Partida Rol por web

Honolulu no era solo un lugar. Era también un símbolo.

Tras el ataque de los japoneses a Pearl Harbor, se había convertido en el emblema de los EEUU, la demostración de que no solo podrían levantarse y contraatacar, sino también destruir a su enemigo.

La vida regresó muy pronto a la isla y las instalaciones no tardaron demasiado en ser reconstruidas, y así, el león herido, rugió por todo el planeta.

Vuestro avión aterrizó en la base sin contratiempos. Disponíais de un permiso de 48 horas, que tras los preparativos, la salida, el viaje y el aterrizaje, y teniendo en cuenta el tiempo para regresar, se habían quedado en bastantes menos, 36 horas. Pero esas horas serían bien aprovechadas, sin duda alguna.

En cuanto pusisteis pie en tierra, supisteis que lograríais pasároslo bien y sacudiros la sensación de una muerte temprana, al menos durante un tiempo.

La mayoría de los miembros de la compañía no tardaron en dispersarse, pero unos cuantos de vosotros permanecisteis juntos.

A vuestra espalda, el sonriente Serpiente os señaló el reloj. 36 horas, ni una más. Pasado ese tiempo, os quedaríais en tierra, lo que no era nada recomendable estando en periodo de guerra.

36 horas para olvidaros de ella y volver a encontraros a vosotros mismos, o como poco, para recordar lo que hacía que fueseis seres humanos.

- Tenemos que ir a tomar algo, ¿no creéis? - Dijo un sonriente Penwater. Estaba feliz por haber llegado de una pieza a Honolulu. - Nunca he estado en Hawaii, ¿alguno si? - Preguntó. - Supongo que en la zona del puerto tiene que haber algo donde comer algo. No se que deben dar por aquí, pero a las malas, seguro que hay alguna hamburguesería. 

Lo cierto era que le rugía el estómago. Quería comer algo, beber algo, escuchar algo de música y luego... bueno, luego lo que surgiera. Nadie le esperaba en casa a quien guardar fidelidad y lo cierto era que, pensando en que el día de mañana podía ser el último, prefería divertirse todo lo que pudiera durante ese permiso.

- ¿Tu has estado por aquí antes? - Le pregunto a Odball. Era quien lo había propuesto, igual conocía el lugar.

-Capitán-dijo Abrahams ante la pregunta de su superior.-Mientras pueda encontrar algún buen lingotazo allí donde me lleve, no pondré pegas sea donde sea-completó en tono pragmático, justo cuando giraba descaradamente la cabeza, siguiendo el andar de una muchacha vestida de enfermera con la que se cruzaron.

-O un par de esas, claro...

MacReady nunca había salido de su Kansas natal, por lo que cuando llegaron a Honolulu, sus compañeros y superiores podían percibir que el joven religioso temblaba como un cachorrito mientras se sujetaba la cruz y seguía a sus compañeros. No era por miedo, sino emoción a causa de que aquel bello lugar era distinto a todo lo que conocía.

-Es la primera vez que estoy en Hawaii. Nunca salí de Kansas hasta que me alisté, señor -dijo el joven soldado a su superior, cuando preguntó si alguno de ellos había estado en Hawaii-. Creo que podemos permitirnos tomar un trago o dos -En aquellos instantes, ya no pensaba en oraciones religiosas ni en recitar salmos-. Treinta y seis horas dan para mucho...

- Como el cabo. - Dijo. - Kansas también es de ... Kansas. - Sonrió. En aquella unidad de tenían la manía de llamarse a todos por un apodo y casi no recordaba sus nombres reales.

Una voz sonó a espaldas de todos.

-¿Alguien pregunta por mí? -dijo Kansas, que se acercó a pasos agigantados hasta alcanzar al resto del grupo. El cabo miró a su alrededor y se fijó en el capitán.

-La verdad es que no soy de Kansas, señor. soy de Brooklyn -afirmó, contradiciendo así a su oficial superior, añadiendo un guiño simpático.

El capitán torció el gesto y bajó las cejas. 

- ¿Entonces ese nombre tuyo? - Sonrió. - ¿De dónde demonios viene? - Soltó una carcajada.

Kansas miró a ambos lados antes de responder. El resto de vuestros hombres parecían estar desperdigados, algunos por detrás, a varios metros, y otros yendo por delante, en dirección hacia la cantina que estaba no muy lejos de allí, nada más salir de la base.

-Pues verá, señor. Siempre dije que si hubiese sido Dorothy... me habría quedado en Kansas -y entonces, bajó la voz -. Es mi película favorita, señor.

- ¡Jajajaja! - Soltó una risotada. - ¡Y es una película muy buena, K​​​​​​ansas! - Sonrió y le dio una palmada en la espalda. - ¡Venga, vamos a alguna cantina! ¡La noche es joven!

Lo de que Kansas no era de Kansas, sino de Brooklyn pilló a MacReady completamente por sorpresa. Aunque lo que le resultaba más sorprendente era saber el motivo por el que al cabo Kansas le apodaban Kansas.

-Creo que nunca lo hubiese adivinado -declaró MacReady, expresando su sorpresa.

-Señoritas, me parece perfecto que hayáis decidido debatir cual de vuestros nombres es más femenino, pero aquí un servidor se va a buscar un vaso con suficiente wisky como para calmarme la sed.

Y sin más se internó en el primer local que tuvo a la vista.

El primer local que estaba disponible no era ni más ni menos que el bar al que iban todos los soldados de la base, dado que era el más próximo y claro, cuando había sed o poco tiempo, o ambas cosas, no existía mejor opción que andar poco y beber mucho.

Nada más entrar, la música de la época os envolvió por todas partes. Eso y el humo del tabaco, el sonido de vasos chocando y el golpeo de bolas de billar.

En aquellos momentos, estaba bastante lleno. Había una buena cantidad de soldados bebiendo en la barra, y al fondo, unos cuantos jugaban al billar, aunque al estar medianamente oculto por un tabique, no podíais distinguir cuántos había ni quienes, exactamente.

-  Este parece un lugar idóneo para empezar la noche. - Dijo Penwater con media sonrisa de lado. 

El capitán se acercó a la barra y llamó la atención del camarero con la mano. Éste se acercó y Thomas miró atrás. ¿Cuántos eran? ¡Ni os había contado!  

- ¿Ve a estos hombres? - Le preguntó al barman. - Les pago la primera. A ellos y sólo a ellos, ¿entendido? - Sonrió, pues conocía la picaresca de según que restauradores.

- ¡Buena música! ¿No creen, muchachos? - Una vez con su whisky en la mano, comenzó a contonearse de forma torpe.  

¿Dónde puñetas estaban las mujeres? Se decía de aquel lugar que era un paraíso en todos los sentidos, pero por el momento, eso no era más que un campo de nabos con uniforme. Fuera como fuera, si no aparecían pronto las nativas, tendría que acabar retando a alguno de sus compañeros al billar, algo que por otra parte, también le apetecía.

En un mundo de hombres y una guerra de hombres, ver a una mujer haciendo las mismas cosas que ellos no era simplemente raro, sino una proeza.

Clara que para ti, siempre había sido igual.

Desde pequeña, habías demostrado que podías y querías ser la mejor en todo cuanto hicieras y que no ibas a permitir que nadie te dijese lo que debías hacer, y menos aún cualquier tío que se creyese que solo por llevar pantalones, tenía la capacidad para decidir por ti.

Ahora tú también los llevabas; pilotabas mejor que nadie y podías echarle a un pulso a cualquiera de aquellos alfeñiques, o retarlos a ver quién aguantaba más la bebida y salir tambaleándote pero victoriosa.

Así que allí estabas, golpeándole a aquellas bolas, y nunca mejor dicho, porque el tío contra el que jugabas sentía que el dinero que tenía se le iba cada vez que tú metías una en la tronera, y hacía gestos como si el golpe se lo hubieran dado en los mismísimos.

Sí, eso era lo que sucedía cuando una chica era más mala que cualquier chico.

En ese momento, las puertas se abrieron y entró un nutrido grupo de soldados y oficiales con ganas de juerga, aunque desde donde estabas, apenas podía verse mucho. Pero solo quedaban un par de golpes y podrías salir a ver si había algo que mereciese la pena.

-Guau, no puedo creerlo. Supongo que te has estado reservado, ¿eh pequeña?

Jones sujetaba el taco verticalmente, y no parecía especialmente disgustado porque estaba esperando otra cosa.

Y efectivamente, se acercó por tu espalda cuando estabas a punto de golpear una bola, te echó una mirada de abajo a arriba y sin borrar su sonrisa, acercó ligeramente su rostro.

-Dime, has estado... ¿reservando algo más? Porque quizás haya llegado el momento de ir a buscar tu premio.

Hawaii era un sitio unico. Encantador en si mismo, y era donde mas tiempo tenia para volar. 

Era idilico, por asi decirlo aunque siempre hubiese que lidear con toda clase de cosas y ... mire de reojo al hombre que se me acercaba por la espalda con una taco en la mano.

Respire profundo y riendo entre diente levante un poco mas la cadera sabiendo que podria admirar el paisaje bajo mi cintura aunque aquellos pantalones de trabajo no fuesen tan apropiados para mi figura. Tire el taco hacia atras para lanzar la bola por la mesa y sin esperar el resultado me gire poniendome cara a cara frente al hombre.

Una sonrisa se hizo en mi cara cuando escuche el sonido inequivoco de que la bola habia entrado por el hueco y eso me daba la partida como ganada.  

- Toda tuya vaq....

Mi voz se interrumpio al ver como entraban por la puerta un grupo de soldados que al parecer venian por lo mismo que yo habia venido.

- LLegaron tus amigos y yo voy por una cerveza. Dije con picardia al sonreirle al soldado frente de mi. 

Puse el taco en el borde para caminar hacia la barra y colocar un cigarrillo en boca, pero al revisar los bolsillo de mi chaqueta de cuero me di cuenta que no tenia o habia perdido mi encendedor.

- Una cerveza Mike. 

Y segui revisando mis bolsillos.

Abrahams, quien no había peridido ojo ni por un momento del teatral contoneo de aquella bonita muchacha, se acercó a ella, sacando del bolsillo pectoral de su chaqueta militar un mechero Zippo, encendiéndolo y acercándole la llama al cigarrilo de Gwendolyn.

-Esa cerveza va de mi cuenta. Y para mi un Wisky-dijo al camarero, alzando el dedo, para luego girarse en dirección a sus compañero para guiñarles un ojo mientras se alejaba en dirección a la muchacha.

-Y dime, ¿Que se le ha peridido a una chica como tú en un sitio como este, encanto?

Abrahams le sorprendió con una muy buena frase. No tenía a su compañero por pescador de mujeres, pero estaba demostrando que aquello se le daba bien. Aunque claro, tenían que esperar a la  reacción de la mujer para saber si su caña llevaba un buen cebo. Penwater sonrió y esperó para ver que le respondía la chica. Si surtía efecto, igual él lo intentaba luego con alguna muchacha hermosa, aunque por ahí, a parte de hombres peludos y malolientes, pocas chicas  más se veían.

- ¿Habéis visto que estilo? -  Les preguntó a sus compañeros. - ¡Es todo un Clark Gable!

MacReady se sentía como si aquella fuera a ser la noche más importante de su vida. Ignoraba cómo se desarrollaría, pero sin duda, había sido un acierto aprovechar el permiso para decidir volar a Hawaii.

-Me encanta esta música -reconoció el joven, disfrutando de la música de ambiente que había en el local. Se sorprendió ante el buen gesto del capitán por pagarles la primera consumición, dado eran un buen número de hombres-. Antes de empezar a beber... Tal vez deberíamos brindar por lo que ya no están -dijo, lamentando tener que ser él quien pusiera la nota triste a esa noche-. ¡Por el Profesor! -dijo, levantando su whisky, expresando el apodo de un compañero caído-. Fuiste un gran compañero, a pesar de que no fueras creyente. Me hubiera gustado que estuvieras aquí. Allá donde estés, nunca te olvidaré.

El joven soldado no pasó por alto la presencia de aquella joven a la que el sargento Abrahams acababa de encenderle el cigarrillo. MacReady no era un muchacho que acostumbrase a sonreír, pero esa vez lo hizo al advertir que, como decía el capitán, Abrahams parecía todo un conquistador.

El cabo se acercó detrás del grupo y pidió una cerveza que parecía más un barril. Antes de decir o hacer nada más, se la llevó a la boca y apuró hasta la mitad sin respirar, seguido de un sonoro eructo.

-¡Por el profesor!. Oye, muñeca, no le hagas caso a estos. No sabrás lo que es un hombre de verdad hasta que conozcas mejor a un cabo como yo. Los capitanes no son de fiar y los soldados aún no han madurado lo suficiente -le dijo a la mujer, guiñándole un ojo.