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Desierto de Farafra

Tras una dura jornada cabalgando a través del duro desierto de Farafra llegáis hasta el pequeño oasis de Ben Sepat. Este es un oasis que los medjay soléis utilizar en vez de reposar en los más ajetreados. Aunque no tenga la exhuberancia de otros oasis hay pasto y agua para las monturas y dátiles y algo de caza para vosotros.

Lleváis varios días siguiendo a un grupo de extranjeros que parecen dirigirse a la ciudad maldita de Hamunaptra. Llevan dos docenas de porteadores y los acompañan un grupo de otomanos fuertemente armados y pertrechados. Sin apenas duda son hamidiyas por su peculiar vestimenta que intenta emular al de las tropas cosacas del Caúcaso. Son buenos jinetes aunque han hecho un largo viaje desde las tierras controladas por la Sublime Puerta. Solo pueden ser dos las causas para que estén prestando ese servicio: lealtad o la promesa de inmensas riquezas.

Pero la caravana se dirige al oasis de Farafra y eso os da al menos dos días de ventaja para poder colocaros en el paso que da a Hamunaptra y observarlos desde allí con tranquilidad. Además, ahora mismo solo vais cuatro medjays y allí en caso de ser necesario podríais reunir a un grupo para hacerles frente ya que uno de tus compañeros ha contado al menos dos ametralladoras maxim en su haber.

Uno de tus hombres, de nombre Mekhat, te pregunta si quieres que monte alguien guardia:

- Ardeth, ¿quieres que montemos guardia o crees que no es necesario? El oasis está tranquilo y la jornada ha sido ardua, nos vendría bien descansar. Además en caso de que alguien se acerque los caballos nos alertarán.

Ardeth estaba preocupado. Cuando se bajó del camello, sus articulaciones se quejaron por la dura caminata. Saludó a sus camaradas y dejó que uno de los escuderos más jóvenes se ocupase de abrevar los animales. Con una plegaria a Alah, dejaste que tus pies descalzos sintiesen el frescor de la hierba fresca antes de que un camello curioso las arrasara.

Después de unas abluciones te sentaste con tus hombres para analizar la situación. Uno de tus hombres te preguntó por las guardias. Meditaste unos momentos antes de responder.

- Seamos como la mangosta. Discreta, rápida, pero siempre alerta. Dispón dos hombres. Si nos atacasen no podríamos responder y nadie podría dar la alarma de la presencia de esas tropas.

El hombre hizo una reverencia y se retiró para cumplir tus ordenes. Tomaste un dátil y mientras lo saboreabas, tus ojos se perdían en la inmensidad del horizonte del desierto, donde el calor de la tarde levantaba mares de espejismos del suelo ardiente. Aquellos hombres eran más, estaban bien pertrechados y eran, sin duda, unos buenos guerreros. Pero los Medjai no eran solo hombres. Eran hombres del desierto. Lo conocían y el desierto los conocía a ellos. Tendría que usarlos como aliados. Habló a sus hombres, sentado a la entrada de la tienda.

- ¿Tenemos aun algún halcón para mandar un mensaje? No puedo prescindir de ningún hombre para hacer de mensajero. Y un hombre solo en el desierto no dura mucho. Ni siquiera los Medjai.

Mekhat dispone un par de hombres para la guardia, que antes que despunte el alba tendrán que ser revelados por otros dos para que puedan descansar. A tu pregunta de si queda algún halcón, otro de tus hombres de nombre Amael te trae a uno de los que aún portáis.

- Este es Céfiro, mi señor. Uno de nuestros halcones más veloces, llevará con gusto vuestro mensaje.

Observas el ejemplar y es un buen halcón. De porte elegante y mirada viva. Mientras escribes tu mensaje lo alimentan con algo de carne seca para que coja fuerzas para la dura travesía hasta su destino. Atas el mensaje a una de sus garras y lo sueltas, el ave se eleva rápida hacia el nítido cielo y al cabo de unos minutos desaparece de tu campo de visión rumbo a su destino.

Cenáis tranquilamente al calor del fuego, ya que durante la noche el desierto muestra una cara más fría y agradable. Tras dar las gracias a Alá por la comida y el fuego que os acompaña os retiráis a descansar mientras dos de los hombres se mantienen en guardia.

No tardas demasiado en conciliar el sueño, y es un descanso placentero hasta que algo te despierta en mitad de la noche. Los caballos están relinchando, y notas un leve olor a azufre. Ese olor te trae recuerdos vagos de tu infancia, cuando uno solo de los hijos de Iblís arrasó una de las aldeas Medjai, reduciéndola completamente a cenizas. No pudiste verlo en aquel entonces, ya que junto a tu padre llegasteis a la aldea tras la matanza.

Permaneces unos segundos en silencio intentando captar algo más, cuando escuchas el sonido de una hoja afilada que se desenvaina y unos pasos en la arena que se dirigen hacia tu tienda. Alguien armado va en tu encuentro, y no escuchas nada más salvo el relinchar de los caballos.

Con rápidos movimientos de brazos y piernas sacudió a los hombres que tenía a su alrededor. Se puso en pie, con menos ruido del que la arena produce al rodar sobre las dunas y sosteniendo la vaina de su arma ante si, sacó el acero sin un ruido. ¿Aquella noche había luna? No lo recordaba. De ser así, las sombras de los que acechaban se mostrarían contra las telas de su tienda. Se aproximó a la entrada con el arma lista, esperando que sus hombres fueran lo suficientemente inteligentes como para actuar sin que tuviese que decirles una palabra. 

El que atravesase el quicio moriría al instante a menos que, como Medjai, dijese la palabra de pase. Con aquellas cosas esos hombres no jugaban.

Soltó el aire en silencio, con los ojos fijos en la entrada y su pulso pareció estar a punto de detenerse...

Contenéis la respiración unos segundos y al momento escucháis el sonido de un filo que corta la tela de la tienda con suavidad pensando en que aún estáis dormidos. No puedes ver la hoja con claridad, pero intuyes por el sonido que es una hoja curva. Si tuvieras que apostar es una cimitarra. Por lo que los que os están atacando es posible que sean beduinos del desierto o alguna tribu de la zona, cosa que te extraña porque los Medjais tenéis tratos con las tribus locales. Uno de tus hombres se mueve y hace ruido. La persona que empuña la hoja la retira con rapidez. Durante unos segundos se hace el silencio, luego una voz gutural se escucha desde el exterior.

- No hay escapatoria para vosotros, medjais. Salid a encontrar el filo de la espada que segará vuestras vidas y os enviará al Al Wasilah.

Habla en árabe aunque su acento es muy extraño para tus oídos, como de otro tiempo. Alarga mucho las palabras como si le costara también hablar.

Escucháis pasos que se alejan de la tienda, parece que os están permitiendo salir de la misma, pero al mismo tiempo escuchas el sonido de dolor de unos de tus hombres y puedes oler la sangre además del azufre.

- Salid, cuanto antes lo hagáis antes terminará vuestro suplicio en este mundo. Enfrentaros a mí, en un combate por vuestras vidas y almas.

Un duelo parece una buena opción, ahora mismo desconocéis su número y tampoco sabéis el estado de los dos hombres que están fuera. Uno parece vivo aunque herido, el otro es probable que haya viajado a reunirse con Alá.

Miró a sus hombres, calibrando su valía y potencial. Al más joven de ellos le hizo una seña. Le susurró al oído que esperase junto al lado opuesto de la tienda a que saliesen y cuando comenzase la batalla intentase escapar. Sería difícil, pero la vida del Medjai era una vida difícil. Joven o no, estaba listo para entregar la vida por Alah. Hecho los preparativos, indicó al resto que lo siguiesen a fuera.

Salió como un rey, orgulloso.

- Solo Alah decide quien se aproxima a su serenísima presencia, perro impuro. El hedor que desprendes ya nos deja bien claro a quien sirves. Somos Medjai. Ten por seguro que tus dientes se romperán como si mordieses una mano de piedra. No te tenemos miedo. Yo, como líder de esta milicia de Medjai, acepto tu desafío siguiendo las costumbres establecidas. Y que Al-'Adl envíe su juicio sobre nosotros dos y deje vivir al justo.

Sales de su tienda y ves algo que no esperabas. Enfrente de ti está tu enemigo y puedes asegurar que es formidable, su color de piel rojizo y mirada maléfica te reafirma en la idea de que estás delante de un hijo de Iblís, un demonio del desierto. Mide más de dos metros y posee una musculatura bien marcada. Por sus rasgos es árabe sin duda, debió nacer humano y convertirse en maligno a lo largo de su vida. Porta dos cimitarras de acero oscuro, pero de filo firme y sin mellar.

- Debo reconocer tu valentía medjai, no todos habrían salido de la tienda.

Observas que lo acompañan un grupo de beduinos, seguramente asaltantes. Van tapados con trapos y puedes ver en sus manos las llagas de la lepra. Están con él un grupo de leprosos, cuentas al menos una docena.

- ¿Cuál es tu nombre medjai? Mi nombre es Al Jalon, señor de este desierto.

El nombre te suena vagamente de las enseñanzas de tus maestros, un señor que se corrompió y acabó sirviendo a los oscuros.

- No todos son como yo -respondió Ardeth, mientras barría el circulo de sus enemigos con la mirada. Se puso un poco tenso y entornó los ojos cuando el enemigo anunció su nombre. Se envaró. Lo había reconocido. Si es que era el mismo que el de las leyendas.

- Mi nombre no es tan conocido como el vuestro, señor -expresó, guardando el respeto debido al que una vez fue grande-, más un día lo será. Así lo anunciaron a mis padres los ancianos, por la posición de las estrellas en el momento que vi la luz. Mientras que vos, Al Jalon, corrompido o no, una vez fuisteis un señor, grande en posición y honor. Maldigo al que os engaño y os convirtió en lo que sois ahora. Mi corazón siente dolor por un destino que es peor que la muerte misma. Cruzaré las espadas con vos. Solo os pido que dejéis ir a los míos. Quien así os lo pide es Ardeth Bay, hijo de Mektar. Allahu Ma'ana...

Inicio una plegaria para sus adentros al gran Alah que todo lo ve y todo lo sabe. Sus rezos no eran de piedad, suerte en el combate o ira divina sobre sus enemigos. Eso tendría que ganárselo el. Suplicaba que permitiese al joven Medjai escapar sin ser visto. Se situó en posición de combate y esperó la replica de Al Jalon.

Al Jalon mira a vuestros hombres y asiente ante tu oferta.

- Si os batís conmigo vuestros hombres serán libres y nada les pasará.  

Hace un gesto a los suyos y envainan las armas permitiendo que los que estaban a su merced queden libres y se juntan con los que estaban contigo en la tienda. Uno está levemente herido pero el otro tiene una fea herida en el abdomen y ha perdido mucha sangre pero rápidamente el resto de tus hombres lo intentan ayudar y curar dicha herida.

- Tu alma será un buen trofeo para mi señor, Ardeth hijo de Mektar. - añade el demonio.

El demonio se aleja un poco de la tienda y así podéis batiros libremente y con espacio suficiente. Los suyos deciden colocarse formando un círculo bastante amplio mientras que un par de ellos vigilan a los tuyos que se mantienen firmes y no parecen querer irse.

Blande las dos cimitarras de manera amenazadora y escuchas el silbido maléfico que parte de ellas al cortar el aire. Parece que el duelo empezará en cuanto hayas terminado tus plegarias.

Ardeth agradeció la deferencia con una inclinación de cabeza. Después, viendo que sus hombres no se retiraban ladró una orden.

- ¡Kahib! Quedas al mando. Sube a los heridos a los caballos y largaos. No necesitáis que os diga hacia adonde.

Sus hombres no se movieron, al menos al principio, pero después alguno se inclinó y decidió obedecer la orden.

- Saldré de esta... -dijo en voz lo suficientemente alta como para que todos lo escuchasen. Hizo bailar su alfanje en el aire, describiendo surcos que describían el nombre de Allah. Y se lanzó al ataque.

Tus hombres obedecen tus órdenes, aunque ves en sus ojos que no quieren abandonarte. Los medjay son fieles a los suyos y todos tienen corazón de guerrero. Esperas a que se suban a los caballos, transportan a los heridos y ninguno de los hombres de Al Jalon se mueve para impedirlo. Todos se alejan mirando hacia tu posición, incluso el herido gravemente quería combatir a tu lado. Sientes orgullo por tus hombres, sin duda lo has guiado bien en todo este tiempo.

Al Jalon espera impaciente hasta que decides actuar y atacar. Tomas la iniciativa

Ardeth dijo adiós con el corazón a sus hombres y se giró para afrontar el juicio divino. El demonio había mostrado un resto de honor al cumplir su palabra y dejar marchar a sus hombres. Quizas fuese una trampa, pero lo más sencillo hubiese sido no cumplirla. No ganaba nada. Miro en derredor mientras murmuraba una sura que hablaba de como Allah nunca abandona al justo. Y, tras saludar a su contrincante, se lanzó al ataque bajo la palida luz de las estrellas.

Al Jalon no se esperaba un ataque tan contundente de tu parte, recibe un fuerte tajo en el torso desnudo de tu mandoble que supera ampliamente la defensa de sus dos cimitarras. Tu golpe ha sido certero y poderoso. Tu mano ha sido firme y el miedo no ha embriagado tu corazón. Sin lugar a dudas, tus ancestros estarán orgullosos de ti en esta noche.

El diablo da dos pasos hacia atrás alejándose del medjay, y queda aturdido momentáneamente debido a la fiereza y al fuerte ataque recibido. Este hijo de Iblís acaba de comprobar que un simple humano puede hacerle frente a un demonio como él. Es algo para lo que no estaba preparado y puedes atisbar en su rostro un signo de preocupación, o puede que incluso de miedo.

Su técnica y su destreza, los años de entrenamiento y el designio de las estrellas habían sorprendido a aquel monstruo. Los arcángeles de Alah danzaban con el sobre la arena, levantando nubes de polvo, mientras sus faldones ocultaban sus formas y movimientos entre un cumulo de sombras en las que parecía moverse con más soltura que aquellos engendros del vacío.

Su golpe, certero, fue un éxito y dejó vulnerable al antiguo gran señor. Tenía que usar su ventaja, pero ya había planeado, si Alah lo consideraba adecuado, dejar un ultimo momento a su contrincante para arrepentirse de todo el mal que había hecho. Se lanzó, como un bailarín, de un salto, propinando una patada al arma de la izquierda, mientras con su arma intentaba herir el arma derecha de su contrincante.

Tu ataque coge desprevenido de nuevo a Al Jalon, uno de tus golpes aparta el arma de la izquierda y logras amputar la mano derecha del demonio que cae a la arena aferrando todavía la espada. Al Jalon grita de dolor y se aleja de ti, ves que del muñón brota sangre negra.

- Maldito medjay... - dice mientras se aleja de ti intentando poner tierra de por medio - El altísimo debe haberte enviado para castigarme, maldigo mil veces al que me ordenó venir a este oasis y matar a los que estuvieran aquí. Mi venganza con él será más tarde, ahora debo acabar contigo...

Los hombres de Al Jalon observan atónitos el combate y puedes notar nerviosismo entre ellos, o puede que sea miedo. Sirven a un gran señor que ahora mismo está contra las cuerdas.

La palabras de Al Jalon le inquietan y confunden. Nadie le ha enviado a matar, su misión es la de proteger los Lugares Prohibidos. Ni siquiera sabía de la presencia de Al Jalon en la zona. Ni de su existencia.
Pero aquello debía de esperar. El final del combate se aproximaba y era cuando el incauto bajaba la guardia y el maligno usaba sus argucias. No vanagloriarse ante la hazaña no culminaba. Atacar, herir y despues orar dando gracias.
Ardeth no mostró clemencia por el enemigo desarmado. Había tomado montones de vidas antes de aquel momento y consumido almas. Saltó hacia adelante, girando sobre si mismo para impeler mas fuerza sobre su arma, confiando en decapitar a su oponente. Había abandonado toda idea de permitir unos segundos a Al Jalon para arrepentirse. Estaba claro que no lo haría.

- El juicio del Divino te espera Al Jalon.

Al Jalon recibe el golpe aunque no es tan fuerte como tus dos anteriores. Parece que lo ha aguantado decentemente y por primera vez te ataca con el arma que aún puede sostener. Aunque su ataque no es el más poderoso que puede realizar, intenta acabar contigo con las fuerzas que todavía le quedan.

Cuando logra lanzar un mandoble, sus soldados corean su nombre para intentar infundirle ánimos o para infundírselo a ellos mismos. 

No esperaba ya una reacción de su enemigo moribundo, pero sus sentidos no se habían adormecido. El entrenamiento y los años de preparación hicieron que su mano saltase en la dirección correcta para rechazar el arma de Al Jalon.

Se recriminó por su exceso de confianza, con esa voz que en su cabeza siempre sonaba como la de Khazim Bayhas, el viejo Medjay encargado de entrenar a los jóvenes de su quinta. Un hombre viejo, arrugado como la madera de un sarmiento, pero tenso y fiero como un gato montes, exigente, duro y sabio. Y una voz que sonaba como dos piedras para encender fuego chocando la una contra la otra, difícil de olvidar.

¡No seas tonto, Ardeth Bay! ¡Los tontos llenan las tumbas y son los primeros en confrontar el juicio eterno! ¡Tu no tengas prisa!

Ardeth, rechazado el ataque de su rival, decidió no arriesgar en florituras, misericordia o lecciones de esgrima. Lanzando su espada a fondo, trató de empalar a su rival, acabando con aquel combate de la manera más rápida posible y de paso, poniéndose a salvo del arma de su enemigo por encontrarse demasiado cerca.