Partida Rol por web

Cuando Sören y Müller comenzaron a empujar a los negros para que entraran en la cueva, algunos parecían reticentes, mientras rezaban y parecían pedir que no se los obligara, pero de nada sirvieron sus súplicas.

Finalmente pudieron iniciar la marcha hacia la cueva. El camino era igual que siempre, aunque había mucho más polvo suspendido. Se sorprendieron al ver que el mal olor parecía haberse desvanecido, así como la sensación de estar siendo vigilados y en breve, recorrieron el camino. Y cuando llegaron a la sala, la puerta de roca se encontraba troceada por todos lados y el símbolo de oro tirado en el suelo. Era demasiado grande y pesado para llevarlo solo una persona. Y la entrada de aquel lugar abierto a ellos. Hoffmann se adelantó y fue el primero en asomarse. Frente a ellos pudieron ver lo que parecía la entrada de un templo. Era una sala pequeña sin telarañas y aquí si olía a moho y podredumbre.

En las paredes había algo que parecían ser faroles, aunque ahora apagados. Había runas talladas en la piedra, en un idioma extraño idioma que ninguno pudo identificar. El lugar estaba repleto de polvo y escombros. En el centro de la habitación, junto a una mancha negra en el suelo, había un esqueleto con una túnica podrida y un cuchillo en la mano. Más adelante, frente a la entrada, había una estatua destrozada. Estaba partida por la base y rodeada de trozos de piedra negra. Frente a ellos el templo se abría a otra habitación más amplia pero que por la oscuridad, no podía verse su interior. A la izquierda, un pasillo derruido parecía no llevar a ninguna parte, pero a la derecha, si había otro pasillo que se internaba aun más adentro.

Ahora todos saben la verdad. Y tienes órdenes que cumplir. Además, lo que puedes encontrar aquí puede ser demasiado grande para sus pequeñas mentes. ¿No dejarás que un necio como Hartmann se lleve todo el mérito y destroce el lugar?

Nos adentramos a la cueva y  vemos lo que había tras la puerta. Lo primero que me fijo claro está es en la pieza de oro, ya como habíamos conseguido algo. Dentro habia lo que parecía ser un templo, había runas escritas en un idioma extraño. 

Miro a Hoffmann ya que el entendia el idioma de estos seres. 

Hoffmann preguntales que ponen esas runas y que clase de templo es este. Que te den toda la información posible. Además comentales que tienen que sacar esta pieza de oro la tienen que sacar luego y llevarla al  campamento. 

Definitivamente, aquello no era una mina común. Posiblemente ni siquiera era una mina. Mientras Fuchs y Müller seguían empujando a los salvajes hacia el interior, Hoffmann se adelantó para ver primero lo que había allí dentro. El olor era asqueroso, un intenso olor a podrido como el que hacía un rato había salido de la cueva. Fuchs arrugó el rostro y se llevó la muñeca de la mano libre a la nariz, mientras observaba todo a su alrededor.

Escuchó las órdenes del capitán Hartmann a Hoffmann y esperó con curiosidad las respuestas que se dieran. Aquello resultaba de lo más intrigante.

Sin embargo, al escuchar las órdenes de Hartmann acerca de la pieza de oro, Fuchs empezó a gesticular con su pistola hacia los negros, tratando de indicarles con señas que agarraran la pieza de oro y la sacaran de allí. Él mismo se encargaría de vigilarlos, salvo que el capitán le diera otra orden.

Hoffmann se esperaba un hallazgo similar, los vestigios de una antigua civilización, pero estaba emocionado por poder verlo con sus propios ojos. La puerta daba acceso a una cámara pero los secretos ocultos en el lugar no parecían acabar allí, el templo continuaba internándose en las profundidades de la cueva. Escuchó las órdenes de Hartmann y asintió con la cabeza. Fue hasta los negroides e intercambió unas palabras con ellos en aquel idioma gutural del que hacían uso.

Les preguntó qué sabían sobre el templo y cuál era el motivo de que les causara tanto pánico. Pero realmente le importaba poco la información que le proporcionaran, iba a mentir al resto del grupo para que salieran del lugar y ganar algo de tiempo ahora que la puerta al fin estaba abierta. Había deseado encargarse el mismo de dinamitar la entrada y después eliminar a Fucs y acusar su pérdida a un fallo con la dinamita. Pero había llegado acompañado de Müller y el estúpido de Hartmann no se largaba. Tratar de eliminarlos a la vez era un suicidio. Había corrido a entrar en la sala, movido en parte por la excitación de ver el templo con sus propios ojos, pero también deseando llegar antes que el resto. La idea le vino como una epifanía mientras contemplaba el cadáver del interior del templo: La maldición de Tutankamón. Por supuesto no esa sarta de sandeces que se decían sobre una maldición como tal, sino lo que revelaban estudios más recientes en el campo de la microbiología que apuntaban a una infección fúngica entre los exploradores de aquel hallazgo. Les haría creer que eso era lo que estaba sucediendo allí, y les apresuraría a salir.

Hoffmann se esperaba un hallazgo similar, los vestigios de una antigua civilización, pero estaba emocionado por poder verlo con sus propios ojos. La puerta daba acceso a una cámara pero los secretos ocultos en el lugar no parecían acabar allí, el templo continuaba internándose en las profundidades de la cueva. Escuchó las órdenes de Hartmann y asintió con la cabeza. Fue hasta los negroides e intercambió unas palabras con ellos en aquel idioma gutural del que hacían uso. Poco después, y con mala cara, regresó con el resto y desveló lo que le habían desvelado.

—¡Atrás! Salid fuera de la cuerva —dijo apresurado, haciendo gestos al resto de los alemanes para que salieran de allí. 

Hoffmann se había apresurado en ser el primero en entrar, pero ahora señalaba el camino contrario e incluso adelantó al resto mientras hacía gestos insistentes para que salieran con él.

—Es por seguridad —aseguró—. Cuando estemos fuera se lo explico todo. Rápido.

Rupert se mantuvo a la expectativa y a la espera de acontecimientos. No quería ser el primero que tocara lo que no debía tocar o diera un paso en falso activando algún tipo de trampa. Quizo acercarse al cadáver para registrar sus pertenencias, hacerse con el cuchillo y descubrir algo acerca de aquel extraño hallazgo. También, en un primer impulso, quiso avanzar hacia la habitación oscura, pero decidió no hacerlo, por seguridad, la suya. Mucho menos se le ocurrió avanzar por aquel pasillo que se internaba hacia la nada más oscura. 

- Extraño lugar éste... - Pronunció segundos antes de escuchar como Hoffmann daba la orden de salir de allí cuanto antes.

No sería él quien contradijera al capitán. De hecho, su instinto natural le invitaba a salir de allí sin necesidad de aquella orden. Una orden que reforzaba su naturaleza temerosa y que cumplió de inmediato. No salió despavorido, ni a la carrera. Ante todo quería preservar su honor y su dignidad y no quería ser objeto de burla o que se dijera de él que era un cobarde, aunque en cierta medida lo era y sólo el orgullo propio impedía que huyera de la mayoría de situaciones peligrosas.

- Sí, salgamos de aquí... - Dijo mientras retrocedía realmente inquieto por saber que era lo que Hoffmann había percibido y el resto no.

Hago caso a las indicaciones de Hoffman, me fiaba de el.

Haced caso, salid de aqui. Hoffmann quiero detalles a la que salgamos. Ahora pongamonos a salvo

Aquello era el final. La luz empezó a menguar alrededor a medida que la vida de Bauer se escapaba. Grimm había hecho bien su trabajo, mordiendo la yugular. El surtidor de sangre saltó a chorros a medida que el corazón del oficial nazi bombeaba la sangre al exterior. Pero entonces vio a la figura. Un hombre encapuchado que le observaba ¿Quién era?

Entonces la luz sustituyó a la oscuridad. La muerte dio paso a una nueva vida. Una vida de dolor. Y Bauer quería compartir ese dolor. Porque compartiéndolo disminuiría el suyo. Debía encontrar nuevas víctimas para su dolor. Así que se dirigió de vuelta a la mina. Tenía a alguien a quien encontrar: Müller.

Grimm sonrió. Sabía que debía hacer. Tanto que se quejaba de los oficiales y ahora comprendía perfectamente cual era su finalidad.

Agarrando la figura, con la que ahora comprendía que tenía un nexo místico, se fue directamente a la tienda de campaña donde estaban sus hombres heridos. En cuanto les explicase como se curaba su enfermedad se enfrentarían a los oficiales y se convertirían en lo que estaban destinados a ser: superhombres. ¡Y aquel sólo era el comienzo!

La vuelta al campamento fue rápida y agradable, como si ahora que sabía la verdad no hubiera nada en aquella selva que pudiera hacerle daño. Cuando Grimm llegó al campamento, se fijó en la tienda de campaña que era la cantina y donde estaban sus hombres enfermos, pero antes de dirigirse hacia allí, una voz dubitativa le interrumpió.

- Sargento ¿Esta…? ¿Se encuentra bien? –

Era uno de los dos soldados que vigilaban a los negros que aun no habían entrado a la cueva. Este y su compañero miraban entre asustados y preocupados a Grimm que entonces fue consciente de que la sangre de Bauer bañaba su rostro y su ropa. A su alrededor, los negros se arrastraban por el suelo lejos de él.

Tras escuchar la orden de Hoffmann, todos se dispusieron a marcharse del lugar, pero cuando estaban a punto de hacerlo, una extraña figura encapuchada les cortaba el paso. Era una figura humanoide y aunque el rostro estaba oculto por la oscuridad de la cueva, si pudieron ver su altura, de aproximadamente 3 metros, sus largos brazos y unas manos con seis dedos extremadamente largos. Tras él, había otros dos encapuchados que parecían llevar unos largos cuchillos. Los negros que habían cargado el símbolo de oro lo dejaron caer.

Sin decir nada o emitir ruido alguno, comenzaron a avanzar hacia la entrada del templo, sin reparar en nadie con quien se cruzaban. Un negro estaba en la trayectoria de las figuras que no cambiaron el rumbo, sino que siguieron caminando hacia él. Y cuando llegaron a su altura, en vez de empujarlo o patearlo, simplemente lo atravesaron, como si sus formas fueran etéreas. Siguieron avanzando hasta perderse en la oscuridad de la sala del fondo de aquel extraño templo.

Es tu momento, esto que habéis encontrado puede ser mucho más que oro o diamantes. Puede ser tu pase a las ligas mayores. ¿De verdad vas a abandonar ahora que estás tan cerca de saborear el éxito solo porque lo dice un consejero?

Es tu momento, esto que habéis encontrado puede ser mucho más que oro o diamantes. Puede ser tu salida a tantos años de deshonor. ¿De verdad vas a abandonar ahora que estás tan cerca de saborear el éxito solo porque lo dice un consejero?

El dolor que sientes es indecible, tu agonía atroz. Pero entre infinitos sufrimientos, una imagen se dibuja en tu ahora etérea mente. Müller. Tal vez habías muerto, pero eso no significaba que él podía irse de rositas. No. Se iría contigo al otro barrio, y sufriría lo mismo que estabas sufriendo tú. Al fin y al cabo, era el mínimo castigo que se merecía.

Como llevado por el pensamiento, atraviesas la selva que ahora parece abarrotada de almas que gritan y lloran, pero las ignoras. Y llegas hasta el campamento y desde allí te introduces en la cueva. Recorres los pasillos a una velocidad increíble y te plantas en la sala en un instante. La puerta está abierta y la mayoría están allí, Hartmann, Hoffmann, Soren y por supuesto, Müller.

Han abierto la puerta del templo y ahora están contemplando lo que parecen los espíritus de una antigua raza en sus últimos momentos ¿Cómo sabes eso? No tienes ni idea, pero lo sabes. Alguien más está en la sala aunque nadie parece reparar en él. En una esquina, el encapuchado de túnicas amarillas que viste en la selva parece observar a todos los presentes. Su cabeza se gira ahora hacia ti. El interior de la capucha es totalmente negra, pero puedes sentir que está sonriendo.

Grimm se detuvo un momento y habló con voz firme:

—Bauer se volvió loco y me atacó. Me intentó morder. Tuve que matarlo. Debo comprobar como están los hombres enfermos... creo que la locura de Bauer tenía que ver con su enfermedad. Esa cueva emite un veneno peligroso.

Señaló a los esclavos que, aterrorizados, se apartaron aún más de aquel hombre que venía enfundado en el juju salvaje. ¡Dioses! ¡Como disfrutaba Grimm de aquella sensación de poder! Henchido del poder que le otorgaba su nueva locura se aproximó para agarrar a uno de ellos para agarrarlo brutalmente por el cuello y arrastrarlo con él.

—Tengo una teoría que voy a comprobar. Mantened la posición y no perdáis de vista al resto de estos perros.

—¿Conocen la maldición de la tumba de Tutankamón?  —les preguntó el grupo al completo se dirigía apresuradamente hacia la salida siguiendo sus indicaciones—. Los exploradores que entraron en aquella tumba fueron muriendo uno a uno unos meses después de realizar el hallazgo. Por supuesto que no creo que haya aquí ninguna maldición ni supercherías de ese tipo, pero tampoco lo había entonces. Estudios recientes en el campo de la microbiología ponen la causa de la muerte de los exploradores en una infección fúngica. Es decir, que en el interior de la tumba había unos hongos cuyas esporas fueron liberadas al entrar los exploradores, quienes las inhalaron. Sospecho que aquí tenemos el mismo problema, por lo que cuanto antes salgamos al exterior y respiremos aire...

En ese momento Hoffmann vio los encapuchados de tres metros de altura que les salían al paso y se quedó petrificado interrumpiendo su relato. Se hizo a un lado del pasadizo mientras las figuras cruzaban frente a ellos, llegando incluso a atravesar a uno de los negros. Hoffmann estaba sorprendido, pero mantuvo la compostura lo suficiente para fijarse en el estado del negro sobre el que las figuras habían pasado como si estuvieran hechas de algún material gaseoso. Quería ver si aquello había tenido consecuencias para él, o si estaba tan campante.

Fuchs siguió las órdenes de los capitanes y se dispuso a salir, pero tratando de que los negros llevaran el signo de oro. Escuchó las explicaciones de Hoffmann y sus ganas por salir de allí aumentaron.

Sin embargo, lo que vieron a continuación lo dejó anonadado. Los negros dejaron caer el signo. Levantó su pistola dispuesto a disparar, pero aquello... Aquello debía ser inmune a las balas.

—¿Y esto, Hoffmann? ¿Cómo diablos explica esto? —dijo espantado mientras mantenía su pistola en alto apuntando a aquellas aberraciones.

¿Pero que demonios eran esos seres? ¿Acaso habiamos inhalado algun gas? Sea lo que sea alli habia oro o alo de valor que habia que sacar.

Hoffmann, no creo en maldiciones, si en las riquezas que podemos conseguir para el régimen. Esos seres creo que son producto de nuestra imaginación, quizas hayamos inhalado un gas o como dices haya esporas en el ambiente. Habra que entrar pero protegidos, al menos nosotros, pongamonos mascaras y entremos, por supuesto que los negro abriran el grupo. Hay que sacar todo lo que hay dentro haya de valor. No podemos fallar. 

El último soldado que quedaba con ellos, al escuchar las órdenes de Hartmann, hizo un saludo antes de ponerse en marcha.

- Traeré las máscaras, capitán. –

Y se perdió en el camino de vuelta. Mientras, Müller comenzó a empujar a los negros para que fueran entrando en el extraño lugar.

- Vamos desgraciados. ¿Tenemos que volver a recurrir a métodos expeditivos? Moved el culo y entrad ahí o… -

Estaba a punto de golpearles cuando vio que uno a uno, se ponían en pie, sin temblar, con la mirada puestas en la sala oscura del fondo y comenzaron a avanzar.

- ¿Pero qué coño? –

Pero algo atrajo la atención de todos. Se oían cánticos que venían del fondo. No, no eran cánticos, era simplemente música, como si hubiera una fiesta allí ¿Qué estaba ocurriendo en aquella sala? Los negros, con paso lento pero decidido, siguieron avanzando.