Partida Rol por web

El sonido de los tambores resuena en tu cabeza.

¡BUM, BUM, BUM!

El estruendo se siente cada vez más fuerte a medida que tus pasos se acercan a la fuente.

¡BUM, BUM, BUM!

¿Es, acaso, una simple caja de madera la causante de tal estremecimiento en tus entrañas?

¡BUM, BUM, BUM!

El ruido te llama y reclama, te invita e incita a tocar sus paredes. Sabes que no debes pero en cuanto tus yemas entran en contacto con el frío roble. El silencio acaricia tus oídos.

Eres consciente de que ya no hay vuelta atrás, tu destino es presa de los antojos de Jumanji. 

Merodeando por una estancia del ala prohibida (que curiosamente era bastante frecuentada por los estudiantes, que desafiaban dicha prohibición), lugar a donde Sam se retiraba muchas veces para poder leer tranquilo, una caja polvorienta llamó su atención. Aunque ya no era la primera vez que entraba en ese cuarto, nunca la había visto. Parecía antigua e importante. Sólo había una palabra grabada en ella: JUMANJI. Se acercó y sopló el polvo de la tapa, tosiendo levemente. Por lo general no tocaba nunca nada de las habitaciones, pero había algo que no dejaba que apartase la vista de ella. Una extraña atracción que hizo que quisiese abrirla.

Pensó que sus oídos lo engañaban, de tan abstraído que se quedó por su nuevo descubrimiento. Eso que oía era.. ¿Un tambor? ¿Sería posible? 

Extrañado, acercó su oreja a la tapa de la caja, y cada vez el sonido era más fuerte. Y también sus ganas de abrirla.

Su corazón pareció acompasarse al ritmo de los tambores, aunque quizás fuese al revés. Un ritmo martilleante que conquistó también su cabeza, más... más... más...

Sus manos atenazaron la tapa de la caja, y tiró de ella hacia arriba finalmente. 

Había ocurrido, habías escuchado los tambores del juego de Jumanji y no habías podido evitar acercarte a él. Ahora que lo habías tocado, era como si una extraña sensación, un extraño magnetismo te invitase a jugar y a no poder dejarlo nunca. Era como si tu mente te atrapase en ese juego, o como si un encantamiento te hubiese poseído y no podías evitar jugar. El problema era, que no eras consciente de ello. Tenías que jugar, y tenías que hacerlo ya.

El tablero era bastante extraño, parecía de madera y piedra y en el centro había una esfera de cristal que cuando lo tocaste parecía brillar con intensidad. 

Lo primero que apareció fueron unas palabras:

Bienvenido a Jumanji

Decían las palabras del juego. Luego el holograma, o el conjuro que estuviese generando eso, seguía poniendo palabras.

Jumanji es el juego de la selva, en el que solo tendrás dos posibilidades. O acabas el juego, o mueres en el intento.  

Decía de forma cruel y horrible. Era extraño, porque estabas en el colegio de Hogwarts de Magia y Hechicería. Eras un mago bastante experto (o eso creías) a pesar de que aún no habías finalizado tus estudios. Sabías que ibas a ser capaz de terminar ese juego y total, ¿qué era lo peor que podía pasar? ¿La muerte? Eso era algo sumamente exagerado y mínimamente probable. De todas formas, no había más opción, tenías que jugar. 

Antes de empezar, sácame al aire libre, seguro que luego me lo agradecerás.

Era la primera norma del juego. No entendías a qué se refería con eso de jugar al aire libre, pero ¿por qué no ibas a obedecer? 

Cualquiera que haya tocado el juego tendrá que jugar. No hay vuelta atrás.

Solo hay dos posibilidades: acabar o morir.

El juego parecía querer insistir en eso. 

Cualquiera será el primero en lanzar los dados, quizá el más valiente, quizá el menos consciente, pero cualquiera puede empezar tirando dos dados de seis.  

De pronto dos dados de seis caras de color blanco hueso con muescas negras se materializaron sobre el tablero.  

Quien saque dobles, repite.

Continuó. 

Cuando llegues al final grita ¡Jumanji! y todo habrá terminado.

Y entonces la bola de cristal dejó de mostrar las palabras y pareció parecer intensidad en el color. Era como si el juego hubiese terminado, pero no había hecho más que empezar. Los tambores habían dejado de sonar en vuestras cabezas. Pero efectivamente, no podías, pero tampoco tenías la necesidad de escapar. Tu destino estaba ligado al del juego y tu futuro dependía de lo que allí sucediese.

Finalmente, cinco figuras se colocaron el los extremos del tablero. 

Un mono, un elefante, una jirafa, un tigre y un rinoceronte. 

El tablero tenía 34 casillas.

Había llegado el momento de elegir ficha y lanzar los dados. 

Merodeando por una estancia del ala prohibida (que curiosamente era bastante frecuentada por los estudiantes, que desafiaban dicha prohibición), lugar a donde Sam se retiraba muchas veces para poder leer tranquilo, una caja polvorienta llamó su atención. Aunque ya no era la primera vez que entraba en ese cuarto, nunca la había visto. Parecía antigua e importante. Sólo había una palabra grabada en ella: JUMANJI. Se acercó y sopló el polvo de la tapa, tosiendo levemente. Por lo general no tocaba nunca nada de las habitaciones, pero había algo que no dejaba que apartase la vista de ella. Una extraña atracción que hizo que quisiese abrirla.

Pensó que sus oídos lo engañaban, de tan abstraído que se quedó por su nuevo descubrimiento. Eso que oía era.. ¿Un tambor? ¿Sería posible? 

Extrañado, acercó su oreja a la tapa de la caja, y cada vez el sonido era más fuerte. Y también sus ganas de abrirla.

Su corazón pareció acompasarse al ritmo de los tambores, aunque quizás fuese al revés. Un ritmo martilleante que conquistó también su cabeza, más... más... más...

Sus manos atenazaron la tapa de la caja, y tiró de ella hacia arriba finalmente. 

Vincent Crabbe se encontraba en una estancia del ala prohibida cuando observó que uno de los jóvenes Slytherins de primer curso se encontraba jugando a un juego de mesa. Si no se equivocaba, aquel chico era un tal Samuel Lewis.

-¿Qué, jugando? -le preguntó, cruzando los brazos sobre el pecho de forma amenazadora-. Vas a tener que enseñarme cómo...

Antes de que pudiera añadir más, creyó oír el sonido de unos tambores en su cabeza. Casi como si fuera un autómata, se sentó al lado de Samuel para comprobar qué diablos era aquel extraño juego.

Era otro día como cualquier otro y Terry se dirigía hacia la sala común de su casa para poder descansar de un largo día de estudio, cuando de repente al pasar por delante del ala prohibida algo empezó a llamarlo. Los tambores sonaban y retumbaban por todas partes llamándolo para que se adentrara donde no debía. Intentó resistirse a la llamada, pero acabó cediendo i adentrándose en la oscuridad.

Deambuló poco tiempo hasta que encontró la fuente del sonido, un chaval jovencito con una túnica de Slytherin y una caja de madera, a su lado se encontraba otro estudiante de Slytherin  que parecía un gorila.

-Vosotros! Que hacéis aquí? Que es eso?- preguntó mostrando curiosidad y señalando hacia la caja de madera.

La noche anterior Timothy a penas pudo descansar, tuvo el sonido de unos extraños tambores en la cabeza. Sonido que no podía dejar de repetir una y otra vez. No había podido atender en ninguna clase y como consecuencia al quedarse dormido sobre el pupitre estaba castigado.

¡Vaya rollo de día! - balbuceó a su gata Lex mientras ella le ronroneaba.

Harto de perder el tiempo y saber que su profesor se había olvidado de su castigo decidió hacer algo más interesante. Se remangó la túnica y se transformó en gato. Gracias a ello podía ver y entender a Lex. Juntos corrieron por el castillo y uno de sus rincones favoritos, el invernadero de herbología. Pomona Sprout se volvía loca cuando veía a los dos mismos gatos día tras día, ella sabía que alguna travesura iban a realizar...

De repente mientras volvían por el patio de la entrada Timothy volvió a escuchar aquel siniestro ruido de tambores. 

¿Lo estás escuchando Lex? - preguntó a su compañera mientras esta lo negaba.

A pesar del miedo, la curiosidad era más fuerte y acto seguido empezó a seguir aquel golpeo de tambores. El ruido lo conducía al ala prohibida donde nunca se había atrevido a entrar. Tenía tanto respeto a lo que allí se podía encontrar que decidió volver a convertirse en humano. De esa forma y al ser ciego, no podría visualizar nada malo. Con Lex al hombro y bastón en mano decidió adentrarse. Al cruzar el grueso zócalo de la puerta los tambores aumentaron el ritmo y la intensidad del golpe, ahora si que estaba realmente asustado. Tanto que al ir tan deprisa tropezó cayéndose de bruces al suelo. El golpe y los maullidos de Lex atrajeron la atención de los compañeros que estaban presentes. 

Perdonad, ha sido sin querer. No quería molestar. Solamente estaba asustado y siguiendo un ruido que escucho desde anoche. ¿Me podéis explicar que está pasando y que estáis haciendo aquí? ¿De dónde provienen esos tambores?- preguntó Timothy deprisa para disimular el golpe que se había dado.

Ha sido un día duro. Emma ha madrugado con el sol despuntando en el cielo. Se ha  asomado a la ventana hasta que el sol, que comenzó estando medio sumergido en el horizonte, sale por completo. Le gusta ver el amanecer, le hace olvidar donde estoy. Pronto su despertador comenzó a sonar.

"Otro día más en esta mierda de colegio" piensa mientras no apaga el despertador al que ha practicado un encantamiento para que no deje de sonar.

Así, ya desde por la mañana le gusta fastidiar a sus compañeras de colegio, porque quiere, porque puede.

Salió de la sala común ya con su varita preparada, vestida con su uniforme y con la túnica de la mejor casa de ese asqueroso colegio: Slytherin. Fue en ese momento, cuando cruzó la sala, que escuchó unos tambores como africanos.

"Algún evento?" pensó, pues ese inútil que tenían por director parecía amar las cosas más extrañas que se puedan imaginar.

Siguió el sonido de los tambores sin preocuparse por colarse en el ala prohibida. Es Emma Roberts, puede ir donde quiera cuando quiera y, de hecho, lo hace.

Cuando llegó al lugar del cual provenía el sonido vió a cuatro chicos junto a lo que parecía un juego de mesa. Los tambores ya no sonaban. Sin duda se había equivocado de camino, pero no le preocupaba, quería jugar a ese juego.

-¡¿Eh?! ¿Qué hacéis? Yo también juego-dijo sumándose sin pedir permiso pues si quiere, puede, es lo que hay.

Samuel fue el primero en encontrar el juego y tirar los dados. Era el único que había llegado hasta allí y a pesar de que en ese instante no había nadie para jugar con él, decidió empezar. El juego tardó un rato en reaccionar, como si no hubiese pasado nada, aún así los tambores seguían sonando por todas partes. Nadie sabía si de verdad se escuchaban o si simplemente era fruto de su imaginación.

Cuando Emma llegó a la habitación en la esfera de cristal que había en el centro se materializaron unas palabras:

De noche vuelan.

Es mejor huir.

Estos seres con alas no hacen reír.

Y entonces las sombras de la habitación, aparecieron pares de ojos dorados. De pronto múltiples chillidos empezaron a sonar por todas partes. 

Las criaturas de pronto empezaron a volar y atacaron a los cinco niños que había en aquella sala. De haber estado al aire libre tal y como ponía en las instrucciones, aquellas criaturas no les habrían atacado. Sin más, se lanzaron sobre ellos para morderles y chuparles la sangre.

Su sorpresa fue mayúscula al descubrir que no estaba solo. Más amigos de Howgarts aparecieron con Sam en ese lugar, y apenas pudo reaccionar.

-¿¡Pero qué.... -iba a terminar preguntando "..hacéis aquí!?", mas su pregunta se vio interrumpida. 

En la esfera surgieron unas palabras que casi no pudo leer porque surgieron miles de murciélagos por todas partes, inundando la habitación.

Su primera reacción fue encogerse agachado, cubriéndose la cara con los brazos. 

-¡¡Cubríos!! -les gritó a los demás-. ¡Y si alguien puede lanzar un "inmovilus" u otro hechizo para pararlos, es buen momento de intentarlo!

Había compañeros suyos mayores, que seguro que tenían más práctica en hechizos que él. La sorpresa de todo hizo que su varita siguiese aún entre su túnica, y forcejeaba lo posible entre cubrirse y dar con ella.

Emma se cubrió la cara como pudo con los brazos mientras notaba la sangre en su cabeza y en su cara llegando a sus labios y notando el sabor metálico de ésta.

Buscó una ventana en la sala, si los murciélagos veían la ventana abierta igual se decidían a volar por ella.

-¿Pero qué clase de mierda es esta?-dice mientras se mueve con un brazo cubriéndole los ojos buscando una ventana que abrir.

-¡Murciélagos! -bramó Crabbe, con un tono de voz más agudo del que hubiera querido.

El chico vio que Emma Roberts que parecía estar tratando de buscar una ventana y escuchó la voz de Lewis pidiendo que alguien lanzase un hechizo contra aquellos endiablados seres alados. Crabbe se colocó la mano izquierda sobre la frente, casi a punto de cubrir sus ojos, mientras que con la otra tomaba su varita, apuntando al frente, sin concretar entre la amplia bandada de murciélagos que los rodeaban. Esperaba que aquel hechizo funcionase.

-¡Todos detrás de mí! -le gritó a sus compañeros, forzando un tono grave-. ¡Tapaos los ojos, rápido!

El muchacho cerró los ojos mientras se cubría el rorstro con el antebrazo izquierdo y seguía apuntando a los murciélagos con su varita, preparado para lanzar un hechizo cuando supiera que sus compañeros se habían puesto a salvo.

Cuando en la esfera del juego apareció la rima Terry sabía que algo iba a pasar, la mayoría de los juegos mágicos eran así, pero una vez que apareció la bandada de murciélagos se dio cuenta que este juego era diferente.

Entre los chillidos de la bandada oyó la voz de uno de sus compañeros que gritaba: ¡Todos detrás de mí! ¡Tapaos los ojos, rápido!, ¿Los ojos? pensó, ese gorila de Slytherin iba a usa un hechizo cegador?

Rápidamente se cubrió el rostro con un brazo mientras con el otro sacaba la varita para deshacerse de esas ratas con alas.

Timothy no podía moverse, tenía miedo y estaba avergonzado de encontrarse con personas a las que no conocía. Las palabras le brotaban por impulsos nerviosos mayoritariamente. Estaba esperando que sucedería tras el mensaje que apareció en el tablero. Cuando escuchó que sus compañeros se ponían nerviosos porque comenzaban a ver algo que el no podía le empezaron a subir las pulsaciones. 

¡¿Qué ocurre?! - preguntó nervioso porque no sabía lo que estaban viendo.

De pronto comenzó a escuchar a los murciélagos y se quedó paralizado. Escuchó que uno de sus compañeros gritaba que se se pusieran detrás de él. Cuando Timothy iba a ir hacia su compañero tropezó con el tablero y cayó al suelo. Estaba acostumbrado a tener miedo, a que abusaran de él por ser ciego. Por tanto, hizo lo que tenía que hacer, lo que siempre le obligaban a hacer. Sacó su varita corriendo apuntando hacia el techo y gritó: ¡¡Inmovilus!! Y de pronto el alboroto del aleteo paró. Había funcionado. 

De repente, una ficha del tablero comenzó a moverse. Timothy había tirado. Tropezó con tan mala suerte que movió los dados y el juego reconoció la tirada. 

A Crabbe ni siquiera le importó que su compañero hubiera pronunciado el encantamiento Inmovilus. Con los ojos cerrados e incapaz de saber si Timothy Trelawney había derrotado a la bandada de murciélagos, Crabbe vociferó las palabras de un nuevo hechizo:

-¡Lumos Solem!

Los murciélagos fueron directamente a atacar a Lewis que fue el primero en empezar el juego y en hacer la primera tirada. Tan solo fue capaz de agacharse y protegerse, pero los mamíferos voladores encontraron múltiples zonas de su piel al descubierto y empezaron a morderles por todas partes provocándoles varias heridas y dejando su piel llena de sangre. Mientras las criaturas se aprovechaban de uno de los más pequeños, Emma salió corriendo a abrir una de las ventanas de aquella sala prohibida en la que se encontraban. Aún así, también lograron alcanzarla y la pegaron varios mordiscos en la cara y la boca. 

Crabbe siempre había sido un matón, y así era como solía comportarse, pero en esa ocasión un extraño instinto le hizo proteger a los demás y les pidió que se escondieran tras él. Terry se escondió tras él, pero para el resto ya era demasiado tarde, afortunadamente hizo caso del pequeño Sam y lanzó un conjuro de luz. Un haz de luz solar inundó la sala, y la bandada de murciélagos salió volando por la ventana que Emma acababa de abrir.

La peor parte se la llevó Timothy, el pobre invidente, ajeno a lo que estaba pasando y aterrado por el sonido de los murciélagos, trató de seguir la voz del chico que había pedido que se escondiera tras él, y cuando se quiso dar cuenta había golpeado el tablero y por consiguiente los dados se había movido y rodado por el tablero provocando que su ficha se volviese a mover sola.

Antes de que pudiera hacer nada, o de lanzar ningún hechizo, unas letras volvieron a aparecer en la bola de cristal:

En la jungla vas a esperar,

hasta un 5 o un 8 sacar.

Y entonces, como por arte de magia, Timothy se vio absorbido por el juego y desapareció de la vista de cualquiera de los presentes. Ese juego era muy peligroso, se había llevado a uno de los chicos con él, y desgraciadamente una especie de instinto no podía evitar provocar que se siguiese lanzando los dados. Era una especie de adicción y no podía pararse hasta llegar al final. 

Cuando los murciélagos salieron por la ventana Emma se tocó la cabeza y los labios para mirar la sangre en sus dedos.

-Pero ¿qué juego es este?-preguntó aún dolorida, pero nadie le respondió pues el juego volvió a actuar y se tragó, literalmente, a uno de los chiquillos que estaban allí.

Estaba un poco bloqueada, pero a la vez sorprendida por la veracidad de ese juego mágico.

"Me encanta" pensó.

Este es más el colegio que ella esperaba, donde pasaban cosas interesantes y dónde había juegos peligrosos y tan realistas como este.

Así que sin dudar, cogió los dados y los lanzó esperando ver cual sería la siguiente acción que pasaría en ese juego.

-¿¿Timothy?? -llamó Sam, sin obtener respuesta. Había desaparecido, y eso no era nada bueno. Sam nunca había tenido mucha relación con ese chico. Sabía que era ciego, pero el ataque de los murciélagos no les dejó apenas reaccionar para ayudarse entre ellos. 

Ahora se sentía culpable.

Ojalá regrese -pensó. De verdad lo deseaba.

-Chicos -dijo en alto para todos-, parece que este tablero no es de broma. Que lo que juguemos puede atacarnos... Y quizás salvarnos. Tengamos cuidado, ¡y preparáos para cualquier cosa! Tened la varita a mano- ahora él sí tenía la suya, a punto para ser usada. 

Crabbe rió satisfecho al ver que los murciélagos se habían marchado gracias a su hechizo y la rapidez de reflejos de Emma por abrir la ventana. Sintió que tenía más de un mordisco por la cara, por lo que se limpió el rostro usando la manga de su túnica.

Escuchó hablar a Sam, quien parecía sentirse culpable por la repentina desaparición de Timothy, quien al parecer había sido absorbido por el propio juego. Sin duda, aquel tablero debía de ser un objeto de magia negra terriblemente poderosa.

-¡Lewis, deja de darle vueltas a lo de Trelawney! Era un maldito Ravenclaw, ¡a saber si no era amigo de algún sangre sucia! -le espetó Crabbe, de mala gana. Luego, añadió de forma amenazadora-. Espero que nadie diga ni una palabra de lo que hemos visto a ningún profesor. Este tablero parece tener una magia muy poderosa. Si Dumbledore se enterase de lo que estamos haciendo, nos expulsarían de Hogwarts. Si os preguntan, no hemos visto a Timothy.

Crabbe vio entonces que Emma había sido la siguiente en tirar los dados. El matón sacó su varita y apuntó con ella al tablero, preparado para lanzar un hechizo contra lo que quiera que pudiera salir de él.

Terry se quedo patidifuso al ver a Timothy desaparecer, pero el mensaje era claro hasta que no saliera un 5 o un 8 no iba a volver. Le apenó un poco que su compañero de casa desapareciera así de repente, pero el echo de que se esfumara significaba que el juego tenia una magia muy poderosa.

Entonces cual es el premio por ganar.- pensó.

Mientras pensaba en la situación Emma tiró los dados sin previo aviso.

-¿Esta loca? ¿Pero que haces, porque tiras ahora los dados? ¿No has leído las normas? ¡Primero hay que salir a un espació abierto para que no se repita lo de los murciélagos!- dijo Terry mosqueado- Después de lo que pase ahora buscamos otro sitio para jugar, no hay que ser impulsivo o podríamos acabar muy mal.

Terry sacó instintivamente su varita y se preparó para lo que se avecinaba.