con todas sus fuerzas la garganta de aquel ser.

¿en qué momento había dejado de moverse el negro? Es algo que Grimm no sabía. Solo que cuando pudo controlarse, este yacía muerto a sus pies, con la lengua hinchada y fuera, como un animal. Levantó rápidamente la mirada hacia donde había visto la figura encapuchada, pero solo había selva. Su brazo sangraba un poco.

- ¿Se encuentra bien sargento? –

Y se acercó para ayudarle a levantarse pues se encontraba arrodillado sobre el cadáver del negro.

Soren no encontró nada más de interés en la tienda de Hartmann por lo que se acercó a la puerta y miró al exterior. No podía creerse su suerte. Todos se habían metido en la cueva, junto con la mayoría de los negros.

Las balas comenzaron a Silbar por la cueva y dieron a varios negros que se mantenían al margen, hiriéndolos, aunque no letalmente. Sus cuerpos caían al suelo retorciéndose de dolor mientras el soldado seguía gritando y sin soltar el dedo del gatillo.

Con una habilidad adquirida en sus duros entrenamientos en el ejército, Hoffmann saltó hacia una roca y se cubrió con esta para evitar los disparos hasta que escuchó el característico *click* que anunciaba que el cargador se había vaciado. Entonces salió de su parapeto y disparó al primero de los caníbales que estaba devorando al soldado. El negro cayó fulminado al instante.

Entonces vio como por el pasillo que llevaba hasta allí, aparecían Hartman, Bauer y Müller, acompañados de varios esclavos más.

Los negros parecían aterrados, sin embargo, también parecían temer las armas de los nazis por lo que se pusieron en pie y avanzaron hacia el interior, siguiendo a Hartman y Müller. Mientras corrían, repetían frases en su idioma.

- I-Avhril iyintaba. I-Avhril iyiqiniso. U-Avhril ngukufa.

Avanzaron velozmente por los pasillos, recorriéndolos en esa incipente oscuridad y guiados por los farolillos que colgaban cada pocos metros de las paredes. Las sombras parecían arremolinarse a su alrededor, divertidas ante la comitiva que entraba. El suelo era irregular por lo que debieron tener cuidado de no tropezarse.

Aunque el camino se bifurcaba varias veces, era fácil orientarse, solo había que fijarse hacia donde les daba más miedo a los esclavos adentrarse. Y así continuaron por angostos pasillos hasta que finalmente uno se amplió en una gran sala abovedada.

No pudieron detenerse a contemplar el lugar pues una imagen captó su atención. La mismo que estaba viendo Hoffman, desde detrás de una roca no muy lejos de donde ellos se encontraban. Varios negros estaban tirados en el suelo con heridas de bala y en el centro de la habitación, había un soldado alemán que estaba siendo devorado por dos esclavos que hincaban con fiereza sus dientes en la carne del valiente joven. Un negro más se encontraba muerto a los pies del soldado, con algo de carne aun colgando de su boca.

Tras la los oficiales, los negros que habían traído comenzaron a recular mientras parecían rezar.

Bauer pudo entender lo que decían aunque no estaba seguro de si lo decían por decir o por responder a su pregunta.

- Avhril es la montaña. Avhril es la verdad. Avhril es muerte.

Tras dejar cuidadosamente la libreta del capitán Hartmann exactamente donde la había encontrado, salió de la tienda. No parecía haber allí más información que recabar por el momento.

Al salir, le extrañó la quietud del lugar. Tras los disparos, parecía haber desaparecido el resto de oficiales, que ya no estaban a la vista. No vio a nadie cerca, de hecho, así que decidió que el momento era ideal para seguir investigando. Diablos, no había tenido una oportunidad así en toda la semana pasada. Se dirigió a la tienda del capitán Hoffmann con sigilo y, tras cerciorarse una vez más de que nadie lo veía, entró y buscó información con la misma diligencia que en la tienda de Hartmann.

Le intrigaba aquel capitán. No parecía como los demás. Había que ver qué secretos ocultaba...

Grimm se giró como un animal acorralado cuando el soldado se le acercó. El hombre retrocedió de forma instintiva al ver la mirada inyectada en sangre de su superior, una mirada que reflejaba que todavía no tenía claro si la amenaza había terminado. Pero lo había hecho. Soltó al negro y se acercó a los perros que también parecían asustados ante el comportamiento de su amo. Cogió las correas y sin girarse le dio la orden al soldado:

—Recoge esa basura. Lo llevaremos de ejemplo para los demás.

Le había parecido escuchar disparos cuando estaban a punto de alcanzar a su presa así que imagino que la mano de obra habría descendido todavía más. Maldición. Esos diamantes no se iban a excavar solos.

No quería pensar en la figura que había visto ante él ni en sus otras visiones. Después de todo no era capaz de interpretar aquello. ¿Qué había sucedido allí realmente?

Mientras se iban ni siquiera se dio cuenta de que la figurilla quedaba en el suelo donde la había tirado.

El capitán Hoffmann se acercó hasta el cuerpo del soldado Lehner para ver si se podía hacer todavía algo por él. Los negroides habían saltado a por él como un león sobre una gacela en la sabana africana. El soldado había disparado y Hoffmann casi acaba como alguno de los negros malheridos, suerte tuvo de escapar rodando. También él apretó el gatillo para socorrer al soldado, con la puntería de eliminar a uno de los congoleños.

—Maldita sea — les dijo al resto al ver que se acercaban corriendo desde el exterior— . Estos negros se han vuelto locos. Han atacado a Lehner. ¡Le han mordido, joder!

Hoffmann intentaba comprobar el estado del soldado, ver la gravedad de sus heridas, pero no perdía de ojo al resto de negros por si les daba por hacer una locura semejante. Hoffmann se encontraba agachado junto a Lehner, con su pistola reglamentaria en la mano, dispuesto a apretar de nuevo el gatillo si algún otro maldito negro tenía un ataque de histeria semejante.