Partida Rol por web

Edvard Grieg, In the Hall of the Mountain King from "Peer Gynt"

La donna è mobile
qual piuma al vento...

Rigoletto

Un buen golpe despertó a Orologgio, y al abrir los ojos, se descubrió en el suelo de madera del camarote. Parecía que acababa de caer desde lo alto de la litera y su cabeza le daba vueltas.  

Le dolía bastante el costado sobre el que había caído. El lado derecho de la cara, el hombro del mismo lado y el muslo. Seguro que se le formaban moretones.

Él ocupaba la litera superior, así que la caída había sido considerable. Al mirar a su alrededor, descubrió que el quinqué del techo provocaba sombras oscilantes sobre los mamparos. El arco de oscilación de la luz colgante era amplio, muy amplio.

Hubiera esperado que alguno de sus compañeros de habitación se habría incorporado para ayudarle al oír el golpe, pero todos roncaban a pierna suelta.

Lógico. El capitán había anunciado la noche anterior que se recalarían a su destino un día antes de lo esperado, y había ordenado servir grog, una bebida a base de agua y ron, para todo aquel que no tuviera guardia nocturna.

La mayoría de la tripulación, incluso los oficiales con los que  Orologgio compartía alojamiento junto al camarote privado del capitán y lejos de la "tropa" había recibido con placer el ofrecimiento de la ración alcohólica. Orologgio en cambio había declinado, por supuesto. Aquél licor infame no estaba a la altura de alguien que se había criado tomando los excelentes vinos vodaccios.

Así pues, el resto de compañeros de estancia de Orologgio en la nave debían estar durmiendo la mona. Sin nadie que le ayudara, intentó incorporarse sólo.

Se apoyó sobre un mamparo, pero al hacerlo, el barco se inclinó bruscamente, tanto que estuvo a punto de tirar al vodaccio de nuevo al suelo. Un balde rodó por el suelo, y varios objetos personales colgando de una red de seguridad del techo calleron al suelo, unas mantas y un libro. Los cuerpos de los durmientes se bambolearon de un lado a otro de las literas, pero no llegaron a caer de ellas. ¡Y seguían durmiendo los muy ceporros!

Orologgio se sentía mareado, muy mareado. Pero no por el golpe. Ahora veía que el barco se inclinaba bruscamente de un lado a otro. Como un cascarón de nuez en un río turbulento. ¿¡Pero que cosa fare!? Atisbo sonido de viento y lluvia en el exterior, y el barco se agitaba bruscamente sin parar. Posiblemente, una tormenta.

Podría volver a la cama e intentar dormir. Pero con tal agitación le resultaría imposible. Ya se había desvelado. Además, aún le seguía doliendo el costado.

Se encontraba en una estancia del castillo de popa, aledaña al camarote privado del capitán de la nave, a la altura de la cubierta del barco, aunque a cubierto. El príncipe vodaccio había subvencionado la expedición de aquella nave a una isla del Mar de la Espuma cuya localización sólo el capitán conocía. Todo llevado muy en secreto, y contratando a gente de diversa nacionalidad.

Según decían los oscuros rumores, este capitán fue antaño miembro de la Sociedad de Exploradores, pero fue expulsado de la misma por alguna oscura actuación. Rumore, rumore. A pesar de ello, el capitán había demostrado ser muy buen navegante durante el trayecto, evitando una intentona pirata de persecución, y demostrando buen conocimiento de los mares.

Cuánto misterio, a pesar de todo. 

Por un momento, Orologgio creyó oír un grito de alguien en el exterior, en cubierta. Después, un golpe enorme, y el barco pegó un bandazo brutal, y la estructura tembló. Tras esto la nave pareció seguir su camino. ¿Qué era eso, habían chocado con algo? ¡Y todo el mundo seguía durmiendo!

¡Svegliati!  ¡svegliati!

Esto auguraba mal.  Salió corriendo a cubierta.  ¡Capitán, capitán!  ¡Algo raspó el fondo!

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Salió a toda prisa del camarote que compartía junto a los miembros de la oficialía del barco dando a un pasillo.

Pasando de largo junto a la puerta del capitán y corriendo por el pasillo interior del castillo de popa, abrió una puerta de salida del castillo de popa, saliendo al exterior. A cubierta.

Al hacerlo, las gotas de lluvia empujadas por el intenso viento golpearon su rostro. En realidad, era difícil saber si lo que le mojaba el rostro era agua de lluvia o la mar saldad, pues el mar se encontraba encrespado bajo el cielo nocturno, alzando ominosas olas que golpeaban el costado del barco, y elevándose por encima de las barandillas.

De todos modos, las estrellas no eran visibles. Una densa cortina de nubes negras encapotaba el cielo. La oscuridad nocturna era rota a veces por el fugaz brillo de un relámpago, continuado por el poderoso estruendo del trueno.

Bajo la intermitente luz, el vodaccio pudo contemplar que la cubierta estaba despejada. Miró a un lado u otro buscando a miembros de la tripulación... pero nada. ¡No había nadie en cubierta! ¡Ni un alma!

Una tormenta. Una furiosa tormenta. Una ola elevó sobre las aguas el navío, inclinando la proa hacia arriba y la popa hacia abajo, para luego volver a dejar caer la embarcación, que se inclinó hundiendo la proa y elevándose la popa. Se elevaron cortinas de agua a los costados de proa del barco, que tras describir un arco cayeron barriendo de agua de mar la cubierta. Y así una y otra vez, pues una nueva ola empezó a elevar la proa del barco.

Lo que si que vio fue una serie de rocas puntiagudas sobresaliendo de las aguas entre las gigantescas olas, a los lados del barco. Quizás la quilla se golpeó con una de ellas hace un momento. ¡Peor aún! Una enorme sombra oscura, muy negra se elevaba justo enfrente del barco, ocultando toda la vista al frente. Se frotó los ojos para intentar verlo mejor qué era eso... ¿pero qué? ¡Un muro de roca! ¡Un acantilado! ¡La nave se dirigía de frente hacia la pared de un acantilado! ¿¡PERO DONDE DEMONIOS ESTABA TODO EL MUNDO!?

Curiosamente, nadie respondió a sus gritos. Algo raro pasaba.

Si esto era un sueño, una pesadilla, Orologgio pronto lo sabría.  La nave pronto se estrellaría.  ¿Puede un sueño soñar que sueña otro sueño?  Seguro había leído eso en el texto de algún dramaturgo castellano, pero ahorita no recordaba el nombre y no importaba, pues aunque lo supiera eso no le serviría de nada.  

¡Capitán!  ¡Tripulación!  -volvió a gritar.  Si no estaban ahí sería una pieza de información más que apoyaría la hipótesis onírica.

Sin embargo, la consecuencia de que la hipótesis probara fuera falsa a punta de madera rota en pedazos era demasiada.  Corrió el vodaccio hacia donde estaba el timón.  Orologgio era navegante, pero los rudimentos del rudder (como dirían los avaloneses) sí que los sabía.  A menos que mi sueño también me time el timón.  Pensó casi-divertido mientras los golpes de sal y agua le devolvían al momento al picarle los ojos como remedio de médico numinense.  ¡Por los mil demonios, carajo! -decía de lo difícil que era moverse así. 

Al irse agarrando de barandales y cuerdas para alcanzar su objetivo volvía a una y otra vez a gritar ¡¡Capitán!! por si era la tormenta la que se comía su voz como voraz vautour.  Al tiempo, entre salpicones, se acordaba de los detalles de su partida:

Ya mi madre me decía que no debía liarme con una bruja del destino, que ya de por sí los adjetivos de: bonita, lista, caprichosa y acaudalada sumaban cuatro de las 5 sílabas de la palabra pe-ri-co-lo-si (así lo decía, lento, remachándomelo maternalmente) y que sólo me faltaba poner el último sí.   

Vinieron a su mente las imágenes de él mismo diciendo "si" a la expedición, todo inocente, sus sombrero bamboleante sobre sus orejas. Irían a navegar por aquestos mares poco explorados, con un sextante inventado, probando su reloj antikera, y un mapa de estrellas.  ¡Y yo diciendo que sí, imitando con mi cabeza el movimiento de sus enormes y hermosas pestañas, carajo!

Pero aquí estoy, y si puedo evitar dar con estas rocas, buena obra será.  -pensó con la frialdad con la que estudiaba mecanismos nuevos inventados por los montaignenses.  Complejos como su lenguaje. 

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Volvió a gritar pidiendo ayuda, pero nadie le respondió. Quizás no le oyeran debido al estruendo de la tormenta, quién lo sabía. Pero lo raro es que no viera a nadie en cubierta. ¿Donde estaba la tripulación de guardia? ¡Tendría que haber alguien, pero no atisbaba ni un alma en cubierta!

Sea como fuera, debía darse prisa antes de que el barco se estrellara contra el acantilado y se hiciera pedazos. Con intención de dirigirse hacia el timón, Orologgio di´Laurentia se dio la vuelta, mirando entonces hacia popa. Tenía ahora ante si el castillo de popa del que acababa de salir por una puerta.

Esta vez tomó una de sendas escalerillas que encontrándose en babor y estribor ascendían los pocos metros que le separaban desde la cubierta principal de la nave a la cubierta del castillo de popa.

En la oscuridad, con los ojos llenos de agua salada y con el barco agitándose de un lado a otro en la tormenta, subir por la escalerilla le costó gran esfuerzo.

Mientras subía, tropezó con un bulto en mitad de la escalerilla. Al tocarlo notó que era blando. Era un individuo, allí tumbado. No veía bien, así que agitó el cuerpo, intentando llamar su atención o algo, pero el individuo no hablaba ni se movía. ¿Estaba muerto, inconsciente? Se hubiera detenido a examinarlo, pero no tenía tiempo. Debía llegar al timón cuanto antes.

Ascendió de dos zancadas lo que quedaba de escalera, y en cuanto llegó arriba se dirigió corriendo hacia el timón, al que llegó practicamente lanzándose en plancha.

Lo agarró con todas sus fuerzas. Era difícil mantenerse en pie teniendo como único apoyo sobre aquel suelo inestable una rueda de madera que giraba. Pero debía hacer el esfuerzo. Hizo girar el timón a toda velocidad, intentando evitar que la nave se estrellara de frente contra las monumentales paredes del acantilado, y evitar a la vez las puntiagudas rocas que sobresalían por encima de las olas marinas.

Mientras maniobraba el timón apretando los dientes, por el rabillo del ojo vio otro cuerpo tirado contra una barandilla del castillo de popa. Reconoció el rostro del contramaestre de la nave, su mirada fija; sus ojos fríos, inexpresivos y muertos. El lívido cadáver del contramaestre mostraba una tajadura que iba de lado a lado del cuello; la evidente causa de su muerte. Un rayo iluminó la cubierta de la nave frente a él nuevo, y esta vez desde una perspectiva de mayor altura, el vodaccio pudo ver que la cubierta estaba repleta de cadáveres de marinos, asesinados y ocultos detrás de barriles y otros fardos de la nave.

La paranoia se apoderó de él.

Orologgio era un navegante y cartógrafo competente, reconocido por los capitanes de su pueblo, Laurentia, y sabía que era lo que se tenía que hacer en esta ocasión.  

Sin la tormenta, quizá, sin la inmediatez de los picos, esos dientes negros de monstruos marinos iluminados sólo por las ráfagas de rayos, quizá lo hubiera podido lograr.  Con la ayuda de los que ahora estaban muertos, manejando cuerdas y velas, esta fuerza de naturaleza hubiera podido ser convertida gracias al ingenio de la gente en empuje y propósito, y la madera llegaría a donde brazos y dinero y especias los esperarían.  Pero no, en esta ocasión no sería así.  Lo supo cuando la barrera de agua se levantó como una palma de la mano de Theus a darles un smite, como dirían los avalonenses.  

Sus movimientos habían sido los mejores, casi lo tenía, pero los acantilados castigaban de la misma manera a quienes fallaban por poco o por mucho, sinodales con imparcialidad de roca.

A menos... a menos que viera algo que lo ayudara a alcanzar lo que ahora parecía imposible pero a una mano de distancia, cerca.  Quizá navegar de tal forma que el choque destruyera lo menos, que llegara él menos herido a la costa, que otros, aún vivos entre las entrañas del barco lo hicieran igual, que más carga se salvara, que más vida, que es carga, se salvara. 

El rayo iluminó la cubierta, el mar, el acantilado, los picos.   Casi sería hermoso. 

Orologgio maniobró el timón con destreza, intentando emular la experiencia de otros pilotos a los que había visto ejercer su puesto.

El viraje del navío pudo resultar excesivamente brusco. A medida que se aproximaba al acantilado Orologgio se percató de que la nave se escoraba peligrosamente, hasta tal punto que una de las embarcaciones de auxilio rompió sus amarrajes saltando por fuera de la borda no sin antes llevarse por delante parte del barandillado de babor. A todo esto, la falta de personal en cubierta hacía parecer la escena de un barco fantasma.

El giro de la nave la puso de lado, y practicamente junto al acantilado; un momento en suspensión en el que el casco dudaba entre volver a las olas o estrellarse contra la vertical costa. Pero ese instante pasó y la nave recuperó la verticalidad de sus mástiles mientras daba la vuelta salvándose por el momento para alejarse de la pared y volver a las aguas de una costa repleta de arrecifes y rocas puntuagudas que sobresalían sobre las olas.

Orologgio se permitió solo un suspiro intentando tomar aire para enfrentarse al desafio que aun le esperaba, evitar las decenas de rocas. Pero no pudo hacerlo...

En vez de ello sintió un dolor agudo en la espalda que se extendió hacia el pulmón a medida que el frio acero penetraba en su interior. El alivio del duro filo extrayéndose bruscamente fue sustituido por el gorgojeo en los pulmones y el flujo la sangre. Se hincó de rodillas por el shock antes de que la misteriosa figura a la que no había visto ni acercarse con un largo cuchillo le tumbara en cubierta de una patada y luego de tomar el timón, ya libre de la molestia del vodaccio, maniobrara el navío de regreso al acantilado. Orologgio no había notado la presencia del individuo amparado por la penetrante oscuridad y tremor de las olas del mar gopeando las rocas bajo la tormenta

Tras el semejante acto, una acción suicida no solo para él si no para las vidas de todos los que se encontraban en la nave, el desconocido encapuchado dedicó un momento a volverse hacia Orologgio y soltar una frase en lo que parecía la lengua esisena **.

Al ver su rostro iluminado en un instante por el fugaz relámpago rayo, Orologgio creyó reconocer a uno de los varios marinos que formaban parte de la tripulación del barco. Un hombre común en apariencia bajo una barba descuidada, cuerpo robusto, pelo corto y frios ojos azules, que ahora se desvelaba, sin embargo, como algo mas, llevando encima de sus comunes ropajes marineros un tabardo con capucha singular de arcaica confección, casi medieval.

Sin dedicar mas tiempo al vodaccio el, en teoria, eiseno volvió al dominio del timón dirigiendo la nave de nuevo hacia el fatal desenlace.

El cuerpo del cartógrafo vodaccio, quizá por el estrés o la emoción que estaba viviendo, resistió mejor el embate del frío filo del cuchillo.  Eso significa que se hubiera podido recuperar eventualmente completo de este percance de haber estado en un hospitalet de Laurentia o una clínica de Numa, pero no, la perspectiva del acantilado y el timonel suicida auguraban otra cosa para su destino por más que su cuerpo resistiera.

¿Estas demente o qué?  ¡Morirás tu también!  ¿Quien te manda?  Trató de distraer al eissiano para ver como podía evitar el desastre pues había entendido lo que había dicho.  Se preparó para lanzársele encima apenas viera una oportunidad.  Tomó la daga enjoyada de su cinto y apretó los dientes.

Orologgio se fijó en el patrón de las olas que rompían cual barreras contra el barco.  Esperaría el momento adecuado en que una de esas paredes de agua llegara a distraer al eissenio, ya, ya casi, a la otra, y se le lanzaría encima, para empujarlo por la borda. 

La herida en la espalda tenía cierta gravedad. No le dolía demasiado, pero le dificultaba algo el respirar, como si tuviera algo encharcado el pulmón. Y tosió una vez algo de sangre.

Aun así, parece que la tos sangrienta fue momentánea. También notó que la sangre manaba por la herida hacia el exterior y que resbalaba lentamente por la espalda en vez de entrar más en el órgano respiratorio, lo cual hubiera sido bastante peor. Intuía que pronto dejaría de sangrar.

El individuo sabía donde clavar pero Orologgio había tenido suerte.

Orologgio sospechaba que la herida no se agravaría mas, por ahora, pero la lesión no dejaba de ser molesta y de causarle esfuerzo cada vez que respiraba.

Orologgio entendió perfectamente la frase "Para que la humanidad pueda vivir en la luz nosotros debemos caminar entre las sombras".

No recordaba cuando, pero ya había leído esa frase en alguna parte, aunque no recordaba bien donde. No la había visto escrita en tinta sobre las páginas de un libro, si no en un grabado sobre una construcción, una construcción antigua. Pero Orologgio había viajado tanto y visitado tantos sitios...

El cierto sentido, esa frase le recordaba la filosofía de Cristófono Scarovese, la cual plasmo en su obra más conocida "El fin y los medios", una obra de contenido político-moral de vital influencia en la forma de vida e idiosincrasia de la Vodacce actual **.

Sin embargo, la frase "Para que la humanidad pueda vivir en la luz nosotros debemos caminar entre las sombras" tenia un talante moral y ético muy distinto a la obra de Scarovese y aunque ambas compartieran en cierto modo la idea de que el fin justifica los medios, Orologgio sabía que el fin expresado por la obra de Scarovese era muy distinto al de la eisena cita.

Además, le sonaba que esa frase era aún mas antigua que la obra de Scarovese.

¡ Scarovese !  El fin justifica los medios.  Pero no le sonaba a realpolitik, le sonaba más bien a una organización moral, selfrighteous como dirían los avaloneses, que sin embargo formaba asesinos como este en una cínica o dilusiva contradicción con sus principios.

¿Será una facción de la iglesia? Quizá, los eissenos venían de los conflictos entre iglesias.  ¿La inquisición? Quizá.  El central reino mismo, en una batalla por el poder en Thera, manteniendo cosas ocultas.  ¿Pues que íbamos a encontrar en esta isla?  

Orologgio tenía pocas opciones.  Fue midiendo el ritmo y altura de las olas que se les enfrentaban al acercarse al acantilado.  Tendría una oportunidad pronto.   ¡Esa!  Vio como el mar se hundía con esa imposibilidad de terreno que sólo la marejada tiene, y sabía que en menos de 10 segundos se levantaría una pared de agua que tumbaría por cubierta a cualquier distraído. 

¡Y distraído serás!  Se levantó, a como pudo pues el dolor era una punzada aguda sobre su torax.  Sacó su daga vodacce, con más filo que joyas como correspondía a su familia.  Se puso en la posición de enfrentarlo.  Sabía que no era mejor que él, pero aparentó sin mucha dificultad que estaba desesperado y cargó contra el asesino.  Sabía que este se voltearía hacia él, sonrisa socarrona bajo el gorro pensando que ahora ultimaría al que se le había ido en su última puñalada antes del suicidio.  Pero ese soltar el timón lo dejaría vulnerable a su verdadero verdugo, la ola subrepticia con mano de gigante, esa clepsidra sería la que lo tiraría por la cubierta, quizá hasta el mar y sus dientes de piedras con moluscos.

Trastabilló el de Laurentia, pero vinieron a él generaciones de gente que vivía en los barcos.  No, no caería ahora en este momento aciago, corrió, sabía que la ola los tiraría a ambos.  Su esperanza era que él fuera quien quedase en pie, sobre cubierta.   No caigas del barco, oyó la risa de su tio abuelo.  Corrió a su destino.   

¿Y tus brazos amada mía?