Partida Rol por web

Sonreí a Carstairs pero negué con la cabeza a su negación a mi gratitud.

— Te las quiero dar —volví a insistir para que las aceptara—. Y más por comprender que puede ser diferente para alguien que llamáis mundana —pestañeé al terminar de hablar asumiendo lo que había visto hacia unos segundos y quedé completamente pasmada—.

—Espera —solté de pronto desde mi enmismamiento y como si esa palabra me despertara empecé a abrir los labios en sorpresa a la velocidad de un perezoso y mi cabeza se volteó hacia ese punto en el que había visto a Anbel besarse con no-emille—.

Fuera quien fuera ese chaval acababa de despejar mi cielo. El rollo de la amiga de mi futuro novio mi amigo, o eso dicen.

— Creo que he visto a Ambel con alguien —empecé a explicar antes de volver a mirar a Carstairs—. ¿Tiene novio? ¿o es mejor que vaya a rescatarla? —tanteé cuan oficial era ese tipo o cuan zorra era la pelirroja. Emille no podía casarse con una libertina ni con alguien ya casado.

—Vale, vale —dijo el muchacho con una risa breve y algo contenida—. Las aceptaré ent... —La frase quedó en el aire cuando le pediste que esperara y sus ojos siguieron los tuyos hacia la masa de gente, aunque él no parecía tener claro del todo hacia dónde debía mirar, y donde tú esperabas encontrar a la pelirroja tan sólo viste la espalda de alguien, que podía ser o no el chico que habías visto con ella, inclinándose hacia la pared.

—Eh... ¿Novio? —preguntó, desubicado por un momento—. ¿Amber? —Se encogió de hombros—. La verdad, no lo sé. No suele contarme sus cosas... ¿Qué has visto? —añadió mientras se movía un poco junto a ti para poder mirar mejor hacia fuera, con pinta de estar dispuesto a intervenir rápidamente si lo considerase necesario.

Asentí con la cabeza a su primera pregunta y me costó mantener mi rostro neutro ante aquel posible descubrimiento. Quisiera haber saltado, señalado a esos dos y ducharlos en confeti, hubiese gritado un poderoso "sí" repetido de otros en regodeo de mi suerte. Molaba que Anbel no contara sus cosas, molaba que no supiera que yo sabía que la había visto, molaba tener tiempo para preparar mi golpe para que no pudiera dedicarse a viajar, molaba, pero mi brazo se extendió y a continuación mi índice terminó por señalar esa espalda que de seguro cubría mi zorra.

— Ahí —dije con fingida sorpresa por no verla— Me pareció verla besarse con alguien —terminé prácticamente la frase con interrogación por muy segura que estuviera de lo visto y empecé a deslizarme hacia fuera de la mesa para levantarme—. Voy a acercarme, por si acaso —justifique vagamente para no parecer la cotilla que era y pidiendo permiso para ello—.

Milton entrecerró un poco más sus ojos rasgados, escrutando el lugar que señalabas con el dedo sin llegar a ver nada, pero en cuanto empezaste a moverte para salir del reservado, él dudó, mirando hacia la mesa que habíais encontrado vacía pero que no duraría mucho en ese estado si os marchabais los dos. Finalmente miró hacia fuera de nuevo y luego a ti.

—Hmm... Te espero aquí, pero no te alejes mucho, ¿vale? —Hizo una pausa en la que volvió a dudar, mirando la masa de gente que tendrías que atravesar—. ¿O prefieres que vaya contigo?

Las palabras de Carstairs me hicieron dudar, mirando el lugar al que pretendía acercarme, luego a la mesa y luego a él.

— Seré super-rápida —prometo como si también tuviera ese poder—.

Me aferré a la cinta de mi bolso apunto de enfrentarme a la despedida más difícil de mi vida. Tomé aire y me pasé la banda por encima de la cabeza para quitarme el bolso— Dejo el bolso, me llevo el móvil para cualquier cosa —expliqué buscando el aparato y con él en la mano sonreí a Carstairs, incliné mi cabeza y me giré para perderme en la gente como si fuera una intrépida guerrera lunar en una jungla inexplorada.

El chico asintió repetidamente con la cabeza, como si con ese gesto pudiera imprimir más premura a tus movimientos, y cuando saliste del reservado sentiste sus ojos clavados en tu nuca, vigilantes y dispuestos a salir tras de ti a la menor señal de que podías necesitar ayuda. 

Atravesar la aglomeración de gente bailando  al ritmo de la música no era muy distinto a moverse en una discoteca normal, salvo que en este lugar las pieles que te rozaban en tu paso ostentaban distintos colores y texturas, e incluso al rozarte algunas exaltaban distintas emociones en tu interior. 

Al llegar al final del recorrido encontraste esa espalda que buscabas y no te costó mucho ver a Amber tras ella, apoyada en la pared con sus labios enredados con los de ese atractivo desconocido y sus manos entrecruzadas tras su cuello. Ninguno de los dos parecía prestar suficiente atención al mundo como para darse cuenta de tu presencia cerca de ellos.

Eso molaba mucho, demasiado. Podía acostumbrarme a dormir menos para ver cada noche. Y seguro que Herondale me dejaba venir sola a partir de la tercera noche en cuanto viera que vuelvo sana y salva y le explicara que es un uber.

Me fascinó cruzar la pista, con las emociones contagiadas y las pieles de colores volviéndolo todo infinitamente más mágico. Los gemelos jamás irían a buscar hadas de mentira detrás del templo y, en cambio, yo me mezclaba con las de verdad. Qué idiotas eran mis padres.

Al llegar a la espalda que había sido mi estrella guía en ese mar de gente y ver aquel terrible cabello rojizo arrimada a un joven que fuera quien fuera no era emille, mi sonrisa creció tanto que me dolieron los pómulos y tarde tres segundos en darme cuenta que estaba mirando sin discreción alguna un beso, uno de verdad y en directo y fue entonces cuando empecé a sonrojarme.

Bajé los ojos y cayeron sobre la mano que sostenía el móvil y aunque me moría por mandarle la sorpresa a Emille, me contuve, por el momento.

Me puse de espaldas a la pareja y me saqué un selfie procurando que se vieran más que yo y luego me volví a girar y me acerqué para saludar a Anbel.

Le di un toque en el hombro con un dedo y ojos de cachorro que se disculpaban por la interrupción.

— Perdona —llamo su atención como si no quisiera hacerlo realmente—, lo siento, ¿eh? Es solo que nos hemos movido, que no te agobies si desaparezco.

Amber no reaccionó al toque en el hombro, como si ni siquiera lo hubiera notado, pero sí lo hizo cuando hablaste y reconoció su voz. Se separó del chico con rapidez y te miró escrutándote de arriba a abajo, como si temiese que te hubiera pasado algo por dejarte sola con Milton. Al escucharte y ver que estabas bien su tensión se relajó, pero el chico no te miró con buena cara desde detrás de ella.

—Ah, vale —dijo entonces, asintiendo con la cabeza—. No hay problema, sólo intenta no quedarte sola. Yo ya os busco luego. —Entonces te sonrió y pareció encontrar algo de educación, pues hizo un gesto hacia el tipo—. Él es Chris, un colega. —Le miró a él y su sonrisa se amplió hasta las comisuras de sus ojos—. Ella es Sun, una nephilim del Instituto. Lleva poco tiempo en Londres —explicó, como si eso pudiera explicar cualquier cosa extraña que hicieras, dejando deliberadamente en el aire que no sólo llevabas poco tiempo en la ciudad, sino también como nephilim. Consciente de ello al menos. 

El chico tenía una mirada peligrosa, de esas que ya de lejos dejan claro que es mejor no meterse con sus dueños, y ante la presentación hizo un gesto con la cabeza en tu dirección, sin que pareciese prestarte demasiada atención. 

—Ey —dijo como todo saludo antes de ladear su rostro para mirar a Amber y te diste cuenta en ese momento que la mano del tío seguía sobre la cintura de la pelirroja—. ¿Quieres que subamos? —le preguntó a ella, haciendo un gesto con la cabeza hacia las escaleras que había al fondo—. He visto subir a una pandilla de sanguijuelas, pero estaríamos más tranquilos.

Mientras Anbel me miraba cagada de miedo por si iba a chivarme a su prometido, esperé con la espalda recta y las manos juntas y sobrepuestas en mis piernas. Y así como ella intentaba disimular que le latía el corazón a mil, yo disimulé mis ganas de dar palmas.

E intenté que mi sonrisa bobalicona quedara en cortesía. Mis ojos huían con facilidad hacia el joven al que le hubiese dado las gracias tantas veces que se le hubiese quitado de puro agobio esa mirada que me invitaba a querer zurrarle.

Incliné ligeramente mi espalda en respuesta a su saludo y cuando invitó a Anbel a subir donde la Hada había dicho que no estaría imaginé que sería un rincón turbio y amoral y todo mi cuerpo vibró con la necesidad de que ella aceptara y además de maldita dos veces fuera una joven de mal nombre.

— No os molesto más —rompí el silencio y tendí mi mano al chico—. Chris, un placer inmenso —dije aceptara o no su mano—.

Luego miré a Anbel —No tenemos ninguna prisa, por mi puedes tardar toda la noche.

Omití toda referencia a no quedarme sola, no tenía muy claro si ya me había perdido.

El ceño de la pelirroja se frunció levemente con la propuesta del chico y, aunque su mirada viajó por un instante hacia esas escaleras que imaginabas que llevaban a la perdición de su honor, finalmente negó con la cabeza. 

—No, mejor no —dijo, encogiéndose de hombros con una sonrisa de disculpa—. No he venido sola hoy y quiero estar cerca por si Sun o Milton me necesitan. 

Entonces te miró a ti, mientras él aceptaba tu mano para tomarla con un apretón fuerte que la estrujó. Su piel tenía una temperatura anormalmente cálida, pero no le sudaba la mano, simplemente parecía que esa era su temperatura corporal habitual. 

Amber te dedicó a ti su sonrisa y ladeó un poco el rostro. 

—No tardaré —prometió.

Tras el apretón, el chico tan sólo inclinó la cabeza, como si así te devolviese el cumplido protocolario. Sin embargo, su atención volvió a Amber cuando ella terminó de hablar.

—¿Estás segura de que no tardarás? —preguntó con un cierto tono pícaro en la mirada. Después te miró a ti, pero siguió hablando con ella—. Es raro que haya tantos nephilim juntos aquí esta noche —comentó—. ¿Es por lo que estuvimos hablando el otro día? 

Me elevé sobre las puntas de mis pies en el camino de los ojos de Anbel a la escalera y volví a poner los talones al suelo cuando ella se negó.

— Vaya rollo de tía —pensé antes de descubrir que se negaba por mi culpa. Le habría picado la misma mosca de la educación que cuando decidió presentarme a su "colega" de morreos.

— No te necesitamos —estuve a punto de decir pero tampoco quería que se notara tanto que quería empujarla por la escalera, arriba o abajo—.

Además, el calor de la mano del chaval me distrajo. Y así como mi atención mis ojos se fueron a ese apretón que si hubiese durado un poco más lo hubiese frotado en mi mejilla para empaparme de esa calidez tan mona.

— Vale —le dije a Anbel cuando prometió no tardar añadiendo un leve encogimiento de hombros que insistía en la falta de prisa—.

Luego respondí al chico que o me confundía con alguien o era muy bizco.

— No es raro, es que estoy castigada y no me dejan salir sola —le expliqué cruzándome de brazos e hinchando mofletes con monería aprendida que deshice rápidamente para que entendiera que no era de verdad—. Bueno, eso y que no conocía este sitio, así que alguien tenía que guiar.

— Llevo toda, pero toda mi vida, queriendo estar en un sitio así pero mis padres no me dejaban por son imbéciles —miré hacia los lados como si de pronto pudieran estar ahí y escucharme—. Pero ahora el problema es de los gemelos.

Hice un gesto con la mano para dejar el tema incitándome a callar a mi misma y la euforia me llevo a agradecerle a la pelirroja repelente la noche con un rápido beso en la mejilla. Parecía menos mala ahora que me había dado hadas y su matrimonio estaba herido de muerte.

— Me voy, que Milt-Carstairs me está esperando y le he dicho que no tardaría y ahora estará pensando: "puff Sun, que cutre, no tienes palabra" y no es plan, ¿verdad? Y además que no os quiero robar tiempo. Me voy, me voy —me despido con ambas manos y si nada me lo impedí volví a cruzar la pista buscando el camino de vuelta a mi bolso—.

El chico te miró un poco raro cuando le explicaste que estabas castigada, como si aquello no encajase con su forma de entender el mundo y después te miró un poco más raro cuando seguiste contando tus circunstancias, pero no dijo nada más. Tan sólo hizo un gesto con la cabeza a modo de despedida cuando empezaste a moverte. 

Amber, por su parte, se sorprendió ante tu beso, pero te miró sonriente, como si aquello hubiera sido inesperado pero también agradable, y mientras te alejabas, pudiste escuchar a tu espalda cómo reiteraba una vez más que no tardaría. 

Cuando atravesaste la masa de gente en dirección contraria y vislumbraste el reservado, viste allí a Milton, que atisbaba entre la multitud con aire inquieto y cara de «Si no aparece en lo que cuente tres, voy». Al verte sana y salva su postura se relajó un poco y hasta te dedicó una pequeña sonrisa que duró hasta que llegaste a su altura.

—¿Todo bien? ¿La encontraste? —preguntó, moviéndose en el asiento para entrar un poco más en el reservado, donde la música se atenuaba ligeramente y te podía escuchar mejor.

Al cruzar la pista de baile volví a pensar que aquel lugar era perfecto para vivir de noche. Y lo raro no era que hubiésemos ido tres, lo raro era que no se hubiese apuntado todo el instituto salvo A.B y Jo, claro.

Al ver a Milton levanté la mano libre para saludarlo por encima de mi cabeza y al recibir su sonrisa la tomé y la agrandé en mis labios. Prácticamente corrí en mis últimos pasos, acelerada por las noticias y la música.

— Todo genial —respondí antes de meterme en el reservado cogiendo mi bolso para volver a colgármelo—.

— Sí que la he encontrado y me ha presentado a su novio. Es un tipo super formal, muy educado y guapo.— Y algo hostiable.

Guardé el móvil en el bolso y cogí el vaso de zumo al que solo di vueltas entre mis palmas— Perdona por tardar algo más de lo que prometí. Ha sido por saludar. Ella ha dicho que no tardará mucho.

— ¿Has estado tu bien?

Milton enarcó un poco las cejas cuando le hablaste del supuesto novio de Amber y sus ojos buscaron de nuevo la multitud, como si quisiera ver él también al chico que describías. Volvió a mirarte con tu disculpa e hizo un gesto de la mano, quitándole importancia a tu tardanza. 

—Te perdí de vista, pero no oí gritos ni vi sangre, así que supuse que estabas bien —dijo, con una pequeña sonrisa con la que parecía que estaba bromeando, o intentándolo al menos.

Dio un sorbo de su copa y su expresión se volvió entonces un poco más reflexiva cuando siguió hablando. 

—Siempre pensé que Amber terminaría con Émille, hasta que anunciaron que iban a hacerse parabatai, claro. Pero aún así es raro que tenga un novio. Vives con la gente y ni la conoces. 

Sonreí a Carstairs con su broma, era gracioso porqué aunque yo hubiese tenido problemas no hubiese podido ver sangre, al menos mía, y de ver la otros no se hubiese preocupado igualmente.

Ello me hizo preguntarme de qué colores serían las sangres de esa gente o si todos tendrían sangre, o si tenían grupos sanguíneos o si se podían hacer transfusiones o si tendrían hospitales de subterráneos con banco de sangre visitable.

Pero mis preguntas se cortaron al escuchar la nueva broma de Carstairs, aunque esta vez no era graciosa. Esos dos estaban camino de terminar juntos y era una puta mierda.

Levanté el vaso a la quinta vuelta y tomé un sorbo del zumito y entonces me di cuenta de que lo que había sentido Milton al escucharme en esas últimas palabras.

— Vaya, lo siento mucho, Milton —dije al bajar el vaso y busqué su mano con las mías fuera de protocolo—. He sido muy desconsiderada, no sabía que te gustaba Anbel.

Si había podido sujetarla haría dos sacudidas suaves en promesa de que todo iría bien y le dejaría tranquilo.

— Me han dicho que hay sanguijuelas —intenté distraerle—. De eso en un bar de Corea, la del sur, también había —aparté un poco mi bebida al sentir como me subía una arcada con el recuerdo—. Las tenían en una pecera y hacían la apuesta de que si te bebías diez, te invitaban a lo que tomaras el resto de la noche.

— Pero tenías que ir ya muy borracho para atreverte a intentarlo, y si lo conseguías, te aseguro que solo querías potar.

—Oh, yo... ¿qué? —el chico se azoró un poco con tus palabras y de inmediato negó con la cabeza—. No, no. Me has malinterpretado —dijo, al parecer poco acostumbrado a hablar de sus sentimientos tan abiertamente—. No me gusta Amber. Bueno, me cae bien, es simpática... Pero no me interesa en ese sentido. Románticamente, digo. No es... mi tipo. 

Tomó aire y se acopló a tu cambio de tema, con ganas de dejar el otro atrás enseguida. 

—Sanguijuelas es como se suele llamar a los vampiros, ¿sabes? —explicó, metiéndose de nuevo en su papel de profesor aunque de forma más ligera de lo habitual, tal vez por estar en un club o quizás por el hecho de tener una copa en la mano. Entonces frunció la nariz con cierto desagrado y miró hacia fuera del reservado—. Este sitio está lleno de ellos.

La explicación de Carstairs en referencia a Anbel hizo que no entendiera su anterior descontento, me parecía natural vivir con alguien y no llegar a conocerlo bien; yo no conocía el interior de mis padres, ni las chicas de la resi me conocían de verdad, solo como ejemplos.

Pero no quería volver al tema, ni me molesté en creerle ni a desconfiar de él, Anbel no iba a ser el centro de atención, ni de coña.

Lo de las sanguijuelas me fastidió, las de corea eran mejores, al menos se les arrancaba la cabeza fácilmente.

— Oh... —comenté bajando la mirada con decepción— Es verdad que también existen —eran los que menos me entusiasmaban por no decir que hubiese preferido que no fueran reales. Una criatura que se dedica a putear la sangre, era un auténtico monstruo del armario—.

Al volver a mirar a Milton, su expresión me hizo sentir un poco culpable— ¿Estás bien? —le pregunté con interés de verdad y busqué el vaso para volver a beber intentando no recordar las sanguijuelas coreanas.

Milton asintió con la cabeza, todavía con los ojos fuera del reservado.

—Sí. Es sólo que no suelo venir a sitios como este... Lleno de Subterráneos y eso. Normalmente nos dedicamos a vigilarlos para que cumplan los Acuerdos y tomar medidas si no lo hacen. Se me hace raro tomarme una copa rodeado de ellos. —Se encogió levemente de hombros—. Puede que hoy charles con uno y mañana tengas que cazarlo, quizá incluso matarlo. ¿No te incomoda esa idea?