Partida Rol por web

Puede que sintierais expectación, o tal vez la presión de la inevitabilidad, quizás la necesidad de comprender aquel nuevo mundo y fortaleceros para ser capaces de defenderos por vosotros mismos. Fuese como fuese, finalmente el momento de comenzar el entrenamiento había llegado. 

Émille había citado a Nora y Ethan en la sala de entrenamiento. Cada uno se preparó para acudir como buenamente pudo y allí terminasteis por encontraros. Émille acudía con un par de pequeños libros en la mano. Parecían idénticos y ambos tenían una runa en la portada que habíais visto repetirse con frecuencia en los motivos que decoraban el Instituto. 

Sin embargo, no estabais solos, pues en la sala de entrenamiento estaba también la chica italiana que habíais conocido esa mañana. Lauretta, vestida con su uniforme negro de combate se encontraba practicando algunos saltos de una plataforma a otra. 

En cuanto estuvimos todos no me entretuve demasiado. El tiempo que perdiéramos hablando era tiempo que no entrenaríamos, y había que minimizarlo. Había pasado los últimos minutos esperando a que llegasen los dos observando a Lauretta, midiendo sus movimientos para cuando tuviéramos que enfrentarnos, y podía decir que aquel rato sólo había hecho crecer mi expectación.

- Aquí tenéis. - Les dije a los dos novatos cuando al fin estuvimos todos. - Un códice para cada uno. - Continuó, acercándome a entregarles un pequeño tomo encuadernado en piel. - Es lo que le damos a los mundanos que deben empezar a entender algo. - Expliqué. - No lo leáis ahora, tendréis tiempo luego.

Entré en la sala de entrenamiento con la ropa que me habían dado para los entrenamientos,. No me sentía cómoda tan apretada, pero eran prendas resistentes y que permitían bastante libertad de movimientos. Emille llevaba dos libros y fruncí el ceño al verlos, no iba a ser yo la que me quejara de usar libros, pero había esperado algo más activo. De hecho había esperado algo similar a lo que hacía Lauretta, que parecía haberse puesto en modo saltimbanqui del circo el sol.

Los ojos me debieron brillar como un niño en una juguetería cuando nos entregó uno de los ejemplares a cada uno. Tuve que hacer un esfuerzo sobre humano para no sentarme en un rincón y empezar a leer. Miré a Ethan con expresión interrogante, ¿sabría leer? Supuse que sí, dado que tendría que aprenderse los guiones, pero seguro que nunca había leído un libro entero, al menos sin dibujitos. Dejé el libro en rincón junto con una toalla que había llevado, que seguro que necesitaría ya que no estaba acostumbrada al ejercicio físico y volví donde estaba Emille.

Llegué a la sala de entrenamiento no demasiado motivado. Había accedido a entrenarme, no a que me fueran a gustar. A diferencia de las clases de esgrima interpretativa, aquí no había un entrenador serio con motivación de enseñar. Teníamos a Emille, un cabernícola que, de no ser por las consecuencias, nos mataría en aquel mismo instante sin vacilar. Por no hablar de los compañeros. Echaría de menos la educación y la categoría de mis compañeros. En vez de eso ahora compartía clases con una camarera inmigrante con aires de grandeza.

Todo sea por mi familia. Suspiré antes de abrir la puerta y entrar, ya vestido con el uniforme que me habían dado. Comprobé que no estábamos los tres solos. La italiana había decidido entrenar a aquellas horas. O tal vez jamás dejaba de hacerlo. Algo hizo que me decantase por aquella segunda opción, probablemente la conversación del desayuno.

Saludé a los presentes intentando mostrar algo más de entusiasmo del que en realidad sentía. No estaba con ganas de que el gabacho o Nora me dieran una charla. Vale. Dije, dejando el libro de lado tras echarle una ojeada por encima sin demasiado interés y esperando a que diese comienzo el entrenamiento.

Cuando la puerta de la sala de entrenamiento se abrió, Lauretta se detuvo en una de las plataformas y miró hacia abajo. Se sentó en el borde de la plataforma, con las piernas colgando y apartó un mechón de cabello que caía por delante de sus ojos. 

Su mirada se detuvo en la figura de Emille y una mueca sarcástica se dibujó en sus labios. En un primer instante creyó que había acudido a la sala con la intención de medir sus fuerzas. Pero antes de soltar algún comentario y meter la pata, observó como les entregaba, a los dos chicos que le acompañaban, sendos libros. Uhmmm... ¿Así que éstos son los nuevos? Se dijo, observándoles más detenidamente. Había estado tan enfadada en la hora del almuerzo, que no les había prestado demasiada atención. Esa debe ser la chica de los baños. Arqueó ligeramente una ceja. Tendré que enseñarle a defenderse, parece una mosquita muerta. Su mirada pasó al otro chico y ladeó suavemente la cabeza. Le sonaba de haberle visto en alguna parte, pero no conseguía ubicarlo.   

Se levantó de nuevo y se colgó de la barra para descender hasta el suelo y se acercó a los chicos.

- Hola, creo que no me presenté antes. Soy Lauretta - . Les dijo y extendió la mano con un gesto firme. - ¿Así que vais a empezar a entrenaros? Creo que deberían empezar a enseñaros a dar buenas patadas - . Dijo, clavando su mirada en la de Nora y arqueando suavemente una ceja.

Miré a Lauretta entusiasmada cuando mencionó lo de dar patadas. Ya me podía ver sacando a Andrea del baño a golpes. Incluso era posible… no más bien seguro, que se me puso cara de sádica ante la imagen mental.

-Yo soy Nora, un placer.- Acepté la mano que tendía, intentando dar el apretón firme que mi padres siempre decía que era tan importante para una primera impresión. –Me gusta eso de aprender a patear culos. De hecho, tengo uno en mente en este preciso instante.- Sonreí sin poder evitarlo, estaba claro que estaba cambiando rápidamente. Nunca había sido especialmente agresiva, pero ahora solo podía pensar en cuanto tardaría en poder darle una lección al cerdo italiano. Eso era la parte divertida pero, en el fondo, solo era una excusa. Lo que de verdad quería era ayudar a Aubrey, a la familia de Ethan y a otras personas como la madre de la cafetería.

Esperé a que ambos estuvieran listos antes de volver a decir nada. Sin embargo, cuando Lauretta se acercó y empezó a meterse, no tardé en evaluarla con escepticismo.

- Vamos a empezar por algo más completo que eso. - Aseguré. - Pero si quieres quedarte luego enseñándoles a dar buenas patadas, serán todos tuyos cuando acabemos.

Hola. Respondí a la chica con una sonrisa cálida mientras le tendía la mano. Me llamo Ethan, un placer. Me parecía que todo aquello iba a acabar como con Carlo. Emille y la nueva pegándose entre ellos. Esperaba que ella le diese una paliza esta vez, Carlo había resultado ser una decepción.

Eso parece, nos han dicho que vamos a ser una especie de diana de lo sobrenatural y que, si queremos salir de aquí sin escolta vamos a tener que entrenarnos. Respondí, encogiéndome de hombros. Las palabras de Nora hicieron que torciese el gesto. No estaba seguro si se refería al gabacho, al italiano o a mí. Tal vez a ambos.

¿Por dónde empezamos entonces? Pregunté, disimulando mi curiosidad mostrando hastío.

Esperé a que el rubito terminase de ligar antes de volver a intervenir. En otras condiciones quizá me habría molestado. Ahora, la verdad es que me había preparado mentalmente para cosas mucho peores que esa.

- Hay varias cosas que tenéis que saber antes de nada. - Aseguré. - La primera que, mientras sobreviváis, no importa el daño que os hagan: casi siempre podréis recurrir a runas para curaros. La segunda os va a parecer obvia, y es que nunca podéis perder de vista al enemigo. Y la tercera es que el honor no existe: el enemigo casi siempre va a ser un demonio. Cualquier cosa que hagáis para ganar, sirve. - Enumeré dando importancia a a cada palabra. Luego di un par de pasos hacia atrás, ganando espacio.

- Yo os voy a entrenar, y no voy a ser más duro de lo que solemos ser entre nosotros. - Dije, desviando un instante mi mirada a Lauretta. - Pero sí más que todo a lo que estéis acostumbrados. Haceos a la idea.

- Antes de empezar con las armas vamos a asegurarnos de que sabéis moveros. - Les dije, haciendo un gesto para que se acercaran al centro de la sala. - Uno contra el otro. - Indiqué. A punto estuve de decirles como tenía planeado que hasta rendición o desmayo, y que no se cortaran un pelo, pero al verles cambié de idea. Joder, si aún parecían mundanos. - El que apoye manos o espalda en el suelo pierde y paga. - Enuncié, antes de hacer una pequeña pausa. - Cuando queráis.

Asentí cuando el gabacho dijo lo de que iba a ser más duro de lo que estábamos acostumbrados. Me había mentalizado ya, aquello no se parecería a las clases de esgrima a las que asistía, sería un entrenamiento diferente, probablemente más parecido a un entrenamiento militar, aunque no tenía mucho idea de lo que significaba aquello.

Sin embargo, todo cambió cuando Emille explicó la prueba.

No pienso enzarzarme en una pelea a puñetazos porque te apetezca ver un poco de sangre. Dije, indignado. ¿Que nos va a aportar esto?

Tal vez deberíamos entrenar con Laureta, ella al menos sabe lo que se hace. Miré en su dirección.

Cuando nos expuso la primera prueba no dudé un instante. Iba a acabar aquello rápido para pasar a lo verdaderamente importante, las armas. Además, había dicho que valía todo y no pensaba pagar, sea lo que fuese lo que tenía en mente el psicópata. Pero lo haría a mí manera.

Todo aquello que había dicho no era más que una treta para engatusar a Nora y que mirase en dirección a Laureta. Entonces aprovecharía la oportunidad y le daría un golpe con todas mis fuerzas en la cabeza. A ver si la camarera era tan lista como decía ser.

Ethan comenzó a hablar con tono tranquilo y llevó la mirada hacia Lauretta. Nora por inercia también miró a la otra chica y en ese momento Ethan se movió a toda velocidad, tratando de golpear a Nora a traición. El puño de Ethan se dirigía hacia la sien de la joven. 

Sin embargo, no calculó tan bien como debía y tan sólo el aire provocado por su movimiento rozó el rostro de Nora, poniéndola en alerta. 

Cuando hablaron de entrenar me imaginé que comenzaría enseñándonos algo, pero no. Negué con la cabeza dudando muy seriamente de que Emille fuera capaz de enseñarle algo a alguien. En ese momento y sin darme tiempo a hablar, Ethan me atacó. Falló pero me rozó, estaba furiosa, pero no iba a jugar a su juego, me negaba a ser el saco de boxeo de nadie.

-¡¿Eres gilipollas o retrasado mental?!- Empecé a gritar como si me fuera la vida en ello.- ¡Si así es como hacéis las cosas no contéis conmigo!

-Iba a decir que estaba de acuerdo contigo, pero está claro que has debido de darte muchos golpes de pequeño porque eres decididamente imbécil.

Miré Emille furiosa, antes dudaba de que fuera capaz de enseñar algo a alguien con esa actitud, pero ahora lo tenía claro.- Y tú estás loco y no tienes ni puta idea de cómo enseñar a alguien que parte de cero. ¡Cero! ¿Pillas el concepto? Ya te digo yo como me muevo. No lo hago. No he peleado con nadie nunca, jamás en la vida. Nunca he dado una clase de lucha, pero supongo que deberías empezar por enseñarnos movimientos, ¿no? Estilo a lo de dar cera, pulir cera. –Me di la vuelta enfadada, entendía que ellos estaban acostumbrados a entrenar desde niños, pero esto era absurdo. –Dudo mucho que así empecéis a enseñar a los niños. Hazte a la idea de que, probablemente, sé menos que Jo. Dices que va a ser más duro que a lo que estamos acostumbrados, eso es fácil. No estoy acostumbrada a hacer entrenamiento de ningún tipo. ¿No crees que si supiera luchar de alguna forma, habría hecho algo más que pegar a ese cerdo con una escobilla de váter? Si quieres que aprenda a leer, vas a tener que enseñarme las letras primero. –Me de brazos negándome a hacer nada hasta que no viera algo que considerara medio normal en alguien que pretendía ser un profesor.

A punto estuve de protestar, indignado, al escuchar hablar a Ethan. Sin embargo su posterior reacción me arrancó una sonrisa que no tardé en disimular. Bueno, al menos de uno de los dos podríamos sacar algo.

Cuando la otra se puso como una histérica sólo porque la habían rozado estuve a punto de decirle que se marchase. Que cuando aprendiese lo que era el respeto y tuviera ganas de hacer algo más que ir de picnic, volviese. Pero una vez más las palabras de Gareth resonaron en mi cabeza, y emití un largo suspiro.

- Vamos a ver. - Le dije con tono firme. - No se trata de una cuestión de saber o no saber, sino de actitud. - Expuse con severidad. - Estando parada, ni siquiera ha sido capaz de golpearte. ¿Esperas que suponga un peligro para ti? ¿Que te haga daño? ¿De qué coño tienes miedo?

- De nada sirve que te enseñe, si no estás dispuesta a hacer daño, y a sufrirlo. Y eso no depende de lo que sepas. No tienes la edad de Jo, ni su tiempo para aprender, así que déjate de llorar y reacciona.

- Y tú, Ethan. - Dije, antes de posar la mirada en el rubito. Y sin querer, aquella sonrisa volvió a asomar. - Bien hecho.

Miré a Emille con una fría calma que contradecía totalmente mi actitud anterior. -Es la segunda vez que hablas de actitud, está claro que te encanta la palabra, pero que no tienes ni puta idea de lo que significa. Mi actitud es estar dispuesta a estar aquí para aprender, pero para hacerlo me tienes que enseñar algo. Si te refieres a tu actitud y tu clara predisposición a la violencia gratuita, no la tengo. No tengo miedo de hacerme daño y me da exactamente igual que tengas una runa que me cure. Sin embargo no voy a liarme a dar golpes a lo loco para nada. A ver tío listo. ¿Cómo bloqueo un golpe? ¿Cómo doy un golpe para no romperme la mano en el proceso? Por mucha actitud que tenga, si no sé cómo golpear y cómo defenderme, no seré más que un kamikaze que servirá de saco de boxeo. Tienes razón en una cosa, no tenemos tiempo. Dame unos movimientos, enséñame y aprenderé, pero si esperas que lo haga por ciencia infusa, no lo vas a conseguir. No me va a salir de forma natural. Si Ethan no hubiera fallado probablemente estaría inconsciente en el suelo. Acabar en la cama con una contusión hasta que la dichosa runa me cure, porque no me has enseñado como defenderme, es perder el tiempo de una forma aún peor, que si te molestas en decirme qué es lo que tengo que hacer.

Soporté toda aquella retahíla de palabras sin escuchar ni la mitad. Estaba claro que esa chica no tenía ni idea de lo que decía. Sin embargo esperé a que terminase antes de volver a hablar.

- Es jodidamente increíble que ni siquiera contemples en tu cabeza la posibilidad de no tener razón. - Le dije. - ¿He dicho que no vaya a enseñaros? - Pregunté, frunciendo el ceño. - Deja de actuar como si supieras cuál es la mejor manera de hacer las cosas. - Enuncié con severidad. - Este no es vuestro mundo. O confías, o no confías. Si escoges confiar, deja de quejarte, y aprenderás. ¿Que puede que te rompas una mano? Sí. De hecho, ojalá lo hagas. - Dije, antes de dirigirme a Lauretta. - ¿Cuántos huesos te has roto tú? - Le pregunté, pero no esperé a que me respondiera. - Yo he perdido la cuenta.

- No necesitas una manera segura de aprender, sino una manera rápida. Y si crees que sin tener ni idea de nada vas a partirte una pierna por dar una patada mal, es que has visto demasiadas películas. - Aseguré, antes de hacer una pausa. - Estás poniendo el grito en el cielo porque os he dicho que intentéis tiraros al suelo. - Le recordé. - Quizá se te está yendo un poco la cabeza, ¿no crees?

- Puedes seguir discutiendo mi forma de hacer las cosas, pero para eso será mejor que te vayas. - Afirmé. - O puedes dejar de lloriquear y ponerte en mis manos. Tú decides. Pero deja de hacernos perder el tiempo a todos. - Dije. - Algunos queremos trabajar en vuestro entrenamiento.

Realmente estaba alucinando con Emille, era incapaz de ver que se equivocaba y encima me decía que la equivocada era yo.

-No, no confió en ti. No me has dado ningún motivo para que lo haga. No estoy de acuerdo y no lo voy a estar nunca. Tal vez deberías ser un poquito más claro con tus instrucciones, si ese golpe me hubiera dado no solo me habría tirado al suelo, además me habría dejado ko. – Me encogí de hombros. -De acuerdo, si así lo quieres así lo tendrás. No voy a participar en un concurso sobre quien se rompe más huesos. Pegar sin tener ni puta idea es fácil y creer que se tiene la capacidad de enseñar también. Un buen profesor debería de ser capaz de ver cómo sacar lo mejor de su alumno y lo sé porque he dado muchas clases. Si fueras un buen profesor, te habrías dado cuenta de que necesito normas y parámetros para aprender. Así soy yo y así es cómo puedes sacar lo mejor de mí. No voy a aprender contigo, no creo que seas capaz de enseñarme nada.- Me di la vuelta y comencé a dirigirme hacia la salida.