Partida Rol por web

Entraste en la cocina después de tu entrenamiento de la mañana para comenzar a hacer la comida para ti y para Amber. Normalmente solías encargarte tú, por un lado porque a ella no se le daba demasiado bien y por otro porque la mayor parte de los días estaba tan enfrascada en sus historias científicas que ni siquiera se acordaba de comer si no se lo recordabas tú. 

Allí encontraste a Alice, que tenía un libro abierto sobre la isleta y mordisqueaba una manzana mientras, al parecer, esperaba a que algo terminase de cocinarse en un puchero a su espalda. 

Al verte entrar alzó la vista y sus labios se curvaron en una sonrisa divertida que ya conocías bien a pesar de llevar sólo unos meses en el Instituto. Una sonrisa que no sólo quería decir «Yo sé algo que tú no sabes», sino que también añadía un «Y no te va a gustar ni pizca». Sin embargo, la chica sólo hizo un escueto saludo con la cabeza en tu dirección. 

Al entrar en la cocina lo hice directamente hacia el frigorífico. Tenía el pescado al horno que había hecho el día anterior, y conociendo a estos le había hecho al tupper una runa de protección. Pasaba de cocinar para que cualquier muerto de hambre se lo comiera.

Saqué la fiambrera de la nevera sin dedicar más que una mirada a Alice, y cuando al dirigirme al microondas vi esa sonrisa aparté la mirada. Fuese lo que fuese, no quería saberlo. Cada vez que estábamos en una situación parecida hacerle caso sólo ponía peor las cosas. Y seguramente lo hacía a propósito para llamar mi atención. Y para provocarme.

Así que tras meter la comida en el micro me senté en la encimera e invoqué la una espada corta, dispuesto a grabarla con las runas adecuadas. Sin embargo, aún sin mirarla, podía ver esa sonrisilla de bruja creciendo y fastidiándome, hasta que al final no pude más. La miré directamente.

—Qué.

Alice esperó con la paciencia de quién sabía que terminarías por ser tú quien preguntase, con esa misma sonrisa de gata esperando a que el ratón asomase la cola para saltarle encima. Y cuando por fin la curiosidad te hizo ceder, su sonrisa se amplió un poco más con satisfacción. Sin embargo, te miró con ojos inocentes, como si no supiera qué le preguntabas.

—Ah, nada —dijo, haciendo un movimiento con la cabeza que hizo ondularse su melena perfecta de anuncio de champú—. Sólo me estaba preguntando qué tal te iría con los novatos. 

Pestañeó con una fingida candidez que ni siquiera se molestaba en parecer creíble y su sonrisa se volvió expectante por tu respuesta.

Al escuchar la respuesta de Alice supe que había gato encerrado. Era evidente que no era eso lo que quería, y no sólo se trataba de fastidiarme por ser yo la niñera. Y la verdad, no tenía muchas ganas de jugar a su juego, ni de pasarle un reporte detallado. Si le interesaba, que los entrenase ella. Al menos si su padre confiase lo suficiente para darle ese cometido.

—¿Con la que no sabe ni correr sin torcer las piernas? —pregunté refiriéndome a Melissa—. ¿O con el inútil y la pirada?

—Oh, lo decía por la china —respondió ella sin tardar, como si tuviese ya cada réplica pensada de antemano—. Como está entrenándose con Milton a escondidas pensé que a lo mejor habíais tenido problemas... —Dejó la frase en el aire y te miró con una fingida expresión de preocupación.

Al escuchar que hablaba precisamente de Sun Yun traté de hacer un gesto, como si no supiera ni a quién se refería con ese apelativo que usó. Sin embargo creo que no me salió muy bien. Y un momento más tarde, cuando terminó de hablar, sentí algo revolverse dentro de mí. La respuesta me salió con frialdad.

—Es porque es tan inútil que necesitaría más horas de las que tengo para hacer algo decente —dije mientras, por dentro, mi rabia se extendía también hacia el chino—. Y a Milton tampoco le va mal entrenar con alguien de su nivel.

Me cago en la puta, qué guardados se lo tenían los dos. Pues no sabía qué iba a hacer, pero desde luego les iban a dar bien por culo a ambos. ¿Así que yo estaba perdiendo mi tiempo, el tiempo de mi propio entrenamiento para eso? Ya podían prepararse.

Alice soltó una pequeña risita con tu pulla hacia Milton y entonces se encogió de hombros.

—Supongo que entre chinos se entienden, ¿no? —dijo, con una expresión que te hizo pensar que aquello no había sido todo, sino sólo el aperitivo.

Entonces dio un mordisco a su manzana y bajó la mirada al libro, como si estuviera dispuesta a dejarlo ahí sin llegar a contarte todo lo que sabía, con esa sonrisilla con la que te había recibido creciendo en los labios milímetro a milímetro.

—Sí, entre chinos se entienden —dije mientras guardaba mi enfado y dejaba que hirviese hasta convertirse en rencor—. Putos chinos.

Me quedé entonces unos segundos en silencio, mirando al frente. Cuando más lo pensaba más me molestaba, y cuanto más me molestaba más pensaba en buscarla ahora mismo y... Joder. Estaba ocultando más.

—¿Qué te callas? —pregunté dando un paso al frente, ya sin disimular mi molestia.

Alice alzó la mirada cuando llegó tu pregunta y pestañeó dos veces antes de empezar a responder, sin molestarse en fingir complicidad. 

—Bueno... Es que creo que entrenar no es lo único que hacen a escondidas —comentó, encogiéndose después de hombros—. Supongo que tú ya lo sabrías, claro, pero me da lástima lo desesperado que está Milton por encontrar una novia mundana —terminó, dándole a esa palabra el desprecio adecuado y sin que pareciese que sentía ninguna lástima en realidad por el chico, sino más bien que lo encontraba de lo más divertido.

Esperé expectante y tenso a las siguientes palabras de Alice. Visto lo visto, fijo que Ethan también estaba entrenando a solas con vete a saber quién. O Melissa. Joder, ojalá esa lo estuviera haciendo. En lugar de eso lo que dijo fue... Una chorrada.

Miré a Alice, sin creerme que de verdad eso fuera lo que tuviera que esconder. Era evidente que aquello me importaba entre poco y nada. Mi estómago seguía dándole vueltas a lo de antes, e hice un gesto como de intentar seguirle la conversación a Alice.

—Sí, Milton es así, aunque no me lo imaginaba antes de que llegase la porculera —enuncié refiriéndome a Nora—. Ahora me tengo que ir, tengo que hacer una cosa.

Mis palabras me llevaron directamente a apagar el microondas, pero no llegué a sacar el tupper de dentro. En lugar de eso abandoné la concina, preparado para correr en cuanto llegase a las escaleras mientras iba sacando mi estela.

Me dirigí directamente a la habitación de Sun-yun mientras, de camino, me preparaba para mostrarle lo que era un entrenamiento de verdad.

Sun-yun había terminado de estudiar y de recoger los libros y ya estaba saliendo de la biblioteca para cuando Émille apareció corriendo por el pasillo con cara de toro cabreado. 

Caminé deprisa y con la mandíbula apretada. Era fácil enfadarme, eso es cierto, pero aún así la loca nunca me habría visto de aquella manera. Mis pasos eran decididos y además a estos se les sumaba el cabreo de haber tenido que recorrer medio Instituto para encontrarla.

De modo que en cuanto la vi apreté el ritmo. Me dirigí directo a ella, mirándola fijamente.

Salí de la biblioteca cargada con nuevos conocimientos en mi cabeza y más que encantada de devorar ese nuevo mundo que a cada palabra, línea y página parecía más perfecto para que yo estuviera en él.

Me había llevado prestados un par de libros para empollar antes de dormir entre estudio serio y estudio de verdad, y por no apretujar las cosas de mi bolso, decidí cargarlos haciendo cuna al conocimiento.

Qué puto día más hermoso estaba teniendo.

Al ver a lanzaman ladeé un poco la cabeza y achiné los ojos -más- para asegurarme que era él y no lo confundía. Estaba raro, caminaba raro y su cara era rara; pero su cuerpo enfundado en el traje parecía su cuerpo sexy, así que debía ser él.

Su mirada me produjo un escalofrío, uno algo distinto del que solía hacerme temblar las rodillas pero no le hice caso. Y al ver que venía hacia mí, me acerqué a él también sin prisa.

— ¡Hola Emille! —hice un además de alzar una mano pero el peso de los libros me lo impidió por lo que lo cambié por una sonrisa.

El chico seguía acercándose con esa expresión furibunda y, de repente, su lanza doble se materializó en su mano.

No respondí a su saludo. En cuanto la lanza apareció en mi mano descargué un golpe contra sus piernas, con el único objetivo de derribarla.

—Entrenamiento sorpresa —diría después, independientemente del resultado—. Los demonios no avisan.

Al ver Emille convertirse en lanzaman, lo supe: Ese día iba a ser el mejor de mi vida.

— ¡Su puta madre! ¡Examen sorpresa! —pensé encantada y una sonrisa satisfecha se cosió en mis labios.

Al ver la trayectoria de su lanza, me hice a un lado, muy a un lado, apartándome de la puerta y apartando al cavernícola de la biblioteca.

Entonces solté aquellos pobres libros con los que tendría que disculparme mil veces y agarré mi preciosa Kyo del bolso.

— Ya tío —comenté como quien constata la mala educación de un vecino—... Ni saludan, ni nada.

Sun-yun trató de apartarse de la lanza de Émille en cuanto la vio venir. Y casi lo consiguió, pero el mango golpeó su tobillo haciéndola trastabillar y caer sentada al suelo. No dolió más que en el orgullo y un instante después la coreana ya estaba poniéndose en pie al tiempo que metía la mano en su bolso y sacaba de él el kyogetsu shoge que se había acostumbrado a llevar encima. 

En apenas unos segundos los dos estaban listos para el siguiente asalto en ese combate repentino.

En ese castillo todos parecían tener una afición especial en echar a otros al suelo, y en cocinar de pena. Y lo segundo era remediable pero empezaba a estar harta del suelo.

Al levantarme hice una mueca aprendida de los manga que estaba segura que enternecería a lanzaman de lo monísima que era — Cuidado que casi me das —le indiqué como si hubiese fallado sus intenciones—.

Luego recuperé mi sonrisa de adorar el combate — Otra vez —le dije colocándome en media guardia con el pie izquierdo ligeramente por detrás y mirándole con desafío—.