Partida Rol por web

La situación se me iba de las manos. Pese a ser demonios menores y sin un gran poder de combate, me estaban acorralando. El espacio no era el idoneo para correr, y tampoco tenía intención de hacerlo si pudiera. No podía dejar al francés a la suerte de su habilidad, el pervertido cobarde y traidor me iban a llamar. Si hombre.

Una retirada a tiempo siempre es una victoria, y ese momento era un buen momento para ponerla en práctica. Al menos eso me dije a mi mismo en varias ocasiones mientras observaba a los rapiñadores.

Solté un quejido al sentir el arañazo en la pierna. Inmediatamente retrocedí y puse los cuchillos en diagonal frente a mi adoptando una postura defensiva, tratando de esquivar los siguientes ataques mediante alguna cabriola. 

El rapiñador que había atacado con el aguijón a Andrea, volvió a lanzarlo contra él sin dilación, pero los pies del muchacho se movieron con rapidez, elevándolo hacia arriba con gracilidad felina. Andrea dio un salto mortal y con una voltereta en el aire esquivó el aguijón sin ninguna dificultad. Cayó al suelo ya en guardia, preparado para el siguiente ataque. Y este no se hizo esperar. 

Otro de los rapiñadores había elevado su aguijón y lo lanzó también hacia el chico, que intentó esquivar de nuevo ese ataque y sólo lo consiguió a medias. Pudo sentir cómo la dura cola del rapiñador rozaba su costado, hiriéndolo y dejando una herida bastante fea tras de sí.

Mientras tanto, el rapiñador que se había quedado siguiendo el rastro de Émille, olfateaba el aire y parecía haber encontrado su objetivo, pues comenzó a dirigirse hacia el sofá. Tras éste se encontraba resguardado el otro nephilim que invocaba sin dificultades cuatro cuchillos serafines. 

Los dos rapiñadores que quedaban se lanzaron hacia Andrea también, primero uno y luego el otro, ambos con las garras por delante. Uno de ellos le alcanzó en el torso, desgarrando ropa y carne, mientras que el otro clavaba sus dientes en el tobillo del italiano con fuerza. 

Para cuando ambos se apartaron, Andrea se encontraba herido y la sangre brotaba de varias partes de su cuerpo. Los rapiñadores en cambio habían salido ilesos de este encuentro y ya parecían listos para atacar de nuevo.

Los rapiñadores me propinaban un corte tras otro, si no me retiraba a tiempo acabarían asestándome una puñalada fatal. Lo sabía, pero no acabé de entender la gravedad de la situación hasta que me vi envuelto en sangre. Algo en lo profundo de mi mente reaccionó al fin y lamenté ver como se disponían a atacarme de nuevo en otra oleada. Quizá no lo contase.

A pesar de toda la sangre y las heridas me esforcé en bloquear los siguientes encuentros. Deseé ser más preciso las siguiente vez y soportar la embestida.

Si la pérdida de sangre o las heridas no me doblegaban, también trataría desenfundar mis cuchillos serafín.

El rapiñador que había detectado el rastro de Émille se dirigió directamente detrás del sofá en busca del nephilim, mientras tanto, uno de los rapiñadores que acosaban a Andrea levantó el aguijón y lo lanzó hacia el chico, intentando impactar en su torso.

La idea de dejar morir a aquel mequetrefe era atractiva. Mucho. Sin embargo el rostro serio y severo de Gareth, más molesto que nunca, era algo que no quería ver. Así que con un suspiro me resigné a ayudar a aquel memo.

- Léhahiah... - Murmuré mientras levantaba uno de los cuchillos que acababa de invocar y lo lanzaba hacia uno de los rapiñadores que estaban con el italiano asqueroso. Lo hice sin demasiado cuidado, consciente de que podría fallar por tratar de hacer demasiado en poco tiempo. - Véuliah... - Murmuré, mientras lanzaba otro hacia otro de los demonios. Después de eso me lancé en aquella dirección, con uno de los cuchillos restantes en cada mano. - Yélaiah, Séhaliah... - Murmuré mientras trataba de dar un tajo a cada uno de los que quedaban con él.

Los otros tres rapiñadores que rodeaban a Andrea parecían dispuestos a atacarle de nuevo, uno de ellos con el aguijón y los otros dos con sus garras. La aparición de Émille apenas llamó su atención, teniendo una presa tan a mano delante de ellos.

Uno de los rapiñadores se lanzó con las garras hacia el costado de Andrea. El chico intentó bloquearlo, pero se movió demasiado tarde y pudo sentir cómo las uñas del demonio se clavaban en su piel a través de su ropa. 

Mientras tanto, otro de ellos lanzaba un zarpazo hacia su brazo, pero en este caso el bloqueo de Andrea levantando su cuchillo frenó el ataque y aunque el rapiñador consiguió golpearlo, no llegó a herirlo.

Ese movimiento del nephilim fue suficiente para que el rapiñador que lanzaba su aguijón hacia el estómago del italiano fallase, golpeando en la pared tras él. 

En ese momento Émille se puso en pie, todavía detrás del sofá y, sin prestar ninguna atención al rapiñador que se lanzaba sobre él con las fauces bien abiertas, lanzó rápidamente dos de sus cuchillos serafines hacia dos de los demonios que rodeaban a Andrea. Ambos cuchillos impactaron en sus objetivos, pero sólo uno de ellos penetró la dura corteza que recubría a los rapiñadores. El engendro que había sido herido empezó a retorcerse sobre sí mismo mientras un chillido agudo salía de algún lugar en su interior, hasta que terminó reventando desde dentro, envuelto en una luz blanca y salpicando de corrosivo ícor todo lo que le rodeaba. 

El otro de los rapiñadores que había sido golpeado abandonó a Andrea y se giró hacia Émille emitiendo un siseo amenazante. El chico en ese momento intentaba salir de detrás del sofá, mientras los dientes del rapiñador se clavaban en su tobillo. Sin embargo, el demonio chocó con la dura piel del nephilim y no llegó a hacerle ningún daño. 

Émille se lanzó sin dudar sobre los dos rapiñadores que había todavía junto a Andrea y golpeó con un cuchillo serafín a cada uno con gran precisión. Sin embargo, de nuevo sólo uno de ellos resultó herido y el ícor que abandonó su cuerpo salpicó el uniforme de combate del chico y el suelo, dejando tan sólo restos tras de sí.

El otro de ellos, que seguía con el aguijón levantado, listo para clavárselo a Andrea, lanzó su ataque, pero distraído por el golpe que acababa de recibir, no lo hizo con suficiente fuerza y no llegó a dañar al italiano. El chico entonces desenfundó un cuchillo serafín de su cinturón.

Con dos rapiñadores menos y Andrea cada vez en peores condiciones los tres demonios que quedaban parecían dispuestos a atacar de nuevo. Uno había seguido a Émille desde el sofá y otro de los que acosaban a Andrea ahora apuntaba su aguijón hacia Émille, mientras que el último que había lanzado su ataque, también con el aguijón en alto, parecía dispuesto a terminar con lo que tenía entre manos y perforar a Andrea.

Sabía que no me quedaba mucho tiempo consciente, así que esperando que Emille se cargara al resto de rapiñadores me limité a bloquear el siguiente ataque. Y vaya si me esforcé en ello, no quería terminar entre las fauces de un simple rapiñador. Siempre pensé que mi muerte tendría mucha más epicidad que algo así.

La vista se me nublaba y sentía las fuerzas abandonarme. Solo un poco más, pensé.

- Cassiel - dije con tono cansado y a punto de desfallecer. Acto seguido me dispuse a bloquear el aguijón del último de los que me atacaban, esta vez con algo más que simple acero mundano.

Al ver cómo se sucedían los acontecimientos, estuve a punto de lanzarme a por el único rapiñador que parecía que atacaría al italianini. A punto. Pero al ver que el gilipollas se preparaba únicamente para defenderse, que invocaba el poder de un cuchillo sólo para bloquear, decidí dejarle a su suerte. Aquello rebasaba en estupidez a los mundanos. Si estaba tan empeñado en morir debía dejar de interponerme entre él y su destino. Se lo merecía. Cientos de cazadores dignos habían muerto a lo largo de la historia, y este no le llegaba a la suela de los zapatos a ninguno de ellos. Era una vergüenza, y si lo que yo había visto era lo que se limitaba a hacer contra un grupo de rapiñadores, bueno... Era simple selección natural.

De modo que a pesar de que mi intención inicial era volver a pasar de los que iban a por mí y salvarle el culo de nuevo, al ver que él no iba a hacer absolutamente nada decidí encargarme de los míos. Y me costó no quitarle directamente aquel cuchillo al que se aferraba para utilizarlo como era debido. El regalo de un ángel, la mejor oportunidad que nos daban de acabar con los demonios... Y en manos de ese memo. Me hervía la sangre sólo de pensarlo.

Con los labios apretados de pura indignación, descargué un golpe con uno de los cuchillos que aún tenía en la mano, el que continuaba brillando. Acto seguido me impulsé en la pared cercana, esperando pasar por encima del otro rapiñador que me acosaba para agarrar el arma que había caído al suelo, la que seguía invocada, y clavárselo por detrás hasta llegar a lo más profundo de su ser.

El cuchillo serafín de Émille se abrió paso con facilidad a través de la corteza que recubría la piel del rapiñador. La luz del arma se incrementó durante un instante antes de que la carne del demonio estallase desde dentro, salpicando de amarillento ícor la ropa del nephilim y el suelo. El cuchillo se apagó tras aquello, toda su energía consumida en aquel golpe.

Y como si tuviese alas en los tobillos, el chico dio un salto, impulsándose contra la pared para dar una voltereta en el aire y caer agazapado junto al cuchillo que brillaba en el suelo. En un movimiento tan ágil como impecable se puso de pie y lo clavó en el lomo del demonio por detrás, haciendo que sus restos se sumasen a los de los anteriores. 

Mientras tanto, el aguijón del rapiñador que acosaba a Andrea se lanzó directo hacia su vientre con fuerza. El chico interpuso la hoja de su cuchillo serafín y consiguió desviar en gran parte la trayectoria del golpe. Sin embargo, no fue suficiente y la punta afilada del aguijón rozó su cintura, rasgando ropa y piel y provocando un estallido de dolor intenso y agudo que se llevó las últimas fuerzas del nephilim.

Andrea se desvaneció, cayendo al suelo como una hoja y quedando allí tendido inconsciente, mientras el rapiñador volvía a levantar su aguijón con decisión. Un murmullo ansioso brotó de algún lugar en el interior del engendro que prácticamente se estaba relamiendo, ya imaginando cómo sería degustar aquel sabroso bocado.

- Abrir venas del chico... Chico para comer, para beber venas... Chico...

Observé con tranquilidad cómo aquel rapiñador atacaba de nuevo al italiano, y como este era demasiado inútil como para hacer algo al respecto. Por ser, era demasiado inútil hasta para morir. Pero casi mejor así. Que perdiera la vida bajo la custodia de Gareth era un marrón, se mirase como se mirase, al menos hasta que su subnormalidad fuese totalmente pública.

Sin esperar más tomé el cuchillo aún refulgente que el chico había sostenido y me interpuse entre él y el rapiñador. Si debía golpear a alguien, que fuese a mí. Acto seguido, además, lancé dos rápidos ataques contra el demonio, esperando acabar de una vez con todo aquello.

Antes de que el aguijón del rapiñador se moviese contra Andrea, Émille se interpuso entre ambos y su mano se movió a toda velocidad, atacando al demonio con el cuchillo serafín del italiano que había recogido del suelo. El primer golpe chocó contra la dura corteza que recubría al engendro, sin llegar a penetrarla, pero el segundo abrió una brecha lo suficientemente grande como para que la luz celestial del cuchillo dañase al rapiñador que empezó a retorcerse sobre sí mismo. Su susurro se convirtió en una especie de gañido y en apenas un par de segundos el único rastro que quedaba del demonio era el ícor que manchaba la ropa de Émille, mezclándose con la de los otros rapiñadores que también habían muerto a sus manos. 

Andrea continuaba en el suelo, inconsciente y malherido, mientras el silencio se adueñaba de aquella habitación.

En cuanto nos quedamos a solas no tardé en acercarme al cuerpo del pervertido, prestando atención con el oído por si cualquier sonido delataba otras criaturas. Antes de hacer ningún iratze eché un vistazo a sus heridas, intentando asegurarme de que no hubieran inyectado veneno en él. Después de eso saqué el teléfono y marqué el número de Scott.

Echaste un vistazo rápido a las heridas de Andrea, pero lo cierto era que a simple vista no te veías capaz de asegurar si había en ellas veneno o no. Aunque si lo hubiera, el chico no tardaría en tener fiebre, ese tipo de infecciones avanzaban verdaderamente rápido.

Scott tardó dos tonos en coger la llamada.

- ¿Émille? - Preguntó con un tono entre interrogativo y sorprendido. No estaba acostumbrado a que le llamaras por teléfono y desde luego no debía esperárselo en aquel momento.