Partida Rol por web

 -¿Y negros, cuantos hay?- dijo en un tono de voz más alto de lo que le hubiera gustado, sintió un poco como que estaba interrumpiendo, pero se animó a sí mismo para seguir

-Hummm...- El montaigne permaneció pensativo. -Unos veintiuno, pero sólo ocho de ellos serán varones adultos.-

 - ¿Y la empalizada, cuantas puertas tiene y por dónde? - dijo levantándose e intentando interpretar el mapa.

El mapa era un gargajo. El tipo no tenía los materiales adecuados, y aunque los hubiera tenido se notaba que no era buen artista. Más bien pintor de brocha gorda. No había manera de interpretar gran cosa.

- Hay una única entrada principal de la empalizada y está al oeste del pueblo, jalonada por dos cañones de pequeño calibre y una gran torre de vigía de madera desde la que se puede vislumbrar fácilmente a alguien acercarse al pueblo, siempre a plena luz del dia y que no se aproxime por el pantano.-

-No tenemos empalizada al este. Ahí se encuentran la costa y el embarcadero. Tampoco hay empalizada al norte del pueblo. En su lugar está el cenagal y los pantanos. Yo no iría por ahí. Los cenagales son traicioneros, la vegetación abundante y sobre todo se han avistado criaturas muy extrañas entre las charcas. Desde la desaparición del doctor nadie quiere acercarse por ahí.-

 -¿La plantación de qué es, y para qué?- Le extrañaba al cartógrafo que fuera esta una expedición económica, o para establecer una colonia, esclavista.

-Pos una plantación, oiga. Lo normal que se cultiva en una plantación. Diversas... COSAS- Se rasca la cabeza. -No sé bien. Soy soldado, no agricultor. Pero si que se guardan los cultivos en un granero bien seco cerca del embarcadero, para que se lo lleven a Montaigne en barco y lo venden allá. El granero lo diseñó el señor Jean-Baptista, y dicen los campesinos que es muy buena construcción y evita la humedad de este lugar. Hay incluso un mecanismo de agua en el embarcadero por si se produce un incendio en el granero.- Añade. -También se plantan frutas y hortalizas para el sustento del pueblo.-

 -Montaigne no permite la esclavitud, ¿que pretende tu señor Dul Motte? 

-Tiene usted razón. Pero yo soy un mandado y como aquí quien manda es monsieur Jean-Baptiste Gaulle Dul Motte, pues todos a callar. Además, él no los llama esclavos si no criminales en trabajos forzosos, si usted me entiende lo que quiero decir.-

-No se qué pretende. Creo que al principio quería simplemente alejarse de Montaigne y de su familia, pero desde que averiguó lo de las ruinas está como muy cambiado y parece obsesionado con el tema. Todo lo demás le da igual, salvo los nativos. Sobre todo el negro ese.- Y señala a Toa Rappa.

Antes de que le de tiempo a decir nada más, se produce un potente sonido  acuoso y algo que sólo puede definirse como cola o tentáculo (a saber, porque es muy rápido) sale del agua agarrando al pobre Armando de un pie y arrastrándolo al agua.

La cabeza del muchacho asoma antes de ser sumergido bajo las aguas. El chico hace amago de salir a flote otra vez, pero empieza a ser arrastrado corriente abajo en dirección a la cascada que hay en dirección sur. Aunque no hay mucha profundidad en el riachuelo, esa cosa lo lleva tan rápido que no le deja tomar pié.

A esto, cuando todos se giran a mirar lo que ocurre uno de los dos mosntaigne, el más dialogante hasta ahora, grita: -¡AHORA, CORRE!-

De inmediato el tipo se arroja sobre James, y aun estando maniatado de pies y manos derriba al avalonés al suelo. No es que le haga daño, pero ahora James tiene a un pesado montaigne justo encima que no para de decirle tacos a la cara (en su poética lengua).

El otro montaigne reacciona de inmediato y empieza a correr pies para que os quiero como pollo sin cabeza intentando huir.

Los chapoteos y la agitación provenientes del estanque donde estaba Armando sacan a Lope de la escucha atenta en la que estaba enfrascado. Antes de que pueda reaccionar, ahora son los monteñeses quienes reclaman su atención, al tratar de escapar.

—¿¡Pero qué demonios...!? ¡MIERDA! —masculla y maldice el castellano, sin saber a qué reaccionar.

En el agua, Armando se las ve contra algún tipo de criatura. A sus pies, James se enfrenta al monteñés más locuaz, pero a un hombre encadenado al fin y al cabo. Lope tarda unos instantes en decidirse, pero finalmente se decide.

—¡Vodachio! —grita para que Orologgio le escuche—. ¡Ayuda al chaval! —exige—. Ese no se va a ninguna parte.

Mientras tanto, el veterano mercader ha descolgado el rifle ya cargado de su hombro, lo amartilla y apunta al monteñés fugitivo. Por último, aprieta el gatillo.

mientras veo el agua del rió moverse, por el rabillo de ojo veo un sombra moverse rápidamente por debajo de la superficie del rió muy cerca de mi, pudiera ver era un tentáculo me tomo por la pierna y un agarre frió e implacable me jala hacia el río, tan rápido que ni pude gritar a mis compañeros cuando ya estaba debajo del agua, con un gran esfuerzo pataleo con mi pie libre y con mi brazo para volver a la superficie, por un momento la bestia para seguir avanzando rio abajo tuvo que dejar de tensar su tentáculo y logre apenas sacar mi cabeza fuera del agua.

Un grito es todo lo que pude expresar !Hey! sentí como la bestia volvía a afirmar su agarre y como hundía mi cuerpo debajo de la superficie. Hay cosas que cuando pierdes un brazo aprendes a compensar, ya no tengo la posibilidad de nadar muy rápido o luchar, pero aprendí que lo importante en el agua es el aire! Antes que mi cabeza estuviera sumergida de nuevo tome un buena bocanada de aire y trate de mantener la calma.

Ya sumergido veo a la criatura que me arrastra y veo la aberración que me tiene, casi tan terrorífico como el gorila de dos cabezas pero esta criatura no se ve inteligente solo salvaje! Un Un torso humano unido a las colas de lo que parecen serpientes!

Mi arpón se quedo con mi bolso en el borde del rió! Recuerdo los cuchillos que nos habíamos repartido al salir del campamento de los Montaigne, busco en el cinto de mi pantalón si aun se encuentra allí!.

Al ver al tentáculo aquel jalar al niño como si fuera una serpiente marina cazando a una foca, el vodaccio salió corriendo hacia más adelante en el río.  Habría que interceptarlo antes de que llegara a la cascada, y tenía que pensar rápido.

Si es una especie de anguila como tal será cazado. -intuyó, buscando detener su avance.  En su carrera de pies y mente, encontró guardada en un nicho de la catedral de su memoria la técnica con la que los pescadores de anguilas usaban sus "tapos", aquellos embudos abiertos a la corriente que canalizaban a la pesca a donde era más fácil detenerla para sacarla. 

  Ahora, ¡¿donde donde veo sobre el río para tirarlo y que haga las veces de presa o embudo?! 

James oyó que algo se revolvía en el agua y que esa especie de "sireno" se llevaba al buen Armando, río abajo. Iba a empezar a correr tras él, cuando Jacques se abalanzó sobre el como un saco lleno de piedras. La constitución menuda de James no pudo soportar la embestida del soldado. Ambos cayeron al suelo. El Montaignés cayó encima y no paraba de gritar. James se fijó un momento en su enemigo. Se estaba poniendo cada vez más colorado, las venas del cuello se le hinchaban por el esfuerzo de gritar de semejante manera. Un toque de repulsión llenó a James porque al gritar le estaban cayendo esputos y babas en la cara, por mucho que intentase girarla para evitar que le cayese por la nariz, ojos o propia boca.

Centró sus esfuerzos en doblar las piernas e intentar alcanzar el cuchillo oculto en su bota, si lo alcanzaba no dudaría ni un momento en abrir las tripas de su recién ex-prisionero.

Orologgio se acercaba presto en ayuda del muchacho. Pronto se vería si llegaba a tiempo o no. Orologgio corrió todo lo que pudo intentando interceptar al muchacho y lo que fuera que le arrastrara río abajo. El aparente estudioso demostró tener buen fondo a pesar de su refinado aspecto y maneras, por lo que en un santiamén se posicionó al borde del acantilado. Miró a su alrededor y rápidamente alcanzó a ver cerca de la orilla unos grandes bloques de piedra del tamaño de su cabeza. Ni corto ni perezoso se puso a ello; empezó a agarrarlos y lanzarlos hacia la pequeña corriente y a medida que estos se fueron amontonando el Vodaccio lograba de manera rápida e improvisada erigir un "dique" **. Que aunque el agua discurría alrededor de las grandes piedras rodeándolas, sin duda las criaturas y Armando se toparían con ellas al descender por la corriente. La pregunta es si la construcción aguantaría el embate.

Mientras, aunque la corriente era poco profunda, la criatura arrastraba a Armando por el fondo del riachuelo a gran velocidad. Armando se debatió intentando agarrarse a algo, cualquier cosa, con su único brazo útil. Sacó unos cuantos pequeños cantos rodados enterrados en el fondo antes de lograr aferrarse a uno montón de cascotes especialmente grande que sobresalía de la corriente; era uno de los montones erigidos por Orologgio. Se ancló en él, y cuando la criatura tiró, la ofídea cola se resbaló a lo largo del tobillo, liberando a Armando.

Armando se puso rápidamente en pie, llegándole el agua a las rodillas. Le habían arrastrado un par de decenas de metros de donde le metieran al río por sorpresa, y algo más corriente abajo podía oir el bramido del agua precipitándose en cascada.

Armando echó mano de su cuchillo. Lo dos seres buceaban ahora en círculos alrededor de él, al acecho, y Armando podía ver claramente sus siluetas a través de las cristalinas aguas.

Mientras tanto uno de los presos corría campo a través aprovechando la distracción, el veterano Lope alzó el mosquete frente a él con calma y nervios de acero. El pulso le temblaba al anciano, pero cerró los ojos un momento y estas dejaron de templar. Su pulso se mantuvo firme mientras abría los ojos y apretaba el gatillo. Al unísono de la detonación de humo y pólvora un flor roja brotó del pecho del cautivo, que cayó al suelo inerte. Lope bajó lentamente el cañón al comprender que el hombre no se levantaría más.

Por su parte , James sacó con habilidad el cuchillo guardado en su bota y clavó el mismo en el vientre del gordo Jackes tantas veces como pudo, con la practica que le habían dado las peleas de taberna y las disputas en cubierta a vida y muerte con piratas; no dejando de clavar profundo hasta que el Montaigne dejó de moverse. Apartó entonces a un lado el grandullón cadáver del individuo con esfuerzo, algo asqueado.

Al incorporarse cuchillo en mano se percató de que tenía el vientre de la camisa empapado de sangre. Una sangre que no era la suya.

Contento de que funcionara su improvisado dique para que no se lo llevaran más lejos al muchacho, Orologgio vio que aunque este estaba libre aún no salía del aprieto.  

mm, y este dique hasta para un campamento nos daba aquí. 

Quitando su mente ingenieril de verle derivados a la obra, pensó en como rescatar al chico.  Una polea desde rama gruesa lo sacaría como quien saca una piedra de cantera para catedral.   ¿Señores, tienen una cuerda? ¿Ven algún árbol donde pueda amarrarse para subirlo? 

No dudaba que ya sea el salvaje castellano o avalonés se metieran cuchillo en mano a sacar al chico, pero él, si podía evitar que se le estropearan sus calcetas de seda, pues estaría mejor.  

Por otra parte, su mente científica recordó que se pescaban anguilas en algún puerto batiendo algunas plantas saponíferas, cuya espuma era tóxica para el animal que respiraba bajo el agua.  Al menos atontarlos para que salga el chico con éxito, en vez de ser vuelto a arrastrar al fondo.  Se ve que se maneja bien con el cuchillo.   Revisó las orillas para ver si veía alguna planta del tipo. 

O resonar una campana bajo el agua para atontarlos. -dijo en voz alta, dudando que alguno hubiera guardado una del barco.  

Me escape del agarre de la bestia gracias a unas rocas que me sirvieron de apoyo! veo a Orologgio al lado del río. Excelente! Venga deme una mano! al buscar a mi atacante noto como las serpientes comienzan a rodearme. Apreté el cuchillo fuertemente y me prepare para lo peor!

Estas criaturas me atacaran en cualquier momento, no puedo luchar contra ambas y esperar sobrevivir. Me voy moviendo hacia el borde del rió donde se encuentra Orologgio.

Después de acuchillar al Montaigne, se incorporó y miró su camisa brevemente. Toda es humedad pegajosa y cálida que tan poco le gustaba sintiéndolo por la tripa. Hizo una pequeña muestra de asco mientras miraba la situación. Vio a Armando luchando por su vida mientras se maravillaba de lo rápido y el ingenio con el que el Vodaccio había construido el dique en el río.

Sin pensarlo dos veces, echó a correr, no sin dar antes una breve patada al cadáver de Jackes, hacia donde se encontraba el muchacho manco con la intención de echarle una mano y sacarlo de la difícil situación en la que se encontraba. Había que sacarlo de allí lo antes posible antes de que esas bestias acabasen con él.

Ahora que el fugitivo es un asunto resuelto, Lope está listo para atender las otras emergencias. Un breve vistazo le basta para descubrir que James no sólo se ha ocupado del otro soldado, sino que ya corre en ayuda del joven pillo. Lope deja entonces la inútil arma, su polvorín y su mochila junto al cadáver del monteñés destripado y se mueve hasta el río, donde Armando -en el agua- trata de mantener a raya a una o dos extrañas criaturas de miembros tentaculares. El viejo mercader también puede ver cómo, no lejos, el vodaccio bloquea ingeniosamente el curso moviendo unas piedras. Quizás eso le da confianza pues, apenas unos instantes después, Lope atrapa su puñal entre los dientes y salta al agua.

Dicho y hecho, el castellano cuchillo en mano al agua.

Testaruda valentía los distingue.

¡Toa! ¿Que sabes de estos seres? ¿Que hacemos para distraerlos?  Orologgio buscó una rama frondosa y pesada para golpear y agitar las aguas a su alrededor; quería confundir a los seres serpentinos para que el muchacho pudiera pegar el brinco fuera del río apoyándose mutuamente con el muy mojado Lope.

Se resistía el vodaccio a empalar a estos híbridos seres cual si fueran peces o anguilas, pues como buen explorador ético (si, quizá había de esos), sabía que respetar la fauna local era muy importante, por más monstruosa o rara que le pareciera.  

Lope entra en el arroyo de un salto y con el puñal entre los dientes, pero en cuanto está en el agua y pisa suelo firme coge el arma con su mano diestra y comienza a caminar, chapoteando, hacia su joven compatriota.

—¡Mantenlos a raya, muchacho! —grita dirigiéndose a Armando, enérgico y preocupado—. ¡Voy en tu ayuda!

El último tramo hacia el hombre-serpiente más cercano lo hace prácticamente de un salto, quizás para sorprender al enemigo. Una vez allí, junto a la criatura, el mercader castellano atrasa el brazo armado y asesta una furiosa estocada.