Cualquiera diría que enfrentarse directamente a un barco inglés era un suicidio... Porque en realidad lo era. Parecía que en la Daga, aka el Cipote de Mar, el raciocinio no era el fuerte de la tripulación. Mientras que al contramaestre le guiaba un odio visceral a los ingleses, el resto simplemente se movía por la sed de sangre. El que no deseara cortar algunos cuellos ingleses bien podía saltar por la borda y que se lo comieran los tiburones.
Con un vistazo rápido se veía que el perseverante y su numerosa tripulación iba a ser un problema. Por no hablar de los 22 cañones que comenzaban a preparar conforme se giraron para abordarles. Solo debían tener la suficiente suerte de llegar a la cubierta inglesa antes de ser masacrados y acabar de pasto para los peces. Eso aparte de calmar sus rencillas con los nuevos negros que había a bordo, los cuales no parecían haber sido bien recibidos.
Motivo: Temeridad
Tirada: 7d6
Dificultad: 4+
Resultado: 2, 6, 2, 2, 1, 6, 5 (Suma: 24)
Exitos: 3
El barco de su Majestad (H.M.S.) El Perseverante
Un barco de guerra de tres mástiles y 22 cañones.
Es imponente y de sólida manufactura; está viejo.
Perfil: 11.
Motivo: Temeridad
Tirada: 2d6
Resultado: 2, 2 (Suma: 4)
Reek no dudaba que se acercaba a una muerte casi segura. Quizá es lo que había buscado siempre, desde niño, desde que se enroló en un barco de piratas... La muerte. Quizá, a eso se sumaba el pavor de lo vivido en la isla y el temor al brujo que ahora tenían como capitán. No quería volver a desatar esa ira. Prefería dejar este mundo cochino pasado por acero, a hacerlo bajo las manos de un brujo enfadado.
Por eso, empuñando las hachas, el niño animal se prepara para el abordaje y reza, por primera vez en su vida, a algún dios para que todo acabe pronto.
Motivo: Moñeo!
Tirada: 2d6
Dificultad: 4+
Resultado: 1, 4 (Suma: 5)
Exitos: 1
Jacob sabía que con el barco en tan mal estado no podrían escapar del barco inglés. Y que éste se limitaría a cañonearles hasta hacerles desaparecer. Cada hermano muerto era una posibilidad más de acabar en la horca.
—¡Izad nuestra enseña! ¡Todas las banderas rojas arriba! ¡Soltad las velas Mayores! Las otras no hace falta... —Esto no es una persecución... ¡Cargad los mosquetes! ¡Señor español de Talavera, prepare los mosquetes y a sus buenos tiradores en las cofas, hicieron buena escabechina de negros antes. Ahora apunten al rojo de las casacas! ¡Piense que puede vengar a su puta Armada Invencible! —a los españoles todavía les escocía eso, así que seguro que se apuntaba.
Se dirigió a todos desde el timón, que giró para poner la proa en dirección al barco inglés. Este se dirigía hacia ellos y desde la proa no podría dispararles mucho.
—¡Desde el infierno, hermanos! ¡Desde el infierno vamos a por esos putos ingleses! —gritó. Para luego bajar la voz cuando todos le escuchaban. —Si tratamos de escapar, nos darán por el culo con los cañones, no podemos dejarles atrás con el barco así. ¡Pero si les abordamos serán nuestros!. ¡Hay que centrarse en los infantes de marina, los que van de rojo! Y los oficiales que van de azul. Si los matamos, podemos ofrecer cuartel a los pobres marineros y la mitad seguro que se unen a nosotros. —No había nada que Jacob odiara más que a los oficiales ingleses. Lo que más lamentaba era no poder matarles varias veces a cada uno.
—¡Vamos a ofrecer una gran victoria al capitán! —dijo por fin. Se había planteado que estaba mandando, diciendo qué hacer, que igual el capitán y sus negros se la montaban, por eso se guardó un poco las espaldas y tampoco se preocupó. Podía morir en cualquier momento, estaba harto de todo. Si moría, lo haría hacer matando ingleses. Si no, pues que el capitán mandara.
Motivo: Dos dados de guerra
Tirada: 2d6
Dificultad: 4+
Resultado: 3, 5 (Suma: 8)
Exitos: 1
Un punto más... con el de Reek van 2.
La taberna sin nombre no es que se llamara así, «sin nombre». Es que no tenía nombre y así se la conocía. Era una de tantas tabernas donde, simplemente, a alguien se le ocurría poner una barra y unas sillas y servir mejunjes de alta graduación.
En un puerto de las Antillas lo que quieres es atraer marineros borrachos y putas baratas, no preocuparte del nombre del local. Si querías decirle a alguien donde estarías luego, le decías «nos vemos en esa taberna, la que no tiene nombre, la que está entre la cordelería de Pitt el Fangoso y la taberna Sirena Tuerta». La Sirena Tuerta sí tenía nombre y por eso no era la taberna sin nombre. Se la conocía como la Sirena Tuerta, obviamente.
Aquella noche, Matarratas esperaba en la taberna sin nombre. Había elegido sus mejores galas, unos trapos de colores y buen paño que hacían buena estampa y que, en algún momento, habían pertenecido a un señoritingo de los de la casa de comercio de San Fernando. Quien dice «en algún momento» dice dos horas antes. Ese es el tiempo que aquel bujarrón llevaba degollado en algún callejón no muy lejano de la taberna sin nombre, en San Fernando de Trinidad.
Matarratas se reía solo por lo bajo, con un ji, ji, ji ratuno y miserable, como si se riera de una broma que solo él pudiera ver y disfrutar. Bebió el décimo ron, hipó y volvió a reírse. Miró su nuevo vestuario: tela cara de color azul y corte de sastre en la chaqueta y una camisa más blanca de lo acostumbrado con estampado de minúsculas florecillas que, si no te acercabas a un palmo, cualquier confundiría con unos lunares. El pañuelo, al cuello con cierta voluptuosidad. Los pantalones, buenos. El calzado, cómodo.
Pero todo tenía un toque gastado, viejo. El señoritingo aquel era un quiero y no puedo, un ricachón venido a menos, un hijo de papá al que le han cortado la paga. Matarratas descubrió algunos remiendos y un botón que no era como los demás. Pero, aún así, tenía muy buen porte.
—Así y todo sigo pareciendo un maricón—comentó, al aire, y se rió.
Bebió su ron y poco después sonó la campana de la iglesia de San Salvador de Trinidad.
—A mariconear—señaló, medio ebrio. Metió la mano en un bolsillo y lanzó unas monedas sobre la barra. Se giró y buscó la puerta que daba al patio de atrás, donde acababan los cubos de meados, la fruta podrida y los amantes desconocidos que desfogaban los ardores a cinco peniques el huevo vacío.
Por suerte, en ese momento no había ninguna puta trabajando en el patio. Unas gallinas picoteaban en un montón de estiércol de caballo. Era una zona tranquila y por eso la había elegido. «Dile a tu jefe que a la décima detrás de la taberna sin nombre». Y ya era la décima.
Se apoyó en la pared, esperando, y se embozó la cara con el pañuelo. Olía mal, pero estaba acostumbrado a eso. Su vida era rodearse de cosas que olían mal. Justo cuando se tapó la cara, aparecieron los otros por la esquina.
...bien... empezamos...
Se notaba tensión en el ambiente. Los ingleses habían acudido a la cita, a pesar de todo. Matarratas se había arriesgado más que nunca concertando esa reunión con los de El Perseverante, esos gilipollas de mierda, estirados y faltos de honor marino. Al menos, desde el punto de vista de un pirata.
—Señores... Aflojen la mano de sus empuñaduras o alguno saldrá herido.
Obviamente, podría ser él. Eran cinco contra uno. El segundo de a bordo de El Perseverante, su ayudante, un tal Nosequé y tres marinos de su Gloriosa Majestad Comemierda. Armados y, a pesar de ir con ropa de civil, más indiscretos que la Valentina, ese putón negro que cada vez que recibía por culo se enteraba medio Caribe. Por lo gritos antes que por el chismorreo.
—Yes... acabemous pronto. Este place no es good for nosotros.
Sin duda no les gustaba relacionarse con escoria como Alfonso, el Matarratas, ni exponerse a peligros en los barrios malos donde tenían en su contra tanto a los marinos como a la gobernación española. Matarratas no era tonto. No iba a forzar una cita con el perro inglés en Barbados, ni en Barbuda, ni en Antigua. Lo hizo en territorio de la corona. En casa. Por si acaso. Esos perros estaban ahí tan acojonados como podían estarlo. En cualquier momento podrían ser capturados como espías ingleses. Algo que, en cierto modo, sí eran.
—Esto es muy fácil, mesié. Sus excelencias, nobles señores del mar, quieren la cabeza de Azufre Jack. Y yo puedo dársela. O más bien, puedo hacer que la pierda. Literalmente, ya saben. ¿Güi?
—I see... ¿y cómo va hacerlo, mister...?
—Mister Montsac. Recuérdelo, no me toque le cigarré: mesié Montsac. Me llaman el Duquecito. Du-qué-ci-to—Matarratas se mostró con las manos, que se vieran los ropajes caros de maricón francés rico.
—¡LeDuc! So... ¿usted the intendent ser entonces?
—Güí. El mismo, el famoso intendent de la Daga. La mano derecha de Azufre Jack. Nunca sospechará de mi, mister.
—¿Y el trato, maese Montsac?
—El trato es el siguiente: yo les doy la cabeza de Azufre Jack y a cambio tengo le historial de servicio más limpio que le patené. ¿Güi?
—Quiere want usted limpiar su past, correct?
—Corre. Eso. Estoy hasta el culo, y créanme si les digo que en mi le culé cabe mucho, pues lo tengo bien entrenado con los mejores negros de las Antillas. Apunten eso, sivuplé: Mesié Montsac, le intendén, fransé, bujarré.
Iba a escupir pero se dio cuenta de que estaba embozado y sería como escupirse a la propia cara.
—En definitiva, mis nobles caballeros, guardia de la mar océana, deseo salir de esta vida tan terrible como es la piratería. Odio a todo lo que huela a pirata. La piratería me robó mis mejores años. Pero no podré salir de esta si Azufre Jack promete vengarse de muá. Así que aquí ustedes y yo, el Duquecito, tenemos intereses comunes. Acabaré con Azufre Jack por ustedes, les daré la daga en bandeja y podrán arrancarle las tripas a toda su tripulación. EXCEEEEEPTOOOOOO—exclamó con el dedo bien alto—a mesié Francis Montsac.
—¿And cómo we know que no nos está engañando? ¿Cómo piensa matar a ese bastard de Azufre Jack?
—Soy el intendente, ¿lo olvidan? Tengo acceso a ciertos productos. Como cierto veneno. No lo haré yo. ¡Soy más listo que eso! ¿O creen que duraría ni medio minuto en la Daga si me pillaran con un cuchillo en la mano? Haré que otro lo haga: el cocinero, un auténtico anormal. Está descontento con Azufre Jack. Le prometeré oro inglés y un salvoconducto, a cambio de que envenene a le capitán. Es un imbécil. Inmediatamente será degollado por le tripulación. El negro retrasado le romperá el culo. Con su enorme, gruesa y, créanme, deliciosa verga.
—You tiene all pensado.
—¡Quiero conseguir le perdón de Dios! Recuerden este nombre: Montsac será el que traicione a la Daga. La vida de ustedes, nobles caballeros, será más fácil a partir de ahora. ¿Hay traté?
—Yes, hay deal.
El negrazo miraba con el ceño fruncido el barco inglés que se les acercaba. Estaba de pie, junto a la amurada, con su alfanje roñoso en la mano. Un cacho de hierro que mataba igual por los tajos de aquellos brazos como jamones, como por las infecciones posteriores de aquel fierro infame.
Frunció un poco más el ceño. Miró al capitán. Era un puto brujo blanco. No sabía que existieran brujos blancos. Los blancos eran todos subnormales. Matarratas sabía. Y tenía nombre de brujo. Un nombre de poder. Los brujos ocultan su nombre real con cosas como esa mierda de Matarratas.
Gruñó por lo bajo. Con un brujo no podían perder. Él podía morir, pero el brujo no.
Mierdas de brujos. Putos brujos.
Se lió a darle machetazos a la barandilla del barco. Para calentar. ¡Chop! ¡Chop! Sin dejar de mirar el barco inglés. ¡Chop! ¡Chop! Hoy iban a cenar estofado inglés. Y al infierno con los muertos.
Motivo: ¡Grñ!
Tirada: 2d6
Dificultad: 4+
Resultado: 6, 5 (Suma: 11)
Exitos: 2
2 éxitos más del bueno de Bulbul
- Vale, pero me duelen un cojón los brazos. Y tengo la garganta - Declaró tras escuchar las órdenes del segundo de a bordo, que había estado haciendo de capitán en ausencia de este y que les había llevado a la victoria durante la batalla de la playa. A tomar por culo la cadena de mando. Si Jacob decía que había que matar, Alfonso mataría. Y si Jacob decía "matar al inglés y que se acuerden cuando lleguen al infierno de la cara del hijueputa que los envió allí" Alfonso mataría y lo disfrutaría. Porque llevaba el odio al inglés tan adentro como el desprecio al francés, aunque hiciera excepciones con Jacob y el duquecito.
- ¡Vamos, ratas de bodega! ¡Arriba con esos mosquetes, arriba a lo más alto! ¡A las cofas como dice el Jacob! ¡Quiero que llueva muerte sobre el enemigo inglés! ¡Que llueva puta muerte! ¡Y cuando acabemos con esta jodida mierda y pisemos otra vez tierra, que gastéis todo el oro que les robemos en ron y putas! ¡Una botella y una mujer por cada muerto! - Alzó su mosquete, viniéndose arriba - Y el que más ingleses mate... ¡El que más ingleses mate no tendrá que pagar nada porque juro ahora mismo por Santa Nefija y San Urbano que correré con todos sus gastos! ¡Con todos! ¡Hasta con su entierro si muere ahogado en ron o entre las piernas de una ramera!
Con el mosquete al hombro y las roperas a las caderas tomó posiciones junto a los otros tiradores del barco, buscando atentamente a los que llevaran casaca roja o azul para terminar rápidamente con ellos y darle la oportunidad a la canallada que navegaba bajo sus órdenes a unirse a la honrosa vida del pirata bajo la guía del Matarratas.
Motivo: Dar matarile
Tirada: 2d6
Dificultad: 4+
Resultado: 8 (Exito)
Motivo: Dar matarile (pero desglosado, por eso de poder contar los éxitos)
Tirada: 2d6
Dificultad: 4+
Resultado: 6, 6 (Suma: 12)
Exitos: 2
Pues mira, parece que Alfonso está inspirado.
Matarratas observaba las maniobras de El Perseverante con su catalejo.
—¡Esos bastardos van a por todas!
Lógico, eran los buenos, tenían mejor barco y uniformes bonitos y limpios. El Cipote de Mar estaba hecho una porquería y en su tripulación lo único uniforme y común era la sed de sangre.
—¡Nos ganan en cañones y en rancho, mis nobles señores! ¡Pero no nos ganan en fiereza! Esos marineros odian estar aquí ahora, ¡más querrían estar en sus casas cultivando patatas y follándose a sus mujeres! Ese es su sueño y su perdición, porque temen perder todo lo que les es importante. ¡Escoria sin futuro ni hambre de gloria! Pero nosotros no tenemos nada que perder y todo por ganar. ¡Los dioses del mar y de la muerte nos miran complacidos!—gritaba a los hombres desde lo alto de la proa— ¡Abordaremos y los pasaremos a cuchillo! ¡Hoy ganarán los tiburones, mis nobles señores! ¡Caballeros, afilen su odio por el perro inglés!
El señor Jacob daba las órdenes pertinentes. Era el mejor contramaestre posible y, seguramente, el que le acuchillaría por la espalda cualquier noche para convertirse en capitán. Matarratas no esperaba otra cosa. El destino de un pirata era acabar degollado en cubierta, en el coy o en un callejón del próximo puerto.
Sacó a Margarita y se puso a afilarla mientras hablaba a sus negros. Muy pronto la necesitaría para descabezar ingleses y para ejercer de barbero de su tripulación. Aquella noche más de uno se acostaría sin pierna o sin brazo. Margarita, su fiel compañera de cirugía, ya había cortado decenas de miembros y pellejos. La afilada Margarita sabía ser delicada para rajar carne con precisión y brutal para machacar huesos de un golpe.
—Kalaki bula bî, ¡ja! ¡Kâwaliki lif ta gifi, bludi lif takatá û. Beri weli koxi kerâjola nijaka capâa-oaî apue te jole mala tala zaka kou Mika Matarratas beri kou. ¡Mala majola nijaka reka wani iba fati. Matarratas weli ta giû, perros comemierdas. Purumísâ lif â jole mala iba fati tak tatâ. Takuyâ kala baza. Kako wala zaka la wachi waka kaka. Mala capâa-hui zakkia k´hoah zaka zapi wala zak. Mika nekipa jaka maka eiâh. ¿Yudis takâ?
Motivo: Temeridad
Tirada: 1d6
Resultado: 3
—¡Lo que os prometí! ¡Ja! Esta es la vida que os traigo, una vida de sangre y matanza. Hoy podréis matar a más infieles que en todo lo que lleváis de año, ¿no es cierto? Matarratas no engaña, no traiciona. Matarratas da lo que promete, perros comemierdas. Os prometí una vida de asesinato que alimente al Dios de la Muerte. La sangre me complace, monos. Preparad vuestras armas, protegedme y matad a gusto. Regodeaos, mis niñitos. ¡Pero no os equivoquéis, putos anormales! Necesitamos a estos de aquí para llevar la muerte a los mares. A quien debéis matar es a esos de allí —señaló al enemigo—. Son los llamados ingleses, unos cornudos que quieren eliminar cualquier rastro de nuestra misión, que es el crimen y el asesinato. Son los que visten de rojo sangre y azul cielo. Nos acercaremos y saltaremos sobre ellos. ¿Entendido, sucios macacos?
Contra todo pronóstico, el Cipote de Mar -o anteriormente conocida como La Daga- contratacó teniendo todas las de perder. Era complicado ir contra un barco con tres mástiles y veintidós cañones y salir sin un rasguño. Más cuando tu barco es un cascarón de nuez con problemas para mantener el rumbo al no haber sido carenado.
Puede que fuera esa la razón por la que no se salvaron de cuasi milagro de casi todos los cañonazos, o puede que fuera que aquellos negros que el capitán había añadido parecían haber entrado en una furia berserker sin ninguna razón.
Los ingleses no tenían su día y fueron masacrados. Los cañonazos procedentes de los piratas fueron más certeros, aunque eso haría que más tarde no pudieran ni replantearse tomar el Perseverante como barco sustituto. Viendo el mal estado del suyo hubiera sido una buena opción. Para ello hubieran tenido que acabar con la tripulación y causar el mínimo daño a la embarcación. Todos sabían ahí que en un mano a mano contra los ingleses lo tenían aún peor.
Pronto hubo por el agua ingleses agarrándose a las tablas conforme podían. Los piratas reían y hacían tiro al blanco, como quien caza patos. Algunos hasta preferían soltar los maderos a los que se agarraban e ir a dormir con los peces. Menudos cobardes los ingleses.
Y así, en unas horas y antes de que comenzara el atardecer, los ingleses pasaron a la historia por una panda de hijos de puta con suerte. Aquello se cantaría en leyendas, sobre el capitán Matarratas, su osadía y locura, así como su suerte.
¡Mira! ¿En uno de esos tablones no estaba el Capitán Jonah Rutherford agarrado intentando no ahogarse? Pues no parecía tan imponente como decían.
Motivo: Recrudecer nivel 1
Tirada: 4d6
Dificultad: 4+
Resultado: 1, 3, 1, 1 (Suma: 6)
Motivo: Recrudecer nivel 2
Tirada: 4d6
Dificultad: 4+
Resultado: 2, 3, 2, 4 (Suma: 11)
Exitos: 1
Tenéis en total 6 éxitos, os pongo post en breves.
Motivo: brutalidad
Tirada: 6d6
Dificultad: 4+
Resultado: 1, 3, 2, 4, 4, 2 (Suma: 16)
Exitos: 2
Tira ambición, lo que saques por encima de 2 te lo sumas en X.
Otra batalla sangrienta, otra victoria. No como la quería Jacob, quería ese puto barco para salir de allí, pero era una victoria.
Se derrumbó contra el palo, aferrando su alfanje roto después de la matanza.
—No creo que pueda moverme en años... —musitó, era cierto. Incluso cuando los chicos decían que el capitán estaba ahí, flotando.
—¿El capitán inglés? ¡Capturadle y le haremos pasar por la plancha! —gritó, pero gritó bajito, porque ya casi no podía más, era complicado moverse.
Habrá que ver si podemos volver a la playa para carenar el barco... si es que queda playa, y luego ya tratar de volver a piratear algo... seguro que hay buenos botines...
Pero ahora todo estaba en manos de los chicos, que se divertían. Él sólo podía descansar... lo había dado todo.
Motivo: Ambisión
Tirada: 5d6
Resultado: 17
Motivo: Ambisión
Tirada: 5d6
Resultado: 3, 2, 4, 4, 3 (Suma: 16)
Nada para mí, ¿no?
Por cierto, ¿por qué he tirado?
Se le saltaron las lágrimas mientras degollaba a un soldado moribundo en un rincón, en su mano un bonito camafeo con el retrato de una muchacha, y aquel olor acre de sangre y heces. El olor de la muerte. No era bonito, nuca comprendería cómo había gente que disfrutaba con ello.
No había tiempo que perder, este era el momento de tomar las riendas de su cargo. Se dirigió al centro de la nave con el camafeo en su mano, y lo depositó en el suelo. Aquí todo el botín cabrones. Vociferó. Tendréis lo vuestro en el próximo puerto franco.
Matarratas, he de reconocer que has hecho puta magia. Acabas de capturar un barco de la armada de su majestad Guillermo tercero de Inglaterra, Irlanda y Escocia. Con dos cojones.
Como Jacob, estaba molido. Le dolían hasta las muelas de haber tenido la mandíbula tensa y apretada todo lo que duró el combate. O carnicería. O como mierda quisieran llamar a aquello. Ya se preocuparía mas adelante de inventarse algo bueno que contar para impresionar a las muchachas cuando tocaran tierra. De momento se conformaba con encontrar la mejor postura posible entre los dos sacos que había estado usando de cobertura para disparar. No tenía fuerza ni para arramblar con algo del botín y esconderlo para si, así que le dejaría esa mierda de tarea desagradecida al duquecito, que ya estaba dando voces a los muchachos para que lo pusieran todo bien juntito y ordenadito para que sus delicadas manitas de francesito pudieran contar todo el botín con tranquilidad.
Ni se molestó en corregir al muy adulador. No había sido Matarratas el que había hecho nada, había sido la canallada de tripulación que servía bajo su mando. A la mierda. No estaba hecho para tanto trabajo, joder, lo suyo era actuar, beber, follar, robar y, si acaso, matar, pero poco. Y ya había matado para todo un mes. Ahora tocaba beber y follar, que ya estaba bien.
Al final no hizo falta abordar el barco. Contra todo pronóstico, el Cipote de Mar se comió al enemigo. Y eso, con firmaba a Reek que Matarratas era un brujo. Sintió pánico, pero no por miedo a la muerte, sino para con el poder de su Capitan. Pues estaba seguro que esto no era algo natural, sino obra de algún tipo de magia negra o similar. Sintió euforia también, gritó como un descosillo ante cada muerte, explosión, como un animal. Disparó, una y otra vez, a falta de no poder rebanar cabeza con sus hachas. Extrañó de verdad, casi hasta el punto de la necesidad, el sonido del cráneo abriéndose. Chof, chof, como cuando rompes un coco. Solo que de forma mas sorda. Anheló la sangre salpicándole el rosto y manchando de escarlata el acero de sus hachas.
Aunque era un animal, ciertos principios seguían brillando tenuémente en el cerebro mermado de Butcher. Y uno de ellos le decía que matar de lejos era de cobardes.
«Quien mata de lejos lo ignora todo sobre el acto de matar. Quien mata de lejos ninguna lección extrae de la vida ni de la muerte: ni arriesga, ni se mancha las manos de sangre, ni escucha la respiración del adversario, ni lee el espanto, el valor o la indiferencia en los ojos.Quien mata de lejos no prueba su brazo ni su corazón ni su conciencia, ni crea fantasmas que luego acudirán de noche, puntuales a la cita, durante el resto de su vida. Quien mata de lejos es un bellaco que encomienda a otros la tarea sucia y terrible que le es propia. Quien mata de lejos es peor que los otros hombres, porque ignora la cólera, y el odio, y la venganza, y la pasión terrible de la carne y de la sangre en contacto con el acero; pero también ignora la piedad y el remordimiento. Por eso, quien mata de lejos no sabe lo que pierde».
-El sol de Breda, capítulo VI
Por eso, cuando acabó la batalla y solo pudo saciar la sed de sangre a fogonazos en la distancia. No sabía si sentirse aliviado o decepcionado.
Bulbul había buscado un sitio un poco a cubierto de la metralla de los cañonazos enemigos. No es que fuera un genio de la estrategia, pero había aprendido que era bueno tener algunos cuerpos entre él y el fuego enemigo.
Empezaron a hablar los cañones y estaba claro que el puto brujo era un amigo del fuego, pues las balas del Cipote daban más y mejor en su blanco que los de los ingleses. Bulbul se encogió por instinto cuando las esquirlas de madera empezaron a volar a su alrededor. Una de ellas se clavó en un hombre a su lado. Uno de los alfonsos y Bulbul recordó la maldición del brujo Matarratas diciendo que había demasiados alfonsos a bordo.
Esperaba que llegara su momento para empezar a rebanar y cortar pero ese momento no llegaba. Se dedicaban a lanzarse pedos de fuego unos a otros, hasta que el barco enemigo quedó hecho una mierda. El negro se palpó el cuerpo, en busca de alguna herida. No era el primero que veía con las tripas colgando y que ni se había dado cuenta hasta que no caía desangrado como un gorrino.
Por el mar flotaban ingleses, aferrándose a una vida más que insegura. Algunos de los piratas se divertían disparando contra aquellos idiotas, y Bulbul se reía con ellos. Como el idiota que no entiende el chiste pero se ríe igualmente para no quedar mal.
El contramaestre ordenó capturar al capitán enemigo. Siempre es divertido jugar con un capitán inglés. Prenderle mechas entre los dedos de los pies, rebanarle los pezones, meterle un arenque salado por el culo... Bulbul ya se reía con lo que podía hacerle cuando se afianzó un bichero con la intención de pescar con el gancho a ese gordo y cabrón pez inglés.
Alfonso Duarte, el Matarratas, emergió de la nube de humo y el vapor de salitre intacto y rodeado de su cohorte de diablos negros. Estos habían saciado su sed de sangre y habían disfrutado machacando con sus toscas y afiladísimas armas de piedra a cuanto inglés se interpuso en su camino. Alguno de los negros hasta se había tirado al agua para degollar ingleses con la furia de un tiburón enloquecido, y quizá esperando ser, por qué no, devorado a su vez por un escualo como orgulloso sacrificio para el Dios de la Sangre y la Muerte.
El capitán cirujano, sonriente como una hiena, observó el resultado de la batalla. ¿Podía haber sido de otra manera? Ni mucho menos. Los ingleses murieron por docenas porque así lo había deseado él, el Señor de los Mares. Acabada la primera parte, tocaba reponer fuerzas.
– ¡Abordad! ¡Abordad y saquead lo que quede!
El Perseverante debía estar bien abastecido de pólvora, armas, munición, comida y bebida. No debían faltar algunas baratijas de botín, el cofre de la paga, herramientas y recursos interesantes para hacer más fácil la reparación del Cipote de Mar.
— ¡Cuartel para los hijos de puta que quieran salvar la vida! —no era un arrebato de humanidad. Era pragmatismo y respeto por la tradición de la piratería, aceptar a los que quisieran embarcarse y saquear los mares—. ¡Ingleses! ¡Los bastardos que deseen cambiar de vida salvarán esta!
Alguien dio el aviso de que el capitán inglés estaba en remojo. Matarratas se asomó por la borda y sonrió.
— ¡Ja, ja, ja, señor capitán! ¿Dónde está ahora su Graciosa Majestad, puto? —el contramaestre ordenó capturarlo. Podrían pedir un jugoso rescate, quizá—. ¡Subidlo y comportaos, va a subir todo un orgulloso y noble caballero de la Muy Leal y Tragasables Marina Real Inglesa a este nuestro humilde barco! No querréis que se lleve una mala impresión de sus anfitriones. ¡Qué vergüenza sería! ¡Qué se diría en los mentideros! ¡El horror!
Las órdenes estaban dadas. Los hombres recuperarían el botín más precioso, matarían a los últimos ingleses y se habrían ganado, por fin, un rato de descanso. Pero para el capitán Matarratas, ese amantísimo y tierno padre, llegaba el momento de mostrarse magnánimo y benefactor.
— Poned grilletes a ese imbécil inglés... si se deja. Si no, pues degolladlo y a los peces, me da igual, la verdad. ¡Los heridos que tengan cojones, que vengan a ser remendados por el cirujano del Cipote!
Claro, porque además de capitán del Cipote, Emperador de las Islas y Señor de los Siete Mares, Matarratas era un humilde y benéfico cirujano.
La tirada es por el flashbá
Era ya la segunda batalla para Jacob y apenas podía moverse, pero el Capitán se estaba encargando de todo. pertrechos, comida y pólvora. Conseguirlos de ese puto barco inglés al que habían masacrado.
¡Y hasta conseguía nuevos pringaos para la tripulación!
—Hacedle caso, putos, hacedle caso... en un barco pirata se come mejor, se bebe mejor y no hay que aguantar hijosdeputa subiditos de oficiales!.
Sí, tocaba un rato de descanso en cubierta. Uf, que cansado estaba. Quién iba a decir que se iba a hartar de matar... bueno, por hoy hasta que descansara un rato. Ahora podrían pasar de la mierda de ser jodidos y empezar a joder ellos.
—Al diablo con los barcos del Rey, que le metan un cañón por el culo.