Partida Rol por web

Müller no se quedó atrás. Disparó contra el otro negro como ya había hecho Hoffmann. Comerse vivo a un soldado alemán era una falta disciplinaria muy grave, aunque no estuviera estipulada concretamente en el reglamento. Y las faltas muy graves normalmente requerían un consejo de guerra, cosa que no iban a tener esos dos bastardos africanos negros como el petróleo. Además, tenían que separar a esos malnacidos del pobre Lehrner. ¡No iban a dejar que acabasen de merendárselo!

- ¡Atrás! - Gritó apuntando a los negros con el cañón de su arma aún humeante. - ¡El primero que haga algo raro se llevará un balazo! - Amenazó a esos simiescos semihumanos. No creía necesario traducir nada, era evidente lo que les estaba diciendo.

Esperó unos instantes mientras Hoffmann comprobaba como se encontraba el herido. No perdería de vista a ninguno de esos asesinos en potencia, pues su vida y la de sus compañeros estaba en juego. Dándole la espalda a Hoffmann, le hizo un gesto a Bauer para que estuviera atento y prestara ayuda a Hoffmann de ser necesario.

- ¿Cómo se encuentra? - Le susurró a Gregor sin perder de vista a los negros.

Entramos en la mina y los negros nos llevan a una sala, lo que alli ven mis ojos parece dificil de creer. Unos de esos negros estaban devorando a uno de nuestros soldados. 

¿Pero que cojones pasa aqui? Acabad con esos malnacidos.

Apunto con mi arma a los dos negros que siguen mordiendo al soldado. Les apunto a la cabeza para acabar cuanto antes con ellos.

Hoffmann ¿que narices ha pasado aquí? Acaso se han vuelto locos. Son canibales estos perros malnacidos.

Bauer, coja dos negros y saqueles toda la información posible de lo que pasó aqui, no se corte a la hora de hacerles hablar, si tiene que usar la violencia adelante. 

Bauer, que ya tenía la pistola en la mano, empezó a disparar a todos los negros que encontró a tiro una vez vio lo que estaba pasando. No iba a dejar que toda aquella gentuza iniciara una rebelión en toda regla. Si dejaban que la semilla de la desobediencia germinara, serían muy capaces de matarlos a todos (eran muchísimos más). Además, lo que decían sobre la montaña le estaba empezando a poner nervioso.

-Capitán no dejan de repetir que Avhril es la montaña. Lo repiten una y otra vez. Eso y que es la verdad y la muerte.

La habitación de Hoffmann parecía más llena de trastos que la de Hartmann. A la bolsa con sus cosas, había una maleta con diversos libros de antropología y esoterismo. Algunos frasquitos con líquidos sin etiquetar, pero nada especialmente llamativo. Entonces Soren vio un maletín con el símbolo de las SS y otro más. El de la Sociedad Thule. No recordaba mucha información sobre ella, solo que era una rama creada por el mismo Führer para investigar leyendas que pudieran ayudar a demostrar la superioridad de la raza Aria.

Al abrirlo, sin embargo, encontró una nota escrita por el mismo Himmler, y lo que ahí leyó hizo que se le erizara el cabello. Era una nota con la Verdadera razón de esta misión. No había diamantes que encontrar. No se trataba de dinero. Creían que podría haber un templo escondido en la montaña. Había también varios mapas que indicaban túneles y direcciones para cavar. Luego leyó las órdenes finales en aquella nota.

1. Hacerse con todas las reliquias escondidas dentro de la tumba.

2. Asegurarse de ser el único que regresaba con el conocimiento del descubrimiento.

Nuevos disparos provenientes de la cueva le hicieron levantar el rostro.

El soldado, siguiendo las órdenes del sargento, tomó el cuerpo inerte del negro y pusieron rumbo a la base. Mientras caminaba, Grimm no podía dejar de ver sombras moverse justo al límite del rabillo de su ojo. Demasiado rápidas para ver algo cuando dirigía hacia allí su mirada. Si el soldado notó algo raro no lo demostró ni dijo nada.

Entonces llegaron al campamento y lo encontraron extrañamente silencioso. Dos soldados estaban limpiando el campamento, otros dos vigilaban a los trabajadores que aun quedaban fuera pero no había señal alguna de los oficiales.

Como respondiendo a esta pregunta, Grimm escuchó disparos venir del interior de la cueva.

El soldado apenas se sacudía en ligeros espasmos mientras los negros calvaban sus dientes en su carne. El sonido de músculos desgarrados y los gemidos casi inentendibles del alemán se mezclaban con una habitación cuyas sombras parecían revolotear emocionadas con lo que estaba pasando. Los cánticos de los trabajadores que seguían alejados reverberaban en las paredes dándole a la escena una sensación ominosa.

Pronto los ruidos de cánticos y deglución fueron sustituidos por disparos. Hartmann, Müller y Bauer sacaron sus armas y comenzaron a disparar a los dos negros que estaban devorando al soldado. A pesar de los primeros impactos, parecían poseídos por una fuerza que les empujaba a no cejar su empeño e incluso parecía que mordían con más ahínco. Pero eran demasiadas balas y pronto alguna de ellas, apuntada a la cabeza les hizo derrumbarse en el suelo. Los cánticos se detuvieron y las sombras parecieron detenerse, como un niño al que le habían quitado el juguete.

Habiendo terminado todo, Hoffmann se acercó al soldado que aún se movía y gemía lo que indicaba que, aunque mal herido, seguía vivo. Aunque su aspecto era espantoso, le faltaban trozos de carne en brazos, piernas, en un costado y cerca del cuello. Si quería salvarse necesitaba atención médica inmediata.

Entonces resonó otro disparo y otro de los trabajadores, que simplemente estaba en el suelo, cayó fulminado. Un segundo disparo y otro cayó. Todos vieron que Bauer estaba disparando al resto de negros en vez de lo que Hartmann le había pedido.

Fuchs miró los libros de Hoffmann levantando las cejas.

—Puto rarito.

Extravagancias, pero nada sospechoso. Sin embargo, eso cambió pronto, al encontrar unos documentos que lo cambiaban todo.

Sus sospechas no habían ido desencaminadas: Hoffmann era distinto del resto. Muy distinto, pues tenía órdenes de ser el único que regresara con vida. Órdenes directas de Himmler.

Entonces, una sospecha que ya venía rumiando Fuchs desde días atrás tomó cuerpo con mucha solidez: lo habían enviado allí para alejarlo de Europa a propósito. Ese viaje era su ejecución.

—Mierda. Mierda mierda mierda —susurró.

Volvió a escuchar disparos. Esta vez sí le alertaron. Todo empezó a encajar de algún modo: el revuelo causado alrededor de la cueva, los disparos. Posiblemente habían encontrado ese templo y Hoffmann había comenzado ya a eliminar a sus colegas. Parecía una forma muy impulsiva de actuar, pero qué diablos, sus órdenes eran claras.

—Hijo de puta, no se anda con rodeos —sonrió de forma nerviosa, mientras empezaba a pensar cuál sería el siguiente paso.

Si sus suposiciones eran ciertas, era cuestión de tiempo que Hoffmann viniera también a por él. Quizás había llegado el momento de dar la voz de alarma a sus compatriotas. Estaban a unos kilómetros, así que tardarían un tiempo en llegar.

Se guardó los mapas y las órdenes de Hoffmann dentro de su chaqueta. Ese material podía ser muy valioso. Después, decidió ir a su tienda para dar el aviso de SOS al pelotón británico. ¿Después? Después quizá lo mejor sería esperar a Hoffmann en su propia tienda, sorprenderlo y acabar con él de un disparo en la puta cabeza.

—Nazi hijo de puta.

Era un plan impulsivo, sin marcha atrás. Pero no parecía haber una salida mejor, con Hoffmann probablemente ya pegando tiros a diestra y siniestra.

Fuchs se acercó a la puerta de la tienda, miró hacia el exterior con cuidado y, tras asegurarse de que seguía sin haber nadie, salió para dirigirse a su tienda. Una vez allí, tomó rápidamente su radio y dio la señal de SOS.

- ¡Bauer! - Gritó enfadado Müller. - ¡Deténgase! - Le ordenó. - ¡Necesitamos a esos malditos negros! - Añadió finalmente.

Ya habían perdido suficiente mano de obra y el soldado que se debatía entre la vida y la muerte en el suelo de aquella cueva maldita, difícilmente iba a contarlo. Si no moría por el trauma y la pérdida de sangre, posiblemente lo haría después por la infección de sus heridas, pues no había antibiótico suficientemente potente, como para contrarrestar las bacterias que debían tener aquellos infraseres en su boca. No, definitivamente no le cambiaría el puesto por nada del mundo a ese pobre condenado.

- ¿Qué está pasando? - Les preguntó a los negros a punta de pistola. - ¡Basta ya de tonterías y frases sin sentido! - Dijo lleno de rabia. - ¡Traduzca eso Bauer!

—Este hombre necesita atención médica de inmediato— dijo el capitán Hoffmann tras examinar al soldado atacado. El aspecto que presentaba no era nada agradable de ver, los mordiscos le habían seccionado trozos enteros de carne por los que la sangre bullía a borbotones emanando de los trozos desprendidos.

El gesto preocupado de Hoffmann se tornó en enfado cuando Bauer empezó a disparar a diestro y siniestro a todos los negros que había en la habitación. No es que Hoffmann tuviera especial aprecio por las vidas de los congoleños, sino que más bien era una simple cuestión de matemáticas: si todos los negros que les rodeaban caían en una vorágine de canibalismo como aquella de la que él había sido testigo en primera persona, sería bastante probable que más de uno terminara de igual modo que el desdichado soldado que luchaba por su vida.

—¡Capitán, controle a sus hombres!— Le espetó a Hartmann. 

Parece que logramos al menos mitigar a los esclavos que estaban aparentemente enloquecidos. El soldado herido  neceitaba ayuda y asistencia sanitaria de manera urgente.

Lo malo de esto es que Bauer parecia no tener fin a la hora de disparar. 

Bauer, detengase. O acaso te vas a poner luego tu a picar en la mina. Maldito necio, ya acabarás con ellos cuando no los necesitemos, pero ahora nos van a ser utiles. Coja el soldado herido y llevele a la enfermeria. El resto sigan conmigo y adentremonos mas, estos negros tienen que seguir picando mas adelante y sacar diamantes. 

Asi que sigamos. 

Empujo a dos negros para que sigan avanzando hacia mas adelante y llegar a lo más profundo de la mina.

Hoffmann y Muller vendrian conmigo, Bauer de momento era mejor que le diera el aire de exterior. 

La enloquecida ira homicida que sacude a Bauer termina abruptamente al escuchar a su oficial. Ignorando los gritos histéricos de Müller se gira hacia su capitán.

-Lo siento, señor. No se qué me ha pasado -enfunda el arma y se acerca al soldado herido-. Vamos muchacho, vamos a sacarte de aquí cuanto antes.

Agarrándolo y cargándoselo a hombro, Bauer se encamina rápidamente con él hacia la salida y la zona médica.

Sin pensárselo dos veces Grimm se lanzó a la carrera hacia la cueva.

—Deja ese despojo ahí y sígueme.— le ordenó al soldado que venía con él mientras desenfundaba su arma —Vosotros dejad eso y venid.— añadió a los que limpiaban.

La situación estaba clara y debía actuar si no quería ser el siguiente en verse ejecutado. Como tal, decidió adelantarse a su ejecutor y Soren se escondió en la tienda de campaña de Hoffmann dispuesto a ser el primero en apretar el gatillo. Se aseguró de que se le viera lo mínimo posible desde la entrada pues la sorpresa era primordial. Por suerte, aunque desde donde estaba no podía ver nada, si podía escuchar lo que ocurría fuera. Le oiría venir.

Los minutos pasaban y notó que los disparos habían parado. Parecía que ya había terminado su labor el asesino. Pero mientras estaba escondido, escuchó otra voz que no esperaba. Era la de Grimm que volvía de la selva. Recordó que, en efecto, se había ido tras uno de los negros y por como hablaba, había tenido que matarlo. Se escucharon dos disparos más venidos de la cueva y el sargento dio órdenes a dos soldados para que entraran con él mientras el resto de las soldados vigilaban al resto de trabajadores.

Y se internó en la cueva.

Bauer, ayudado de otro soldado, tomaron al herido que apenas reaccionaba por las heridas sufridas y se pusieron rumbo al exterior. Antes de salir, el oficial se pudo fijar que donde habían estado era una sala grande y que al fondo había lo que parecía una enorme puerta con un símbolo de dos metros grabado en ella.

El camino de vuelta se hizo más pesado, cuando entraron no le pareció que habían profundizado tanto pero ahora, cargando con una persona, notaba cada metro recorrido y la falta de oxígeno.

Entonces, al girar una esquina, se encontró de frente con Grimm que avanzaba rápido con el arma en la mano y seguido de dos soldados. Aparte de parecer nervioso, la mancha en su brazo izquierdo parecía sangre.

Los soldados soltaron lo que estaban haciendo y se cuadraron orgullosos, agradecidos de que se les relevara de tan estúpida labor y preparando sus armas, se situaron detrás del oficial y con ritmo enérgico, se adentraron en la cueva.

Una vez dentro de la cueva, sintió como si el calor y la opresión le dieran una bofetada. Era casi como si el aire no pudiera penetrar en aquel lugar por lo que empezó a jadear un poco, pero sin aminorar la marcha. El túnel se iba introduciendo cada vez más en la tierra profundizando en el corazón de aquella montaña. La oscuridad parecía reclamar el lugar salvo por unas pequeñas antorchas, colocadas cada pocos metros, que iban iluminando el camino por otro lado lleno de piedras y desniveles.

Entonces, al girar una esquina se encontró con Bauer que, junto con otro soldado, cargaban con un tercero que se encontraba lo que parecía, medio comido. Le faltaban trozos de carne en brazos, piernas, abdomen y cerca del cuello.

Con la situación por fin bajo control, Hartmann y Müller se permitieron por fin ver donde estaban y aunque estaban decididos a ir hasta el final de aquella cueva, comprobaron que ya lo estaban. Se encontraban en una gran sala circular, cuyo techo estaba a 5 metros. Era una habitación sobria, sin nada destacable en sus paredes, suelo o techo. Entonces vio la puerta de la que le habían hablado, una piedra de unos 3 metros pero lo que le hizo sonreír al capitán fue el extraño símbolo de dos metros que parecía incrustado en la puerta. Si su vista no le fallaba, era de oro macizo.

A su lado Hoffmann miraba también hacia la puerta aunque su expresión parecía algo más seria.

-¡Sargento! ¿Qué ha pasado ahí fuera? ¿Ha podido encontrar al fugado? -señala la mancha de su brazo- ¿Le ha herido ese salvaje?

Miro a la puerta, la misteriosa puerta que habia causado todo este revuelo. Y de repente, que ven mis ojos, un simbolo que parece estar hecho con oro,  no eran diamantes, pero esto tambien nos seria util.

Mi cara esta alegre por el posible hallazgo, pero veo a Hoffmann con cara preocupada.

Hoffmann, ¿que te pasa? ¿Por que esa cara? Parece ser que hemos encontrado oro y quizás tras esa puerta haya una cámara con los diamantes y oro, una cámara interior con riquezas. Quienes realizaran dicha puerta querian ocultar algo y diria que valioso. Hay que entrar ahi y que saquen todo lo que haya dentro. 

El sargento se detuvo sorprendido ante la visión del soldado medio destrozado.

—He tenido que matar al fugitivo. Me atacó y mordió, pero es una herida superficial.— señaló con su pistola al soldado moribundo que cargaban —¿Qué le ha pasado? ¿Quién... qué le ha hecho todo eso? ¿Dónde están los otros?

Levantó una mano para que sus hombres se pusieran tras él en posición defensiva.

—Todos atentos.— les ordenó mientras esperaba respuestas de Bauer.