Partida Rol por web

Sonreí feliz cuando el hada confirmó que Mike era mono y rubio, El mono y rubio. Me sentía como si hubiese sacado un excelente más, pero éste venia de un hada y eso molaba el doble.

Pero su siguiente pregunta me dejó desconcertada, no tenía ni idea de qué hablaba pero no podía decirle eso, hoy llevaba rizos en el pelo.

— Nunca deja de buscar —respondí genéricamente pero siendo actor las cosas no podían ser de otro modo—. Pero no siempre busca lo mismo —señalé entonces las bebidas sacando ya el monedero—. ¿Cuanto te debo?

Milton pareció reaccionar de repente y apartó la mirada suspicaz de la camarera para hacer un gesto en tu dirección.

—No, no. Déjame a mí —intervino, llevando una mano a su bolsillo para sacar de él un billete de 100 libras doblado a la mitad y con aspecto tan impecable como si acabase de salir de la imprenta.

Lo puso sobre la barra con actitud de estar sabiendo lo que hacía y cara de no tener ni puta idea del valor de las cosas. Asintió ligeramente con los párpados y cogió su copa, como para reafirmarse.

La camarera contempló el billete y luego a Milton para volver finalmente al billete. Y entonces, las comisuras de sus labios se estiraron en una sonrisa divertida.

—Ya veo. Tú no sales mucho del Instituto, ¿no? —comentó antes de echarle mano al dinero y darse la vuelta para encaminarse a la caja registradora.

Cuando la camarera dejó la vuelta sobre la barra, cerca de Milton, Amber se dio la vuelta, abandonando por el momento el escrutinio del local.

—No tenéis que preocuparos —dijo, recuperando la pregunta del hada minutos atrás—. Tenemos nephilim nuevos, pero no es por nada que os incumba. —Esbozó una sonrisa de circunstancias. —O eso espero, vaya. Tú tranqui, Zan. Todo va más o menos bien.

Tomó entonces su copa y te miró antes de hacer un gesto con la cabeza hacia el lugar donde los cuerpos se mezclaban con colores y formas que la lógica mundana dictaría imposibles.

—¿Quieres bailar? ¿O pillamos una mesa?

Miré a Carstairs con fingida sorpresa cuando intervino y negué con la cabeza como queriendo insistir en que no pagara, que ya lo hacía yo, pero aceptando su caballerosidad con una sonrisa.

Guardé el monedero cuando él dejó el billete sobre la barra, como si ya no hubiese nada qué hacer —Gracias Carstairs —dejé que mi voz llegara a él si la música quería, y, si no, seguro que le bastaba con leerme los labios.

Cuando Anbel habló cogí el zumo y miré una última vez al Hada con una sonrisa alucinada — Gracias, Zan —recé a Dioses y demonios para que me dejara usar su nombre—. Ya nos veremos.

Necesité contar hasta tres para darme la vuelta buscando a Anbel —Bailemos —respondí elevándome sobre las puntas de mis pies—. Ya se quejaran nuestros pies cuando hayamos de buscar mesa —giré la cabeza hacia Milton—. Sería genial si te dejaran tocar ¿a que sí?

El hada tan sólo hizo un leve gesto de despedida con la barbilla antes de que sus ojos buscaran algún otro lugar en la barra. Mientras tanto, Amber había asentido a tu petición de bailar y comenzaba a dirigirse hacia la pista de baile.

—Es maja, ¿verdad? —dijo, acercándose un poco a ti para que pudieras escuchar su voz—. Zanna, quiero decir. Para ser un hada no está nada mal.

Se detuvo cuando encontró un pequeño espacio con aire suficiente para los tres y, tras un sorbo a su destornillador, comenzó a bailar. Notaste, sin embargo, que sus ojos recorrían el lugar cada pocos segundos, como si estuviera intentando vislumbrar algo concreto entre la multitud.

Milton miró a su alrededor con tu pregunta y sus labios se fruncieron en una mueca.

—No sé. ¿Tocar para Subterráneos quieres decir? —preguntó a su vez—. Suena raro. Además, nunca he tocado para tanta gente.

Se detuvo cuando Amber lo hizo y al ver que la pelirroja empezaba a bailar, él balanceó un poco su cuerpo de un lado a otro, demasiado tenso como para que su movimiento pudiera clasificarse como baile. Tenía toda la pinta de sentirse más cómodo con un vals que con aquella pulsátil música electrónica.

—¿Tú crees que les gustaría? —preguntó, mirándote curioso, como si su cabeza siguiera dándole vueltas a tus palabras.

Iba a responder a Anbel con un fuerte asentimiento y una gran sonrisa cuando su coletilla me chocó con tanta fuerza como un puñetazo controlado de Emille directo al ojo.

— ¿Qué coño significa eso? ¿Es que las hadas suelen ser unas creídas de mierda? ¿Es que no te parecen lo suficientemente guays para serlo? Joder pava, pues tu eres pelirroja y bien que te crees guay con tu ombligo al aire y tu taller de mierda.

Le sonreí entonces y asentí un poco —Es maja, y mola —defendí mi infancia y las mil veces que me habían prohibido perseguir hadas para escuchar musas—.

Y ahora resultaba que había hablado con un hada, que estas hablaban normal, y que la mejor musa del universo era chico y estaba preguntándome por su música. — Qué os den —pensé para mis padres y de inmediato me disculpe por la falta de respeto, como hija educada, no arrepentida—.

— Milton —usé su nombre tal vez con la misma liberación con la que había malhablado a mis progenitores acercándome para que no perdiera ninguna de mis palabras—, es imposible que tu música no guste. Agita emociones que ni siquiera sabíamos que podían existir —me aparté entonces para que la música tapara una confesión que no repetiría jamás a nadie—. Te envidio —y es que podía aprender a hablar con las piedras mejor que A.B., a ser altiva mejor que Amis, a luchar mejor que Emille y a ser más mona que Jo a pesar de la edad, pero nunca podría tener la empatía natural de Carstairs con la música, y eso era una mierda—.

— ¿Por qué es raro?—No lo será más que tu baile—¿Por qué no lo has hecho? —le pregunté mientras empezaba a moverme con la música imitando a Ambel — Que puedes no querer, ¿eh?

Los ojos de Milton se fijaron atentamente en ti en cuanto pronunciaste su nombre y con tus siguientes palabras, bajó un poco la mirada, como si no estuviese acostumbrado a recibir ese tipo de halagos. No dejó de moverse con ese extraño movimiento pendular, pero lo ralentizó para beber un trago de su copa antes de alzar de nuevo los ojos y responder.

—Bueno, normalmente a los nephilim no suele interesarles demasiado la música. No hacemos recitales ni nada por el estilo salvo en ocasiones muy especiales. —Su boca anticipó con una sonrisa la broma que siguió. —Creo que lo único que les puede interesar de mi música es que pueda usarla como arma.

Entonces se encogió de hombros.

—Y no creo que a ningún nephilim se le haya pasado nunca por la cabeza organizar un concierto para Subterráneos. Mucho menos para mundanos —añadió, con una pequeña mueca de disculpa en los labios.

Amber parecía ajena a tu conversación con Milton, con sus ojos verdes rastreando el local hasta que, de repente, pareció encontrar aquello que buscaba pues su mirada se iluminó y una de sus manos se alzó por encima de las cabezas de la masa de gente que bailaba, como si tratase de llamar la atención de alguien más allá de la pista.

Entonces se giró hacia vosotros y acercó la cabeza antes de levantar la voz por encima de la música.

—Ahora vengo. No os separeis.

No esperó respuesta. Tan sólo os dedicó una amplia sonrisa antes de empezar a abrirse camino entre la gente y antes de que pasaran cinco segundos su lugar ya había sido ocupado por una chica que llevaba un vestido azul eléctrico a juego con toda su piel, que parecía tener una textura escamosa.

Los Europeos despreciaban la musica, eso era algo que había podido comprobar, aunque ellos lo negaban adorando bazofias como si sí entendieran algo. No era de extrañar que gente que se inventaba un país entero tampoco y lo metía en Europa tuviese algún gusto digno de ser estimulado con la música de Milton.

— ¡Eso es una pasada, también! —abrí los ojos como si quisiera absorber su don.

A sus últimas palabras sonreí aceptando el reto— Michin salm-eul salgo. Tiempo al tiempo —respondí antes de notar a Anbel.

No terminé de entender si quería que la siguiéramos o que nos quedásemos con eso de no separarnos pero irse. Pero tan pronto su sitio quedó ocupado por una chica de piel azul me encogí de hombros y decidí que daba igual lo que quisiera, por mi podía perderme.

Milton asintió a la espalda de Amber, sin preocuparse demasiado porque la pelirroja ya no recibiese esa confirmación. Después alargó la mirada, como buscando cuál era la dirección que seguía ella, o quizás queriendo saber a quién buscaba.

No tardaste en perder de vista a Amber, como si la masa de personas en movimiento la hubiera engullido sin dejar ni rastro.

Mientras tanto, junto a ti, la piel azulada de la chica fluctuó por sí misma siguiendo el ritmo de la música y disolviendo las escamas y, donde antes estaban estas, ahora veías algunas ondulaciones que terminaban en pequeñas chispitas moradas que escapaban de ella hasta disolverse crepitando en el aire.

Ella no parecía prestaros la más mínima atención, dedicada por completo a moverse con la música.

La cosa azul era una pasada, ese sitio debía ser como una gran pastilla de las drogas esas que los mayores se empeñan en decir a los críos que no tomen y seguramente no saben ni porqué lo hacen. Ese lugar, esa gente, esa magia condensada gritaba en mis oídos el baile que debía dedicarles, la musica que debería componer, la caligrafía que debería colgar de sus paredes. Todo molaba demasiado incluso con la ausencia de Emille.

Sonreí a Milton encantada con haber venido, contenta de más por el hecho de que me acompañara y algo culpable por la facilidad con que mis pensamientos le cambiaban por otro.

— Sueltate —le anime y luego me acerqué un poco para guardar la conversación para nosotros solos—. ¿Puedes saber qué le cuenta la musica a cada una de ellos?

Milton te miró algo confuso con tu primera recomendación y después se miró a sí mismo, como si considerase que ya se estaba soltando demasiado con su movimiento pendular. Sin embargo, lo siguiente que dijiste pareció salvarlo de profundizar más en su baile y sonrió, mirando a vuestro alrededor.

—Puedo sentirlos como una masa. Ahora mismo las emociones generales son muy básicas —explicó—. Desenfreno. Lujuria. —Se encogió de hombros. —No hay mucho más en ellos ahora mismo. A las hadas les encanta enviar ese tipo de señales subliminales en la música —aprovechó para meter una pequeña lección en la conversación, con media sonrisa—. ¿Quién crees que inventó las orgías?

El poder de Carstairs tenía que molar, cada vez que hablaba de él lo pensaba y cada vez me arrancaba más curiosidad pero al saber lo que sentía que sentía la masa me dio un poco de corte. Seguro que yo estaba colaborando a ese desenfreno pero esperaba que no me creyera en la lujuria, de ninguna clase.

Desvié los ojos a quienes nos rodeaban y presté especial atención a la chica azul tan fascinante mientras Carstairs seguía hablando, tomé nota de su apunte y de repente entendí porqué el bailaba sin apenas bailar. Sabiendo el sentimiento de la musica era fácil sentirse sucio. Mis pasos fueron aflojando con disimulo para llegar a la castidad de la leve oscilación y cuando lanzó aquella pregunta toda la sangre se me subió a la cabeza, y si no fuera por la capa de maquillaje seguro que hubiese parecido la bombilla roja que terminaba de coronar aquel putiferio en el que me había metido Anbel.

— Los griegos —respondí sin plantearme que fuera una pregunta retórica—. Pero... —le miré con las pupilas dilatadas y las mejillas ardientes de pavor y vergüenza— Ahora no estamos en una ¿no?

A Milton pareció hacerle gracia tu reacción, pues su sonrisa se amplió, aunque sin llegar a convertirse en risa. El chico guardó silencio mientras contemplabas tu alrededor con otros ojos y en ese rápido repaso por un instante te pareció ver una coleta pelirroja cerca de la pared del fondo, la más alejada de la puerta, antes de que la gente que bailaba volviese a ocultarla de tu mirada.

—Bueno... A la Reina Seelie siempre le ha gustado Grecia —concedió el muchacho con aire divertido y un pequeño encogimiento de hombros—. O eso dicen.

Negó despacio entonces al calmar parte de tus temores.

—No. Sólo es una discoteca de Subterráneos. —Hizo una pequeña pausa. —Aunque he visto unas escaleras que subían —añadió, llevando sus ojos a la barandilla de la siguiente planta—... No me sorprendería que ahí arriba se montase alguna.

Creí ver a Anbel por el fondo de la sala pero tampoco le presté demasiada atención, en aquel momento cuanto menos mirara a alguien mejor, no fueran a confundirse las cosas. Me limité, por tanto, a suponer que la pelirroja no se había evaporado y que cuando terminara con su desenfreno y lujuria ya volvería y mientras yo me escuadría con el chico que creía de buenos modales, al menos hasta hacía un segundo.

Suspiré aliviada con su negativa exagerando el gesto de quitarme un peso de encima para que quedase constancia de que era de buena familia y por partida doble pero él siguió hablando y esta vez mis labios quedaron abiertos en sorpresa.

— ¿Y lo dices tan tranquilo? —pregunté cerrando mi cuerpo y soltando una risa nerviosa que encerré bajo mi mano— Mejor quedémonos abajo —recomendé fuertemente y hice un movimiento con la mano del vaso para hacerlo notar—. ¿Cogemos una mesa mientras esperamos a Anbel? —pedí salir de la zona de expresión de lujuria.

—Tampoco pensaba subir a comprobarlo —respondió, ahora sí, con una risa breve—. Claro, vamos —aceptó rápido la oferta de abandonar la pista de baile e incluso te pareció que se sentía aliviado por tu propuesta.

No tardasteis en encontrar un reservado vacío en el piso de abajo, con un amplio sofá en forma de U sobre el que descansaban algunos cojines. La luz era tenue en el interior, filtrada con un lila que teñía el lugar, y la música sonaba algo más amortiguada.

Milton pasó hasta el fondo y allí se sentó y dejó su copa en la mesa.

—¿Qué te está pareciendo? —preguntó cuando tú también estuviste instalada dentro—. Tenías muchas ganas de ver Subterráneos, ¿no?

Quise pensar que la risa de Carstairs era una confirmación de lo incómodo que resultaba tener a gente desnuda o semidesnuda por encima de nuestras cabezas y tan pronto aceptó la oferta me pegué a sus pasos y le seguí hasta ese rincón tan adorable que pedía a gritos una foto o diez.

Me lo pensé un par de veces antes de entrar, oscilando la mirada entre el reservado y la multitud extrañada de que un lugar así no estuviera más que ocupado pero si Carstairs se sentaba yo no le iba a hacer ningún feo a ese rincón tan envidiable.

Sentada frente a Carstairs dejé también el vaso en la mesa y eché una ojeada a la zona en la que había visto la coleta pelirroja consciente de que ahora ella no sabría dónde encontrarnos. Pero con las preguntas de Carstairs mi mirada volvió a él y una sonrisa encantada adelantó la respuesta.

— Muchísimas. Es una pasada, disculpa si me vuelvo un poco loca pero desde pequeña que estoy super enamorada de las hadas. Pero mis padres siempre decían que no existían, que era una chorrada enorme y que me quedase en casa —hice una pausa para ordenar las ideas—. Es que en Corea, la del Sur, hay un día cerca del solsticio de invierno en el que los niños van al jardín de detrás del templo y buscan la fortuna de las hadas. A eso me refería con lo de "quédate en casa", que nunca me dejaron ir y había muchos niños que decían haberlas visto y... — me encogí de hombros como diciendo "agua pasada". — Por eso, aunque no sean las mismas de los cuentos, saber después de tanto tiempo que existen, poder verlas y encima que una me haya hablado es ... Wow —resumí sin encontrar una palabra mejor—. Un sueño.

Agaché la mirada por lo infantil que debía parecer y sonreí poniendo hoyuelos en mis mejillas para cambiar el carácter infantil a adorable.

— A los demás no sabía que los iba a ver pero es genial. Gracias por aceptar acompañarme.

Cuando tus ojos buscaron de nuevo la cabellera pelirroja que habías visto poco antes, no tardaste en encontrarla, cerca de la pared del fondo. Pero ahora te diste cuenta de que Amber no estaba sola. Parecía estar con un chico alto y guapo, hablaban bastante cerca el uno del otro e incluso te pareció que tenían las manos entrelazadas.

En aquel momento Amber se estaba riendo por algo que el chico debía haber dicho y tras soltar una carcajada ladeó la cabeza, contemplándolo. El chico aprovechó para sostenerla por la mejilla y acercarse a ella hasta que sus labios se unieron. 

Cuando te giraste hacia Milton, lo encontraste pendiente de tus palabras. Te contempló mientras explicabas el origen de tu interés por las hadas y en sus ojos podías ver cierta confusión, como si esa tradición le resultase tan extraña como el deseo de encontrarse con alguien de la corte seelie por propia voluntad. Sin embargo, sus labios se curvaban en una sonrisa cálida, dentro de su cortesía. Y cuando terminaste, hizo un gesto negando con mano y cabeza al mismo tiempo.

—Oh, no. No me tienes que dar las gracias. Es increíble ver la vitalidad con que lo vives todo —explicó entonces—. Supongo que al nacer en el mundo de las sombras damos muchas cosas por hecho. Es curioso ver cómo lo descubres tú desde fuera.

Se llevó la copa a los labios para beber un sorbo, todavía con multitud de preguntas sobre tu infancia enredadas en sus pupilas, pero con demasiada educación sobre los hombros como para dejarlas llegar hasta su lengua.