Partida Rol por web

La Iglesia de Santa María de Palacio era una joya arquitectónica situada en el corazón del casco viejo de Logroño. Relucía a la luz del día que, a pesar de estar llegando a su fin, todavía conservaba la claridad propia de las tardes de Junio. Además, aquella parte de la ciudad, aunque normalmente poco transitada, comenzaba a tener algo de movimiento por sus calles empedradas. Algunas de aquellas personas (demasiado pocas, opinaría Santiago) venían precisamente de la misa que el párroco acaba de terminar. A las ocho en punto, a contracorriente del flujo de creyentes que volvían a casa para la cena, apareció Daniel, derrapando en una desgastada bicicleta marca Orbea. Fue el primero en llegar. Le siguió Claudio, que venía forzando el paso, apenas pudiendo controlar con la correa al pastor alemán que tiraba de ella. Las últimas en aparecer fueron Laura y Olivia, que llegaron juntas. 

Santiago salió de la Iglesia en cuanto pudo, cruzando el majestuoso arco de medio punto que daba entrada al santuario. Descubrió cuatro extraños que le esperaban apoyados en la pared del edificio de enfrente. Era la primera que había quedado con desconocidos, una situación nueva, y estaba un poco nervioso.

Llego con mi bicicleta a la puerta de la Iglesia, aun no había llegado nadie. Poco a poco van llegando los que serán mis compañeros de investigación, justo a la hora en que la gente empieza a salir del templo tras la terminación de la misa.

Vemos como la gente se aleja, saliendo en último lugar el Padre. Me acerco y hacia el y le comento, buenas tardes Padre, ellos son gente que nos quieren ayudar, ¿hablamos mejor dentro del templo? ¿o prefiere otro lugar?

Estoy parado de pie ante la puerta. Veo a Claudio y a Olivia, y a dos jóvenes. El chico se acerca y me saluda.

- Buenas tardes. - me parece un chico educado.- ¿eres Daniel? -supongo que sí, así que casi ni espero la respuesta.- Pasad. - les invito a entrar a la iglesia.

Miro a Claudio y espero algún gesto de su parte, nos conocemos desde hace bastante tiempo. A Olivia sin embargo la conozco  de haber leído algún artículo suyo, su foto aparece regularmente en el diario*. Creo que se me nota que estoy algo angustiado y nervioso con todo esto.

Aquel perro iba a acabar con mis pulmones y mi paciencia. ¡Cómo tiraba el condenado! Luchando por no acabar siendo arrastrado por el animal, me acerco a las inmediaciones de la parroquia de Santa María de Palacio. A escasos metros de la puerta observo que un joven esta esperando, deduzco que es el amigo del desaparecido. Me acerco a él para saludar, en mi caso la compañía de Cuzco permite despejar todas las dudas sobre mi identidad.
-Buenas tardes. Debes ser Daniel, ¿verdad?-pasé al tuteo al comprobar que era mucho más joven que yo.-Aquí traigo a éste-señalé a Cuzco con la cabeza-que me lleva casi con la lengua fuera, menuda fuerza tiene. A ver que podemos hacer por tu amigo.

Un par de minutos más tarde aparecieron otras dos mujeres, que debían ser el resto de personas que se interesaron por la reunión en el foro. Una vez encontrados y presentados todos, salió a nuestro encuentro el párroco Don Santiago.
-Buenas tardes, padre.-Saludo y, a pesar de las extrañas circunstancias, en mi cara se dibuja una sonrisa amable. Suelo acudir con relativa asiduidad a misa los domingos en la parroquia, por lo que Don Santiago es alguien conocido*. Añado unas palabras tras su invitación a reunirnos en el interior.
-Adelante, sí. A ver si sacamos algo en claro de todo lo que está pasando.

Santiago os abre paso al interior de la Iglesia. Todavía se puede oler; el aroma de incienso mezclado con el olor a humanidad. Los ecos de vuestros pasos resuenan entre los intrincados muros. Dejáis el habitáculo donde reposa el órgano a la derecha. Entre las bancadas, Santiago os guía hasta el interior de la sacristía, adustamente decorada con imágenes de la virgen y crucifijos de hierro. En el centro, una desgastada mesa de roble, robusta y desigual. Hay algunas sillas alrededor, como preparado por el propio párroco. A un lado de la mesa, junto a un taco de folios en blanco, reposa un ordenador portátil, la tapa a medio cerrar. Al otro lado hay un plato con algunas rosquillas caseras. El ambiente es idóneo para una reunión.

El tiempo se nos había echado encima sin darnos cuenta. El agradable ambiente a esas horas, mientras tomaban un vino y se comían unos pinchos, había propiciado que la conversación entre nosotras se alargara más de lo previsto y, cuando me quise dar cuenta, apenas faltaban unos minutos para llegar a la iglesia de Santa María de Palacio, un maravilloso edificio del s. XII enclavada en pleno casco antiguo de la ciudad.

Un tanto sofocada por la marcha que llevaba mi joven colega, llegamos justo a tiempo para ver la salida de los pocos feligreses que habían acudido a la misa vespertina y, justo enfrente de su fachada, dos hombres que parecían estar esperando a alguien, uno de ellos llevaba un perro lo que me hizo pensar que serían justamente con quienes teníamos que encontrarnos.

Una breve presentación fue suficiente para saber que los cuatro, más el párroco que acababa de aparecer por la puerta en nuestra dirección, íbamos a ser los encargados de iniciar una investigación que aún no sabíamos hacia dónde nos conduciría.

—Olivia, encantada.

Por el momento prefería más escuchar que hablar ya que, al fin y al cabo, apenas tenía datos fiables de que aquella historia mereciera nuestra atención. Todo dependería del transcurso de la conversación y de lo que aquellos hombres estuvieran dispuestos a hacer para esclarecer una desaparición que, todo supuesto era posible, quizás había sido voluntaria.

Asiento a todos mientras me preguntan si soy Daniel, una vez presentados todos, nos disponemos a entrar en la iglesia para podres conversar con mayor seguridad.

-Yo soy Laura -añadí, tras la presentación de mi compañera.

Extiendo la mano para estrechársela a los tres hombres con los que hemos venido a reunirnos.

Os hago entrar en la Iglesia, que está a oscuras, sólo iluminada por las velas de algunas capillas. Cierro la puerta tras vosotros, y os guío hasta la Sacristía avanzando en la penumbra. Es una sacristía tradicional, con muebles muy antiguos y olor a barniz. Hay algunos objetos dorados y sotanas bordadas colgadas en un armario. Sobre mi escritorio hay un portátil, desde el que suponéis que he escrito en el foro. La sacristía da a una habitación en la que hay una mesa redonda y varias sillas alrededor, muebles 'modernos', es una habitación espaciosa y tranquila, con una ventana, y como única decoración unos pósters de catecismo y murales religiosos dibujados por niños.

- Aquí damos la catequesis, estaremos cómodos.

Hay una verdadera quietud en la habitación, el ruido de la calle es lejano. Me siento en una silla y os hago un gesto para que hagáis lo mismo.

Entrar en aquella sacristía era como entrar en otro mundo completamente distinto, alejados del ruido de la ciudad y aislados de oídos indiscretos. Siguiendo las indicaciones del párroco, Olivia se sentó en una de las sillas, observando con atención a los integrantes del foro que habían decidido ayudar en la búsqueda del chaval. Nada de lo que veía le indicaba a la periodista que la historia pudiera ser una broma, lo que hizo que la experiencia, la curiosidad y el olfato de Olivia le indicaban que allí sí podía haber una noticia y, de confirmarse todo lo que se decía en el correo que habían recibido, una muy buena historia.

—Daniel, ¿qué más nos puedes contar sobre tu amigo desaparecido? Si no he entendido mal has hecho algunas averiguaciones por tu cuenta, ¿qué has descubierto? ¿Algún hilo del que podamos tirar?

La mujer quería saber hasta dónde había llegado el joven por encontrar a su amigo y si podían contar con alguna pista por la que comenzar en serio aquella investigación.

Me senté al lado de mi compañera para escuchar lo que tuviera que contarnos Daniel sobre lo que había descubierto acerca de los extraños sucesos que estaban sucediendo en la ciudad.

Coloqué mi bolso sobre las piernas y saqué de él mi pequeño cuaderno de notas para anotar cualquier detalle que pudiera servirnos para iniciar nuestra investigación.

Pues realmente solo se que le gustaba salir por el parque con su perro, al que nunca abandonaría, por eso se que el no se ha ido por voluntad propia. Algo o alguien anda detrás de todo esto y debemos descubrirlo.

Las periodistas se sientan, al igual que el joven, Daniel. Olivia lanza la primera pregunta y Daniel responde algo insulso, la verdad que me decepciona un poco, esperaba algo más de información. Estoy nervioso por lo ocurrido, y por lo que leí hace unos días en el diario LaRioja.

- Ahora que mencionas al perro. ¿Recordáis la noticia de hace unos días sobre los perros que murieron por comer carne con alfileres en el parque, cerca del instituto Batalla de Clavijo? -miro a las periodistas- Recordáis la noticia, ¿verdad?

Cuando el sacerdote nos invita a entrar, acepto de buen grado y sin mayor problema, ya que la parroquia de Santa María es lugar conocido para mí. Don Santiago nos conduce hasta una sala donde imparten las clases de catequesis, apropiado ya que tenemos varias sillas y mesas para tomar asiento y empezar aquella extraña reunión.

La mujer de mayor edad hace varias preguntas a Daniel sobre la desaparición de su amigo. Por la soltura y pertinencia de las preguntas, intuyo que pueda trabajar como policía o tal vez periodista. El caso es que Daniel responde con frases demasiado vagas, poca información relevante. Probablemente no tenga nada más concreto que aportar. Así que decido añadir mi granito de arena.

-Yo no sé como lo verán ustedes, pero el ambiente en las proximidades del Ebro parece cada día más... No sabría bien como decirlo, ¿turbio? A mí personalmente cada vez me desmotiva la idea de pasear cerca del río, cosa que suelo hacer habitualmente, casi a diario. La sensación de congoja cada día es más fuerte. Lo más sorprendente fue cuando el otro día encontré a este perro. Estaba completamente lleno de barro y muerto de miedo. Temblaba mucho y su mirada transmitía ese mismo terror. Por el tema del barro, entiendo que tal vez hubo algo que arrastrara al señor Cidacos al interior del río y Cuzco intentara ir tras él, sin éxito.

Tras soltar aquella parrafada, espero a ver que opinan el resto de los presentes.

Frustración. Eso era lo que Olivia sentía al escuchar la vaga respuesta de Daniel. Para haber estado investigando, tal y como él había comentado en el foro, no parecía haber conseguido absolutamente nada y eso para ella no significaba más que una pérdida de tiempo. Quizás todo se debiera a una broma, aunque dudaba mucho que ese fuera el caso, pero lo que sí tenía claro era que el joven estaba tan perdido y tenía tan poca información como los allí presentes.

—Sí tengo oído hablar de los perros muertos cerca del instituto, pero pensaba que habían sido envenenados y no muertos por comida con alfileres. —Quizás fuera irrelevante un tipo de muerte u otra pero para Olivia, acostumbrada a verificar bien la información, le parecía un dato importante a pesar de que quizás, cuando hablaban de la desaparición de un chico, no tuviera mayor importancia.

Se quedó unos instantes pensativa al escuchar al hombre que había encontrado al perro del desaparecido. Estaba de acuerdo en que, de un tiempo a esa parte, el río se había convertido en un foco de sucesos raros y perturbadores, pero en ningún momento se le había ocurrido enlazar todas las noticias que, de esa zona de la ciudad, se producían.

—Si alguien le hubiera echado al río me imagino que la policía lo hubiera drenado. Ya han aparecido cuerpos. —Se quedó mirando a Daniel y, al instante, se dio cuenta que quizás sus palabras pudieran molestar al joven ya que Olivia parecía estar dando por hecho que el desaparecido estaba muerto—. Aunque, por el momento, sólo podemos saber que está desaparecido y aún no sabemos qué le ha podido ocurrir. Tal vez simplemente le ha sucedido algún accidente y ahora se encuentre desorientado. —Ni siquiera ella se creía lo que estaba diciendo—. Pero es cierto que están sucediendo cosas extrañas alrededor del río. Por cierto ¿les suena el nombre de Lantarón? Seguramente sea algún nick o apodo de alguien que se mueva por la red pero, ¿alguno de ustedes a recibido alguna noticia o se ha escrito con un tal Lantarón? —Repitió el nombre para que los presentes se quedaran bien con él.

Y si nos damos una vuelta por el lugar de la desaparición. Quizás podamos encontrar algo que nos ayude. No se ver si hay indicios de violencia o algo que nos pueda ayudar propongo al grupo, ya que toda ayuda es poca, y cuantos más ojos más fácil encontrar cosas.
Además, con el su perro podríamos rastrear el rastro, y Claudio era un buen investigador, podíamos lograr algo si uniamos nuestras fuerzas e ideas.

-Creo que la idea de Daniel es bastante buena, deberíamos salir a dar una vuelta por las cercanías del río -sugerí, uniéndome a la petición del joven-. Aunque sinceramente, no soy partidaria de llevar al perro. Parece que ya ha sufrido bastante y si Claudio lo encontró en tal mal estado, pienso que no deberíamos forzar a la criatura a volver allí. Nosotros no somos Manuel. El pobre animal podría enloquecer y atacarnos.

-No obstante, me gustaría saber también si conocéis a Lantarón, el hombre que ha mencionado mi compañera. Tal vez tú, Daniel, hayas leído ese nombre mientras indagabas sobre tu compañero. O tal vez usted, Claudio, quizá haya conocido a alguien con ese supuesto apellido. Aunque por el momento ni siquiera podemos saber si "Lantarón" es algo más que un pseudónimo.

En mi caso nunca había oído ese nombre. ¿Alguien sabe algo de Lantaron?

Tengo la sensación de que no vamos a sacar nada en claro. Me siento frustrado por haber reunido a todas estas personas aquí, y que no consigamos nada.

- No me suena de nada Lantarón*. ¿Quién es? -la pregunta va dirigida a todos, pero en especial a Olivia, a quien miro al formularla. Luego hago una pausa y retomo la idea de ir al río a echar un vistazo.- Creo que podemos dar una vuelta por el río a ver si vemos algo. -me dirijo a Claudio, guardia civil retirado- ¿Qué opinas?