Partida Rol por web

Algunos más que otros habéis tenido un placentero viaje hasta aquí, la isla de Creta, hogar del Rey Minos. Algunos habéis simplemente navegado durante un par de días, otros habéis atravesado bosques y enfrentado monstruos, otros habéis combatido contra asaltantes en alta mar y otros habéis hecho un larguísimo viaje a través del desierto y conociendo incluso diversas culturas. Este viaje os ha preparado y aportado cosas que incluso puede que desconozcáis.

La ciudad portuaria a la que llegáis es Hagia, enclave importantísimo para el intercambio en el Mar Medio. Es la puerta hacia el interior de la isla de las mercancías y viajeros llegados de todos los rincones del mundo conocido: Grecia, Egipto, Sumeria... La actividad es frenética en los muelles y en los mercados que se despliegan a sus márgenes. Aquí podréis encontrar todo tipo de mercancías, objetos, ingredientes, servicios y placeres.

Aquí también encontraréis a otros viajeros y guerreros que, como vosotros, tienen la intención de adentrarse en el Laberinto y dar muerte al Minotauro. El Rey Minos os concederá audiencia mañana, tras lo cual afrontaréis vuestro destino.

Kynortas baja del barco en el que ha llegado a Creta junto al joven hoplita y el centauro. No le disgustaba estar en alta mar, pero se alegraba de volver a tierra firme. A fin de cuentas, la aventura por la que había partido de su tierra le esperaba aquí.

Es difícil discernir la edad e Kynortas, pues lleva el rostro cubierto por un gran casco con solo unas rendijas para ver y respirar en condiciones. En su mano derecha porta una lanza, y en la izquierda carga con su escudo. En su cinto se puede apreciar una espada enfundada, y a sus espaldas carga con un petate con las únicas posesiones que trae y necesita para su búsqueda de la gloria. En su pecho descubierto aún se ven manchas de sangre seca debido al encuentro con esos idiotas que escogieron el barco en el que navegaba como su próximo objetivo para saquear.

Una vez con los pies en tierra y tras pasear la mirada por el mercado portuario, el hoplita se gira hacia sus compañeros de viaje.

- Aquí estamos al fin - exclama Kynortas sin disimular la emoción en su voz -. Aquí es dónde hallaremos la gloria o la muerte, ¿eh, muchacho?

Kynortas golpea levemente a Indikos en el brazo con su codo, dejando ver una sonrisa por la rendija de su casco.

Podéis observar un par de centauros deambular por la ciudad.

A un lado un centauro imponente, armado con un arco largo y una espada en el cinto, además de una armadura férrea, que parece estar vigilando con cautela todo lo que ocurre a su alrededor.

Junto a él, un joven centauro llamado Nedras trota despacio con aire risueño y sorprendido, observando todo lo que le rodea con aire de curiosidad. En sus manos una sencilla flauta con la que parece tararear mientras camina. A simple vista se puede apreciar como un arco cuelga de su espalda, su torso está cubierto por una armadura ligera, un pequeño cinto del que se ata una daga y una bolsa atada donde guardará pequeñas provisiones. Una lanza está perfectamente cogida junto a sus cuartos traseros para no incomodarle.

La luz del sol chocaba contra el mar deslumbrando por todas partes, dando al puerto una apariencia idílica. Pero Indikos sabía que aquello no era un viaje de ocio o placer; echó un vistazo antes de bajar del barco. Ciertamente era un puerto ajetreado, una cacofonía de lenguas distintas e incomprensibles se entremezclaba con el sonido del mar y el viento. El olor a pescado, salitre y especias impregnaba el ambiente. Ciertamente este puerto era mayor que el de Ampurias, pero, salvando las distancias en cuanto a tamaño, el ambiente era similar. Indikos notó que en el mercado se ofrecía de todo, sintió una mirada que se clavaba en el; se percató que unas jovencitas le miraban y sonreían. Indikos tenía ese defecto, le gustaban demasiado las mujeres y algún día sabría que eso le provocaría un problema, sonrió bobamente pero enseguida sacudió la cabeza y recuperó la compostura; pensó en su mujer y su familia y se centró en su objetivo.

Indikos no era muy alto, pero su musculatura sobresalía por sus ropajes, era de constitución recia, de rostro joven (aparentaba menos edad de la que tenía). No llevaba armadura, una costumbre que se le había pegado de las tribus iberas vecinas de Ampurias, si que llevaba un yelmo con crines de caballo rojas, una túnica ribeteada de rojo y su falcata en el cinto. Un petate al hombro con unas pocas pertenencias para la aventura era lo único que delataba que fuese un viajero. Por lo demás, pasaría por un habitante más de Creta si no fuese por los motivos de su escudo y el torque de bronce que le rodeaba el brazo como una serpiente.

Indikos bajó del barco junto con sus compañeros, Kynortas, el gigantesco hoplita se puso a su lado.

Aquí estamos al fin. Aquí es dónde hallaremos la gloria o la muerte, ¿eh, muchacho?

Golpeó su codo amistosamente, al final estos compañeros de viaje habían resultado ser bastante agradables, y buenos en el combate, Indikos pensó que, fuese como fuese el Minotauro, no lo tendría fácil con los tres si lo enfrentásemos.

Eh, mirad allí abajo, hay más centauros, dos más... Por lo que veo, están empezando a llegar héroes de otras partes para ésta misión, ¿qué os parece? -Indikos sonreía alegremente.

Kynortas, tendremos competencia para obtener la gloria, en cuanto a la muerte, puede que les deje ganar -bromeó Indikos, ciertamente en ese momento se encontraba con buen ánimo y predisposición para la aventura

¿Qué opinas amigo Sinódaso? -Se giró al centauro que miraba al frente con aire severo

Efectivamente, uno de esos centauros también viene a adentrarse en el Laberinto. El joven es de linaje de guerreros, lo puedes ver por la armadura que lleva y sus rasgos fuertemente diferenciados. Pero ¿por qué parece tan débil? Por sus ropas también sabes que vienen de lejos, del norte, de las Montañas de Helicón. El otro es un soldado veterano, y parece ser su acompañante o más bien su escolta. Debe ser alguien importante ese Nedras.

Un centauro de piel curtida baja del trirreme tras dos hoplitas. No es muy común ver a un centauro con compañeros de viaje de otras razas, pero la misión tampoco entra dentro de esos cánones.

Sinódaso, que así es como se llama, dirige una mirada de aburrimiento al más alto de ellos, el del gran yelmo y el gran escudo. Caballo grande, ande o no ande, como solían decir los humanos. Otra expresión que carecía de sentido para el centauro.

La plancha de madera cruje sobremanera al pasar Sinódaso sobre ella, así que da un pequeño brinco hacia adelante para llegar cuanto antes a tierra firme.

Lleva un arco cruzado a la espalda y unas alforjas bastante llenas descansan sobre su lomo blanco de pelo corto. Debido a que no lleva ningún tipo de coraza, pueden verse varias cicatrices y cortes en su pecho, algunos recientes.

Al pisar tierra firme, planta la parte inferior de su lanza en el suelo y se quita el yelmo, dejando ver una maraña de cabellos y barba castaños. Agacha sus patas delanteras junto al puerto para llenar el yelmo de agua marina y se la echa por la cara para espabilarse.

El centauro gruñe ante la pregunta de Indikos. Él también ha estado observando a los dos centauros que se aproximan y no le gustan nada.

Ese crío no debería estar aquí -dice refiriéndose a Nedras-. Un niño rico que viene a vivir aventuras a costa de su guardaespaldas. La vida no es tan fácil

Sinódaso parece haber calado rápidamente al pequeño centauro de la flauta, pero mira fijamente a su acompañante. De repente, su ceño se relaja.

¡Por las grupas de Pegaso! ¡Que me parta el Gran Padre con su rayo si ese no es el jamelgo de Megalippos!- exclama al reconocer al acompañante de Nedras. Trota hasta él con mejor humor que cuando ha bajado del trirreme hace escasos minutos. ¿Qué te trae por aquí, viejo amigo? No sé nada de tí desde que terminó la guerra. Su sonsrisa se desvanece al mirar al joven centauro de la flauta. ¿Ahora te dedicas a ser la niñera de niños ricos?

La primera reacción del centauro es de desconcierto, pero al instante reconoce a quien le llama y explota de alegría:

- ¡Que me parta un rayo del mismísimo Zeus! ¡Pero si es el más granuja de todos los bosques! Jajajaja ¡Sinódaso, viejo amigo, ven aquí! ¡Qué alegría verte! Te presento a Nedras, es hijo de Nedrón*, campeón de los Montes de Helicón. ¿Te acuerdas de él? Luchó con nosotros. El chico viene para dejar de ser un potrillo y convertirse en todo un centauro. Nedras, ven, acércate. Este es Sinódaso, luchó junto a tu padre y a mí hace algunos años...

De otra embarcación cercana, que acaba de atracar en el puerto, desciende por la pasarela una pequeña comitiva. Por sus ropas y sobre todo por las facciones de sus rostros es evidente que son gentes extranjeras, de tierras muy lejanas y para los no viajeros, exóticas. Del lejano oriente, sin duda. Pieles doradas, ojos almendrados. 

Un pequeño carruaje tirado por caballos, con cortinas de seda en las ventanas, un lujo... asiático, sin duda. Las cortinas están sin correr, y puede verse que en el interior no hay nadie, los viajeros deben ir todos a pie. El carruaje es conducido por el primero de los recién llegados, una mujer muy hermosa, sonriente y locuaz, con un dominio perfecto de la lengua helénica. Da indicaciones a los empleados del puerto y a los marineros del barco, para descargar y ordenar los bultos que van a llevar un pequeño tiro de mulas. Cofres, paquetes, armas. 

Tras ella un anciano de pelo blanco y larga barba, quien, sin embargo, no parece ni pizca vulnerable. Enjuto sonríe contenido, callado. Observando y dejando hablar a la mujer.

Le sigue un hombretón joven y musculoso, un verdadero guerrero. Ceñudo, mira en todas direcciones, asegurándose de que nada acecha en ningún rincón, peinando con su vista de halcón todo el perímetro que les rodea.

La última en descender es una mujer muy joven, con un larguísimo pelo rojo como el fuego, que hace que sus facciones orientales resalten aún más por el extraño contraste. La joven está seria y callada, absorbiendo con sus ojos entrecerrados la luz y la algarabía que les rodea. En seguida, los tres que la han precedido la rodean, siendo evidente que la protegen, la sirven, y quizá... la controlan.

Los cuatro van vestidos con túnicas ligeras, con alguna joya y adornos de seda, pero sin ostentación. Evidentemente son de la nobleza, aunque no hacen de ello su bandera. Curiosamente los cuatro portan distintas versiones de una misma arma, una lanza acabada en una hoja curvada, una alabarda-guadaña de gran tamaño. Y se mueven con la elegancia y la armonía que da el entrenamiento común, sin duda pertenecen a la misma orden o escuela de lucha. Pero, a tenor del aura que emanan, quizá también mística, o espiritual, además del arte de la contienda. En cualquier caso no pueden evitar que el misterio flote sobre sus cabezas.

El viaje en barco hasta llegar a la ciudad se le hizo larguísimo a Hilda, estaba más acostumbrada a sus bosques y montañas en tierras de Hiperbórea.

No pudo evitar, durante todo el trayecto, estar pendiente de los dos extraños que la ayudaron a seguir con vida cuando aquel cíclope se le cruzó, sentía que les debía una, tanto al centauro y su compañero como a la amazona, y aunque hicieron el camino por separado, sabía que volverían a encontrarse.

Justo antes de desembarcar, se cercioró de tener sus alforjas y su pequeño barril bien sujeto a su caballo. Se apretó bien su espada a la cintura y cogió su arco y su carcaj para colgárselo a la espalda. Entre los mechones alborotados de su melena pelirroja dejaba ver un amuleto colgando de su cuello encima de una coraza de cuero reforzada y en su cara sus pinturas hablaban por ella acerca de su procedencia.

Lo primero que hizo al llegar a Hagia fue darse un paseo por los mercados a ver qué encontraba.

Tras mis presentaciones me acerco hacia aquel imponente centauro. Intento andar lo más erguido posible sobre mis cuartos traseros, intentando incluso alzar las pezuñas para aparentar más altura.
Desgraciadamente desisto, ya que el empedrado de aquel puerto aún me incomoda al andar. No estoy para nada acostumbrado.

Con educación y una sonrisa respetuosa saludo a aquel cuadrípedo. Encantado Sinódaso. Como bien dice mi compañero Megalippos, vengo aquí para participar en un evento. Observo con desconfianza a aquellos otros dos hombres un poco más alejados que pueden escuchar nuestra conversación. El viaje ha sido largo. Asiento con ligero orgullo. Es un honor saludar a alguien que tuvo el honor de conocer a mi padre. El orgullo en mis palabras crece aún más. Ya me siento más cómodo al hablar. ¿Y usted? ¿qué ha venido a hacer aquí?