Partida Rol por web

Me sentí algo incómoda cuando A.B. se sentó conmigo, era un rincón raro para eso, pero ella era muy rara para todo así que simplemente esperé que ni ella ni su fantasma se acercaran mucho.

Arrugué la frente cuando habló de la hermana de un tal E-chan, no tenía ni idea de quién me hablaba pero supuse que la hermana en cuestión era la chica que había visto.

Estuve a punto de preguntar pero entonces cambió de tema para admirarme y aquel detalle anterior dejó de importarme.

— Soy sietemesina, nena —sonreí con la mirada agachada con falsa modestia vergonzosa—, Gi, Herondale y rubia, ¿cómo no iba a ser impresionante? —dejé que mi desmayo pasara a la historia—.

Al ver la estela y su mano buscando mi piel, sentí un escalofrío muy distinto al que había sentido poco antes, y me pensé si dejar que se acercara a mi, pero mi cabeza no estaba muy dispuesta a prestarse a valoraciones, así pues, le tendí el brazo que Anbel había convertido en un libro de estudio —Estoy bien —pasé de ir a comer, eso no tenía nada de productivo—. No me pintes la mano —le pedí, no quería recordarla al estudiar—. ¿Cuanto te ha contado la estatua?

Ivy no pareció inmutarse lo más mínimo al ver tu brazo lleno de marcas. Sencillamente asintió a tu petición sobre la mano y buscó un hueco libre, lo más arriba posible. El ardor de la estela sobre tu piel ya comenzaba a resultarte familiar y mientras dibujaba, ella empezó a hablar.

—La estatua no habla, es sólo un canal o algo así. A su alrededor el Velo es más débil... Yo creo que es porque hay un ángel atrapado dentro, ¿sabes? O lo hubo alguna vez y parte de su poder quedó impregnado en el jardín. Hace mucho tiempo pasaron muchas cosas en este Instituto. Ya casi nadie lo recuerda, pero la piedra... —Alzó la mirada para cruzarla con la tuya. —... La piedra no olvida, Sun-yun. Eso es importante, aunque la mayoría de la gente no lo tiene en cuenta.

Separó la estela de tu piel y contempló su trabajo ladeando un poco la cabeza.

—Ya estás. Debería haber traído unas barritas energéticas o algo así —dijo entonces, como si tu negativa a ir a la cocina la tuviese desazonada—. A mí no me sientan bien al estómago, pero nos habrían venido bien ahora para ti.

—Se llama Jessamine —añadió de repente, sin que pareciese venir a nada—. La chica que viste —aclaró—. Era Jessamine. Ha debido querer mostrarte algo de su historia.

Me resultó extraño extrañar el trazo de Anbel, incluso creí que la quemazón es distinta cuando proviene de su estela, como si fuese un dolor más confiado e ilustrado, A.B., en cambio, parecía quemar con incómoda gentileza y modestia.

Presté atención a sus palabras solo con los oídos, con los ojos puestos en ese dibujo que la chica trazaba y que ya me había hecho lanzaman en un punto más íntimo y en una situación más vergonzosa.

— Sé —respondí cuando me preguntó, por imposible que fuera que yo supiera eso de que ella creía que un ángel eso y aquello, pero mi orgullo no me dejó dejar pasar esa pregunta, mucho menos ser sincera—.

Cuando alzó su mirada, sentí un escalofrío, esa niña bruja acojonaba a veces pero lo bueno era que ella eso ni lo sospechaba — Suena raro —espeté con sinceridad —. Lo de la piedra —aclaré apartando mis ojos para buscar el ángel—, pero lo tendré en cuenta — más si los otros no lo hacen. Es una buena ventaja, son buenos puntos para mi poder.

Cuando declaró haber acabado, miré la runa y la comparé, de memoria, con la otra que tenía — Tranquila. ¿Por qué no te sientan bien? —hablé del tirón con automatía antes incluso de asumir qué había dicho y de valorar que no me interesaba lo más mínimo y entonces me apresuré a añadir lo que sí quería saber– ¿Puedes repetir su nombre? Lentamente. ¿Es la hermana de E-chan? ¿Por qué ese trozo? ¿cómo acabó? ¿Qué anillo-apellido tenía?

Ivy sonrió un poco cuando dijiste que tendrías sus palabras en cuenta y te pareció que en su mirada había una pizca de sorpresa, como si no estuviese acostumbrada a ser tomada en serio.

Después se encogió de hombros, declarando con ese gesto su ignorancia sobre esa mala relación entre las barritas energéticas y su estómago. O quizás le parecía algo sencillamente inevitable. Pero tu avalancha de preguntas fue la que terminó por atrapar su atención y cuando terminaste de formularlas, ella permaneció en silencio un par de segundos, como si necesitase ordenarlas en su mente antes de empezar a responder.

—Je-ssa-mi-ne —silabeó despacio—. Jessamine Lovelace —completó, desviando su mirada a un punto del aire por un segundo, antes de volver hacia ti—. No sé quién es Echan, pero que yo sepa ella no tenía hermanos, así que supongo que no. Tuvo una vida muy desgraciada y murió hace tiempo, en las puertas del Instituto... No sé por qué habrá querido mostrarte eso en concreto. —Y en ese punto sonrió, como si estuviese a punto de compartir contigo una broma que nadie más entendería. —Los espíritus a veces son enigmáticos, ¿verdad? No podemos hacer más que intentar comprender una pequeña parte de los misterios que nos muestran.

— JeSanMain –memorizé — Lovelace —repetí finalizando mi grabado mental de ese nombre— Es bonitoy cursi. Me encanta.

Me encogí de hombros primero, y como si a medio hacer de ese geste cambiase de opinión asentí después – Los demonios también —dije todavía impresionada por haberme equivocado de religión, aunque bien pensado, el error era de mis padres—.

Busqué entonces ese punto indefinido en el que A.B. había puesto sus ojos, esperando ver lo que hubiera y no encontrarme solo con la constatación de que esa chica tenía un tic nervioso que la hacía mirar la nada y parecer más loca de lo que estaba — ¿Cómo se llama tu amiga? —volví a preguntar buscándome más trabajo de investigación y horas de biblioteca — Una pequeña parte comprenderás tu, yo pienso jugar con todas las cartas.

—Gracias —respondió Ivy discretamente a tu comentario sobre el apellido de tu visión y, aunque no dijo nada más, pudiste ver que te miraba con cierta calidez y esperanza.

Ese escalofrío acarició de nuevo el vello de tu nuca cuando llevaste tus ojos al lugar que Ivy contemplaba. La sentías allí, esa presencia que ya habías sentido antes. Y tal vez porque ya era conocida para ese nuevo sentido que expandía tu percepción más allá de lo visible, o quizás porque mejorabas a toda velocidad en tu dominio de tus poderes, pero en esta ocasión su presencia era más intensa.

Podías sentirla fluctuar en cada pequeño movimiento y aunque tus ojos no podían visualizarla, tú podías percibir cómo se acercaba a ti y hasta te dio la impresión de que podías sentir curiosidad en ella.

Mientras tanto, Ivy frunció el ceño con cierta confusión en su expresión. Te miró y ladeó un poco la cabeza, como si hubiese algo que no terminaba de comprender. Y, sin embargo, respondió, llevando de nuevo sus ojos hacia ese lugar donde el mismo aire parecía gritarte que había algo más que aire.

—Eh... Jessamine —dijo, con la inseguridad de quien no sabe si está respondiendo a lo que le preguntan—. Ella es Jessamine, la chica que has visto.

Sonreí a A.B. incómoda con su mirada, y aunque no sabía muy bien que agradecía murmuré un "no hay de qué" al tiempo que me escurría de sus ojos.

Cuando el escalofrío empezó, dudé por un segundo si era debido a esos ojitos oscuros con los que la niña Addams me miraba en un sitio tan de princesas y novelas románticas o era debido a ese fantasma que ya había sentido. Pero enseguida descarté la primera opción, por lo obvio de la segunda pues ya había quedado claro que tenía una consciencia muy, muy desarrollada.

Al sentirla cerca y curiosa, temí que quisiera poseerme como ese ángel había hecho con cara de Mike y me helé por dentro. coño, ¿y si esté había sido el plan de la pirada en todo momento? Llevarme a que su amiga imaginaria encontrase un cuerpo bello, atlético, inteligente y real.

Apoyé las palmas de las manos en el suelo, preparada para levantarme si tenía que salir corriendo pero cuando A.B. dio su nombre relajé los codos.

— ¿El ángel? —parpadeé sorprendida — ¿entonces no la has creado tu? –oh, —miré hacia ese lugar— siento mucho lo que te ocurrió, ¿quieres que te vengemos? —pregunté ladeando un poco la cabeza en una posición mona estudiada.

—¿E-el... ángel? —repitió Ivy, a medida que se acentuaba en su rostro la confusión. Miró hacia la estatua y luego a ti para terminar desviando sus ojos de nuevo a ese punto del aire—. No... El ángel es un ángel. Jessamine era una nephilim... Como nosotras.

Por un momento sus labios se entreabrieron, como si estuviese a punto de responder a tu pregunta en nombre de esa presencia. Pero no tardó en volver a cerrarlos y sonreír, al parecer satisfecha de que tú misma te entendieras con ella. Y, sin embargo, a pesar de que sentías cómo el aire vibraba con esa densidad extraña y cómo se movía cerca de ti, no hubo ninguna respuesta audible para tus oídos o tu mente que pudieras llegar a comprender.

Negué con la cabeza a las palabras de A.B. — Era también un ángel —dije guiñándole un ojo con monería, gesto que me solía dar la última palabra—.

Luego miré a la nada, eché hacia atrás la cabeza para mirar a la estatua y finalmente volví a A.B. – ¿Y si vuelvo a tocarla? —pregunté buscando la fuerza de mis piernas para levantarme de nuevo e ignorar ese dolor de cabeza que nada tenía que ver con comer— ¿y si la tocamos juntas? ¿y si la piedra se rompe?

La joven soltó una risita tímida con el guiño de tu ojo, escondiendo sus labios detrás de la punta de sus dedos. Y después siguió tu mirada hacia la estatua, aunque pareció alarmarse un poco cuando vio que te estabas levantando.

Te sentías débil todavía y las punzadas no habían desaparecido de tu cabeza. Ivy se puso de pie rápidamente y extendió las manos sin llegar a tocarte, como si quisiera sostenerte pero no estuviera segura de si te parecería bien.

—No deberías forzarte la primera vez... —dijo algo insegura—. Podrías hacerte daño si te pasas. ¿Seguro que te sientes bien? ¿No quieres comer algo antes?

Y aunque parecía más preocupada por ti que por tus dudas, también debía sentir la responsabilidad de no dejarte sin respuestas, porque antes de que pudieras responder, lo hizo ella a destiempo.

—Si vuelves a tocarla puede que veas otra cosa, o que no veas nada. Nunca se sabe. Pero no influirá que la toquemos juntas o no... Esta percepción es algo... —Se detuvo un momento como buscando las palabras— personal. Y si se rompe la piedra no sé... Me daría pena que sucediese.
 

Qué mierda era esa migraña, y que rollo ese sentimiento raro de preferir el suelo y la cama. Pero todavía era una Gi, y los Gi no nos pasabamos nunca, eramos persistentes, tenaces, disciplinados y siempre seguíamos en pie.

Así que apreté los ojos combatiendo el dolor de cabeza y me puse en pie intentando no tocar el ángel, pero diciéndome a mi misma que era casualidad que no lo hiciera no por lo que A.B. me había dicho.

Qué manía tenía la niña en que me hinchara a comer, seguro que quería que me pusiera como un tonel para que no pasara por la puerta y me quedase encerrada en el castillo con ella.

— Personal —repetí, eso me gustaba no como su otra respuesta, si no iba a pasar nada más que su tristeza, tampoco sería tan importante ese ángel para Je-san-main—.

—Está bien. Vayamos a comer —concedí en vistas de que hoy no iba a hacer nada más allí—, cocinaré algo. -y por "algo" me refería a arroz-.

La expresión de la muchacha reflejó su alivio cuando accediste a comer algo, aunque enseguida negó con la cabeza con timidez.

—No, deja que cocine yo —se ofreció disponiéndose a caminar de regreso hacia el interior del castillo, pero sin llegar a avanzar mientras tú no lo hicieras—. Así tú descansas un poco. Te puedo hacer una tortilla, si te gustan. O lo que te apetezca. ¿Tienes planes para luego? —añadió, contemplándote con cierto brillo de esperanza en la mirada.

No supe como sentirme con la petición de A.B. para que la dejara ser chef. Era extraño que alguien se ofreciera a cocinar para mí, más aún después de que ya me hubiese ofrecido, y el modo en que lo hizo no me pareció un insulto, y eso me mosqueaba. Me mosqueaba no poder enfadarme, ni poder insistir sin parecer mal educada.— Bueno, no se puede hacer una tortilla mala— me resigné deshaciendo el camino hecho hasta el ángel—.

Su pregunta, sin embargo, si fue rara. Si respondía que no, parecería tan pringada como ella, pero si respondía que sí, parecería la peor alumna del mundo. Además, según para qué prefería estar libre para mi y el libro gris.

Apreté los labios, tragué saliva y arriesgué con lo políticamente correcto — ¿Me vas a necesitar?

Ivy bajó la mirada con tu pregunta y pareció decidir que emprender el camino hacia la cocina sería una buena forma de disimular su apocamiento.

—Oh, bueno, no exactamente —respondió tras dar un par de pasos, levantando la mirada para asegurarse de que ibas con ella y analizando tu caminar, como si sólo esperase un titubeo en tus pies para ayudarte a andar—. Lo decía por si querías que hiciéramos algo juntas.

Me llevé una mano a la frente como si quisiera medir mi temperatura, pero en realidad busqué aliviar el dolor de cabeza apretando contra ella mi disconformidad con ese mal rato que me estaba haciendo pasar. Pero no dejé de caminar, como no había dejado que el corte de lanzaman me llevara a una retirada.

Y tampoco es que la velocidad de A.B. fuera muy difícil de seguir, suerte que mi vida no dependía de esa tortilla.

—Ah —pensé decepcionada—. Oh —dije aparentemente sorprendida—. Bueno, tengo que entrenar con lanzaman y luego pensaba estudiar... Vente.

El rostro de Ivy reflejó su estupor cuando llamaste al chico con ese apelativo. Pestañeó un par de veces antes de que su expresión se iluminase con la comprensión y entonces se llevó una mano a los labios para esconder una carcajada tras ellos, como si reírse de aquello fuese una tremenda pillería.

—Lanzaman —repitió, acompañando la palabra de otra risa—. Te refieres a Émille, ¿verdad? —dijo, como queriendo confirmarlo antes de fijar ese apodo en su mente, pero antes de que llegase esa confirmación, negó con la cabeza con una mezcla de decepción por tus planes y de horror ante la idea de ir a entrenar con el chico—. No, no te preocupes. Si estás ocupada da igual. Pero cuando acabes si te apetece, puedes buscarme.

No me importó que A.B. se riera de el apodo de lanzaman, aquello era señal de que eramos cuquis y hacíamos buena pareja. Sin embargo, cuando usó su nombre para referirse a él paré mis pasos y la miré con frialdad.

—¿Le llamas Emille? ¿Te lo ha dicho él? —dependía de sus respuestas que la buscara después de estudiar para una nueva sesión o para hacerle fregar el suelo— ¿no te sabes su apellido?

La chica se paró a tu lado cuando te detuviste y en un primer momento te miró de arriba a abajo, como si pensase que no te encontrabas bien y por eso habías parado. Sin embargo, cuando llegaron tus preguntas, te miró extrañada.

—Claro que lo llamo Émille, ¿cómo iba a llamarlo si no? Es como se llama —explicó antes de quedarse callada un instante. Y al responder a tu última pregunta, una pequeña sonrisa conciliadora empezó a nacer en sus labios—. ¿Su apellido? ¿Te refieres al que esconde o al que no?

La respuesta de A.B. me hizo enrojecer de mosqueo. ¿Qué confianzas eran esas? A esos británicos se les iba la olla.

Era su nombre, pues claro que era su nombre, y como suyo solo podían usarlo los más próximos a su corazoncito. Y nunca había creído a A.B. uno de esos pero tal vez la había cagado al no considerarla. Había visto mil pelis así, en las que el tío más bueno del colegio se enrollaba con la pringada de turno pasando de la reina del baile. Eso explicaría como la cargó cuando se desmayó, su loco intento de curarla, el hecho de pasar de Herondale pater para estar con ella en la enfermería y que creyera que era bueno que entrenase con ella.

La repasé de arriba abajo, era medio aceptable debajo de tanto negro emo. Menuda mierda.

— Según cual sea cual, ¿cuales son? —no me gustaba que ella supiera tanto y yo tan poco. Volví a andar, ahora sí quería comer.

Ivy te contempló con curiosidad mientras la repasabas y para cuando llegó tu respuesta acompañada de una pregunta, sus ojos se estaban abriendo con la iluminación de quien comprende algo que antes tenía delante de las narices y no podía ver y ese misterio sobre los apellidos de Lanzaman quedó en el olvido para ella.

—Ohhhhh, ¡madre mía! —exclamó para después convertir su voz en un susurro al continuar, con cierta incredulidad—. ¿En serio? ¿Te gusta Émille?