Partida Rol por web

El antiguo instituto de educación secundaria Gregorio Luperon había perdido hacía demasiado tiempo el aire de centro de enseñanza que había tenido cuando el mundo aún respiraba a su propio ritmo. Como había sucedido también con el Major Morris tan sólo la imaginación podía recrear allí lo que habían sido aulas, gimnasio o comedor. 

Desde fuera se trataba de un edificio de cinco plantas que ocupaba la mayor parte de una manzana, con la puerta principal cerca de la esquina entre Amsterdam Avenue y la W 156th St. La fachada debió haber sido moderna en otra época, pero para los tiempos que corrían el ladrillo rojo había perdido su color quedándose en una especie de granate grisáceo deslucido. Y las zonas blancas se habían ido amarilleando año tras año. La mayor parte de los grandes ventanales habían sido cegados, quedando tan sólo los de los pisos superiores para introducir luz natural al interior del edificio. 

Precisamente en el piso más alto habían instalado su vivienda los chicos de McAvoy, dejando los intermedios para entrenar o almacenar enseres y armas. En la planta baja estaba el acceso a lo que antaño había sido la cafetería del instituto, que Macbeth había acomodado como taberna y nombrado Trafalgar Tavern. Se decía, aunque él casi nunca lo confirmaba ni desmentía, que en lo que había sido el sótano había montado una destilería casera para fabricar su propio alcohol. 

Nueva York, 12 de noviembre de 2037, 10.30 am.

Shamira y Lincoln se habían quedado silenciosos en los últimos pasos, tan sólo pendientes de la conversación de los adultos sin participar en ella. Y el chiquillo una vez dentro llevó sus ojos demasiado serios hacia Morgana, como si estuviese pensando si preguntar algo o continuar en silencio. 

Pero antes de que llegase a decidirse por una de las dos, fue William McAvoy el que alzó una mano a la que le faltaban tres dedos a modo de saludo mientras bajaba las escaleras, seguido de cerca por Chloe. Ambos iban vestidos con pantalones gruesos y chaqueta de imitación militar, con aspecto de estar de camino en busca de algún tipo de material para su entrenamiento.

—Vaya, vaya —dijo, cordial, echando un buen vistazo a los cinco visitantes—. Si tenemos aquí a los morris. ¿Va todo bien en el refugio? 

Chloe detuvo sus pasos junto a McAvoy, en cuanto ambos llegaron junto a los visitantes. La chica los estudió uno a uno con el ceño levemente fruncido, pero terminó por esbozar una pequeña sonrisa. 

—Hola. ¿Venís a uniros al entrenamiento? —Su cabeza hizo un gesto hacia los más pequeños de la comitiva—. ¿O es que nos traéis nuevos reclutas?

Bromeaba, eso decían su sonrisa y su tono, aunque todos los presentes sabían que Chloe no le haría ascos a un par de activos jóvenes y maleables a los que preparar para el futuro del grupo. 

- Ya va, ya va...-dijo, con una sonrisa, al observar el gesto impaciente de Bentley, que como siempre que empezaba a ponerse ansioso, cambiaba el peso de su cuerpo de una pata delantera a la otra y ponía las orejas tiesas. 

Clementine se acuclilló, y tomó su hocico con delicadeza y cariño para dar un beso suave sobre su húmeda nariz, riendo y regañando el rostro al recibir tres lametones en la mejilla- Sí, sí, yo también te quiero... Pero pórtate bien, ¿vale? Anda ve.-le dijo, revolviendo la mata de pelo que le nacía en la parte superior de la cabeza, antes de que diese una vuelta más alrededor de ella y se marchase, trotando- Menudo golfo está hecho.-comentó, cruzándose brevemente de brazos, y soplando para quitar un mechón de pelo de su cara antes de continuar, guardando el mismo silencio que Shamira y Lincoln al traspasar la puerta del instituto, hasta que la figura de William y de Chloe se desdibujó bajando las escaleras que antaño debieron de estar llenas de estudiantes. 

La joven también alzó una mano, a modo de saludo- Buenos días, William, Chloe...-saludó- No, yo no, ya sabéis que... No es lo mio.-respondió, tan sólo en nombre de si misma, pues no sabía si Morgana, o los niños, querrían unirse- Espero que nuestra llegada no interrumpa nada importante. Lo cierto es que venimos a comentar un tema un poco serio. A preguntar más bien si sabéis algo al respecto. 

Una de las máximas que seguía al pie de la letra era no mostrar a nadie, ni amigos o rivales, las capacidades que poseía, o las decisiones que podía tomar en determinados momentos. Era algo en lo que incidía en sus charlas con los niños. Por eso, cuando adiestraba a los McAvoy en diferentes aspectos militares, no se excedía en sus aparentes conocimientos. Suponía que William la tenía calada y que a él no lo engañaba pero no podría jurar tal cosa.

A la que sí se la veía venir de lejos era a Chloe. Su forma de pensar e intenciones no le desagradaban, al contrario, si bien mantenía su habitual distanciamiento. La chica se lo tenía algo creído y eso le recordaba a ella misma de jovencita. Y no tan jovencita, pues Morga conocía que pecaba de arrogancia. Con William el trato era directo y amistoso, en cierta manera le traía aires del pasado.

El interior del instituto desprendía ese olor militar tan característico que echaba de menos. Morga se encontraba en su ambiente, y casi sin quererlo, apareció una sonrisa en su boca. Intercambió una mirada con Lincoln, dejó que el chico tomara su decisión y su momento, y acto seguido devolvió el saludo a los dos anfitriones.

-Debatíamos sobre la religión y la existencia o no de un dios. ¿Tú que opinas, William?

Clementine se le adelantó. Ella hubiese querido tratar el asunto con más discreción, solo a William. Bueno, tanto daba. Sus brillantes ojos se posaron en Chloe.Eran competentes, y su reputación les precedía, aunque siempre que estaba con los McAvoy se preguntaba cómo reaccionarían en combates intensos y constantes, ante situaciones de vida y muerte día sí y día también. Les faltaba eso para descubrir quienes eran de verdad. Solo William lo sabía y no era algo fácil de transmitir.

-William es un profe blando con vuestro entrenamiento. Sois un poco nenazas -bromeó, y luego dirigió una mirada de interrogación a Shami y Lincoln.

Siguió al grupo en silencio, observando el viejo edificio de forma desapasionada, sin prestar atención al enfermizo color de las paredes de ladrillo o al purulento tono de lo que en un tiempo debió de ser un blanco inmaculado. No era tan distinto de otras muchas construcciones, avejentadas por el paso del tiempo y sin el maquillaje de personas ociosas sin más que hacer.

Alzó la mirada cuando escuchó los pasos de quien resultó ser William McAvoy. Pudo reconocerlo por aquella mano tan significativa y que alzó de una manera no propia de quienes sufrían aquel tipo de mutilaciones. Entre conocidos y clientes había coincidido con más de una persona con idénticas carencias y en todas ellas existía un idéntico proceder que hacía invisibles a los ojos ajenos la falta de un miembro menor. Sin embargo, aquel hombre lucía su falta de dedos como un emblema, una señal de identidad. La mujer que lo acompañaba... Hasta que Clementine no dijo su nombre no supo quien era aunque su mirada calculadora al escrutar al grupo le había resultado llamativa.

Y aquella era una reunión de viejos conocidos, que no necesariamente amigos. Daniel había escuchado hablar de ellos pero no había llegado a conocerlos en persona. Era la primera vez que se hallaba en su presencia y quizá no fuera la última.

-Hola, soy Daniel. Daniel Green -dijo a modo de saludo y presentación, tendiendo su mano para estrechar las de ellos. Primero a él. Luego a Chloe Lange.

McAvoy soltó una carcajada con la pregunta de la exmilitar y de inmediato negó con la cabeza.

—Ah, no. Ni hablar, Morgana —dijo, divertido—. Ya tengo bastante filosofía con Macbeth. No me vas a pillar en esas tú también. 

Sin embargo, su sonrisa se fue disolviendo con la explicación que Clementine dio a la visita. Asintió con la cabeza despacio e intercambió una mirada significativa con Chloe antes de que Daniel se presentase. Entonces lo miró frunciendo la nariz, como si el chico al que veía con cierta frecuencia hubiese perdido la cabeza. Su mirada se deslizó hasta su mano extendida y luego volvió de nuevo a su rostro, extrañado por aquel saludo.

—Ya sé cómo te llamas, hijo —señaló—. ¿Te has dado un golpe o algo? Estoy ya viejo para juegos de jóvenes si va de eso.

Shamira había estado cambiando el peso de una pierna a la otra mientras Clementine y Morgana hablaban, pero al sentir la mirada de la segunda sobre ella, asintió discretamente con la cabeza. Luego miró a William y Daniel, al principio sorprendida del saludo extraño del más joven, pero no tardó en taparse la boca con la mano para contener una risita. Sin duda la chiquilla creía que Daniel se estaba quedando con McAvoy al fingir no conocerle.

La segunda al mando entre los chicos de McAvoy tampoco pareció entender por qué Daniel se presentaba, pero era demasiado pragmática para perder el tiempo intentando comprenderlo. Se limitó a aceptar su apretón de manos y luego apartar la mirada de él para llevarla hacia las otras dos mujeres. 

—Eso mismo le digo yo siempre, que se está volviendo blando con la edad. Menos mal que me tienen a mí para ponerlos firmes —siguió la broma de Morgana con media sonrisa y luego puso una mano sobre la cabeza de Lincoln—. ¿Qué os parece, chavales? ¿Me ayudáis a subir material para el entrenamiento y dejamos tranquilos a los jefes para que hablen?

Lincoln se tensó por un instinto profundamente asimilado que le llevaba siempre a encogerse cuando una mano se movía demasiado rápido hacia él. Ni siquiera el tiempo pasado junto a Morgana y Shamira primero y en el Major Morris después había logrado por el momento que ese temor adquirido desapareciese, aunque sí se había atenuado un poco en los últimos meses. 

Después de ese instante de tensión, el chiquillo tomó aire por la nariz aceptando el contacto, y se puso firme, echando vistazos de reojo a Morgana en busca de aprobación.

—Por supuesto, soldado Chloe —dijo, con una formalidad que acentuó la divertida sonrisa de la mencionada—. Entrenar con tu regimiento será cojo... —se detuvo a media palabrota y miró a Clementine antes de corregirse— guay. 

—A lo mejor deberíamos probar a tus chicos contra los míos —saltó entonces William, metiendo baza entre las bromas de Morgana y Chloe—. A ver quién es más nenaza.  —Miró a su segunda con cierta sorna—. Por lo de ahora ya te han rebajado a soldado, Chloe. A ver qué haces.

Bromeaba, aunque se notaba que de seguir por ese camino no sería difícil hacer saltar la chispa de orgullo que sentía hacia los muchachos que entrenaba.

Sin embargo, lo que había dicho Clementine había atrapado lo suficiente su interés como para que dejase ese asunto a un lado por el momento para mirar a la joven.

—¿Os va bien hablar tomando una cerveza en el Traf? —preguntó, abreviando el nombre que Macbeth le había puesto al garito—. ¿O necesitaremos más privacidad?

Clementine miró a Daniel, también algo confundida, mientras saludaba a McAvoy y a Chloe. Se preguntó si se encontraba bien, con cierta preocupación, aunque acabó por decirse que seguramente estaba bromeando, a juzgar por la naturalidad con la que hablaba con los McAvoy.

Se llevó la mano izquierda a la nuca, en aquel gesto de ligero nerviosismo que solía presentarse en ella cuando alguna tribulación ocupaba sus pensamientos, y dedicó un breve vistazo primero a William, luego a Chloe y finalmente a Morgana. ¿Cómo tenía pensado ella tratar aquel tema?- Bueno, a mí no me importaría tomarme algo en el Trafalgar para hablar de ello. Pero, no sé... ¿Tú qué prefieres, Morgana?- preguntó, usando su nombre completo esta vez, siendo consciente de que ahora se encontraban frente a McAvoy y quizá la mujer prefería que mostrase cierta deferencia hacia ella. Como profesional y como persona encargada de la seguridad del Morris. 

Con un ligero cabeceó y un guiñó hacia los más jóvenes los animó al entrenamiento con Chloe. Luego cruzó una mirada con Daniel :"¿qué coño dices?", y, con un apretón de manos se acercó a Willian.

El sentimiento de pertenencia a un grupo, unidad, la camadería sagrada con tus compañeros de armas siempre ha estado muy presente entre militares, y la reacción de William delataba ese punto de orgullo hacia su gente, lo más normal del mundo para Morgana. Inclinó un poco la cabeza hacia un lado.

-Esa reacción le da más credibilidad a mis palabras.

Morga se encontraba de un humor divertido. Pero se quedó ahí, no quería mosquear a sus, más o menos, "amigos". Gente de armas que tal vez acabasen siendo socios; era una posibilidad. Tampoco solía ser una bocazas. Oh, bueno, a veces sí.

Miró a Clementine. Se encogió de hombros.

-Por mí vale. Macbeth nos buscará un hueco privado en el Traf. Al fin y al cabo su opinión también nos interesa.

Daniel sonrió traviesamente.

-Verás, tras una conversación con Morgana acerca de Dios, la religión y el hombre, uno se siente renacido, otro. Un nuevo yo ha emergido, un Daniel desconocido para todos vosotros y quería presentarlo al viejo William -dijo con total desparpajo-. Y un poco de humor antes de lanzarnos a cosas serias nunca está de más. Relaja la mente. Y en el caso de una carcajada, los pulmones. Aunque una cerveza tampoco es una mala opción.

Lincoln y Shamira se pusieron en marcha junto a Chloe, en dirección a uno de los almacenes donde los chicos de McAvoy guardaban material. El crío caminaba en silencio, mirando hacia delante, pero ella todavía echó un vistazo divertido a Daniel antes de empezar a andar y mientras se alejaban se la pudo oír preguntándole a la mujer si Ransom estaba por allí.

—Sé de lo que hablas, muchacho —intervino entonces William, con un leve cabeceo hacia Daniel—. Después de las chapas de Macbeth yo también me siento un hombre nuevo. 

Acompañó sus palabras de una breve carcajada y luego miró a Morgana. 

—Ya hablaremos de eso —dijo, medio en broma, medio en serio, como si no descartase entretener a los suyos con una competición como esa. Después miró a Clementine e hizo un gesto con la cabeza, empezando a moverse—. Vamos al Traf, pues. 

Nueva York, 12 de noviembre de 2037, 17.00 pm.

A la hora de comer el instituto Gregorio Luperon parecía volver a un pasado lejano en el que los alumnos se juntaban haciendo colas con bandejas para llenar el buche entre cotilleos y griterío, sólo que los alumnos habían pasado a vestirse como soldados y el lugar que debió ser alegre una vez se había vuelto gris. En una sala anexa al Trafalgar Tavern habían preparado varias mesas a modo de comedor y allí el jaleo siempre era considerable, más cuando había visita que revolucionase a los habitantes del refugio. 

La exmilitar no se había perdido el detalle de que Shamira y Lincoln estaban distraídos, escuchando atentamente lo que fuese que Chloe les estaba contando, con Ransom también prestándole atención. Tras el revuelo de la comida y una vez que Clementine y Daniel se habían largado de vuelta al refugio, Morgana se había acercado a William para hablar a solas con él. 

El líder del grupo había aceptado sin problema el aparte y en ese momento los dos se encontraban solos en una antigua sala de profesores, todavía amueblada con una mesa grande y algunas sillas. McAvoy esperaba que fuese Morgana la primera en hablar y, mientras lo hacía, sacó un paquete de tabaco reseco y empezó a liar un pitillo, con bastante habilidad considerando que le faltaban tres dedos.

Morgana permanecía de pie, mirando a través de la ventana. Se había hecho un poco tarde, quería aprovechar la luz del sol para reparar de forma adecuada la valla * . En realidad el grueso de su conversación ya la había mantenido antes, Haizea y los Buscadores del parque. Y había obtenido una primera impresión de la actitud de William. Se giró hacia él.

-Pásame uno de esos, William.

Le quedaban dos temas al menos que tratar con él. En particular quería dejarle claro las cosas con Ransom.  Regresó su mirada al exterior.

-¿No echas de menos la acción? ¿Cómo puedes quedarte día tras día aquí, solo entrenando, instruyendo, o con visitas ocasionales al mercado…? Es una mierda, William. Ahí fuera está la diversión.

Se rascó el labio superior con los dientes.

-Voy a buscar y a encontrar a esas escurridizas criaturas, sean lo que sean. Voy a averiguar de dónde coño vienen.  Las he visto. La gente cree que son putas historias de dementes, las jodidas leyendas urbanas. Una mierda para todos. ¿Has tenido contacto con alguna de ellas? –sonrió son sorna-. ¿O tú también piensas que son mentiras?

William llevó el cigarro a sus labios y humedeció el papel para pegarlo. Después lo prendió con una cerilla y, tras dar una calada, se lo pasó a Morgana. Apenas la miró un momento, pues no tardó en poner su mirada en sus manos, que ya estaban trabajando en liar el siguiente para él. 

Sus ojos mostraban una resignación antigua cuando volvieron a alzarse, siguiendo la mirada de la mujer hacia el exterior a través de la ventana. Sin embargo, esperó hasta tener el cigarro liado y encendido antes de responder. 

—Te acostumbras —dijo entonces, dando una larga calada—. Al principio me comía la necesidad de salir, de sentir el polvo, la adrenalina, el puto peligro pisándome los talones.

Dio un resoplido que hizo salir el humo por la nariz.

—Pero no me dejaron mucha opción. A mí me retiraron, Morgana. Podría haber terminado en algún grupo de mercenarios paramilitares, pero yo quería servir a mi patria. Mi cuñada me comió el tarro con lo de entrenar a chavales, prepararlos para conseguir becas deportivas en la universidad o para entrar en academias militares. Claire estaba contenta de tenerme en casa y me dije «¿por qué no?».

Emitió una risa breve y algo amarga.

—Al final hasta le cogí el gusto. Miro a los chicos al final del día y me vale la pena. Todavía me despierto a veces de golpe con el arma en la mano, pero joder. Ya estoy viejo para la acción.

Hizo una pausa, que aprovechó para aspirar de nuevo el humo y lo dejó salir lentamente mientras contemplaba la espalda de la exmilitar. Su ceño se había fruncido un poco con la mención a esas criaturas de las que hablaba Morgana.

—He visto la mierda del SoHo. Despojos humanos hambrientos. Como una plaga. Como en las putas películas de zombis. —William escogió con cuidado las palabras antes de decir nada más—. Pero no sé nada de leyendas, ni quiero saberlo. Bastante tenemos con los jodidos alados tocando los cojones.

Morga fumó, jugando con el humo que formaba volutas que ascendían perezosas hasta descomponerse en el techo agrietado, mirando a través del sucio vidrio de la ventana, pensativa. Al cabo dio su opinión.

-Supongo que hiciste bien. Tenías una familia a la que amabas.

Dio otra profunda calada y expulsó con lentitud el humo del tabaco algo pasado.

-No creo que estés viejo para repartir hostias y empuñar un puto fusil –sonrió, con la vista clavada en los edificios desvencijados y medio muertos-. ¿Sabes? Hay líneas rojas que piensas que nunca traspasarás. Te autoconvences de ello, solo para descubrir que siempre hay otra después de la anterior. Y con cada una de ellas, conoces un poco mejor tu corazón y tu alma. Yo he cruzado muchas de esas malditas líneas. Por mi propio pie. –Dibujó con los dedos una cara sonriente en el cristal-. En nombre de mi patria. Por mis camaradas. Por mí.

El tabaco le dejó un sabor rancio en la boca. Apagó el cigarrillo contra el vidrio.

-He estado en el Soho. He disparado a esos zombies. No quieres saber de leyendas, ¿eh? Eso dice la mayoría. Un puto error. –Notó que un punto de ira le subía por la garganta- Dime, ¿qué harás cuando a tu puerta se presente un cabronazo de cinco metros de altura? Un ogro capaz de abrir en canal con sus manos a un marine de ciento treinta kilos de peso. –Liberó su rabia y no pudo contener las palabras ni la memoria-. Yo te lo diré. Te quedarás asombrado, paralizado, mirando a esa apestosa cosa imposible. No sabrás si estás acojonado o alucinando. Si tienes suerte te mearás encima o te ducharás con las tripas y la sangre de los tuyos, y entonces reaccionarás, disparando tu M4, saltando, gritando y cagándote en todos sus muertos.

—¡Vamos, no me jodas, Morgana!

El hombre había permanecido en silencio durante varios segundos tras las palabras de la exmilitar antes de espetar eso. Su rostro había pasado por distintas expresiones, desde la incredulidad de sus cejas alzadas hasta la jocosidad que se había tornado en larabia que había enrojecido su cuello y le había hecho finalmente saltar.

—¿Qué mierda me estás contando? ¿Me estás diciendo que has visto un ogro de cinco metros? —No parecían preguntas que esperasen respuesta, pues William no dejó tiempo para responderlas antes de seguir hablando—. ¿Y dónde están? A ver. Dime. Si eso existe, ¿dónde cojones se esconde para que nadie lo haya visto aparte de ti y cuatro borrachos?

Resopló entre dientes y negó con la cabeza, reafirmándose con ese gesto. Después dejó caer los restos de su cigarro cerca de su bota militar y lo aplastó. 

—No es que dude de ti —señaló—, pero a lo mejor habías bebido demasiada de la cerveza de Macbeth. No. Yo no creo en cuentos de viejas, Morga. Lo que no veo con mis ojos no me importa una puta mierda.