Partida Rol por web

Estaba ya en el pasillo de las habitaciones, un poco asqueado de todo lo que había a nuestro alrededor y pensando qué iba a hacer cuando volviera al Instituto, cuando las palabras de la pirada me llegaron. Pero a pesar de su explicación posterior en mi cabeza la que quedó rebotando fue otra, la primera.

Me giré hacia ella entonces. No había que ser muy listo para saber por qué me había llamado así, pero eso no hacía que me disgustase menos.

—¿Te llamo yo coreana de los huevos? —pregunté sin tacto. Luego seguí caminando hacia la puerta que señalaba. No hice mención alguna a lo de su supuesto novio: me la soplaba totalmente. Luego hice una pregunta que, aunque no pretendía demostrar interés, podía hacer que se intuyera—. ¿Mientes así de rápido siempre, o lo tenías preparado? 

La pregunta de lanzaman hizo que detuviera mi paso pensativa y torciera los pies — Es del sur —le contesté levantando la cara—. Corea del Sur, lía un poco —le excusé con cariño—. Y creo que no me llamas así, pero quizás no me he fijado bien —me encogí de hombros—. Si te gusta puedes llamarme así, o Sun —me palpé el moratón inconscientemente al sentirlo molestar a mi sonrisa boba—. 
Avancé un poco para llegar a la puerta con él y empujarla yo para ver primero si algo había quedado fuera de sitio.

La habitación estaba pintada en blanco y rosa, con algún que otro motivo de Hello Kitty y amueblada en dos espacios: el de estudio y lectura y el de sueño y diseño de vestuario.

Ordenada como recién salida de un catálogo si no fuera por un par de vasos rojos de cerveza que alguien debía haber olvidado la noche de la fiesta en memoria de Aly Ami-son.

— Ambas —respondí con pose orgullosa y tono indiferente terminando de abrir la puerta y entrando en la habitación—.

Dentro, mis pasos cada vez fueron más rápidos hasta llegar a mi portátil, y si no corrí a abrazarlo fue porqué estaba lanzaman —Tengo la maleta en lo alto del armario, ¿la llamamos como al cuchillo? —pregunté haciendo un ovillo con el cable del cargador del portátil—.

Al principio no entendí a qué narices estaba respondiendo con eso del sur. Al menos hasta que especificó diciendo que liaba un poco. No sabía si es que era retrasada, no entendía bien el idioma o prefería hacerse la tonta. Pero fuese cual fuese el caso no iba a explicárselo, mejor así. A continuación, cuando hasta me dio permiso para llamarla como yo había propuesto me decanté por lo del idioma: nadie podía ser tan tonto. Salvo el italiano pervertido, quizá, aunque seguro que ese se picaba como una mona y luego la cagaba intentando devolverla por detrás., que no parecía el caso.

Iba a responder, pero no estaba preparado para lo que había al otro lado de la puerta. Con la boca abierta miré aquella habitación, que era lo contrario a lo que esperaba de una tía tan tarada. O quizá precisamente por eso. Me había imaginado algo más como la mía del Instituto, sobrio y con armas por las paredes, pero esto... La miré a ella y miré el cuarto, y mientras seguía hablando seguí mirando todo lo que nos rodeaba. Si oí bien lo que dijo de la maleta era una chorrada, y si no era una chorrada no lo oí bien. En cualquier caso entendí que había que bajarla.

—Negro para la cacería en la noche —empecé mientras invocaba la lanza directamente en mi mano, sólo por no hacer el idiota subiéndome a una silla o una chorrada de esas. Mis palabras eran, evidentemente, aprendidas, como si aquel fuera un poema tradicional o de un rito—. Para la muerte y el dolor, blanco es el color. De oro el vestido de la novia debe ser —proseguí mientras me acercaba para pasar una de las hojas del arma por el asa de la maleta y tiraba de ella— y rojo para un encantamiento hacer.

Dejé caer entonces la maleta, cogiéndola sin esfuerzo antes de que tocase el suelo.

—Puedo seguir —me ofrecí, aunque pasaba de hacerlo—. Blanco, azul, hueso, verde... —enumeré antes de negar con la cabeza—. No hay nada de rosa en el mundo de las sombras. El rosa no es serio. —Hice una pausa antes de pasar la mirada una vez más alrededor y hablar con fingida seriedad, como lo que decía fuese sincero e inexcusable—. Vamos a tener que quemar todo esto.

Cuando Emille empezó a recitar me tensé hasta cuadrar la espalda y volví a deshacer el ovillo de cable de cargador para enredarlo en mis manos, por si tenía que usarlo de arma. Sus siguientes palabras me hicieron querer recordar de qué color vestía pero cada vez que le buscaba en el recuerdo me perdía en sus ojos, tan hermosos y oscuros que me era imposible ver nada más.

— ¡Pero qué macho! —se me derritió el corazón tomando conciencia de que lo había metido en mi habitación y para cuando me atreví a mirarlo de reojo para comprobar si había o no entrenamiento me sorprendió con su nueva frase y mis ojos brillaron al tiempo que mis mejillas se encendían bajo el maquillaje de porcelana. — ¿un vestido de novia? ¿se está declarando? ¿ya? ¿tan pronto? —dejé el cable y me pellizqué el brazo para comprobar si soñaba pero entonces terminó aquel poema para coger mi maleta y el aire de mis pulmones encontró el camino fuera de mi–. Idiota —musité para mi misma sin apenas despegar los labios–.

— Podemos quemar lo que no me lleve —acordé acercándome a él todavía con las manos temblorosas para tomar la maleta y extenderla abierta en la cama—. El rosa es el color valor —le expliqué volviendo a por mi portátil para meterlo en la maleta antes que nada—. Y si lo piensas, es la mezcla de un encantamiento y un dolo, pocas cosas más serias se me ocurren. Es más, —seguí dando bola mientras sacaba con cuidado y una por una las piezas de ropa de mi armario— resulta adecuado para mí. Sufro el dolor de un encantamiento. Y otro trajo muerte a la resi —le miré entonces repasando su traje quizás con más detenimiento del necesario–. Sigue —le pedí con la ropa rebosando la maleta—, por favor.

Me fui entonces a buscar un destornillador en el último cajón del escritorio para descolgar el panel luminoso de Hello Kitty.

Me pareció un poco estúpido que la pirada esta enrollara, desenrollara y volviera a enrollar la mierda de cable ese. Así íbamos a eternizarnos. Pero bueno, no era lo más raro que le había visto hacer.

Luego vi como ni siquiera me miraba mientras yo recitaba. Había que joderse si esta era la atención que le ponía a las cosas: otra como Ethan. Después no se me escapó cómo le temblaban las manos y fruncí un poco el ceño. Si estaba enferma o algo más valía saberlo, así que me propuse fijarme. Pasaba de entrenar a una tía incapaz de apuntar en condiciones.

Las cosas no mejoraron cuando empezó a decir esas chorradas sobre el rosa. ¿Color del valor? Qué va. Color de los gilipollas. La miré escéptico cuando dijo lo del dolor del encantamiento e hice un gesto con la mano para pasar cuando me pidió que siguiera.

—Mezclar colores es una idiotez. Si quieres representar dos cosas, te vistes de dos. Eso, o quedas como un memo que no tiene ni puta idea de nada —expliqué, y de inmediato fui a lo importante. La seguí con la mirada mientras se iba a desmontar la cosa esa y esperé que estuviera en el montón de quemar.

—¿Qué es eso del encantamiento?

No fue difícil desmontar a Kitty, aunque transportarla lo iba a ser un poquito más así que busqué unas sabanas con las que envolverla mientras escuchaba a Emille equivocarse. Negué con la cabeza un par de veces pero no le discutí nada, no sería adecuado ni romántico ni femenino, así que finalmente me encogí de hombros.

Entonces cargué a Kitty hasta la cama y cuando él me preguntó por el encantamiento me enrojecí por el primero y bajé la cabeza encerrando mi mirada entre las puntas de mis pies y suspiré por el segundo que me atrevía más a confesar.

— Ami-son Aly...— empecé inmóvil y sin despegar la mirada del suelo— El Kuri vino porqué yo se lo pedí —confesé—. Fue sin querer pero pero la maté yo.

Era un poco coñazo eso de estar esperando a que la china hiciera sus cosas. Seguro que la gente se sentía igual al pasear a sus perros. Tuve que esperar a que quitarla la mierda esa de la pared y miré alrededor, esperando que no quedase demasiado.

Al llegar su respuesta miré a la loca durante un par de segundos, esperando que lo dijera de coña. Sin embargo parecía ir en serio.

—Si hubieras tenido oportunidad de pedir eso al kuri te habría matado a ti —enuncié antes de negar con la cabeza. Joder, qué pedrada tenía—. Ningún nephilim tiene ese poder. Y además los encantamientos son otra cosa. Y no has hecho ninguno en tu vida.

Que el demonio me quería matar ya había quedado claro, que lo hubiese intentado más si ellos no hubiesen aparecido también, pero que yo sola con mi bolso y el de Aly no hubiese podido salvar mi vida era algo que jamás podría quedar claro. Pero si Emille quería quitarme esa culpa negando mi participación, no iba a impedirle ser así de amoroso por más que hiciera estallar mis tripas en mariposas.

— Lo coreanos sí —pensé en relación a lo del poder pero preferí no entrar a dar pie a hablar del color de mis ojos—. Yo sí.

Tampoco protesté por lo del encantamiento, pero esa negativa se hundió en mi corazón como flecha envenenada y sentí el punto exacto donde mi corazón empezaba a resquebrajarse. Estaba claro que me estaba dando largas.

– Ya acabo —dije entonces yendo a recoger mi maletín-neceser con mi maquillaje, lentillas y productos varios de belleza—. appa eohoeglyang jabhin eolgul.

Traducción: Qué poco rubio eres.

No sabía cuántas cosas pretendía la pirada que nos llevásemos. Cuando yo vine a Londres lo hice apenas con lo puesto: un verdadero nephilim no necesitaba mucho más. Pero parecía que últimamente sólo nos dedicábamos a ir a por maletas de estos principiantes. Escuché primero cómo anunciaba que acababa, aunque yo no tenía mucha esperanza, y luego cómo empezaba a decir cosas raras. No tuve claro si hablaba con las voces de su cabeza o rezaba, pero sí que debía ser coreano. Como empezase como el pervertido iba a hartarme de hacerme runas para entenderla. Había que joderse.

De modo que no di respuesta a sus palabras. En lugar de eso me encaminé hacia la ventana y me coloqué de espaldas a la habitación, mirando hacia fuera. Decidí entonces continuar con aquel poema que había dejado a medias. No porque me lo hubiera pedido, sino por aprovechar para instruirla. Al fin parecía que a alguien le interesaba algo: tenía que aprovechar.

Seda blanca cuando nuestros cuerpos queman

estandartes azules cuando lo perdido vuelve

llama para el nacimiento de un nefilim

y para limpiar nuestros pecados.

Gris para el conocimiento mejor oculto

hueso para los que no envejecen.

Luces de azafrán llevan a la victoria

verde para curar a los corazones rotos.

Plata para las torres de los demonios

y bronce para invocar a los poderes malignos.

Al acabar me di la vuelta, deseando que faltase menos para irnos.

Aproveché que lanzaman estaba de espaldas para comprobar cuantas lentillas me quedaban y acto seguido las escondí bajo tanta ropa como pude.

Mientras él seguía con esa clase improvisada, demasiado romántica para ese momento tan desgarrador para mi corazón, terminé de cerrar la maleta y recoger lo que iba a necesitar, principalmente el escritorio entero.

No obstante mi ir y venir, presté atención a cada palabra que pronunciaba. La primera frase me pareció obvia en relación con la antes dicha del blanco y los funerales. Que usasen más fuego para nacer y limpiarse la lengua tras un tacto era raro, ganas de decir que con un muerto nacía otro nephilim y de ser unos dramáticos ante el pecado pero solo un poco.

El gris para el conocimiento me pareció provocado por el libro gris, y no al revés, pues el conocimiento por oculto que fuera debería brillar, debería ser el rosa.

Cuando habló del verde, busqué con los ojos en mi maleta y aproveché para coger un fular verde que escondí en mi bolso para tener a mano.

Y finalmente con el bronce arrugue la nariz por lo baratos que llegaban a ser los genios.

Para cuando se dio la vuelta, sonreí como si no pasara nada.

— ¿Llamo a un taxi? ¿O hay un sitio dónde pueda mandar las cosas? —pregunté por Kitty y el escritorio— O vuelvo otro día y quemamos el resto.

Al darme la vuelta y ver que no faltaba nada sentí verdadera alegría. Y vaya si lo demostré: incluso alcé ambas cejas.

—Podemos cargar con ello —valoré entonces— o puedes coger lo imprescindible, mandar el resto a casa de mi tío y que él lo lleve la siguiente vez que vaya al Instituto. Como tú quieras.

Dejado aquello en manos de la pirada le ofrecería una runa de fuerza en caso de que escogiera lo primero y le daría las señas de mi tío de decantarse por lo segundo. Y de cualquiera de las maneras no tardaría en salir por la puerta, bultos en mano de una manera y liberado de la otra.

—Dime cuáles son los Instrumentos Mortales —exigí mientras tanto, considerando que era un buen momento para comprobar si había hecho algo más en su escaso tiempo que Ethan en las semanas que llevaba con nosotros.

Si me daban a elegir entre cargar yo o que cargara otro, la cosa era fácil. El problema era el tiempo que podía tardar el tío Emille a pasarse por el castillo. Balanceé la cabeza a lado y lado y al final decidí que lo imprescindible y lo que iba a llevarme era exactamente lo mismo pero tal vez el escritorio podía venir más tarde y buscarme uno en la biblioteca mientras.

— Entonces, dejaré esto para mandar —dije señalando las maderas blancas de la mesa—.

Dejé la maleta de ropa en el suelo y me cargué la cabeza gigante de Kitty como pude antes de averiguar como coger el asa de la maleta sin que golpeara el bolso en nada.

Los otros bultos se los dejé a lanzaman.

— Hay tres instrumentos mortales: Copa, Espada y Espejo. El tres es importante porqué Raziel así lo quiso pero si quieres saber porqué tendrás que invócarle y preguntarselo —le parafraseé asumiendo que cada uno de esos datos era importante—. Por eso son tres las habilidades de los nephilim. En tu caso: armería, aumento de habilidad y otro. En mi caso, Barrera y ni armería, ni escudo. Aunque podrías enseñármelo.Mejor esta vez.

Di por hecho que las cosas que dejaba la pirada atrás y no estaban en el montón de mandar eran para que las cogiera yo. Esa era una de las cosas que menos me gustaba de acompañar a los nuevos a por sus mierdas. Joder, tampoco creía que fueran tan necesarias. Yo no había traído ni la cuarta parte desde Idris cuando me vine. Y menos aún me llevaría de aquí si me volviera.

Cogí las maletas, claro, y eché a caminar hacia la puerta. Al escuchar su respuesta la miré por un momento y dibujé una media sonrisa. Eso había estado bien.

—Qué listilla —dije como cumplido, aunque no tardé en corregirla—. No podría enseñarlo, porque no lo sé. Y porque es de nenazas y de cobardes. Si quieres algo bueno para defenderte aprende Fortaleza, que es el otro con el que nací —expuse—. Ese sí es bueno, no como esa mierda.

—¿Sabes qué es la Copa Mortal?

Con el cumplido de Emille mis labios se estiraron hasta tocar el rojo de mis mejillas pero rápidamente me esforcé en deshacer esa sonrisa y alzar los morritos como si no fuera nada nuevo.

Después cuando dijo que no sabía enseñar su poder creí que estaba siendo derrotista por lo mal que había salido en el taxi pero al seguir hablando de armería de ese modo, casi se me caen las cosas de las manos. Lanzaman era muy duro consigo mismo, y seguramente por ello era también tan exigente con el resto y tan buen instructor. Era tan perfecto....

Qué fuera de nenazas, bueno, quizás lo decía por lo de parecer un vago al no ir a por las cosas, pero de cobarde tenía poco, coger tal intimidad con las armas que incluso llegaban a responder a tu llamada era jodidamente sexy y fiero.

Asentí a la pieza que me daba sobre sí mismo y lo archivé mentalmente.

— La copa mortal es —una puta guarrada— un modo de hacer que nazcan nephilims.

— La espada juzga la verdad y el espejo está en la habitación de Amis rodeado de manzanas rojas.

Al ver la sonrisa en la cara de la pirada me apunté mentalmente la idea de bajarle los humos pronto. Sólo faltaba que se lo creyese demasiado y, para una que merecía un poco la pena, se relajara. O peor, que se convirtiera en otra Ethan, tan creía y tan perfecta.

Esperé a que respondiera a mi pregunta, y la verdad es que me fastidió que se hubiera puesto tan rápido al día. Sin embargo esa forma de hablar de la Copa, como si lo más importante fuera su utilidad, fue como un latigazo. A ver, yo el primero que decía aquello, pero una cosa era yo y otra era ella. Además, era mi oportunidad de demostrar que no sabía tanto como creía.

Me sorprendió un poco que continuara con la Espada y con el Espejo, y la verdad es que me asombró tanto en el buen sentido que me enfadé un poco. Al menos hasta que dijo aquella chorrada.

—¿De qué coño hablas? —pregunté directamente—. ¿Dónde dices que está el Espejo Mortal?

Miré a Emille intentando descifrar si su pregunta por el espejo era una continuación de mi broma o realmente no lo había pillado, y como por más que le mirara no tenía ni idea de cómo responder a mi propia duda, opté por responder la suya.

— En la habitación de Amis Herondale, la rubia de los rizos —aclaré tanteando sus ojos con los míos y muerta de vergüenza por cada vez que mis pupilas pasaban de sus pestañas a sus iris—. E-Era una broma, por el cuento de Blancanieves... Es un cuento vuestro —me refería a los Europeos—. No importa.

Al escuchar la especificación de la pirada sobre dónde estaba el espejo mi ceño se frunció aún más. Pasé de corregirle sobre el nombre de Alice. Una parte dentro de mí deseaba que lo pronunciara mal en su presencia sólo por fastidiarla.

Acto seguido, cuando se explicó, no entendí nada. Mundanos.

—No es mío —aclaré como si eso de los cuentos fuera algún tipo de enfermedad. Ni de coña admitiría que alguna vez había hecho más que entrenar y prepararme para esta vida. Sin embargo no tardé en volver a hablar, llevando la vista al frente para que no me viera realmente interesado—. ¿Qué dice el cuento ese?